lunes, 15 de noviembre de 2021
La noche, Agustín Ramos
miércoles, 18 de agosto de 2021
México-Tenochtitlan 500 años
miércoles, 7 de julio de 2021
Carta a Ricardo Rocha
Carta a Ricardo Rocha:
Pterocles Arenarius
Te explico, Ricardo Rocha, si se hizo una sección de la mañanera que se llama Quién es quién en las mentiras de la semana, es porque los periodistas son brutalmente mentirosos. Se habían acostumbrado a decir mentiras impunemente, incluso a extorsionar ―como lo hizo López Dóriga con la señora Arámburu-Zavala, como ella denunció―. En el fondo eso era, extorsión. Los Krauze, los Aguilar Camín, al final no eran sino eso, extorsionadores que ponían sus plumas al servicio del poder. Por eso. Para que ya no digan mentiras. O, incluso, dice el presidente, que las sigan diciendo, pero ahora serán exhibidos. Aunque les arda. Aunque dejen de ser el segundo poder, por arriba de los demás, excepto del Ejecutivo, ante el cual se bajaban los pantalones y se empinaban cotidianamente a cambio de muchos millones. Dinerales que perdieron. Como tú comprenderás, Ricardo.
Y aunque te asombres.
Mira, Ricardo, Ventaneando, programa de Paty Chapoy, es un bodrio, una cochinada, una desvergüenza y una de las maneras que han usado desde ese pudridero que es la televisión mexicana (hasta narcotraficantes han sido y si no pregúntales a tus compañeros de Tv Azteca que fueron capturados en Nicaragua y que, si no mal informado estoy, allá siguen, en la cárcel) para prostituir y degradar el buen gusto que podría tener el pueblo mexicano dados los antecedentes de sus verdaderas artes. La televisión intentó apropiarse del gusto popular y, en vez de arte, le dio podredumbre al pueblo, con la finalidad confesa de degradarlo, prostituirlo, como prostíbulos son las televisoras. Pretendes comparar el bodrio llamado Ventaneando con La Mañanera. Bueno, esos son tus parámetros. Es como si un borracho quisiera medir el atole desde su embriaguez. Y todavía pretendes degradarlo más, hasta Laura Bozzo. Es como si un pederasta de esos del PRI, Emilio Gamboa, Mario Marín, gente así, fuera jurado de un concurso de declamación infantil. Qué bajito has llegado, Ricardo.
No, compadre, el presidente no quiere hacer juicios ―y menos sumarísimos― ni aplastamientos de libertades, ni comprar plumas que no le interesan ―como la tuya que vendiste bien―. Y “Quién es quién en las mentiras” ni siquiera es análisis desde ópticas que tú bien conoces. Sólo es señalar a los mentirosos. Si alguien miente se exhibe solo, excepto que oculte su mentira y tenga una cobertura de cómplices ocultándolo, parafraseo a Goebbels. ¿O qué, el presidente no tiene ni el derecho de señalar a los mentirosos? No mames, Ricardo.
Si lo que hace el presidente cada mañanera no es diálogo circular ¿entonces qué es, imbécil? Ahora sí estás mintiendo descaradamente, Ricardo Rocha. Si cualquier periodista chafa, mediocre, mentiroso, se le pone de tú a tú al presidente incluso faltándole al respeto como vemos casi diario, si el martes 6 de julio el mentiroso Jorge Ramos intentó llamar mentiroso al presidente (pero se fue con la cola entre las patas), ¿dónde está el ataque a la libertad de expresión?, ¡no seas mentiroso, R. Rocha!
Y el monopolio de la verdad se lo adjudicaron los medios llamados convencionales. Ustedes dictaban lo que era verdad y lo que no. Nadie se les podía poner en contra porque simplemente lo desaparecían. Todos los políticos les tenían miedo. Los medios pusieron en la presidencia a uno de los peores presidentes que hemos tenido, Enrique Peña Nieto y justificaron los fraudes del criminal Carlos Salinas y la entronización del peor de todos: FeCal, alias, Felipe Calderón.
Ahora bien, según tú la verdad absoluta no existe, pero las mentiras triviales, las noticias falsas que ustedes ―tú, en este artículo pútrido― esparcen no deben tener respuesta, concluyo: quieren libertad de expresar mentiras y además impunidad para que no sean contestadas. ¿Eso? Pues qué mal acostumbrados se quedaron. Es que todo el dinero que ganaban por mentir ya no lo tienen. Y eso es lo que realmente les arde hasta el fondo de su alma. Pero chillen, chilla, Ricardo, si quieres dinero vete a hacer negocios. Si eres informador informa, cabrón mentiroso.
El Universal decidió convertirse en un instrumento de la derecha. Decidió publicar mentiras o verdades sesgadas o a medias para perjudicar sistemáticamente al opositor López Obrador y luego al presidente. Y cuando se le señala como un diario mentiroso chilla y dice que se ataca a la libertad de expresión. Y miente una vez más.
Y te digo quiénes son el hampa del periodismo, aunque no alcancen las líneas y sería más fácil decir quiénes no lo son: Televisa, Tv Azteca, El Universal, Reforma, La Crónica y todos los periódicos impresos, con la salvedad de La Jornada; todas las radiodifusoras quizás con alguna salvedad que no conozco; periodistas que son auténticos sicarios de la información como Joaquín López Dóriga, Carlos Marín, Ricardo Alemán, Ciro Gómez Leyva, Raymundo Rivapalacio, Pablo Hiriart, Carlos Loret de Mola, Víctor Trujillo, José Cárdenas, Adela Micha, las Denisses Maerker y Dresser y hay otros todavía menores si eso es posible: un Pascal, un Jorge Fernández, un Ruiz-Healy. Imposible tanto pudridero. Ésos. El ballet folclórico de la derecha. Todos haciendo nado sincronizado. Y tú, que perdiste la vergüenza, Ricardo, estás incluido.
Y, otra de tus mentiras: que el presidente espía a los periodistas. ¿Para qué, si son tan predecibles, si ya sabemos para dónde van y qué hacen? Ya sabemos que simplemente mienten y calumnian. Dices que el video de Pío López Obrador. A ver, ¿qué prueba ese video?, prueba que recibió dinero. ¿Recibir dinero es delito? Depende por qué se reciba... por ejemplo, vender la pluma no está tipificado como delito y tú lo has hecho y no se te ha perseguido. Si acusas a Pío, pues prueba que cometió un delito, imbécil. Si no lo haces entonces estás calumniando, mintiendo, es decir, estás haciendo lo contrario que un verdadero periodista. Si acusas a la prima del presidente, sigues mintiendo. Los contratos se le retiraron a pesar de que legalmente podía recibirlos, incluso la perjudicaron porque no violaba la ley. Y no te cansas de mentir, hablas de crímenes y corrupción en el círculo cercano del presidente. Pero ni siquiera dices quiénes o qué hechos. Mentiroso. Hablas de ¡50 mil mentiras! del presidente. Ya no sólo mientes, te estás volviendo loco, como Ricardo Alemán. Lo siento por ti.
Lo encaraste... y fracasaste, Ricardo. Recibiste contratos de Peña Nieto, eso ni tú lo puedes negar. Ese señor que todo lo que tocó lo convirtió en transas, en robos. ¿Contigo todo fue derecho? Híjole, pues permíteme dudarlo o aunque no me lo permitas. ¿Y para qué querría el presidente dialogar contigo en lo oscurito ―discreta, sinceramente de buena fe, dices―, eso suena a pretensión de contubernio a cochupo acá entre nos. Pues no, señor. Con mi presidente sí se vale decir “El rey va desnudo”, porque en las Mañaneras todos van desnudos. Y se chingan. Puedes seguir esperando... como Silvano...
¿El presidente furioso? Pues mientes, de nuevo. No he visto en los últimos años a un hombre más feliz, sereno y sonriente que Andrés Manuel. Tranquilo, hasta cuando un puercote del imperio llamado Jorge Ramos vino a ofenderlo. Con pasmosa serenidad, tranquilo, le dijo “Lamento que un periodista como tú estés mal informado”. O quizás seas un podrido que quiere calumniarnos, mentir en nuestra cara. Y el sujeto se fue con la cola entre las patas, como tú también, con todo tu ardor.
El presidente no quiso estrangular a nadie, simplemente les quitó el dinero que recibían en exceso a modo de extorsión encubierta: “Hablo bien del gobierno y éste me llena de billetes”.
El debate lo tienen perdido porque mienten. Desde el ardor del fundillo y sin fundamentos no pueden ganar ningún debate porque, además, “la victoria de la reacción es moralmente imposible”.
martes, 2 de marzo de 2021
Un viejo peleonero
Crónica en diálogo para
retratar a un pinche viejo peleonero
Pterocles Arenarius
―No es tiempo ya de que hagas eso, cabrón. Ese pendejo tiene, por lo menos, 30 años menos que tú. A ver, ¿qué tal si te rompe toda tu madre?
―No, mi hermano. No he dejado de entrenar, estoy bien cabrón, en serio.
―Pues sí, estás cabrón, pero a tus 70 años ni sueñes que puedes ser el mismo de hace 40 años.
―Pues no sueño. Ya sé que soy un pinche viejito. Pero sé meter las las manos y lo último que se pierde es el pegue. Doy buenos putazos, aunque no lo creas. Es más, vamos a subirnos al ring para que veas.
―No, gracias, déjalo de ese tamaño, yo sí te creo. Pero de todos modos. A esa edad no puedes ni debes ni debías querer pleitos a golpes y menos con un cabrón que podría ser tu nieto, no me chingues.
―Lo que pasa es que ese hijo de su puta madre me agandalló una vez, hace muchos años. Pero tú viste, ¿me la saqué sí o no?, dime la neta.
―Sí, la neta sí te rifaste.
―Y te voy a decir una cosa. Ese día del pleito no había comido en todo el día. En la mañanita nomás me tomé un café y un pan. Precisamente había ido por comida, venía con lo que iba a comer ya casi a las siete de la noche cuando me lo encontré al hijo de su chingada madre. Y, otra, estaba bien cansado, entrené como hora y media y sí me sentía fatigado, pero más todavía, traía la carga de entrenamiento de unos siete días de trabajar bien duro. Y, para acabarla de chingar estaba todo superhambriento. Antes no me dio mis chingadazos el pendejo.
―Pues te diré, yo vi todo el tiro y no te fuiste limpio. Te dio una patada en los güevos. Te alcanzó a dar dos que tres chingadazos en la cara. Te dio una patada en el pecho cuando te agarró de los cabellos y al final, te tiró al suelo, aunque sea a empujones, pero te tiró dos veces.
―Me aventó un patadón, pero no me pegó en los güevitos, sino apenas de refilón. Aguanté bien derechito. El chingadazo fuerte me lo dio en una pierna, se me puso no morado sino negro. Fue un buen chingadazo, pero no me hizo nada. Los golpes en la cara, sí, me dio uno en la mandíbula izquierda y otro en la sien derecha. Pero tampoco me hicieron nada ni se me inflamaron y apenas me dolieron un par de días. Nada de cuidado. En cambio él, con su jeta, me puso los dos puños morados. Le metí dos santos vergazos que me lastimé las dos manos. Nomás que uno se lo di en la sien, igual que él a mí; y el otro se lo di en el hocico, bueno, en la mandíbula. Si no se cayó el pendejo es porque pesa más de cien kilos. Pero te apuesto que diez días después de la madriza todavía le han de doler. ¿Por qué?, porque a mí todavía me duelen los nudillos y los dedos con que le pegué. El dedo medio de la izquierda todavía lo tengo inflamado. Te digo que le metí un par de chingadazos de su tamaño, o más bien de su peso, porque está bien chaparro el cabrón, pero pesa más de cien kilos. Y que le dé gracias al cielo de que yo estaba cansado y sin comer, porque si no, de un chingadazo de esos lo hubiera tumbado con todo y sus cien kilos.
―Pero no mames, ¿qué tal si quiere desquitarse?
―No creo. Ya probó lo que es candela. Ya vio que le puedo dar unos chingadazos espantosos y no tiene idea de que le puedo pegar más fuerte todavía, pero con lo que probó ya es para que no se arriesgue otra vez. Además él fue el que pidió tregua. Ya no podía ni con su alma y yo, con todo mi cansancio acumulado, pero sí podía seguir peleando. Si voy descansadito le parto su madre y ni cuenta se hubiera dado.
―Ya no le busques, cabrón. Si el güey ya no quiere pelear pues mejor áhi que muera y todos en santa paz.
―Puede ser...
“Pero déjame decirte una cosa que me pasó ese día. Algo bien extraño. Primero, que el güey tuvo mucha suerte, porque te digo, si me agarra descansado y sin hambre (es que, la neta, no exagero, estaba yo hipoglucémico, en los hechos llevaba casi 24 horas sin probar alimento), si me agarra medio entero le parto su madre pero fácil y rápido. O sea que tuvo mucha suerte el pendejo. Y la otra, que se acumula con la anterior, es que te juro que cuando le tiré el descontón, tú lo viste, me lo esquivó el hijo de su puta madre, bueno, cuando le tiré el vergazo sentí que había más gente con él. Que estaban al menos una, si no es que dos gentes más con él. Estaba peleando también contra ellos.
―¿En serio? Qué raro.
―Ahora lo pienso y estoy seguro de que hay alguien que lo protege al pendejo.
―Bueno, te diré algo. Todos tenemos alguien que nos cuida. Bueno, casi todos. Pobre de aquel cabrón al que nadie de este mundo ni del otro lo protege. Mira, todo aquel que es amado en este mundo tiene una protección. Y si hay alguien que ya no está en este mundo y lo quiso, ese lo cuida más todavía y, ¿sabes una cosa?, ¿te acuerdas de su madre, una pinche vieja chaparra, gordota como él, argüendera peor que el puto diablo, más chismosa que Satanás y chillona la cabrona. Una pinche vieja que hasta lo que no se comía le hacía daño. Esa mujer murió hace unos dos o tres años. Pues esa cabrona lo estaba cuidando. Cuando peleas con alguien estás luchando contra todos los que aman a tu enemigo. Está cabrón.
―Pero también te enfrentas a su fuerza vital, a su instinto de supervivencia. Hubieras visto cómo peleaba el perro maldito, bueno, viste, pero no, hubieras sentido su desesperación, la fuerza de animal que le ponía a su defensa. Era como si quisieras exterminar a una rata. Se defendía como si yo lo hubiera querido matar. Con la fuerza monstruosa de la vida. Y yo cometí un error grave. Yo he sido peleador. Un peleador nunca debe perder la calma. Yo la perdí. Entré a su juego. Entre los griegos se enseñaba a sus soldados que, para el combate, se encomendaran a Atenea, diosa de la guerra y de la sabiduría, del orden. Lo más importante era que no debían perder el orden. Luchar ordenadamente les garantizaba la victoria. En cambio, sus enemigos eran encargados a Ares (Marte, para los romanos), el dios de la guerra y el desorden. Si los griegos lograban que sus enemigos cayeran en desorden, era casi seguro derrotarlos. No supe conservar la serenidad. Es más, no debí acercármele. Cuando empezó el tiro debí boxear de lejos, amagarlo, hacerle fintas, tirarle el yab, etcétera, todo lo que sé. Pero don pendejo, ahí voy a romperle la madre a lo bestia. Por eso me dio la patada. Por eso me agarró de la camisa y me tiró al suelo con sólo empujar con sus cien kilos, eso sí, desesperadamente, porque se dio cuenta que a los chingadazos ya lo había derrotado. Si le hago eso, le peleo como yo sé, ordenadito, tranquilo, aun así bien cansado y hambriento, mira, en menos de cinco minutos ya no hubiera podido ni con su alma. Entonces hubiera sido el momento de romperle su madre. Pero cometí el error de entrar en su juego y él aprovechó mucho mejor sus ventajas, su peso. Yo, en cambio, no pude explotar las mías, mi rapidez, porque estaba bien cansado; mi mejor boxeo, excepto por momentos, ¿viste que le esquivé dos ganchazos que me tiró y a cambio le di un derechazo que lo hizo brincar? En fin. Se llevó dos recuerditos el hijo de su puta madre. Para que aprenda.
―Bueno, ¿ya estás satisfecho? ¿Ya no le vas a buscar pleito otra vez?
―No, ya no. Creo que se llevó una buena lección. Ya se dio cuenta de que no es lo mismo pegarle a un borracho ―porque aquella vez me agarró ahogado de borracho― que pelear con un pinche viejito. Pero si quiere más ahora sí le voy a dar una putiza pero al doble de su tonelaje.
―Cabrón, a los 70 años no debes pelear ni con tus nietecitos, nadie pelea a esa edad.
―Pues no, mi carnal. Pero, para empezar, no tengo nietos y, en ese pedo de ya no pelear, vas a ver... ¿Qué te diré? Dos tiros más y ya me retiro, ahora sí, para siempre, de la violencia.
―Ay, cabrón, no entiendes.