viernes, 10 de enero de 2025

Decálogo

 Pterocles Arenarius 

—El decálogo de, digamos, consejos para escribir ya se ha vuelto, casi un género literario. ¿Alguna vez has escrito uno?, —me preguntó con inefable candor uno de mis queridos amigos, Gerardo Anceno, un chico que podría fácilmente, por el abismo entre nuestras edades, ser mi nieto. El muchacho es muy talentoso, tiene una imaginación vivaz, sorprendente por la originalidad y no menos por lo fértil. Él cuenta con los elementos de sobra para convertirse en un gran escritor. Y ante la fría calidez (contenían hielo) de unas copas me puse a pensar cuáles serían los consejos que le daría a un joven escritor. A Gerardo. Luego de cuarenta años de escribir (conviene que anote que mi ingreso a la literatura a través de sesiones diarias de lectura casi obsesiva, lo que me llevó de manera casi natural a intentar la escritura), un proceso de varios años, en 1982 se marca el primer intento que podríamos llamar serio para escribir. El detonador fue la convocatoria que lanzó la Dirección de Cultura (si es que así se llamaba) del Instituto Politécnico Nacional. Yo estudiaba ingeniería civil en la Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura, ESIA. Y traía un fervor casi enfermizo por la literatura, de pronto hasta más fuerte que por las matemáticas, el análisis de estructuras y todas las materias que estudiaba en la escuela. Así que respondí a la convocatoria que pedía dos cuentos y los escribí. Y gané el primer lugar. La ciudad más segura del mundo, se llamaba uno, aludiendo la frase del temible criminal llamado el Negro Durazo que era jefe de la policía en aquellos tiempos y el otro cuento se llamaba Simios, hombres, dioses y se trataba de un cuento de ciencia ficción relativo a la evolución. Desde entonces para acá hay diez libros publicados, varios premios y, gracias a Anceno, el siguiente

 

Decálogo

(para un chico que quiere escribir)

 

Para Gerardo Anceno

 

1. Observa el mundo, obsérvate siempre. El mundo exterior y el mundo interior que nos habita son lo que nutre al escritor. Quizá la mejor manera de observarse a sí mismo y, a la vez, observar al mundo, es leyendo. Hay que leer mucho, todos los días. Leer muchísimo más que escribir. La lectura es la proteína del alma. Cuando, con el tiempo, has terminado por convertirte en un gran lector de literatura, es entonces cuando puedes leer a las personas. Y es, también, y sólo entonces, cuando puedes crearlas, hacerlas personajes de tu literatura. El escritor es un dios creador de seres humanos. Por eso tiene que hacerlos, por lo menos, verosímiles.

2. Antes que pretender la obra de arte en literatura, tienes que ser un artesano del lenguaje, tienes que dominar la gramática perfectamente, un escritor tiene que ser un especialista en gramática, si no lo es no es escritor, se trata de un chambón, un charlatán, un advenedizo. Para lograr esto es imprescindible que hagas dos cosas, la uno, leer; la dos, estudiar. En ese orden. Leer es, tiene que ser, un placer, incluso un gran placer. Si no obtienes placer no vale la pena leer. Tienes, como lector, el derecho inalienable, irrenunciable, de abandonar olímpicamente la lectura de la más sagrada vaca si no te da placer. Hay que leer todo el tiempo, aunque abandones algún libro, pero leer siempre. Y también estudiar. Hay que leer para aprender, para tener herramientas de crítica, pero, más importante, de autocrítica. Hay que ser tan riguroso como concesivo, contigo mismo. Riguroso implacable en la forma. Concesivo y misericordioso en el tema. Los malos temas no existen, lo que existe son los malos tratamientos. Hay más, los temas no los elige el escritor, es al revés, ellos nos eligen; de hecho nos han elegido desde muchos años antes de que fuéramos escritores, incluso antes de que imagináramos que seríamos escritores.

3. Es imprescindible crear oficio, conocer profundamente la preceptiva de la literatura y los géneros. Tienes que tener muy claro qué es un cuento, un poema, una novela y, en lo que te hayas especializado, pulirlo de manera constante, conocer y valorar las definiciones, en especial, de otros escritores y contrastarlas con lo que hayas elaborado. La literatura no es una ciencia exacta. Escribir un poema, un cuento, una novela, es, más que nada, trabajo y conocimiento. Lo poderoso de cada obra será lo que tú le añadas, tus sentimientos, tus dolores, tus anhelos, tus alegrías. Cada cuento es único e irrepetible, cada novela también. Y la única manera de alcanzar la estatura de virtuoso es leyendo mucho por placer y estudiando lo necesario y suficiente. A las armas del conocimiento tienes que agregarle la sensibilidad más delicada y un ojo de mirada muy aguda, es decir, tu única y peculiar manera de mirar al mundo, a los seres humanos. Porque vas no a retratar un alma, a crearla. Y con ella, vas a penetrar a lo profundo de muchas más. Mucho rigor, disciplina, fuerza. Pero también gran delicadeza y sensibilidad y misericordia.

4. Escribe para ti, para complacerte, no escribas jamás para complacer a otro, ni siquiera a tu mejor amigo, ni siquiera a la mujer amada. Ni siquiera a tu más admirado maestro. Escribe para ti.

5. Escribe diario. Escribe cuando te urja decir algo. Escribe cuando no tengas cosa alguna que decir. Escribe siempre. Pero no olvidemos que es mucho, muchísimo más lo que debemos leer.

6. Ejerce tu libertad siempre al escribir. Jamás te restrinjas en cuanto a lo que crees, lo que sientas, lo que piensas. Si no eres libre jamás escribirás algo que valga la pena. La literatura está por encima de la moral, es amoral, pero es profundamente ética. Si algún límite pones a tu creación que sea el de la más irreprochable e incorruptible ética.

7.  Cuando te sientes a escribir tienes que ser un flechador del sol, ambicioso, soberbio, tirarle a lo más alto. Si te comparas con alguien que sea con los más grandes, jamás te compares con los que están escribiendo en este momento, ni siquiera con los grandes escritores que tienen apenas pocos años de haber muerto o dejado de escribir. Compárate con Cervantes, con Borges, con Joyce, con Rulfo, etc. El único juez para determinar la estatura literaria de un autor es el tiempo. Pero además de soberbio, al mismo tiempo tienes que ser absolutamente humilde, porque lo que tienes que hacer con tus letras es conquistar un alma. Es equivalente a hacer que una mujer se enamore de ti. La obra de literatura, la obra de arte en general, es un acto de seducción.

8.  Tienes que ser absolutamente sincero al escribir. Lo que estás haciendo es mostrar tu alma y, si quieres escribir algo que realmente toque a otra alma, sólo podrás hacerlo si eres absolutamente sincero. La insinceridad es muy fácilmente notable en la literatura, se siente. Igual que la verdad. El escritor, de alguna manera, es un gran desvergonzado puesto que se atreve a mostrar sus intimidades ante el mundo. La literatura es una gran mentira como pretexto para decir las verdades esenciales de los seres humanos.

9.   Así como se tiene que ser muy desvergonzado al escribir (prístino de sinceridad hasta la total desvergüenza, también el escritor tiene que ser inmensamente recatado para publicar). El pudor para publicar es debido a la búsqueda de la calidad hasta su último extremo. El escritor tiene la indecible ventaja de que en la ejecución de su arte puede corregir (esta es la palabra mágica). Mientras que el bailarín o el músico o el actor interpretan y crean a la vez, el escritor “inventa o descubre”, para él son sinónimos estos vocablos, pero tiene la inmensa ventaja de corregir. El bailarín y el músico no pueden corregir. Ejecutan, con mayor o menor perfección, la obra. Si salió de excelencia, muy bien, si fallaron, así se queda para siempre. El escritor puede corregir, si no lo hace está renunciando a la más grande ventaja que tiene, la de corregir, afinar, bruñir la obra. Escribir es reescribir. Corregir hasta que ya no puedas más. La obra literaria siempre está por encima del autor, es más grande que él, siempre (por eso dicen que lo único decepcionante de la literatura es conocer al autor de la obra). Y sólo entonces, sólo hasta que ya no puedas más, entonces tienes que publicar. Pero publicar ya… como se anota en el número

10. Una vez que se ha terminado de corregir urge publicar. Cuando sientas que ya no puedas más corregir, publica, pero ya. Aunque sea en tu blog, aunque sea en feisbuc, pero publica, te tienes que deshacer de lo que escribiste, si no, se vuelve una condena. Vas a estar corrigiendo y corrigiendo como Sísifo que sube la piedra y se le vuelve a caer. Una vez que publicaste la obra ya no te pertenece, ahora es de la gente y ya no puedes (quizá ni siquiera debes) modificarla, porque ya no es tuya. Una vez que la has publicado así se queda para tu honra o para tu escarnio: la obra de literatura es un estigma para el resto de tu vida e incluso para después. Suele ocurrir que cuando una obra no se publica, el escritor se la pasa corrigiendo y corrigiendo porque ocurre que, luego de un par de años, ya no le gusta lo que escribió y se pone a cambiarlo y lo que realmente ocurre es que el que ha cambiado es el autor, así, se puede quedar años, incluso toda la vida cambiando su obra. Pero si la publica ya no puede cambiarla o, posiblemente, no debe. Porque de poder, claro que puede, aunque sea una manera de autoplagiarse.

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