martes, 24 de febrero de 2015

Ruido de fondo, Agustín Ramos

Agustín Ramos
Ruido de fondo
Novela que hizo historia
La fase inicial de la obra narrativa de Pterocles Arenarius se nutre de expresiones intensivamente habituales, de voces rescatadas de la pobreza: es fondo que se eleva a formas y forma que alcanza el fondo: lenguaje diferente, otras palabras.

Pterocles Arenarius
En Ensayos latinoamericanos Lezama Lima define las expresiones populares como “súbitas maneras de llegar, animismo transformable, resolución suspensiva pero total, traslado de un descalabro con sonreída sordina, diminutivos querenciosos agravados por la yesca de la protesta castellana [expresiones que] derivan de ese lote de ejemplificaciones, lecciones memorables de hallazgos verbales. El memorialista las anota; el pasmo del escritor las arranca y les fabrica un camino…”
El otro lado de la soberbia, la parte humillada y acallada que nadie habita por gusto, es la más auténtica de la realidad, agregaría Borges. Porque en una realidad de privilegios, oficiales u oficiosos, la humildad nutre de vida, identidad y riqueza a un mundo en donde la miseria cala todos los estratos con el excipiente de la corrupción: el autoritarismo.
Lezama Lima
Para mostrar tal mundo, Pterocles Arenarius primero se usa a sí mismo  ganando autenticidad, convenciendo sin extravagancias ni personajes estrambóticos. Y así como el teatro pobre desecha lo superfluo y afronta el acto estético con el cuerpo y el aliento, la narrativa de Pterocles Arenarius únicamente selecciona lo imprescindible y se vale de la distancia crítica para potenciar la humildad como valor ético y estético.
El viejo iracundo
Partiendo de ello, Arenarius ilustra mediante relatos diversas citas de autores como Lautréamont, Sade, Cardoza y Aragón, Rilke, Hans Ruesch, Caillois, Joseph Campbell, Stendhal, Tolstoi, Bukowski, a.s. Neill, Chesterton, Jung, Kayyam, e imita a Cervantes en las cuartas de forro de sus dos primeros libros, Fiestas. Cuentos y relatos, (2011, Eterno Femenino) y Apostatario, tres ejercicios de blasfemia (2005, Arengador).
¿Podría calificarse como retórica de la humildad esta actitud narrativa, este estilo que no se sirve de más artificios que la literatura y la lengua viva: esta clase de literatura sin héroes ni antihéroes, que excava sin trucos –con uñas y saliva– desde basureros hasta palacios episcopales?
Esa retórica de la humildad, que Lezama Lima suscribiría perfeccionándola conceptualmente como verba criolla o, tal vez mejor aún, como verba mestiza, se resume en el texto titulado “Ese conecte”, elaborado exclusivamente en caló o jerga, esa clase de habla que los diccionarios definen más o menos como lenguaje del hampa y de los bajos fondos. Una clase de código –y un código de clase– que con trabajos se coloca un escalón por encima de los “dialectos indígenas”, y muchos escalones atrás del idioma que los actuales dueños de la palabra asignan a los vencidos: el fondo, lo bajo.
Agustín Ramos
En dicho texto el protagonista es el lenguaje. Quien narra representa el vehículo y la destinataria del mensaje funciona como dispositivo que dispara el relato. Un relato que a pesar de su forma transgresora cumple con los principios preceptivos que pueden extraerse de cualquier cuento clásico. Así, el léxico de la gente humillada, éste en particular, como muestra representativa pero jamás única, comunica a plenitud porque es un lenguaje cabal que se piensa a sí mismo a través de sus emisores y se refleja con nitidez merced a quien lo escucha o lo lee, a quien lo quiera atestiguar, a quien lo sepa leer.

Historia de una maldita perra
Esta codificación de clase, sin embargo, es sólo uno de los recursos retóricos del autor. Y se diferencia de aquella expresión silvestre que no se cuidaba de ortografías ni de reglas sintácticas. Por el contrario, aquí hay un tejido muy consciente de su procedencia, de su poder y su deber, para ser completamente leal a la materia prima, es decir al lenguaje, a la gramática y a la prosodia que engendra personajes, atmósfera e historia: texto.

Última obra. Hasta el momento
En sus novelas Demoníaca (2012, Eterno Femenino) y Una muerte inmejorable (2014, De Otro Tipo), el autor hace la radiografía amenísima y humanísima del cosmopolitismo y el provincianismo, respectivamente. Así, esta retórica convierte la miseria en literatura, introduce el socavado lenguaje local en el fundillo de lo global, no para ordeñar sociología prestigiosa ni masturbarse con una manida y falaz “identidad nacional”, sino para probar fuerzas con la realidad presente y comprobar que puede salir con vida, y con palabras.

jueves, 5 de febrero de 2015






Imágenes de Felipe

Desde la Creta minoica. Para Felipe Calderón:

Pterocles Arenarius

Te escribo, Felipe, para que tengas una idea de lo que suele pensarse de ti. Y lo hago porque fuiste presidente de México, tú lo sabes, contra la voluntad de la mayoría de los mexicanos, abusando de la indiferencia de muchos, su dejadez de la mayoría y la ignorancia de una gran parte. Y en contra de la valerosa lucha de miles que nunca te reconocimos. En primer lugar, ganaste las elecciones fraudulentamente, pero fue un fraude electoral monstruoso, inocultable, un robo brutal y de escándalo. Tú lo sabes. Y llegaste a la presidencia porque supiste ganarte la voluntad de gente poderosa de aquí pero también de Estados Unidos. La gente, los votantes —yo, mis amigos, millones de mexicanos—, la ciudadanía, te importamos un cacahuate. También por eso te escribo, porque perjudicaste a millones, les desgraciaste la vida. Hay más de cien mil familias —multiplica el número por cuatro o cinco de cada familia—, que te maldicen cada día y te recuerdan como un criminal. Con eso tendrás que vivir para siempre en este mundo.

Pero te voy a decir un pequeño detalle, puesto que te debes a ellos, a los archimillonarios mexicanos y a los gringos que, estratégicamente, te apoyaron, te digo esto, tú lo sabes, ellos te usaron. Tú lo sabes muy bien. La consigna era que no ganara la izquierda por ningún motivo. Y lo lograron ellos a través de ti. El precio a pagar fue alto, Felipe, tú bien lo sabes. Por lo pronto, es como si te hubieran embarrado de mierda todo el cuerpo. Haz de cuenta que apestas a mierda, pues no puedes pararte en tu país, ni siquiera en tu ciudad natal —de la que deberías ser un orgullo—. En todo el país te repudian, te maldicen como sí, en efecto, estuvieras totalmente cubierto de caca. Lo estás, aunque sea una clase de excremento que no se ve, pero es peor, porque éste y su olor nauseabundo no se quitan con nada. Y es que aunque no se vea, sí apestas. Y la pestilencia no se te quitará en lo que te resta de estancia en este mundo. Es más, ni siquiera después de que te mueras se quitará. La historia se encargará de que se te conozca como realmente eres, como fuiste siendo presidente. Lo más triste de todo es que ese hedor le será heredarlo a tus hijos. ¿Y ellos qué culpa tienen? Al final, fuiste buen negocio para los archimillonarios. Te pusieron como presidente, te sostuvieron contra viento y marea; te obligaron a todo lo que se les antojó, incluido el regreso del PRI —tu odiado PRI, contra el que luchaste durante tu adolescencia y toda tu juventud— te hicieron que entregaras la banda presidencial a un individuo tan vil como tú o quizá un poco peor que tú al que, sin duda, odiabas y todavía debes abominar. Yo estoy seguro de que si te hubieran exigido que les chuparas la verga lo habrías hecho. Eras capaz de lo que fuera, sin exagerar, de lo que fuera, con tal de que te pusieran como presidente. Pero, Felipe, tú sabías muy bien que no tenías tamaños para eso ni para mucho menos. Cuando yo era niño, pensábamos que para llegar a ser presidente tenías que ser dos cosas, alguien muy malo y, la otra era ser muy brillante, muy inteligente. Bueno, tu partido, el PAN, nos quitó esa idea. Fox y tú fueron los paradigmas de la gente vulgar, de los ignorantes, de los hombrecillos minúsculos con cargos grandes y sueldos todavía más grandes. Para desgracia de mi país. Fíjate que los priístas —de ninguna manera son mejores— pero al menos sabían simular el conocimiento, la cultura. Del actual analfabeta funcional no te digo eso, éste es un pobre hombre que, a veces, parece incluso menor que tú, lo cual es ya demasiado decir. Y tú lo apoyaste contra tu propio partido. Y no te pregunto si te da vergüenza, creo que es inútil hacerlo, sé lo que responderás.

Desgracia para México
Te hicieron presidente estando demasiado lejos de merecerlo, Felipe. Por eso mismo eras perfecto para ellos. Un presidente débil, sin apoyo de su pueblo, dependiente de los que te pusieron ahí. Pues te usaron hasta el colmo. Te hicieron como sus calzones. Ahora andas por ahí medrando, dizque haciendo un partidillo y tratando de lanzar a tu esposa (¡Dios nos libre!) a la presidencia. Mira, Felipe, desde que estabas como presidente yo dudaba de que estuvieras —como dicen los periodistas— en posesión cabal de tus facultades mentales, pero esto de tu esposa ya es el colmo. Esa pobre mujer a la que tienes aterrorizada a golpes. Niégalo, Felipe, niega que, cuando se te antoja, o cuando ella te hace repelar le metes soberanas madrizas. Cuando has estado tapado de briago le has dado unas putizas que ella no olvidará jamás. Bueno, es más, por ahí del final de tu sexenio en Los Pinos le desprendiste la retina ¿de una patada en la cara?, porque déjame decirte que te veo muy débil como para que lo hayas hecho de un puñetazo. Pero pobre de Márgara —tú así le dices—, ni como ayudarle porque como dicen allá en tu tierra, Michoacán: el que por su gusto es buey hasta la coyunda lame. Pobrecita mujer. Y ella es la que quieres convertir en presidenta de México. Ya vas. Y ya que hablamos de cosas que no podrás negar: niégame que eres cocainómano. Que te bajas las tórridas pedas que agarras con tres o cuatro líneas de la más pura cocaína. Niégamelo. Y lo hacías casi cotidianamente cuando estabas en Los Pinos y te pasabas las tardes con tus cuates bebiendo por destajo, poniéndote hasta tu madre al grado de que te caíste de la bicicleta y te rompiste el brazo y no sé cuantas pendejadas más habrás hecho.
Tu leit motiv en tu vida, desde hace muchos años hasta acá, ha sido el perfeccionarte como un traicionero. Traicionaste a Carlos Castillo Peraza, tu mentor. Aunque un sujeto bastante detestable, intelectualmente era muy superior a ti, Felipe. En ese ámbito nunca le llegaste ni a las rodillas. Traicionaste a Fox, el chivo en cristalería, el ranchero tarugo que por el hastío del PRI llevaron a la presidencia. Pero México qué culpa tiene; y traicionaste a Diego Fernández de Cevallos, ese gigante de la corrupción, no menos que de la traición, bien pagado por ti. ¿Te acuerdas cuando dizque se iban a liar a golpes? Abusivo tú, Felipe, porque Diego es mucho más viejo que tú, pero es mucho más cabrón y tú, ya te lo dije, físicamente estás muy débil. Pero prosigamos. Traicionaste a tu partido, a Josefina Vázquez Mota, pobre mujer que te creyó; y traicionaste a tu larguísima militancia panista. Qué terrible volverte una especie de priísta vergonzante. Tú mismo debes darte asco por eso que hiciste: apoyar al PRI, el partido decano de los ladrones del erario y los crímenes políticos. Debes darte asco, eres igual que ellos, peor que ellos. El PRI, el partido contra el que tu padre empeñó su vida entera. Así que también traicionaste a tu padre. ¿Y todo para qué? Para que hoy no puedas ni salir a la calle en tu país porque estás embarrado de mierda hasta el hocico?

La traición a Josefina

Bueno, te digo todo esto por las razones ya escritas y por otra más: tú me conoces bien, Felipe. Yo era de los reporteros que estuvimos cubriendo tu paupérrima campaña de uno o dos mítines por día en que, por media hora que hablabas, te tomabas más de un litro de agua, sin duda con su dosis de alcohol, tenías una chica a sueldo para que te estuviera dando, cada tres o cuatro fraseos, la botella de agua con vodka. Tomabas mucha agua, pues sí, ibas crudo casi diario.

Alcoholismo proverbial
Y te digo que me conoces bien porque una vez me diste la mano cuando llegabas al Poliforum Siqueiros saludando a todos los de la prensa. Yo me hice güey y te dejé con la mano extendida. Es un pequeño orgullo que guardo; menor que el de estrechar, ahí sí orgullosamente, la mano de Monsiváis o recibir una dedicatoria en un libro de Rius. Otra vez, cuando estuvimos en el Cañón del Sumidero, allá en Chiapas, cuando se canceló, por falta de asistentes, el mitin que ibas a hacer en la plaza de toros La Bien Pagá, ¿te acuerdas?, bueno esa vez, en el Cañón, todos los que cubrían tu campaña quisieron tomarse la foto contigo. Yo me hice güey y me aparté. Lo notaste. Tan lo notaste que poco después, esperando la nota, ahí en el edificio del PAN en avenida Coyoacán, me mandaste tú, o sería César Nava, un provocador que se sentó junto a mí y me dijo que iba a matar a López Obrador, que era un hijo de perra, un maldito, etcétera. Ahí estuve oyendo, quizá media hora, al pinche loco que me mandaron, deseándole suerte en su encargo: puro pájaro nalgón. Claro que me conoces. En fin.
Felipe, lo que hiciste fue monstruoso. Permitiste el tráfico de drogas hacia el país del norte, aunque sólo a tus socios y la entrada de armas de allá para acá, aunque sólo a los traficantes oficiales. Ambas cosas para que los mexicanos, delincuentes muchos, pero miles de ellos no, se mataran aquéllos y fueran asquerosamente asesinados los inocentes. Eso no tiene perdón. Mereces estar en la cárcel, Felipe. Pero hasta esos extremos han llegado los millonarios mexicanos y el gobierno gringo con tal de que no se haga la justicia en México o ni siquiera eso, que no vaya a llegar la izquierda al poder, ni siquiera la izquierda domesticada y corrupta. Es decir, con tal de que este país no deje de ser un país jodidísimo, no deje de tener 30 millones de personas a la orillita de la hambruna y otros 60 millones en la pobreza; que no deje de tener 10 millones —más de la población de toda Centroamérica— de analfabetas y otros 25 millones de analfabetas funcionales (incluyendo al que apoyaste para que fuera el nuevo presidente). Esa es, a grandes rasgos, Felipe, tu obra. Has repetido al pie de la letra el antiquísimo mito de Minos y el engendro de su corrupción. Te lo cuento, para que veas que fuiste paso a paso cumpliendo con la maldición.

Monarca mítico
Minos es el monarca de Creta. Estamos algo así como dos mil años antes de Cristo, por lo cual Minos, personaje histórico terminó convirtiéndose en mito para los griegos mil años, o más, posteriores al mencionado rey cretense. Bueno, el padre de los dioses, Zeus, padre —faltaba más— del propio Minos con la ninfa Europa (sí, Felipe, de ahí tomaron el nombre) encarga a su hermano Poseidón, dios del mar, que haga un regalo a Minos por ser un gran monarca. Poseidón hace salir del mar un toro prodigioso, blanco, deslumbrante y singularmente hermoso. Pero la condición es que Minos tiene que sacrificarlo en honor de su pueblo que es, finalmente, el que le da su gran valía como monarca. Pero el animal es tan bello que Minos se niega a sacrificarlo y se lo roba. Lo convierte en parte de su rebaño. La esposa de Minos, Pasifae, hija también de un dios, Helios, el sol y la ninfa Creta, pues ella, Pasifae se ve seducida por el maravilloso toro. Ordena a Dédalo, el arquitecto y, en general, artífice de Minos, que le haga un disfraz de vaca. Aquél cumple los deseos de Pasifae y ella logra ayuntarse con el toro. Pero en la mitología se vale que quede anulada la incongruencia por el número de cromosomas (pregúntale a míster Google qué significa esa frase misteriosa); así que Pasifae pare un monstruo espantoso, el minotauro, mitad toro y mitad hombre, el cual es un baldón para Minos (búscate en un diccionario, o en Google que es baldón, Felipe). Entonces Minos ordena, nuevamente a Dédalo, que le construya un laberinto para que ahí quede encerrada su vergonzosa deshonra. Pero el monstruo se alimenta de carne humana. Entonces, los pueblos dominados por Creta se ven obligados a enviar a siete mancebos y siete doncellas cada cierto tiempo, para que sean introducidos en el laberinto y, una vez perdidos en él, en algún momento, sean encontrados por la bestia para que los devore.
El monstruo engendrado por la traición
Así se cumple la maldición de los dioses contra el tirano que engaña y roba a su pueblo. La rapacidad de Minos provoca la desgracia de sus súbditos quienes tienen que pagar con sangre su estupidez, su soberbia, su avaricia, su egoísmo. Pero es el juego de todos pierden, porque Minos es maldecido, odiado, repudiado y considerado un hijo de su reputísima madre. Y además carga con la vergüenza de lo que pasó con Pasifae. Hasta que llega el héroe, Teseo, que mata al minotauro y destrona a Minos, pero esa es otra historia.

Casi igualito que tu historia, ¿no, Felipe? Minos también terminó como si estuviera de por vida embarrado de mierda. Igual que tú. Pero no abdicó. Bueno, tú tampoco has renunciado a los dineros que te da el gobierno. Dinero de nuestros bolsillos. Según la nota de Proceso nos cuestas más de un millón de pesos mensuales. Por eso, porque no tienes madre de cinismo, me autorizo a decirte esto de lo que quizá algún día llegues a tener noticias, no espero que lo leas. Me conformo con que lo lean algunas personas, para que sepan el deplorable ser humano que eres y que todavía tenemos que mantenerte después de tantas asquerosas chingaderas que nos hiciste.