Pancho Villa, el
bandolero divino
(…)
Un demonio y un ángel en
rebeldes porfías
Disputándose el signo de
tu oculta intención,
y así, como a veces, al
dudar sentirían
un trajín de cuatro alas
dentro del corazón.
Loco de alegría hiciste
tal aprendizaje
de tus desorbitadas artes
en la lección,
que te habló deslumbrante
tu espíritu salvaje,
de Hércules, asesino, de
Mercurio, ladrón.
(…)
Hijo de águila y tigre,
sientes en las entrañas
yo no sé qué delirio de
metal en crisol;
agua pura que gime bajo
negras montañas
o arrebol salpicado con
la sangre del sol.Bajo la égida de mi general
Bandolero divino
(Fragmento)
José Santos Chocano
El viernes 14 de octubre
presentamos Querido Pancho Villa, la novela que retrata la etapa de la vida de este
hombre de la historia mexicana antes de que se involucrase en la Revolución.
Me hizo el inmenso favor
de comentarlo el extraordinario novelista mexicano Agustín Ramos.
Una de las cosas más
interesantes —muy en especial para mí— que dijo Agustín fue que él pensaba que yo
había escrito el Querido Pancho Villa bajo el influjo o en la práctica o
empleando alguna disciplina metafísica o espiritual o espírita o nigromántica.
Tengo que decir que no lo
sé.
Tengo un gran amigo —bueno,
incluso familiar político—: José Luis Méndez, un hombre de ciencia, doctor en Física,
investigador de la Universidad Nicolaíta de Morelia, Michoacán. Pues él, en
cuanto empezó a leer el Querido Pancho Villa, de inmediato dijo que este autor
había estado bajo posesión del espíritu de Pancho Villa para escribir este
libro.
Ciertamente, hubo
fenómenos, al menos curiosos, en el tiempo en que escribí Querido Pancho Villa.
Uno. Todo se desencadenó
cuando leí Memorias de Pancho Villa, de Martín Luis Guzmán. En este libro, el
autor aclara y enfatiza que estas Memorias fueron, prácticamente, transcritas
por él, que la gran mayoría de lo escrito él lo escuchó de boca del general
cuando fue su asistente y más bien su amanuense. Luego narra ciertos conflictos
que tuvo con Villa y que los distanciaron (jamás dice en qué consistieron los
malentendidos), pero también aclara que quien lo sucedió en la ayudantía del
general fue Manuel Bauche Alcalde quien luego de varios años entregó a Nellie
Campobello todos los manuscritos que le dictó el general. La escritora duranguense,
a su vez, los entregó a Martín Luis Guzmán para que concluyera Memorias de
Pancho Villa.
Como dije en la
presentación: una persona es, en gran medida, su lenguaje. Los estudiosos dicen
que “lenguaje es pensamiento” y qué otra cosa somos, además de carne, sangre y huesos,
si no es pensamiento. Si hay algo que represente a nuestra alma o al espíritu
eso es el pensamiento. Y el pensamiento concretado en signos, símbolos, ideas,
es el lenguaje. Es el viejo dilema: ¿qué fue primero, el huevo o la gallina? El
pensamiento o el lenguaje.
Cuando leí Memorias de
Pancho Villa sentí que el lenguaje ceremonioso, circunloquial, metafórico y
lleno de modismos campesinos del que nació como Doroteo Arango, y luego Francisco
Villa, se me volvía una especie de manía. Era, guardando la debida proporción, como
esas canciones muy pegajosas que no puede uno dejar de repetir. Y digo la
debida proporción porque una canción chafa como idea parásita suele ser muy
molesta. El lenguaje de mi general Villa era casi delicioso. En un momento
intenté escribir y noté que no podía escribir si no era con una jerga parecida
al lenguaje de mi general. Fue inevitable procurarme datos sobre Villa, informarme
más sobre él. Hasta que me di cuenta que estaba aprendiendo una gran cantidad
de datos sobre el gran militar norteño.
Pensé tranquilamente que
con un poco de tiempo se me habría de quitar la manía del lenguaje villista y
entonces me pregunté, ¿y mientras qué hago? Pues lo más natural es que me ponga
a escribir sobre Pancho Villa. Y si aproximadamente tenía su lenguaje, pues me
permití una larga conversación con mi general. Lo que Agustín Ramos, en su
prólogo a mi novela llamó “Un diálogo de alucinados”.
Puesto que en el lenguaje
de una persona reside, en gran medida, su espíritu. Si admito que por algunos
meses me tomó el lenguaje, es decir, el espíritu de mi general Villa, eso no
quita mérito a la novela. ¿O sí?
Que lo decidan los
lectores.
Si deciden que fui poseso
de mi general, entonces también se podrá decir que Querido Pancho Villa es mi
primer trabajo como nigromante. Lo cual no deja de ser un honor, porque me hace
recordar a otro gran hombre de nuestra historia, Ignacio Ramírez, El Nigromante:
escritor, político, diplomático, legislador, militar, periodista. Y en todos
los oficios magistral.
Dos. Algo muy extraño fue
el hecho de que casi todos los días, después de escribir algunas horas —tres,
cuatro, a veces más—, casi diario soñaba con mi general Villa. Hay personas
para quienes los sueños son demasiado importantes. Bueno, la artista Violeta
Ortega me dijo que ella sueña muy frecuentemente a su difunta mamá, fallecida
hace tres o cuatro años. Y me dijo que, en un sueño habló con su mamá y que le
dijo “Pero tú ya no existes, mamá” y dice que su madre le respondió: “Vivo en
el mundo de tus sueños”. Semejante testimonio no deja de ser escalofriante. Pero
no sabemos nada concreto, científico sobre el tema.
Al final, lo importante
es que no haya adquirido algún desajuste mental ni un trastorno de la
personalidad por el trabajo nigromántico, o por soñar tanto con Villa o por, presuntamente,
haber sido poseso de mi general. Al menos eso es lo que quiero suponer.
Lo formidable es que, sea
lo que sea, la novela está ahí, concretada en papel y publicada bajo el sello de
Eterno Femenino Ediciones.
Para no perder… la
memoria
Mis dichos son hechos
Benito Juárez García
Memoria del CGH (a veinte
años de la huelga de la UNAM); edición de la Comisión
Nacional de los Derechos Humanos, 2022.
Y luego, el sábado 15, en
el bar Capi Carmona, de la primera Sección de la colonia Moctezuma, presentamos
Memoria del CGH. Un formidable trabajo de recopilación (543 páginas) que
llevaron a cabo René González; Alberto, El Diablo, Pacheco y Jorge, El Tri,
Mendoza.
Memoria del CGH
es un documento histórico. Es la primera vez que se hace una recopilación
inclusiva y casi exhaustiva de los protagonistas de aquel movimiento. Lo que
podemos recordar de aquel conflicto fue la sistemática condena que sufrió por
parte de los medios de comunicación. Sin exagerar, los impulsores del Consejo
General de Huelga de la UNAM fueron acusados de porros, desordenados,
anarquistas, saboteadores, incultos, fósiles, vulgares, ambiciosos, mugrosos,
degenerados, seudoestudiantes, flojos, entre otros muchos adjetivos. La calumnia
se volvió el método de los medios de comunicación. La campaña fue sistemática,
desmesurada y brutal.
La tentación de reprimir
por parte del gobierno fue permanente y se dio desde el primer momento de la
huelga. Sin embargo, los universitarios estaban protegidos por los dos grandes
crímenes que nos debía —y nos sigue debiendo— el régimen asesino que sostuvo
por décadas el partido de estado más longevo de la historia de la humanidad, el
PRI y sus discípulos, aliados y epígonos, el PAN. El trauma nacional del año de
1968 seguía (y sigue) pesando fuertemente en la consciencia de los mexicanos. Como
dijo Fernando del Paso en su inmortal novela Palinuro de México, cuando
habla el fantasma del personaje protagónico de la novela, Palinuro, luego de que
muere en la masacre de Tlatelolco; en el capítulo que tituló Palinuro en la
escalera: “¡Nos cubrimos de gloria, hermano! ¡Y ellos se cubrieron de
mierda para siempre! (…) ¡Cada estudiante muerto es una antorcha viva! ¡Cada
antorcha viva es un estudiante muerto!”
Y para el año 99, el
régimen sabía que estaba agotado. Todos los mexicanos estábamos ciertos de que
el régimen priísta se había cubierto de mierda para siempre, que incluso se
habían asesinado entre ellos mismos, que ese partido ya era insostenible. Y
ellos pactaron entregar el poder. Las palabras de la novela de Del Paso fueron
proféticas. Y veían, nunca dejaron de ver claramente que cada estudiante muerto
era una antorcha viva. Mientras que, en aquella huelga, por un lado, el
gobierno aplicó todo tipo de medidas dilatorias, trampas, mentiras, calumnias,
sus métodos tradicionales, los estudiantes por su parte mantuvieron la UNAM paralizada
contra todo y contra todos.
El inmenso José Saramago,
premio nóbel de literatura, 1998, les dijo, palabras más, palabras menos,
puesto que habían privatizado sin límites y habiendo mostrado que no tenían
llenadera que privatizaran “Machu Picchu, (…) Chan Chan (…), la Capilla Sixtina…,
el Partenón, la catedral de Chartres, —cita otros monumentos y sigue—: que se
privatice la cordillera de los Andes, que se privatice todo, que se privatice
el mar y el cielo…, el agua y el aire…, la justicia y la ley, la nube que pasa…,
el sueño, privatícense los Estados, entréguese de una vez por todas, la
explotación a empresas privadas mediante concurso internacional. Ahí se
encuentra la salvación del mundo… Y, metidos en esto, que se privatice también
a la puta que los parió a todos”.
En su momento la hoy
gobernadora de Campeche Layda Sansores, cuando fue senadora les restregó en la
cara el texto del premio nóbel portugués. La indignación no es para menos. El
sistema llamado neoliberal es, en realidad, un rostro supuestamente modernizado
del más salvaje capitalismo de la historia. Pero esta última expresión es un
repugnante eufemismo, porque el capitalismo salvaje llamado neoliberalismo ha
sido un brutal saqueo, un robo en despoblado, o mejor todavía: un crimen
económico contra millones de personas. Pero el régimen, con una terquedad que
asombra, contra todo y contra todos, faltaba más se empeñó en seguir el camino
que le marcaba EU, la ruta neoliberal.
Y en México, una de las joyas
de la corona era la educación. Después de llevar hasta la orillita de la
hambruna a unos treinta millones de mexicanos, en la pobreza a otros setenta
millones, vender todos los bienes de la nación construidos o naturales,
perpetuar las crisis económicas y las devaluaciones de la moneda y hasta
entregar en concesiones casi un tercio del territorio nacional, es decir, en
palabras llanas y certeras, conducir a México a su destrucción, querían robar
más, siempre más, para ese momento, a través del cobro de la educación.
Es inconcebible semejante rapacidad. Iban por
la educación con una fe de talibanes, pero siempre bajo los auspicios del FMI y
el Banco Mundial. Y, así, la enseñanza superior era un escollo para sus magnas
raterías y el principal bastión de la educación superior era, sin la menor
duda, los estudiantes de la UNAM. Los estudiantes de las escuelas superiores,
en especial los de la Ciudad de México tienen un estatus especial en la lucha
de clases —esa que los “teóricos” neoliberales dicen haber demostrado que no
existe, que nunca ha existido—, y el mencionado estatus se debe a aquellos
crímenes de lesa humanidad que los gobiernos priístas perpetraron en los años 68
y 71 del siglo XX y después en el 2014, los 43, del XXI.
La gran huelga del
1999-2000 tuvo un alto costo para México, pero el precio valió la pena. De una
u otra manera, los neoliberales fueron detenidos. No lograron librar el escollo
que la educación superior, concretamente la UNAM, oponía al avance neoliberal. El
presidente lo ha dicho: posiblemente “no habría educación gratuita sin la
huelga de 1999-2000”. Este gran movimiento arroja, por supuesto, grandes
enseñanzas que, sin embargo, no sabemos si lleguen a ser entendidas e
internalizadas por la izquierda. La primera es la necesidad más que urgente de la
unidad. La enorme disparidad de opiniones, propuestas, tendencias y hasta
acciones entre la gente de la izquierda provocó que el movimiento se debilitara
hasta la posibilidad de que la represión se volvió real. La gran huelga 99-2000
se enfrentó a enemigos múltiples: un gobierno ciego y sordo, pero además
represivo e intolerante, la campaña perversa, permanente y sistemática de los
medios de información; la indudable infiltración dentro de las filas
universitarias de los agentes espías y provocadores, como siempre lo ha hecho
el gobierno prianista; la amenaza siempre vigente de la represión generalizada
y hasta la inconformidad de un sector de los estudiantes universitarios. Casi dos
años de vida académica para jóvenes preparatorianos y universitarios es
demasiado. A eso apostaba, entre otras circunstancias, el criminal gobierno
zedillista para deslegitimar la huelga.
Por si fuera poco, los
huelguistas se dividían y subdividían en grupos, grupillos, grupúsculos,
agrupaciones y los infaltables provocadores dispuestos a la traición y a
reventar toda acción efectiva de los verdaderos estudiantes.
Y así llegó la represión.
Una vez más, violando la Constitución, la autonomía universitaria y gran número
de derechos humanos de los estudiantes, entró a la UNAM la corrompida —aliada
del crimen organizado— Policía Federal Preventiva y, como siempre, vandalizó,
destruyó, violó sexualmente, violó derechos humanos y capturó a cientos de activistas,
tanto estudiantes como profesores. Así, el régimen priísta perpetraró otro acto
delincuencial de su negra historia.
Memorias del CGH. Capi Carmona
Pero no pudieran imponer
las cuotas.
No pudieron privatizar la
educación superior y, por lo tanto, mucho menos la básica ni la media superior.
El régimen de aquellos
tiempos debió entregar la estafeta a sus discípulos del Partido Acción
Nacional, los reaccionarios, los conservadores trasnochados que se quedaron en
el XIX y todavía rumian la derrota que les infligió Benito Juárez García. Simularon
la alternancia y muy pronto —en un sexenio— demostraron que eran peores que los
priístas.
Pterocles Arenarius y el Diablo Pacheco
La brutalidad del
neoliberalismo, su voracidad insaciable, su ceguera ante el descontento de los
mexicanos los llevó a intentar la total privatización de, incluso, bienes que
son derechos humanos, como el agua, el tránsito por el propio país y la
educación.
Si pudieran privatizarían
el aire que se respira.
Alberto Pacheco “El
Diablo”, uno de los compiladores de Memoria del CGH lo resume así: “El
acercamiento a la cultura es un hábito y los hábitos de la cultura no son
muchos cuando cuesta que los frijoles lleguen a la mesa”. Nunca lo entendieron
los neoliberales.
Hoy se encuentran
histéricos, desconcertados, perdidos en el espacio. No pueden entender cómo un
populista como el primer mandatario López Obrador se encuentra entre los dos mejores
presidentes del mundo. Les parece un delirio que la gente lo ame e incluso lo
venere. Mienten todos los días y lo acusan de corrupción y de cuanto se les
ocurre. Pero lo único que logran es que el pueblo mexicano los aborrezca.
Pterocles, El Diablo, Joel Cimbrón y Jorge Mendoza
La gran lección de AMLO
es el hecho de que él ha logrado lo que casi nadie de la izquierda en nuestra
historia: la unidad.
Muchos de izquierda o
sedicentes pontifican que López Obrador no es ya no digamos socialista, ni
siquiera de izquierda y hasta lo acusan de ser un factor para que el sistema se
recicle y sobreviva. Pero dice en la Biblia “Por sus hechos los conoceréis” y
no por sus lindas, revolucionarias palabras, ni por sus promesas, ni siquiera
por sus grandes conocimientos político-económicos. Por los hechos.
Y en los hechos nadie en
la historia de México había hecho tanto por los pobres. Y lo hace en medio de
un país en ruinas, bañado en sangre que le dejaron.
Por eso y no por otra
cosa, el pueblo ama a su presidente.
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