lunes, 15 de noviembre de 2021

La noche, Agustín Ramos

Los poderes del autor Pterocles Arenarius La noche, Agustín Ramos. Eterno Femenino Ediciones, 2020. Escribir una novela es como hacer un doble viaje, ya sea simultáneamente o bien alternando hacia el microcoscosmos y hacia el macrocosmos. Es decir, reproduciendo los detalles más nimios, el diablo está en los detalles y el diablo es el gran fascinador. Pero también se tiene que estar constantemente observando el macrocosmos de la novela, la vista desde la altura, cuidando la armazón desde los cimientos que, por ser lo primero de la construcción deben ser lo más sólido, lo mejor construido; vaya si vale la mención hasta la estructura completa de la obra. Pocas veces está mejor usada la palabra obra que en una novela. Porque otras obras, aunque tienen su estructura, su armazón, su complejidad, carecen del vasto ensamblaje de la novela. Cuando se va escribiendo una obra de estas hay que tener en la mente muchas cosas al mismo tiempo, como cuando se resuelve una ecuación matemática muy compleja en la que si te equivocas con un signo o en una simple suma le das en la madre a todo lo que sigue. Todo lo demás ya está mal. Dicen que escribir es reescribir. Cuando se lee una novela como La noche, se da uno cuenta de eso, porque cuidar tantos detalles, tener en cuenta tantas situaciones al mismo tiempo al momento de dar cada paso sólo se consigue con un oficio de décadas, una pasión por contar historias y un amor inmenso a la literatura, además de múltiples conocimientos, desde los objetos cotidianos que se usan en la vida diaria en todos los oficios, en todas las circunstancias y en todas partes ―el escritor es, así, un diligente observador cuasi panóptico―, pero la más acuciosa mirada del escritor debe ser hacia los seres humanos. Y más que a cualquiera, debe serlo de sí mismo. Un gran escritor es aquel que cuando crea, cuando está novelando, él es toda la humanidad. Tal impresión provoca la lectura de La noche, y no hablo de otras novelas del autor sólo porque esta es la que está en cuestión en este momento. La novela, vista así, sería un viaje simultáneo o quizá alterno entre las profundidades de los detalles del mundo ese que está ahí afuera y al mismo tiempo de los mundos que nos habitan como del macrocosmos, de lo alto. Baruch Spinoza decía que “Aquel individuo que para tomar una decisión no considera los últimos cinco mil años de la historia humana es un inconsciente”. Y yo agregaría que, obviamente, tiene que tomar en cuenta los últimos cinco minutos de su vida. Así da la impresión que se ha escrito esta novela.
El novelista, digo, el gran novelista, es un universo. Nos muestra el universo. Pero, a ver, vamos por partes, para empezar el universo es incapturable. Es imposible que en una novela, la más vasta, la más erudita, la más larga, incluya nada más lo que ocurre aquí, en mi cuarto, donde escribo estas líneas. Es imposible que cronique todo lo que ocurre en este pequeño espacio. Nada más con que pretendiera comentar todo lo que ocurre en mi cuerpo: múltiples seres vivos lo habitan, gérmenes en toda la piel, especialmente, vergonzosamente, en todos los orificios, cada célula viviendo, vibrando, trabajando por sí misma, pero también en colaboración con miles de millones de otras células más de todo el cuerpo para llevar a cabo el metabolismo de esta máquina que avanza hacia la muerte. Imposible narrar tanto. Y eso sólo aquí. Preténdase hacerlo para el barrio, para la ciudad, ¡para la ciudad o para el planeta! Absolutamente imposible.
Pero el novelista se da sus mañas para hacernos sentir que nos está dando una visión del universo entero. Tiene un poder de síntesis, un poder de selección, uno indecible, la capacidad de engaño o de dominio sobre el lenguaje que, al nombrar un puñado de objetos nos hace sentir al mundo entero. Borges da gracias no a dios, sólo da gracias, por el lenguaje: “que es capaz de simular la sabiduría”. Lo cual es una virtud diabólica. O si quieren, divina. Es lo mismo. Ahora que quizá el dominio sobre el lenguaje sea La Sabiduría. Porque sabemos bien que simular algo es terminar siendo eso que se simulaba. Nuestro novelista empieza a escribir y se impone retos. Desafíos monstruosos: un hombre que, un buen día, despierta después de un sueño intranquilo ―como dijo el señor K― y descubre que está solo, absolutamente solo ―hasta donde alcanza a percibir― en todo el puto mundo (hay una microficción en El libro de la imaginación, de mi maestro Edmundo Valadés que trata el asunto de la inimaginable soledad planetaria). La humanidad ya no existe. Sólo él en medio del universo. Pero luego, aquí, el novelista nos lo sostiene a lo largo de doscientas cuarenta y ocho páginas de narración para terminar en la misma escalofriante circunstancia, donde el personaje, pobre cabrón, acaba de despertar y no tiene idea de lo monstruoso que está por pasarle (por encima), lo que ya nos hizo vivir el novelista. En su momento está ese episodio de la ternura, del amor más puro y limpio, el infantil, no sin su dosis de carga erótica: la criatura no deja de sentir un tremendo placer (que, por supuesto, nos comparte), cuando la hermosa tía lo aprieta, amorosamente, contra sus pechos. Y la monstruosa decepción del crío cuando la amada tía se va para siempre, como si se muriera, pero peor, con un cabrón que la conducirá al suicidio. Los retos del escritor siguen: el matrimonio, tan feliz como todo matrimonio con más de una década de convivencia, en el mero cine, cuando el señor va a comprar chuchulucos para su mujer, a la de sin susto ―como en aquella novela de la española Montero―, desaparece para siempre. Ay, cabrón. Pero este que escribe me lo hace sentir tan cierto, tan creíble y verosímil, que hasta sufro con la señora. Por ahí atisbé a Fernández Unsaín y a Tito Monterroso furibundos reclamando la inaceptable carencia de conocimiento que vuelve imposible vislumbrar el talento literario de sedicentes poetas.
En La noche, he navegado por un universo asombroso, desquiciante, de pronto absurdo. La noche es el territorio del sueño, de la pesadilla. De lo inconsciente. Lo muy difícil de creer si no es por los múltiples y soberbios artificios ―los poderes del autor― con que es que ha escrito la novela llamada así, La noche, el autor con sus poderes me hace sentir que aquello es verdad. Por más que mi razón me diga que eso es absolutamente imposible o casi. No podían faltar, necesariamente, los momentos de alta sabiduría: “Tratar a las putas como damas y a las damas como putas”; lo primero por mínima estrategia masculina, aunque también por petición de parte y lo segundo, porque ahora las mujeres quieren conocer mundo, incluyendo el más bajo por una cierta ambición de libertad y también de astucia. Gracias a los poderes demoníacos del que escribe he visitado el infierno, he concebido ideas que jamás hubiera engendrado mi mente en su sano juicio. He visitado alguna parte profunda del alma humana. Con sus trucos desmesurados, Agustín, me ha llevado a que viva diversos delirios y abismos innombrables. Sacudidas a la razón, impresiones al espíritu, encuentro con la condición humana, la visión de mi propio país (en este momento, una nación que muere y otra que nace: quién sabe si aquella, la de los corruptos, de los criminales, de los grandes ladrones muera y quién sabe si un país más justo, donde viva la libertad, nazca. Estamos en la cuerda floja y no sabemos si se consiga que lleguemos al otro lado del abismo). De una o de otra manera y gracias al gran conocimiento, la osadía del novelista, su enorme oficio y sus poderes inefables, todo lo anotado se encuentra en La noche, la novela de Agustín Ramos. Lo cual se le agradece profundamente.

miércoles, 18 de agosto de 2021

México-Tenochtitlan 500 años

13 de agosto
Pterocles Arenarius

El objetivo de toda sociedad humana bajo cualquier clase de gobierno ―incluidas las tribus, las dictaduras de uno o del otro extremo y los regímenes de cualquier índole― es, mínimamente, la sobrevivencia de esa sociedad en las mejores condiciones posibles. Si no cumple con eso que es requisito elemental para su viabilidad, significa que ese gobierno, ese régimen, ese sistema, no sirve, es un fracaso (o un fraude) y debe ser sustituido. Así le pasó al PRI y fue desechado por la gente.
Tal es, sin duda, la razón de que el presidente López Obrador designara al régimen, al sistema de de gobierno de la época colonial de la Nueva España como un rotundo fracaso. Los datos duros así lo demuestran. Cuando los españoles invadieron y sometieron a Mesoamérica, siglo XVI, se ha estudiado y concluido que había en estas tierras unos 20 millones de personas. Para el XVII se refiere que la población indígena llegó a ser de tan sólo 6 millones de personas. Esto constituye una hecatombe demográfica de dimensión planetaria. Un genocidio sin parangón en la historia de la humanidad. Bueno, ni los nazis alcanzaron estos números. Y la población de los aborígenes nunca se recuperó. Hasta la fecha, hay en nuestro país unos 10 millones de indígenas. Eso fue el régimen de la Nueva España para los indígenas. El exterminio, la destrucción de su cultura, la desaparición de sus dioses y con ellos de su religión. El sometimiento a todo lo que pareciera “indio” en el oprobio, la marginación y el racismo.

Epopeya del pueblo mexicano (Fragmento). Diego Rivera

El exterminio fue, por un lado, inconsciente, porque los españoles trajeron sin querer, las enfermedades que en sus países, si bien causaban mortandad, estaban más o menos controladas, había lo que hoy se llama la inmunidad de rebaño, como nos enseñó el doctor Hugo López Gatell. Los españoles, a fuerza de sufrir las oleadas de viruela, sarampión, incluso la sífilis y muchas más enfermedades habían desarrollado anticuerpos contra la mayoría de ellas. Los organismos de los aborígenes de lo que hoy llamamos América no tenían esas defensas y murieron por miles.

Ídem, Diego Rivera. (El poder eclesial y militar)


Otro motivo de la muerte fue el de los trabajos forzados a que fueron sometidos. Y también se practicó, por supuesto, el asesinato directo. No menos tuvieron que ver las violaciones sexuales sistemáticas de los peninsulares contra las indias. Así dejaron de nacer indígenas, los nuevos habitantes ya eran mestizos. Es decir, entre lo inconsciente y lo adrede, los españoles de los siglos XVI y XVII que llegaron por nuestras tierras hicieron la más eficiente limpieza étnica de la historia humana. El gran genocidio de la historia.
Las víctimas fueron nuestros pueblos originarios. Si el plan era exterminar a los indígenas, entonces fracasaron. Porque los indígenas sobreviven, todavía existen casi todos sus idiomas (que no son dialectos, son idiomas) y, aunque la alta cultura desapareció, los usos y costumbres, la alimentación y hasta gran parte de la cosmovisión pervivieron.

Ídem. Diego Rivera. (La circunstancia indígena en la Nueva España)


Si el plan era, como el de toda sociedad humana, la sobrevivencia, la mutua existencia como les ocurrió a los españoles con los invasores musulmanes, como se les permitió siglos antes, cuando los dominaron los romanos e incluso en las invasiones de bárbaros germánicos, ellos no sufrieron el exterminio sistemático y por varias vías que ellos, los españoles ―inconscientemente a veces, con toda su voluntad en otras― ejecutaron contra los mesoamericanos. Si tal era el objetivo también fracasaron, porque la población no se recuperó. Pero es claro que esta no fue su prioridad. Un total fracaso, como dijo el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Ahora, si consideramos que ―como lo proclamaran reiteradamente―, la invasión fue para acumular riquezas monstruosamente, no olvidemos que no fueron pocas las expediciones españolas para buscar Eldorado, una ciudad construida con oro. ¡La más grande locura de avaricia! Pues las riquezas inimaginables las obtuvieron. Pero fracasaron escandalosa y dolorosamente cuando los piratas franceses, holandeses y más que nadie, los ingleses, se las arrebataron a lo largo de los tres siglos que los súbditos de la corona española saquearon estas tierras. España fracasó en todos los órdenes. Se convirtió en el imperio con el más grande territorio de la historia. Jamás rey alguno tuvo más súbditos que Carlos I de España. Nunca un régimen tuvo a su disposición tantas riquezas.

Alegoría de la historia en la colonia española


Pero el territorio lo convirtieron ―por decreto real― en tierra casi baldía, los súbditos fueron exterminados como jamás se ha visto aniquilación semejante en la historia y la riqueza de cientos de toneladas de metales preciosos no supieron conservarlos pues los piratas de las futuras potencias los robaron impunemente.
El fracaso español fue completo, monstruoso, en todos los órdenes. Para el siglo XIX España era una nación vulnerable, indefensa y, finalmente, víctima de sus vecinos. Lo perdieron todo. Fracasaron históricamente. Y no se han recuperado. Hoy son parte de lo que los neoliberales europeos, chovinistas y/o fascistoides, llaman PIGS: Portugal, Ireland, Greece & Spain. Por ser un lastre para la próspera Comunidad Económica Europea.
La gran Tenochtitlan


¡Y hace apenas un par de siglos de que eran el imperio más grande de la historia! Por nuestra parte, también pagamos las deficiencias españolas. Las consecuencias de que nuestras naciones originarias fueran convertidas en colonias españolas las seguimos padeciendo a través del racismo, la corrupción, la desigualdad.
América Latina llegó tarde a todo: a la revolución industrial, incluso al renacimiento, a la cultura, a los regímenes republicanos. La decadencia de siglos de los inútiles imperialistas españoles dejó a los mesoamericanos en su propio atraso, en su decadencia.
Mientras tanto todo el mundo progresaba. La hipocresía católica jamás aceptó que en nuestro país se practicaba un racismo repugnante y brutal. Siempre nos hemos escandalizado de que los gringos, hace apenas 70 u 80 años tenían leyes que prohibían la aproximación de lo que se daba en llamar distintas razas humanas. Los negros no podían ingresar en los lugares exclusivos para blancos. Era ley. Acá no había ley, pero la costumbre era peor que en EU. Allá por lo menos se podía luchar contra la bárbara ley. Acá no, porque no era código legal, simplemente se practicaba como algo normal. Todavía, entre la “gente de bien” de México se habla de los nacos, de los indios, de la indiada, del plebeyaje y del infelizaje; así es como los güeritos, los privilegiados, los ricos que son cada vez menos y peores, aunque también entre una clase media que se fue haciendo cada vez más raquítica en número durante los últimos 30 años discriminan a los que sienten diferentes a ellos. E inferiores por alguna razón imposible de encontrar si excluimos al dinero.
La destrucción de la gran cultura aborigen es uno más de los inmensos crímenes de los españoles de los siglos ―ya está anotado―: XVI-XVII. Conceptos como Tloque-Nahuaque, el señor del cerca y el junto: que nos recuerda a “la esfera con centro en todas partes y circunferencia en ninguna”, de que habla Pascal. Ipal-Nemouani, el señor por el que se vive o el dador de la vida, o el principio de la existencia; Moyocoyani: el señor que se crea a sí mismo. Nombres que son facultades del Ometéotl, el padre-madre de cuanto existe; es decir, Ometéotl podía ser Ometecuhtli y Omecíhuatl, o dios dual, hombre-mujer; padre-madre. Denominaciones que tan sólo por sí mismas satisfacen, de pura entrada, en el ámbito intelectual de muy superior manera a Yahvé (o, si quieren, Jehová), su hijo y su palomita.

La gran ciudad, capital del imperio azteca.


Los españoles masacraron al grupo azteca, prácticamente lo exterminaron de manera despiadada aunque en alianza con tlaxcaltecas, totonacas y cholultecas entre otros, quienes se aliaron al poder de un pequeño ejército ibérico con tal de vengarse de sus opresores, los mexicas.
En el mediano plazo, los españoles que exterminaron a los aztecas, simplemente traicionaron a todos sus aliados ―aunque a ellos les debieran su victoria― y los esclavizaron y sometieron y explotaron y expoliaron no menos que a los vencidos y ya para entonces casi inexistentes aztecas.

Tenochtitlan, asombro de la soldadesca invasora


La historia refiere el descubrimiento de la magnífica escultura monumental de Coatlicue que se conserva en el Museo de Antropología e Historia de Chapultepec. Lo leí en un libro de Octavio Paz, no creo equivocarme pero es el que se llama Árbol adentro. Ahí dice que cuando vino a México Alexander Von Humboldt, pidió al virrey, en aquel momento José de Iturrigaray, que le permitiera buscar mediante una excavación ―y que además, por supuesto, le proporcionara la mano de obra― un monumento que cierto fraile español que venía con la tropa en la invasión a Mesoamérica, a su vez, había escrito en sus memorias. El fraile de marras sostenía que en el momento en que los españoles estaban dedicados a la destrucción total de Tenochtitlan, luego del asesinato masivo de sus habitantes, dos soldados fueron a buscarlo y aterrorizados le dijeron que habían encontrado la escultura de Satanás. Y su pasmo, su horror fue tal que no se atrevieron a destruirla. Le pedían que él, como religioso, fuera a mirar la demoniaca obra. Y fue. La miró. Y tampoco se atrevió a decirles que la destruyeran. Como los soldados preguntaran qué hacer, el fraile les dijo entiérrenla. Y así lo hicieron. Humboldt, que había leído todo en su siglo, contó esto al virrey y éste accedió y proporcionó cuanto necesitase el sabio. Y Coatlicue apareció en toda su insoportable majestad. Su belleza monstruosa, su exquisitez infernal estuvo ante los ojos del erudito alemán quien refirió el hecho que luego fue examinado por alguno de los nuevos antropólogos. La portentosa Coatlicue fue hecha extraer y rescatada para nuestra historia. He leído otra versión que dice que, antes de Humboldt, quien vio la gran escultura en 1803, la habían encontrado en 1790. Exactamente, ¡así está registrado!, el 13 de agosto de 1790.

Coatlicue: la belleza espantosa: "Todo ángel es terrible"


Por ahí un oscuro sujeto, gachupín de mierda (gachupín significa, en náhuatl: sujeto que golpea el rostro a patadas con sus botas), militante de las abundantes ultraderechas españolas regurgitó que Hernán Cortés vino a liberar a millones de indígenas de la tiranía antropófaga de los aztecas. Y celebra el genocidio diciendo que es equivalente a celebrar la derrota de los nazis. Y uno lee semejante y monstruoso disparate y, bueno, se lo explica porque así son las gentes de las derechas. Un españolete derechoso y enfermo mental compara a los aztecas con los nazis. Bueno, si a esas vamos, los españoles ―otra vez, me refiero a los del siglo XVI-XVII― superaron y con mucho a los nazis en el exterminio de una “raza”. Por lo menos los nazis expresaron sus razones de manera muy evidente y explícita. Los españoles del XVI-XVII sólo exhibieron su avaricia, su ignorancia, su ineptitud hasta para defender las grandes riquezas que se robaran y su tremenda, inigualable crueldad y despotismo contra los pueblos que traicionaron y sometieron.

Tenochtitlan. El esplendor. Diego Rivera


Si de bárbaros hablamos los españoles (XVI-XVII) le ganan incluso a los nazis, ya no digas a los aztecas. Ahora bien. Para este españolete malparido todo parece justificarse con el hecho ―y así viene ocurriendo desde hace 500 años― de que, dicen los españoles y lo refiere el delirante gritón del partido Vox: la azteca era una tiranía antropófaga que practicaba sacrificios humanos.
Remito a quien desee documentarse al estudio de Peter Hassler, de nacionalidad suiza, doctor en historia cuya tesis para obtener este grado demuestra que no existe evidencia histórica de que los aztecas hayan cometido sacrificios humanos. Todos los argumentos están destruidos en esa tesis. Hace pocos días sostuve esta idea en un intercambio feisbuquero. El mismísimo Pedro Miguel me refutó enviándome un artículo de estudiosos de la ENAH en donde sostenían que los aztecas asaban a sus víctimas para masticarlas mejor y deglutirlas más fácilmente. Bueno, yo le creo más a Hassler. Dice que los indios, los auténticos, los de la India, también asaban a sus muertos, incluso los siguen haciendo y nadie ha dicho que se los comen. Que los aztecas usaban el tzomplantli. También otros pueblos orientales hacían esta recopilación de cráneos humanos como muestrario de la muerte y no los han acusado de antropófagos.

Tenochtitlan: el mapa más antiguo


Bernal sostiene que él vio cómo en un día sacrificaron a miles de prisioneros, entre ellos a algunos españoles extrayéndoles el corazón. ¿Miles! Para empezar, Hassler demuestra que ese día que refiere la gran matanza, Bernal Díaz del Castillo estaba a kilómetros de los supuestos hechos. En segundo lugar, ¿miles de descorazonados? Quiero ver quién es capaz de extraer un corazón humano en unos cuantos minutos ya no con un cuchillo de piedra, como se dice que lo hacían los aztecas, sino incluso con equipo quirúrgico moderno, incluyendo la sierra eléctrica. Es decir, el mito de los sacrificios humanos parece ser la más monstruosa mentira sostenida a lo largo de medio milenio. ¿Para qué? Pues para justificar los peores crímenes, también, de la historia, contra una nación, una alta civilización: la mesoamericana. Por último les recuerdo a las derechas medievalistas añorantes del criminalísimo Francisco Franco y al perdulario ladrador de Vox que las civilizaciones mesoamericanas fueron descendientes de uno de los únicos seis grupos humanos que sobre el planeta Tierra crearon culturas originales. Y se lo recuerdo: la más antigua es Mesopotamia. Luego Egipto. Después La India. Por la misma época China. Poco después Mesoamérica, la cultura olmeca. Y, finalmente, las culturas incas de Perú-Bolivia. ¿Los españoles apestosos vinieron a civilizar? Cuando ellos llegaron aquí nuestros pueblos originarios tenían ya dos mil 500 años de cultura. Pero nuestros pueblos no pasaron la vida entera peleando entre sí como los europeos, situación que los llevó a desarrollar-heredar una tecnología para dar muerte en combate superior a la de los mesoamericanos. Los mesoamericanos no tuvieron jamás bueyes ni caballos para ponerlos a trabajar ahorrando así trabajo humano. Y, uno de los detalles más singulares y poco considerados: en casi toda Mesoamérica y en especial en la parte tropical, es casi el paraíso. La tierra de tales latitudes es generosa como en pocos lugares del mundo. Los habitantes del sur-sureste de México, de Centro y gran parte de Sudamérica, en la práctica, sólo tienen que estirar la mano para obtener papayas, mangos, plátanos, sandías, melones, limones, chirimoyas, etcétera. Sé que en muchos países de Europa, especialmente en los más fríos y en los orientales estas frutas son carísimas. Conozco el caso de una mujer coreana que presume en redes sociales que su marido oaxaqueño le indica que sólo tiene que caminar unos pasos de su hogar a la huerta y sacar una deliciosa piña del suelo. Y sus compatriotas de Corea le preguntan si es rica, porque allá una piña es un manjar que les cuesta lo equivalente a dos días de salario. Mientras los europeos tuvieron que luchar a muerte durante siglos por la tierra y la comida en una región relativamente pequeña y llena de gran cantidad de otros pueblos y con climas despiadados, en Mesoamérica la comida para la sobrevivencia era un regalo de la naturaleza. Y los europeos se acostumbraron, a lo largo de siglos, a matarse unos con otros para que sobreviviera el peor de todos. Contra eso se enfrentaron los mesoamericanos. El nazi, él sí, del partido autonombrado Vox, debiera saber que los españoles eran llamados “teules” por los aztecas. El vocablo náhuatl, por supuesto, significa apestoso. Los invasores españoles no se bañaban. No me gustaría haber experimentado la pestilencia de aquellos asesinos seriales (recordemos las matanzas de gente indefensa en Cholula, en el Templo Mayor, de 800 indígenas entre mujeres y niños que salieron de los refugios para procurarse comida unos días antes de la caída final durante el sitio de Tenochtitlan), teules-apestosos que se mantenían debajo de armaduras que no se quitaban en semanas. Bueno, en alguna parte leí que la reina Isabel la Católica se bañó dos veces en su vida. Una cuando se casó con el que “tanto monta, monta tanto” y la otra en su adolescencia, cuando sus mozas de servicio la engañaron y la bañaron contra su voluntad.
Ya en la colonia los españoles eran llamados ―y algunos merecen seguir siéndolo― gachupines o sea sujetos que golpean la cara con los pies (y las botas, claro). Bonitas denominaciones: apestosos y agresores.
(Yo no tenía sino atisbos de como se las gasta la derecha mexicana. Pero cuando veo como están enfurecidos porque el presidente de México está resolviendo todos nuestros problemas sin endeudarnos más de lo que ellos nos endeudaron, sin dejar de construir grandes obras, combatiendo la corrupción y beneficiando a los más pobres, ¡todo al mismo tiempo!, y todavía lo insultan; eso me demuestra su nula calidad humana, su egoísmo, su monstruosa soberbia y, más que nada, su hipocresía. Pero no menos su ineptitud, porque tuvieron el supremo poder dos sexenios y no resolvieron los problemas de nuestro país, sino los agravaron).
Las derechas españolas no están mejor. Un periodista español, Alberto Peláez, hace unas semanas, dijo al presidente en su conferencia mañanera, que si los españoles habían sufrido la invasión de los musulmanes durante ocho siglos y que también fueron sometidos por los romanos y que ni a unos ni a otros les han sugerido que pidan perdón a los españoles. De acuerdo, pero nada más anotemos que ni los romanos del siglo III antes de nuestra era ni los árabes del VII de nuestra era exterminaron a unos 15 millones de personas de los pueblos invadidos ni tampoco destruyeron su cultura. Que no mame.
Los intelectuales, los escritores, los filósofos mexicanos, casi en su totalidad, desde el siglo XIX hasta la actualidad eran proespañoles. Incluso acuñaron la odiosa frase de “la madre patria”: ¿una madre que casi extermina por completo a sus supuestos hijos? Bueno, a los caribes de Cuba sí los exterminaron totalmente (y, por cierto, los llamaron caribes que significa caníbales: ¿calumnia histórica? ¿Es nuevo eso? ¿No le hicieron lo mismo a los aztecas? Si lo hicieron una vez con los caribes, ¿por qué no repetirlo con los aztecas? Los caribes ya no existen, los mataron los españoles de aquellos tiempos, a todos. Y no pueden defenderse para aclarar que no eran caníbales; o, en su caso aceptar que sí lo eran).

EN LA MÁS RECIENTE EDICIÓN del DRAE (2001), a la voz caníbal se le asigna como origen el vocablo caríbal y como significados los siguientes cuatro: 1) antropófago; 2) “se dice de los salvajes de las Antillas, que eran tenidos por antropófagos”; 3) dicho de un hombre: cruel y feroz; 4) dicho de un animal: que come carne de otros de su misma especie).

Así se las ha gastado la padre-madre patria con los que se autonombraron sus hijos putativos: una buena parte de los escritores e intelectuales del siglo XIX para acá. Con sus honrosas excepciones, como siempre.
Pero... Tenemos, sin duda, como todo ser humano, la potestad de abjurar, renegar de una paternidad-maternidad crudelísima, criminal. “Sí, soy tu hijo, pero te desconozco”, es la actitud de los mexicanos ante el monstruoso crimen que se llevó a efecto contra nuestros pueblos originarios.
Y, orgullosamente, a pesar de todo, sostener que sobrevivieron, sobrevivimos, los pueblos originarios de México al cuantitativamente más grande genocidio de la historia de la humanidad. De ahí venimos. Y seguimos, y seguiremos, resistiendo.

miércoles, 7 de julio de 2021

Carta a Ricardo Rocha

Carta a Ricardo Rocha:


Pterocles Arenarius

Te explico, Ricardo Rocha, si se hizo una sección de la mañanera que se llama Quién es quién en las mentiras de la semana, es porque los periodistas son brutalmente mentirosos. Se habían acostumbrado a decir mentiras impunemente, incluso a extorsionar ―como lo hizo López Dóriga con la señora Arámburu-Zavala, como ella denunció―. En el fondo eso era, extorsión. Los Krauze, los Aguilar Camín, al final no eran sino eso, extorsionadores que ponían sus plumas al servicio del poder. Por eso. Para que ya no digan mentiras. O, incluso, dice el presidente, que las sigan diciendo, pero ahora serán exhibidos. Aunque les arda. Aunque dejen de ser el segundo poder, por arriba de los demás, excepto del Ejecutivo, ante el cual se bajaban los pantalones y se empinaban cotidianamente a cambio de muchos millones. Dinerales que perdieron. Como tú comprenderás, Ricardo.

Y aunque te asombres.

Mira, Ricardo, Ventaneando, programa de Paty Chapoy, es un bodrio, una cochinada, una desvergüenza y una de las maneras que han usado desde ese pudridero que es la televisión mexicana (hasta narcotraficantes han sido y si no pregúntales a tus compañeros de Tv Azteca que fueron capturados en Nicaragua y que, si no mal informado estoy, allá siguen, en la cárcel) para prostituir y degradar el buen gusto que podría tener el pueblo mexicano dados los antecedentes de sus verdaderas artes. La televisión intentó apropiarse del gusto popular y, en vez de arte, le dio podredumbre al pueblo, con la finalidad confesa de degradarlo, prostituirlo, como prostíbulos son las televisoras. Pretendes comparar el bodrio llamado Ventaneando con La Mañanera. Bueno, esos son tus parámetros. Es como si un borracho quisiera medir el atole desde su embriaguez. Y todavía pretendes degradarlo más, hasta Laura Bozzo. Es como si un pederasta de esos del PRI, Emilio Gamboa, Mario Marín, gente así, fuera jurado de un concurso de declamación infantil. Qué bajito has llegado, Ricardo.

No, compadre, el presidente no quiere hacer juicios ―y menos sumarísimos― ni aplastamientos de libertades, ni comprar plumas que no le interesan ―como la tuya que vendiste bien―. Y “Quién es quién en las mentiras” ni siquiera es análisis desde ópticas que tú bien conoces. Sólo es señalar a los mentirosos. Si alguien miente se exhibe solo, excepto que oculte su mentira y tenga una cobertura de cómplices ocultándolo, parafraseo a Goebbels. ¿O qué, el presidente no tiene ni el derecho de señalar a los mentirosos? No mames, Ricardo.

Si lo que hace el presidente cada mañanera no es diálogo circular ¿entonces qué es, imbécil? Ahora sí estás mintiendo descaradamente, Ricardo Rocha. Si cualquier periodista chafa, mediocre, mentiroso, se le pone de tú a tú al presidente incluso faltándole al respeto como vemos casi diario, si el martes 6 de julio el mentiroso Jorge Ramos intentó llamar mentiroso al presidente (pero se fue con la cola entre las patas), ¿dónde está el ataque a la libertad de expresión?, ¡no seas mentiroso, R. Rocha!

Y el monopolio de la verdad se lo adjudicaron los medios llamados convencionales. Ustedes dictaban lo que era verdad y lo que no. Nadie se les podía poner en contra porque simplemente lo desaparecían. Todos los políticos les tenían miedo. Los medios pusieron en la presidencia a uno de los peores presidentes que hemos tenido, Enrique Peña Nieto y justificaron los fraudes del criminal Carlos Salinas y la entronización del peor de todos: FeCal, alias, Felipe Calderón.

Ahora bien, según tú la verdad absoluta no existe, pero las mentiras triviales, las noticias falsas que ustedes ―tú, en este artículo pútrido― esparcen no deben tener respuesta, concluyo: quieren libertad de expresar mentiras y además impunidad para que no sean contestadas. ¿Eso? Pues qué mal acostumbrados se quedaron. Es que todo el dinero que ganaban por mentir ya no lo tienen. Y eso es lo que realmente les arde hasta el fondo de su alma. Pero chillen, chilla, Ricardo, si quieres dinero vete a hacer negocios. Si eres informador informa, cabrón mentiroso.

El Universal decidió convertirse en un instrumento de la derecha. Decidió publicar mentiras o verdades sesgadas o a medias para perjudicar sistemáticamente al opositor López Obrador y luego al presidente. Y cuando se le señala como un diario mentiroso chilla y dice que se ataca a la libertad de expresión. Y miente una vez más.

Y te digo quiénes son el hampa del periodismo, aunque no alcancen las líneas y sería más fácil decir quiénes no lo son: Televisa, Tv Azteca, El Universal, Reforma, La Crónica y todos los periódicos impresos, con la salvedad de La Jornada; todas las radiodifusoras quizás con alguna salvedad que no conozco; periodistas que son auténticos sicarios de la información como Joaquín López Dóriga, Carlos Marín, Ricardo Alemán, Ciro Gómez Leyva, Raymundo Rivapalacio, Pablo Hiriart, Carlos Loret de Mola, Víctor Trujillo, José Cárdenas, Adela Micha, las Denisses Maerker y Dresser y hay otros todavía menores si eso es posible: un Pascal, un Jorge Fernández, un Ruiz-Healy. Imposible tanto pudridero. Ésos. El ballet folclórico de la derecha. Todos haciendo nado sincronizado. Y tú, que perdiste la vergüenza, Ricardo, estás incluido.

Y, otra de tus mentiras: que el presidente espía a los periodistas. ¿Para qué, si son tan predecibles, si ya sabemos para dónde van y qué hacen? Ya sabemos que simplemente mienten y calumnian. Dices que el video de Pío López Obrador. A ver, ¿qué prueba ese video?, prueba que recibió dinero. ¿Recibir dinero es delito? Depende por qué se reciba... por ejemplo, vender la pluma no está tipificado como delito y tú lo has hecho y no se te ha perseguido. Si acusas a Pío, pues prueba que cometió un delito, imbécil. Si no lo haces entonces estás calumniando, mintiendo, es decir, estás haciendo lo contrario que un verdadero periodista. Si acusas a la prima del presidente, sigues mintiendo. Los contratos se le retiraron a pesar de que legalmente podía recibirlos, incluso la perjudicaron porque no violaba la ley. Y no te cansas de mentir, hablas de crímenes y corrupción en el círculo cercano del presidente. Pero ni siquiera dices quiénes o qué hechos. Mentiroso. Hablas de ¡50 mil mentiras! del presidente. Ya no sólo mientes, te estás volviendo loco, como Ricardo Alemán. Lo siento por ti.

Lo encaraste... y fracasaste, Ricardo. Recibiste contratos de Peña Nieto, eso ni tú lo puedes negar. Ese señor que todo lo que tocó lo convirtió en transas, en robos. ¿Contigo todo fue derecho? Híjole, pues permíteme dudarlo o aunque no me lo permitas. ¿Y para qué querría el presidente dialogar contigo en lo oscurito ―discreta, sinceramente de buena fe, dices―, eso suena a pretensión de contubernio a cochupo acá entre nos. Pues no, señor. Con mi presidente sí se vale decir “El rey va desnudo”, porque en las Mañaneras todos van desnudos. Y se chingan. Puedes seguir esperando... como Silvano...

¿El presidente furioso? Pues mientes, de nuevo. No he visto en los últimos años a un hombre más feliz, sereno y sonriente que Andrés Manuel. Tranquilo, hasta cuando un puercote del imperio llamado Jorge Ramos vino a ofenderlo. Con pasmosa serenidad, tranquilo, le dijo “Lamento que un periodista como tú estés mal informado”. O quizás seas un podrido que quiere calumniarnos, mentir en nuestra cara. Y el sujeto se fue con la cola entre las patas, como tú también, con todo tu ardor.

El presidente no quiso estrangular a nadie, simplemente les quitó el dinero que recibían en exceso a modo de extorsión encubierta: “Hablo bien del gobierno y éste me llena de billetes”.

El debate lo tienen perdido porque mienten. Desde el ardor del fundillo y sin fundamentos no pueden ganar ningún debate porque, además, “la victoria de la reacción es moralmente imposible”.

martes, 2 de marzo de 2021

Un viejo peleonero

Crónica en diálogo para

retratar a un pinche viejo peleonero


Pterocles Arenarius


No es tiempo ya de que hagas eso, cabrón. Ese pendejo tiene, por lo menos, 30 años menos que tú. A ver, ¿qué tal si te rompe toda tu madre?

No, mi hermano. No he dejado de entrenar, estoy bien cabrón, en serio.

Pues sí, estás cabrón, pero a tus 70 años ni sueñes que puedes ser el mismo de hace 40 años.

Pues no sueño. Ya sé que soy un pinche viejito. Pero sé meter las las manos y lo último que se pierde es el pegue. Doy buenos putazos, aunque no lo creas. Es más, vamos a subirnos al ring para que veas.

No, gracias, déjalo de ese tamaño, yo sí te creo. Pero de todos modos. A esa edad no puedes ni debes ni debías querer pleitos a golpes y menos con un cabrón que podría ser tu nieto, no me chingues.

Lo que pasa es que ese hijo de su puta madre me agandalló una vez, hace muchos años. Pero tú viste, ¿me la saqué sí o no?, dime la neta.

Sí, la neta sí te rifaste.

Y te voy a decir una cosa. Ese día del pleito no había comido en todo el día. En la mañanita nomás me tomé un café y un pan. Precisamente había ido por comida, venía con lo que iba a comer ya casi a las siete de la noche cuando me lo encontré al hijo de su chingada madre. Y, otra, estaba bien cansado, entrené como hora y media y sí me sentía fatigado, pero más todavía, traía la carga de entrenamiento de unos siete días de trabajar bien duro. Y, para acabarla de chingar estaba todo superhambriento. Antes no me dio mis chingadazos el pendejo.

Pues te diré, yo vi todo el tiro y no te fuiste limpio. Te dio una patada en los güevos. Te alcanzó a dar dos que tres chingadazos en la cara. Te dio una patada en el pecho cuando te agarró de los cabellos y al final, te tiró al suelo, aunque sea a empujones, pero te tiró dos veces.

Me aventó un patadón, pero no me pegó en los güevitos, sino apenas de refilón. Aguanté bien derechito. El chingadazo fuerte me lo dio en una pierna, se me puso no morado sino negro. Fue un buen chingadazo, pero no me hizo nada. Los golpes en la cara, sí, me dio uno en la mandíbula izquierda y otro en la sien derecha. Pero tampoco me hicieron nada ni se me inflamaron y apenas me dolieron un par de días. Nada de cuidado. En cambio él, con su jeta, me puso los dos puños morados. Le metí dos santos vergazos que me lastimé las dos manos. Nomás que uno se lo di en la sien, igual que él a mí; y el otro se lo di en el hocico, bueno, en la mandíbula. Si no se cayó el pendejo es porque pesa más de cien kilos. Pero te apuesto que diez días después de la madriza todavía le han de doler. ¿Por qué?, porque a mí todavía me duelen los nudillos y los dedos con que le pegué. El dedo medio de la izquierda todavía lo tengo inflamado. Te digo que le metí un par de chingadazos de su tamaño, o más bien de su peso, porque está bien chaparro el cabrón, pero pesa más de cien kilos. Y que le dé gracias al cielo de que yo estaba cansado y sin comer, porque si no, de un chingadazo de esos lo hubiera tumbado con todo y sus cien kilos.

Pero no mames, ¿qué tal si quiere desquitarse?

No creo. Ya probó lo que es candela. Ya vio que le puedo dar unos chingadazos espantosos y no tiene idea de que le puedo pegar más fuerte todavía, pero con lo que probó ya es para que no se arriesgue otra vez. Además él fue el que pidió tregua. Ya no podía ni con su alma y yo, con todo mi cansancio acumulado, pero sí podía seguir peleando. Si voy descansadito le parto su madre y ni cuenta se hubiera dado.

Ya no le busques, cabrón. Si el güey ya no quiere pelear pues mejor áhi que muera y todos en santa paz.

Puede ser...

Pero déjame decirte una cosa que me pasó ese día. Algo bien extraño. Primero, que el güey tuvo mucha suerte, porque te digo, si me agarra descansado y sin hambre (es que, la neta, no exagero, estaba yo hipoglucémico, en los hechos llevaba casi 24 horas sin probar alimento), si me agarra medio entero le parto su madre pero fácil y rápido. O sea que tuvo mucha suerte el pendejo. Y la otra, que se acumula con la anterior, es que te juro que cuando le tiré el descontón, tú lo viste, me lo esquivó el hijo de su puta madre, bueno, cuando le tiré el vergazo sentí que había más gente con él. Que estaban al menos una, si no es que dos gentes más con él. Estaba peleando también contra ellos.

¿En serio? Qué raro.

Ahora lo pienso y estoy seguro de que hay alguien que lo protege al pendejo.

Bueno, te diré algo. Todos tenemos alguien que nos cuida. Bueno, casi todos. Pobre de aquel cabrón al que nadie de este mundo ni del otro lo protege. Mira, todo aquel que es amado en este mundo tiene una protección. Y si hay alguien que ya no está en este mundo y lo quiso, ese lo cuida más todavía y, ¿sabes una cosa?, ¿te acuerdas de su madre, una pinche vieja chaparra, gordota como él, argüendera peor que el puto diablo, más chismosa que Satanás y chillona la cabrona. Una pinche vieja que hasta lo que no se comía le hacía daño. Esa mujer murió hace unos dos o tres años. Pues esa cabrona lo estaba cuidando. Cuando peleas con alguien estás luchando contra todos los que aman a tu enemigo. Está cabrón.

Pero también te enfrentas a su fuerza vital, a su instinto de supervivencia. Hubieras visto cómo peleaba el perro maldito, bueno, viste, pero no, hubieras sentido su desesperación, la fuerza de animal que le ponía a su defensa. Era como si quisieras exterminar a una rata. Se defendía como si yo lo hubiera querido matar. Con la fuerza monstruosa de la vida. Y yo cometí un error grave. Yo he sido peleador. Un peleador nunca debe perder la calma. Yo la perdí. Entré a su juego. Entre los griegos se enseñaba a sus soldados que, para el combate, se encomendaran a Atenea, diosa de la guerra y de la sabiduría, del orden. Lo más importante era que no debían perder el orden. Luchar ordenadamente les garantizaba la victoria. En cambio, sus enemigos eran encargados a Ares (Marte, para los romanos), el dios de la guerra y el desorden. Si los griegos lograban que sus enemigos cayeran en desorden, era casi seguro derrotarlos. No supe conservar la serenidad. Es más, no debí acercármele. Cuando empezó el tiro debí boxear de lejos, amagarlo, hacerle fintas, tirarle el yab, etcétera, todo lo que sé. Pero don pendejo, ahí voy a romperle la madre a lo bestia. Por eso me dio la patada. Por eso me agarró de la camisa y me tiró al suelo con sólo empujar con sus cien kilos, eso sí, desesperadamente, porque se dio cuenta que a los chingadazos ya lo había derrotado. Si le hago eso, le peleo como yo sé, ordenadito, tranquilo, aun así bien cansado y hambriento, mira, en menos de cinco minutos ya no hubiera podido ni con su alma. Entonces hubiera sido el momento de romperle su madre. Pero cometí el error de entrar en su juego y él aprovechó mucho mejor sus ventajas, su peso. Yo, en cambio, no pude explotar las mías, mi rapidez, porque estaba bien cansado; mi mejor boxeo, excepto por momentos, ¿viste que le esquivé dos ganchazos que me tiró y a cambio le di un derechazo que lo hizo brincar? En fin. Se llevó dos recuerditos el hijo de su puta madre. Para que aprenda.

Bueno, ¿ya estás satisfecho? ¿Ya no le vas a buscar pleito otra vez?

No, ya no. Creo que se llevó una buena lección. Ya se dio cuenta de que no es lo mismo pegarle a un borracho ―porque aquella vez me agarró ahogado de borracho― que pelear con un pinche viejito. Pero si quiere más ahora sí le voy a dar una putiza pero al doble de su tonelaje.

Cabrón, a los 70 años no debes pelear ni con tus nietecitos, nadie pelea a esa edad.

Pues no, mi carnal. Pero, para empezar, no tengo nietos y, en ese pedo de ya no pelear, vas a ver... ¿Qué te diré? Dos tiros más y ya me retiro, ahora sí, para siempre, de la violencia.

Ay, cabrón, no entiendes.