jueves, 17 de noviembre de 2011

La bella Eréndira

La Bella Eréndira


Fue muy duro. Me costó mucho trabajo asimilar que ya nunca volveré a verla. Fue una mujer que creció enormemente desde ser una niña terriblemente acomplejada y, sinceramente, tonta, hasta volverse un mujerón. Una madre que supo conducir a su hijo de una manera admirable y hacer de él un tipo muy exitoso y tremendamente seguro de sí mismo, muy inteligente y emprendedor. Eréndira se volvió una mujer muy bondadosa, siempre estaba buscando en que ayudar a todos, se desvivía por dar algo. Luego, cuando se enteró que estaba muy enferma (nadie sabe donde y cuando se contagió de una hepatitis que le duró quizá treinta o más años y le provocó cirrosis hepática) mostró una valentía asombrosa. Se sometió a un tratamiento que podía haberle causado la muerte. Y, aunque no lo terminó porque ya la había dañado mucho, logró mejorar de manera increíble y mantenerse muchos años más con buena calidad de vida. Recuerdo que, hará unos diez años, una médica le dijo que le quedaba un año o a lo más año y medio de vida. Fue cuando ella se sometió al durísimo tratamiento. Y se salvó. Nadie sospechaba que ella padecía una enfermedad mortal de necesidad, jamás se quejaba de malestares o dolores. De hecho por eso nos confiamos, porque sentíamos que ella podía con todo lo que le llegara. Hace más de cinco años se inscribió en la lista de pacientes en espera de trasplante. El 10 de noviembre le avisaron que había un niño donador de hígado y que ella estaba en primer lugar de la lista. Ella de inmediato se lanzó. Lo malo es que no nos avisó a nadie más que a Bertha. Dice ella que estaba de excelente ánimo y que incluso cuando ya la llevaban en la camilla al quirófano, Ere le mostró el dedo pulgar y una gran sonrisa de seguridad y le dijo "Nos vemos luego".

El cirujano nos dijo que, nada más para retirar su hígado, tomaron ocho horas. Luego le implantaron el nuevo. Pero mientras el hígado nuevo tenía que adaptarse durante ocho horas al cuerpo de Ere, el hígado viejo tenía que seguir filtrando la sangre de Ere durante esas ocho horas cruciales. Pero su higadito estaba demasiado dañado. El médico dijo que no se explicaba cómo podía seguir viva con ese hígado. Su hígado entró en coagulopatía, es decir, no coaguló la sangre y Ere perdió sangre durante ocho horas. Le transfundieron tanta sangre como era necesario, pero la hemorragia no paró jamás. Su hígado no pudo coagular. Hasta que entró en paro cardiorrespiratorio. Y se murió.

Ere estaba estudiando enfermería porque le faltaban dos o tres años para jubilarse y quería hacerlo como enfermera para tener una pensión un poquito más decente. Trabajaba sus ocho horas normales, atendía a su marido y cuidaba de su hijo. Aparte se daba tiempo para estar al tanto de mi madre y departir con mis hermanos.
Eréndira estuvo a punto de morir cuando era bebé. Nació muy chiquita y fue creciendo muy enfermiza. Como a los siete meses de edad tuvo una grave infección estomacal y se enfermó de tal manera que el médico le dijo a mi mamá que posiblemente se muriera su niña. Recuerdo que estaba tan bonita --tenía el pelo amarillo, de un rubio solar-- que un par de veces la gente le preguntó si era una muñeca, porque la chiquita estaba tan hermosa, pero tan débil por la deshidratación que no se movía y ni siquiera parpadeaba por larguísimos ratos.
Luego se recuperó maravillosamente y creció como lo hacemos todos, como animalitos, como Dios nos da a entender. No era posible de otra manera en una familia de ocho hermanos. Ere fue a la escuela y no llegó a ser brillante en los estudios, pero ya a sus doce o trece años, deslumbraba por su belleza. Cuando llegó a los dieciocho, que me parta un rayo si exagero, era una muchacha tan bella que no parecía pertenecer a la realidad de este mundo. Era una belleza de concurso. Juro que llegué a pensar y, peor, a sentir, que era una espantosa lástima que fuera mi hermana, porque si no lo hubiera sido, al menos hubiera podido desearla furiosa y desesperadamente y no sentir culpa de ello. Eréndira nunca se dio cuenta de la extremada belleza que se cargaba. Muchos hombres sí lo hicieron. Ere lo padeció y también lo gozó, como todas las mujeres muy bellas.
Nunca tuvo la intención de obtener ventajas de lo hermosa que era. Lo hubiera logrado muy fácilmente.
De unos diez años para acá, cuando se dio cuenta de lo que era la vida y de lo que había sido la vida de mi madre, tomó partido por nuestra progenitora. Estaba muy bien. Lo malo fue que no entendiera que eso no tenía que implicar que tomara partido contra nuestro padre.

Ere logró convertirse en una madre realmente extraordinaria y no menos en una mujer fuera de serie. Tampoco exagero cuando digo que ella era la que encabezaba su hogar. Su marido, con todo respeto sea dicho, en términos prácticos, siempre le iba a la zaga en todo.

Hoy se nos fue Ere, la bella. Su muerte nos hace cuestionarnos todo. ¿Para que existimos? ¿Por qué ella que tanta falta hacía a tanta gente? ¿Por qué se va la gente buena? ¿Qué es la muerte? ¿No quedará nada de ella en este mundo más que su recuerdo en nosotros? ¿Hay algo más detrás de esa puerta negra y temible que es la muerte? ¿Volveremos a percibirnos de alguna manera en esta vida o en la otra?
Si pudiera comunicarme con ella no me daría miedo. Al revés, lo haría gustoso. Ya te alcanzaremos, Ere. Por lo pronto sigues viviendo en nuestra imaginación y nuestros afectos.