Charla
con Pterocles Arenarius
Marco A.
Águila*
Es sin
lugar a dudas un orgullo entrevistar a un narrador recién premiado. En un
ambiente sano, donde el intelecto es siempre felicitado, es el más reciente
éxito literario de Pterocles Arenarius.
Y
con él nos encontramos. Cabello largo y barba de filósofo, mirada franca y, con
ella, como que te pregunta de qué planeta vienes o qué pitos tocas. Para
empezar, dime, ¡oh, maestro!, tu verdadero nombre y desde cuándo te enamoraste
de las letras.
El viejo iracundo en su biblioteca. Al fondo sus cinco libros |
Bueno, mi verdadero
nombre es Pterocles Arenarius, porque ése es el nombre que me di cuando empecé
a construirme como escritor. El nombre que me dio el destino, la vida, mis
padres, es Jesús Ortega Rodríguez. Pienso que, como lo dijo García Márquez,
llega un momento en la vida en que uno tiene que vencer a sus padres, liberarse
de ellos y ser padre de sí mismo, parirse a un mundo que uno mismo escoge; en
mi caso fue el de las letras, porque, otra vez, la vida me llevó a estudiar
ingeniería civil. Terminé mi carrera, pero nunca trabajé como ingeniero. A
cambio me volví escritor. En eso estoy emparentado con uno de los más grandes
autores de la historia, Fedor Mihailóvich Dostoyevsky, él también era ingeniero
retirado y convertido en escritor. Y, por otra parte, por supuesto, yo soy
responsable de todo ello. Mira, mi hermano, después de los treinta años eres
responsable hasta del color de ojos que tienes. Y llega el momento en que se
invierten los papeles, tus padres se vuelven como tus hijitos. Incluso tú los
mantienes. Fue lo que me ocurrió. Ah, y el significado de mi verdadero nombre
es muy fácil. Ortega, además de apellido, es el nombre de un pájaro del
Mediterráneo español. Su nombre científico es Pterocles Arenarius.
Pterocles u ortega, el pájaro. |
Pterocles con papá, hace más de medio siglo. |
Sonríe
con cierto brillo de generosidad. Quien crea una obra la da a nuestra
generación y a las del futuro. ¿Cuál es tu obra ganadora y qué premio te
otorgaron?
Escribí una novela
que se llama Una
muerte inmejorable y ganó un premio de convocatoria
nacional al que invitó una empresa nueva y muy ambiciosa en el mejor sentido de
la palabra, ésta se llama Editorial De Otro Tipo.
Octavio
Paz, en El Laberinto de la Soledad, nos expone un mexicano que se oculta tras
una máscara para estar a salvo de un pasado que lo hiere. Serían, considero,
necesarios eones para superar esa idiosincrasia. ¿Una muerte inmejorable nos puede ayudar en ese sentido?
Bueno, pienso que
no explícitamente. Es decir, no es ése su objetivo. Todo trabajo que aspire a
ser una obra de arte debe cumplir una condición ineludible: no debe servir para
nada. Para nada práctico. No debe pretender, jamás, ser un objeto decorativo, no
debe intentar la curación o la terapia en contra de ningún mal, tampoco debe
procurar el ataque contra nada ni contra nadie. El arte es una manifestación
del espíritu del hombre, de la humanidad. Y, puesto que la obra de arte no
sirve para nada práctico, a cambio sirve para lo más importante en este mundo:
para enamorar el alma de los hombres, para que cada persona que lea esa novela,
vea ese cuadro, escuche aquella sinfonía, se deleite con aquel conjunto
escultórico, goce con la interpretación dancística o vocal o histriónica, se
conmuevan hasta lo más profundo de sí mismos. Pienso que si el arte tiene un
objetivo ése es transformar al espectador para bien de él mismo, para bien de
la humanidad. Si una persona percibe una obra de arte, la goza, la procesa, la
reflexiona y termina por hacerla suya, esa persona experimenta una
transformación, se vuelve otro. En ese sentido el arte es la comunión.
Especialísimamente con una novela. Lo dijo creo que Calvino, Ítalo, no el
inquisido; él dijo “Si una novela no transforma al lector, no tiene caso que sea
leída”. Pero además una obra de arte nos da identidad, en el caso de la
literatura, fortalece al idioma, refleja el espíritu de su pueblo, describe los
avatares de su tiempo, etcétera. En ese sentido, sirve para muchas cosas.
Incluida la que dices, cooperar para que nuestra herencia de pueblo sometido a
un genocidio histórico, no olvidemos que en el siglo XVI había unos 20 millones
de indígenas en Mesoamérica y para el XVII quedaban sólo 5 millones. Eso es un
fenómeno atroz y de dimensiones planetarias. De eso somos herederos también. Y,
sin duda, toda obra de arte tiene un papel que jugar para curar tan monstruosa
cicatriz.
Transformador del mundo. |
¿Fue
esta obra el resultado de una bella sirena en la odisea de tu carrera literaria
o es parte de toda una maquinaria del artista que quiere cambiar al mundo desde
su trinchera?
Pues fíjate que la
sirena de las letras me ha cantado desde hace más de treinta años y me sedujo,
me le entregué, no como Ulises, yo no me hice atar al mástil para no sufrir la
seducción de su canto. Fui y me le entregué. Ahora somos casi marido y mujer.
Nos conocemos bien. En ese sentido, pues sí, es el influjo de la musa pero
también la maquinaria, el oficio que desarrollas luego de tantos años
escribiendo. Con respecto de cambiar al mundo, ¡claro!, como dijo Walt Whitman,
“Nunca dejes de creer que las palabras sí pueden cambiar al mundo”. Y además, no
hay mejor manera de perpetuar las ideas que escribiendo. Un día cercano vamos a
morir y seremos, en este mundo, sólo esas ideas. Ahora, en los hechos, con el
solo acto de vivir estás cambiando al mundo. El mundo sería diferente si no
estuvieras aquí, si no actuaras en él. Para mí, la mejor manera de actuar en
este mundo es escribiendo.
Alguna
vez Wolfgang Von Goethe, máximo expositor de las letras alemanas dijo que para
ser universal es necesario primero ser profundamente nacional. ¿Es Arenarius un
comprometido con su país y con su tiempo?
El padre de la literatura alemana. |
No es posible
sustraerse a la patria, a nuestro tiempo. Mientras estemos en este mundo
llevaremos nuestro origen sobre las espaldas. Quizá yo abandone mi país, pero
él no me abandonará jamás, lo llevo en mi sangre, lo he respirado más de
sesenta años. Soy lo que he vivido y todo lo he vivido en mi patria. Y, estoy
de acuerdo con Goethe, sólo siendo profundamente nacionalista puedes aspirar a
ser universal. Porque ser nacionalista es profundizar en ti y en tu gente, ir
hasta tu esencia. Pero tu esencia es la esencia humana. O en otras palabras, en
lo profundo de tu alma está la inmensidad de lo universal. Jung lo llamó el
inconsciente colectivo. Así es en todo ser humano. Y el artista es un buscador
de eso. El milagro, la obra de arte, es encontrarlo y tener los instrumentos,
el oficio, para ofrecérselo a los demás.
¿Qué
es la literatura?
Uf…, respondiendo
esa pregunta podríamos escribir un tratado, Marco. Pero digamos que la
literatura es el arte en letra escrita. Es una de las grandes hazañas de la
humanidad. Es la manera en que el hombre puede mirarse detenidamente a sí mismo
tanto en las cúspides de su grandeza como en sus más sórdidos abismos. La
literatura es el retrato de la humanidad en su tránsito en este mundo. La
literatura le da sentido a la existencia de un homínido que llegó, después de
indecibles sufrimientos, a ser la especie animal hegemónica en este planeta. De
hecho, lo dijo Unamuno, si no me equivoco, “Si quieres conocer el alma de un
pueblo lee sus novelas, leer la historia no te enseñará su verdadera esencia,
su literatura, en cambio, te mostrará la vibración humana de esa nación, su
carácter y sus virtudes tanto como sus vicios”. La literatura es, como todo
arte, la manifestación de la profundidad insondable de lo humano. Creo que eso
es lo más importante… Hay mucho más que podríamos decir de la literatura.
Omar Jayyam. Filósofo, matemático, astrónomo, poeta. Gran bebedor. |
¿A
qué público dedicas Una muerte
inmejorable?
Mi novela se dirige
solamente a aquéllos que sepan que un día van a morir.
¿Qué
autores son tus favoritos y por qué?
Marco Antonio
Águila, mil gracias por esa pregunta. Amo hablar de Omar Jayyam y sus versos,
los Rubayat, dolorosísimos y a la vez increíblemente gozosos; la trascendencia
que prefiguran hablando de la nimiedad atroz de la existencia. Jayyam fue un
hombre que atisbó la infinitud y su terrible pasmo lo transformó en
literatura... Gocé indeciblemente leyendo a Françoise Rabelais en su único y
prodigioso libro, Gargantúa
y Pantagruel, aunque fue escrito en cinco
tomos y durante treinta años; es la saga delirante, el humor fastuoso, la irreverencia
extrema, los excesos, el prodigio de la irracionalidad y la hazaña de volverla
racional a punta de lenguaje. Pero además la filosofía, el trasfondo
iniciático. Una obra cumbre. Por cierto Rabelais fue perseguido por la iglesia…
Sufrí terriblemente, pero curé mi alma con aquel ingeniero militar —nombre que
se le daba a los ingenieros constructores, por eso hoy se llaman ingenieros
civiles— que se retiró de tal profesión para escribir las novelas más
estremecedoramente humanas como Los hermanos Karamazov, Crimen y castigo,
Memorias del subsuelo, Los
endemoniados, El príncipe idiota. En fin, Dostoyevski es quizá el hombre que
mejor ha conocido el alma humana. Dostoyevsky es terrible, pero nos provee de
la gran catarsis. Y, bueno, no podría dejar fuera a Ernesto Sabato, un escritor
argentino que sólo dejó tres novelas: El túnel, Sobre héroes y tumbas y
Abaddón el Exterminador, pero que constituyen una obra prodigiosa.
Muy próximo a Dostoyevsky, al cual, por cierto admiraba, Sabato es de igual
manera un espléndido conocedor de la condición humana. Pero también una
inteligencia descomunal. Un hombre que sufrió intensamente en este mundo por
ser dueño de una exquisita sensibilidad y un inmenso amor por los humanos.
Sabato deja una obra deslumbrante que, sin exageraciones, nos salva. Y bueno,
no podría olvidar al ciego luminoso Jorge Luis Borges, a Flaubert, a Tolstoi, a
Chéjov, a Maupassant, a Proust, al siglo de oro español, Quevedo, Góngora, Lope
de Vega, Gracián; y entre los mexicanos a Rulfo, Arreola, el mismo Paz; a
nuestra madre literaria, Sor Juana; al inmenso Fernando del Paso, pantagruelista,
por cierto. Todos ellos, en algún momento me han conmovido profundamente y
estoy olvidando a muchos más. En fin, Ars longa vita brevis, el arte es grande y la vida breve.
Gargantúa y Pantagruel, rey de los dipsodas, restituido a su natural, con sus hechos y proezas espantables. |
Sabes, eso sin duda, puesto que por
ello escribes con fina pluma. Quieres. Quieres acaso un mundo
mejor, ideal de los que entienden la masonería. Puedes, escribir una fina
obra literaria. Pero ¿por qué tan inmutable? ¿Qué Calla Pterocles Arenarius?
Se calla lo inútil,
lo banal. Es como la música. El silencio es infinito, el ruido es lo que no
tiene sentido. El músico usa el sonido, un ruido al que él le da sentido, lo
combina con el silencio y nos regala la música. Es la obra alquímica. El escritor
partiendo de la realidad intrascendente e incluso inicua o si lo quieres hasta
perversa, de ahí obtiene el oro, lo precioso, la obra. El diamante surge del
oscuro carbón, unos cuantos gramos de oro se encuentran dispersos entre
toneladas de materiales inocuos. El gran trabajo es encontrar, decantar lo maravilloso.
Desechar toneladas de material sin valor. Eso es lo que se calla. Todo ello
implica el gran trabajo, la gran búsqueda. De la putrefacción, de la obra
negra, el alquimista obtenía el material precioso, el oro filosófico. Hay que
callar demasiado y decir sólo lo radiante. Dice aquel proverbio, “Si lo que vas
a decir no es más hermoso que el silencio, no lo digas”. El escritor, el
artista, tiene la obligación de obtener lo hermoso y regalárselo a los hombres.
"¿Qué es el mar? ¿Quién soy?", Borges. |
Jesús
Ortega Rodríguez, Pterocles Arenarius. Te agradezco esta entrevista que me
concedes. Y creo que tenemos que felicitarte y que esto te
comprometa a seguir dando más y más al mundo de las letras, no crea el mundo
que la literatura mexicana está adormecida. Esperamos con ansia el lanzamiento
de tu libro.
*Reportero
y articulista para diversos diarios. La presente entrevista se publicará en la
revista Acacia.
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