Entre el amor y la bestia
Bendito,
eterno, es aquél que descubre una gran verdad y la proclama para obsequiarla a
sus congéneres. Y no menos lo es aquél que encuentra cómo decir su propia y
acaso pequeña verdad pero logra darle la más bella forma.
Pterocles
Arenarius
En este
mundo, en este universo, lo único inmutable y permanente es el cambio. Cuanto
existe en el cosmos incluyéndonos, es el resultado del eterno trasmutar de la
materia. Sin embargo —e independientemente de metafísicas, religiones o revelaciones—,
sin conocimiento apriorístico de que el espíritu esté imbuido en la materia, el
devenir de ésta, luego de los miles de millones de años que tiene de existir
este planeta y con la aparición de la inteligencia, llegó a crear el espíritu
(en otras palabras, quizá haya un Dios, quizá no, pero los hombres, la especie
humana está creando espíritu). Pues no otra cosa es el arte: espíritu plasmado
sobre la materia, a través de ella, recreando al universo, inventando otros
universos. Y dentro de las artes, las ideas sublimes (o diabólicas), las más próximas
a lo divino (y también a lo instintivo y aun a lo primigenio, lo que suele
llamarse lo demoníaco) y con mayor precisión especificadas se encuentran en la
literatura.
Charlie Monttana, Pterocles Arenarius, Jorge Borja |
Hay
quien dice que “Morir por la idea no es morir, sino permanecer entre los
benefactores de nuestra estirpe”. En ese sentido, Homero está vivo en la
Ilíada, Cervantes en el Quijote, Shakespeare en Otelo, etc. En otras palabras,
el arte, el espíritu, es, en efecto, inmortal. Cuando morimos, lo único que
queda de nosotros son las ideas. Es decir, somos, más que nada, ideas. Y son
ellas lo que siguen alimentándonos. El arte, incluso más que la tecnología y al
menos a la par que la ciencia, es creador de civilización. Esta demoníaca
creación humana que nos ha colocado al frente del planeta, con la monstruosa
responsabilidad que implica y que podría provocar nuestra total
autodestrucción.
El movimiento universal |
Pero
dirán ustedes “este güey ya se puso demasiado espeso, si sólo se trata de
presentar un libro, una novela, tranquilo, cabrón”. Es cierto. Sin embargo, me
remito a Baruch Spinoza: “Aquél que para tomar una determinación no considera,
al menos, los últimos cinco mil años de historia, es un inconsciente”. Porque
las artes, la literatura es ensanchamiento y profundización de la consciencia;
lo nuestro es la humanidad, el humanismo. Y del sustrato de esta forma de
pensar es de donde surge la civilización. Y ésta también está sujeta, por
supuesto, al cambio, al movimiento, inobjetable y, ése sí, absoluto; el cambio,
el movimiento, es el que relativiza cuanto existe en el universo, y es, por eso,
absoluto. De tal manera que si la civilización no cambia para adecuarse mejor a
las condiciones del universo físico, perecerá. Como ocurre para cualquier bicho,
según lo dejó estipulado Darwin. Las artes, la literatura, es decir, el
espíritu, han de permanecer en la cambiante humanidad, y si no, ésta estará
condenada. Es por eso que su salvación está en el espíritu, es decir, en el
arte y sus ideas, en la ciencia, en la filosofía, en la literatura.
Pero
basta de ideas grandiosas o grandotas, particularicemos. Es nuestro deber,
siempre debe serlo, como individuos o como colectivos, generar civilización
aunque estemos en un país que tiene unos diez millones de analfabetas completos
y otros veinte millones de analfabetas funcionales, aunque haya treinta
millones de personas que viven en las proximidades de la hambruna y muchos de
cuyos niños sufren malformaciones por desnutrición. Aunque estemos en los
niveles más altos del mundo en asesinatos por parte del llamado crimen
organizado. Aunque el gobierno de nuestro país sea uno de los más corruptos del
mundo. Aunque parezca que no hay esperanza. Hay que hacer novelas, hay que
publicarlas, aunque nuestros últimos gobiernos hayan sido, como dicen que dijo
León Tolstoi: “Si un gobierno no se instituye para el bien de sus gobernados,
se convierte en un grupo de malhechores”. Pocas citas más atinadas para la
situación de México en este momento. Hay que decirlo aun cuando nos costara… lo
que nos tuviere que costar: el gobierno de este momento en México es una banda
delincuencial. Pero aun así hay que escribir novelas. Aun así hay que atreverse
a fundar una editorial de otro tipo, pues ya hay demasiadas del mismo tipo. Y
es que la corrupción ésa que se ha mencionado permea incluso —y por qué no
habría de hacerlo— hasta en la alta cultura.
El arte es espíritu |
Pero
a contracorriente de la desesperanza y el caos, la creación, el arte, es la
apuesta a que algo perdure. Porque de otro modo este país que está —en gran parte—
podrido, pudiera salvarse, porque sabemos bien, hemos visto en abundancia que
no todo está perdido porque hay muchos que dicen “Yo vengo a ofrecer mi
corazón”, por más que desde el poder se esfuercen monstruosamente por
demostrarnos lo contrario.
Quizá
dentro de cincuenta años ya no exista esto que hoy llamamos México. Espero que
sí. Creo que a pesar de todo hay razones para la esperanza, aunque sean difíciles
de creer. Quizás en medio siglo se dirá “Era conmovedor ese país, se estaba
hundiendo en la desgracia, se estaba muriendo de hambre, pero seguían haciendo
novelas y hasta fundaban editoriales de otro tipo sin saber que eran los únicos,
los últimos antes de la gran disolución que los destruyó”.
O
bien, en el mejor de los casos, en medio siglo, espero que así sea, se dirá:
“México se salvó porque siempre hubo quien escribiera literatura, quien fundara
pequeñas editoriales que trabajaban, al parecer, sin la mínima esperanza, en
medio del caos y la miseria y sin embargo con enormes y legítimas ambiciones. Y
gracias a eso, a su gran cultura al lado de su inmensa ignorancia y su terrible,
monstruosa desigualdad, la gran cultura mexicana logró que ese país no fuera
destruido”.
Los
ciclos de destrucción-renovación de México se cumplen inexorables. Y estamos
precisamente en el centro de la centuria nefasta. Las grandes convulsiones de
México han ocurrido por la desigualdad y por la corrupción. Desde el “Acátese y
no se cumpla” novohispano, pasando por el “Mátenlos en caliente” del porfiriato,
hasta hoy que estamos en el “En México hay una clase jodida que nunca va a
salir de jodida” y con la cual, ésos que hablan de la clase jodida, tienen como
único compromiso sólo explotarla hasta que —y parecen no darse cuenta— hasta
que todo salte en pedazos.
Pues
es ahí donde los artistas, las gentes de la cultura tenemos que incidir. Luchar
contra la bestia neoliberal o como deseen llamarle, el engendro insaciable que
imbuye a algunos sujetos la indecible soberbia de sospechar para sí mismos una
superioridad tal que por ella se permiten condenar a millones a la desgracia, a
la desesperación e incluso a la muerte.
No
es catastrofismo. No es que sea pesimista. Pero si el país no encuentra una
manera de cambiar la ruta que lleva, en cincuenta años ya no existiremos como
país. La idea de México se habrá ido mucho a la chingada. Pero aun en tal caso,
la literatura, los treinta siglos de arte y cultura que nos dan identidad y
comunión, continuarán vivos, seguirán existiendo, serán recordados porque al
final, no son propiedad sólo de nosotros sino de la humanidad. Y también porque
el espíritu, que no otra cosa es el arte, es inmortal.
Nuestro
país ha venido experimentando desde hace quizá medio siglo, una bárbara
degradación. Ahorita, puesto que me debo a la palabra, estoy obligado a decir,
con el amado José Emilio Pacheco, hoy ausente, “Es extraño que nadie haya
anotado que la degradación actual se debe a la pérdida que está ocurriendo en
nuestro lenguaje”; y con el Octavio Paz de El
arco y la lira: “Cuando el lenguaje se corrompe, las sociedades se pierden
o se prostituyen”; y con Javier Sicilia quien, en su columna La casa sosegada, cita a William Carlos
Williams: “Si el lenguaje se distorsiona el crimen prospera”. Son palabras que
muy bien constituyen la radiografía de lo que en este momento ocurre en México.
Como nunca quizá, nuestro lenguaje está siendo distorsionado, prostituido,
banalizado y, al fin, sometido a una destrucción que llamaría sistemática, si
no fuera porque depende, en gran medida de la estulticia de quienes lo usan
pública y masivamente y la dejadez e ignorancia —por más que no sea del todo su
responsabilidad— de quienes lo reciben y admiten sin reclamo ni exigencia.
Tengo
que decir que la televisión ―salvando mínimas y honrosísimas excepciones―
difunde masivamente la estupidez, la mentira y los intereses más o menos viles
de sus dueños. Pero más allá, incluso se han instituido como un cártel de la
droga. El poder político, desde su sitial más alto, del que algunos llaman
presidencia de la República, se regodea en su proclamado y exhibido
analfabetismo funcional.
La caja idiota |
“Sólo
la poesía ―decían los antiguos poetas chinos, digamos hoy sólo la literatura―
puede corregir el lenguaje”.
Pero,
¿por qué estoy hablando de esto si hemos venido aquí a presentar una novela que
se llama Una muerte inmejorable?
Bueno, porque somos mexicanos y estamos viviendo eso que se menciona. Pero
también porque tal es telón de fondo de la dicha novela. De alguna manera hemos
estado hablando de ella. La desgracia de este país, su atroz decadencia y la
esperanza que también se ha invocado, es el ámbito en que se desarrolla Una muerte inmejorable. Sólo diré algo
más. En primer lugar, quiero citar a Walt Whitman con respecto de mi libro: Esto que tienes en tus manos, lector, no es
un libro, es un hombre. Y sin duda todos los defectos que tiene esta novela
se deben a eso, a que es el retrato del alma de un sujeto que ha vivido en el
país ese que se degrada, que se destruye, que muere aceleradamente.
Pero
así como muere mi país, también renace. Creo que no es necesario decir que La vida se sostiene por la muerte y la
muerte se sostiene por la vida. Desde el título se anuncia que esta obra es
de carácter tanático. Pero no podría serlo si no tuviera su contraparte, pues
también es una novela altamente erótica; es más, algunos dirán que llega a ser
pornográfica.
Era ciego. Irradiaba luz |
Finalmente,
la muerte, ese tesoro oculto, lo dijo Borges, es lo que hace preciosa a la
vida. Este momento en que estamos aquí reunidos se vuelve único, irrepetible,
tremendo y prodigioso porque jamás volverá a ocurrir. Y, en función de eso, mientras
existen individuos, que podría llamar protervos, malvados, criminales o con
algún otro adjetivo espantoso, mejor digamos simplemente que son equivocados,
son, no están equivocados. Sujetos que, los más avanzados son simplemente
soberbios, su ambición los vuelve hipócritas y sus achichincles, no son más que
ignorantes; la gran estulticia y la soberbia son formas de la ignorancia, los
que dicen dirigir este país parecen estar empeñados en convertir este mundo en
el infierno para el mayor número de personas. Mientras eso ocurre, los invito a
que seamos la contraparte: hagamos de este mundo tanto como nos sea posible un
paraíso. Contra la soberbia y el individualismo feroz, opongamos la
solidaridad, el amor. Contra la estupidez masiva-televisiva, opongamos la
sabiduría sencilla, el arte, la belleza, la creación, otra vez, el amor.
Procuremos estar contentos de todo, por todo y para todo. La muerte es lo único
seguro en este mundo. Y nunca olvidemos que para contemplar la luz se necesita
la oscuridad. Para gozar la satisfacción se requiere el esfuerzo. Para sentir
el placer tiene que conocerse el dolor. Eso es, también, esta novela.
Humildemente sea dicho.
Alguien
que no recuerdo afirmó por ahí que el total de los temas posibles de la
literatura son treinta y dos. Otro, después, dijo que ese número se puede
reducir a cuatro: la vida, la muerte, el amor y la lucha.
Los
cuatro, abundantemente, se encuentran en Una
muerte inmejorable. Los invito a que la lean. Pero más los invito a que
practiquen el más bello y simple y humano de los mandamientos Haz lo que quieras… sin dañar a nadie,
porque la libertad y el amor son los bienes más preciados en este mundo. Muchas
gracias por su atención.
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