El gran José Agustín hoy se nos ha ido.
El siguiente texto se lo escribí en el año 2005, casi ya en 2006 (el año del fraude electoral). Hoy se revalida el homenaje que le tributé al gran escritor de la onda.
La literatura de la onda. José Agustín, el puntal |
José Agustín escribe y la onda sigue y sigue
Pterocles Arenarius
"¿A poco así también se puede escribir?", me
pregunté alguna vez que, hace más de un cuarto de siglo, me encontré con un
cuento de José Agustín, un tanto tardíamente, lo reconozco, en una antología
memorabilísima que hizo Gustavo Sáinz, Jaula
de palabras, cuya segunda edición data de 1980; tan se podía escribir así
que José Agustín, era un escritor ya para aquellos entonces, plenamente
consagrado como ícono, emblema, prototipo de los autores no sólo jóvenes, sino
los alivianados, los que habían roto con los formalismos del lenguaje, los que
consiguieran dar un aliento de frescura a las expresiones literarias de este
país, los que metieron el rock y las "groserías", las drogas y el
sexo digamos explícito, qué rico, la rebeldía con causa y hasta sin ella, que
también se vale. Y de los que habitaron esa antología estaban emparentados casi
todos como descendientes de José Agustín o bien eran sus correligionarios
aunque algunos no lo aceptaran.
José Agustín es, a estas
alturas, una leyenda viviente de la literatura mexicana. En su momento llegó a
tener una influencia tan grande que todos los narradores jóvenes de finales de
los setenta y los ochenta, reconociéranlo o no, tuvieran consciencia o no, de
primera generación o de segunda, escribían, escribíamos con una sensible
influencia joseagustiniana. Y no sólo los jóvenes, también los consagrados, los
famosos, los reconocidos llegaron a escribir con los modos y hasta los temas de
José Agustín.
A largo plazo, los que empezamos
a escribir más tarde, y no lo digo porque sea joven, sino porque me revelé (con
uvé y también me rebelé, con be) como escritor tardíamente, recibimos la
influencia de José Agustín de segunda o capaz que hasta de tercera generación.
En su momento lo que fue llamado
en aquellos entonces La Literatura de la Onda, tan traída y tan llevada, de
pronto tan denostada, de pronto tan acusada, a largo plazo terminó por
demostrar que ni era tan fácil ni era nada superficial; más bien cumplía con el
fenómeno que suele ocurrir cuando se impone una moda (en la mejor acepción del
concepto) y es el de que esa actitud —la
que enarboló José Agustín—
flotaba en el ambiente, era necesario, se pedía a gritos. Lo cual es un don de
los grandes hombres en cualquier ámbito. Las leyes de Newton eran ya
imprescindibles cuando el buen Isaac tuvo la inspiración de proponerlas; la ley
de la relatividad igualmente, sintetiza lo que ya estaba en el aire, etcétera;
así, cuando surge el joven José Agustín y sorprende con De perfil, con Se está
haciendo tarde, o La tumba más un
largo etcétera de novelas que dejan pasmados tanto a los escritores como a los
lectores e imbuidos de un ánimo desbordante a sus fans. En ese sentido, lo que
hizo José Agustín sólo fue responderse a sí mismo, responder a las antenas
mucho más sutiles y sensibles que las de todos los escritores en boga en
aquellos tiempos. Una de las más grandes virtudes de un poeta, tener las
antenas bien paradas (sin albur) y muy sensibles. Y digo, a largo plazo, en
mayor o menor medida, todos escriben como José Agustín. Estoy seguro que la
influencia liberadora joseagustiniana se va a apreciar con su real dimensión
hasta dentro de muchos años; como dijo Thomas Stearns Eliot, la influencia de
los grandes poetas ocurre en el lenguaje y afecta a todos los ciudadanos,
aunque ni siquiera conozcan, ni por nombre, a sus poetas (hablo en el sentido
amplio de poeta). A mi corto entender ha sido enorme tal influencia si bien la
generó ampliamente en los temas lo hizo aún más en la forma. El desparpajo, el
buen humor, el desmadre, las malamente llamadas malas palabras y hasta los
chistes, la absoluta ausencia de la hipocresía, un lenguaje muy al chilazo
además de divertido, la música que revolucionó al mundo, el rock; las
sustancias que hicieron delirar a una generación y han hecho pensar y filosofar
a las subsiguientes, las drogas; todo eso y más que de seguro se me escapa son
aportaciones de José Agustín (gracias a él, que es como decir gracias a Newton
caminan los carros), digo, gracias a José Agustín, hoy es posible hablar usando
los enlistados recursos y temas y seguir siendo serio o más bien creíble,
soltar una mentada de madre de indignación sin que por ello se atrevan a descalificar
tu discurso y más aún, se vale el juego con el lenguaje y se habla con absoluta
libertad y sin la ruca, oscura, tétrica y pérfida solemnidad arrulladora y
peor, hipócrita. En el momento en que escribo este texto, en las finales horas
del 2005 —hasta acá
llega, sin duda la influencia sesentera joseagustiniana—, entreverando los ratos de escribir con los
de leer, me soplo un buen artículo de Arturo Alcalde Justiniani en La Jornada y este autor, con la mayor de
las facilidades nos desea un feliz año 2006, tras analizar las chingaderas que
hizo el gobierno contra los salarios en el año que termina y a la vez nos habla
de que mientras escribe se está bebiendo un sotol, la bebida regional de su
patria chica y eso no le resta la menor inteligencia a su estudio ni
credibilidad a su discurso; eso también es, de alguna manera, una influencia de
José Agustín y quienes lo acompañaron: la actitud; a partir de entonces se vale
ser mucho más sincero, nada de hipócrita, se puede hablar sin miedo de las
filias, de los apetitos triviales, de los amores a objetos y hasta a otras
entidades; en fin, ya no era necesario ser solemne, sobrio hasta la aburrición,
serio y adusto hasta la peor forma de la mamonez. Pues sí, porque siendo tan
sincero no es tan difícil caer en la mamonería, es el gran riesgo, pero si tal
actitud no está bien asumida los mamones que se exhiban; es más, y finalmente,
siempre habrá alguien a quien por alguna razón le parezcamos mamones, ya lo
dijo José Al-Freud Jiménez: "No soy monedita de oro..."; finalmente
la sinceridad, la espontaneidad y, lo más importante, el candor salieron ganando.
Y como corolario extraemos una joya: la seriedad no es sinónimo de la verdad:
viejo artilugio (o mejor, artegio, como dicen los rateros que se llaman sus
trucos para robar), digo, el gran artegio de los políticos era la seriedad para
decir demenciales mentiras o salvajes sinvergüenzadas haciendo una cara dura de
solemnidad y de hombres inmensamente serios. Y aquí, creo, aparece otro
corolario, es decir, otra joya: nos urgía encarecidamente hablarnos con la
verdad; eliminar la simulación, evitar la hipocresía, al menos entre los que
somos como somos, entre los alivianados, digámoslo en términos
joseagustinianos. Yo estoy seguro que gracias al desparpajo, al hecho de que el
juego, el desmadre y la actitud antisolemne no están reñidas con la inteligencia,
hemos podido desenmascarar a un sinnúmero de políticos hipócritas y rateros; el
propio José Agustín lo ha hecho y aquí quiero señalar, para terminar, otra de
las formidables aportaciones de nuestro homenajeado, sus extraordinarias Tragicomedias Mexicanas I, II y III;
aquí José Agustín se revela como un lúcido, ameno, inteligente, bien organizado
y bien documentado historiador. A las virtudes escriturales joseagustinianas
que se han anotado agréguensele una prodigiosa memoria o bien su meticulosa y
amplísima documentación; el orden, que le permite hacer una crónica muy extensa
de los múltiples ámbitos de la vida de México, la prosa de gran sencillez y,
sin embargo, de suma agudeza que tiene además una flexibilidad que le permite
ir introduciendo anécdotas memorabilísimas en las que dejó desnudos a los
próceres que nos han gobernado desde el porfiriato hasta el salinato; los pone
en su real dimensión, pobres sujetos bastante apendejados o, dado el caso,
inmundos de perversión, siempre presas del delirio que a los pendejos produce
el poder y cuantimás un poder tan inmenso como el del presidente. Las
Tragicomedias, creo, son imprescindibles documentos para entender México en
este momento. Y estamos esperando con ansia la IV, sobre el Zedillato y la
inenarrable épica foxiana-panista cuya realidad desafía al pacheco más
desquiciado.
Con José Agustín, como con
muchos otros artistas o personajes me pasó como decimos acerca de las mujeres
más bellas, por ejemplo, alguna vez he dicho que la Megabizcocho, Regina Orozco,
es uno de mis grandes amores, nos amamos, sí, porque ella me satisface
brutalmente y yo le correspondo amándola como ella no se imagina; claro, porque
no lo sabe, pero es mi gran amor aunque no lo sepa. Así con José Agustín, es
uno de mis entrañables amigos desde hace más de un cuarto de siglo y él no lo
sabía. Bueno, en este momento ya lo sabe. Antes de terminar quiero traer a
cuento un momento muy importante para mí. José Agustín tenía un programa de
televisión, aunque no recuerdo si era su programa o él era entrevistado por
Agustín Ramos. En fin, no importa, lo que importa es que José Agustín, mientras
charlaban sobre la muerte dijo algo que me dejó tan pasmado que no lo he
olvidado en veinte años. Y lo que dijo fue que en el momento de la muerte él
quería conservar la más completa lucidez para vivir a plenitud el momento de
dejar este mundo. Nunca lo había pensado y me impresionó que así lo dijera un
escritor tan "superficial".
Por último sólo quiero concluir diciendo que José Agustín, en este momento, lejos de constituirse como el venerable autor, el chamán de las letras, el maestro de degeneraciones en degeneraciones, el infatigable luchador, el cronista tan intachable como intransitable, lejos de asumirse como todo eso, que lo es, sigue siendo un hombre por cuyas venas sigue recorriendo "un encono de hormigas en sus venas voraces", para decirlo con un verso lopezvelardiano, a José Agustín, al que tengo que proclamar y admitir como uno de mis maestros, al reconocer mi fuerte componente joseagustiniano, así pues y continuando, brindo "A la cálida vida que transcurre canora/ A la invicta belleza que salva y que enamora", a tu salud, mi querido José Agustín.