Una novela de la muerte
Pterocles
Arenarius
Para Charlie Monttana, con mis
mejores deseos de que se recupere rápida y totalmente; para mi querido compadre
Jorge Borja; para mi querida editora Noemí Luna García.
Pterocles, Violeta y Charlie Monttana bajo el numen de Sor Juanita, nuestra madre literaria. |
Una
vez tuve oportunidad de husmear en los archivos del Instituto Estatal de la
Cultura de Guanajuato acerca de los concursantes en los premios nacionales de
literatura a que convoca ese estado. Me sorprendió mucho que en ese concurso —sería
el año 2004— participaban treinta y cuatro poemarios, veintidós libros de
cuentos y doce novelas. (Antes de continuar tengo que decirles que yo viví en
Guanajuato diez años. Que en esa ciudad —jamás vayan a decir en ese pueblo
porque se ofenden gravemente los guanajuatenses, aunque si caminas quince
minutos casi en cualquier dirección ya estás en la carretera—, digo, en esa
ciudad como en cualquier otra del mundo hay gente que encuentra sus motivos
para hacerse sentir como gente mala y otra gente que no es más que buena y que
aquellos que procuran el mal para sus semejantes encuentran un motivo excelente
en un obsesivo chauvinismo. La humanidad la dividen en los exógenos y ellos —hay
culteranos guanajuatenses que así nombran al resto de los miembros de la
especie humana—. ¿La razón?: no nacieron en Guanajuato capital.
Guanajuato es un formidable desmadre urbanístico |
Lo cierto es
que Guanajuato se ha salvado de convertirse en un pueblo fantasma varias veces
en su historia, la última fue gracias al Festival Internacional Cervantino, si
no fuera por eso, aun con su hermosa arquitectura, con su desordenadísima y muy
agradable antiurbanización, sería un pueblo abandonado, como ya lo han sido en
alguna etapa). Pido su tolerancia por esta caprichosa digresión, hablaba de que
me había sorprendido que eran muy pocas novelas, doce, las inscritas en el
concurso “Jorge Ibargüengoitia”, un poco más de cuentos, veintidós, en el
concurso “Efrén Hernández” y el mayor número era de poemarios, treinta y cuatro
para el concurso “Efraín Huerta”. Por cierto, esos concursos, supongo con muy
buenas razones para ello que, como la gran mayoría de los concursos en México,
han estado siempre amañados. Aunque parezca un abuso les cuento.
En el 2005 concursé con este
libro, Fiestas, que publicó años
después, en 2011, la editorial Eterno
Femenino que dirige mi querida amiga Noemí Luna García.
El ganador del
concurso fue un libro que se llama Café
Brindisi y otros espacios imaginarios. Ya dije el pecado, no diré el nombre
del pecador. El autor no asistió a la premiación. Tuvo ese minúsculo rasgo de
dignidad que se llama vergüenza. Uno de los jurados del concurso leyó, a nombre
del autor, un cuento de ese libro. Era un chiste más o menos culterano. Un
antropólogo se internaba en la selva, donde hay negros antropófagos que
capturan al antropólogo y lo meten en un gran caldero, se lo van a comer,
claro. Es decir, también son antropologófagos. Pero el antropólogo, muy listo
él, hace una afirmación a otro de los prisioneros que está, como él, en un gran
perol a punto de que lo cuezan para ingerirlo. Gracias a su docta afirmación,
el antropólogo de marras logra que lo liberen los negros y abandona al otro a
quien sí degluten los salvajes. En serio. El chiste, del cual no me acuerdo, se
encontraba en aquella afirmación del antropólogo que le salvaba la vida y
condenaba al otro. Pero el pequeño detalle, para empezar, es que aquello no era
cuento, sino un chiste. Y pensé que si ese era la mejor muestra de Café Brindisi…, entonces cómo estarían
los textos medianos… En fin. Mi Fiestas perdió
con un libro de chistes. Hay mucho más, pero que ahí quede sobre esos
concursos. Además, no nos indignemos, en México casi todos los concursos son
así, regalos de los cuates para los cuates.
Bueno, regreso al principio.
Decía que era para mí sorpresivo que hubiera muchos más poemarios, poco menos
libros de cuentos y muy pocas novelas. Cuando que, es bien sabido, escribir un
poema es mucho más difícil que escribir un cuento y éste es más difícil que una
novela. Sin embargo, curiosamente, la dedicación, el oficio y el tiempo para
crear un objeto de cada uno de esos géneros es inversamente proporcional con la
dificultad.
He escrito lo anterior porque
vengo aquí a hablar de una novela que fue escrita en la ciudad de Guanajuato
capital y aunque el camino es muy otro, el tema es el mismo, esa ciudad y la
literatura. Una muerte inmejorable,
la novela de que venimos a hablar, ocurre en Guanajuato, los personajes, son,
aunque algunos ficticios, otros reales pero todos, habitantes de esa ciudad.
Pero ¿por qué escribir una novela
acerca de Guanajuato, sus habitantes, su chauvinismo, sus buenas y sus malas
costumbres y, la peor de todas las costumbres humanas, la muerte?
Bueno, en primer lugar, la
respuesta es un misterio. Yo creo que los temas no los escogemos, sino que
ellos nos escogen, porque tienen que ver mucho con lo que somos. En segundo
lugar, todo escritor, sin duda, se alimenta de la realidad, aun cuando escriba
los más delirantes, alucinados o deliciosos motivos fantásticos; esa realidad
que todo artista procesa a través de sí mismo es la sustancia de toda creación
artística. Entonces, aquello que cimbra al escritor, lo que lo conmueve, lo que
lo enamora, lo que lo horroriza, eso se le impone como su tema. Y ha sido
obtenido de la realidad y procesado a través de ese autor. En tercer lugar, en
todo sitio en que nos hallemos, siempre habrá un debe y un haber. El creador
dice “Este lugar, esta gente me la debe y tengo que cobrársela, por supuesto
que me las van a pagar. Pero también, le debo y tengo que pagarle”. Finalmente
mi novela es un ajuste de cuentas. Es un tributo a Guanajuato, pero también es
una exhibición. Y no hablo de sus gobiernos, ya sabemos que son ladrones,
mentirosos, corruptazos, cínicos, etc.
Vieja ciudad ultraconservadora. Viejos amargados. |
Y uno se pregunta, si a este
inocente octogenario le hubieran dicho a sus treinta y cinco de edad, mira,
cabrón, en un año te vas a morir, yo estoy seguro que jamás se hubieran
permitido desperdiciar así el resto de su vida. Porque la muerte es lo que hace
preciosa la vida. Gracias a la muerte es que cada momento que vivimos es
irrepetible y excepcional: único. Es la muerte la que nos impele a vivir.
Abandonar la idea de la muerte es abandonar la vida. Eso hicieron esos viejos y
la vida los abandonó. Y se han ido muriendo y muy tarde, muy dolorosamente,
descubren que no vivieron.
Una
muerte inmejorable
es una novela de la muerte, en donde se impone Tánatos, el dios de la muerte.
Pero, necesariamente tiene que serlo también de Eros, el dios de la vida. Así,
es no menos una novela erótica. En efecto, es un cogedero.
Tánatos, dios de la muerte. |
Pero la muerte es un motivo
filosófico trascendental, el origen de la metafísica y proveedora de las más
arduas inquisiciones ontológicas y de los cuestionamientos irresolubles por esa
ciencia y, hasta el momento, por ninguna otra. Por eso, también la muerte es el
fundamento de las escuelas mistéricas, esotéricas de toda la historia de la
humanidad. Desde las más antiguas civilizaciones en Egipto; en Uruk, Eridú, Ur
y Lagash; en Grecia con los ritos eleusinos, délficos y dionisiacos, etc.,
hasta la actualidad, pasando por los templarios, los alquimistas, el proceso de
iniciación es una muerte simbólica. Porque tiene que ser simbólica porque una
muerte real es el viaje sin retorno. Pero vivir una muerte simbólica es un
privilegio que ningún ser humano debía perderse. A muchos se la impone el
despiadado azar y, en efecto, terminan sintiéndose personas especiales, gente
que cree tener una misión en este mundo y que ha descubierto el sentido, al
menos, de su propia existencia, si no es que el sentido de la vida en general.
La diferencia es haber confrontado a la muerte cara a cara. ¡Todos somos
personas muy especiales, únicas! La iniciación, la muerte simbólica, es el
tremendo aliciente, es como reiniciarse después de haber cambiado para mejorar
el software. Así, esta novela es
también iniciática. El personaje experimenta la circunstancia, la cercanía de
la muerte. Eso le cambia la vida a cualquier ser humano. Es en ese momento
cuando una persona decide vivir como si fuera el último día. Porque quizás lo
sea.
Nosotros vivimos
extraordinariamente tranquilos porque nos hemos acostumbrado a no pensar en la
muerte. Pero yo creo, como dice Carlos Castaneda que le enseñó el brujo don
Juan Matus, que la muerte siempre está con nosotros, nos vigila, nos acompaña y
se encuentra a nuestra izquierda, siempre observándonos. Y, al menos los
occidentales, los civilizados, nos negamos a pensar en ella.
Don Juan Matus, brujo. |
También es una novela de
monstruosos fracasos. En su momento solicité durante tres años por lo menos,
una beca miserable, de cuatro mil pesos mensuales al ya mencionado Instituto de
la Cultura de Guanajuato. Me la negaron siempre. La inscribí en el concurso
Jorge Ibargüengoitia, ni siquiera supe si alguien se dignó leerla. Pero siempre
creí que no era mala la novela. Entonces la subí a un blog y la leyeron seis
personas. Ya la borré. Luego la mandé a un concurso en España. Y se quedó en la
orillita. Llegó a finalista entre 174 novelas de 17 países, quedó entre las
diez finalistas. ¡Pero qué pinche terquedad!, ¿no es cierto? Al final encontré
el concurso de la editorial De Otro Tipo
y la envié a ese concurso luego de corregirla línea por línea y volarle como
setenta cuartillas y agregarle otras treinta. Y ganó. El primer lugar.
Por último quiero decirles que Una muerte inmejorable es una novela que
fue hecha, fue escrita, en unos tres años, quizá cuatro, por el de la voz. Pero
este escritor que está perorando frente a ustedes, puedo decirlo, fue hecho,
¿fue escrito?, en buena medida por esa novela.
Una muerte inmejorable: más de tres años de golpear teclas. |
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