viernes, 1 de agosto de 2014

Lanzamiento de Una muerte inmejorable

Entre el amor y la bestia

Bendito, eterno, es aquél que descubre una gran verdad y la proclama para obsequiarla a sus congéneres. Y no menos lo es aquél que encuentra cómo decir su propia y acaso pequeña verdad pero logra darle la más bella forma.


Pterocles Arenarius

En este mundo, en este universo, lo único inmutable y permanente es el cambio. Cuanto existe en el cosmos incluyéndonos, es el resultado del eterno trasmutar de la materia. Sin embargo —e independientemente de metafísicas, religiones o revelaciones—, sin conocimiento apriorístico de que el espíritu esté imbuido en la materia, el devenir de ésta, luego de los miles de millones de años que tiene de existir este planeta y con la aparición de la inteligencia, llegó a crear el espíritu (en otras palabras, quizá haya un Dios, quizá no, pero los hombres, la especie humana está creando espíritu). Pues no otra cosa es el arte: espíritu plasmado sobre la materia, a través de ella, recreando al universo, inventando otros universos. Y dentro de las artes, las ideas sublimes (o diabólicas), las más próximas a lo divino (y también a lo instintivo y aun a lo primigenio, lo que suele llamarse lo demoníaco) y con mayor precisión especificadas se encuentran en la literatura.

Charlie Monttana, Pterocles Arenarius, Jorge Borja


Hay quien dice que “Morir por la idea no es morir, sino permanecer entre los benefactores de nuestra estirpe”. En ese sentido, Homero está vivo en la Ilíada, Cervantes en el Quijote, Shakespeare en Otelo, etc. En otras palabras, el arte, el espíritu, es, en efecto, inmortal. Cuando morimos, lo único que queda de nosotros son las ideas. Es decir, somos, más que nada, ideas. Y son ellas lo que siguen alimentándonos. El arte, incluso más que la tecnología y al menos a la par que la ciencia, es creador de civilización. Esta demoníaca creación humana que nos ha colocado al frente del planeta, con la monstruosa responsabilidad que implica y que podría provocar nuestra total autodestrucción.
El movimiento universal
Pero dirán ustedes “este güey ya se puso demasiado espeso, si sólo se trata de presentar un libro, una novela, tranquilo, cabrón”. Es cierto. Sin embargo, me remito a Baruch Spinoza: “Aquél que para tomar una determinación no considera, al menos, los últimos cinco mil años de historia, es un inconsciente”. Porque las artes, la literatura es ensanchamiento y profundización de la consciencia; lo nuestro es la humanidad, el humanismo. Y del sustrato de esta forma de pensar es de donde surge la civilización. Y ésta también está sujeta, por supuesto, al cambio, al movimiento, inobjetable y, ése sí, absoluto; el cambio, el movimiento, es el que relativiza cuanto existe en el universo, y es, por eso, absoluto. De tal manera que si la civilización no cambia para adecuarse mejor a las condiciones del universo físico, perecerá. Como ocurre para cualquier bicho, según lo dejó estipulado Darwin. Las artes, la literatura, es decir, el espíritu, han de permanecer en la cambiante humanidad, y si no, ésta estará condenada. Es por eso que su salvación está en el espíritu, es decir, en el arte y sus ideas, en la ciencia, en la filosofía, en la literatura.
Pero basta de ideas grandiosas o grandotas, particularicemos. Es nuestro deber, siempre debe serlo, como individuos o como colectivos, generar civilización aunque estemos en un país que tiene unos diez millones de analfabetas completos y otros veinte millones de analfabetas funcionales, aunque haya treinta millones de personas que viven en las proximidades de la hambruna y muchos de cuyos niños sufren malformaciones por desnutrición. Aunque estemos en los niveles más altos del mundo en asesinatos por parte del llamado crimen organizado. Aunque el gobierno de nuestro país sea uno de los más corruptos del mundo. Aunque parezca que no hay esperanza. Hay que hacer novelas, hay que publicarlas, aunque nuestros últimos gobiernos hayan sido, como dicen que dijo León Tolstoi: “Si un gobierno no se instituye para el bien de sus gobernados, se convierte en un grupo de malhechores”. Pocas citas más atinadas para la situación de México en este momento. Hay que decirlo aun cuando nos costara… lo que nos tuviere que costar: el gobierno de este momento en México es una banda delincuencial. Pero aun así hay que escribir novelas. Aun así hay que atreverse a fundar una editorial de otro tipo, pues ya hay demasiadas del mismo tipo. Y es que la corrupción ésa que se ha mencionado permea incluso —y por qué no habría de hacerlo— hasta en la alta cultura.
El arte es espíritu
Pero a contracorriente de la desesperanza y el caos, la creación, el arte, es la apuesta a que algo perdure. Porque de otro modo este país que está —en gran parte— podrido, pudiera salvarse, porque sabemos bien, hemos visto en abundancia que no todo está perdido porque hay muchos que dicen “Yo vengo a ofrecer mi corazón”, por más que desde el poder se esfuercen monstruosamente por demostrarnos lo contrario.
Quizá dentro de cincuenta años ya no exista esto que hoy llamamos México. Espero que sí. Creo que a pesar de todo hay razones para la esperanza, aunque sean difíciles de creer. Quizás en medio siglo se dirá “Era conmovedor ese país, se estaba hundiendo en la desgracia, se estaba muriendo de hambre, pero seguían haciendo novelas y hasta fundaban editoriales de otro tipo sin saber que eran los únicos, los últimos antes de la gran disolución que los destruyó”.
O bien, en el mejor de los casos, en medio siglo, espero que así sea, se dirá: “México se salvó porque siempre hubo quien escribiera literatura, quien fundara pequeñas editoriales que trabajaban, al parecer, sin la mínima esperanza, en medio del caos y la miseria y sin embargo con enormes y legítimas ambiciones. Y gracias a eso, a su gran cultura al lado de su inmensa ignorancia y su terrible, monstruosa desigualdad, la gran cultura mexicana logró que ese país no fuera destruido”.
Los ciclos de destrucción-renovación de México se cumplen inexorables. Y estamos precisamente en el centro de la centuria nefasta. Las grandes convulsiones de México han ocurrido por la desigualdad y por la corrupción. Desde el “Acátese y no se cumpla” novohispano, pasando por el “Mátenlos en caliente” del porfiriato, hasta hoy que estamos en el “En México hay una clase jodida que nunca va a salir de jodida” y con la cual, ésos que hablan de la clase jodida, tienen como único compromiso sólo explotarla hasta que —y parecen no darse cuenta— hasta que todo salte en pedazos.
Pues es ahí donde los artistas, las gentes de la cultura tenemos que incidir. Luchar contra la bestia neoliberal o como deseen llamarle, el engendro insaciable que imbuye a algunos sujetos la indecible soberbia de sospechar para sí mismos una superioridad tal que por ella se permiten condenar a millones a la desgracia, a la desesperación e incluso a la muerte.
No es catastrofismo. No es que sea pesimista. Pero si el país no encuentra una manera de cambiar la ruta que lleva, en cincuenta años ya no existiremos como país. La idea de México se habrá ido mucho a la chingada. Pero aun en tal caso, la literatura, los treinta siglos de arte y cultura que nos dan identidad y comunión, continuarán vivos, seguirán existiendo, serán recordados porque al final, no son propiedad sólo de nosotros sino de la humanidad. Y también porque el espíritu, que no otra cosa es el arte, es inmortal.
Nuestro país ha venido experimentando desde hace quizá medio siglo, una bárbara degradación. Ahorita, puesto que me debo a la palabra, estoy obligado a decir, con el amado José Emilio Pacheco, hoy ausente, “Es extraño que nadie haya anotado que la degradación actual se debe a la pérdida que está ocurriendo en nuestro lenguaje”; y con el Octavio Paz de El arco y la lira: “Cuando el lenguaje se corrompe, las sociedades se pierden o se prostituyen”; y con Javier Sicilia quien, en su columna La casa sosegada, cita a William Carlos Williams: “Si el lenguaje se distorsiona el crimen prospera”. Son palabras que muy bien constituyen la radiografía de lo que en este momento ocurre en México. Como nunca quizá, nuestro lenguaje está siendo distorsionado, prostituido, banalizado y, al fin, sometido a una destrucción que llamaría sistemática, si no fuera porque depende, en gran medida de la estulticia de quienes lo usan pública y masivamente y la dejadez e ignorancia —por más que no sea del todo su responsabilidad— de quienes lo reciben y admiten sin reclamo ni exigencia.
Tengo que decir que la televisión ―salvando mínimas y honrosísimas excepciones― difunde masivamente la estupidez, la mentira y los intereses más o menos viles de sus dueños. Pero más allá, incluso se han instituido como un cártel de la droga. El poder político, desde su sitial más alto, del que algunos llaman presidencia de la República, se regodea en su proclamado y exhibido analfabetismo funcional.

La caja idiota


“Sólo la poesía ―decían los antiguos poetas chinos, digamos hoy sólo la literatura― puede corregir el lenguaje”.
Pero, ¿por qué estoy hablando de esto si hemos venido aquí a presentar una novela que se llama Una muerte inmejorable? Bueno, porque somos mexicanos y estamos viviendo eso que se menciona. Pero también porque tal es telón de fondo de la dicha novela. De alguna manera hemos estado hablando de ella. La desgracia de este país, su atroz decadencia y la esperanza que también se ha invocado, es el ámbito en que se desarrolla Una muerte inmejorable. Sólo diré algo más. En primer lugar, quiero citar a Walt Whitman con respecto de mi libro: Esto que tienes en tus manos, lector, no es un libro, es un hombre. Y sin duda todos los defectos que tiene esta novela se deben a eso, a que es el retrato del alma de un sujeto que ha vivido en el país ese que se degrada, que se destruye, que muere aceleradamente.
Pero así como muere mi país, también renace. Creo que no es necesario decir que La vida se sostiene por la muerte y la muerte se sostiene por la vida. Desde el título se anuncia que esta obra es de carácter tanático. Pero no podría serlo si no tuviera su contraparte, pues también es una novela altamente erótica; es más, algunos dirán que llega a ser pornográfica.

Era ciego. Irradiaba luz

Finalmente, la muerte, ese tesoro oculto, lo dijo Borges, es lo que hace preciosa a la vida. Este momento en que estamos aquí reunidos se vuelve único, irrepetible, tremendo y prodigioso porque jamás volverá a ocurrir. Y, en función de eso, mientras existen individuos, que podría llamar protervos, malvados, criminales o con algún otro adjetivo espantoso, mejor digamos simplemente que son equivocados, son, no están equivocados. Sujetos que, los más avanzados son simplemente soberbios, su ambición los vuelve hipócritas y sus achichincles, no son más que ignorantes; la gran estulticia y la soberbia son formas de la ignorancia, los que dicen dirigir este país parecen estar empeñados en convertir este mundo en el infierno para el mayor número de personas. Mientras eso ocurre, los invito a que seamos la contraparte: hagamos de este mundo tanto como nos sea posible un paraíso. Contra la soberbia y el individualismo feroz, opongamos la solidaridad, el amor. Contra la estupidez masiva-televisiva, opongamos la sabiduría sencilla, el arte, la belleza, la creación, otra vez, el amor. Procuremos estar contentos de todo, por todo y para todo. La muerte es lo único seguro en este mundo. Y nunca olvidemos que para contemplar la luz se necesita la oscuridad. Para gozar la satisfacción se requiere el esfuerzo. Para sentir el placer tiene que conocerse el dolor. Eso es, también, esta novela. Humildemente sea dicho.


Alguien que no recuerdo afirmó por ahí que el total de los temas posibles de la literatura son treinta y dos. Otro, después, dijo que ese número se puede reducir a cuatro: la vida, la muerte, el amor y la lucha.

Los cuatro, abundantemente, se encuentran en Una muerte inmejorable. Los invito a que la lean. Pero más los invito a que practiquen el más bello y simple y humano de los mandamientos Haz lo que quieras… sin dañar a nadie, porque la libertad y el amor son los bienes más preciados en este mundo. Muchas gracias por su atención.