No soy
monedita de oro
Pterocles Arenarius
Mi gran amigo Mario Alberto Sánchez
Castellanos me invitó a que diera un curso de ortografía y redacción para
algunos de los dirigentes de la Cooperativa Pascual. Encantado. Me pidió una
propuesta o más bien yo se la ofrecí. Luego me dijo que lo que lo que requería
era un manual. Pocos minutos él me proporcionó el manual. Lo revisé y estaba
bastante aceptable, aunque tenía algunas imperdonables faltas de ortografía y
aun de sintaxis. Pero, en general, estaba aceptable. Me fui el lunes 11 de
julio a dar la primera sesión del curso. Nos apersonamos un poco tarde. Hubo una
confusión con el domicilio. En fin. Llegamos y ya nos estaban esperando. Mario me
dijo que empezara, aunque no era ese el plan original.
Treinta años enseñando. |
Con mi hermanito Charlie Monttana. |
Hay que anotar que se trataba de un
curso de ocho horas. ¡Ocho horas!, para dejarles cuanto fuera posible de lo que
puede considerarse la acción de escribir bien, lo mejor posible, correctamente
y hasta bonito. Un tiempo exageradamente breve, y esto lo dice un sujeto que
lleva más de cuarenta años leyendo y más de treinta escribiendo, perfeccionando
el acto de la escritura.
De eso y quizá algún otro tema les hablé
a los hombres y mujeres que dirigen o al menos tienen algún mando gerencial o
de mediana o quizás alta influencia en la Cooperativa Pascual. Terminé y me
sentí satisfecho.
Fui a comer con ellos a una fondita que
está enfrente del local de la cooperativa en donde fue la sesión. Traté de
romper el hielo con ellos, pero creo que no lo logré hasta donde me lo había
propuesto. Y me fui a mi casa.
Recibir un premio. |
Al día siguiente, el martes 12 de julio
me tocaba iniciar la segunda sesión a las 12 del día. Se me sugirió el día
anterior que me vistiera de manera más formal, como ejecutivo. Ocurre que había
vestido un saco encima de una guayabera, ciertamente un tanto inusual, pero,
creo, no dejaba de ser presentable y aun elegante. La corbata me parece
inadmisible. En fin. Esta era la sesión más árida, definir corriendísimo las
principales reglas de uso de algunas letras, las que me faltaron el lunes,
ejemplificar sus usos, hacer lo mismo con las reglas de acentuación, los
diptongos y triptongos, los signos de puntuación y hasta empecé la parte que en
el curso se llama “Redacción estructurada. Claridad y sencillez en la
exposición de temas”. Una introducción a la escritura práctica. Incluso omití
ejemplos de los temas anteriores para que en el territorio de la praxis
ejercieran el prodigio de la escritura: “La única manera de aprender a escribir
es escribiendo”; “Gris es el mundo estéril de la teoría, verde y feraz es el
maravilloso universo de la práctica”. Eso sería el miércoles y el jueves. La mitad
del curso. Perfecto.
A eso de las nueve de la mañana, cuando
tomaba un delicioso café bien cargado para adecuarme al día me llamó Mario Alberto
por teléfono.
—Yo creo que ya no vas a dar el curso
de Ortografía y redacción.
—¿Y eso, por qué?
—Se quejaron de ti. No les gustó tu
modo de exposición… —me quedé poco menos que estúpido. No lo alcanzaba a
concebir.
—Oye, pero… no entiendo.
—¿Dónde te quedaste? A ver qué tanto se
puede rescatar del curso. —Le dije donde me quedé. No quise pedir más
explicaciones. No les gustó. No los toqué en el alma. Valió verga todo.
La apariencia. El engaño. |
—Entonces, supongo, ya no tiene ni caso que vaya, ¿verdad? —Él hizo un silencio y preguntó algo a alguien cubriendo la bocina del teléfono y me contestó:
—No, ya no es necesario… —y adiós. Ni
siquiera nos despedimos.
Borges dijo alguna vez que “Nadie
enseña a nadie. El maestro lo único que puede hacer es mostrar ante sus discípulos
el amor que siente por su materia”. Eso hago siempre. Esta vez fracasé asquerosa
y dolorosamente. ¿Para qué le iba a decir a mi amigo querido que había hecho lo
mejor, lo más grande posible que soy capaz de dar, que puse mi fuerza intelectual,
espiritual y hasta mi vigor físico para llevar a cabo esa seducción de que
habla Borges? Como siempre lo hago, como siempre, en unos treinta años de
enseñar lo he hecho. Los ocho ejecutivos ¿medios o altos?, de la Pascual me
mandaron a la verga. Sin más concesiones.
El desaliento fue casi inmediato,
después del tremendo desconcierto. Puta madre, si cuando me dirijo a un público
ya sea en una conferencia, en una presentación de libros o hasta en una clase
hasta me aplauden y siempre me felicitan y hasta me piden autógrafos. ¿Qué puta
mierda pasó aquí? ¿En qué fallé?, me puse a pensar. ¿Por qué no les gustó “mi
forma de exponer”, a quiénes no les gustó, cuántos de los ocho fueron los que
reclamaron, qué fue exactamente lo que se constituyó motivo de queja? Me tiré a
la cama a meditar, a recordar todo, a reconstituir todos los momentos del
curso, a hacer autocrítica.
Querido Pancho Villa Mejor me voy a Tepeji a presentar mi novela. |
Y concluí: hice lo mejor que pude, como
siempre lo hago. Entregué cuanto era posible entregar. Si querían más, yo ya no
tengo más. Es decir, querían, esperaban, deseaban algo diferente. ¿Qué putas
querían diferente? ¿Mejor?, no tengo la soberbia para decir que no hay nadie
que lo hiciera mejor, pero sí para afirmar que no es fácil que encontraran
quien lo hiciera mejor de lo que hice. Lo creo firmemente. No deseaban algo
mejor. Ni siquiera saben que era difícil encontrar algo mejor (y que les
cobraría diez veces más que yo), deseaban otra cosa. Y vi a los otros
instructores, de computación, de superación personal y buenos modales. Eran jovencitos
muy bien vestidos, exageradamente aliñados, con traje y corbata a juego, ellos;
de vestido formal y más que lindo ellas. Limitados, intelectualmente débiles,
lo juro —“En el modo de agarrar el taco se conoce al que es tragón”, decía mi
madre. La ignorancia se nota por encima de la piel, digo yo—, espero que en sus
sendas materias hayan sido, sean, poderosos, y es que vi una clase de uno de
ellos. Otra persona es autor de un libro de autoayuda, con eso digo todo. Pero eso
era, sospecho, al final no puedo dar certezas, sospecho, que eso era lo que querían.
Y yo les ofrecí mi apariencia de viejo hippie de pelo largo (aunque
rigurosamente contenido en una cola de caballo), de barbas hirsutas y ya casi
por completo blancas, sin corbata y con los zapatos más bien muy usados, chimuelo
(se me cayó un diente frontal inferior hace apenas un par de meses —ya fui a la
dentista, no me reclamen— además, una persona de cierta edad que muestra una
dentadura impecable es un tanto absurdo, es casi monstruoso ver a un viejo con
dientes de chamaco veinteañero).
No pude dejar de recordar que hace
muchos años, cuando me acercaba a los cincuenta, me mantenía en excelente
condición física. Yo he sido deportista desde niño. Iba a correr al deportivo más
próximo a mi casa y, voy a presumir, a mis cincuenta de viejo, no había nadie
que me ganara a correr. Sí admito que me ganaban los jóvenes que entrenaban
atletismo, pero si siquiera los muchachos que jugaban futbol me ganaban. Nadie me
soportaba cinco vueltas al paso que iba, aproximadamente 1’45” por vuelta de 400
metros. Y conste que a mis 20 años podía correr esas vueltas en 1’10”. Una vez
ahí andaba corriendo alegremente, rebasando a todos los que hacían lo propio. No
dejé de notar una pareja, ¿hermanos, novios?, muy elegantes para ir a correr
ellos. Llevaban un formidable perro quizá pastor alemán. Los rebasé como a
todos. Luego los alcancé por atrás una vez, luego otra. Y en un momento su
perro me acosó. Me detuve y les dije agarren a su perro, ¿qué les pasa?, y
seguí corriendo. Cuando volví a alcanzarlos por atrás la mujer me dijo “Ya
cálmate, modesto”. O sea, ellos creían que yo iba a la pista como ellos, a
lucir sus pants de marca, sus tenis de miles de pesos y su perro de pedigrí. Dije
qué gente tan pendeja, dios santo. O sea, tengo que ser tan mediocre como
ustedes para que no se molesten los señoritos.
Y esto último me hizo pensar que aquellos
muchachos —los más viejos rondaban la cuarentena— no tienen idea de lo que les
estaba dando o bien les molestó un viejo sabelotodo que les avienta conceptos a
lo bestia sin explicarlos debidamente, despacio. Cometí un error, por lo menos.
Debí quizá decirles que lo suculento del curso sería al final, que había
reservado dos sesiones, cuatro largas horas, para que practicaran la escritura
porque sólo se aprende a escribir escribiendo. Es decir, que dedicaríamos lo
más de tiempo posible a escribir. Además, la excesiva velocidad de mi
exposición apelaba a que ellos son gente de alto nivel, dirigentes. En fin.
También cometí el error, quizá, de no
haberles contado que hace muchos años, en el 82, 83, por aquellos tiempos, yo
participé, como militante que era del Partido Mexicano de los Trabajadores, en la
histórica huelga por la Pascual y luego la lucha que concluyó con la creación
de la Cooperativa Pascual. ¿Para qué?
Me consuela (¿?), no, no me consuela,
puesto que no me afectó. Sé que soy un buen escritor, de los mejores de este
país (humildemente sea dicho), aunque no muchos lo sepan y soy también un buen
maestro. Este escrito es para poner las cosas en su lugar. Más bien ponérmelas
ante mí mismo. Decía que no me consuela aquella canción de Cuco Sánchez: “No
soy monedita de oro / Pa’caerle bien a todos / Así nací y así soy / si no me
quieren ni modo”. Si esa gente de la Pascual no me quiere, allá ellos. (Pero
ellos se lo pierden).
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