martes, 28 de agosto de 2007

Caza de Citas

Caza de Citas


Pterocles Arenarius


Amo de tu silencio.
Esclavo de tus palabras.


Roger Bartra, lanza fango sobre sí mismo: presenta su libro Fango sobre la democracia.
Sergio Sarmiento, la deslumbrante estrella intelectual de Tv-Azteca, por canal 13 entrevista a Roger Bartra para mostrarnos hasta qué punto éste está dispuesto a ingerir excremento. Lamentabilísima intervención de Bartra, otrora un digno periodista, hoy un lamentable lamegüevos.
“Señalé que López Obrador iba a perder desde mucho antes”, dijo Bartra y agregó como argumento central: “es muy difícil que un candidato gane contra la clase media (aunque) así lo hizo Hugo Chávez en Venezuela”.
Actitud dura de AMLO contra la clase media y contra los empresariosdice Bartra y se mete a arrastrar lo que fuera su pasado tan decente en un excusado (entiéndase un mierderal) de contradicciones para tratar de que se justifique su “profecía”. Dice que López Obrador mostró dureza y blandura, terquedad y tibieza, que cometió los errores políticos, aquellos de la chachalaca (animal de elevada inteligencia si se le compara con Fox). El error de la no asistencia al primer debate. La incapacidad de colocarse en posiciones más centristas. Etcétera. Y el lacayo Sergio Sarmiento loa al hoy lamentabilísimo rastrero Bartra pontificando que aquí tenemos un “Análisis sobre la izquierda desde la izquierda”. Pero no es más que una jodidérrima retahíla de las mismas cacas de Televisa y Tv-Azteca. Debió decir que López Obrador iba a padecer un fraude electoral sin importar lo que hiciera. La televisión iba a encontrar (inventar) sus errores y a descubrir (inventar) las razones por las que “ganara” el espurio. Para esconder el asqueroso fraude electoral nacional.
Roger, sin embargo, no se cansa de arrastrarse, dice “No hubo fraude. No pueden probarlo. No tienen pruebas y dicen que las ocultan”.
Desvergonzado, Bartra defiende a Calderón contra la izquierda como también contra la derecha. Termina su discurso y tiene que limpiarse de mierda hasta los pelos, hasta las amígdalas, hasta las orejas. Pobrecito.


René Arce, diputado perredista, dice, contradiciendo a López Obrador, que la Cámara de Diputados no es un peligro para México, sino la expresión plural de México. Le faltó decir que es la expresión plural de los peores sujetos de México, los que hacen uno de los peores trabajos y todavía cobran mejor que ejecutivos. Pero en especial él, que forma parte de esa banda de políticos chaqueteros, oportunistas y cuasi gangsteriles llamados Los Chuchos, los que maman y dan de topes. Debieran darle las gracias a López Obrador que están mamando de la inagotable chiche presupuestal después de hacer toda clase de fraudes y cochupos dentro del partido, al cual ya degradaron y enmierdaron valiéndoles madre los cientos de muertos que sufrió el PRD y de los cuales ellos, como buitres carroñeros, se alimentan recibiendo las jugosas dietas diputadiles y senadoriles. Todo eso montados en el arrastre de López Obrador, porque sin AMLO, no valen más del 10 por ciento de la votación nacional. En este momento Los Chuchos ya hicieron del PRD una cloaca pestilente habitada por un hervidero de politiquillos que difícilmente se distinguen de los peores priístas, cuando, en algún momento fue un partido glorioso, derecho y de la más limpia izquierda y batallador.


Luego Ruth Zavaleta, verdulera ambulante en la Delegación Venustiano Carranza apenas hace unos años, putita oficial y segundo frente del mencionado René Arce, agresiva seudopolítica que acostumbra atacar a golpes a sus contrincantes políticos indeseables o incómodos, dentro del PRD, pero obsequiosa y negociadora con los priístas y los panistas, hoy, fiel a sus viejas costumbres, se ofrece a reconocer al espurio y también rechaza que esa cueva de ladrones, gángsters, vividores, ignorantes, chaqueteros, oportunistas, rateros, corruptos y, como no, también putas (y que me perdonen las honorables sexoservidoras que trabajan en la calle porque ellas no son putas y los diputadetes y senadorcetes son peor que putas) que es la Cámara de Diputados.


Luego Manlio Fabio Beltrones –Dios santo– también rechaza que la cueva de ladrones criminales y gángsters, donde él trabaja –gángster ejemplar como ninguno–, sea un peligro para México. Manlio es un gángster. Recordemos quién fue el que desapareció al asesino de Colosio y luego presentó a Mario Aburto (muy diferente al que vimos asesinar a Colosio de un balazo en la cabeza en cadena nacional) como el criminal.


Y Televisa ahora sí da cobertura a lo que dijo Andrés Manuel, acerca de que la cueva de ladrones, asesinos y rateros o al menos vividores y buenosparanada que son miembros de las Cámaras de Diputados y Senadores. Y la prostituta prostitutora que es Televisa que no ha dicho en meses una palabra de Andrés Manuel, ahora sí repite mucho más allá de la náusea y hasta la basca que Andrés Manuel dijo que las tales Cámaras –entendamos cuevas de ladrones, asesinos, pederastas (no olvidemos a Emilito Gamboa Patrón) y ratas– son un peligro para México. Pues no estoy de acuerdo con Andrés Manuel, porque las dos Cámaras, la de diputadetes y la de senadorcillos, sólo son sendos nidos de sujetos mediocres escandalosamente corruptos, bastante pendejos y más o menos criminales, pero seres diminutos en todos los demás sentidos.

domingo, 19 de agosto de 2007

El cataclismo de Damocles

El cataclismo de Damocles



Gabriel García Márquez


Un minuto después de la última explosión, más de la mitad de los seres humanos habrá muerto. El polvo y el humo de los continentes en llamas derrotará a la luz solar, y las tinieblas absolutas volverán a reinar en el mundo. Un invierno de lluvias anaranjadas y huracanes helados invertirá el tiempo de los océanos y volteará el curso de los ríos, cuyos peces habrán muerto de sed en las aguas ardientes, y cuyos pájaros no encontrarán el cielo. Las nieves perpetuas cubrirán el desierto del Sahara, la vasta Amazonia desaparecerá de la faz del planeta destruida por el granizo, y la era del rock y de los corazones transplantados estará de regreso a su infancia glacial. Los pocos seres humanos que sobrevivan al primer espanto, y los que hubieran tenido el privilegio de un refugio seguro a las tres de la tarde del lunes aciago de la catástrofe magna, sólo habrán salvado la vida para morir después por el horror de sus recuerdos. La creación habrá terminado. En el caos final de la humedad y las noches eternas, el único vestigio de lo que fue la vida serán las cucarachas. &&& Señores presidentes, señores primeros ministros, amigas, amigos: Esto no es un mal plagio del delirio de Juan en su destierro de Patmos, sino la visión anticipada de un desastre cósmico que puede suceder en este mismo instante: la explosión, dirigida o accidental, de sólo una parte mínima del arsenal nuclear que duerme con un ojo y vela con el otro en las satabárbaras de las grandes potencias. &&& Así es. Hoy, 6 de agosto de 1986, existen en el mundo más de cincuenta mil ojivas nucleares emplazadas. En términos caseros, esto quiere decir que cada ser humano, sin excluir a los niños, está sentado en un barril con unas cuatro toneladas de dinamita, cuya explosión total puede eliminar doce veces todo rastro de vida en la Tierra. La potencia de aniquilación de esta amenaza colosal que pende sobre nuestras cabezas como un cataclismo de Damocles, plantea la posibilidad teórica de inutilizar cuatro planetas más que los que giran alrededor del Sol, y de influir en el equilibrio del sistema solar. Ninguna ciencia, ningún arte, ninguna industria se ha doblado a sí misma tantas veces como la industria nuclear desde su origen, hace cuarenta y un años, ni ninguna otra creación del ingenio humano ha tenido nunca tanto poder de determinación sobre el destino del mundo. &&& El único consuelo de estas simplificaciones terroríficas, si de algo nos sirven, es comprobar que la preservación de la vida humana en la Tierra sigue siendo más barata que la peste nuclear. Pues con el solo hecho de existir, el tremendo apocalipsis cautivo en los silos de muerte de los países más ricos está malbaratando las posibilidades de una vida mejor para todos. &&& En la asistencia infantil, por ejemplo, esto es una verdad de aritmética primaria. La UNICEF calculó en 1981 un programa para resolver los problemas esenciales de los quinientos millones de niños más pobres del mundo. Comprendía la asistencia sanitaria de base, la educación elemental, la mejora de las condiciones higiénicas, del abastecimiento de agua potable y de la alimentación. Todo esto parecía un sueño imposible de cien mil millones de dólares. Sin embargo, ése es apenas el costo de cien bombarderos estratégicos B-1B, y de menos de siete mil cohetes Crucero, en cuya producción ha de invertir el gobierno de los Estados Unidos veintiún mil doscientos millones de dólares. &&& En salud, por ejemplo, con el costo de diez portaviones nucleares Nimitz, de los quince que van a fabricar los Estados Unidos antes del año 2000, podría realizarse un programa preventivo que protegiera en esos mismos catorce años a más de mil millones de personas contra el paludismo, y evitara la muerte (sólo en Africa) de más de catorce millones de niños. &&& En la alimentación, por ejemplo: el año pasado había en el mundo, según cálculos de la FAO, unos quinientos setenta y cinco millones de personas con hambre. Su promedio calórico indispensable habría costado menos que ciento cuarenta y nueve cohetes MX, de los doscientos veintitrés que serán emplazados en Europa occidental. Con veintisiete de ellos podrían comprarse los equipos agrícolas necesarios para que los países pobres adquieran la suficiencia alimentaria en los próximos cuatro años. Ese programa, además, no alcanzaría a costar ni la novena parte del presupuesto militar soviético de 1982. &&& En la educación, por ejemplo: con sólo dos submarinos atómicos Trident, de los veinticinco que planea fabricar el gobierno actual de Estados Unidos, o con una cantidad similar de los submarinos Tifón que está construyendo la Unión Soviética, podría intentarse por fin la fantasía de la alfabetización mundial. Por otra parte, la construcción de las escuelas y la calificación de los maestros que harán falta al Tercer Mundo para atender las demandas adicionales de la educación en los diez años por venir podrían pagarse con el costo de doscientos cuarenta y cinco cohetes Trident II, y aún quedarían cuatrocientos diecinueve cohetes para el mismo incremento de la educación en los quince años siguientes. &&& Puede decirse, por último, que la cancelación de la deuda externa de todo el Tercer Mundo, y su recuperación económica durante diez años, costaría poco más de la sexta parte de los gastos militares del mundo en ese mismo tiempo. Con todo, frente a este despilfarro económico descomunal, es todavía más inquietante y doloroso el despilfarro humano: la industria de la guerra mantiene en cautiverio al más grande contingente de sabios jamás reunido para empresa alguna en la historia de la humanidad. Gente nuestra, cuyo sitio natural no es allá sino aquí, en esta mesa, y cuya liberación es indispensable para que nos ayuden a crear, en el ámbito de la educación y la justicia, lo único que puede salvarnos de la barbarie: una cultura de la paz.&&& A pesar de estas certidumbres dramáticas, la carrera de las armas no se concede un instante de tregua. Ahora, mientras almorzamos se construye una nueva ojiva nuclear. Mañana, cuando despertemos, habrá nueve más en los guardarneses de muerte del hemisferio de los ricos. Con lo que costará una sola de ellas alcanzaría, aunque sólo fuera por un domingo de otoño, para perfumar de sándalo las cataratas del Niágara. &&& Un gran novelista de nuestro tiempo se preguntó alguna vez si la Tierra no será el infierno de otros planetas. Tal vez sea mucho menos: una aldea sin memoria, dejada de la manos de sus dioses en el último subvirtió de la gran patria universal. Pero la sospecha creciente de que es el único sitio del sistema solar donde se ha dado la prodigiosa aventura de la vida nos arrastra sin piedad a una conclusión descorazonadora: la carrera de las armas va en sentido contrario de la inteligencia. &&& Y no sólo de la inteligencia humana, sino de la inteligencia misma de la naturaleza, cuya finalidad escapa inclusive de la clarividencia de la poesía. Desde la aparición de la vida visible en la Tierra debieron transcurrir trescientos ochenta millones de años para que una mariposa aprendiera a volar, otros ciento ochenta millones de años para fabricar una rosa sin otro compromiso que el de ser hermosa, y cuatro eras geológicas para que los seres humanos, a diferencia del bisabuelo Pitecántropo, fueran capaces de cantar mejor que los pájaros y de morirse de amor. No es nada honroso para el talento humano, en la edad de oro de la ciencia, haber concebido el modo de que un proceso miltimilenario tan dispendioso y colosal pueda regresar a la nada de donde vino por el arte simple de oprimir un botón.&&& Para tratar de impedir que eso ocurra estamos aquí, sumando nuestras voces a las innumerables que claman por un mundo sin armas y una paz con justicia. Pero aun si ocurre, y más aún si ocurre, no será del todo inútil que estemos aquí. Dentro de millones de millones de milenios después de la explosión, una salamandra triunfal que habrá vuelto a recorrer la escala completa de las especies será quizás coronada como la mujer más hermosa de la nueva creación. De nosotros depende, hombres y mujeres de ciencia, hombres y mujeres de las artes y las letras, hombres y mujeres de la inteligencia y la paz, de todos nosotros depende que los invitados a esa coronación quimérica no vayan a su fiesta con nuestros mismos terrores de hoy. Con toda modestia, pero también con toda la determinación del espíritu, propongo que hagamos ahora y aquí el compromiso de concebir y fabricar un arca de la memoria, capaz de sobrevivir al diluvio atómico. Una botella de náufragos siderales arrojada a los océanos del tiempo, para que la nueva humanidad de entonces sepa por nosotros lo que no han de contarle las cucarachas: que aquí existió la vida, que en ella prevaleció el sufrimiento y predominó la injusticia, pero que también conocimos el amor y hasta fuimos capaces de imaginarnos la felicidad. Y que sepa y haga saber para todos los tiempos quiénes fueron los culpables de nuestro desastre, y cuán sordos se hicieron a nuestros clamores de paz para que ésta fuera la mejor de las vidas posibles, y con qué inventos tan bárbaros y por qué intereses tan mezquinos la borraron del universo.


Publicado en el periódico La Jornada el 3 de agosto de 2003.

jueves, 16 de agosto de 2007

Sé verlas al revés

Sé verlas al revés

Pterocles Arenarius



Alguna vez, cierto psiquiatra me dijo que todos tenemos derecho a ocupar algo así como el diez por ciento de nuestros actos, como máximo, en el terreno de las manías. El especialista se refería con “tener derecho”, a que todo aquél que acumule manías en más del citado porcentaje de sus actos, no se ajusta a lo que estos facultativos consideran “lo normal”. Los humanos tenemos manías, esos actos en los que nuestro inconsciente nos pone a funcionar en automático mientras la mente despega de este mundo y “la loca de la casa”, la imaginación busca o inventa universos mejores que éste. Hay manías muy curiosas. Además de hacer vibrar los pies sacudiéndolos compulsiva, permanentemente, morderse los labios, jalarse o mesarse los bigotes o el cabello, hacer gestos existen manías dolorosas. Conocí a cierto individuo de luenga cabellera que jalaba uno a uno de sus extendidos apéndices pilosos para llevarlos a la boca, mordisquearlos, arrancarlos del cuero cabelludo y finalmente desecharlos mediante sendos escupitajos. “Tricotilomanía” me informó el especialista sobre esta extraña compulsión. En fin, la variedad es muy amplia. Existen casos extremos, dignos de la más vasta enciclopedia de patologías humanas, entre éstos se incluyen las manías perversas que consisten, como la mencionada, en dañarse el cuerpo. Pero existen también curiosas manías con un cariz netamente intelectual. Una más o menos inconsciente actitud por encontrar un orden en este mundo que frecuentemente nos parece caótico. Sé de gente que cuenta todo aquello que aparece ante sus ojos. Alguno me ha confesado que, con las letras que componen las placas de los autos procura formar palabras agregando vocales o consonantes. Hay quienes creen encontrar indicios propiciatorios al toparse con ciertos números o arreglos de letras. Entre estos últimos están los maniáticos de la palindromía. Esas frases que, como el título de este texto, pueden leerse (y tener sentido) tanto de izquierda a derecha como de derecha a izquierda.
En efecto, hay personas que, por extrañas razones, adquieren la manía de leer al derecho y al revés. Casi siempre con resultados muy frustrantes por lo que acaban por maldecir su manía que, en casos graves, puede llegar a provocar que no se entienda lo que se lee. Sin embargo, no siempre es estéril ésta tan aparentemente absurda manía cuando desde la confusión emergemos embriagados de dicha al descubrir que:


Satán apapacha papanatas

Es una hermosa sorpresa que el lenguaje nos depara compensando así una manía en apariencia inútil. Porque los palindromas no se inventan, se descubren y, tras una búsqueda generalmente larga y ardua, aunque a veces la fortuna nos sonríe y la búsqueda es inconsciente, se nos regalan junto con un momento de una dicha más o menos pueril. Pero, como toda dicha, no despreciable. Pero los caminos de la palindromía suelen ser insólitos cuando resulta que aparecen recomendaciones relativas a ciertos placeres orales:


A la pucha, chúpala
Sabrosón es, seno sorbas

Así, el periplo a través de las palabras, puede ser fatigoso, pero vale la pena cuando se llega a una interrogación acaso enigmática:


¿Osa casero derrocar a corredores acaso?

O puede que arribemos a una frase, ¿consuelo o sevicia?, si pensamos en extremos, según quien la pronuncie, un desconocido solidario o un torturador:
Amigo, no gima

La travesía puede conducir hasta un resentido emplazamiento

Si tu cutis a él adula, Malú, dale así tu cutis

Los extraños lugares a que nos conduce la búsqueda, el azar pueden ser como el siguiente encargo rencoroso:

El amargor prográmale

Y también, ¿por qué no?, puesto que insertos en el caprichoso terreno de la suerte, llegaríamos a un aserto quizá freudiano:

La mamá ama mal

O bien dos afirmaciones, presuntuosa una, equívoca la otra:

Allí va ramera, haré maravilla
Allí va la ramera a remar a la Villa

Porque bien sabemos que a La Villa, como los mexicanos conocemos a La Basílica de Guadalupe, nadie asiste a remar. Ahora lleguemos a un apotegma lingüístico y, a la vez, falso teorema:

La i virtual, la u trivial

La siguiente es una invitación al divino marqués que pudiera ser alarmante, pues Donatien Alphonse Francoise difícilmente otorgará algo sin recibir placer (o dolor) a cambio:
Sade, no me dé monedas

Un postulado que denota afán aristocrático es igualmente producto de la laboriosa búsqueda:

He oído a la bruta turba, la odio ¿eh?

Por cierto, hace años, el 20 de febrero de 2002, se presentó un instante, a las 20:02, que representó una cifra de palindromía milenaria: 20:02, 20-02, 2002. Aleluya.
Bien, el espacio es finito, pero los vientos del azar favorables, así surge una afirmación que alcanza estatura filosófica:

Odiar es reconocerse raído

La incursión es productiva. Por más que algún especialista acuse al adicto a la pesquisa palindrómica como víctima de una disfunción mental: esquizoide es la prescripción que me hizo conocer. Pero el diletante de la palindromía desprecia el preocupante decreto y generalmente porfía en la búsqueda. En lo personal, para empeñarme en semejante afición osé corporar raro proceso.

viernes, 10 de agosto de 2007

La Experiencia



La Experiencia


De por sí vivir quién
sabe si tenga caso.
Ananías Peláez. Sargento de policía


Pterocles Arenarius

–Qué pasó, cabrón, ¿qué haces? Vamos a tomarnos una chela, ¿o qué?
–Pues nada, aquí nomás. ¿Qué, invitas?
–Carajo, faltaba más. Vamos aquí a Tepito, tengo que ver a unos camaradas.
–¿A Tepito? No chingues...
–No hay bronca, güey, pues con quién crees que te juntas. Tengo que conectar a un cabecilla y luego vamos a una cantinita muy a toda madre, en el Centro, dan muy buena botana.
–Ora pues. –Subí a su carro, un viejo lanchón muy maltratado en funciones de patrulla de la Judicial Federal. El Tony, Matías: un metro ochenta de estatura, barrigudo y malencaradote, recio, bigotón más o menos feroz y con esa seguridad prepotente que los agentes judiciales, a su tiempo, adquieren con el ejercicio del poder; ah pero eso sí, siempre de saco y corbata. Arrancó su carro con alguna violencia, rechinando llantas. Rápidamente llegamos al temible barrio. Se metió a la brava, rozando puestos de fierro recubiertos de hule, sin contratiempos entre estrechas calles y en medio de miradas de desconfianza y odio solapado hasta llegar a una vecindad de las que reconstruyeran después del terremoto del 85. Desconfié. Pero mi compañía era un reconocible y muy eficaz salvoconducto para transitar en tal territorio. Dejamos el carro a la puerta de una vecindad. Entramos en una vivienda y Matías, adelantándose, dejándome fuera del breve diálogo, conversó algunas palabras con el señor de la casa. La mujer del hogar saludó difusamente y a media voz e hizo desconfiado mutis. Luego nos fuimos con el señor de casa y nos instalamos, en pleno a medio patio de la vecindario.
–Soy Ranulfo, surto al Tony –me dijo el anfitrión.
–Chucho Pérez, cuate del Tony. Mucho gusto.
Ranulfo mandó a un chamaco por una piernuda de Bacardí, dos litros de chínguere malo, cocacolas, peor todavía y, menos mal, una bolsa de hielos y varias de sabritas. Sirvió. Empezamos a beber. Se agregaron varios. El Charanga, el Sobado, el Garras más Ranulfo, cincuentón encanecido, desaliñado y sin rasurar. Los primeros tres
tenían prototipo de maleantes, quizá raterillos o quizá comerciantes. Desenvueltos y con gesto astuto de una viveza de muy diestra vulgaridad. Ranulfo era más notable por su gesto suficientoso, como sabihondo y de hartazgo ecuménico, también llamado el Gómora, parecía muy sobrado.
–Ven pa'cá, Juana –echó un grito y en respuesta apareció una muchacha trompudilla de naricita respingona, ojos pequeños y tristísimos, ultramaquillada y con una faldita que a muy duras penas cubría sus calzones–, para que estés un rato con el señor –y Ranulfo señaló a mi guía, amigo y garante de seguridad, Matías, el Tony Talamantes. "Está muy chamaca. Ay putita. Y está bien buena. Ni hablar, c'est la vie", me dije.
–Buenas tardes, señor, me llamo Nallely y estoy a sus órdenes. ¿Me invita una copa?
–Siéntate aquí, Nallely. Tómate las que quieras. ¿Por qué te dijo Juana este Ranulfo?
–Ay, señor Tony, es que dicen que así me bautizaron. Eso dicen, pero me gusta más Nallely.
–'Ta bien, Nallely.
En dos vueltas secamos los dos litros y muy inmediatamente se procuraron la otra. Miré con porfía, directo al Tony como preguntándole a qué hora marchábamos. Sentado en un cajón de madera se veía complacido en la permanencia, observaba la conversación aún casi tímida y las bromas entre los bienquistados. Además acariciaba, como es su costumbre, tímida, decentemente a Nallely quien, por su cuenta se le sentaba en las piernas, lo besuqueaba, lo manoseaba. En ejercitación plena de su oficio. A la tercera copa tomé confianza y competía en proferir presunciones y hasta gastarle bromas benévolas y amigables a uno que otro. De sus comercios, tema formal, pasaron al más ligero de las mujeres y luego la charla sesgó en favor de motivos filosóficos profundos, el futbol. Va muestrario:
–Qué, ¿cómo'stuvo?, ¿se movió?
–No, bien aguado. Mucho pinche mirón pero sin billete.
–No, güey, si como miran compraran, ya me había hecho rico.
–Y qué, Juana, ¿sacaste el chivo?
–Ahi dos que tres, manito, pero no me digas Juana.
–Pinche Nallely, si te conté como diez vueltas al Ambos Mundos, has de andar bien rayada.
–Ay no, cómo crees, no es cierto, señor Matías; sí trabajé pero no fueron tantos y además ya me bañé bien. Estoy limpiecita, señor.
–'Ta bien, Nallely, 'ta bien--. Sonriendo la aprobó Matías.
Caía la tarde. Hablaban más bien desordenadamente, simultáneos, pero cuando Ranulfo el Gómora se daba la voz, tenían consideración, hasta callaban o hacían la voz baja.
–Es la crisis, mis chavos. Circula poco billete. La gente anda prángana. Ya ni siquiera cogen. Qué se le hace.
(...)
–No, güey, traigo una nalguita pero ssssshtamadre; dieciocho añitos, hija de familia, güey, quintito..., no, cabrón, chulita, me cae de madre. Qué pollo, cabrón, qué pollo me estoy refinando...
–No mames, ha de oler a miados. No, yo me ando cogiendo a una ñora, treinta y seis. Uuuta, güey, con una hambre de verga que no mames, falta me hace más miembro. Mira, güey, entre yo y su marido no le damos batalla. No, unas pinches cogidotas que me deja seco, cabrón.
–Qué bonitos cabrones. ¿Y sus viejas? Miren, hay otros cabrones que así han de decir de sus viejas. 'No, si me ando comiendo un culito bien sabroso'. De sus viejas, ojetes. Ay no, si pinches hombres no tienen madre. Pero qué se le va a hacer, ¿verdá, señor Matías?--, reclamó Nallely.
–Así somos, Nallely, ni modo.
De pronto intervenía el Gómora y sin siquiera jactanciarse los aplacaba.
–No, las viejas jóvenes son problemas y mucho gasto. Las viejas muy rucas son mejor, menos gasto y poca bronca. Cuando sus maridos ya no las pelan, ellas lo donan por aquí y por allá, al que se lo pida. Hasta te andan quitando la chamba ¿no, Juana? Pero las viejas siempre son problemas. Puros problemas.
–Por eso con una chava del talón es mejor. Conmigo nadie tiene problemas, yo los quiero a todos. Varios pendejos se han enamorado de mí, me han querido llevar con ellos. ‘Mamacita, ya deja el talón y yo te saco de blanco’– y Nallely agruesaba su vocecilla logrando un efecto más que risible al arremedar pendejos–. No, yo que voy a hacer con un cabrón que no gana ni la mitad de lo que yo saco. No, así estoy mejor.
(...)
–No, güey, el América ora sí viene rajamadres.
–P's siempre, cabrón, avienta billetes como hijo de puta y luego ni califica. Chingón es el Atlas. Puro chavito, pero cómo la mueven.
–Los dos son ojetes, un equipo de la broza y con tradición es el Atlante.
–No p's ya verás ora que se vayan a segunda con su pinche tradición, chale, 'stán jodidos–. Y a su arbitrio Ranulfo cerraba el tema.
–Miren, muchachos, el futbol mexicano es mediocre, pero está considerado entre los mejores del mundo. ¿Saben por qué?, porque pagamos los mejores futbolistas brasileños, argentinos, europeos, lo mejor, lo mejor del mundo, pero siempre vienen aquí a terminar sus carreras. Ya nomás dejan su experiencia, se llevan un billete y se retiran. Es buen futbol, pero mediocre.
–Muchachos, hablen de otra cosa. No mamen, una bola de cabroncitos correteando a patadas una pelota. No mamen, por favor. Lo único que agrada es que están bien buenotes. --Nallely, una muñeca, una putita, de trato tan brusco e igualitario como el de cualesquiera de los que departíamos y era la única que no guardaba deferencias para Ranulfo.
El Tony miraba y no más. Yo intervenía muy a veces y casi no me entregaban la menor atención. Iba la tercera botella y estaba yo en el límite superior de la embriaguez, cuando se rebasa la fase mono, en que se procura ser muy gracioso, pelar diente gratis y ganarse unas risotadas con la mejor monería. Era mi etapa león, cuando entra lo bravo y lo muy cabrón y se cree uno capaz de apagar un incendio a pedos. Antes de la declinación al periodo vaca, en que se muge, se rumia y ya no puede uno consigo y, por supuesto, me faltaba mucho alcohol para llegar al estadio cerdo, cuando se revuelca uno entre la propia basca. Intervine.
–Ustedes son a toda madre, yo admiro un chingo al barrio bravo de Tepito, me gusta un chingo como hablan, me encanta su forma de vivir, me gusta que sean aguerridos, malhabladotes, orgullosos.
Se callaron. Serios. Se miraban entre ellos. El Sobado se puso a forjar un cigarro de mariguana. Con asombrosa velocidad le dio el terminado de ensalivación y ya estaba dándole unos jalones más que amorosos, como si hubiera querido fundirse con la mariguana. Al tercer jale circuló el toque y se recogió abrazándose las rodillas, para gozar la intoxicación sentado en un bote. Entretenidos esperando turno a la mariguana o desconcertados o quizá encabronados por mi fallida loa, ninguno hablaba. Sólo Nallely me consideró:
–No creas, manito, aquí ya casi todo es pura fama. Lo demás ya ni es cierto, puro comerciante miedoso –trató de aliviar tensión la muchacha y se acurrucaba entre los brazos del Tony.
Cuando llegó mi turno a la droga, aquello ya era una vil bacha. Mojé índice y pulgar con saliva y fumé mariguana.
–¿Mato bacha?
El Sobado levantó los ojos y sonriendo como en sueños dijo --qué poca madre.
–¿Cuál es tu pedo, güey? Parece que no te latió, dime qué chingaos traes --riposté embravecido al comentario.
–¿Sabes qué, güey? –se me dirigió el Charanga para mediar– es que caes gordo, en buena onda. Ya estamos hasta la madre de putos que vienen al barrio a comernos, se comen nuestra lengua, nuestra vida, nuestro cotorreo, luego van con los mamertos y hasta con los abilletados y se quieren parar el culo diciendo "no p's yo conozco Tepito, yo tengo un chingo de cuates en Tepis y me reconoce el bandón", y luego hasta escriben en el periódico y... p's se llevan un billete, cobran por hablar de nosotros, nos están robando, dicen que nos dan prestigio, ni madres, nosotros ya lo teníamos desde antes, pero además ni siquiera tienen idea. Esos ojetes viven de nosotros y aquí nada más dejan pura cagada. Son culeros. Y, mira, esos pendejetes, solos, no entran aquí porque saben que se los lleva su pinche madre. Esa clase de putarracos ya nos tienen hasta la madre. Y tú hablaste igualito que ellos, como a ver qué sacas--. Mi protección, Matías Talamantes, el Tony, miraba a uno y a otro. Una puta y leve sonrisilla descarada me aseguraba que se divertía el muy cabrón mientras intensificaba sus caricias y gozo con Nallely. La noche empezaba a caernos encima y Ranulfo acechaba el momento de pontificar.
–Oh que la chingada. Derecho que a mí sí me caen a toda madre. 'Ora qué, ¿me quieren madrear? ¿Les pido perdón? Ni madres.
–Bueno, dínos, a ver, ¿a qué te dedicas? --me dijo el Garras, agachado y frotándose la frente, yo creo que ya bien mariguano o a la mejor emputado o impaciente.
–P's, yo... escribo. Escribo cuentos.
–Puta madre –comentó el Sobado sumergido en un trance vacuno de mota, con ojos entrecerrados.
–¿Ya ves, güey?, eres la misma cagada –ofendióme el Charanga y ridiculizó lo peor que podía–: ya sé...: “una vez iba caminando la gansita moviendo sus nalguitas a traerle churrumais con atole a sus hijitos”.
–Esos no son cuentos.
–Entos qué son...
–Bueno, de ésos no escribo.
–¿De cuáles escribes?
–Pinches güeyes, que no les dé muina, cabrones. Si escribe cuentos pues qué a toda madre –me defendió la hermosa putita–, que no les arda la jeta de envidia, culeros. No les hagas caso, manito, tú sigue escribiendo. Es más, cuéntame un cuento ¿no?
Por fin entró al alegato Ranulfo, el Gómora, pontífice, poseedor absoluto de la verdad última e intrínseca, calmudo y autocomplaciente.
–Lo que pasa es que aquí llegan muchos intelectuales. Cuates muy güevones que no saben qué hacer y, como dice mi buen amigo Cornelio, el Charanga, pues la verdad sí, nos roban todo y luego se jactan de lo que no les pertenece. Y el barrio no tiene ningún beneficio. Aquí tenemos nuestros intelectuales propios, no necesitamos de afuera. Y tú, mi cuate, ¿cómo dijiste que te llamas?, bueno, no importa, pues no sabemos tus intenciones. Vienes a echarnos flores gratis. Nosotros no damos nada gratis, tú lo has de saber. Tampoco lo queremos. Este barrio tiene su historia y mucha gente nos reconoce. Muchos que nunca han pisado Tepito dicen que nacieron aquí. Pues para pararse el cuello. Y tú... ¿qué?... Tú no eres nadie... Estás aquí porque vienes con mi gran amigo el Tony. ¿Serás como los demás? A ver, dínos...
–¿Y ustedes quiénes son?, ¿tú qué chingaos haces? –le dije al Charanga.
–Pos yo te voy a decir, la neta soy ratero. ¿Cómo ves?
–Mis respetos, cabrón.
–¿Sabes a qué me dedico, güey? –dijo el Sobado levantándose por primera vez desde que le jaló al chuby, pero con una sobria vivacidad y su acento barrioso, agresivo--, le meto a todo. Me atasco de mota, de alcohol, arpón y hasta al chemo le atoro. Eso es lo que hago, güey, ¿qué pedo?
–Aquí la chamaca es putita, ¿qué te parece?
–No p's está bien.
–Bueno, ya'stuvo, a inflar y a dejar de hablar –proclamó Nallely. Y pasó a la ofensiva–. Y tú, pendejo, no me digas puta ni mucho menos putita que no pido ni quiero compasión de nadie y menos de un pendejo y puta será tu chingada madre que lo da gratis. Yo soy una se-xo-ser-vi-do-ra, ¿entiendes, mierda?
–Ya, ya... No se quieran lucir, mis chavos. ¿Ya ven?, ya cayeron. Le están dando el material. Mira, mi amigo, ¿cómo dices que te llamas?, no le hace, ¿cuántos años tienes?-- me habló el Gómora, un verdadero profesor frente a su alumno tarado.
–Cuarenta y cinco ¿y eso qué?
–No, mira, yo ando en cincuenta y ocho. Tengo más experiencia que tú y los que están aquí. Sé más de la vida. Estás muy verde para mí.
–¿Experiencia? ¿En qué?
–¿Cómo en qué?, en la vida.
–Ranulfo, tú eres el hombre más güevón que he conocido en mi puta vida –agredió la putita–. Has tenido que meter a trabajar a tus hijas y a tu vieja, a mi chingada madre porque el señor no quiere molestias prefieres llenar de putas tu casa. Desde que tengo uso de razón estás aplastado en la puerta de la vecindad vendiendo mariguana y rascándote las verijas.
–Mira, pinche puta podrida, tú cállate. Al rato me arreglo contigo. Ya sabes que no me tienes que contradecir nunca delante de la gente. Ya nos veremos al rato, hija de la chingada–. Dije para mí “así que ésas tenemos. Mira qué clase de respetable señor”. Casi temblaba yo de coraje. Aspiré hondo y acumulé rabia sin saber muy claramente de qué manera estrellársela en la jeta y le pregunté:
–Ah, claro. En la vida. Ya veo. ¿Cuántas veces has estado a punto de morir?
–Bueno, mira, en primer lugar a mí no me tutees, creo que mi edad y mi experiencia merecen respeto. En segundo lugar, yo siempre me he cuidado, nunca he tenido problemas.
–Bueno, señor, como usted quiera. ¿Alguna vez ha estado en una guerra?
–Cómo crees...
–¿Lo han torturado, ha estado en la cárcel?
–Qué pasó, yo soy un hombre de bien. No me meto con nadie.
–Bueno, ¿ha sido amado hasta la muerte? ¿Por lo menos alguna mujer ha intentado matarse por usted?
–Ja, ja... Eso pasa nada más en las películas.
–¿En su vida ha hecho algo como para que lo manden matar, un acto de rebeldía muy cabrón y contra el gobierno, o por lo menos ha encabezado un movimiento social? ¿Nunca ha matado a un ser humano? Algo que valga la pena.
–Ya te dije, muchacho, que soy un hombre pacífico. Ahora todo eso ¿qué?, no seas provocador.
–Le ha metido a la droga o ha sido ratero como estos camaradas?
–Ya no te voy a contestar, mano. Ya estás alterado.
–No, dígame en qué tiene experiencia. ¿Lo han violado? Aquí está Juanita, bueno, Nallely, ella sabe algo de eso. Díganos.
–Mira, cabrón, ya cálmate. ¿Qué chingaos quieres conmigo?
–¿Por lo menos sabes matemáticas o has inventado algo para bien de la humanidad o has escrito un libro? Pero de qué putas puedes tú escribir un libro. ¿Qué has hecho, cabrón, en qué está tu chingada experiencia? Se me hace que eres puro pendejo y tu pinche vida es una cagada–. Le escupí preguntas y coligencias en la cara, brutalmente.
–¡Hijo de tu chingada madre! ¡Pártanle la madre a este hijo de perra!– Ranulfo se puso de pie emputecido de furia. Enrojeciente de rabia el rostro, gritaba a los otros y manoteaba azuzándolos. El Charanga y el Garras se pusieron de pie violentamente, pero antes de agredirme miraron a Matías y se sofrenaron. El Sobado murmuró “sí es cierto, don Ranulfo es ojete, todos son ojetes” y con la quijada a las manos seguía tranquilo y atento la acción. El Tony, con gran calma, apartó de su regazo a la putita, casi trabajosamente de lo ventrudo se levantó de su cajón y miró feamente a los tres que estaban de pie. Con eso los congeló. Extrajo (me pareció que la obtenía del interior de su abultado vientre) una espantosa pistola negra, brillante y descomunal. Caminó tres pasos hasta Ranulfo Gómora y lo encañonó a dos centímetros de la frente. Escuchamos el siniestro chasquido metálico al tiempo que accionaba para cortar cartucho. Ranulfo empalideció lastimosamente inexpresivo hasta lo cerúleo en un par de segundos.
–¡Híncate, cabrón! –El Gómora obedeció torpemente, empavorecido, casi se cae. El Garras se volteó para otro lado, el Charanga se tapó los ojos, sólo Nallely se abalanzó con violencia, rabiosamente, con las manos en ristre como una desesperada ciega, a arrebatar la pistola de las manos del Tony. Éste la detuvo desde su gran estatura con la mano libre y le dio un bofetón de revés que la derribó. Entonces tronó el estallido que sacudió a toda la vecindad, tronido brutal y brevísimo, seco. El Gómora se derrumbó con un extraño, espantoso grito agudo, breve, chillido de desesperación. Aseguro haber visto que convulsionaba. "Ya lo mató este cabrón" me dije. El balazo llamó la atención y de inmediato había cincuenta mujeres y niños alrededor. Se oyó un grito femenino: "¡Ya mataron a don Ranulfo!". Matías Talamantes, el Tony, previsor, no soltó, no guardó, ni siquiera bajó el cañón de la pistola, quizá por eso nadie nos agredió. Agarró a Juanita por un brazo arrastrándola hacia su carro y me dijo vámonos.
–Se lo merecía el hijo de la chingada. A ver si se le quita lo mamón --Juanita lloraba sin control, histérica: "¡para qué lo mataste, para qué...!". La noche ya estaba entrada. Caminamos hacia el auto.
–Sí, a todos se les quita lo mamón cuando mueren–. Contesté cínicamente. Agregué: –no mames, cabrón, no era necesario–. Nos metimos al carro. En lo que me pareció un criminal alarde de sangre fría, el Tony no encendía el motor del coche, miraba apaciblemente hacia el interior de la vecindad. A unos diez metros y desde el coche veíamos el tumulto rodeando al muerto.
–No seas pendejo, Chucho –me dijo–, míralo al hijo de la chingada. –Volví a mirar: Ranulfo Gómora, presunto occiso, estaba de pie con la cara blanca y gesto de insufrible susto, era atendido, consentido, acariciado por mujeres vecindarios–. Pistola de juguete. Bala de salva. –Pronunció el Tony lentamente, casi divertido y mostraba el horrible juguete antes de devolverlo a su vientre–. En fin. Siempre se me hizo un güey, ¿cómo te diré?, engreído. –Por fin accionó el encendido del carro y avanzamos en silencio. Juanita, la putita, lloraba y reía quedamente con las manitas sobre su rostro, de pronto decía "qué cabrón es este hijo de la chingada, qué cabrón". Después de un rato, ya fuera de Tepito, calmoso, el Tony me dijo:
–Ya tiene algo importante en su vida el pendejo. Estuvo cerca de la muerte. –Y nos fuimos a la cantinita que dijera para cerrar la noche.

martes, 7 de agosto de 2007

Caza de Citas

Caza de Citas

Pterocles Arenarius

Amo de tu silencio.
Esclavo de tus palabras.


Nota: lo que va hoy en azul es porque ahora la mierda es azul. Lo que va en rojo es porque estamos bien encabronados.
Andrés Manuel tiene toda la razón del mundo cuando dice que al primer… ppp (¿triple p, no perdón), al primer diputado del Frente Amplio Progresista que apruebe (léase bien, apruebe) la ley Fecal de reforma impositiva le retirará el saludo. Estoy de acuerdo, pero además que se lo demandemos todos los que votamos por ellos.
Estoy de acuerdo con Andrés Manuel porque si alguien me robó algo, mi coche, por ejemplo y luego quiere que negociemos y hasta me acusa de intransigente por no negociar. De plano hay que mandarlo a chingar a su madre. Pues yo sí negocio, pero primero devuélveme lo que me robaste. Y sobre lo robado ¿quién va a negociar?

Pues si los billetes no son lo importante para este imbécil, ¿por qué se los repartieron?, ¿por qué no los entregaron al público? Si es que no son importantes.
El titular de la Procuraduría General de la República (PGR), Eduardo Medina Mora, aseguró que en el caso del empresario mexicano de origen chino Zhenli Ye Gon, lo importante “no son los billetes, sino el hecho de haberlos encontrado en el domicilio (del empresario) de las Lomas de Chapultepec”.

Ahora el clásico rollo de los que quieren engañar. Pero ¿quién les cree? Ciertamente ni ellos. Ni las ratas azules le creen.
(…) dijo que “los billetes no son evidencia, es evidencia el haberlos encontrado, y por consecuencia la certificación que hace el Ministerio Público Federal”.
Agregó que existe una confusión entre lo que es el material y el cuerpo del delito, pero “ciertamente cuando se acredita la existencia del numerario éste puede ponerse a circular”.
(…) descartó que el caso Ye Gon esté vinculado con la presencia de la mafia china en el país (eso sí se lo creemos, porque está vinculado a la mafia mexicana que se robó las elecciones); se trata más bien, añadió, de “la actividad relacionada con el narcotráfico y delitos contra la salud, de un ciudadano inicialmente chino, naturalizado mexicano (…) y con una actividad relacionada con los cárteles de la droga”
. También esto le creemos, con el nuevo cártel llamado Acción Nazional.
La Jornada, miércoles 1° de agosto, nota de Eduardo Martínez Cantero.


Más allá del humor, que un hijo de la chingada nos hable así, o que nos hable al chilazo y nos diga sin hipocresías: “repartiremos condones nada más a los jotos” y deje de ser hipócrita.
“Entre la comunidad homosexual sí hay que seguir apoyando; entre los jóvenes, en general, yo creo que no le corresponde al Estado repartir condones. Si alguien quiere, y déjame llevarle a un grado chusco: ¿por qué nada más condones? Vamos repartiendo un six de cerveza y vamos dando vales para el motel, de modo que el gobierno pague la diversión de los jóvenes.
“Oye, no. No le toca al gobierno pagar las cervezas en el motel. Bueno, creo que tampoco le toca repartir condones en la comunidad en general. En la comunidad homosexual sí, porque está considerada en alto riesgo de contraer sida. Entonces ahí sí le toca al gobierno hacer conciencia y aportar los condones.”
Finalmente, dentro de su hipocresía, su pendejismo los hace balconearse solos, su pendejismo y sus prejuicios decimonónicos no les dan para hablar con demagogia, con mentiras. Su estupidez los hace traslucir su racismo, su sexismo, su podredumbre.
La Jornada, 6 de agosto. Nota de Juan Carlos G. Partida.


Y mientras nos “gobiernan” estos ineptos al país que se lo lleve la chingada, la educación que se vaya a la mierda, es decir, con Elba Esther, que la televisión siga educando a los mexicanos.
De siete áreas evaluadas a los alumnos de tercer grado de primaria, historia obtuvo los peores resultados –ya que 56 por ciento de los estudiantes se encuentra por debajo del nivel básico y sólo uno por ciento está en el avanzado–, seguida por expresión escrita y geografía, en cada una de las cuales 46 por ciento de los educandos no tiene siquiera conocimientos esenciales y, en el caso de la primera, cero por ciento, es decir, ningún alumno, se ubica en el rubro de mejor rendimiento, reveló el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE). Nadie, nada. Cero. Es la calificación de la educación que proporciona el gobierno.
Lo anterior se traduce en que 70 por ciento no puede reconocer a los principales personajes de la Revolución Mexicana, 77 no distingue medidas del tiempo como días, lustros o siglos, mientras 54 no sabe identificar el descubrimiento de América y apenas 34 por ciento puede distinguir la duración del Porfiriato y los periodos históricos de la Colonia, la consumación de la Independencia y de la Revolución. ¡Bravo, idiotas! Se están acercando a su gran objetivo: convertir a una generación de mexicanos en analfabetas.
En geografía las cosas no son muy distintas. Apenas 26 por ciento ubica las colindancias de su propia entidad y un porcentaje igual puede reconocer las consecuencias de la migración. Los niños no saben leer, no saben donde viven, no saben quienes son ni de donde vienen.
En formación cívica –que después de ciencias naturales y comprensión de lectura tiene el menor número de alumnos por debajo del nivel básico–, sólo 27 por ciento reconoce a las autoridades locales y nacionales, 26 no identifica los símbolos patrios y 69 no sabe que la Constitución es la ley suprema. Llama la atención que 65 por ciento no considera el trabajo como la única manera digna de obtener satisfactores. Adelante Elba Esther, ai la llevas.
En expresión escrita, la investigación muestra que los niños no tienen habilidad para estructurar y realizar oraciones con una secuencia. Unicamente 24 por ciento puede escribir un recado y 3 por ciento utilizar el formato adecuado para hacerlo, además de que apenas uno de cada cinco saben escribir una oración temática para organizar ideas y sólo 12 por ciento tiene habilidad para introducir diálogos directos o indirectos en textos.
Asimismo, sólo uno por ciento puede utilizar la puntuación convencional y apenas 8 por ciento recurre a ideas originales en una descripción. Y el presidente espurio se apoyó y se apoya en el sindicato más corrupto, con la charra Elba Esther Gordillo. ¿Así le vamos a creer algo al presidente espurio? ¿Así vamos a pedir que los diputados de oposición transijan? ¿Así quieren que los maestros dejen de protestar?
La Jornada, 7 de agosto. Nota de Karina Avilés.

Mientras tanto qué…
El empresario mexicano Carlos Slim Helú fue colocado por la revista Fortune a la cabeza de los hombres más ricos del mundo. ¿De dónde sale la riqueza de este sujeto?
Por arriba de la fortuna de Bill Gates, quien desde los años 90 ostentaba ese título, la riqueza de Slim Helú asciende a 59 mil millones de dólares, según las estimaciones de la revista especializada en negocios. Esa cantidad, señala, equivale a más de 5 por ciento del producto interno bruto de México (PIB).
No defenderé a Bill Gates, porque toda fortuna tan desmesurada no puede tener un origen legítimo, pero la empresa del gringo Gates, Microsoft, aun con los abusos que comete, aun con el monopolio que intenta imponer, está haciendo una revolución mundial. Pero Slim Helú ¿qué está haciendo?: robando a cien millones de pendejos, con la complicidad del gobierno.
Según un amplio reportaje titulado “Slim, el hombre más rico del mundo”, Fortune equipara al empresario mexicano con multimillonarios estadunidenses como John D. Rockefeller y J. P. Morgan, y sostiene que su riqueza rebasa en mil millones de dólares a la de Bill Gates, el fundador de Microsoft.
Los primeros ecos del encumbramiento de Slim Helú como el hombre más rico del mundo se difundieron el 29 de junio de este año por Internet, en el sitio Sentido común, especializado en análisis económicos y financieros. Allí se calculó en 67 mil 800 millones de dólares la fortuna del empresario. En los últimos seis días el monto de su riqueza, y la rapidez con que se incrementa, parecen colocarlo en el centro de atención de los medios, particularmente estadunidenses.
El servicio telefónico más caro del mundo en uno de los países que entre sus pobres tiene a gente de la más pobre del mundo. El sistema económico mexicano es inviable, es contra la humanidad. Esto va a estallar.
Apenas el sábado 4 de agosto, The Wall Street Journal Americas publicó que en los últimos dos años la riqueza del empresario mexicano “aumentó más de 20 mil millones de dólares, al sumar actualmente 60 mil millones, una cantidad mayor a los 56 mil millones que estiman posee Bill Gates”. Eso no es ganar. Eso es robar.
Amplio en su extensión, del artículo publicado por The Wall Street Journal Americas fue inusualmente duro desde su encabezado: “Los secretos del hombre más rico del mundo”. En su sumario: “El mexicano Carlos Slim gana sus miles de millones (billions en inglés) a la antigua: con monopolios”. Y desde la primera línea: “Carlos Slim es el señor monopolio de México”. ¿Por qué no lo dice así Televisa?
En “una entrevista inédita, sencilla y sin agenda con un pequeño grupo de periodistas”, que duró unas tres horas, según la Agencia France Press, el empresario comentó este fin de semana: “no me importa ser el primero” en la lista de millonarios.
En el encuentro no se dejaron de lado las críticas vertidas al crecimiento de la riqueza del magnate. “Sin embargo, Slim Helú tiene dificultades en su imagen pública, pues hay quienes le reprochan tener una ‘fortuna indecente’ en un país con 50 millones de pobres”, contextualizó la agencia.
La condición humana es de insaciable en su peor faceta. Salud, señor Carlos Slim Helú (exsocio, exaliado y ¿prestanombres?) del peor político mexicano (el peor para México) de la historia: Carlos Salinas de Gortari; es usted el paradigma de las peores inclinaciones humanas. Ahora un aforismo a su medida:

V

La pasión más bella no es el dinero (el dinero se considera un bien, pero su ausencia se vuelve un mal), pues con demasiado dinero se accede al privilegio más vulgar, el privilegio del cerdo: comer y cagar y en exceso será potenciado hasta el supercerdo: comer demasiado, cagar demasiado. Una pasión vil.

Pero, atención, he aquí el secreto:
“Compro en tiempos difíciles, (dice el empresario mexicano, al explicar con lujo de detalles cómo construyó su fortuna y, según su nueva filosofía), ‘la mejor inversión es combatir la pobreza’, porque así se ‘fortalece el desarrollo del país’”, apuntó France Press en su nota. Y venga el cinismo. Pero no se limite a la hipocresía señor más rico del mundo: díganos también que su socio o su patrón quizá es Carlos Salinas de Gortari.
Según estos reportes, el valor de los activos de América Móvil, Teléfonos de México, Carso Global Telecom e Inbursa, cuatro de los corporativos más relevantes del conglomerado empresarial impulsado por Carlos Slim, aumentó en 8 mil 175 millones de dólares entre junio del año pasado y el mismo mes de 2007, y esto representó un incremento anual de 9.5 por ciento. Mientras el país crece al uno por ciento o decrece y los salarios disminuyen, el supercerdo crece al 9.5. Aleluya. Más votos a FeCal y al Partido Acción Nazional.
La Jornada, 7 de agosto de 2007. Nota de Juan Antonio Zúñiga.

lunes, 6 de agosto de 2007

Nur de Noruega y Encarnación Vital

Nur de Noruega y Encarnación Vital

Pterocles Arenarius
El amor con el odio son una y la misma cosa, pero de polaridad opuesta; igual que la vida con la muerte. Y no es raro que el amor y la muerte se mezclen y se confundan.

Nur Galardth fue por tres semanas novedad asombrosa en el pueblo luego de su llegada. Cuando ocurrió el suicidio de don Atenógenes Alquería, por causa de sus amores la hicieron objeto del más fuerte odio que se recordara en el pueblo. Y luego, al decirse que por su causa perdiera la vida horriblemente don Cundardo Albarradón, Nur Galardth se volvió motivo también de terror. Había gente que ya deseaba, en secreto, matarla (quemada en leña verde de preferencia). Otros, preparando el terreno, empezaron en público a llamarla bruja.
Finalmente un hombre de mucho respeto en el pueblo, don Teodardo de Lauros, entró en tratos de comercio amoroso con ella, por lo que Nur estuvo a punto de ser expulsada en un hecho que la esposa de Teodardo, doña Encarnación Vital, se dice, alentó hasta con dinero pagando a vociferantes cuasi profesionales para que escandalizaran –una medianoche de incendios y violencia generalizada en el pueblo– acusándola de hechicería, pero el propio Teodardo, con su poder e influencias de funcionario, impidió la expulsión para la desgracia fatal de su propia existencia, la de sus tres hijos y, sin dudarlo, la de su esposa Encarnación.
Teodardo hizo la ronda a Nur y ella le demostró algún interés. Una mujer, decían –oh paradoja– indecible, o insoportablemente hermosa y, peor aun: diferente tanto a lo que conocemos como hermoso, pero también diferente a todo lo que conocíamos. La inaudita belleza de Nur se consideraba, por las mujeres del pueblo, una simple pero peligrosa exageración de machos y fue razón de disparates monstruosos e inestabilidad en el pueblo.
Ella era descarada o candorosa. Se daba a la vista de los hombres desde detrás de su ventana. La casa que fuera de Nur es una de las más hermosas del centro del pueblo, un palacete construido en el siglo XVIII al estilo rococó por un marqués español de sangre. Tras la ventana, transparente de día y traslúcida de noche, con la luz natural se aparecía la mujer, vestida con una blusita que no le tapaba el torso completo… y nada más bajo esa prenda porque de la cintura para abajo se descubría más que cubrirse, con un pequeño calzón –que hemos dado en llamar con la inapropiada palabra short– las largas y perfectísimas piernas, como dos columnas de templo que entre muchos más atributos la hacían tan diferente a las mujeres de aquí, chaparritas, de piernas cortas y cuerpos de curvas violentas.
No es tan difícil explicar el revuelo por Nur en el pueblo. Decían que llegó de un país que se llama Noruega en el que no hay más que hielo ocho meses al año. Era blanca como las primeras nubes del verano ardiente, mientras que en el pueblo todos somos morenos. Alta como sólo los hombres más altos, ninguna de nuestras mujeres concebía siquiera competir con ella y su metro setenta y ocho de estatura. En tercer lugar, era casi albina o más bien rubia platinada, tanto, que bajo nuestro sol incendiario de trópico, Nur deslumbraba y en pocos minutos su piel se veía con una intensidad sonrosada como la de un bebé; mientras que aquí nadie tiene el pelo de otro color que no sea el no color negro hasta antes de los sesenta años y nuestra piel, rigurosamente hablando, es café con diferentes tonos de oscuro para cada persona. Nur tenía ojos de color cambiante con la luz del día y era casi incapaz de abrirlos al mediodía de sol a plomo, hora en que éstos eran de un azul acuátil y blanquecino; veía mejor en el alto amanecer, cuando adquirían un verde nítido y llegaban al azul violáceo en la tardenoche, oscureciendo. Mientras aquí somos de ojos permanentemente negros, o a lo mucho cafés oscuro.
Las mujeres del pueblo empezaron a pensar que Nur era idiota un día que salió de su casa en chanclas y bata de baño, se encaminó al río y sin cuidarse de miradas de macho se metió en las aguas que se nos regalan en la corriente, después de quitarse la bata y mostrar que había llegado a bañarse sin prenda alguna. Se dice que a partir de ese momento, un borrachito que por años deambulara por el pueblo, llamado Fidelino el Cimarrón, se volvió loco de ver tanta deslumbrante blancura en piel de mujer desnuda. Porque antes de eso nada más era borracho, pero estaba bien de sus facultades. Pues la versión es que al encontrarla de cerca en el río en esa desnudez de blancura inconcebible, con ojos azul de cielo porque ya pasaba de mediodía, pelo color de plata tornasolando hacia el oro y un cuerpo níveo y perfecto como de diosa griega de mármol, perdió las últimas conexiones que conservaba con la realidad terrena y además quedó parapléjico y con secuelas del mal de Parkinson. Su caso fue estremecedor porque sus brazos incontrolables se mantienen en una temblorina que hace pensar a las mujeres que su invalidez es debida a la practica el vicio nefando de Onán y ellas, moviendo la cabeza y hablando por lo muy bajo, con pena infinita, se inclinan a darle dinero en monedas. Y se asegura que esta desgracia de Fidelino se debe a la letal visión de la desnudez de Nur durante aquel baño de río.
En las noches la mujer blanca deambulaba totalmente desnuda atravesando por las ventanas iluminadas y de cortinas traslúcidas. Se volvió una especie de tradición vergonzante para los hombres pasar por la casa de Nur. Anhelaban verla desnuda y odiaban que alguien supiera de esos ardores. Cuando se encontraban en la acera frente a la casa de ella, se hacían bromas despiadadas o trataban con desesperación de no ser vistos. Se decía que algunos se plantaban tan ocultos como era posible sólo para verla atravesar por el trasluz de sus ventanas, desnuda como una alucinación.
Hoy algunos presumen de lo que entonces era vergüenza y pretenden poseer fotografías de desnudos de la hermosa, tomadas gracias a haberla espiado con paciencia de astrónomo durante largas noches tras un telescopio de diletante adaptado a la mejor cámara.
Atenógenes se voló medio cráneo y la mayor parte de la masa encefálica de un balazo desmesurado que salió de un pistolón de grueso calibre que él mismo accionara cuando ella lo rechazó sin piedad ni la menor consideración a las amenazas del hombre. Hubo trato entre ellos, por supuesto. Dicen que Atenógenes salió de la casa de ella horriblemente humillado y regresó con el arma que tan enorme era que ni siquiera la sostenía con firmeza en su mano. Que le gritó al balcón “Sal a contestarme, mujer, o me mato”. Ella, contra sus diarias costumbres de tres meses en el pueblo, ni siquiera encendió la luz de su recámara en primer piso, ante la cual Atenógenes vociferaba.
“Repíteme que no soy nadie para ti”. La respuesta fue encender la luz dos segundos y apagarla de nuevo. Él se acercó. “Repítemelo” volvió a gritar. Y la luz no se encendió. Entonces él apuntó tembloroso, con inseguridad, hacia su sien, pero provocó desconcierto a quienes lo miraban al disparar al aire provocando un sonido espantoso como cañonazo en medio de la noche absoluta. Y no hubo respuesta. En efecto, él era nadie. Entonces esperó el minuto más largo de su vida y al final dirigió lento y tembloroso la boca de la negra y enorme pistola contra su cabeza y disparó sin contemplaciones. A pesar del temblequeo de su muñeca el disparo fue asombrosamente preciso, tanto que sangre, masa encefálica y pedazos de hueso del cráneo quedaron esparcidos desde donde cayó el cadáver entre convulsiones de muñeco descoyuntado y hasta diez metros más allá en una formación perfectamente geométrica de líneas rectas divergentes, como el trazo teñido de rojo que hubiera hecho el soplido de un gigante.
Cundardo Albarradón fue más drástico y luego de ser rechazado de principio por la bella se acercó directo a su casa, animado por la abundancia de los vapores alcohólicos y sus propias bravatas que otros borrachos le celebrasen en la cantina y según él dispuesto a raptarla de su propia casa desafiando leyes y autoridades del cielo y de la tierra.
El incidente fue confuso: Albarradón murió fulminado por una hipotética electrocución cuando se dirigía a la casona de la mujer. Una versión afirma que después de alardear en la cantina y dirigirse ya medio borracho al centro del pueblo para llegar a la residencia de Nur, los que lo acompañaban refieren que se detuvo a exonerar la vejiga en una esquina y se dice que quizá había cables eléctricos pelados de una instalación subterránea. El chorro de orina fue conductor de la presunta descarga eléctrica de alta tensión que lo hizo volar cinco metros y lo mató de manera tan fulminante que cuando cayó ya era un cadáver ennegrecido al que la ropa se le encendió en concéntrica quemazón cuyo centro era la bragueta. El cuerpo carecía ya del atributo de macho. Y cuando fueron a revisarlo le salía humo negro por la boca y por la nariz en medio de una peste de quemadero de rastro. Circunstancias que –las mujeres se empeñan en sostener– hacen pensar a algunos que fue fulminado por la furia del propio Satanás. Por malignas instancias de la negra magia de la blanca mujer: Nur.
Ellas siguen asegurando que no fue un accidente. Y achacaron a Nur pactos satánicos, poderes infernales tan inconcebibles como para incinerar ipso facto a un cristiano. Y no faltó la idea de que ella era el vivo demonio o la muerte personificada.
La hermosísima mujer soportó la actitud destructiva de la gente del pueblo poco tiempo. Don Teodardo de Lauros se encargó de asumir su defensa y exaltar su reputación. Y ella, a pesar de todo, temerosa de las reacciones del pueblo ante sucesos tan desafortunados, admitió la compañía de Teodardo.
Un mal día Nur Galardth y Teodardo de Lauros desaparecieron del pueblo. Dejaron la casa de ella y la mujer de él abandonadas. Semanas después cuadrillas de trabajadores desmontaron la residencia. Nadie consoló a la dejada. Ellos ya habían volado. Y por fin, con el tiempo, el pueblo volvió a la normalidad aunque con los daños –dos muertos, muchos maniacos, un desaparecido y un loco que antes no había– que, según la gente del pueblo, Nur causara. Nunca se supo del destino de Teodardo de Lauros. Y pasaron más de dos años. Un buen día llegó un hombre desconocido que se instaló en la casa que fuera de Nur.
Era casi tan misterioso como ella pero jamás despertó tanto interés y el hecho de que se pusiera a vivir en la que fuese residencia de Nur generó desconfianza por más que el acto fuese, según los leguleyos del pueblo, perfectamente legal. Nadie recordaba en la región a ese hombre, pero él, por su aspecto, hacía recordar vagamente a Teodardo de Lauros en un lapso de posible mala apariencia de aquel hombre recordado por elegante. Éste era una copia achicada y degenerada de aquél. Huraño, triste e intrascendente, pronto quedó en el olvido.
Mucho tiempo después ese hombre se volvió borracho y en las charlas de cantina ostentaba ser el mismo Teodardo de Lauros y aseguraba haber muerto. Y juraba haber resucitado. Exigía ser creído al sostener el hecho de su resurrección y regreso del mundo de los muertos a donde ella, Nur, lo condujera y de donde fuera redimido para convertirse en otro. Se refería, para comprobar su identidad, a su vida anterior con Encarnación Vital como si, en efecto, hubiera sido otra existencia. Refería detalles que, cuando se los contaban a la supuesta viuda de Teodardo, la hacían estremecer porque eran espantosamente ciertos e íntimos. El hombrecillo se justificaba diciendo que había hecho lo que había podido en su primera existencia y que ahora, en esta segunda, sólo esperaba otra muerte después de haber conocido el más allá, tanto el paraíso como el infierno conducido por Nur, viviendo con ella, para ella. Luego se embriagaba hasta quedar tirado en las calles como si muriera. Y despertaba víctima de resacas que lo hacían parecer, en efecto, como si hubiera regresado del otro mundo.
Encarnación lo desconoció, aunque en la intimidad refieren que acepta que es Teodardo, pero degradado por una muerte y un renacimiento que sólo le están sirviendo para pagar los pecados que cometió en la vida que hicieron juntos. Y hoy ella goza de los bienes del otro Teodardo, el muerto. Mientras él sufre los males de éste, el vivo, el resurrecto, el que amara a Nur.

viernes, 3 de agosto de 2007

La Fiesta (Cuando bajaron los ratones)

La fiesta

(Cuando bajaron los ratones)




Por el gusto y las delicias de contar.
Chucho López

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Estábamos en Auza chupándonos unas caguamas. Ora verás…, eran el Neto, el Caimán, el Céfero y pos yoni, ¿no? Varios de los más chavitos por ahi andaban, nomás chutando. Yo estaba acabadito de salir del tanque, me aventé cuatro días allá adentro. Los cuates me contaban de la tocada de los quince años de Susi, la Tamal; la hija más grande del Matador, el pinche raterote ese. Según dijeron estuvo en grande el bochinche, bien chido, me cai. Bueno, yo no estuve porque me apañaron en la bronca que hubo en una de las lonchas de había aquí en Corregidora, La Acelerada, se llamaba. Me acuerdo que el día que caí, pasé por ahi de volada, na’más pa’ver si había alguien. Si he sabido me cai que ni paso. Sabía, cómo no, que siempre hay alguien. Salí de chambear, había dejado mi camión en la Plazuela de San Lázaro. Ya ves que ahí estaba la terminal. Traía yo un Gustavo A. Madero. Entró mi relevo y órale, ahi nos vemos. Así na’más de lejitos me asomé. El Tomatón y el Céfero tenían dos tres guamas de pura pantalla, porque debajo de la mesa escondían su frascote. Don Martín el de La Acelerada vendía el chínguere acá bajita la baisa y a los puros cuates. “¡Quióbole, cabrón!, véngase pa’cá, a ver que se toma putito”, me dijo el Tomate; ya traía ocho que diez puñaladas entre pecho y espalda el buey, más o menos a medios chilazos. Y todavía voy de sacalepunta: “qué, a poco crees que puras pinches caguamas”. “Ooh, usté nomás arrímese y va’ver”. Sí, pos que sacan y que empieza el tiroteo. Nos aventamos unas cuando llega el Bailarás. “¡Qué onda, güey!, aviéntese una con sus meros valedores, o qué transa”, le dijo el Céfero. Pa’pronto que se agrega, p’s si le encanta. Al ratón, cuando ya estábamos más pa’llá que pa’cá, pero medios plátanos, hasta eso, ni hablábamos; que llegan como seis o siete batos de esos fuereños que hacen que hacen viajes de tráiler de los fletes Santa Fe, que estaba en la Cerrada de Candelaria. De esos cabrones. Son bueyes que se sienten muy nalgas nada más porque son chafiretes de carretera y lo quieren humillar a uno que es camionero de ciudad. Siempre se ponen hasta atrás de pedotes y vacilan a las viejas de la cuadra. Quién que se respete va a aguantar semejantes mamadas. O si no, se la hacen gacha a los escuincles que juegan futbol en la calle. Por eso siempre nos han caído gordos.
Agarraron una mesa, ya venían medios bútagos y traían un pinche alegato bien escandaloso entre ellos, pero uno se vino a nuestra mesa. “Entos qué, muchachones”. Pinche señor acá chaparrito, sombrerudo, gordito y cayéndose de briago. “Mira, jovenazo, en Zacatecas somos puro corazón, chingao; somos gente muy buena y sólo Nochistlán es lindo, me cai de madre”. Y no sé qué más madres estaba ahí diciendo, pero cuando se da cuenta que nadie lo pelaba que se reemputa y que da un pinche manazo bien duro en la mesa de lámina. “Tranquilo, viejo cabrón”, le dijo el Bailarás. Uno de los fuereños vino a querer calmarlo. Hablando quedito nos decía “no lo fumen, jovenazos, es que ya anda muy pasado mi compadre” y nos hacía gestos poniéndose el dedo en el hocico y frunciéndolo como si fuera a echar un besito el güey. “Ya vámonos, compadre” y lo jalaba y este cabrón más terco se ponía. En una de ésas ya se andaban cayendo los dos y que nos tiran las guamas. “A ver si ya calman a su cuate que nomás viene aquí a hacer sus pendejadas” le dijo el Tomatón a los fuereños. Uta pinche borrachito que se indigna todito, ¿tú crees? “A mí ningún chilango culero me pendejea, mira pos éste, orita le vo’a partir su madre”. Chale, para qué lo dijo, carnal, mira, no acababa de hablar cuando ¡rájale, pendejo!, le ha dado un santo putazo, así de revés y en la mera jeta que el pobre buey fue a dar debajo de una mesa. El Tomatón p’stá grandote y bien mamado, pues no mames, es una bestia el buey. Aquéllos se descolgaron de volada, pero pendejos, empezaron a descontar a juan de la chingada y se armó el gran desmadre, mano. Se pusieron los madrazos baratos, no qué digo baratos, ¡gratuitos, carnal! Al ratito ya pedían esquina los fuereños, ya estaban bien madreados. Como todavía era más o menos temprano que llegan dos pendejos azules: “¿¡Qué pasa jóvenes!?”, en plena madriza, hazme el chingado favor. De por sí llegar a la cuadra no muy bien se animaba la tira y estos pendejos aparecen ahí solitos con su pinche batea de babas: “ya’stuvo, jóvenes, calma”. No p’s que los agarramos: “chinga tu madre, pinche policía pendejo”. Que los madreamos también. Me cae que pocas cosas tan chingonas en la vida como romperle toda su madre a un pinche teco. Pero ¿qué crees?, de seguro uno de estos cabrones habló por el radio de la patrulla y mira, en un ratito ya teníamos como unos cuarenta bacinicos con garrote, máscara y escudo y toda la cosa, chingao. Ya sabes que el cuartel de los granadas estaba aquí en Balbuena, p’s cerquita. Un fonazo y de volón que bajan. “Así que muy picudos, cabrones, ¿no?”. “No, pos así sí, lo que usté diga, señor. No hay pedo”. “Cállese y jálele, hijo de la chingada, órale, pa’rriba”. Y a puro garrotazo en las patas, hijo.
El Tomatón, que fue el que más madrazos repartió, ni vimos a qué horas desafanó, y el puto del Bailarás, muy picudo, muy malamadre, pero me cae que yo no vi si le entró a los chingadazos y también corrió con suerte, no lo apañaron.
Al Céfero y a miguelito sí nos tocó irnos a chingar, fuimos a dar a la Vaquita, dizque a quincear, pero nel, ni madres, a los cuatro días nos dieron la viada, bailándoles cualquier billete, ya sabes. Pero sí está cabrón caer, carnal. Hay que estarse partiendo la madre cada ratito: que ya te quieren bajar tus cacles o que presta la chamarrita o de plano, no falta cabrón que te quiera hasta coger, mi tío. Pues la neta, no mames, si yo no le hago a la coca cola hervida. Chale, ¿no?


2
Luego que salimos nos dijeron “uta, cabrones, no saben lo que se perdieron, la tocada de la Tamalito estuvo de pelos”. Y empezamos a libarnos unas caguamas allí en Auza. “Pos a ver, cabrones, cuenten de perdida, carajo”. Así pregunté un chingo, inflando. Y ahi te va todo lo que saqué.
Por aquel entonces el papá de Susana, la Tamal; Manuel el Matador andaba en la tira. Ya ves que a veces los rateros roban honradamente, pero cuando la ven muy gruesa y p’s pelona se sientan; o sea, se meten de tirantes. Va un billetote y papas. Entran a robar con ventaja, con placa. Uta, hubieras visto cuando el Matador era la ley, no mames. La primera vez que lo vi dije quiobo si éste es de los meros raterazos; porque uno llega a robar a asaltar, pero nomás en ondas de briago sin lana. Pero él ha vivido de ratón toda su vida. Su jefe tambor, por cierto lo quebraron en una acción cuando el Matador todavía era chavito. Y su jefa, ¿qué onda?, siempre fue fardera. Si me han contado que a Manuel se lo llevaba en rebozo a atracar en los almacenes, y la neta, como farda era fina la Cata. Como quien dice, él es un profesional y uno es amateur, no me chingues. Pasaba el matador en su carrazo y se paraba viéndonos feo a todos: “órale, pinches vagos, a la chingada de aquí, cabrones, o me los cargo”. Se le trepó regacho, pero la neta es que nunca levantó gente del barrio. Siempre se aventó sus broncas en otros lares y hasta llegó a alivianar a uno que otro valedor que estaba allá encanado. Luego yo creo que extrañó y solito dejó la tira y retornó a ratear, entonces se volvió a todísima madre con los del barrio. Bueno, por la época de los quince años de la Tamalito, aprovechando que era judío, organizó pero chido el toquín. Según me contaron. La vecindad era más o menos grande, pero no cabía la gente. Entonces cerraron la primera de Juan de la Granja, desde Corregidora hasta Auza. Las putas del Chale, que chambeaban en el veintiuno de Juan de la Granja, dejaron de trabajar desde a eso de las tres de la tarde. Las de doña Ramira, la del quince, ésas sí le siguieron, pero al rato ya andaban también en el refuego. Bajaron los más gruesotes rateros, cuates y no cuates de Manuel el Matador. De San Antonio Tomatlán donde abundan cabrones que son hijos de la chingada; de La Bella Helena que son unos perros para pelear; los de El Quinto Infierno, p’s matones y asaltantes; de La Candelaria de los Patos donde presumen que te roban los calzones sin quitarte los pantalones, bueno, pa’qué te digo, lo más grueso. Ahí anduvo el Chavo Narciso, retintero y buen corredor; Mario el Chaparro, tambor retinto pero además chinero; Felipe el Carimula, famoso carterista; don Raúl el Flaco, el más respetado fardero de a la brava por sus grandes güevos; el Güero Patillas que le hacía a todo pero más bien era ojete y mal intento de padrote. También llegaron las más adineradas madrotas de los barrios, como doña Petra la Tecolota que trabajaba en La Candelaria con pura putita provinciana, la Rebeca de San Ciprián que todos los años consigue y conserva una quintito para vendérsela al mejor postor el día de la fiesta de San Geronimito; doña Serafina Mendiolea que tuvo el putero más grande –qué te diré, fácil más de cien putas– aquí en El Cuadrante de La Soledad. Bueno, pa’qué te digo, tanto hicieron que aquí no cabe. Eran flor y nata.

3

Se contrató un sonido y pusieron bocinas por toda la calle. Adentro del veinticuatro, en toda la vecindad había mesas muy enmanteladas de blanco. Bueno, no me lo creas todo porque, la neta, yo nomás estuve hasta la víspera, ya te dije que caí. Todo lo demás ya me lo contaron ¿no?, pero te lo paso tal cual. También se trajo el Matador como unos cincuenta meseros uniformados, acá muy nalgas, padrotes; ¡como si hubiera sido fiesta de rico, cabrón! Pero se dice que ya en la noche los pinches meseros andaban más pedotes que los invitados. En la tarde quesque andaban muy serios y apretados, mamones ¿no? La broza nomás los andaba cabuleando, que ya le tentaban el culo a un mesero aprovechando que no se lo podía cuidar por traer las charolas, o le echaban pico brillándole un filo y con amenaza de muerte o le daban un toque de mota y se lo hacían fumar a güevo: “órale, hijo de su pinche madre, jálele, cabrón”. Y aquél: “No, joven, yo nunca he hecho esto, por favor”. Dicen que era bonito ver a los meseros de camisa blanca, chaleco de figurín y corbatita de moño, muy padrotones y bien mariguanos.
A eso de las cinco de la tarde, según dicen, ya estaba el ruido a lo grande. La calle cerrada y un chingo de gente libando y quemando yerba. El primer pedo que hubo fue entre los de La Bella Helena con los de Juan de la Granja. ¿Qué por qué se soltaron los madrazos?, bueno, por ahi me dijeron que ya se traían de un chingo de tiempo atrás, cuando el día de las carmelitas dos tres años atrás, en la tocada anual del campamento de ferrocarrileros, ya en puntos pedos salieron a madrazos los de aquí con los de La Bella. Pero también me contaron que la neta es que el tiro empezó cuando el Chilacas vio a su vieja la Regina, una morra que antes andaba con él. Es una pinche chaparra morena ella, que hasta se la llevó un tiempo a vivir a su casa. Pero la chava se le fue porque pues este cabrón la tenía en la casa de su jefa y luego el güey agarraba la peda y no se le aparecía en diez quince días. Claro que la hembra dijo qué transa con este cábula y se regresó a su cantón. Lo bueno es que todavía la recibieron. Ya luego empezó a andar con este Rubicel, el Madreardiendo, le dicen; vive en La Bella Helena. Y pos imagínate, pinche Chilacas, pobre cabrón, los ve por acá bien acaramelados, gozando de lo lindo, le ardió al güey me cai que madre que sí, porque además, en un trance briago el mismo, acá entre nos me lo soltó. Y lloraba. No si las viejas son cabronas. Uno de hombre nomás es borracho pero sí las quiere. Ellas no lo quieren a uno, lo que quieren es su casa. Bueno pues se acercaron los cabrones, el Chilacas y el Rubicel. “No pos ¿sabes qué, cabrón?, que yo quiero contigo, la neta sí me pasas”. “¿Ah sí?, pos a ver, cántame al oído y vámonos solitos pa’ver quién se agasaja más chido ¿no?”. “P’s órale pinche bato gacho, vámonos dando, a ver si es cierto que prestas como dices”. Ya sabes y que empieza la madriza. Ahi se estaban yendo, dicen, parecía un tiro chido, pero dos tres madrazos mecos y el Chilacas se culeó. “No p’s mejor ahi muere y como cuates”, empezó el puto. Pero saltó el Periquín que ya andaba bien cruzadote: “Este güey es puto, pero va conmigo, Madreardiendo, ¿sale?”. Pero se caía solo el buey y no p’s creo que de un soplido ¡suelo!, y que se agandalla aquél con dos tres patadas, entonces el Sinforoso que descuenta pero gancho al Rubicel y como el resto de acá brotó los de La Bella se abrieron. Estaban en tierra de apaches. Varios de los de acá se agasajaron descontando y aquéllos la calmaron “ya’stuvo”, decían, “qué onda, no armemos un irigote, calmados”. Y ya sabes, el gritadero de las viejas: “no chinguen, déjenlos madrearse ellos solos, pinches montoneros; ay, que no le pegues, pinche alevoso”. Ya hasta se querían romper la madre la Guajolota con Sonia la de La Bella Helena, nomás porque no las dejaron, ya ves que de repente las viejas son hasta más perras que uno. Eso supe, así que no me lo creas todo.
Ya que se calmó el tiro, de momento ¿no?, porque después resultaron más broncas por lo de ese día, madrizas al topón y con su banda; madrizas que aquí no te voy a contar porque no acabaríamos. El rebumbio siguió en grande, el buti de parejas bailando las cumbias pero con sabor, la rumba, ya sabes, desde la Matancera, Beni Moré, Tony Camargo; ¿pasaron por los danzones?, p’s a güevo, Acerina, Mercerón ¿y el mambo?, p’s mínimo, Pérez Prado, y de repronto también el rocanrol hasta llegar a la salsa, el Willy Colón, Rubencito Blades. Chido el ambiente me cai. Por allá una chava con su galán bien beodo, sosteniéndolo porque él solo ya no la hacía. Por acá las bolitas de los motorolos rolando la grifa y cotorréandolas del uno entre trago y trago.
Por otro lado alguno de los camaradas alegando con su ñora:
–Ya métete, vieja, ya no la hagas de pedo que me voy’encabronar.
–Ah qué hijo de la chingada briago cabrón, bueno habías de ser pa’mantener a tus hijos y no andar nomás de ojete, pinche briago putañero.
–Pinche vieja, ya no me esté chingando que le vo’a meter sus chingadazos, qué no ve que me está poniendo en mal aquí con mis amistades –ya ves que las viejas siempre alegan. Otros vales por acá con su noviecita bien conocida por remilgosa, pero ahí… bailándose unos raspados que ay cabrón, como para decirles oye, hijo, aquí a la vueltecita cobra bara el hotel, ya no sean descarados. ¡Como si lo estuviera viendo, carnal! Uta si habré conocido las tocadas de mi cuadra. Por otro lado el grupo de las chavitas del barrio, muy arregladitas, echando su desmadrito muy de niñas todavía, esperando que los chavos las sacaran a bailar. Por ahi andaban también los putones de por aquí: la Zoraya, que es el puto bailarín, la Platanera que tiene un puesto en La Merced, el Marimacho, que es un puto muy toscote el cabrón y dos que tres, también cotorreándolas de lujo. Ah cómo le tupen al dance esos pinches jotos. Con sus pantalones color de rosa o anaranjados bien zambutidos, sus camisas lilas o moradas, maquillados en rojo y morado, como putas y como siempre, bien farolones los cabrones. La pasaban suave, ya sacaban a bailar a un cuate, ya a una nena o no faltaba cabecilla que invitara un joto al baile. En fin, tanto y tanto hay en el barrio que aquí no te puedo decir tanto.

4

Como a eso de las nueve regresó la Tamalito con su familia de la iglesia. Le hicieron una misa de pocamadre, de alto pedo y a alto precio, en la iglesita de La Soledá. El pinche padrecito le aventó un verbo bien efectivo: “no pos que la moralidá y las buenas costumbres, quesque darle las gracias a Diosito por darte un padre honrado, decente y trabajador”; no hombre, dicen que no se midió el vetarro. Por cierto tiene añísimos regenteando ese negocio, ya está bien carcamán como que ya ni se le entiende, es tío del Jeremías, o quién sabe, porque el chavo no tiene padre ni madre. Este cabrón se hizo nuestro camarada, era monaguillo, mozo y sacristán se robaba las limosnas y se ponía en medio con los pomos y las damas. Como conocía a las putas del Cuadrante de la Soledad, por cierto que había muchas muy piadosas que dejaban muy buenos billetes en la iglesia. Se hicieron de muy buenas migas con el Jeremías y seguido le daban las nalgas y él les regresaba su dinero. O sea que ellas pagaban su limosna en nalga. Varias veces salió premiado el Jeremías y dos tres de la cuadra también. Pero les encanta el olor a pantaleta ¿no cabrones?, entonces chínguense, pendejos. Lo bueno es que en aquellos entonces no había sida, sin no capaz que se acaba la cuadra. Bueno, hay más historia pero no es el momento de aflojar. La transa es que el rollo del tío del Jeremías estuvo de puro desmadre. Imagínate, toda la gente conocía bien lo que era Manuel el Matador y el padrecito ahí, echándole de porras por honrado, por trabajador, por buen padre. Todo el mundo se cagaba de la risa, mano. Pero ni hablar, el que paga manda, ¿no?, y con dinero baila el pinche perro. P’s a güevo. Mientras Manuel bien seriezote nomás oía, dicen, a la mejor no oía ni madres y quién sabe qué estaría sintiendo porque se sabe que andaba hasta su madre de quién sabe cuántas drogas.
La tocada siguió más o menos tranquila, sin broncas gruesas, hasta que regresó la Tamalito de la iglesia para que bailara el vals. Tenía diez chambelanes, puro valedor del barrio. Por más que les dijeron a los cabrones “no chupen pa’que salga chido”, no señor, cómo iban a andar fuera de ambiente hasta las once. No p’s que se embriagan los bueyes. Yo me sabía bien el vals de tanto verlo en los ensayos. La neta es que ya les salía bien suave. El Ramiro, el Simón, a güevo el Tripas, el Gándara de la segunda cuadra, el Labión de San Antonio, el chavo Rubén de San Ciprián, el Radioloco de Morazán, el Nacho de Corregidora, Fermín el Caperuzo de la Candelaria y Matías el Boniato del campamento Ferronales. Eran todos los chambelanes y cada uno tiene su historia que no te las voy a contar aquí porque cuándo acabamos. No invitaron damas para que no fueran a deslucir a la Tamalito. Empezó el vals hasta que encontraron al pinche Radioloco. Estaba en los baños del veinticuatro platicando con el monstruo: ¡guaa, uaagg!, o sea, guacareándose el güey y le estaban mojando la cabezota porque ya no se sostenía de pedo. Al rato ya lo trajeron; sí se le bajó un poco, pero no p’s me dicen que la jeteó gachamente todo el vals, se equivocó un resto. Según me contaron, los cambiaron de lugar porque en una parte entre cuatro tenían que levantar a la quinceañera parada en una mesa. Bueno, mesa sin patas y acá bien forradita y adornada a toda madre, ¿no? Pero lo vieron como andaba y dijo la Zoraya, que fue el maestro del vals, “ni madres, este güey no va a aguantar, ay, si ya anda hasta el culo de borrachote el cabrón”. Entonces el Rubén cambió de lugar con el Radioloco. Para esto la marcha estuvo a toda madre, ninguno se equivocó porque era la más fácil. La Tamalito se veía bien chulita, me dicen. Aparte de que no estaba fea la chamaca, que andaba siempre toda pinche mugrosa, pero bien arregladita se veía bien buenota y la mera neta, sí tenía bonitas nalgas, pa’qué va uno a decir que no. No andaba muy perdido el pendejo del Tripas; por entonces ya tenía como un año de andar con ella el güey. Con suerte y hasta le dio las susodichas nalguitas, qué agasajo, ¿no? Pues se acabó la marcha y que empieza el vals; una música repadrota, suavecita, pocamadre: tara-rarará-tiriririrí. Se llama El Vals… de las Flores de Chaicosquí. Pos según esto ahi la llevaban más o menos, aunque el Radioloco equivocándose por pedo y porque no era su lugar, y el Rubén no andaba muy trovo pero también la regó porque lo cambiaron. Luego el Simón y el Caperuzo la acabaron de chingar cuando perdieron el paso y se fueron al revés de todos. Y todavía hicieron lo que hicieron después. Tenían que levantarla dos veces, una con las manos nada más, la otra con la mesa y hasta arriba. Primero la levantaron bien, ella puso los pies en las manos del Tripas y del Gándara. La subieron despacito, deteniéndola por la cintura. Al final ella se subió a la mesa y después de levantarla hasta arriba le tenían que dar una vuelta completa. En los ensayos lo hicieron bien un chingo de veces y a la mera hora la tenían que cagar; por briagos y chance por que los cambiaron. El Chavo Rubén se tropezó y que se cae cuando le iban dando vuelta. Eran cuatro los que cargaban y se desnivelaron muy grueso, entonces la Tamalito se patinó hasta caerle encima al Rubén y los otros, como briagos que estaban, no tuvieron la velocidad para detenerla. Bueno, el Boniato, por aguantarla, ¡mocos, güey!, que da el ranazo también. El Tripas se quedó con la mesa en las manos hecho un pendejo, llevándoselo la rechingada de coraje. Era el único que andaba en juicio. La gente es cabrona y se empezó a burlar. El Matador se puso como el vivo Diablo, rencabronadísimo. Agarró al chavo Rubén y le ha dado una chinga de su tamaño: “hijo de su pinche madre, pa’que se le quite lo pinche desobligado”, le decía. Y el pobre Rubas en el suelo nomás se tapaba como podía de las patadas y le gritaba pidiendo la suave: “¡ya cálmala, Matador, dame chance!”. Qué putiza. La Tamalona bien espantada, con su vestidito enlodado, todo arrugado como chicharrón le quedó en el desmadre, mano. Era de color de rosa, con flores lilas, buti y olanes, por acá por las chiches también flores, bien cuco su traje. Le gritaba al Matador “ya déjelo, papá, ya no le pegue por favor” y chille y chille, pobrecita. “Ya déjalo, Manuel, el chavo ni siquiera tuvo la culpa”, le decían los cuates. Lo agarraron y se calmó tantito. Luego empezó a buscar la los pedotes que bailaron el vals. La gente, espantada, le abría camino, le tenían miedo. Alguien de güevos le gritó “ya cálmate, Manuel, la estás haciendo mucho de pedo”. Más se encabronó el Matador. “Pinche bola de ojetes, mierderos, hijos de toda su pinche puta madre se me hace que esto lo hicieron aldrede, hijos de la chingada, ya se que están ardidos porque soy la tira, pero conmigo se los va’llevar su pinche madre, bola de culeros” y que saca el tizón y empieza a amenazar: “a ver, pinches mierdas, ¿quién es aquél?”. En un descuido que le sorrajan un botellazo en la mera calabaza. Quedó bañado en sangre y que empieza a soltar plomo. Me cuentan que se hizo un pinche corredero. Toda la raza bien asustada, tumbaron y patearon a los chavitos, las viejas chillando y gritando espantadas, los cabrones corrían unos, se tiraban al suelo otros, se escondieron muchos en las vecindades del veintidós, el diecisiete y hasta el quince fueron a dar. Dicen que los más cabroncitos ni se movieron, pero yo creo que hasta al más güevudo se le frunció el culo. P’s imagínate, cómo que te van a matar de un pinche balazo y luego nomás de barbas, como que no va ¿verdad? Dicen que sí quería matar por lo menos a un cabrón, pero no, yo conozco a mi gente. Y en todo el barrio conocían al Matador, dentro de su pocamadrismo agarraba la onda, la neta es que nomás quería espantar porque después me dijeron que todos los tiros fueron al aire.
Cuando se le acabaron las balas que saca una tartamuda, ay hijo de la chingada, cómo no se iban a asustar. Pero ya al ratito, sus buenos valedores locales lo calmaron y “órale pues, que siga la fiesta”, dijo. Lo curaron del madrazo en la cabeza y al rato ya andaba a toda madre, más contento que al principio, con la cabeza parchada. Mandó llamar a los chambelanes: “se van a aventar el vals pero ora sí bien, cabrones, no la chinguen, carajo”. Y sí se lo aventaron, para ésta les salió a toda madre, dicen que mejor que nunca en los ensayos. Claro, del susto hasta el pedo se le bajó a los chambelanes. Luego vino la presentación. En el micrófono el Matador quesque se puso muy propio y discursivo, sí lo creo, nunca lo he visto en ese plan, pero te digo, conozco a mi gente. Primero agradeció a “la concurrencia” por asistir, dio disculpas por el desmadre “y el que no me disculpe que se saque a la chingada, p’s total”; ofreció libación para todos los presentes y mota para todo el que la solicitara. Ya para acabar dijo que presentaba en sociedad a Susanita, su hija querida, “¡y que siga la música, chingao!”. Aunque ya mucha gente se había retirado, siguió la tocada, ya con personal de más confianza y se puso de ambiente todavía. A eso de las siete de la mañana en el veinticuatro, el resto de valedores seguían libando. Ya para en la noche se fueron retirando. La tocada fue en viernes, pa’l domingo ya había acabado todo. Yo salí de estar en canadá el lunes en la noche… Y me costó andar una semana en el agua saber pero bien a toda madre cómo estuvo todo el jaleo, pa’poder contarte la versión más chida de la fiesta, carajo, ¿no?

miércoles, 1 de agosto de 2007

Ácido bórico

Ácido bórico es un cuento del escritor Tryno Maldonado. La importancia de él radica en la manera en que logró involucrar un grave conflicto social en una narración, digamos, muy propia de los jóvenes de este momento, por llamar de alguna manera a la actitud de los chavos de esta generación. Otra virtud es la de que clasifica muy valiente, sabia y lúcidamente en su cuento a cierto personaje importantísimo de la política mexicana, concretamente al presidente (ilegítimo) de la República. El cuento apareció en La Gaceta, revista del Fondo de Cultura Económica.
Por cierto, la directora del FCE, Consuelo Sáizar, ordenó retirar todos los ejemplares del número de julio de La Gaceta, sin embargo, el cuento se encuentra en la dirección electrónica www.fondodeculturaeconomica.com desde donde se puede "jalar" o leer con toda comodidad.

14 la Gaceta número 439, julio 2007
Ácido bórico

Tryno Maldonado

Para C.R.G.

01. Esa madrugada las cucarachas terminaron al fin por sacarme del departamento. Todo, absolutamente todo, incluyendo mi matrimonio y la ciudad, se fue a la mierda.
02. Por la tarde tomé unos mezcales y me fui a nadar a un balneario de las afueras de Oaxaca.
03. El departamento nos había sido recomendado por Martín Solares. El lugar era una casa antigua y céntrica, pero remozada y dividida en departamentos amplios listos para recibir la basura per cápita diaria en la que gozaban gringos jubilados durante las temporadas altas, pero que, por el conflicto social que paralizó a la ciudad desde hace meses, se encontraba vacío y a menos de mitad de precio, es decir, a un precio de pronto no prohibitivo para un matrimonio mexicano joven y de clase media como lo éramos Claudia y yo.
04. Esos días llevé un diario en una Moleskine. Un diario, diagramas y dibujos. Por eso lo tengo tan claro. La primera cucaracha que vi fue una del tipo que días más tarde catalogué en mi libreta como “obispo”, cucaracha-obispo, por la forma recta y recortada como una capa que adquirían sus alas en la parte inferior, además de lo prieto de su pigmento. Prieto como la mierda. O como los obispos, más exactamente. Eso es. Antes de aquel episodio no conservo recuerdo de mayor contacto que el incidental, anecdótico o distante con cualquier clase de blátido. Cuando la vimos, Claudia, de temperamento claramente más urbano y civilizado que el mío, dio visos de querer aplastarla por acto reflejo, pero la sola idea de escuchar el estallido del esqueleto externo como el crepitar de una nuez bajo la suela me movió a detenerla en el acto. El insecto aprovechó esos instantes de duda para subir por su sandalia y trepar con una velocidad amenazante hasta su muslo interno antes de que yo se la sacudiera de encima con un periódico. ¿Tocarla yo? ¡Ja! Ni hablar... El animal fue a caer al suelo con un ligero chasquido, a perderse más tarde debajo de la estufa como un cochecito de fricción enloquecido. Claudia pocas veces me había mirado de esa manera.
05. Aunque nuestra estancia en Oaxaca tenía un propósito muy determinado y de antemano finito, Claudia y yo no dudamos en darle a la casera un depósito equivalente a la renta de un mes en signo de buena voluntad, creyendo con candor que podríamos volver extensibles una vacaciones posteriores bajo el subterfugio de una comisión de su trabajo. Ninguno de los dos hubiera apostado un peso a lo contrario.
06. No me atreví a desempacar durante tres días.
07. Claudia debía viajar sin variedad todas las mañanas hasta un pueblo cercano para hacer el trabajo que nos había traído desde el norte hasta acá. El Forum de las Culturas le había consignado la documentación gráfica y escrita, día a día, del proyecto de cierto artista plástico zapoteco mimado por la Fundación Rockefeller en lo que seguramente sería una reivindicación por su conciencia de culpa blanca antes que por cualquier parámetro estético. Y es que a decir verdad las estatuas eran naíf y horrorosas, sobre todo horrorosas. La empresa consistía en crear dos mil quinientas un estatuas de barro de tamaño real, representando a sendo número de emigrantes mexicanos fallecidos en la frontera con Estados Unidos. Una
locura y una pérdida de tiempo, si me lo preguntan. Pero el caso es que, salvo las primeras veces que la acompañé al pueblo fantasma sitiado por huestes de estatuas de barro, como regla general me quedaba en casa. A eso, en resumen, y nada más, habíamos ido hasta allá. O al menos ella. Yo, por mi parte, fingía escribir una nueva novela, tal como he hecho en los últimos años para quitarle unos pesos a mi agente e ir al día.
08. De la segunda y tercera cucarachas que pude ver en el departamento, una de ellas pertenecía a eso que me dio por clasificar como del tipo “díazordaz”, cucaracha-díazordaz, por las asombrosas similitudes que encontraba con el rostro de aquel ex presidente, no sólo en facciones, sino en las maneras de desplazarse y, en general, en su forma expansiva y campechana de ocupar el mundo. Su coraza era más pálida y traslúcida que la de una cucaracha-obispo, su talla visiblemente más corta. Y lo sé porque en esa ocasión las vi juntas. Había ido al supermercado a hacer nuestras primeras compras de víveres cuando me las topé, justo en la línea imaginaria del vano de la puerta de la recámara. De inicio creí que se trataría de alguna mutación oriunda de cucaracha como consecuencia lógica de la abundancia de gases lacrimógenos y gas pimienta en la ciudad. Pero no. Un cuerpo luengo y articulado se contorsionaba sobre sí mismo. Una pareja de cucarachas apareándose, pensé luego. Pero sólo hasta que me puse en cuclillas y tuve a la pareja de insectos a medio metro de mis narices, me pude percatar de lo que en realidad hacían. La cucaracha-obispo devoraba a la cucaracha-díazordaz por la cabeza. La obispo era casi el doble de talla que la primera que vimos, con la diferencia de que ésta mostraba una especie de collarín parduzco que de alguna forma debería distinguirla o realzarla en jerarquía selectiva frente a las otras. No lo sé. El caso es que la cucaracha-obispo detuvo su cruel envestida contra la pobre díazordaz en el momento en que logró arrancarle al fin la cabecita. Ni siquiera se la comió. Luego se marchó a toda velocidad zigzagueando por la orilla de una pared para irse a perder en un orificio del registro de agua. Me puse de rodillas, tirando al suelo las bolsas del supermercado sólo para poder recoger entre el índice y el pulgar la cabeza cercenada de la cucaracha-díazordaz. Sus larguísimas antenas aún se movían frente a mis ojos como látigos.
09. La primera vez que Claudia no volvió a casa por la noche ni siquiera me alarmé. Ni tenía motivo. Cerca de la hora de la cena me envió un mensaje de texto para avisar que pasaría la noche en el pueblo de las estatuas de barro, pues los taxis colectivos, el único medio para volver a la ciudad, habían dejado de circular hacía una hora. No dejó de parecerme sospechoso su mensaje, pues en aquel pueblo no llega señal telefónica. Cené corn-flakes, pan dulce con Coca-Cola y me fui a dormir. Al amanecer descubrí que las cucarachas habían tenido una orgía magnífica sobre mi tazón. La hambruna había terminado. Muchas, incluso, no pudieron abandonar el fondo por lo gordas que habían quedado.
10. Le conté a Claudia el incidente pero ella, dentro de su pragmatismo insobornable, adujo que era lo más normal que un departamento desocupado durante tanto tiempo tuviera insectos, que sólo era cosa de días para que cedieran a nuestra presencia. Además, ella sólo había visto la primera cucarachaobispo, una sola, y dijo que tampoco era para tanto, que no fuera tan fresa. Juro que eso dijo.
11. En el mercado le conté mi problema a una vendedora de tlayudas. Me recomendó el ácido bórico y compré tres frascos en una ferretería. Para ese tiempo habían trascurrido dos semanas y no me había bañado siquiera por temor a que uno de esos insectos saliera por la coladera y subiera hasta mis testículos para devorarlos tal como vi hacer a la cucaracha gorda del collarín con la cabeza de una pobre cucaracha-díazordaz. Me veía obligado a comer fuera sin variedad, pues no pretendía correr el riesgo de almacenar sobrantes de comida, no iba a ponerles un banquete nunca más. Pero, sobre todo, lo que me decidió a recurrir al ácido bórico fue la aparición de una tercer clase de cucarachas, la más asquerosa, evolucionada y temible de todas. La cucaracha-calderón.
12. Antes de usar el ácido bórico por recomendación de la señora del mercado, le llamé por teléfono a Martín Solares a París para pedirle un consejo. No se me ocurrió mejor idea dado que fue él mismo quien me había recomendado el departamento, y en mi reducida visión del mundo era él y no otra persona quien debería tener la respuesta que yo estaba esperando escuchar. “Raid Max”, fue lo último que dijo Martín desde el otro lado del Atlántico con una voz pastosa antes de volver al sueño del que mi llamada lo había sacado.
13. La segunda vez que Claudia no volvió a casa por la noche fue, según ella, por algo un poco más serio. El movimiento popular había cerrado todas las vías de acceso por tierra. Hubo helicópteros sobrevolando el centro y un olor agridulce impregnó el ambiente como resabio de los gases y la pólvora. Encendí la tele y un tipo dijo que la policía federal estaba en camino. Tres aviones Boeing. Una veintena de helicópteros. Una treintena de tanquetas. Y ni un solo taxi para volver de aquel pueblo perdido, según Claudia. ¡Bah! ¿Quién va a creérselo? No las cucarachas, claro. Ellas se quedaron en la ciudad, al pie del cañón.
14. Es asombrosa la cantidad de sensaciones auditivas y visuales que puede causar un veneno para insectos en apariencia tan dócil como el Raid Max. En su tiempo jamás usé el cloruro de etilo, “heroína rápida”, que de pronto se puso tan de moda entre los adolescentes de clase media-baja con los que me inicié en muchas otras cosas durante la prepa, pero intuyo que los efectos no deben de ser muy diferentes. La primera semana rocié durante tres días, mañana y noche, cada rincón, cada orificio del departamento con el spray. El resultado fue inmejorable. Al volver a casa encontraba el suelo tapizado de decenas de cadáveres duros y crujientes. Sin embargo, bastaba que se emancipara la concentración de Raid Max para que una nueva camada de insectos plagara el baño, el clóset, la cocina y la recámara, sobre todo la recámara, donde estaba el registro del agua.
15. Cuando Claudia se dormía, me acostumbré a estar bien alerta, a encender las luces y a estar atento sin pestañear con la vista clavada en las paredes, en las esquinas, en el techo, en la alacena, en los resquicios más profundos y coladeras, con la botella de Raid Max en mano. Apenas apretar el disparador y las muy culeras caerían muertas, retorciéndose sobre sí mismas, con las seis patitas tiesas al aire. Muchas veces acerqué el oído hasta ellas para intentar escuchar el sonido que deben de hacer cuando agonizan. Nunca obtuve resultados.
16. A la tercera semana ya no dormía ni una hora. Alguien tenía que mantener la guardia. Y no era yo quien iba a dar su brazo a torcer ni mucho menos a otorgar tregua. Fue entonces cuando me recomendaron el ácido bórico. Me recomendaron hacer una preparación con manteca, azúcar, mucha azúcar, y cantidades generosas del ácido. El resultado fue una pasta ambarina y rica como el dulce de leche, pero letal para los insectos y su prole. A veces, durante las noches, cuando Claudia se quedaba dormida, la untaba sobre pan tostado y la acompañaba con Coca-Cola y Red Bull para mantenerme despierto ante cualquier eventualidad. Dejé de hacerlo cuando un buen día el dolor de estómago no me permitió levantarme.
17. La cucaracha-calderón era la peor de todas las que logré clasificar en ese periodo. Era la más golosa, sucia, torpe y lenta de todas. Nada que ver con la bravura y el arrojo de la obispo, ni mucho menos con la astucia y la rapidez de la díazordaz. La cucaracha-calderón era pertinaz, imbécil pero pertinaz y, sólo ahora lo creo, inmortal. Fue esa especie la que terminó por sacarme del departamento. Cuando me daba a la tarea de leer, por ejemplo, cosa que cada vez sucedía con menor frecuencia, tenía que mantener el rabillo del ojo alerta para evitar sentir de pronto ese cosquilleo tan familiar bajando por mi espina dorsal. Dejé de traer en definitiva comida a la casa y procuraba usar el baño lo menos posible, mantenerlo aséptico con Cloralex y Pinol, tal como el resto del departamento, que aseaba desde temprano, tres veces al día, pero que con todo y eso parecía no ser suficiente.
18. La tercera noche que Claudia no volvió a la casa la radio local fue intervenida y una voz agitada dijo que era momento de “una nueva revolución”. Juro que así lo dijo. Pasaron tres noches más y Claudia seguía sin aparecer. Pensé en llamar a Martín Solares, pero recordé que en París a esas horas la gente acostumbra dormir. En el pueblo donde Claudia trabajaba no había teléfono ni internet y su celular jamás recibía señal en ese sitio. El gas pimienta se filtró por los vanos y afuera hubo bullicio y trasiego y crepitar y detonaciones. Se cortó la energía eléctrica. Me encerré en el clóset abrazando una botella de Raid Max para mantener a raya a las cucarachas-calderón, que insistían en buscar refugio alrededor de mi calor corporal y de mis detritos. Alguien en esos días incluso entró al departamento y se llevó todo lo que consideró de valor. Intentó varias veces forzar el clóset, sin éxito.
19. A Claudia nunca volví a verla.
20. En mi Moleskine clasifiqué también los distintos tipos de muerte que pude distinguir. Los cadáveres pasados por Raid Max sin variantes terminaban con el esqueleto exterior tostado y crujiente. Las muy cabronas terminaban tiesas y desecadas como hojarasca. Pero en cambio, las muertes producidas por ácido bórico variaban sutilmente, dependiendo de la cantidad de veneno consumida así como de la talla, especie y edad del insecto. Por lo general las cucarachas terminaban inflamadas y bañadas por su propia humedad, como si hubieran fallecido por permanecer toda la noche en un tazón de corn-flakes. Incluso, en los casos más drásticos, llegué a ver muertes por entallamiento de órganos internos y profusas hemorragias. Una sustancia blancuzca y difícil de quitarse de encima escurría por sus vientres y cabecitas formando burbujas plastificadas.
21. Cuando hizo su efecto, el ácido bórico que esparcí por todo el departamento me regaló mis primeras horas de sueño en muchos días encerrado en el clóset, sin salir apenas para ir al baño o tomar agua del garrafón en el que de todas formas nadaban los insectos a sus anchas. Con todo esto, no tenía manera de saber que lo peor estaba por venir con la segunda llegada de la cucaracha-calderón, que fingía estar muerta para luego, aprovechando cualquier descuido, volver a la carga por entre los resquicios de la puerta del clóset.
22. Un buen día en la calle volvió a reinar el silencio. Supe que no debía pensármelo dos veces, que debía aprovechar la tregua o la escampada o cualquier cosa que ocurriera allá afuera, para huir a toda prisa de ese culo del diablo en donde Claudia había ido a meternos.
23. Ningún tipo de transporte público seguía funcionando. Sólo vehículos policiales y tanquetas. Nadie que viera mi facha haciendo dedo en la carretera quiso llevarme. Debí caminar varias decenas de kilómetros sin saber bien a bien hacia dónde me dirigía. Por la tarde me fui a tomar varios mezcales en el primer antro que pude ver en las afueras de la ciudad. Y más tarde a nadar en un balneario de San Agustín Etla, el lugar a donde sin saberlo me habían guiado mis pasos. Cuando salí de la alberca, mientras me secaba con una toalla clorada y tiesa, un hombre me preguntó lo siguiente: “¿Viene de la ciudad? ¿Es cierto que llegó la Policía Federal y que hubo decenas de muertos? Ya no hay señal de radio...”. Al ver que no le respondía, unos minutos después insistió por otro cauce. “¿Y cómo está el agua?”. “Deliciosa”, dije.