La actitud ante el elogio
Pterocles
Arenarius
Y de
pronto estás ante trescientas personas en un foro bajo una enorme carpa en el
Zócalo del Distrito Federal. Tu amigo de más de un cuarto de siglo, el
extraordinario narrador y erudito Jorge Borja (JGB) a tu vera; Cristina de la
Concha, promotora cultural, poeta, narradora, organizadora de históricos
encuentros literarios y recién laureada con el premio como Miembro de honor de la Casa del Poeta Peruano y por el mérito como promotora cultural,
otorgado por la Casa del Poeta Boliviano, también está junto a ti en la mesa;
tu editora, Noemí Luna García, mujer esforzadísima que ha llevado, con la ayuda
de su pareja —el activista en favor del uso recreativo de sustancias
psicoactivas—, Juan Pablo García Vallejo, a un lugar privilegiado a la
editorial Eterno Femenino. Ellos están contigo en el presídium. Es la XII Feria Internacional del Libro de la Ciudad de
México, en el mero Zócalo, el centro del mundo y el ombligo del universo (o al
menos el centro de ese lugar que llamaron Meztli-luna; Xi-ombligo; Co-lugar. Id est, México); donde dice la tradición
que tus más remotos antepasados de este país vieron un ave rapaz devorar a un reptil posando
sobre una cactácea. La unión del cielo y el infierno diría Blake. O la de los cuatro
elementos de los presocráticos. Se presenta ahí tu libro, Fiestas, cuentos y relatos.
JGB
habla de tu vida, de que has andado en los más variados infiernos pero también en
no pocos insólitos paraísos, que transitaste La Merced trabajando como cargador
de bultos, cajas y canastas en la lejana adolescencia; que bregaste por años en
algunas construcciones trabajando peor que negro, como en la obra del metro
Allende, en el Palacio de Minería entre muchas más y asienta no menos que
también has trepado al ring a batirte a golpes con uno de los negros más
grandes que ha dado el boxeo mundial, Mantequilla Nápoles, con el Famoso Gómez,
Rogelio Lara, Ricardo Delgado y Ray Vega entre otros notables pero también con
unos formidables indios desconocidos que te tundieron con algún salvajismo por
más que no se fueron limpios; Borja te exhibe como jamás lo habían hecho, te
conoce tan bien como tú te conoces si no es que hay cosas tuyas que él conoce
de ti mejor que tú mismo, así es de gran amigo, así es también de agudo e
inteligente. Te denuncia rocanrolero, miembro de la ilustremente anónima banda Staka Braun allá por los años 70,
palindromista autobiografiado “Yo de la Merced de crema le doy”, ingeniero civil, según el Politécnico, profesor de
matemáticas por unas dos décadas en la famosísima Escuela de Superación Activa,
entre otras; guionista de televisión educativa y de radio, militante de
izquierda en el Partido Mexicano de los Trabajadores al lado de hombres tan
grandes como Heberto Castillo y Demetrio Vallejo; participante en el taller de
cuento del ilustre Edmundo Valadés; periodista en Guanajuato y también para una
agencia gringa, entre otras. Y el querido Borja habla de ti como si fueras un
tocado por el dedo de Diosito. Carajo, habría que nombrarlo tu biógrafo de
cabecera. Borja te ama. JGB es tu compadre desde aquella noche en que se
juraron mutuo compadrazgo ante el oráculo de la(s) botella(s), el deleite y la embriagante
frescura de innumerables caguamas en aquel febrero de 1985. Todavía ni siquiera
estaba la dulcísima Violeta en este mundo. Pero en este momento la preciosa y
amada Violeta se encuentra entre los cientos de personas que casi llenan el
aforo de la carpa Faro Zócalo. Violeta es tu gran amor, ella es tu niña, una de
tus niñas, la otra es Zoe, la divina y con tu Bono, David-Davidovitch
Brönstein, el hermoso, son la triada de lo mejor que has hecho en este mundo; hoy
Violeta una bellísima y extraordinaria mujer. Violeta, Zoe, David, personas por
quienes, te lo has jurado, estás dispuesto a dar la vida. Por ahí ves entre el
público a tu querido amigo Iván Villaseñor, el extraordinario artista plástico
que te cedió el uso de su sorprendente, alucinante obra Coatlicue o la decadencia de occidente para la portada de tu novela
Demoníaca (Historia de una maldita perra)
que se presenta en quince días también publicada bajo el sello de Noemí Luna,
el Eterno Femenino. Está tu hermanito
Enrique entre el público. Y está tu María. Tu amada. Tu mujer. La que
representa a la mujer que te habita. O bien tu alter ego femenino. Ella.
Cristina
de la Concha, deslumbrante, con su proverbial melena casi rubia cuya largura se
extiende más allá de donde la cintura pierde su casto nombre, pero además luce
un simpático gorro españolado y lentes negros de diva hollywoodense, parece una
estrella de cine europea con su metro ochenta de estatura, habla de ti; a eso
viene, dice que te expresas a punta de majaderías, que tus cuentos son
salvajemente irreverentes, de que horrorizas con tanta mala palabra, que
eres algo así como un bárbaro del norte. Pero no deja de anotar que hay
denuncia social, que tu palabra es filosa, que es libertaria y es, además,
literatura. Es un privilegio ser considerado en semejantes términos por una
mujer como ella.
Noemí,
la editora de Eterno Femenino, sostiene
que eres un gran escritor, que es un verdadero deleite leer tus narraciones,
cita una frase tuya que se encuentra en uno de los cuentos que se publicaron en
el libro que se está presentando. Te recomienda y hace el comercial de que los
ejemplares del Fiestas están a la venta
a un ladito de la entrada del Faro Zócalo
y anuncia que en quince días se presenta Demoníaca,
novela que te dará el debut como novelista publicado.
Por
fin te toca intervenir. Hay el gran riesgo de que decepciones a los oyentes
después de tantos, tan variados y desmesurados elogios. En la madre. Traes un
texto preparado. Hablas de qué es escribir para ti. “Se escribe porque este
mundo es terrible”, dices. Estás grueso, cabrón. Te das cuenta de qué inmensa
responsabilidad es pronunciar una frase como esa cuando, al día siguiente, tu
amada Violeta sube a Facebook una
foto tuya en el foro con esa frase. Sí, cabrón, tú la dijiste. Dios mío, sí es
un mundo terrible, pero dijiste que también se escribe por amor y que cuando se
completa el circuito escritura-lectura, se ha realizado un milagro del amor. En
la madre, pero la que impactó a la bellísima Violeta fue esa: se escribe porque
este es un mundo terrible. Lo cual te parece terrible. Conforme vas leyendo se
va juntando más gente. Terminas de leer tu texto pegándole fuerte a los malos
gobernantes que ha padecido nuestro país en los últimos años. Hablaste del
ranchero bruto, del borracho asesino y del débil mental que nos impondrán como
presidente. Hay cada vez más gente cuando empiezas a leer tu Memoria del Tártaro, ese cuento que
pergeñaste en Guanajuato quizá en el año 2004 y que publicaste en el periódico correo, diario chafa y traidor, muy
parecido a los chuchos que se apoderaron del PRD, pseudoizquierdista pero
dedicado por sistema a ofrecer y dar gratis el beso negro a los peores
políticos de Guanajuato o de donde sean. Es increíble, ese cuento ya casi tiene
diez años y está fresquecito como si hubiera sido escrito la semana pasada. Empieza
un poco lento, pero para la tercera página ya va volando. La gente
encantadísima. El clímax del cuento es largo y la gente se muestra feliz,
carcajean con frecuencia. Estás a tus anchas. Es el cuento favorito de tu
editora Noemí. El cuento fluye, la gente ríe, la felicidad casi se toca de tan
sólida, pero…, de pronto te pasan un papelito que dice que tienes cinco minutos
más. Te carga la regran chingada, dices a la gente que no terminarás de leer el
cuento porque te avisan que en cinco minutos se acaban tus diez minutos de
fama. Dices que no nos permitieron usar el foro sino hasta la una y veinte
siendo que nos citaron a la una. La gente protesta y grita que te dejen
terminar. Tú estás que no te la acabas, es una delicia que te pidan seguir
leyendo cuantimás que el cuento ciertamente es largo, unas doce, quizá trece
cuartillas. Sigues leyendo, por fortuna no te interrumpen, el público te pide y
el público siempre tiene la razón. Terminas de leer y aquello es como un orgasmo.
La gente te aplaude mucho más de lo que se estila. Bajas del escenario y te
pones a firmar libros que han comprado. La gente te mira, eres un bicho de la
más extraña y privilegiada especie, un escritor. Varias personas, cinco o seis,
muchachos y, mejor todavía, mujercitas te piden tomarse una foto contigo, las
chiquitas se abrazan de ti, te tratan dulcemente, todo son sonrisas y
felicitaciones; te han saludado de beso y se despiden de beso. Estás temblando
de gusto y emoción. Con qué poquito ya te estás viniendo. En realidad no es tan
poquito. ¿O sí? No importa. Tu editora está felicérrima, se han vendido un
chingo de libros. Está tan contenta que te extiende un billete de alta
denominación y una decena de ejemplares de tu propio libro. Tu Violeta está
radiante y bellísima, como siempre. Te regalan un café, te regalan una botellita
de agua, te regalan un disco de los chicos del #YoSoy132. Eres una celebridad
en ese momento, el consentido del mundo.
Sales
de la carpa y vuelves a ser el mismo desconocido de siempre. Pero no dejas de
estar feliz. Te vas con tus amigos y tu querido compadre Borja a tomarte una
chela, tienes la garganta desgarrada de leer tanto y con tal enjundia. Fueron
unas diecisiete cuartillas vibrando en alta frecuencia. Qué paciencia de la
gente. Es que eres un buen escritor. No, güey, no te la creas. No eres nadie.
Mejor ponte a escribir humildemente, todo esto fue hermoso, pero no es cierto.
Nunca lo olvides, tú eres un servidor de la Diosa Blanca. Todo lo demás, los
aplausos, los elogios, las sonrisas, las felicitaciones, las fotos, los besos,
todo es simple añadidura. Gózalo, güey, no es malo, pero no creas nada, lo
importante es otra cosa. Escribe, chingá.
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