viernes, 23 de mayo de 2008

Pocoroba y Lelo defienden la propuesta de Calderón, el Espurio

La historia se repite. En el siglo XIX, un grupo de apátridas, resentidos por la victoria de Benito Juárez con la que les arrebató algunos de los privilegios de que gozaban, se dirigieron a Napoleón III, el pequeño, para ofrecerle el trono de un imaginario “Imperio Mexicano” para un príncipe europeo. El desprecio que esos miembros de las elites mexicanas sentían por el pueblo era inmenso, pero no sólo eso, ellos estaban convencidos de que el pueblo mexicano era incapaz de gobernarse a sí mismo, estaba formado por grandes masas ignorantes que desconocían aun de sus propios derechos y además eran analfabetas. Masas de las cuales se aprovechaban, según ellos, los enemigos de la Santa Iglesia Católica y Apostólica Romana. Ellos, incluyendo a la iglesia católica, siempre han creído que México no fue una nación civilizada hasta que llegaron los españoles y lo único que lamentan es que los genocidas españoles del siglo XV y subsecuentes no hayan acabado con los aborígenes mexicanos. Igualmente lamentan que los españoles se hayan mezclado con una raza inferior, los mexicanos. Ellos, los descendientes de los criollos antimexicanos –porque hubo otros criollos que reivindicaron a los pueblos originarios de México–, afirman que en nuestro país, antes de la colonización española, “sólo había tribus” y se niegan a reconocer que en Mesoamérica se dio uno de los procesos civilizatorios fundacionales de la humanidad, como sólo ocurrió en otros cinco lugares del planeta. Una palpable muestra de eso fue la intentona del “alto vacío”, Vicente Fox, para eliminar de los planes de estudio de secundaria la historia de México anterior al siglo XVI.
En este momento la etilicracia, o sea la banda borracha que se ha entronizado en el poder y que dice que nos gobierna, en un acto digno de sus antepasados conservadores del XIX, pretenden entregar el petróleo a quien sí sea capaz de obtener ganancias de la enorme riqueza que yace en el subsuelo de nuestro país, aunque para ello tengamos que regalarles gran parte de tal riqueza. Ellos aborrecen los momentos luminosos de nuestra historia cuando Juárez y Cárdenas, en sus correspondientes momentos históricos demostraron que México puede gobernarse a sí mismo, ejercer su soberanía y conducir su propio destino.
Tan es cierto que México es capaz de gobernarse a sí mismo como de usar su riqueza en su propio beneficio y para sacar de la miseria a los millones de mexicanos que los gobiernos de derecha han condenado a tan desgraciada circunstancia, como que en los debates sobre la propuesta de privatización de Pemex que intenta imponer Felipe, el Espurio, Calderón, los intelectuales y expertos progresistas y apenas nacionalistas, es decir, ni de izquierda radical ni mucho menos, que se oponen a la propuesta de El Espurio le han dado una notable paliza a los que la apoyan.
Un curioso signo de esta derrota de la propuesta espuria es que en la anterior sesión de debates, los defensores de ésta, “expertos” de la escuela patito donde estudió el usurpador Calderón, la Escuela Libre de Derecho (por cierto la única que admitió al hoy presidente espurio y en aquellos entonces mediocre estudiante que fuera rechazado de la UNAM por su pobre desempeño, como hasta la fecha), llevan hasta en el nombre el carácter de su actitud traidora, deshonesta o –en el mejor de los casos– estúpida. Se llaman, uno de ellos, (Mario Becerra) Pocoroba y el otro (Arturo Zaldívar) Lelo de Larrea. Hasta en los apellidos llevan el estigma de rateros y pendejos.
Si nos atuviéramos a sus apellidos (nomen est omen se decía en la edad media, el nombre es el hombre) el primero de ellos roba poco, entonces no hay mucho de que preocuparse, pero si el segundo es Lelo, entonces sí es peligroso, Dios nos libre de un pendejo con iniciativa como el que dice que nos gobierna.

domingo, 11 de mayo de 2008

Las raterías de Juan Camilo Mouriño Terrazo, secretario de Gobernación

Después de “investigar” los notorios y confesos latrocinios –no se puede llamar de otra manera al hecho de beneficiar a su familia con contratos desde una posición de gobierno– los diputados integrantes de la comisión que investiga a Juan Camilo Mouriño Terrazo han encontrado que este funcionario encargado de dirigir la Secretaría de Gobernación es inocente de las múltiples y bien conocidas raterías que ha cometido desde hace varios años.
En La Jornada del viernes 9 de mayo, en la página 4 aparece una foto en la que están cuatro imbéciles: Obdulio Ávila, Armando García, Xavier López Adame y Miguel Ángel Jiménez con sus jetas de cínicos, levantando sus manos sucias de ladrones, porque con ese acto nos están robando, están siendo cómplices del latrocinio, están protegiendo, con su autoridad, a un delincuente culpable, puesto que él mismo, Juan Camilo Mouriño Terrazo, ha aceptado que firmó contratos para otorgar trabajos a las compañías de su familia siendo “servidor público”, en abierta contradicción con tal carácter, pues no estaba actuando como servidor público, sino servidor de sus intereses y los de su familia y los cuatro pendejos mencionados avalan la ratería.
¿Qué hacemos? ¿Qué hacemos si tienen secuestrada la autoridad? ¿De qué sirve reclamarles que nos sentimos estafados con su acción en la Cámara de Diputados?
Esto es una aberración. Esto nos sume en la impotencia y el coraje, lo único que nos queda es insultarlos. Desahogarnos diciéndoles lo que se merecen por ser ratero el uno y protectores del ratero los otros. No son mejores que el ratero que, en la calle, arrebata un reloj a una mujer indefensa y luego de echarse a correr, sus cómplices estorban a la mujer para que no lo alcance ni lo vaya a denunciar. Por lo menos tales raterillos tienen los güevitos de jugarse el pellejo, arriesgarse a ser detenidos, a ser golpeados y hasta extorsionados por la policía. Pero aquellas ratas no. Juan Camilo Mouriño y sus secuaces que le cuidan las espaldas son mucho peores y hacen mucho más daño.
Juan Camilo dijo que era honesto y legal haber firmado aquellos contratos como apoderado legal de la compañía que hasta lleva su nombre, Ivancar, porque al señorito, en familia le dicen Ivan. ¿Será honesto que a uno le den contratos que deben licitarse públicamente siendo funcionario de gobierno? Por favor. Eso es cometer fraude contra todos los que compitieron honestamente sin saber que la licitación estaba arreglada de antemano. Eso es robarnos a todos porque se emplea dinero para simular que se hace legalmente un proceso que es una mentira.
Luego, Juan Camilo Mouriño Terrazo, es un ladrón, aunque diga que no violó la ley y aunque los cuatro pendejos que vemos en las fotos de los periódicos levanten sus manitas para votar que lo exculpan, es decir, le quitan lo ratero. Lo cual es imposible y más bien ocurre lo contrario, estos cuatro imbéciles se vuelven sus cómplices, porque una vez más, se les paga de nuestros impuestos y se les paga demasiado bien para que no roben –ni ayuden a que otro robe– y nos están defraudando porque hacen mal su trabajo y lo saben.
Después de esto podemos pensar lo peor. Por supuesto que se quieren robar el petróleo y se robarán no sólo el petróleo, sino todo lo que puedan. Por supuesto que no tienen la menor intención de resolver los problemas de México, sólo tienen hambre de riquezas, pero un hambre bestial, insaciable. Es un hambre que no tiene llenadera, porque no se sacia con dinero pues está impulsada por una miseria intrínseca, una miseria interior, la miseria del espíritu que es imposible de saciar con bienes materiales. Entonces, si los dejamos, se robarán el petróleo, harán negocios monstruosos con las carreteras, con todas las construcciones, le darán un pellizquito en todas las partidas en que les sea posible dárselo e intentarán volverse tan ricos como Carlos Slim.
Si roban, confiesan la ratería y dicen que no es legal. ¿Qué podemos esperar? ¡Que roben como si estuvieran en competencia! Todos, Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, César Nava, el monstruoso Agustín Carstens, el que está dirigiendo en IMSS, el gordo que preside el PAN, Agustín Cordero hoy en la Sedesol, todos los cuates del espurio. Han demostrado que no vienen a gobernar, vienen a robar.
Ay de nosotros si los dejamos que nos roben. Tenemos que detenerlos ya.

Los chuchos se quieren robar al PRD

Los chuchos, en el PRD, se hacen nombrar vencedores en la contienda interna por la dirección del partido. Se apropian del partido con un cinismo que sólo puede compararse con los actos de Felipe, el espurio, Calderón cuando se roba la elección del 2006 y cuando intenta robarse el petróleo ahora, en 2008.
Es el momento de todos los perredistas honestos, que me consta que los hay, para que renuncien en masa al partido. Invito a Andrés Manuel López Obrador a que públicamente, en un acto masivo en el Zócalo, renuncie al partido e invite a todos los que quieran seguirlo a que hagan lo mismo. Que le dejen el PRD a los chuchos y los que quieran quedarse con ellos. Les apuesto que en dos periodos electorales ya llegaron a la lucha por no perder el registro, es decir, al nivel real de los chuchos ellos solos: el 1.5 por ciento de la votación nacional. Y después al basurero de la baja política o en el lugar donde se mueve ahora su maestro, Rafael Aguilar Talamantes, mejor conocido por sus propias iniciales: RAT.
Este es el momento de cumplir el sueño de Chucho Ortega, su esposa, su hermano, sus amigos: René Arce, Chucho Zambrano, todos ellos y sus familiares e incondicionales a quienes les han otorgado todos los cargos a cambio de prostituir al partido, que se queden con él.
Que renuncie Alejandro Encinas, Marcelo Ebrard, invito a Amalia y todos los militantes honestos, que sin duda son la mayoría. Que los chuchos se hundan solos. Los que renunciemos al PRD, estando fuera o dentro del partido, invito a que nos afiliemos a otro partido o que hagamos uno nuevo y verdadero partido de izquierda.

domingo, 4 de mayo de 2008

Jorge Moch y su columna Cabeza al Cubo

Jorge Moch tumbaburros@yahoo.com
Reflexiones acerca de la cobardía
En México la televisión, en tanto agente político, es hogar de la cobardía. El medio se ha vuelto cobarde, cobija cobardes, obedece a cobardes, los promociona, los enaltece. Es el medio perfecto para el denuesto cobarde porque no admite réplicas. Lejos, muy lejos está la televisión de ser como pregonan sus panegiristas, empleados y propietarios, solamente vehículo de entretenimiento e información. En ese segundo concepto, información, es donde la torcedura es más evidente. La televisión mexicana, desde sus muy politizados –y por lógica convenencieros– orígenes, siempre ha estado alineada lejos de las causas populares y cercana, muy cercana, tanto que son una misma carne, a los poderes fácticos que invariablemente se han sostenido en estados sucesivos, atenuados a veces, pero también brutales, cínicos, de opresión social y política. Para la televisión, mientras pueda mantener la mascarada, no pasó nada, por ejemplo, en 1968, ni hubo, por muchos años, guerra sucia o crímenes de Estado en México. Para la televisión mexicana, y así lo propala ahora todo el tiempo, el país está muy bien. Jamás ha criticado al presidente en funciones: en su momento, la grisura de Miguel De la Madrid era una presidencia con mesura; la perversidad de Salinas de Gortari era la audacia de un presidente moderno; la anonimia de Zedillo una profunda capacidad de reflexión; la estupidez de Vicente Fox una demosófica expresión de bravura, y la medrosía de Felipe Calderón una prudente manera de gobernar. Para la televisión mexicana el activismo social es casi sinónimo de asociación delictuosa. Y es que, para decirlo sencillo, la televisión mexicana es televisión de derechas. Las insultantes emisiones del mensaje que vimos en semanas pasadas, en que otra vez se quiso enlodar con mentiras estúpidas, con exhibición de ignorancia supina a López Obrador, porque estorba al gobierno para consolidar sus planes de enajenar la renta petrolera del país a extranjeros (con los que ya el gobierno, sus funcionarios en lo privado, tienen amarrados jugosos negocios), es una muestra clara, como si muestras claras necesitáramos para darnos cuenta de que en la televisión mexicana, en los arreglos cupulares, ésos sí criminales en tanto que buscan exacerbar las brechas creadas por ellos mismos entre la gente y sembrar el odio a un líder social que les resulta incómodo, allí, en esos nauseabundos rincones de las más sucias conciencias que ha podido dar este país, se gestan los fraudes electorales, las campañas de odio, la negativa absoluta a compartir el país con el grueso de sus habitantes. Y para ello, para mantener el andamiaje de prebendas indebidas, se echa mano de todo, del denuesto, de la mentira repetida y repetida y repetida, de la calumnia por televisión en horario estelar. Viene a cuento la Rayuela publicada en portada de este diario el lunes 21 de abril: ¿Si los mensajes en que se compara a López Obrador con Pinochet, Hitler y Victoriano Huerta, fueran encaminados a ensuciar la imagen de Calderón, Televisa los hubiera pasado al aire igual?
Pero esas campañas cuestan mucho dinero: ¿quién, otra vez, las financia?, ¿serán los poderosos empresarios dueños de todo, del pan y las galletas, de los supermercados, de la harina de maíz, de los refrescos, la telefonía, los bancos y casi todo, menos el petróleo? Todo esto es parte del mismo complot que conviene a la oligarquía. Las mismas estratagemas apestosas marca Döring, las mismas cobardías panistas del proceso electoral, la misma estrategia de lanzar el pedrusco por la espalda y decir luego, como hizo Germán Martínez, el líder del pan, hace poco, con carita de espanto, nosotros no fuimos, y alzarse de hombros y enseñar las palmas y decir miren, nosotros tenemos las manos limpias. Igual que Manuel Espino, líder del pan durante las elecciones de 2006, y la televisión con ellos, trabajando para ellos, importándole un bledo todo el mal que causa al pueblo de México al volverse vehículo de la cobardía. Allí las cobardes instituciones, el ife siempre tardío y blando, la Secretaría de Gobernación, la Suprema Corte. Allí todos ellos, confabulados, cobardes, escudados en prestanombres, en asociaciones civiles fantasmagóricas, creadas, como la de Guillermo Velasco Arzac –íntimamente ligado al clero y a los Fox– como la de Martha Sahagún, en guaridas, en cubiles, en nidos de cobardes perpetradores de porquería que parece que siempre habrán de encontrar en la televisión mexicana un feliz tobogán para deslizar su cobardía.