martes, 30 de diciembre de 2008

Hay que leer poesía

Hay que leer poesía

Pterocles Arenarius

Hay gente que alimenta su cuerpo con cosas (pues no debiera llamárseles alimentos) que son ineficientes para lo que se destina a los nutrientes: restituir al cuerpo del desgaste físico, dotarlo de la necesaria energía que le permita realizar las actividades necesarias y mantenerlo en buenas condiciones de salud. Hay gente que, por ignorancia o bien por vicio, alimenta su cuerpo con lo que se ha dado en llamar alimentos chatarra; muy otro caso de quien se alimenta con deficiencia por pobreza.
Quien incurre en el consumo excesivo de alimentos chatarra sólo consigue obesidad y desnutrición simultáneas. Es decir torpeza, dificultades para manejar el propio cuerpo y a la vez debilidad, incompetencia para cualquier esfuerzo físico. La contraparte son los que se alimentan de manera equilibrada y con moderación para conservar un cuerpo esbelto, fuerte y sano, más o menos ―por añadidura pues ya depende de muchos otros factores― bello.
Ahora pensemos en otro ámbito de la condición humana, el intelecto. A esta parte de la persona también podría considerársele un cuerpo, aunque no tenga las cualidades físicas de masa, volumen ni solidez física. Veamos, de igual manera que al cuerpo constantemente al intelecto le exigimos resultados en los hechos, trabajos que dan productos, se supone que se piensa cada uno de los actos que realizamos. Pero en las decisiones importantes del día o de la vida, tenemos que pensar con detenimiento para decidir. Y una larga época de la vida ―se supone― está dedicada a ejercitar el pensamiento, a fortalecer el intelecto. Porque, es cierto, una mente bien entrenada, sometida con frecuencia a la resolución de problemas intelectuales, nos vuelve cada vez más inteligentes, logra que nuestro pensamiento sea más refinado, que logremos mayor destreza para resolver los problemas que se nos presentan en las cotidianas labores. Esa larga época dedicada a adiestrar el pensamiento es la infancia y la primera juventud, el lugar es la escuela. Ahora bien, puesto que hemos considerado que el intelecto es un cuerpo ¿con qué alimentamos al intelecto?
Al igual que las ofertas más tentadoras para alimentar el cuerpo con delicias (inútiles), el mercado, insaciable de ganancias y ausente de la ética ofrece para alimentar al intelecto productos tan chatarra al menos como los así llamados alimentos. La televisión ofrece ejemplos ad náuseam y es común que la misma televisión sea el gran escaparate de estos seudoalimentos.
Por cierto y ya que hicimos el parangón entre el cuerpo físico y el intelectual, es clara la relación entre ambos, su interdependencia. Aunque tenemos que admitir que el cuerpo físico pocas veces es capaz de obtener resultados plausibles sin el concurso del pensamiento consciente; de hecho, en algunas circunstancias nos asombra, nos asusta que protagonicemos un suceso en el que hayamos actuado sin pensar, sin consciencia, “en automático”, decimos. Por otra parte, el intelecto sí es capaz de realizar logros con el mínimo concurso del cuerpo físico. La relación entre el cuerpo y el intelecto es tan intrínseca como la que hay entre ―en términos cibernéticos― el hardware, el cuerpo y el software, el intelecto.
Ahora bien, un intelecto alimentado con los productos chatarra de la televisión y los tristes, tontos cómics comerciales, provoca que quien tal consumo realice se convierta en un obeso, un torpe, es decir, casi un incapacitado intelectual. Así como los productos “intelectuales” de la televisión ofenden a la inteligencia, los alimentos chatarra dañan al cuerpo físico cuando se consumen no como un bocadillo, como un pecado menor, como un desliz, sino como una costumbre pervertida, como un vicio. Giovanni Sartori, el teórico italiano, ha dicho y, creo, con razón, que la televisión causa daños graves a las facultades intelectuales (los que hayan ejercido el oficio de enseñar lo habrán notado: los niños, los jóvenes tienen una casi nula capacidad de fijar la atención, uno de los más claros y referidos síntomas de los niños teleadictos). Pero Sartori asegura además que los daños de la teleadicción son también físicos. La televisión, un instrumento formidable de comunicación, lastimosamente en manos de personas que sólo ven al espectador como un signo de pesos y que cancela las posibilidades incalculables de este medio como difusor de cultura, de conocimiento, de civilización.
Pero la circunstancia humana no se queda en lo que he mencionado. Existe el ámbito de los sentimientos que es no menos importante, pues en gran medida determina el comportamiento inmediato de las personas, con gran frecuencia por encima incluso del pensamiento. ¿De qué alimenta el mercado nuestros sentimientos? De la mezquindad telenovelesca, de uno de los anzuelos favoritos de la televisión, la concupiscencia, que no llega a erotismo (pues el erotismo es un arte, aunque el sublime ejercicio de tal arte no sea público); la concupiscencia castrada, escandalosa pero por estúpida y además hipócrita de los cómics, otro tóxico es el de la insensibilidad animal con que se permiten presentar matanzas humanas por decenas o cientos en un solo programa o en una película y que pretendan que somos tan imbéciles que nuestra inteligencia, nuestra razón aceptarán sus historias. Así, intelecto y sentimientos bien alimentados jamás aceptarían productos tan embusteros y perniciosos. La televisión es el alimento chatarra para los cuerpos intelectual y sentimental de los seres humanos. A propósito, una de las más espantosas enfermedades es el llamado mal de Alzheimer, el que según dicen, está relacionado con dos de los vicios modernos, la mala alimentación causada por el consumo de alimentos empacados que contienen colorantes, saborizantes y conservadores artificiales. Y la otra es la falta de ejercicio mental, pues la inteligencia, como cualquier músculo se atrofia con la falta de uso.
Basta. No hablemos más de esa corruptora, de esa difusora de la estulticia, de esa engañadora, de esa puta emputecedora, la televisión.
Vamos a la salvación, al contraejemplo, a la antítesis de lo anterior. ¿Cómo alimentar al intelecto y a los sentimientos?
Creo que la cumbre en estos ámbitos humanos la consigue el arte, las artes. Y, en particular, como dice Octavio Paz, la poesía en su sentido más amplio, la que aparece en toda obra de arte cuando ésta consigue tal estatura, la de obra de arte.
En ninguna otra de las empresas humanas aparecen mejor empleados en simultaneidad los atributos humanos de intelecto y sentimientos que en el arte. Ahora bien, con salvedades, creo que la obra de arte más accesible es la literatura. En este instante vale la pena preguntarnos ¿Para qué sirve la poesía?
La literatura, que tiene como fuente y como esencia a la poesía; la obra de arte que se hace con las mismas palabras que empleamos a cada momento para comunicarnos. La literatura que es, como casi ninguna otra actividad humana, un ejercicio intelectual pero que contiene los más profundos y sublimes sentimientos que en algún momento han brotado del corazón humano. Profundos pero no necesariamente, diríamos, positivos. También los perversos y aun los criminales. De igual manera que, se ha anotado, los sublimes. Por eso es plena de sabiduría la afirmación del esplendoroso Jorge Luis Borges (ahora hay que escribir su nombre completo siempre, para combatir la confusión que a este respecto introdujo cierto personaje otrora investido de gran poder, pero recubierto de asombrosa ignorancia), Borges, cito de memoria, dijo que “gracias a la literatura en esta vida he vivido varias vidas”. Ya lo creo. La literatura excita de tal manera a la imaginación, convoca con tal fuerza a los sentimientos pero a la vez estimula a la inigualable agudeza de la inteligencia que, no tengo la menor duda, es el más nutritivo, el más poderoso alimento no sólo para el espíritu sino para los sentimientos. Y es por semejantes impresiones que, en efecto, se cumple la sentencia borgiana; no es necesario presenciar ni cometer un asesinato, Dostoyevski nos pone a vivir (y a sufrir) tan espantoso trance con lujo de detalles, con inigualable dolor y con bárbara brutalidad. ¿Qué impresión quieres vivir? ¿El erotismo desaforado, orgiástico, libérrimo o libertino hasta la enfermedad? Ahí está el divino Marqués de Sade o Guillaume Apollinaire o Leopold Von Sacher Masoch. ¿Qué impresión quieres vivir? La literatura no tiene límite. Por la poesía, llegamos sin duda a la asunción de la máxima latina clásica: Hombre soy y nada de lo humano me es ajeno.
La literatura, la poesía en su condición más amplia, nos feminiza en el mejor sentido de esta palabra, es decir, nos hace detonar las mejores cualidades femeninas: la compasión, la sensibilidad, la delicadeza. La poesía nos hace tolerantes porque nos otorga la inmensa virtud de sentir lo que otros sienten, imaginarlo, conmovernos y por ese camino llegar a uno de los mejores sentimientos humanos: la compasión (compartir la pasión del prójimo, el próximo) compartir con quien se ama la pasión, con todo lo que implica. La pasión es lo que a alguien le pasa (a veces por encima, arrasándolo).
Gracias a la literatura, a la poesía en su manifestación más amplia, entendemos todo lo humano. Y gracias a ella, ya lo dijo el poeta, “Hay plumajes que cruzan el pantano y no se manchan/Mi plumaje es de esos”. Porque lo leído, lo vivido (lo bailado, pues, ni Dios lo quita). Ah, pero gracias a la literatura tiene usted la libertad de elegir el mencionado verso del volcánico bardo veracruzano, y proclamar (y vivir diciendo) “Mi pantano es de esos”. La literatura es el plumaje que nos permite entrar en el pantano y, si queremos, permanecer inmaculados aunque, ciertamente, no inocentes. Pero además da la oportunidad de descubrir, de valorar, el propio pantano. Esto es, el conocimiento más invaluable de cuantos conocimientos existen, el conocimiento de sí mismo.
Tan sólo lo anotado justificaría con creces a la poesía, a la literatura. Pero la literatura, la poesía, pues, es capaz de llevarnos más allá.
He hablado de la compasión; de los sublimes sentimientos, del poderoso intelecto inmejorablemente nutridos por la poesía, cuya amplitud nos lleva más allá todavía. Los grandes poetas sufren de un hambre de infinito que con frecuencia los hace despreciar al hambre de comida, qué vulgaridad. La gran literatura siempre va la los extremos. Así, no es tan extraño que los poetas alcancen el vislumbre, el deslumbramiento de la divinidad. Sé de ateos recalcitrantes que a través de la poesía han debido admitir que el universo no es sólo material o al menos que, ya lo dijo, otra vez, Borges (no José Luis, no Borgues) “¿Pero hay algo que no sea sagrado?”; la divinidad que reside en cuanto existe. Por otro camino, la compasión en su último extremo no es otra que el sacrificio crístico, que nada tiene que ver con jerarquías eclesiásticas de cardenales y obispos gordos que “dirigen” a la cristiandad (no pocos de los cuales practican la pederastia, lets remember Marcial Maciel y sus legionarios del billete). Pero mejor que esos hablemos de La noche oscura del alma, de San Juan de la Cruz, del “no sé qué que queda balbuciendo”, o de la (...) sombra de mi bien esquivo/ imagen del hechizo que más quiero/ bella ilusión por quien alegre muero/ dulce ficción por quien penosa vivo. La poesía mística; la que lleva a los poetas a vislumbrar un más allá en el que las delicias de los gozos divinos los hacen decir que Vivo sin vivir en mí/ Y tan alta vida espero/ que muero porque no muero. Como a Santa Teresa de Jesús.
Ver un mundo en un grano de arena/ y el cielo en una flor silvestre/ hace que el infinito quepa en la palma de la mano/ y la eternidad en una hora. Es la pasmosa idea que William Blake, en un estado del espíritu, con la consciencia alterada quién lo duda, fue capaz de decirnos, para que, a través de la poesía nos comunique tan incomunicables sensaciones, estados de la mente, del espíritu. En efecto, porque la poesía, la literatura en general nos permite vivir lo que no viviríamos por más intensa y variada de estímulos que fuera nuestra existencia. En tal sentido, la poesía nos puede llevar a una existencia, que sería nuestra elección angélica como dice Borges que dijo Emanuel Swedenborg: buenos sentimientos, buenos pensamientos, buenas acciones, lo que no es otra cosa que el ser bueno y ser (por eso) bello, el areté griego. La frónesis, la prudencia en la vida, derivada de la sabiduría. El culmen espiritual.
Hay un filósofo ruso, creo, medio empírico, medio iluminado, medio esotérico, quizá masón, Piotr Demianovich Ouspensky que, sin embargo, sostiene una idea que no deja de ser interesante, habla de que el estado ideal del hombre es el equilibrio entre el cuerpo físico, el intelectual y el espiritual. Bendito es aquél que en algún momento de su vida haya llegado a semejante equilibrio: el vigor físico, el poderío intelectual y el oro del espíritu, la percepción de la divinidad.
Y sólo hasta ahora podemos responder a la pregunta planteada, ¿para qué sirve la poesía? En realidad no sirve para cosa alguna de las que se consideran valiosas en este mundo materialista y hoy globalizado. Pero la poesía sirve para ejercer la libertad más allá de toda moral y conveniencia material. Para algo que no es material ha de servir puesto que los mejores humanos se han interesado y han gozado de la poesía, en efecto, hay un gran prestigio de la poesía a pesar de que “no sirve para nada”. Y agreguemos que la poesía es un medio que nos permite el Conocerse a sí mismo que es una respuesta a una de las más terribles preguntas que cualquier humano puede plantearse: ¿para qué estamos en esta vida?
La poesía es salvación. La civilización que llamamos occidental está gravemente enferma. Cada vez se animaliza, huérfana de espiritualidad, gracias a sus prodigios tecnológicos que han terminado siendo algo así como profanaciones de cuanto tocan. La civilización occidental ha olvidado la poesía. Es decir, la salvación.
Lo dijo Paz en El arco y la lira, “si la poesía está olvidada no es que la poesía esté enferma, en decadencia, la enfermedad radica en la sociedad”. O algo así.
Nadie vaya a creerme. Nadie intente realizar experimentos como los que aquí se anotan sin la supervisión de un adulto (entiéndase un gurú, un experto, un chamán, un iluminado) o que cada cual haga como dijo Françoise Rabelais que se estilaba en el monasterio de Theleme, cuyo reglamento era regido por un precepto único: Haz lo que quieras. Que cada uno haga lo que quiera. Al fin que existe la poesía.
Por último. Acerca del cuerpo, bueno, basta con que consumamos carne, pescados y mariscos, leche, huevos, frutas y verduras. Excepcionalmente, ¿por qué no?, alguna porquería de ésas, un alimento chatarra, como cuando accedemos a la debilidad de ceder a un exceso, aplicarnos una mediana borrachera o cometer un pecadillo contra nosotros mismos.

viernes, 19 de diciembre de 2008

Matar a la gallina de los huevos de oro

In Naturalibus


Matar a la gallina de los huevos de oro
Pterocles Arenarius


En medio de augurios temibles nos aproximamos al final de otro año. La crisis que golpeó severamente a la economía más poderosa del mundo, aquí arriba de nosotros en varios sentidos de la palabra, terminó por dañar al sistema mexicano, a pesar de las optimistas declaraciones y de la presumida autodenominación de “nave de gran calado” para la economía de nuestro país.
En Estados Unidos brilla la esperanza cuando un negro ha ganado la presidencia de aquella república gracias a prometer que será un presidente cuyas políticas serán totalmente opuestas a las del saliente George W. Bush, invasor de países ex aliados y responsable de la catástrofe económica de su país. Cuando las cosas empiecen a recomponerse en EU provocará que también ocurra en México la recuperación. Pero para que esto ocurra habrán de pasar unos cuantos años.
Por lo pronto la circunstancia apunta a empeorar allá, del otro lado, y por consiguiente más grave aún será en México. Es decir, lo peor todavía no llega. El sentimiento más fuerte entre los mexicanos en este momento es de incertidumbre. A esto tenemos que agregarle la inseguridad derivada de la explosión delincuencial y la guerra entre narcotraficantes y entre grupos de éstos contra las fuerzas del gobierno.
La moral de los mexicanos no es buena. Entre la mayor parte de la gente hay inseguridad en el presente y desesperanza hacia el futuro. Es sensible la desconfianza en el gobierno que ha incumplido una por una todas sus promesas o peor, con frecuencia ha venido haciendo lo contrario de lo que prometió.
Una calamidad más, de la que casi nadie ha dicho algo, es la de las Administradoras de Fondos para el Retiro (Afores) que, en la terrible crisis norteamericana, han perdido alrededor del cuarenta por ciento de sus fondos. Es decir, los trabajadores mexicanos que ahorraron cien pesos, ya sólo tienen sesenta. Esta monstruosidad (entregar a bancos extranjeros el dinero para el retiro de los trabajadores mexicanos, para que lo pusieran a jugar en la bolsa) que fue señalada en su momento, hoy da los peores resultados posibles. Es un buen ejemplo de lo que puede pasar si se permite al gobierno privatizar el petróleo. Ante la premisa elemental de “Poner nuestra riqueza en manos extranjeras”, la conclusión no puede ser más desalentadora: “Nadie va a cuidar lo nuestro mejor que nosotros mismos”, a pesar de todo.
México está viviendo una cotidiana degradación en todos los órdenes. Las noticias alarmantes se suceden de tal suerte que la siguiente es peor y más atroz que la anterior.
Lamentablemente el actual gobierno ha reproducido los execrables vicios del régimen de un solo partido que supuestamente se había terminado con la llamada alternancia en el poder. Incluyendo en lo anterior las crisis económicas, aunque el actual gobierno diga que no tiene responsabilidad en la actual crisis.
Este gobierno está actuando tan desacomedida, tan torpe, tan irresponsablemente que el augurio indica el regreso del PRI, tan poderoso como en sus mejores tiempos. En otras palabras “¿Más vale pésimo por bien conocido que el mediocre que se está dando a conocer?”.
Así, el fin de año, la temporada navideña que para algunos nos resulta siempre deprimente, hoy acumula ingredientes devastadores para las personas que consideran que la felicidad navideña tiene que ver con el consumo, los regalos, las comilonas y el alcoholismo mal disfrazado.
Este, como ningún otro, es el momento en que debemos esmerarnos en apreciar que la verdadera dicha desde lo más simple, desde lo austero. Es el momento de volvernos como dicen los franciscanos: “Para vivir necesito poco y lo poco que necesito lo necesito poco”. Como establecen los budistas, el origen del dolor está en los deseos, si no deseamos no hay dolor. Como contraparte de esta época que ya ha hecho tradición de consumismo desmesurado.
“La gente es feliz pero no se da cuenta”, dice mi amigo el escritor Enrique Galván. Sostiene que para ser realmente feliz se requiere muy poco, sin embargo, hay gente que tiene mucho más de lo que necesita (“Nadie tiene derecho a lo superfluo/ mientras alguien carezca de lo estricto”, dice Díaz Mirón), pero estas personas se inventan sus desgracias y “sufren” por carencias creadas por los publicistas de la televisión y, sin duda, superfluas. Para ser realmente infeliz sostiene Galván tendríamos que haber pasado por una hambruna, una guerra, un campo de concentración o el secuestro y la tortura en manos ya sea de policías o bien de secuestradores, que suelen ser los mismos.
Que en las antípodas de las costumbres franciscanas se queden los Agustín Carstens, de quien han publicado los periódicos, gasta $3 000 pesos diarios aparte de su sueldo en comidas ―tres mil pesos del erario que pagamos todos aparte de su salario que, entre paréntesis es de 154 mil 375.93 pesos mensuales libres, sin contar otras compensaciones y bonos―. ¿Quién puede gastar tres mil pesos por día en comida? La imagen del secretario de Hacienda se explica con semejantes gastos en comida. Lo cual no evita que los tres mil pesos diarios sean un exceso, ¿o su sueldo no le alcanzará al señor Carstens para comer lo suficiente sin pedir esa compensación extra?
Por si lo anterior no fuera suficiente, Televisa lleva a cabo, como cada año, su acopio de dinero para construir un hospital que atienda a niños que sufren diferentes enfermedades que provocan que tengan “capacidades diferentes”. En su Teletón Carlos Loret de Mola casi llora al entrevistar a un niño de once años que no puede caminar por un grave defecto congénito en sus piernas. Los productores de Televisa tuvieron buen cuidado de grabar al niño antes de que Televisa lo tomara para hacerse publicidad. Arrastrándose, porque era la única manera en que podía desplazarse. Y Loret de Mola nos dice que el niño ni siquiera estaba registrado, es decir, oficialmente no existía. Y mucha gente llora, el niño llora y su mamá llora. Todos lloran porque Televisa es muy buena y es la única que tiene compasión por el niño que se arrastraba.
Pero lo que no nos dicen es que los ricos no están regalando nada, las aportaciones millonarias que hacen a Teletón son deducibles de impuestos. Y mucho menos nos dicen que la situación de miseria extrema para gran cantidad de mexicanos en la que es casi normal que haya niños como aquel, la provocan ellos. Sus patrones, Emilio Azcárraga Jean que pertenece al pequeñísimo grupo de superpotentados que se apropia de la riqueza de México de una manera que no ocurre en ningún otro país en el mundo. Y no está exento el propio Loret de Mola, que está al servicio de su patrón Azcárraga y de todos los inmensamente ricos que son sus cómplices y aliados. Ellos, los que han hecho de México una economía de compadres en la que nadie puede progresar porque los poderosos monopolios impiden lo que dicen defender: la libre competencia, el famoso laissez faire.
México se hunde en el pantano de su propia corrupción. Pero lo extraño es que no hubiera ocurrido antes, si al anterior presidente, el señor Fox, se le perdieron ―o al menos se niega a decir que pasó con el dinero― 300 mil millones de pesos que Pemex recibió extras por el sobreprecio del petróleo en el año 2005; si en México el servicio telefónico es el más caro del mundo. Los bancos; todos extranjeros, cobran las comisiones más altas del mundo por usar nuestro dinero para enriquecerse y aun así, insaciables, reciben alrededor de 30 mil millones de pesos al año del erario por el famoso Fobaproa. Si los líderes sindicales como el petrolero Romero Deschamps juegan millones de pesos a la ruleta en Las Vegas. Si los policías de alto nivel, como se está descubriendo, trabajan para el enemigo: los cárteles de la droga. Si el llamado crimen organizado ejecuta a un promedio de 20 personas por día, superando el número de muertes que ocurren en Irak, país ocupado militarmente por nuestro poderosísimo vecino del norte. Si los ahorros de los trabajadores están siendo arriesgados en un pozo sin fondo que es el juego de la bolsa de valores de Nueva York.
La desigualdad, la corrupción y el crimen organizado, son los tres más grandes problemas de México. Los tres están relacionados profundamente y no sabemos cuál es el que dio origen a los otros. El famoso caricaturista del periódico La Jornada que firma como Helguera ha hecho un cartón en el que se refiere al inmenso poder acumulado por el crimen organizado y afirma que casi gobierna a México. Y en el dibujo observamos que se refiere a los altos funcionarios de gobierno, líderes sindicales, magistrados de la Suprema Corte de Justicia, legisladores, etc.
Los sucesivos gobiernos de México, desde Díaz Ordaz hasta el actual, están logrando lo que en los tiempos del diazordazato parecía imposible: matar a la gallina de los huevos de oro.
Los simples ciudadanos que vivimos en medio de la catástrofe, sin embargo, tenemos la obligación de procurarnos la felicidad para nosotros mismos y para los que amamos. Hacer de este mundo paraíso, puesto que ya hay mucha gente ocupada en convertirlo en un infierno.
La prosperidad, que es sentirse completo y contento sin lo superfluo. La armonía interior que nos provoca el bienestar exterior. Y el buen humor de todo, por todo y para todo. Eso se desea a todo el mundo en esta época de fiestas decembrinas.

martes, 9 de diciembre de 2008

Dos artículos de Leonardo Boff

¿ESTÁ POR LLEGAR LO PEOR DE LA CRISIS?

Leonardo Boff

(difundida el 28 de noviembre de 2008)

En un artículo anterior, afirmábamos que la crisis actual más que económico-financiera es una crisis de humanidad. Se han visto afectados los cimientos que sustentan la sociabilidad humana —la confianza, la verdad y la cooperación—, destruidos por la voracidad del capital. Sin ellos es imposible la política y la economía. Irrumpe la barbarie. Queremos presentar esta reflexión de sentido filosófico inspirados en dos notables pensadores: Karl Marx y Max Horkheimer. Este último fue prominente figura de la escuela de Frankfurt, al lado de Adorno y Habermas. Antes incluso del final de la guerra, en 1944, tuvo el valor de decir en unas conferencias en la Universidad de Columbia (USA), publicadas bajo el título Eclipse de la razón, que la victoria inminente de los aliados iba a servir de poco. El motivo principal que había generado la guerra seguía estando activo en el núcleo de la cultura dominante. Era el secuestro de la razón para el mundo de la técnica y de la producción, por lo tanto, para el mundo de los medios, olvidando totalmente la discusión sobre los fines. Es decir, el ser humano ya no se preguntaba por un sentido más alto de la vida. Vivir es producir sin fin y consumir todo lo que se pueda. Es un propósito meramente material, sin ninguna grandeza. La razón fue usada para hacer operativa esta voracidad. Al someterse, se oscureció, dejando de hacerse las preguntas que siempre había planteado: ¿qué sentido tiene la vida y el universo, cuál es nuestro lugar? Sin respuestas a estas preguntas, sólo nos queda la voluntad de poder que lleva a la guerra como en la Europa de Hitler. Algo semejante decía Marx en el tercer libro de El Capital. En él deja claro que el punto de partida y de llegada del capital es el propio capital en su voluntad ilimitada de acumulación. Su objetivo es el aumento sin fin de la producción, para la producción y por la propia producción, asociada al consumo, con vistas al desarrollo de todas las fuerzas productivas. Es el imperio de los medios sin discutir los fines ni cuál es el sentido de este proceso delirante. Son los fines humanitarios los que sostienen la sociedad y dan propósito a la vida. Bien lo ha expresado nuestro economista-pensador Celso Furtado: “El desafío que se plantea en el umbral del siglo XXI es nada menos que cambiar el curso de la civilización, desplazar el eje de la lógica de los medios al servicio de la acumulación, en un corto horizonte de tiempo, hacia una lógica de los fines en función del bienestar social, del ejercicio de la libertad y de la cooperación entre los pueblos” (Brasil: a construção interrompida, 1993, 76). No fue eso lo que los ideólogos del neoliberalismo, de la desregulación de la economía y del laissez-faire de los mercados nos aconsejaron. Ellos mintieron a toda la humanidad prometiéndole el mejor de los mundos. No existían alternativas a esa vía, decían. Todo eso ha sido ahora desenmascarado, generando una crisis que va a ser aún peor. La razón de ello reside en el hecho de que la crisis actual se ha establecido en el seno de otras crisis todavía más graves: la del calentamiento planetario, que va a tener dimensiones catastróficas para millones de seres humanos, y la de la insostenibilidad de la Tierra como consecuencia de la virulencia productivista y consumista. Necesitamos un tercio más de Tierra, es decir, la Tierra ya ha sobrepasado 30% de su capacidad de reposición. No aguanta más el crecimiento de la producción y del consumo actuales, como propone cada país. Y va a defenderse produciendo caos, no creativo sino destructivo. Aquí se sitúa el límite del capital: en el límite de la Tierra. Eso no existía en la crisis de 1929. Se daba por descontado la capacidad de soporte de la Tierra. Hoy no: si no salvamos la sostenibilidad de la Tierra, no habrá base para el proyecto del capital en su propósito de crecimiento. Después de haber vuelto precario el trabajo, sustituyéndolo por la máquina, ahora está liquidando la naturaleza. Estas consideraciones raramente aparecen en el debate actual. Predomina el tema de la extensión de la crisis, de los índices da recesión y del nivel de desempleo. En este campo, los peores consejeros son los economistas, especialmente los ministros de Hacienda. Ellos son rehenes de un tipo de razón que los ciega para estas cuestiones vitales. Hay que oír a los pensadores y a los que aman la vida y cuidan de la Tierra.






------------------ NO AMAN LA VIDA

Leonardo Boff

(difundida el 5 de diciembre de 2008)


La búsqueda de una salida para la crisis económico-financiera mundial está rodeada de peligros. El primero es que los países ricos busquen soluciones que resuelvan sus problemas, olvidando el carácter interdependiente de todas las economías. La inclusión de los países emergentes significó poco, pues sus propuestas fueron escasamente tendidas en cuenta. Siguió prevaleciendo la lógica neoliberal, que asegura la parte leonina a los ricos. El segundo peligro es perder de vista las demás crisis: la ecológica, la climática, la energética y la alimentaria. Concentrarse solamente en la cuestión económica sin considerar las otras es jugar con la insostenibilidad, a medio plazo. Cabe recordar lo que dice la Carta de la Tierra: “nuestros desafíos ambientales, económicos, políticos, sociales y espirituales están interligados, y juntos podemos forjar soluciones incluyentes” (Preámbulo). El tercer peligro, más grave, consiste en mejorar sólo las reglas existentes en vez de buscar alternativas, con la ilusión de que el viejo paradigma neoliberal tenga todavía la capacidad de volver creativo el caos actual. El problema no es la Tierra. Ella puede continuar sin nosotros, y continuará. La magna quaestio, la cuestión magna, es el ser humano, voraz e irresponsable, que ama más la muerte que la vida, más el lucro que la cooperación, más su bienestar individual que el bien general de toda la comunidad de vida. Si los responsables de las decisiones globales no consideran la inter-retro-dependencia de todas estas cuestiones y no forjan una coalición de fuerzas capaz de equilibrarlas, entonces sí estaremos literalmente perdidos. En realidad, si hubiera un mínimo de buen sentido, la solución del cataclismo económico y de los principales problemas infraestructurales de la humanidad se podría encontrar. Bastaría proceder a un desarme amplio y general, ya que no existen enfrentamientos entre potencias militares. La construcción de armas, propiciada por el complejo industrial-militar, es la segunda mayor fuente de lucro del capital. El presupuesto militar mundial es del orden de un billón cien mil millones de dólares/año. Sólo en Irak se han gastado ya dos billones de dólares. Para este año, el gobierno estadounidense comprometió un gasto de armas por valor de un billón y medio de dólares. Estudios de organismos de paz revelaron que con 24 mil millones dólares/año —apenas 2.6% del presupuesto militar total— se podría reducir a la mitad el hambre del mundo. Con 12 mil millones —1.3% del referido presupuesto— se podría asegurar la salud reproductiva de todas las mujeres de la Tierra. Con gran valentía, el actual presidente de la Asamblea de la ONU, el padre nicaragüense Miguel d’Escoto, denunciaba en su discurso inaugural de mediados de octubre: existen aproximadamente 31 000 ojivas nucleares en depósitos, 13 000 distribuidas en varios lugares del mundo y 4 600 en estado de alerta máxima, es decir, listas para ser lanzadas en pocos minutos. La fuerza destructora de estas armas es aproximadamente de 5 000 megatones, fuerza destructiva 200 000 veces mayor que la bomba lanzada sobre Hiroshima. Sumadas a las armas químicas y biológicas, se puede destruir de 25 formas diferentes toda la especie humana. Postular el desarme no es ingenuidad, es ser racional y garantizar la vida que ama la vida y que huye de la muerte. Aquí se ama la muerte. Sólo este hecho muestra que la humanidad está formada en gran parte por gente irracional, violenta, obtusa, enemiga de la vida y de sí misma. La naturaleza de la guerra moderna ha cambiado sustancialmente. Antaño “moría quien iba a la guerra”. Ahora no, las principales víctimas son civiles. De cada 100 muertos en guerra, 7 son soldados y 93 son civiles, 34 de los cuales niños. En la guerra de Irak han muerto ya 650 00 civiles y solamente unos 3 000 soldados aliados. Hoy presenciamos algo absolutamente inédito y de extrema irracionalidad: la guerra contra la Tierra. Siempre se hacían guerras entre ejércitos, pueblos y naciones. Ahora, todos unidos, hacemos la guerra contra Gaia: no dejamos un momento de agredirla y explotarla hasta derramar toda su sangre. Y todavía invocamos la legitimación divina para nuestro crimen, pues cumplimos el mandato: “multiplicaos, llenad la Tierra y sometedla” (Gn 1,28). Haciéndolo así, ¿hacia dónde vamos? No hacia el reino de la vida.