martes, 11 de febrero de 2020

Relato de Somerset Maugham

Rojo

Pterocles Arenarius


                                Cuando el sentimentalismo se une al escepticismo a menudo el daño es mayúsculo.
                                            Somerset Maugham
Recuerdo que hace muchos años leí ―algo tardíamente― Romeo y Julieta. Recuerdo que lloré. Luego pensé mucho, por años, en esa obra de teatro. En algún momento ―luego de haber enseñado matemáticas por más de diez años o quizá quince― me ofrecieron dar clases de literatura. Ya había escrito varios cuentos y los había publicado. Incluso ya era parte de mis blasones el Premio Politécnico de Creación Literaria “Alaíde Foppa” de 1982, año ―¿o sería el 81?― en que la gran escritora guatemalteca de ascendencia italiana fuera desaparecida para siempre por el siniestro gobierno del feroz criminal Romeo Lucas García, presidente de facto de aquella nación. Como homenaje a Alaíde Foppa, que además había sido profesora en el Poli, los encargados de cultura nombraron así ese premio que el IPN otorgaría en el año 82 del siglo pasado a uno de sus hijos.
 
En plena clase

Pero me he desviado mucho. Yo enseñaba matemáticas para secundaria abierta y prepa ídem. Como ya había ganado un premio literario y me contaba entre los discípulos del extraordinario ser humano que fue el maestro Edmundo Valadés además de gran escritor y lector de cuentos, me pidieron que enseñara literatura.
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Edmundo Valadés. Maestro inolvidable

Y lo hice. Un día les hablé a mis chicos de Shakespeare, y teníamos que ver Romeo y Julieta. Para estimularlos a la lectura les contaba toda la historia y luego leíamos los fragmentos más intensos. Cuando tuvieron conocimiento de la anécdota lloramos todos. Yo, el maestro, también, aunque disimulé (muy mal) lo más que pude. Recuerdo que había varias chicas muy desconsoladas con el desenlace de aquella historia. Y no se consolaban. Hablábamos y llorábamos ―ellas mucho más que yo, por supuesto―; los chicos, algunos, también lloraban o procuraban con todas sus fuerzas ocultarlo, pero otros tenían una actitud de cinismo o de burla.
Entonces me llegó la iluminación. Les dije a las llorosas “Pensemos que Romeo y Julieta se salvaran, que el sacerdote hubiera logrado que se reunieran y que no muriesen. Que consumaran su amor y se hubieran puesto a vivir juntos, incluso sin casarse, que en aquellos tiempos era un pecado mortal. 

Borja, Pterocles. Bar Acapulco
Veámoslos quince o veinte años después de que consigueran fugarse y salvar o acentuar los odios familiares que los separaban. ¿Qué pasa, que ha pasado en esos años? Tienen apenas 30 o 35 años (recordemos que en aquellos tiempos la gente vivía muy poco, el promedio de vida apenas rozaba los 35; a esa edad un hombre ya se consideraba viejo y la gente, por las durísimas condiciones de vida, se deterioraba muy rápido). Ahora, a esta edad, él está panzón y pelón, siempre malhumorado y harto de todo, incluso de la otrora divina Julieta, que se ha convertido en una matrona gorda, pendenciera, gritona, exigente y que siempre anda presiguiendo a unos niños chillones, hambrientos, gritones, mugrosos, moquientos e insaciables.
¿Dónde quedó la bellísima Julieta de 14 o 15 años, por cuyo amor más de uno se juraba dispuesto a perder la vida?
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¿Y qué ha sido de aquel hermoso mancebo que arrancaba suspiros y levantaba pruritos inconfesables entre las núbiles señoritas del pueblo?
Ella es una gorda iracunda y él un panzón escéptico y, más o menos, amargado que prefiere mil veces estar en la taberna tomando un trago que lidiando con su esposa y sus hijos. Como todo marido y mujer pelean con frecuencia, por cierto, y en general, de manera mutua no se hacen caso. Lo cual no significa que no se quieran.
¿Pero y el sublime amor que podría haberles costado la vida y que casi lo logra? Es triste aceptarlo pero ya no existe. Lo ha matado el tiempo, o al menos lo ha convertido en algo muy lánguido, casi impalpable. El amor sublime sucumbió ante la rutina, la vejez de los que una vez estuvieran dispuestos a entregar su vida por aquel amor. (Romeo y Julieta, al no consumar su amor lo vuelven inmortal, para gloria de la literatura y, en general, del arte. Si lo hubieran consumado lo habrían convertido en la vulgaridad que se ha narrado).

Gonzalo Martré, Pterocles
Hay un relato absolutamente maravilloso de Somerset Maugham que en una anécdota saturada de la poesía más límpida, profunda y asombrosamente diestra, nos enseña un amor shakesperiano, nos da, luego, la espantosa lección del final de amor, de su verdadero destino en este mundo. La narración se llama Rojo y, mientras la iba leyendo ―en el transcurso de la narración― lloraba más que aquella vez hace unos 30 años frente a mis alumnos, porque ahora, por fortuna, no estaba ante estudiantes, sino en el bar Acapulco, a unos pasos de mi casa que es también la tuya, quizá muy sensibilizado por los tragos y sólo tenía que cuidarme de que los parroquianos no se dieran cuenta de mis sollozos. Se hubieran asombrado ―quizá se burlaran― o a la mejor hubieran intentado consolarme diciéndome “No llores, sólo es un cuento”. Bueno, pero un cuento maravilloso y que nos provoca una insoportable, tremenda nostalgia. Maugham es uno de los narradores más inteligentes y sensibles que haya leído en mi vida.
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William Somerset Maugham

Como siempre voy leyendo varios libros a la vez, en esta ocasión estoy con El temblar de una hoja, una colección de relatos magistrales del inglés Somerset Maugham; aquí viene Rojo. La edición es de Conaculta, Fonca y Sexto Piso. Al mismo tiempo voy alternando los cuentos de... no diré el nombre de un famoso escritor mexicano. No lo diré. Inevitablemente se comparan. Y lamento en el alma decir que el escritor de acá se me hizo un fantoche comparado con el inglés Maugham. A mi paisano lo encuentro  superficial, insincero, hueco y hasta pedante en sus juegos de palabrería, chocante, frente a un escritor de nítida sencillez que rebosa autenticidad, que humildemente se dirige a las partes más sensibles de los humanos y que no demuestra más pretensiones que “Desgajar la belleza”, diría Eusebio Ruvalcaba. Somerset, con una prosa transparente, muy simple ―considérese que sus relatos han pasado por una traducción capaz que española que suelen ser las más traidoras―, con un lenguaje ligero pero de alta poesía, hace una estructura en la que inserta el encuentro con lo maravilloso, lo tristísimo, lo bello y nos da una lección que no se olvidará en toda la vida, como el amor shakesperiano, destruido por el tiempo. Y consigue esta hazaña sin decírnoslo de manera explícita. Maugham, comparado con el mexicano es hasta didáctico, mientras el otro, queriendo ser sabe dios qué, un mago, se exhibe como un charlatán. En Rojo*, tan sabiamente están imbricados sentimientos y emociones en la narración, en las actitudes, en las reacciones de los personajes que el autor nos regala la hazaña de descubrirlo por nosotros mismos, en medio de la conmoción ante tanta belleza y dolor, la durísima lección de lo que este mundo hace con el amor. Y con nosotros mismos: seres destinados a la muerte, dijo el filósofo.

*El cuento titulado El Rojo (la traducción que leí era simplemente Rojo pero aquella es muy correcta) puede leerse en https://ciudadseva.com/texto/el-rojo/