sábado, 8 de septiembre de 2007

El fraude de 2006 y los medios

El Fraude del 2006 y los medios


Pterocles Arenarius

Las pruebas del fraude electoral del 2006 son tan claras que los locutores de Televisa como los de TV Azteca, quienes niegan empecinadamente tal fraude, se van quedando cada vez más solos. Nadie les cree, ni siquiera ellos mismos, pero tienen que repetir irracional e infatigablemente que tal fraude no existió. Fieles seguidores de Goebbels: la mentira repetida un millón de veces termina siendo verdad.
A pesar de todo, ellos mismos admiten que en las encuestas –siempre mentirosas, siempre amañadas– indican que por lo menos un 30 por ciento de los mexicanos cree que hubo fraude.
Se pretende hacer de México una nación como la que nos describe George Orwel en su novela 1984, en donde el gobierno del Gran Hermano (Big Brother) vigilaba de día y de noche a todos los ciudadanos y los engañaba siempre para justificar sus brutalidades y la dictadura. Aquí las encuestas múltiplemente realizadas indican que “sólo” el 30 por ciento de los mexicanos creen que hubo fraude electoral. Pero que todos son felices, aunque sean pobres. Lo cierto es que hay opositores empecinados contra el gobierno y, lo peor para ellos, esos opositores tienen a la razón de su lado.
Y el gobierno mexicano compró los adminículos para espiar toda comunicación que realice cualquier mexicano, ya sea por teléfono domiciliario, celular, correo electrónico o chat. Felipillo quiere ser el Small Brother, y es que su estatura no le alcanza –ni física, ni intelectual, ni (jamás, por supuesto) legítimamente– para convertirse en un dictador. Es un enano en todos los ámbitos. Quizá en maldad, en perversión, en odio, quizá –que también son necesarios para ser un tirano–, quizá en esos terrenos sí tenga tamaños. Por lo pronto, si no los tiene, se empeña en demostrar que sí: las acciones contra el movimiento oaxaqueño y el de Atenco pretenden demostrarlo.
Los partidos políticos han entrado en la discusión de la nueva reforma electoral. Y un punto que está en primer lugar es el de la destitución de Luis Carlos Ugalde y todos los consejeros electorales. Es lo menos que se puede pedir. Ugalde y sus secuaces (no merecen ser llamados de otra manera) tienen una ilegitimidad de origen derivada de que fueron colocados en esos puestos por sólo dos partidos: el PRI y el PAN. Pero en el proceso hay una jugada artera, una traición infame: los consejeros propuestos por el PAN actuaron defendiendo los intereses de ese partido, pero los que propuso el PRI, no. Porque quien manipuló para colocarlos fue Elba Esther Gordillo, entonces secretaria general del PRI. Pero esa mujer fue expulsada del PRI por actuar en favor del PAN, Fox y ese monstruoso engendro político en que se convirtió la señora Martha Sahagún. Elba Esther Gordillo, en una jugada ignominiosa entregó al PAN, a Felipe Calderón, a los consejeros del organismo federal electoral en pleno, un Consejo completamente parcial en favor del PAN. Ese solo hecho descalifica a ese Consejo.
Pero sus agravios van mucho más allá. Además de dejar al PRI sin influencia en el Consejo, permitieron (léase obedecieron) a la profesora para decretar el registro legal de un “partido político” que en la realidad es el membrete de un grupo de amafiados, los mismos que controlan el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación.
Hay evidencias de que los consejeros entregaron al cuñado de Felipe Calderón, el trabajo de diseñar el software para el conteo electoral. Hay pruebas de que en ese software se introdujo un algoritmo para aumentar votos a Calderón y restárselos a Andrés Manuel. Por supuesto que metieron su algoritmo ratero, es evidente al ver las gráficas que dieron esos consejeros como resultados, gráficas tan perfectamente simétricas, tan irreales, tan de máquina y no azarosas como tienen que ser resultados electorales.
Ya no contemos que esos consejeros permitieron a la –ese sí– Gran Chachalaca, Vicente Fox (la única objeción es que las chachalacas tienen un coeficiente intelectual demasiado alto comparado con el del señor Fox), la intromisión ilegal en el proceso electoral. Si, como dice Ugalde para defenderse, no tenía facultades legales para detener a Fox, mucho peso hubiera tenido una declaración de censura contra ese chivo en cristalería que siempre fue Fox.
Los mapaches electorales de Elba Esther, los correspondientes de los gobernadores priístas que ella convenció para que actuaran fraudulentamente para sesgar los resultados contra Andrés Manuel, el algoritmo, la campaña negra de Fox, la correspondiente de los empresarios, el consejo “ciudadano” entregado al PAN y aun así no pudieron ganarle a Andrés Manuel, porque tuvieron que recurrir al fraude cibernético. Se cumplió lo que dijera el repugnante junior Jorge Castañeda, “A López Obrador hay que detenerlo como sea”.
Las declaraciones de diversos actores del fraude han corroborado que lo hubo, por más que los locutores de Televisa y Tv Azteca se afanen en machincuepas lógicas, discursivas para “demostrar” que no hubo fraude. La perla insuperable es la del presidente espurio quien justifica su triunfo diciendo que “haiga sido como haiga sido”, tratando de ser chistosito, pero logrando la más lamentable antípoda del humor.
Todo lo anterior nos indica que cualquier cosa que hubiera hecho Andrés Manuel hubiera sido usada en su contra. Cualquiera que hubiese sido su actitud, los locutores televisivos habrían encontrado “errores de estrategia” que le costaron la victoria.
Como nunca la televisión ha tomado en sus manos el poder, la distorsión de la realidad y el entronizamiento de la mentira como forma de gobierno. La intención es mantener al mayor número de mexicanos en la miseria y la enajenación por la difusión de la estupidez en sus canales. Y mantenerse como la superélite de archimillonarios privilegiados en todos los sentidos por encima del pueblo al que desprecian.
El fraude electoral contra Andrés Manuel es un agravio monstruoso contra el pueblo mexicano. En el mediano plazo será cobrará. En el largo plazo, la historia colocará a cada quien en el lugar que le corresponde realmente a cada quien.
Felipe Calderón no tiene tamaños para ser recordado mejor que como “el pelele” usado por el gran número de gente poderosa que lo llevó (inútilmente) al poder.
La televisión no tiene defensa ante la inteligencia humana, es la gran promotora de la imbecilidad entre los seres humanos. Ese trabajo per se está condenado al fracaso, contradice la mejor esencia de la humanidad.
Sólo es cuestión de tiempo. Pero hay que difundir la consciencia, la racionalidad, la inteligencia. Hay que procurar el conocimiento entre las mayorías. Es cuestión de tiempo y de mucho trabajo.
A largo plazo la apuesta de los ricos, las televisoras y los poderosos no tienen ni el menor futuro.

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