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Turbulento cauce y Rumoroso delta*
Pterocles
Arenarius
Rumoroso delta, Justine Hernández, Editorial De
Otro Tipo, 2014. México.
Antes
que nada quiero celebrar el hecho de que estemos aquí presentando un libro que
contiene dos de las actividades propias de la alta civilización: la poesía y el
erotismo. Pero también quiero que no olvidemos —aunque se esté volviendo moda—
que fuerzas de la más bruta barbarie atentan contra la mejor elaboración de la
humana convivencia, la cultura, la civilización, algo de lo más preciado que
hemos creado y tales atentados se hacen desde un poder político espurio,
mezquino, criminal. El asesinato a mansalva, la imposición al estilo de las
bestias, el secuestro criminal desde las instituciones desde las mismas que,
dicen, chillan, que debemos respetar. La desaparición de los muchachos de
Ayotzinapa y el asesinato cometido el 26 de septiembre son crímenes de estado.
Las reformas que llevó a cabo el gobierno son imposiciones que no debemos
permitir. Enrique Peña Nieto, ese ignaro, debe renunciar. Es necesario que se
lo recordemos aunque, irresponsablemente, se haya ido del país. Su desgobierno
está trabajando —y no debía extrañarnos— en contra de lo que celebramos, los
libros, la poesía, la cultura, la civilización. Los mexicanos padecemos un
gobierno no sólo inepto, también ignaro; no sólo uno de los más corruptos del
mundo, también cínico; no sólo autoritario, también criminal.
#QueRenuncie. Clamor generalizado |
Pero,
ojo, corruptos, atención zánganos vividores del presupuesto que extraen de
nuestros bolsillos y a cambio del cual dicen gobernarnos, alerta señor
analfabeta funcional que se autonombra presidente de todos los mexicanos,
pongan atención aunque digan sentirse muy cansados; estamos haciendo poesía,
para su desgracia estamos publicando libros, estamos hablando del erotismo; en
una palabra, estamos haciendo algo de lo que usted, señor sedicente presidente,
abomina y teme e ignora, estamos haciendo cultura. Y desde aquí, desde la
civilización y la cultura, desde la poesía, le exigimos, por su ineptitud, por
su ignorancia, por su autoritarismo y por su desinterés, en una palabra, por su
desproporcionado e inenarrable pendejismo, que renuncie.
Pero
pasemos a lo nuestro, a circunstancias menos tristes y mucho menos
aborrecibles. Hoy estamos aquí para hablar de un libro que publica una pequeña
empresa heroica, la Editorial De Otro Tipo. Se trata de un opúsculo de poesía
erótica. Como ya se ha dicho, dos de las más elaboradas minuciosas y exquisitas
actividades humanas.
Pero
vayamos un poco atrás. Antes que de erotismo hablemos de sexo. Yo, igual que el
filósofo de Güemes, pienso que el sexo es algo maravilloso.
El
sexo es absolutamente un prodigio, una de las más maravillosas funciones
biológicas, fisiológicas ocurridas en este planeta desde hace algunos millones
de años entre los seres vivos propios de la cúspide evolutiva. Es el supremo truco
de la vida para regenerarse a sí misma a través de los animales superiores y
es, al fin, entre los seres vivos, una de las actividades más importantes que
tales bichos pueden realizar, porque del sexo depende, en gran parte, la vida.
Primero el sexo |
El
sexo es un prodigioso artificio evolutivo derivado de ciertas sustancias absolutamente
mágicas, nosotros las hemos llamado hormonas, y son las que provocan en los
animales, entre miles de otros fenómenos a cual más de estupendo, los ímpetus
que los conducen hasta la inobjetable orden de la madre natura: el ayuntamiento.
La naturaleza otorga a los que participan en tan singular acto reproductivo un
sublime premio, el placer más grande posible en la vida. Pero no sólo eso,
madre natura, en su sabiduría inmensa, dotó a esos mismos bichos de una
facultad sublime genéricamente llamada los sentimientos, y, en el clímax de
éstos, el amor en sus múltiples formas. Ambos, instintos y amor, al servicio de
la vida.
Pero
la madre naturaleza avanza. Y su progreso tiene un sentido. Tal es lo que
nosotros llamamos adaptación a las condiciones naturales y selección natural,
esto es, perfeccionamiento. Los seres han evolucionado por millones de años para
adaptarse mejor a la naturaleza. Y así, uno de sus más innobles especímenes, un
simio astuto y desesperado, desarrolló la más formidable arma evolutiva, la que
no sólo habría de asegurarle la sobrevivencia, sino convertirlo en el amo de
este mundo: la inteligencia. Señoras y señores, con ustedes, la facultad de la
materia que nos permite la consciencia o el saber de nosotros mismos, luego de
cuatro mil quinientos millones de años, meses más o meses menos, claro está,
con ustedes, la inteligencia. O el milagroso modo en que la materia tiene consciencia
de sí misma y se examina, se reinventa, se amenaza con su total exterminio y,
más aún, se lanza a estadios superiores privativos sólo de la divinidad. (Por
cierto, he dicho que aquel simio aventurero terminó convertido en el amo de
este mundo. Es curioso que los católicos llamen así a Satanás). El hombre es
Satanás, el que se opone; es el diablo, el que sabe; es Lucifer, el portador de
la luz. El rebelde que convirtió la sagrada misión de reproducirse en este
mundo en su mejor diversión. No es en balde que los clérigos hayan combatido
tan ferozmente durante siglos esta creación inapreciable.
Pterocles, sobre Rumoroso delta |
Perdón
por tan larga digresión, pero era necesario. Recapitulemos brevemente. Una vez
que uno de los bichos existentes en el planeta estuvo dotado de los instintos,
como la gran mayoría del resto de los animales, los sentimientos, como sólo los
más evolucionados de los mamíferos y, por añadidura, la más grande inteligencia
—que sepamos— existe en este planeta, unamos las tres facultades portentosas y
tenemos un prodigio mayor todavía que el del sexo. ¿Será posible? ¡Sí! Es el
erotismo. Instintos animales. Sentimientos sublimes. Inteligencia privilegiada.
Placer de dioses.
Eros, el amor terrenal, según los griegos |
En
efecto, el erotismo se compone del impulso básico animal, el instinto; en un
plano superior, su ingrediente sublimado es el amor o al menos —porque a veces
el amor no es fácil— una de sus formas sutiles, la ternura o la empatía y,
finalmente, la inteligencia. El erotismo es el gran invento de la inteligencia
que consigo reúne a las facultades inferiores a ella. Pero no se queda ahí, el
erotismo es creación, es arte. El erotismo superó al sexo, porque una
obligación, como es la de reproducirse, si bien no se olvida del todo, sí se
pospone cuanto sea necesario porque el erotismo es la mejor diversión o, mejor
todavía, el placer más grande y más todavía, el placer por el placer. En ese
sentido es la gran rebelión de la humanidad frente a la naturaleza. Es la
actividad que en este mundo nos coloca en una posición suprema. El erotismo es,
lo repito, tarea de dioses.
El
erotismo era inevitable, como las matemáticas, como las ciencias sagradas:
formas diferentes de lo mismo, el conocimiento y la aproximación a lo divino.
Inevitable pero también imprescindible, como la poesía.
No
es casualidad que los griegos hayan creado el mito del nacimiento de Afrodita a
partir del sacrificio, del dolor de Zeus, el padre de los dioses, el vencedor
de su propio padre Cronos y por ello inmortal. Y a partir del nacimiento de
Afrodita, se establece que la creación del universo ocurrió por el amor, por la
belleza; los atributos de la diosa.
El
sexo es simple, directo, hermoso. El erotismo, en cambio —pero además de lo
anterior— es complejo, laberíntico, creativo; es búsqueda, experimentación,
fantasía, regodeo, inteligencia, sentimientos, no olvidando los instintos. El
erotismo es la sublimación del cuerpo. Se dice que el libidinoso es en realidad
un místico de la carne, mientras que el santo es un voluptuoso del espíritu. Y
si no, ahí están los grandes erotómanos que conducen el acto carnal a estaturas
de sublimidad divina no menos que a momentos de animalidad e instinto que
suelen ser denominados satánicos. Y los poetas místicos que siempre equiparan
su relación con el ser divino a la más tierna relación de los amantes. Los
extremos se tocan y, es más, terminan siendo lo mismo. El erotismo es un canto
al cuerpo, su divinización.
Ahora
toca el milagro en dos vertientes, la poesía y el erotismo. Dos de las
imprescindibles actividades humanas: la poesía y el erotismo. La poesía, dice
Luis Cardoza y Aragón, “Es la única prueba fehaciente de la existencia del
hombre”. El erotismo es poesía con la carne. La poesía es regodeo amoroso con
las palabras. De muchas maneras, la poesía es el erotismo. Y viceversa. El
juego erótico es la manifestación plena y profunda del espíritu humano. Como lo
es la poesía.
"La única prueba fehaciente de la existencia..." Luis Cardoza y Aragón |
Y,
mil perdones, después de tan prolijo circunloquio tan profundamente antierótico
como no menos antipoético; abordemos el doble milagro, un libro de poesía y de
erotismo que, como las joyas, es una obra pequeña —muy lejos de ser menor—,
porque como la gema, es preciosa. Rumoroso
delta.
García
Márquez dice que los síntomas del enamoramiento son idénticos a los del cólera.
La desazón, la angustia mortal, el temblor fino en el cuerpo entero, incluso la
diarrea. En Rumoroso delta las
pasiones son deliciosamente civilizadas, su moderación parece lejos de la shakesperiana
muerte por amor; así, la conminación “muere
conmigo.” Se aclara en una dulcísima banalidad: “¿Te gustaría cenar/ antes
de la petit morte?”, convite por
demás exquisito como afrancesado.
La
poesía, como el erotismo son, quién lo duda, sendas epistemologías, métodos de
conocimiento, entre muchos ámbitos más, del objeto amado: “Cuando me amas// penetras más allá de mis pupilas/ me tocas debajo de
la piel/ y amas a todas las que soy/ y a las que fueron antes de mí”. Al
final, la única certeza es la invocación a la persona amada “Pronuncia mi nombre.” Porque, lo dijo
Borges, “Si como afirma el griego en el Cratilo,/ en el nombre de la rosa está
la rosa/ y todo el Nilo en la palabra Nilo”.
La autora con su joven admirador |
Y
como contraparte de certeza tan sutil y tan concreta, no menos tiene que
aparecer la incertidumbre: “¿Quién soy
esta noche?// La noche de tus manos// ¿Quién te entrega como llaves/ dudas
secretos necedades?// Ella. La otra. Yo.” Mas el objeto amado es un
invento, lo cual es, entre otras, una de las favoritas, excelsas rutas del
erotismo: “La que está contenta/ de
saberse labio a labio, desnuda/ la anfitriona y el banquete/ la comensal y la
huésped.” El invento culmina luego del paseo amoroso: “¿Qué pasará cuando me derrita?// cuando me tengas líquida sobre la
cama.// ¿Cómo vas a condensarme, a convencerme?// No tengas piedad.// Bésame.”
Sublime condena mutua de los que se aman. Cuando las almas combaten cuerpo a
cuerpo.
La
poesía es no menos magia. “Aparición// He
encontrado/ el nombre perfecto/ para ti.// Temo pronunciarlo/ y desaparezcas.”
He aquí el misterio del hombre, el del nombre. Y, en este caso particular, la
magia habrá de diluirse en una laxa, dulce cotidianidad de “tejernos algo/ en la cabeza (…) el humo de
un bar/ el rumor de alguna playa/ un café a mediodía/ el beso en alguna casona/
(…) una lectura compartida/ enumeraciones que no terminan/ como ésta/ quizá otro café/ otra palabra.// Puntos
suspensivos…” Es decir, la otra magia, el enamoramiento tenue de la costumbre,
la que nos vuelve uno con el otro. La magia de vivir.
Pterocles, Karina, Justine. En Gandhi |
Una
tierna acometida, una dulcísima violencia: “Es
posible que caiga// por tus hombros/ a besos”. Lo que desataría el
prodigio, lo que iniciaría la transformación del mundo pues “amar es combatir/ si dos se besan el mundo
cambia (…)” establece Paz en su Piedra
de sol. Y tanto ocurre que el momento invoca a una trascendencia bárbara: “Suicídate conmigo.// Tiemblas/ te abrazo/ Cierras los ojos”.
¿Es la invitación a la petit morte o
a la grand morte, la definitiva, la
que no tiene vuelta? No importa. La trascendencia del momentum amoroso es una vida en un instante. Somos otros después de
un instante tan grande.
Y
el lector se encuentra con un lindísimo poema cuyo nombre, si no tuviera tal
poderío en los versos, intentaría arruinarlo. Unas cuantas estancias de muestra:
“Sólo tengo la espuma del mar/
tómala, es tuya/ no dejes que el viento
la desaparezca.” Se encarga, se encara al ser amado a conservar lo
inasible, a retener lo que no existe, a inventar la invención. No otra cosa es
el amor, el erotismo. Pero “enreda tus
piernas en mi espalda” con lo cual se concreta lo inasible y ocurre el
vuelo, se da el milagro y el paraíso sustituye al mundo terrenal. “soy un espacio neutral, no tengo armas/ las
he perdido todas en batalla/ tengo sólo estas manos que te encuentran.” Y
tal es la invocada maravilla que, sin embargo, aún remata o, mejor, re-vive: “sólo estas ganas de leer el braille en tu
piel”, ciega, posesa, alucinada y fuera del mundo, la poeta palpa firme y
sabiamente, busca, encuentra. No hace falta más prodigio.
Chesterton al absurdo por la inteligencia. |
Gilbert
Keith Chesterton, el fabulista del absurdo, del asombro y también del riguroso
raciocinio (no olvidemos al genial padre Brown), anotó que es “Bendito aquél
que se hace conducir por la pasión más bella”. Invocando así, no sin paradoja,
tanto al ceder a la pasión como al control sobre sí mismo. Una sensación de ese
talante produce Rumoroso delta. La
pasión que es no menos regodeo. Una intensidad de tumultuoso río que deviene
en, a propósito, gracioso y controlado delta. Un sexo tan educado que culmina
en este erotismo que, no por costumbrista, es menos suculento. Un trabajo
verbal de exquisitez y contención.
*Reseña leída en la presentación de
Rumoroso delta, el 15 de noviembre de 2014,
en la Librería Gandhi de Madero.
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