jueves, 14 de septiembre de 2023

Para conversar sobre Pancho Villa

 

Pancho Villa espiritual

(Desde el analfabetismo hasta la consciencia nacional)

 

 

Yo conocí a Bolívar una mañana larga

en Madrid, en la boca del Quinto Regimiento

Padre, le dije, ¿eres o no eres o quién eres?

Y mirando el Cuartel de la Montaña dijo:

Despierto cada cien años, cuando despierta el                                                                   pueblo.

Pablo Neruda (Canto General)

 

Una no definición de la novela

Antes que nada quiero decir que la novela es el género literario totalizador por excelencia, es, como ningún otro, el ámbito literario donde se explora el espíritu ya sea del individuo, de un pueblo, de una nación y hasta de la humanidad. Dicen que la poesía es la savia del árbol; el cuento es una rama o quizá una hoja. Bueno, pues la novela es el árbol completo. La novela pretende agotar su asunto. Pero, atención, capturar al infinito universo —infinito, sí, pero limitado dice la física—, bueno, agotarlo, eso es lo imposible. Por lo tanto, la novela tiene la misión que jamás podrá ejecutar, el infinito no cabe en ningún libro. Entonces, el escritor, en su trabajo novelístico debe simular que lo hace. Hacer sentir al lector que ha agotado su asunto. Esa es la primera mentira. Toda la literatura es una formidable, aunque maravillosa mentira. “La literatura es una mentira práctica, pero es una verdad sicológica” opinó Alfonso Reyes. Ciertamente, la literatura es la gran mentira. Pero todo texto si se precia de ser literatura debe ser verosímil, es decir, tan parecido a la verdad que se confunde con ella. Es una de sus primeras virtudes. La novela es “lo general” porque no tiene una estructura canónica —como sí la tiene el cuento y algunos subgéneros de la poesía—. Cada novela inventa su propia estructura. Pero también es lo particular, porque, como ningún otro género explora las profundidades del alma de los personajes. La definición de novela es singularmente escurridiza: “Una novela es un relato ficticio de largo aliento”. “Novela es todo aquel libro que en sus primeras líneas diga: el siguiente texto es una novela” si es que así lo desea el autor. La novela es indefinible. Y ha sido condenada a muerte sistemáticamente, si no es que se le ha declarado finada. Pero se renueva todos los días.

Existe lo que se llama novela histórica. Ceñidos a la primera no definición de novela citada hasta incurriríamos en una contradicción: si es novela es ficción, si es histórica tiene que ser verdad. Aquí la narración va a caballo entre la verdad y la ficción. Tiene que apegarse a los hechos históricos, pero también puede elucubrar sobre tantísimos aspectos de la vida del personaje real que pertenece a la historia, pero que son incapturables para la disciplina histórica. Y eso con tal de que los haga verosímiles.

No pretendo que Querido Pancho Villa sea una novela histórica, por más que me han dicho que sin duda lo es. Me conformo con afirmar que es una novela en que aparece como personaje protagónico —incluso a veces narrándose a sí mismo— mi general Villa.

 

La iniciación del bandolero

El 22 de septiembre de 1894, José Doroteo Arango Arámbula, de 16 años de edad, entró a su casa en la comunidad campesina conocida como La Coyotada, la habitación era una humilde vivienda de cuatro piezas y un solar limitado con piedras amontonadas; el adolescente llevaba un paso casi rápido pero taimado, ingresaba por segunda vez en menos de diez minutos. Llevaba un jorongo amplio y bajo él ocultaba una vieja pistola revólver Colt, calibre 38, que recogiera de la casa vecina de su primo Romualdo Franco, a quien se la encargara pocos días antes. En cuanto se encontró por segunda vez frente a Agustín López Negrete, descubrió el arma y sin haber cruzado palabra con el hacendado le disparó tres veces a metro y medio. Ni modo que fallara (“Le pegué tres tiros en la caja del cuerpo” le dijo a Martín Luis Guzmán muchos años después). El patrón López Negrete tenía 48 años cumplidos y era dueño de vidas, aguas y tierras, incluyendo fincas y plantaciones, en la famosa hacienda Río Grande de San Juan del Río, Durango. Sus lacayos no se atrevían a sostenerle ni la mirada y Doroteo lo mató siendo casi un niño. Agustín López Negrete, era, además, tío de María de los Dolores Asúnsolo y López Negrete que conocimos, gracias al cine, años después, como Dolores del Río.

¿Por qué el imberbe Doroteo mató a López Negrete de manera tan sorpresiva, ayuna de piedad e inopinada?

Pues ocurre que el poderoso terrateniente, antojadizo y sabedor de sus poderes como latifundista, se presentó en la casa de doña Micaela Arámbula, madre de Doroteo, Mariana, Antonio, Martina e Hipólito, de apellidos Arango Arámbula. Su objetivo era el de que doña Micaela satisficiera su encargo de patrón que ella estaba empeñada en desobedecer: mandarle a su hija Martina, de 13 años por aquellos entonces. La madre de Doroteo se negó a mandar a su hija. Entonces el señor Agustín López Negrete fue, ¿quién se lo iba a impedir?, a tomar por propia mano lo que se negaba a cumplir doña Micaela. Llegando de trabajar, Doroteo se dio cuenta de lo que pasaba y es cuando salió, recuperó su Colt 38 de cañón largo —de las que tanto se usaron en aquel largo genocidio que los gringos llamaron “La Conquista del Oeste”— y volvió a entrar para finiquitar la existencia del amo.

Así empieza la vida fuera de la ley de Doroteo Arango, que luego habría de cambiar su nombre por el de Pancho Villa en función de que su padre, Agustín Arango, había sido hijo “natural” de Agustín Villa.

 

Los progresos fuera de la ley

El adolescente Doroteo tiene que vivir perseguido por la Acordada como si hubiera sido un animal dañero. Debió sortear peligros inmensos, sufrir hambres, deshidratación masiva, fríos de hielo y persecución permanente de los que urgían venganza contra aquel mozalbete desgarbado y aparentemente aturdido. Para su suerte lo reclutó El Tigre, Ignacio Parra, que fuera correligionario de Heraclio Bernal, El Rayo de Sinaloa, el de los corridos; Parra tomó a Doroteo como su aprendiz de bandolero. En pocos años, Doroteo Arango dejó de ser aprendiz y se cambió el nombre a Pancho Villa. Adquirió experiencias invaluables en enfrentamientos a mano armada, robo de ganado, estrategias de resistencia en combate frente a fuerzas muy superiores tanto en número como en armamento. Las mañas para ganarse a la gente de los pueblos mediante dádivas generalmente cuando robaban grandes cantidades de cabezas de ganado, pasaban por los pueblos regalando animales que, ya destazados, entregaban a los pobladores. Se cuenta que en una ocasión asaltó la pagaduría de una mina y, cuando se retiró con su gavilla, fue lanzando monedas de oro de regalo para el pueblo. También tomó, varias veces, las presidencias municipales de diversos poblados; ahí obligaba a los ricos del lugar a abrir las trojes a la gente y a regalar treinta o cincuenta animales para los habitantes.

Sus robos fueron de múltiples índoles. Trenes, pagadurías y tiendas de raya, gobiernos municipales, cascos de haciendas, pero su especialidad eran los robos de ganado a lo grande. Las familias de los latifundistas, los Terrazas, dueños de casi todo el estado de Chihuahua; los Creel, ascendientes del jefe de una tribu panista de las más hipócritas de este momento; los Vázquez del Mercado y otros fueron sus clientes por más de una década. Pancho Villa les robó ganado por miles de cabezas. Ya en la Revolución organizó una red de abigeato que, sin duda, era la más grande del mundo, y lo hizo para subsidiar la lucha armada contra el ejército de Porfirio Díaz primero, el de Victoriano Huerta después y, al final, el de Venustiano Carranza.

Muchas veces estuvo cerca de morir. Pero cada vez que salvaba su vida se convertía en un combatiente más temible y más conocedor. Tirador formidable, junto con el Tigre Parra y el Jorobado Alvarado, los tres solos, llegaron a enfrentar, como él mismo lo anota en sus memorias, a un grupo de doscientos pistoleros. Las hazañas de Pancho Villa son interminables. Ya después de 1910 habría de trocar sus logros de bandido en proezas militares que, como la batalla de Zacatecas o el acontecimiento conocido como el Tren de Troya, se volvieron incluso motivo de estudio para el Ejército Mexicano.

 

El bandido que llega a los altares

Querido Pancho Villa anota un buen número de las epopeyas protomilitares del llamado Centauro del Norte. Pero, a mi juicio, toca un punto que raramente ha sido explorado en los cientos de libros que se han escrito sobre nuestro personaje. Uno, su dimensión espiritual. Villa era una persona extraordinariamente sensible —por más que lo hayan acusado de asesino, despiadado, criminal, etc.—. Abundan las anécdotas en las que se nos muestra llorando a lágrima viva y sin pudor alguno, frente a sus propios soldados y los generales de su estado mayor. Por otra parte, la estatura militar y las descomunales hazañas de Pancho Villa serían inexplicables si no hubiera tenido una extraordinaria, profunda, exuberante vida espiritual. Por más que fuera producto de meras intuiciones e incluso de emociones tan primitivas como desmesuradas; he aquí el punto esencial. Las poderosas emociones que alguna personas experimentan suelen ser el disparador para los trances místicos o incluso hasta para el conocimiento espiritual. Además, es casi seguro que Villa haya tenido la experiencia de las visiones divinas que se alcanzan con la ingestión del peyote, o al menos, él mismo habla de la raíz de oro, otro enteógeno algo menos famoso que el híkuri. Por supuesto, no hay pruebas.

En la novela Querido Pancho Villa, al menos una vez se sumerge en el éxtasis que se alcanza gracias a la ingestión de peyote y de la raíz de oro.

Tierno y sensible el guerrero

Y, para cerrar la pinza, se anota no menos la vida amorosa del general que fue “Más grande amante que soldado”, como lo hace saber una de las muchas mujeres que compartió lecho y caricias con aquel hombre que fue un titán. El amor sexual, el erotismo son un ámbito en el que las facultades humanas de lo instintivo, lo espiritual y lo intelectual juegan libre, intensa y profundamente; las mismas facultades que convirtieran a Villa en un líder fuera de serie.

En su libro El héroe de las mil caras, Joseph Campbell anota una frase que conviene con la faceta —digamos amorosa— de la vida de mi general: “El libertino sexual es un místico de la carne. El místico es un libidinoso del espíritu”.

Francisco Villa fue, como muy difícilmente otro ser humano podría recibir con tanta justicia el adjetivo, un ser volcánico. En su persona se reunían la fuerza monstruosa propia de madre natura (“El señor de las cosas salvajes y libres” dicen de su dios de la naturaleza las brujas del paganismo primitivo), pero también lo habitaba una sensibilidad exquisita, como lo reportan algunas de las mujeres con quienes compartió su cuerpo y le compartieron los suyos.

Pero no menos ejercía una inteligencia sobrenatural y la capacidad de aprendizaje que muy difícil puede encontrarse en este mundo. Indudablemente era un genio.

Y por si no fuera suficiente, los virtudes naturales de su cuerpo eran otro de sus privilegios. Un hombre muy fuerte, su resistencia, si con una palabra se pudiera calificar habría de usarse el adjetivo de sobrehumana. Se llegó a decir que tenía pacto con el diablo porque cometía un atraco en un sitio y dos horas después perpetraba otro a decenas de kilómetros luego de trasladarse a galope tendido. Las supersticiones sostenían que se trasladaba por los aires. Sin embargo, lo cierto es que muchos atracos que ejecutaban otros bandidos se los achacaban a Villa.

Una característica no menos extraña en un hombre al que se consideraba un bruto es el hecho de que admiraba a los hombres cultos. Llegó a desarrollar un verdadero fervor por Francisco I. Madero, por lo que Villa consideraba era la cultura de Madero, su lenguaje correctísimo, elegante y culterano, su conocimiento de la historia y su capacidad para, incluso, escribir libros. Pancho Villa, sólo hasta sus treinta y tres años aprendió a leer como para allegarse un libro. En la cárcel de Santiago Tlatelolco, donde cayó preso gracias a salvar la vida por intervención de Raúl Madero, hermano del presidente —Victoriano Huerta lo había mandado fusilar—. Ahí, preso, gracias a Gildardo Magaña, el zapatista que también estaba cautivo, aprendió a leer aceptablemente. El primer libro que leyó fue El conde de Montecristo, de Dumas. El segundo fue Don Quijote. Pancho Villa no se andaba con pequeñeces.

 

El centauro y su vuelta al mundo

En la década de los años 50, Vicente Lombardo Toledano, uno de los, en aquel tiempo llamados siete sabios de México, se entrevistó con el gran jefe de la Revolución China, Mao Tsé Tung. Y cuenta que Mao le habló de Pancho Villa, que le confesó que la llamada Larga Marcha, que, al final, le dio la victoria en la guerra civil, fue una inspiración Villista.

Vo Nguyen Giap, el gran general vietnamita que derrotó a los franceses para expulsarlos de su país en la década de los años 50, a los japoneses poco después de la Segunda Guerra Mundial y que sobrevivió hasta enfrentar a los gringos en la guerra de Vietnam de los años 70, también dice que su Ejército Popular de Liberación tenía una brigada de élite llamada General Francisco Villa. Las fuerzas anarquistas que pelearon en la Guerra Civil Española de 1936-1939, incluían un grupo de desesperados combatientes suicidas que se hacían llamar Brigada Pancho Villa.

Y es aquí donde quiero anotar un prodigio más. El pueblo raso siente que Pancho Villa es un personaje, por decirlo de alguna manera, trascendental en el más poderoso sentido de la palabra. Llama la atención que el pueblo no le prende veladoras a Miguel Hidalgo, el padre de la patria, ni a Benito Juárez ni a Emiliano Zapata y vaya que venera a estos hombres. Bueno, mucho menos el pueblo reverencia a Álvaro Obregón o a Venustiano Carranza, los que derrotaron a mi general Villa. Sin embargo, existe un culto a Pancho Villa. En el norte de nuestro país y con ramificaciones en el sur de EU existe la religión de Pancho Villa, en la que mi general es el supremo profeta de la divinidad. Entre el pueblo, en general, circula una oración a Pancho Villa. Hay quien carga la imagen del general y se encienden veladoras con su efigie a la que se le reza una oración. Ni Juárez ha merecido semejante devoción. Y esto ha ocurrido en contra de los gobiernos priístas que nos estuvieron esquilmando —dicen ellos que gobernaban— desde hace casi un siglo. La veneración del pueblo rebasó también a la iglesia católica que tacha de demoniaco todo ritual o fervor religioso que disienta de sus dogmas. También es bueno recordar que los homenajes oficiales a Villa empezaron apenas en el año de 1976, medio siglo después de que lo asesinaran.

Francisco Villa es la fidelísima personificación del espíritu del pueblo mexicano en un momento de su historia. Por eso se ha quedado para la posteridad, por eso es el único prócer histórico a quien el pueblo ha elevado a sus altares. Por eso, finalmente, se le han dedicado tantos libros y también esta novela.