martes, 31 de julio de 2007

Caza de Citas

Caza de Citas


Pterocles Arenarius



Amo de tu silencio.
Esclavo de tus palabras.


El gángster chino se topó con los gángsters azules, católicos. Además de obligarlo a colaborar con ellos, ahora tratan de destruirlo (o al menos alejarlo) para que no cante todo lo que sabe del millonario subsidio para llevar a cabo el fraude electoral. Chinito, ya te chinalon tus aliados, los mismos que te dieron la nacionalidad mexicana sin que supielas siquiela hablal nuestlo idioma. Y si no es así, demuéstrenlo, señores narcopanistas.
Los más de 205 millones de dólares que se aseguraron a Zhenli Ye Gon, ya fueron repartidos y depositados en cuentas de la Procuraduría General de la República (PGR), la Secretaría de Salud (Ssa) y el Poder Judicial Federal, por lo que no existe ninguna posibilidad de que el gobierno de Estados Unidos reclame parte del dinero decomisado al empresario mexicano de origen chino.
La Jornada, viernes 27 de julio de 2007. Nota de Gustavo Castillo y Ciro Pérez.

La secretaría de Gobernación (SG) considera que el caso del empresario Zhenli Ye Gon no afectó la imagen de la administración calderonista. Bueno, si después de corrupto, mentiroso, ratero de elecciones, inepto, represor, pelele de los ricos y presidente espurio le agregamos el adjetivo de narcopolítico y eso no afecta su imagen, estamos de acuerdo.
La Jornada, viernes 27 de julio de 2007. Nota de Fabiola Martínez.

APODACA, NL, 26 de julio. El presidente (espurio, acotación de este cazador) Felipe Calderón cedió a las exigencias de los empresarios y admitió que trabaja “intensamente” para corregir y mejorar su iniciativa de reforma fiscal con tal de llegar a acuerdos. FElipillo CALderón, confiesa su verdad, trabaja más que “intensamente” para darle gusto a unos cuantos empresarios y al mismo tiempo no hacer caso a 500 mil trabajadores del ISSSTE que exigen derogar la ley del ISSSTE. Y luego se molestan porque le digamos pelele.
La Jornada, viernes 27 de julio de 2007. Nota de Claudia Herrera Beltrán y David Carrizales.

Y ahora con ustedes, una versión más del famosísimo Pelotón Chiflado (verdadero nombre del Gabinete del presidente espurio). Cada declaración desmiente a la anterior, sin distinguir si es el mismo el funcionario declarante y cuantimás si es otro.
(…) ayer surgió una nueva versión sobre el lugar físico en el que se encuentra el dinero. El procurador (General de Justicia Eduardo Medina Mora) aseguró que los recursos siguen “depositados en el Banco de México”, pero mencionó que inicialmente estuvieron “en el Banco del Ejército y después en la Tesorería de la Federación, y la Tesorería de la federación lo depositó en el Banco de México, en las cuentas corrientes que la Tesorería tiene en el Banco de México.
La Jornada, viernes 27 de julio de 2007. Nota de Gustavo Castillo García.

Otra promesa incumplida. Una mentira más del espurio. ¿Cuántas van?
Integrantes del Frente de Mexicanos en el Exterior (FME) denunciaron que en menos de un año el gobierno de Felipe Calderón Hinojosa, convirtió en “seres invisibles” a millones de connacionales que se han ido a Estados Unidos en busca de un empleo, y a quienes “no quiere dar la cara porque nunca ha hecho nada para detener el flujo masivo de migrantes, (…)”. En el foxato se fueron más de medio millón de mexicanos. Adelante ratas azules, su obra es inmensa: una catástrofe demográfica en el campo mexicano.
Luis Magaña, integrante del comité nacional del FME, aseguró que es necesario “poner un alto al silencio de nuestras autoridades que no se inmutan ante el creciente número de muertos por intentar cruzar la frontera con Estados Unidos; pero eso sí, se preocupan mucho cuando bajan las remesas, pero no quieren saber nada de los bajos salarios y la explotación”. Agregó que, de acuerdo con cifras de organizaciones pro migrantes, “todos los días mueren en promedio dos paisanos en su intento por cruzar la frontera”.
En tanto, Al Rojas, representante del FME en México, aseguró que “como trabajadores migrantes, acordamos declarar a Calderón Hinojosa como el presidente del desempleo y los bajos salarios, porque al igual que la administración pasada, que encabezó Vicente Fox Quesada, utilizan a los migrantes para conseguir votos, pero no se comprometen en los hechos a detener el empobrecimiento de los campesinos y de la mayoría de la población urbana”. Presidente del desempleo y los bajos salarios, eso en un ámbito. En otro tenemos que llamarlo ESPURIO. En uno más NARCOPRESIDENTE. Etcétera, etcétera...
La Jornada, sábado 28 de julio de 2007. Nota de Laura Poy Solano.


¿Por qué el presidente del Partido Acción Nazional no denuncia que Venezuela ha abatido hasta cero su deuda externa? ¿Por qué no denuncia que se está ahorrando 5 mil 800 millones de dólares con medidas legislativas para preservar su soberanía petrolera? ¿Por qué no denuncian por todo eso al horrible dictador las ratitas azules?
CARACAS, 29 DE JULIO. Venezuela obtiene 5 mil 800 millones de dólares adicionales al año por la aplicación de cinco medidas legislativas enfocadas a la recuperación de la soberanía petrolera, apuntó este domingo el presidente (Hugo) Chávez.


¿Cucaracha? ¿Ácido bórico? Nótese lo que hace el poder. No importa que le digan cuca o FeCal, o espurio o pelele. Pero no dejará el poder, aunque no le sirva, aunque, en realidad no lo tenga, porque Felipe Calderón no está haciendo lo que él quisiera, está obedeciendo a los empresarios y a los más ricos del país.
En su número de julio, la gaceta del Fondo de Cultura Económica publicó un cuento llamado “Acido bórico”, en el que el autor dice que “Felipe Calderón es una cucaracha, como cucaracha era Díaz Ordaz”. Cuando la directora del Fondo se dio cuenta el jueves 26 de julio, ordenó recoger todos los ejemplares que ya se habían distribuido. Esto ha pasado desapercibido, pero piense que se llevaría “la de ocho”, ¿o no? Seguro tú podrías conseguir la revista a través del IFAI o de la biblioteca del FCE, en donde permanece. Me gustaría permanecer anónimo, pero me puedo identificar a tu satisfacción.
La Jornada, martes 31 de julio de 2007. Carta a la columna Dinero, de Enrique Galván Ochoa.

jueves, 26 de julio de 2007

Carta abierta a Felipe Calderón

Carta abierta al

Señor Felipe Calderón:

Tengo que decirle, señor Felipe Calderón, que inicio este mensaje de manera formal, como debe empezar un mensaje, hablando de usted respetuosamente a quien se dirige, pero también le digo, públicamente, señor Calderón, que no lo llamaré presidente, porque yo no lo reconozco como tal y también le digo que usted no merece mi respeto, por lo tanto, en lo subsiguiente de este recado te hablaré como a un cualquiera, no como a alguien de confianza, porque tú no mereces mi confianza, Felipe; mucho menos te hablaré como a un amigo, porque no nos tratas ni nos has tratado como amigo, sino como enemigo y en general, te hablo porque es mi obligación hacerlo ante las barbaridades que has cometido y sigues cometiendo; no te hablaría, pero no tengo otro remedio y, además, en general, no creo nada de lo que dices, Felipe Calderón.
Públicamente tengo que decirte que no admito que seas tú, Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, el presidente de mi país. Yo no te reconozco como tal.
Y no te reconozco presidente porque procuraste, ayudaste, impulsaste, realizaste y buscaste ayuda para que se hiciera un fraude con mi voto, un voto más que fue emitido para que no fueras tú el responsable del cargo de presidente de la república que entre algunos grupos se robaron para entregártelo.
No te reconozco como presidente de mi país porque hiciste una campaña electoral virtual en la que siempre engañaste haciendo creer por televisión que tenías muchos más seguidores de los que en realidad tenías. Porque los medios de difusión, como las televisoras y los periódicos y revistas más grandes se coludieron para engañar a todos los mexicanos y hacernos creer que tu popularidad subía. Si subió tanto, ¿por qué, entonces, Felipe, en este momento no eres capaz de mostrarte ante la gente? Te lo voy a responder, porque casi nadie te quiere en la presidencia y es que casi nadie te eligió, Felipe. Te eligieron los que tienen mucho dinero y los que militan en tu partido y algunos engañados y otros espantados con tus mentiras, Felipe, es decir, unos cuantos, por eso no eres capaz de mostrarte ante la gente sin la protección de miles de policías y soldados, Felipe. Qué triste para ti. Pero bueno, allá tú.
No te reconozco porque hiciste alianza con lo peor de la política mexicana para burlar la decisión de millones de mis compatriotas, la mayoría, que no votamos por ti, Felipe.
Y para llegar al poder te apoyaste en la fuerza corrupta de una mujer que está acusada de todos los delitos de corrupción posibles y también de crímenes, como el asesinato del profesor Misael Núñez Acosta, Felipe, ¿no lo sabías?, por favor, claro que sí lo has sabido siempre. Ella es Elba Esther Gordillo, Felipe.
Te has hecho del poder gracias a ponerte en alianza con gángsters de la política como Manlio Fabio Beltrones, Emilio Gamboa Patrón, gobernantes criminales como Ulises Ruiz o como Mario Marín. ¿Eso es poder, Felipe? ¿Tú lo crees?
Felipe, desde la campaña electoral te haz hecho llamar el hijo desobediente, por favor, Felipe, con eso sólo degradas e infamas aquel famoso corrido, una obra de arte popular mexicana, pero, Felipe, lo más grave no es eso, sino el hecho de que tú sabes que no debes llamarte desobediente, sino al revés, te has portado abyecto, agachón, rastrero, servil, sumiso con los poderosos, los que invirtieron millones de pesos para llevarte al gobierno aunque sea de manera espuria, fraudulenta. ¡¿Desobediente tú, Felipe?! Ni con el burro con botas, tu protector, Vicente Fox.
Felipe Calderón, tú no eres desobediente, tú eres, en todo caso, traidor.
Mira, Felipe, tú traicionaste a lo mejor de tu partido, te entregaste a aquello contra lo cual habías luchado cuando pertenecías a los grupos honestos de tu partido –que, aunque hoy parezca increíble, los hay–, parte de tales grupos lo fue tu padre, Luis Calderón, quien prefirió salir de tu partido que ya iba corrompiéndose aceleradamente y hasta hoy ha preferido corromperse en todos los sentidos y hasta la médula, con tal de alcanzar el poder y antes que dignificar la política. Y tú en primer lugar, Felipe.
Felipe de Jesús, has preferido –lo voy a decir con tus propias palabras– ser “el continuador de las políticas del presidente” más estúpido, el más ignorante y uno de los más corruptos que hemos padecido, ese sujeto, llamado Vicente Fox (que recibió más de 370 mil millones de dólares extras por petróleo y los malgastó o se los robó). Sí, Felipe, te agachaste ante Fox antes que actuar honesta y democráticamente en las elecciones de 2006.
No es posible confiar en ti, Felipe, si fuiste capaz de mentir, de acusar con toda la mala fe del mundo, de llamar un peligro para México al político más honesto y comprometido con los pobres que ha habido en la historia reciente. Sin duda Andrés Manuel era un peligro para el México que tú, Felipe y tus amigos forman: los corruptos, los criminales de la política, los empresarios insaciables e insaciados, los periodistas farsantes. Sí, para ellos, Andrés Manuel era, es, sigue siendo y junto con nosotros, somos un peligro para ustedes.
Voy entendiendo tu proyecto de nación en los hechos, más allá de las palabras, Felipe: un presidente farsante, espurio; un congreso de farsantes, insaciables de dinero e ineptos para legislar en favor del país; una justicia farsante de sujetos que ganan cientos de miles de pesos por hacer fraudes con la justicia; un grupo de empresarios que no han desarrollado nuestra industria, que se han enriquecido escandalosamente, que sus mejores negocios los hacen con los políticos corruptos y el saqueo del resto de los mexicanos. Una policía criminal, torturadora y aliada con los narcotraficantes. Un ejército de asesinos y de imbéciles que obedecen a un pobre tipo, como tú, Felipe. Ya entiendo qué país quieres, Felipe, un país de farsantes. Pero por lo mismo estás fracasando, Felipe, porque la mayoría de los mexicanos están, estamos en contra de tu infame y desgraciado proyecto. Porque aunque seas de otro partido, continuaste con el mismo sistema, la misma porquería que nos ha llevado a la desgracia. Antes fue el PRI, hoy es el PRIAN.
Tú, Felipe de Jesús, provocaste la confrontación entre los mexicanos. La división entre las familias, la fractura del país… con tus mentiras y las mentiras de tus aliados. No somos un peligro para México, somos un peligro para ti, Felipe, para los farsantes. Para tu país de farsa.
Felipe, tú sabes bien que llegaste al poder no por tus talentos, ni por su simpatía, ni por tu inteligencia, ni por su habilidad política, ya no digamos por tu visión de estadista, por lo menos quisiéramos que tuvieras un mínimo ya no de grandeza de espíritu, desearíamos que fueras mínimamente honesto, porque si lo fueras, Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, Felipillo, hubieras reconocido que nada tienes que hacer frente a Andrés Manuel.
Llegaste al poder por hambre, por hambre de poder y demostraste estar dispuesto a saciarla a cualquier precio. Y tal precio, por el momento, es, Felipe, el de tu abyección, tu sometimiento, tu servilismo a los que tienen el dinero y a los que han ostentado el poder a cualquier precio, incluso el precio del asesinato y la traición. Tus alianzas no te hacen mejor que esos políticos, los de siempre.
Y paradójicamente, tristemente, Felipe –te aclaro tu verdadera situación–: no tienes el poder, Felipe, tú eres el servidor de los más ricos, de los saqueadores del país y eres el cómplice de los delincuentes políticos o más bien eres el rehén de los peores políticos, los del PRI, los que, por otra parte, no te dejarán gobernar como quizás hubieras querido gobernar, de acuerdo con la ideología (retardataria, trasnochada, decimonónica, pero finalmente honesta) de tu partido. Pero no, Felipe, no tienes el poder allá arriba entre los ricos, eres su empleado. Pero tampoco lo tienes acá abajo. Felipe, no eres capaz de mostrarte ante el verdadero pueblo mexicano. ¿Entonces cuál es tu poder? ¿Cuál es el objetivo de presentarte de la manera como lo haces si no tienes el poder arriba –donde eres el gato de los ricos– y mucho menos lo tienes abajo –donde eres el enemigo de los pobres?
Y ¿cómo te vas a sostener en la presidencia espuria que ostentas? ¿Con el ejército siempre amenazando en la calle? ¿Te vas a pasar los seis años escondiéndote de los mexicanos? ¿Nunca vas a visitar el Palacio Nacional?
Felipe, te reitero, por si no lo has terminado de entender, que no tienes poder, porque cuando los priístas se lo propongan te quitarán de la presidencia. Esos cínicos, esos gángsters. ¡Ellos son tu apoyo, Felipe! ¿No te das cuenta? Te están usando, te están obligando a proteger a criminales como Ulises Ruiz, a enfermos pederastas como Manuel Marín y sus socios Kamel Nacif y Jean Succar Kuri, a raterazos y protectores de raterazos como Enrique Peña Nieto y Arturo Montiel. La siniestra señora Gordillo te ha obligado, Felipito, a que le pagues a inmenso precio los favores podridos que te hizo para que, en tu favor, nos defraudara a todos los mexicanos en la elección en que ella y otros cuantos más te hicieron presidente. Por eso no eres mi presidente. Mi presidente se llama Andrés Manuel.
Felipe, no puedes hacer nada. No vas a tener el poder nunca. Simplemente no te dejarán los de arriba y no lo permitiremos los de abajo. ¿A qué le tiras, Felipe?
Felipillo, por último te voy a recordar el mito griego de Minos, el legendario tirano de la antiquísima ciudad de Creta, rey que originalmente no fue un déspota, llegó a ser el rey porque su pueblo lo admitió. El padre de los dioses, Zeus, le hizo un regalo a Minos. Un toro sagrado, blanco como las nieves del Monte Olimpo, una bestia divina, un animal prodigioso que simbolizaba el poder, el que sólo el pueblo puede otorgar. Un monstruo que puede destruir cuanto se le oponga, pero también una noble bestia capaz de realizar los más descomunales trabajos. El poder del pueblo, irracional, monstruoso, indomable, terrible, invencible. El rey Minos tenía que devolver el toro sagrado a su pueblo, así lo designó Zeus. El sagrado toro blanco tenía que ser sacrificado en honor del pueblo. Pero Minos dijo que el pueblo no merecía recibir el honor del sacrificio de tan inefable y prodigioso animal. Y despreciando al pueblo y desobedeciendo al dios, Minos se apropió del toro sagrado. Y empezó a vivir maravillado con el milagroso animal, su esposa, Pasifae, también, tanto que se enamoró de la maravillosa bestia y la mujer llegó a disfrazarse de vaca para que el toro sagrado la poseyera sexualmente. Y así ocurrió. Entonces, según el mito, ella dio a luz a un monstruo aun peor que el toro. De su vientre surgió el Minotauro, feroz bestia irracional con cabeza de toro y cuerpo de hombre.
Y las monstruosidades continuaron. Porque algo que empieza con una monstruosidad (por ejemplo con un monstruoso fraude electoral) no puede continuar de otra manera que monstruosamente. El toro sagrado murió. El Minotauro se convirtió en el símbolo de la opresión del tirano Minos sobre su pueblo, al que luego de engañarlo una vez, tuvo que engañar siempre, al que tuvo que reprimir después porque jamás es posible engañar al pueblo que se entera del engaño y se opone a su gobernante; pueblo al que Minos tuvo que asesinar entregando jóvenes al monstruo que él creo con su desobediencia al pueblo, o al dios según el mito. Porque los pueblos a los que se intenta engañar se rebelan y cuando los pueblos se rebelan los tiranos los reprimen y tienen que asesinarlos luego y al final Minos tuvo que vivir escondido y cuidarse de su propio pueblo, siempre, igual que tú, Felipe.
Felipe, ya soltaste a la bestia. Los soldados asesinaron a una familia inocente, violaron a una anciana indígena. ¿Qué más sacrificios vas a exigir a tu pueblo? Felipe, las monstruosidades –no podía ocurrir de otra manera, porque con el fraude tú las inauguraste–, ya comenzaron. ¿Hasta dónde vas a llegar? Puedes llegar hasta donde quieras, o intentar hacerlo, la gente, el pueblo siempre irá más lejos.
La historia del tirano Minos concluye cuando aparece el héroe del pueblo, Teseo que enamora a la hija de Minos, Ariadna, la que traiciona a su padre y da a Teseo los elementos para que extermine a su hermano el Minotauro. No espero que entiendas la lección, Felipe, los tiranos y los enfermos de poder jamás lo han hecho. Y siempre han obligado a su pueblo a pagar altos precios, incluso con sangre por la opresión que intentan –y fracasan– contra sus pueblos.
Eso es un tirano, Felipe, el que trae la desgracia para su pueblo y para sí mismo. adelante, presidente espurio. Adelante, más temprano (en unos cinco años y cacho cuando más) irás al basurero de la historia, como tu antecesor, protector y amigo Vicente Fox, como Zedillo, como Salinas, como de la Madrid y casi todos los antecesores.
Buen provecho, Felipito, y, como dicen en mi pueblo, allá te lo haigas.

miércoles, 25 de julio de 2007

Demasiado Alto Jones

La Sacrílega Victoria

(Demasiado Alto Jones o el combate sin pretextos)


Cuando peleaban negros o blancos
las peleas eran infames. Los blancos
eran cobardes; los negros, holgazanes.
En cambio las peleas de mexicanos
eran extraordinarias. Esos chicos salían

a pelear con el alma y el corazón.

Charles Bukowski



Supongo que sabía que en México el box no está muy bien controlado por la ley. Ni por nadie. También que, a pesar de eso, los peleadores mexicanos tienen un gran prestigio en el mundo. Llegó con su “equipo de asesores”–en el más puro estilo gringo–, a proponerme un negocio que me pareció interesante. Hablaba un español infame: con acento de texano. Y de negro. Era difícil entenderle pero no era desagradable hablar con él pues aunque se tragaba algunas letras, pronunciaba lentamente con un vozarrón de contrabajo. Lo movía un afán insaciable: ganar algunos millones de dólares a mediano plazo, pero más bien anhelaba reputación boxística inmediata. Dos abogados en inglés, uno en español, un entrenador de box, un intérprete, un mánayer y dos sujetos con actividades desconocidas. Además de cuatro enormes negros espantosos como guaruras –ninguno comparable con el propio míster Demasiado Alto–. Todos ocupando por completo mi pequeña oficina, cuatro sentados y el resto de pie, frente a mí y Sari, mi secretaria. Asesorado como si negociara la paz mundial, míster Muy Alto Jones, resolvía todo. Ni siquiera al intérprete dejaba hablar en español. Si acaso permitía ser interrumpido cuando al parecer de alguno de sus “asesores” tenía que hacerle una aclaración importante o advertirle que estaba metiéndose en líos. Entonces, sin anunciármelo hacían team back como acostumbraba en su propio deporte, se apartaban a un rincón, cuchicheaban y volvían conmigo con sus propuestas. Too Tall Jones, formidable estrella del equipo defensivo de los Vaqueros de Dallas en mi propia y apenas decorosa oficina en Tijuana. Era alguno de los años de la década 80. El señor quería ser campeón mundial de boxeo en peso completo.
–Oquei, mai amigou. Yo sólo necesitar faiv, ¿oquei? Faiv peleias. Tri mecsican peleadoures que osted obtener y dos americanous que ai contreired. Yu’nderst’nd? –Nunca me había visto ante un tipo tan impresionante: negro sin concesiones, negro brillante, negro absoluto, negro como una maldición del infierno. Gigantesco como un obelisco, como una inmensa chimenea renegrida. Tan increíblemente fornido y enorme, con sus dos metros diez centímetros de estatura, que me hacía sentir que estaba frente a un edificio de servicios fúnebres. Noté que sus bíceps eran al menos tan gruesos como mis piernas. Elegantísimo en su extravagancia, aquella primera vez que lo vi usaba una playerita elástica desabrochada hasta el tórax, como metida por la fuerza, casi transparente y de color lila. Era evidente su deseo de que el mundo observara los monstruosos y negros músculos de brazos, pectorales, espalda y los peores: los del cuello. Un cuello de bestia magnífica. Un cuello de músculos portentosamente inflamados, un cuello más grueso que su propia gran cabeza de negro. Algo realmente anormal. Parecía sufrir una horrenda enfermedad inflamatoria en los músculos del cuello que están bajo la mandíbula. Abajo de la nuca se le hacían unas arrugas que más bien debía llamar abismos, sumideros causados por los anormales abultamientos musculares. Y con todo, tenía cara de insoportable somnolencia. Además llevaba un pantalón azul cielo ajustadísimo, cortado obviamente sobre medida en alguna tela del más exorbitante precio. Completaba la vestimenta con un gorro demencialmente extravagante, abigarrado de chillantes colores y enorme como una gran bolsa floja colgando detrás de la cabeza, por último, atravesada como banda presidencial, traía una inmensa mascada roja de seda con motivos africanos en amarillo y verde que estaba fija por arriba de su cintura con un broche más que notable por ser de oro con incrustaciones de, obviamente, diamantes. Tenía los ojos como fatigados y siempre enrojecidos; eran impresionantes sus ojos de negro triste y la bemba descomunal, tan prominente que parecía capaz de alcanzar al interlocutor a darle un beso desde un metro. La voz era lenta, como proveniente de una caverna prehistórica, como la voz del propio Satanás. El tórax me abarcaría triplemente en anchura y cada una de sus piernas era como mi tronco de gruesa.
Las condiciones que ofrecía en el negocio eran excelentes para mí. El tipo tenía dólares para desperdiciar. Quería allegarse algún prestigio como boxeador.
–Ai jop, yo esperar faiv noc-auts, end ol of dem, ou, todous antes de raund four, ¿oquei? –Además del monstruoso poderío físico, los miles de dólares (que le pagaban los Vaqueros por despedazar a los core-bacs contrarios), le daban el otro gran poder: el de mover voluntades en su favor para satisfacer sus caprichos. O sus altos objetivos en el deporte mundial.
–Sí, míster Demasiado Alto Yons desea cinco victorias fáciles pero legales. Combates reales, no tongos, pero tampoco deseamos que un aspirante de peleador muera al combatir con míster Yons ¿me entiende? El señor Yons es un deportista de alto rendimiento a nivel mundial. Estamos concientes que míster Yons es más fuerte que el campeón mundial Ivander Jalyfild y míster Yons puede vencerlo. Es un combate que en dos años vale treinta millones de dólares. –Hablaba un notorio hombre de box gringo que había aprendido español, seguramente, con los peleadores mexicanos que abundan por allá. Era el entrenador de don Muy Alto.
Era sencillo y productivo. Conseguirle tres bultos de acá, él tenía a los dos de allá. Hacer publicidad en los diarios, en la televisión. Se haría sola. El tipo era famosísimo. La paga que yo le daría era simbólica, de hecho no le interesaban tres mil dólares; en cambio, por la mitad de esos billetes podía llevar a Tijuana a uno de los diez mejor clasificados en México para cada una de las peleas. Y mejor si era uno de los tres últimos. Él pensaba que ganando esos pleitos ingresaría en las clasificaciones mundiales y al totalizar ocho estaría disputando un título mundial de ésos de cartoncillo para, por supuesto, ganarlo. Entonces, lo que seguía era “unificar” el campeonato de la Federación Internacional de Boxeo con el de la Comisión Mundial cuyo campeón Evander Hollyfield, aunque era un peleador con una técnica que pocas veces se ha visto en peso completo, no tenía la fortaleza y ni siquiera el peso de los grandes pesos completos. La campaña se llevaría dos años. Considerando que tenía que estar seis meses jugando futbol americano, era muy poco tiempo. Pero tenía una enorme confianza en sí mismo, en su monstruosa fortaleza y su dotación física inigualable. Era, finalmente, buena idea. Si yo hubiera sido su asesor le habría aconsejado que ganara el campeonato de la FIB, que ganara algunos miles de dólares –difícilmente el millón–, que se hiciera mucha publicidad y que se regresara al futbol americano. Era un atleta tremebundo, su descomunal fortaleza estaba fuera de duda, indudablemente contaba con una fabulosa condición física, seguramente tendría un cañón en cada puño, pesaba ciento diez kilos de poderosos músculos, medía dos metros ocho centímetros, era famoso por su extraordinaria rapidez a pesar del peso descomunal, lo que incrementaba su terrible fuerza para derribar a los linieros que defienden al core-bac. Estaba acostumbrado a la violencia, incluso a recibir y proporcionar golpes terribles. Pero...
Existen detalles ínfimos que sólo se adquieren con la práctica del boxeo durante años. Los más importantes tienen que ver con la forma de recibir el castigo y la de administrarlo. Un buen peleador jamás recibe un impacto con toda su potencia. Y también sabe que muy pocas veces se decide una pelea con un solo golpe, siempre hay que desmoronar una roca con un martilleo metódico, preciso y pertinaz. Sobre esas dos acciones del box se podrían escribir varios tratados.
Firmamos un contrato. En inglés y en español. Don Muy Alto Jones nos invitó a comer del otro lado, en San Diego. En un restaurante de comida “mexicana” en donde, exceptuando a algún cliente despistado, todos eran wasp. Bebimos un falso tequila gringo llamado Don Pancho. Regresé de noche a mi casa, de este lado.
Llegó a Tijuana con cinco días de anticipación a la pelea. Una nube de reporteros gringos siguieron sus entrenamientos minuto a minuto. Despertó mucho interés el combate. Teníamos la segunda mejor plaza para boxeo de la ciudad. Los periódicos se vieron muy interesados y vendí los derechos de transmisión televisiva para todos los estados del sur gringo y diez estados del norte mexicano. Buen negocio. La primera pelea fue contra el chihuahuense Rafael, Enano, Pérez. Cuando les dieron las instrucciones inmediatamente antes del campanazo inicial vi que el Enano tenía una muy decorosa estatura, llegaba a la nariz de míster Jones. Les dijeron dense la mano y que gane el mejor y empezó la pelea. El negro, un atleta disciplinado y con la costumbre del duro trabajo de gimnasio, tiró unos golpes terribles y bien ejecutados, pero eran golpes muy imprecisos, el mexicano acaso atinaría un rozón. Muy Alto Jones lo trituró en minuto y medio atinándole unos pedradones en la nuca y en los brazos. Fue una desvergonzada masacre. Era demasiada fuerza de Muy Alto Jones y muy escasa su técnica. Sentí que de alguna manera se degradaba el boxeo al imponerse la brutalidad sobre el oficio. El Enano sufrió fractura de costillas por los golpes. Muy Alto no quedó satisfecho con la pelea ni siquiera con la victoria. Se fue inmediatamente a Texas con su equipo y sus tres lujosas camionetas.
Para la segunda pelea le traje a Rogelio Calabrote Román, quien por mil dólares era capaz de lo que fuera. Sólo tenía que arriesgar el pellejo frente a la negra bestia, el honorable millonario Albert, Too Tall, Jones quien ya estaba incluso aprendiendo algo, lo muy elemental del box, como pude observar en los entrenamientos. Con el Calabrote de pronto hasta parecía un combate de dos boxeadores, lo que no ocurrió en su primera pelea. El Calabrote nunca ofreció el menor peligro al negro y hasta, en un momento, haciendo el oficio de sparring partner o costal humano, puso su físico para que aquél lo apaleara, como si hubiera querido hacer la suprema prueba a su resistencia. Fue noqueado en cuatro raunds y en ellos el futbolista negro aprendió a boxear más que en toda su vida. Quedó tan contento esta vez que me envió un recado para que, discretamente, visitásemos el cabaret más lujoso de Tijuana.
Nos vimos en el Armand’s y el gerente nos dio un lujoso salón apartado para banquetes y, sin que le fuera solicitado, mandó a una docena de “edecanes” a que nos atendieran. Además nos sirvieron bocadillos de millonario y una botella de scotch y dos de champaña por cabeza. Too Tall Jones se bebió diez botellas de champaña sin demostrar ni la más mínima embriaguez y, sólo al final, terminó con un par de botellas de whisky. Mientras iba consumiendo champaña como si fuera a acabar con las reservas mundiales y contaba chistes de hombres idiotas y mujeres putérrimas, siempre blancos, en los ínterin se tiró a las doce edecanes, una tras otra en las cuatro horas que permanecimos en el lujoso antro. Ellas, después de atender al señor don Muy Alto Jones, ofrecieron sus servicios a los demás, excepto una que, después de que el negro pasó por todas, fue requerida por el defensivo vaquero y la hizo permanecer con él el resto de la noche. La llevó al apartado tres veces más. Bonita noche: se bebió diez botellas de champaña y dos de whisky; puso a sus ayudantes a que nos contaran en inglés y en español sus más grandes jugadas actuándolas mientras él no podía contarnos chistes de blancos porque se estaba tirando a las edecanes, se cogió a doce putas repartidas en quince o dieciséis ocasiones –no garantizo que haya eyaculado cada vez–, y al fin de la jornada me despidió con un abrazo asfixiante (porque además me levantó) y me dio sendos besos en las mejillas. Estaba feliz. La borrachera se le notaba apenas en que hablaba más rápido y agudo que de costumbre. Se fue sintiéndose, por fin, un boxeador de verdad.
No tuve otras noticias de él exceptuando las que publicaron los periódicos mexicanos.
Llegó el momento de la tercera pelea en México un mes y medio después. Mientras tanto, Too Tall Jones había hecho ya hasta cuatro peleas contra gringos, blancos, en Houston y San Antonio. Su récord, perfecto, ya era de 6-0 con seis nocauts. El rival, esta vez, sería El Chebo Hernández; un peleador chihuahuense, octavo clasificado nacional de peso completo, ningún fuera de serie, un peleador valiente, con respetable pegada y, bueno... un poco gordo. Por mil quinientos dólares El Chebo era capaz de pelear con su propia madre. Asistí a un entrenamiento de Too Tall Jones. Vi lo que esperaba ver. Una tremenda sesión de ejercicios y el martirio de cuatro sparring partners, dos negros y dos blancos que alquilaban sus humanidades para que míster Jones practicara sus golpes sobre seres humanos, costumbre muy sana de todo aquel que desee llegar a ser buen peleador, puesto que nunca será lo mismo golpear un simple costal o la más móvil pera que sacudir a un cristiano. Tenían que turnarse tres minutos cada uno de los ayudantes para soportar el castigo. Me desconcertó un poco que entre sus colaboradores había incluido a una muchacha. Me desconcertó más el hecho de que se me hizo conocida. Se encargaba de darle agua, echarle aire con una toalla, secarle el sudor, masajearle las inmensas espaldas y las tremebundas piernas. El negro sudaba tanto que iba dejando charquitos en cada sitio que se ponía.
Con los boletos agotados tres días antes y la arena a reventar se cumplió el plazo. Unas horas antes de la pelea coincidí con la muchacha que ayudaba a míster Jones.
–Hola, guapa, ¿estás lista para subir al ring al rato? –me miró con una desconfianza que no creí merecerme.
–Pues ahora sólo trabajo para el señor Demasiado Alto Yans. Tengo muy buen sueldo y vivo de aquel lado, en San Antonio. Nunca me volverás a ver en el Armands. –de pronto comprendí. Con razón la desconfianza. Era una de las “edecanes”. Y la identifiqué. Era la que el negro hizo permanecer con él y a la que se tiró cuatro o cinco veces. Bueno, todos tenemos derecho al progreso, pensé.
–Oye, pues excelente idea. Chao, suerte, linda...
Como preliminares llevé –como lo había hecho en las dos ocasiones anteriores– muchachitos aficionados, de esos a los que no hay que pagarles por pelear, puesto que se les está dando la oportunidad de dar brillo a los inicios de su carrera en una función estelar. Y así lo consideraron. Buenas peleas de apertura que dejaron el ring calientito para la pelea estrella. Subió Chebo muy serio, con una humilde bata ya lustrosa y un enorme calzón y los guantes listos, traía el gesto fatal y resignado. Pero tenía un enorme consuelo, mil quinientos dólares. Tres minutos después, entre clamores y rodeado de policías, ayudantes y periodistas tanto mexicanos como gringos llegó el tremendo novato enfundado en lujosísima vestimenta con los colores azul, blanco y rojo. Se hizo el ritual. Los presentaron exagerando un poco los méritos del mexicano y el negro no necesitó presentación para que todos lo vitorearan, gringos y mexicanos. Sonó la campana y me di cuenta de la desigualdad del combate. Chebo, con su metro ochenta, le llegaba por debajo de los hombros a don Demasiado Alto Jones, además, la diferencia de peso era de unos veinte kilos. Aquél era mucho más grueso del tórax y más delgado de la cintura, pero totalmente hecho de férreos y abultados músculos y Chebo cargaba el sobrepeso de unos ocho kilos. Era como una pelea de un hombre contra un niño. “Dense la mano y que gane el mejor” dijo el réferi sin afán de burla y agregó “cuando suene la campana comienzan a golpearse” y se oyó como una condena para el Chebo. Muy Alto se puso a practicar sus conocimientos en el campo de batalla. Había aprendido a tirar muy aceptablemente el yab, un verdadero lancetazo capaz de derribar un muro. Su cruzado derecho también estaba bien afinado. Uno de ésos bien conectado podría matar a un rinoceronte. Pero Chebo era un peleador con mucho oficio y había peleado con varios campeones mundiales. Muy Alto Jones conectaría si acaso un par de yabs –sin causar mayor daño– de los veintitrés que tiró. Chebo era un zorro para resbalar los golpes. El negro también disparó en trece ocasiones su cruzado derecho. Nunca lo atinó. Con un golpe de ésos hubiera noqueado a Muhamed Alí o a Joe Louis o a Rocky Marciano... si lo atinara bien o al menos regular. Ese podría llegar a ser su gran problema en las peleas “de verdad”, contra los grandes peleadores. No tenía sentido de la distancia, era demasiado mecánico y no era capaz de entrar en el ritmo de la pelea. El box, por fortuna, no sólo es fuerza bruta ni con mucho. El Chebo sólo ensayó unos cinco yabs. Ni siquiera tuvo intención de atinárselos a un rival inalcanzable de tan alto. También ejecutó su cruzado y cuatro o cinco ganchos. No golpeó a Jones. Pero el primer raund fue tranquilo para los dos. En el segundo, el gringo salió a matar. Fue directamente hacia Chebo en cuanto sonó la campana y le dio un feo e impreciso coscorrón cerca de la zona occipital. El mexicano se fue de boca a la lona un poco aturdido. Esperó la cuenta de protección con una rodilla en tierra, muy sereno y sin daño visible. Era una imagen enloquecedora, el gigantesco negro junto al mexicano de rodillas parecían aquél mucho más grande y éste lastimosamente más pequeño e indefenso. Se levantó. El negro se le fue encima acribillándolo, pero ya sin la sorpresa, el Chebo eludía con buen resultado la tempestad de terribles golpes. Era mucho peor que el gato y el ratón. Al final del raund míster Muy Alto Jones se estaba cansando y el regordete Chebo casi había salido de apuros pero él sí estaba muy cansado. Se fueron al descanso y daba la sensación de que en el siguiente raund el mexicano sería asesinado. Se había llevado, ahora sí, varios durísimos golpes que, de haberlos recibido de lleno estaría tirado inconsciente, noqueado o quizás muerto. En el tercero, Chebo atinó un buen gancho al hígado que hizo reír a Muy Alto Jones. Una cosquilla para la durísima coraza de acero negro en el vientre del gringo. Luego Chebo recibió un brutal castigo que sin embargo resistió por su inmenso caudal de mañas y su valentía: varios terribles golpes de derecha muy imprecisos, mal conectados pero pavorosamente fuertes como si le pegaran con una barra de acero. Chebo Hernández quedó con el rostro deformado por un hematoma en el lado izquierdo de la frente por un golpe que si le ha dado quince centímetros más abajo lo hubiera fulminado. También sangraba por la nariz y el ojo derecho ya estaba casi cerrado. Y apenas había recibido unos seis golpes que ni siquiera lo impactaron con precisión. ¿Qué impulsa a un hombre a aceptar una circunstancia así? La vida de Chebo Hernández estaba en las manos de las autoridades de ring y el réferi. La gente estaba excitada de morbo por presenciar la masacre, siempre y cuando no fuera demasiado prolongada, eso aburriría y mucho menos desearían que Chebo se echara como una vaca, ellos querrían ver un nocaut espectacular o en el peor de los casos, una (no demasiado) lenta masacre. En el siguiente raund Chebo estaba atrapado en una esquina. Jones lo tupía alegremente, ya estaba tirando golpes mucho más suelto, confiado como si golpeara a un costal. Había descubierto también que, aunque tuviese que inclinarse mucho, golpear en el amplio y blando vientre del Chebo le daba excelentes resultados; el mexicano se detenía en su huida, y resoplaba desesperadamente cuando su estómago era vapuleado. Muy Alto apaleaba casi jubilosamente al Chebo quien a muy duras penas evitaba sólo los más fuertes golpes, los remates y, con ellos, el nocaut. El réferi estaba a punto de intervenir para detener el falso combate. El negro tiró una derecha que falló gracias a que Chebo hizo una profunda inmersión inclinando el tronco hasta más abajo de las rodillas del gigante negro, con lo que hizo pasar el golpe por encima. Cuando Chebo regresaba a su postura normal y Muy Alto Jones también, sincronizados en contrario sentido, una bala perdida, un gancho de izquierda del Chebo se estrelló a dos centímetros del centro de la barbilla de Too Tall Jones. Sólo la cabeza del gigante se sacudió como un chicote, ni siquiera fue un movimiento muy evidente. Sólo los expertos veedores de boxeo se dieron cuenta. El gran futbolista dio dos pasos hacia atrás y se bamboleó como un enorme trasatlántico en medio de una grandiosa tempestad. Fue un milagro que no cayera. ¡El negro estaba noqueado sobre las piernas! Cuando la gente por fin se dio cuenta soltó un alarido. El Chebo al notar que lo tenía lastimado se fue por él y lo hubiera noqueado si no es porque la campana sonó inmediatamente, cuarenta y cinco segundos antes de los tres minutos reglamentarios. El campanero, por propia iniciativa, la hizo sonar antes que ocurriera un suceso aberrante. Pero no pudo evitar que el defensivo de los Vaqueros se llevara un par más de batacazos y era cuestión de que le dieran otros tres para que hubiera sido derribado. El Chebo estaba gordo, no tenía gran condición física, pero pegaba duro y tenía un oficio de quince años como peleador. Sin embargo nadie hubiera podido permitirlo. Hubiera sido como cambiar la historia sin sentido, hubiera sido como colaborar para que ocurriera una anomalía cósmica. Todos sabían que Too Tall Jones les agradecería jugosamente cualquier cosa que hicieran en su favor. Pero más aún, nadie podía concebir que aquel humilde peleador mexicano le ganara al lustroso negro millonario. Y el campanero hizo su ilegal trabajo que el mundo entero aplaudió, evitó que el Chebo Hernández derribara y quizá noqueara al invencible Muy Alto Jones. Se lo llevaron conduciéndolo por un brazo como a un borracho. Lo sentaron en su banquillo y le dieron a oler sales de amoniaco, lo empaparon de agua, de frases de aliento y hasta de súplica. Los ayudantes de Too Tall Jones corrieron a la putita de su esquina. Ahora la autoridad máxima dentro del local boxístico, el comisionado por la CMB tomó la iniciativa y protegió a Albert, Too Tall, Jones de un ataque del mexicano que hubiera dado a éste la victoria, el descanso duró tres minutos. El público estaba asustado, el enorme atleta quizá estuviese seriamente lastimado, quizá no pudiese continuar la pelea, quizá resultara seriamente perjudicado en esa pelea que, en realidad, para él no valía nada. ¿Quién podía aceptar que un boxeador gordo, desconocido, ignorante, prieto, aindiado, mugroso y pobre golpeara –ni pensemos en que llegara a noquearlo– al famoso Albert Too Tall Jones, al millonario, al negro triunfador, al amado por millones, al grandioso defensivo de los Dallas Cowboys que acumulaba récords impuestos en la historia de su equipo y era el mejor jugador defensivo de la Conferencia Nacional? No, imposible que Chebo golpeara al semidiós negro. Cuando se iba a reanudar el combate, el réferi hizo su parte, amonestó al Chebo; lo mandó a su esquina a que le secaran el agua, a que le pusieran más cinta adhesiva en los guantes, le anudaran las botas. A que le diera tiempo a Muy Alto para que se recuperase y lo malmatara a golpes. El descanso acabó durando unos ocho minutos. Chebo no protestó, su manejador tampoco. Aceptaban todo. Con su actitud aceptaban haber cometido una desmesurada estupidez: haber concebido la sospecha de suponer que podían imaginar... –no ganarle–... golpear (como Chebo lo golpeó) al divino Muy Alto Jones. Eusebio, Chebo, Hernández estaba asustado de lo que había hecho. Continuó por fin la pelea. Too Tall Jones se movía como un sonámbulo, parecía no tener tono muscular. Parecía no querer más pelea. El Chebo, un profesional, lo golpeó como nunca habían golpeado en su vida a Albert Too Tall Jones. Aunque no le dio más de diez golpes en la cabeza en total, pero sí le tundió fuertemente el estómago. Too Tall no tiraba golpes o lo hacía sin fuerza. No estaba bien el negro. Aquello no podía continuar. Fui con el comisionado:
–Señor, pare la pelea.
–Pero ¿por qué la voy a parar?
–Diga cualquier cosa, Chebo ha dado un golpe ilegal, lo que sea, pero párela. Si esto sigue así van a noquear al señor Demasiado Alto Yons. Y eso no le conviene ni a usted, ni a mí, ni al señor Yons y ni siquiera al Chebo Hernández. –El comisionado obedeció. Decretaron decisión técnica, como si Chebo hubiera golpeado a Too Tall Jones en los testículos y éste no hubiera podido continuar combatiendo. En el acta de reporte se estableció que había habido un golpe ilegal involuntario que impedía a Albert Jones continuar peleando y la decisión técnica según las puntuaciones de los jueces favorecían ampliamente a Albert Too Tall Jones. Era correcto. Era hasta justo. Era ilegal, claro. Pero nadie podía permitir que El Chebo cometiera la sacrílega victoria que, además, no le serviría para nada. Casi cualquier otro peleador de primer nivel podría vencerlo. Así terminó la función.
Don Muy Alto Jones se retiró del box. No volví a verlo. Un buen día se presentaron sus asesores en mi oficina, cancelaron los contratos legalmente y el negro tuvo la delicadeza de mandarme un cheque para indemnizarme con cinco mil dólares.
–Míster Jones dice que boxeo es no para él. Él no gusta de combate sin pretexto. Necesita una ovoide por combatir. –Fue la defectuosa explicación de uno de sus nuevos asesores y se retiraron rápidamente.
Muchos meses después, en el Paraíso de Cortés, un lupanar de medio pelo, me encontré a aquella muchacha, la masajista de don Muy Alto.
–¿Cuándo traes a otro boxeador negrote como aquel señor que vino a pelear aquí? –me dijo–. Tenía muchos dólares y era muy buena gente.
–Entonces ya no trabajas con él.
–Ay, no. Me propuso matrimonio. Pero hasta que ganara el campeonato mundial. Cuando le pegaron se desanimó. Me explicó después por qué; dijo que pelear con mexicanos era como hacer foqui-foqui con mexicanas. Que es divertido pero peligroso, dice que nadie pone tanto el corazón en lo que hace como nosotros. Y eso es lo peligroso para él. ¿Tú crees?

domingo, 22 de julio de 2007

Caza de Citas

Caza de Citas

Pterocles Arenarius



Amo de tu silencio.
Esclavo de tus palabras.


No, si de que vamos bien, no hay duda; la incertidumbre es a dónde putas vamos con estos (y estas) funcionarias. A dónde hemos de ir, directo a la catástrofe. La cuestión sicológica es digna de aplicárselas a ellos, un buen test, porque el país se hunde y ellos nos tranquilizan diciendo que “no nos preocupemos, el hundimiento de México es sicológico”.
El temor que demuestran los agricultores nacionales ante la total apertura de los mercados de México y Estados Unidos para 2008, en el contexto del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), es una cuestión “sicológica” más que una realidad comercial afirmó Blanca G. Villarello, coordinadora general de promoción comercial y fomento de las exportaciones, de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa).
Sí, cuando peleaba Kid Pascualito y decía “qué madriza me están poniendo”, su mánayer lo animaba dicendo, “no debes mostrar pánico, no te preocupes, las lesiones son sólo sicológicas”, hasta que en una de esas madrizas sicológicas mataron a Kid Pascualito.
“A excepción de maíz, frijol, leche y azúcar, se abrieron todos los productos y vamos bien. Yo no lo vería con pánico: hay tanta interdependencia entre nuestros países que a ninguno le conviene dañar al otro” puntualizó la funcionaria. Ya nos partieron toda la madre y ahora van por el maíz, pero el miedo es sicológico.
La Jornada, 21 de julio de 2007, nota de Mariana Norandi.

Y mientras el país se hunde, los honorables funcionarios siguen haciendo agujeros a la nave.
La decisión del Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores (Infonavit) de poner el venta cartera vencida, es decir, créditos que no se han pagado, ha hecho surgir un “lucrativo negocio”, en el que una empresa estadunidense y otras locales han obtenido grandes ganancias a costa del patrimonio de por lo menos 50 mil familias de bajos ingresos.
Los funcionarios y sus amigos se hacen millonarios realizando “productivos” negocios que perjudican a los mexicanos más pobres. ¡Adelante, imbéciles!, la nueva revuelta popular se lo agradecerá.
Otro medio millón de mexicanos podrían ser echados a la calle si Infonavit decide poner en venta más de 110 mil créditos catalogados como cartera vencida, denunció la secretaria de asentamientos humanos y vivienda, del “gobierno legítimo”, Laura Itzel Castillo.
Ésos son negocios, no mamadas, ganancias de mil por ciento. ¡Arriba los hermanos Bribones, o Bribiesca!, como se llamen.
Hizo notar que Capmark, la empresa estadunidense que ha sido beneficiada por Infonavit, obtiene ganancias de mil por ciento, ya que obtuvo las viviendas en 22 mil pesos y las revendió en 700 mil. (…)
Otra hazaña de las ratas azules, tan insaciables como las tricolores, pero mochas, eso sí.
(Dijo también que) (…) “Además Capmark levanta sospechas, porque se ha alternado con Construcciones Prácticas, empresa ligada a los hermanos Bribiesca Sahagún, en la obtención de créditos a precios bajísimos”.
La Jornada, nota de Andrea Becerril, 22 de julio de 2007.

Y ahora una de un Ulises, la moderna maldición de México, concentrada en Oaxaca.
A la opinión pública:
Las agencias de viajes de Oaxaca exigimos un trato justo a todos los medios de comunicación en el sentido de que por meses hemos vivido en paz y tranquilidad y no lo han informado. Claro, en Oaxaca está el paraíso y dios se llama Ulises.
Tenemos casi 8 meses de paz y calma y es necesario que lo sepa el país entero, el mundo entero, Televisa no lo ha informado. Sólo se concreta a los aspectos negativos, siendo con esto parcial y tendencioso (y además cambia de sexo cuando se le antoja). Pues a los eventos aislados de violencia les da cobertura nacional y en horario estelar, perjudicando con esto a cientos de miles de ciudadanos que están indefensos pues no tienen voz, pues Televisa y Loret de Mola sólo le dan voz e imagen a la anarquía, al amarillismo y a la violencia. Loret de Mola, deja de defender a los violentos, explícanos por qué estás contra Oaxaca. Loret de Mola, no seas cabrón, ya no apedrees a los policías. Y, además, de los ocho meses de santísima calma no transmitiste ni siquiera un mes.
A Televisa, Oaxaca te exige que seas imparcial, que hables con los oaxaqueños trabajadores, que muestres la realidad de las cosas, que muestres que Monte Albán y Mitla se encuentran intactos y majestuosos, que dejes de impedir el desarrollo de Oaxaca difundiendo sólo las malas noticias. Ya no generes más pobreza. Ya no generes más pérdida de empleos. ¿Entiendes, Televisa?, si en los quinientos años que llevan de pobreza los indígenas no hubieras generado tanta pobreza y pérdida de empleos seríamos todavía más felices, chingao.
Hay más Oaxaca que sólo malas noticias, Oaxaca es más grande que sus problemas (claro, los problemas sólo se encuentran en los municipios y en las ciudades y en la mayoría del territorio, donde no hay gente, no hay problemas), en el DF y en otras ciudades hay marchas y plantones (y ya nos contagiaron, nos han sacado de la felicidad). Oaxaca es más que sólo malas noticias, aquí hay familias, hijos, madres, hermanos, gente honorable y trabajadora. Porque de seguro que allá en el DF no hay madres ni hermanos ni gente… etc.
Al gobierno de Oaxaca le exigimos que garantice los derechos de la ciudadanía, de los oaxaqueños trabajadores y respetuosos. No sólo los vándalos tienen derechos humanos (ya lo dijo aquél prócer del Estado de México, las ratas no tienen derechos humanos), también los niños, los padres y las madres de familias tenemos derechos. Los apoyamos desde esta cacería, que el asesino Ulises Ruiz Ortiz mande a matar a todos los que perturban la paz, la prosperidad y la armonía de Oaxaca, es más, que los mate él mismo, que les eche una bomba atómica a la APPO, a la Sección XXII del sindicato de maestros y a todos los que se le opongan.
El respeto al derecho ajeno es la paz.
Oaxaca de Juárez, a 20 de julio de 2007.
Ulises Bonilla Martínez, presidente. Ulises tenía que ser este imbécil.
Asociación Mexicana de Agencias de Viajes de Oaxaca, AC.


Sigue un pinche loco.
El sacerdote Pedro Mendoza Pantoja, coordinador general de exorcistas de la arquidiócesis de México y organizador del tercer Congreso Nacional de Exorcistas y Auxiliares de Liberación, calificó de exitosos el desarrollo del citado encuentro y criticó a curas que dudan de la existencia del demonio. Cómo serán las reuniones de un grupo de pinches locos; todos estos güeyes que se ponen a practicar la expulsión de demonios.
(…) dijo que se logró “sensibilizar” a los obispos participantes en “este curso teórico-práctico” para que se aborde el tema en los seminarios, y así el número de exorcistas aumente y “los sacerdotes empiecen a tomar consciencia de la importancia de este ministerio”. Si así los pinches padrecitos se cogen a las muchachas, violan a los niños y a las niñas, ¿qué harán imbuidos por ideas de que el diablo anda suelto?
(Dijo que) (…) “actualmente muchas personas sufren diversos tipos de afectaciones demoniacas debido al alejamiento del hombre de la fe, lo que lo hace crédulo en magia, brujería, maleficios, horóscopos e incluso en la muerte, y todo esto los sacerdotes no lo atienden porque no saben como hacerlo”. A ver, explíquenos, ¿entonces todos los que creen en la magia, maleficios y horóscopos y la muerte requieren un exorcismo? Se me hace que este pinche padrecito anda buscando chambas.
(…) hay países en los que no hay exorcistas, entre ellos Portugal y Suiza. Para el clérigo esta es una carencia “aterradora” (Por supuesto, por eso hay tanto endemoniado en esos dos países). Agregó que “hay muchos escépticos entre los mismos sacerdotes”, pero advirtió que “olvidan que quien no cree en la existencia del diablo está fuera del evangelio, por más que quieran darle explicaciones de tipo sicológico o de otra índole”. Cabe destacar que la existencia del demonio es un dogma de fe de la Iglesia, así como lo es el dogma principal sobre la existencia de Dios. Muchos han empezado a creer en el diablo cuando ven que es posible que haya hombres (metidos en sotanas) que son capaces de violar niños por cientos y sus jefes capaces de protegerlos contra la justicia. ¿Nombres? Marcial Maciel, Nicolás Aguilar, etcétera, etcétera, etcétera…
La Jornada
, 22 de julio de 2007, nota de Carolina Gómez Mena.

La ODCA interviene en los asuntos internos de un país libre y soberano; Venezuela.
Caracas 21 de julio. La directiva de la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA) se pronunció hoy en contra de las tendencias “populistas y autoritarias” que atentan contra las libertades en América Latina.
El presidente de la ODCA y dirigente del Partido Acción Nazional (la errata no es casual) (PAN), de México, Manuel Espino, afirmó que un ejemplo de estas tendencias es Venezuela, a cuyo gobierno criticó por la medida de retirar la concesión al canal Radio Caracas Televisión (RCTV), y la intención del presidente Hugo Chávez de reformar la Constitución para establecer la relección sin límite de tiempo. El retiro de la concesión es asunto venezolano. Pero ¿por qué no se pronuncia por la intromisión ilegal de las televisoras de México en el proceso electoral de 2006?
“Tenemos la convicción de que los medios de comunicación son contribuyentes importantes al fortalecimiento democrático, de la crítica a la expresión de gobierno, a los fenómenos sociales. Es muy importante que los medios de comunicación vayan madurando en nuestras democracias y se lleguen a consolidar”, indicó en rueda de prensa. Claro, y más cuando maduran la democracia de los de arriba y contra los de abajo. Y en México la democracia es la de los políticos corruptos y de los empresarios abusivos. La democracia de los rateros.
Agregó que en un gobierno que no es tolerante a las críticas se corre el riesgo de incurrir en un sometimiento de la expresión de los ciudadanos. Ah, ya sabemos, se refiere al ahorcamiento de Radio Monitor por parte de Fox con el tiro de gracia de Felipe, El Espurio, Calderón.
(…) lo que ha sucedido en Venezuela con RCTV es un abuso, un atropello de parte del gobierno. No encontramos justificación para que a un medio de comunicación no se le permita seguir operando, no hay explicación de fondo de porqué se ha cerrado”, recalcó.
Espino agregó que “parece que lo que ha sucedido en realidad es que al Presidente no le ha gustado la crítica a su gestión”. ¿Abusos y atropellos? Ya sé, habla de Oaxaca, de Pasta de Conchos, de Sicartsa, de Atenco. Pero se quedó corto, en estos casos tenemos que hablar de corrupción, de muertos, de asesinatos, de represión y de dictadura fascistoide disfrazada.
La Jornada, 22 de julio de 2007, nota de la agencia DPA.

viernes, 20 de julio de 2007

Madreardiendo y Bailarás
(En plan Pirata)


Pterocles Arenarius


Nada hay más culero y peligroso
en este mundo que una puta enfurecida.

Chucho López


Aldegundo, El Bailarás, ya estaba hasta su madre. Rubicel, El Madreardiendo, se mantenía entablado. Yo estaba un tanto bútago, normal. El así llamado Madreardiendo --por ser hijo de puta-- fue el que dijo:
--Ahí’stá puesta, es La Pirata. Vamos dándole pira, ¿qué pastel?
--¿Encañonarla? Negra sea tu madre si no. Va que va --sostuvo el entenado de padrote que por lo mismo sobrenombran Bailarás.
La Pirata había pasado, taloneando, por la loncha. Bautizada Itamar, era puta de tercera generación, y tuerta desde los tres de edad por descuido de su madre.
--Esa Piratita, jálese pa’cámbaro y sóplese una cervatana con la banda.
Ella buscó al Bailarás hasta centrarlo con su ojo el no parchado --¿Uñas?, ni maiz, mi ñero. Si te mochas, como vas-quez, pero chido. Si na’más una, y luego chela, pues pa’qué.
--Desmárquese y arrímese, princesa; ‘orita nos cambiamos hasta el nombre pa’ponernos: Pedisérrimos.
Y se hizo: a chelear parejo. El plan iba empezando. Llegó el primer pancho; fue por culpa de la fuerte meazón que se desboca en la peda chelera. Soltándose en el mingitorio, El Madreardiendo --autonombrado El Garrote de las Putas-- también soltó el artegio:
--A las vivas, ése: empedarla como bestia. Cuando caiga; un jalón aquí nomás al basurero… Allí aventarle caballería y luego ya le damos verga. Sencillo.
Era el plan: segunda fase.
--Paso…
--Chale, ¿te abres?
--Es mal pedo…
--Mira, güey, con lo que cargas no le haces ni cosquillas. Es más, chance y no se dé ni cuenta. Si le entras le hago un robo y bailo con títeres la micha.
--Nel, cójanla si quieren, no la roben.
--Ya rugiste, camaleón.
Al retorno, este bato, harto bútago, en un trompicón, hizo el derrumbe de una torre de cajas de refresco. --Es que la mierda está muy angostita y uno anda pedernal.
Así era. Amontonamientos marcando un pasillito para salir al cuadrado de láminas con su viejo escusado apestoso adentro.
--Cayendo el muerto y soltando el llanto --le dijo doña Dionisia, madrota nueva y ponedora vieja; recién propietaria del congalillo con mal disfraz de loncha que ella rotuló como: “Los Amores de Emeterio. Lonchería del barrio” en recuerdo de su padrote más querido, muerto en manos de la tira por aguantar sin aflojar, como ninguno, en el pocito.
Los Amores…: local cuadrado, paredes en rosa chido de pintura de aceite “porque los borrachos son muy puercos”; mesas y sillas de lámina con anuncios de Corona y Coronita. Los amontonamientos: hartos triques: cubetas, cazuelas, braseros, comales, cajas de botellas, cajas con chilpayates enredados en trapo sucio, trastos, buti madres pues.
Sirven las chelas unas morritas, quince o menos de edad, en sus inicios en el talón y la ficha. Inditas rucas torteando garnachas y, a güevo, la vitrola sonando recio.
De repente salen de las coladeras unas cúcaras gordas como ratones. Estando crudo espantan: hacen que dé la cruda de loco nervioso que se cree perseguido. Por ser tan feas uno las despanchurra. Truenan y sueltan una como pus, pero es más blanca y huele gacho. Estas cucas se llaman teposcuanas. También salen ratas, pero ya nadie les hace caso.
--Le pago hasta el buen modo, esa doña --presumió el parido por suripanta (sin ofensa). Seguimos la ruta de la libación, hasta que:
--Aquí ya no se sirve, machines, aflojan la luz o se nos acabó la amistad --reclamó la madrota gelatineando sus noventa kilos ya casi emperrecida. Y es que además debíamos el derrumbe.
--Pues una vaca, ésos, ¿qué transa? --dijo el Rubicel y escarbamos el bolsillo. Nos vimos sometidos por la droga y ni siquiera habíase jalado la menor bacha. El desfalcón nos dejó en la ericez. Le sesgamos. El plan fallaba. Pero no…
Alcanzamos todavía para mercar un aguarrás ya en ventanilla. Luego directos al baldío de la que fuera nuestra escuela, ahora ya en función de basurero. A inflamar. Cuando se sintió tantito henchido, Rubicel, (el hijo de madre puta) soltó prenda:
--Mi Piratita, tres cosas, decentemente… una: que me la voy a coger. Dos: que si usté gusta de mamarme la verga un rato no me importa, o sea que no hay fijón. Y tres, que se moche con billete que ya nos desfalcamos.
--No hay tal, cabroncito, ahorita no se me hinchan las verijas y contigo menos… Chance y al rato ya más peda, si te esperas…
--Es que no te estoy pidiendo permiso, princesa. Y para más, si no te pones, aquí mi valedor, padrote y ratero, está ya urgido por robar, ¿cómo la ves?
Moviendo mucho el cuello para ver al personal se puso a las vergas. Era como una perra brava y acosada.
--Culeros…, ya van. Nomás que va a haber pedo… No me voy a dejar.
--Te vamos a tener que rajar tu madre, mi reina…
--Pero uno solo… No hay que ser mierda… Si es uno y me madrea, que me coja y hasta se la mamo, derecho. Pero billete no hay.
--No p’s yo te voy a coger, me la vas a mamar y luego te voy a robar tu billete, hija…
--Ay, carnalito, Bailarás, si te avientas tú solito me la persinas…
--Pos por eso, es que te vamos a aventar caballería… ¿Sí o no, ese Petrarca?
--Ni madres, Bailarás, es cuata. Va derecho. --Le dije haciéndole un hocico muy culero.
--No hay pedo, hijo; va un tirito derecho: tú y yo, Pirata. --Y decir como hacer el Madreardiendo se puso a tiro y armó la guardia. Jactancioso el cabrón todavía volteó a vernos--: esta pinche vieja pelea como cabrón, ya la conozco. --Entonces Itamar, la Piratita, hija y nieta de rameras, madreadora cotidiana, le cambió el estilo y empezó a pelear como vieja: le apañó un fajo de greñas para rasguñarle bien la jeta. El cabrón trató de someterla con dos tres vergazos, pero ella aguantó; se veía que la madriza, era, para ella, sí, cosa diaria. Peleando astutamente encontró forma de asestar un patadón harto culero en los meros aguacates. El Madreardiendo (golpeado una vez más de miles por puta desde que era chiquito) hasta brincó, tan fuerte había sido el cabronazo. Pidió tregua y se calmaron.
Error, mi Piratita. Lo dejó recuperarse. El cabrón dándose chance le dijo:
--Chale, hija, ni que tuvieras el ojete de oro, si nada más te queremos coger --pujaba agarrándose los güevos. Vi que chillaría si no hubiéramos los que habíamos.
--¡Refuerzos, refuerzos!, ¡chale!, la madreamos, la cogemos y la robamos --aullaba yendo pa’llá y pa’cá el pequeño entenado de padrote--, ya desgüevó al primero, ¡no mames!
--Cálmex, mi ñero. Lo que es derecho no es chipotudo --le dije para calmarlo.
El hijo de puta la agarró descuidada y le atizó semejante vergatanazo que la puso con sus nalguitas en el suelo.
Ella no reclamó, no se quejó. Había sido un descontón harto mierdero. Sólo se puso de pie y empezaron de renuez, ahora sí con odio.
Era una madriza fea. Como pocas he visto. Ella le rasgaba la jeta con sus uñas, él, asestando puñetazos, le sacudía la cabeza, la hacía tambalear. Se zarandeaban, se estremecían, se iban en banda, gruñían, pujaban, bufaban, jadeaban, chillaban. Chingada madre. ¿Cómo pararlos? ¿Cómo decirles que ahí muere y al chico rato se la sacan? Carajo, ¿cómo hacer que entendieran que no había pedo, que ni siquiera se muere por cogerte, Piratita; y que si tantito le buscas por la buena, ella te chupa la verga en plan de cuates, Madreardiendo? Dolía ver como se madreaban. Era asqueroso ver como se madreaban. Era peor que ver una película pornográfica de las más puercas ver como se madreaban mis dos cuates. ¿ Cómo pararlos si era un tiro derecho y estaban en terreno? Ella mordía como perra. El golpeaba desesperado. Los dos sangraban. Ni modo.
Los hombres tenemos más fuerzas.
Ella se venció. Se acuclilló, bien fatigada. Sabedora de que no hay perdón, se aculó en la pared cubriéndose la cabeza con los brazos, espiando entre ellos con su único ojo para ver por lo menos de que lado se cargaban más los chingadazos. Ya no tenía fuerzas.
--Ya déjala --grité. Él, enojeteperrecido, le alcanzó a encajar unas tres patadas, fuertes, crueles. Sentí feo cuando ella, pujando, las recibía.
--No seas mierda, ya no le pegues. --Lo amenacé. El Bailarás estaba entre espantado y reencabronado.
--Me sangró y me rompió mis güevos esta perra --lloraba el Madreardiendo porque lo tenía yo bien agarrado.
Ella se quedó resoplando, arrinconada, redoliéndose.
El cabrón se orilló lanzando mierda en voces, encabronado como nunca.
--Chingada madre. Ahi se ven. Ya se me quitaron las ganas de cogerme a una puta de éstas. --Y se fue por un agujero de la barda.
La Piratita se paró engallada, brava, como nueva. Buscaba con su ojito casi cerrado a chingadazos por dónde jalaría el cabrón. Con la bemba inflamada, borboritando sangre espumosa le gritó: “¡no pudiste, hijo de tu puta y perra madre. No pudiste!”. Se empezó a carcajear, fuerte y de la más fea manera posible, como si estuviera vomitando. O gruñendo. O llorando. O tosiendo. O roncando. Y de repente le gritaba ¡no pudiste, perro!
Desde que nació, El Madreardiendo nunca ha podido con las putas. Oyó la grita. Se detuvo. Caminó de regreso. Seguía. El temblaba. Le mentó la madre con el codo. Lloró. Se fue.
Ella siguió carcajeando hasta que su risa se volvió un sollozo de animal. El Bailarás estaba estremecido. Me miraba. Dijimos chale.
--Ya no chille, Piratita --se animó a consolar. La abrazó, le revolvió sangre, moco y lágrimas con cariño en la cara.
--¿Tú también quieres, cabrón?
--No, manita, yo sí te respeto.
--¿Tú? Tú chingas a tu madre, pedazo de culero.
Empezó a cachetearlo.
El Bailarás, entenado y criado por padrote, enseñado a bailar para controlar y hacerse amar por putitas de billete, el Bailarás, harto ñango, con su gorrita de estambre a rayas que tiene una borla hasta la punta; El Bailarás que no es perro, que no sabe meter las manos, se echó en reversa. Ella lo persiguió, le atinó dos que tres sonados bofetones y le sugirió: “vete a rechingar a toda tu puta madre de aquí”. El aceptó de conformidad y para demostrarlo salió corriendo, no por otra cosa y menos miedo, sino para agarrar vuelo y brincar una barda.
Quedamos en las ruinas de la que fuera nuestra escuela, donde nos enseñaron a leer y… a escribir.
--Chale, pinches mierdas --dijo La Piratita y salió.
Saqué y encendí cigarro. De tabaco. “Qué pinche puta tan hermosa y brava, carajo” dije entre mí. Ya se me había cortado la peda. Cerré los ojos. Repasaba. Entonces oí su voz lenta, ronca.
--Regálame un tabaquín, ése --acercándoseme mucho, seductoramente, con su aliento de caguama. Fumamos juntos un rato, sentados en piedras a medio basurero. Las ratas paseaban buscando alimento entre la basura.
--Oye, manito, no lo vayas a tomar en otro plan, arrímate pa’cá, no seas así… --Jalé mi piedra junto a la de ella. Itamar, La Piratita, me ayudó. Se sentó bien pegadita y apoyándoseme. Sentí como se le iba viniendo, desde lo muy adentro. Primero un temblor, luego el estremecimiento hasta que estalló en un sollozo de niña chiquita. Se me acurrucó en el pecho llorando. Llorando. Echando lágrimas por su único ojito. La abracé.
Mucho rato después se calmó. Suspiraba y de repente hacía pucheros. --Me rechingó más que si me hubieran cogido los tres juntos por la fuerza. Pero no me cogió, ¿verdá? --preguntó casi dudando.
--Itamar, eres una perra. --Sonrió dulcemente.
--Oye --me dijo tomando mi mano y mirándome a los ojos-- ¿me coges, por favor?
--Carajo, encantado…
Le di un largo beso en sus labitos hinchados que me dieron sabor a sangre. Nos fuimos abrazados a comprar cerveza en ventanilla.

jueves, 19 de julio de 2007

El mensajero

El Mensajero

Pterocles Arenarius

El Diablo es Dios
interpretado
por los perversos.
¿?

Ignoro la exactitud de la circunstancia que les permitió ponerse en contacto conmigo. Pero nada asombra en tiempos de internet y comunicación satelital. Luego he pensado que si los hechos hubieran ocurrido en la olvidada época de la primera caída de Bagdad, tampoco me habría sorprendido.
Por pretender información fidedigna visité múltiples páginas de la red desde los momentos en que se amenazaba a aquel país, a aquella ciudad, luego lo hice también durante los combates ¿o debo decir asesinatos? Alguna manera --sospecho que aquellas incursiones en tantos sitios de la red me hicieron notorio-- encontraron para comunicarse conmigo. ¿Cómo me eligieron? Tengo una versión inverosímil, la que ellos me dieron y que aquí será conocida. El 16 de abril encendí mi computadora, revisé mi correo electrónico y ahí estaba el mensaje de Mujamed Abdulá Al-Saffir. Abrí la carta.
"Honorable señor Pterocles Arenarius
Que la paz y la salud sean con vos
Alá es Grande. Alabado sea.
"El Al-Muh-Essim Al-Arif (hoy traduciríamos –con la mayor simpleza– El Libro de las Alabanzas) ha sido rescatado. Tenemos que confiar en alguien para que lo custodie mientras las condiciones en nuestro país se modifican. La tradición nos enseña que los bárbaros son incapaces de sospechar la veneración por un libro irrecuperable, también estamos ciertos de que el libro peligra, por más que, si fuera destruido, en muy poco habría de alterar los designios de Alá, que grande es su gloria. Pero la destrucción de El Libro costaría sufrimientos enormes a quien consumare tal atentado y, también, a toda la humanidad, un libro cuya antigüedad física es de más de ochocientos años y que fuera inspirado por la divinidad --usted dirá de haber sido creado-- hace un milenio más la mitad de otro, y que guarda secretos que hoy son indescifrables. No podemos ponerlo en peligro.
"Al-Muh-Essim Al-Arif pertenece a la humanidad, a la parte que ha encontrado como hacer de su existencia metal precioso, pero más pertenece a los hombres que vivirán en nuestras tierras en los siglos venideros y que buscarán. Y el que busca debe encontrar. Tal es en este caso, nuestra misión. Por un lapso que quizá sea largo es importante que el libro no se encuentre en mi país. No pertenezco a un organismo de gobierno, menos a alguna empresa lucrativa. Los Hermanos del Viejo de la Montaña, a donde la Gloria de Alá me ha designado, es una asociación dedicada a realizar La Obra del Altísimo. Hemos decidido que a usted corresponderá custodiar El Libro. Tenemos razones para esta decisión. Esperamos su respuesta. Y su venia".
Pensé en una broma. Pregunté sin delicadeza cuánto me costaría lo que fuese que deseaban de mí. Me intrigaban varias cosas. Los nombres parecían auténticos, el lenguaje verosímil, aunque demasiado correcto si es que eran árabes, lo cual, de hecho, nada me indicaba, la circunstancia era desconcertante. El mensaje estaba fechado en Francia, en un lugar que se llama El Langedoc. Un libro tan antiguo me despertaba una inmensa curiosidad. Un libro. Era sólo un libro. Acepté.
No hubo más de tres mutuos mensajes. Eran días de espanto. Leer noticias era ingresar en la depresión. Procuré dedicarme a menesteres que me aliviaran. La soledad, la música, el estudio de las ecuaciones diferenciales con variable compleja, la meditación. Y dejé de visitar la red y leí periódicos muy poco. Ya no era posible hacer más de lo que se había hecho contra la guerra. Habíamos gritado, habíamos manifestado nuestra aversión, repudiamos, escribimos. Nada sirvió. Había estallado la guerra y los jinetes del apocalipsis galopaban arrasando con muerte y destrucción aquel país. Olvidé mi aquiesencia. Por eso tuve gran extrañeza y desconcierto cuando, en los días de la destrucción de Bagdad, dos hombres barbados, incontestablemente árabes me interceptaron un buen día que terminaba de tomar un café y luego de una sesión más que gratificante de unas dos horas de lectura. Uno era enorme, casi obeso, la nariz de águila, los ojos descomunales y oscuros decorados por pestañas impresionantes que, si no fuera por las negras barbas rizadas lo harían confundir con una enorme y desconcertante mujer; lo anterior además del color de la tez indicaban a cualquiera que no podían ser más que árabes. Éste jamás habló. A pesar de su vestimenta occidental daban la impresión de que se habían quitado sus vestimentas del semioriente cinco minutos antes y de traer los turbantes, los tocados y los camisones (ignoro los nombres de tales prendas) en una maleta, prendas con que vemos a gente árabe en las fotografías periodísticas. El otro era de estatura mediana, entre su ordenada barba muy tupida resaltaban también los hermosos ojos de árabe, cuya profundidad era casi como la de quien está bajo el poder de un poderoso alucinógeno. Él era Mujamed Abdulá Al-Saffir.
Mi comunicación con Abdulá se dio, por ironía, en un inglés más que imperfecto de ambas partes, por el cual, sin embargo, me di cuenta (hablando con construcciones del español pero usando palabras del inglés, mientras él, seguramente, las hacía del árabe con palabras del mismo idioma) que las formas del pensamiento están muy cercanas. Era una salvaje ironía, que la víctima y el pretendido custodio hablásemos en el idioma del agresor. "Esto es un signo del inmenso poder de Alá", me dijo el árabe cuando le hice notar la circunstancia. Es indiscutible, pensé, puesto que los designios de la divinidad son inescrutables.
Los invité a conocer lugares de Guanajuato. Traté de mostrarme cortés y conocedor, pero también modesto y, errónea, temerariamente –sin la menor idea del sentido del humor árabe–, intenté ser gracioso. Por sus actitudes concluí que fracasé escandalosamente. No entendieron las bromas o carecían de sentido del humor o eso no existe entre los árabes. Les mostré algunos de los orgullos de esta ciudad, les anoté –como sin darme cuenta de lo que decía– que Guanajuato es Patrimonio de la Humanidad con certificado de la Unesco, quizá no debí hacerlo, miraban con idéntico interés cuanto les mostraba. Mientras más tiempo iba pasando me sentía más embrollado, menos dueño de mí mismo. Ellos estuvieron imperturbables, ensimismados en una serenidad que de pronto sentí muy profunda, quizá melancólica o quizá sublime. Entramos, al fin, en un café, de una de las hermosas plazas, para hablar de cosas que nos incumbieran. El libro. Abdulá fue directo.
–Traemos El Libro que permanecerá en su poder. El lugar y el custodio, esta ciudad y usted, han sido encontrados con tal acuciosidad que no requerirá, míster Arenarius, cuidados ni vigilancia, ni siquiera precauciones especiales. En occidente hay tres personas que saben donde está el libro y estamos juntos.
–¿Cuándo vendrán por el libro?
–No es posible hacérselo saber ahora. No se preocupe, no alterará su rutina en absoluto. A menos que usted quisiera traicionarnos de alguna manera.
–¿Tratando de vender el libro?
–Por ejemplo. Pero tenemos la confianza que no lo hará.
–¿Por qué?
–Conocemos un poco de lo que podemos llamar su personalidad, su instrucción académica, sus preferencias en varios ámbitos. Confiamos en que no nos traicionará.
Pensé: ¿Me habrán espiado? –¿Cómo han obtenido esa información?
–Tenemos maneras que no son convencionales, digamos.
–Hablemos del libro. ¿Qué clase de escrito es el que contiene?
–Es un libro sagrado. No pertenece al Islam. Es una tradición que llamamos iluminación original. El contacto con la divinidad de hombres muy antiguos.
–¿Es tan importante el libro como para arriesgar así la vida?
–Ante un objeto como ese libro cualquier vida es poco.
–¿Por qué ustedes, mahometanos, luchan así por conservar un libro que ni siquiera pertenece a su religión? –El musulmán no se inmutó, mostró una sutil mueca y me dijo:
–Todos somos uno y lo mismo, descubrió uno de los precursores de lo que sería después occidente.
–Heráclito, eso es de Heráclito.
–La divinidad es una. Las lenguas muchas. Nosotros la llamamos Alá y todos los caminos conducen hasta Alá, que grande es su gloria.
–¿Por qué habría de ser ese libro importante para mí, excepto por su antigüedad? –Guardaron silencio. Sentí que habíamos llegado a un punto clave de la entrevista. Abdulá habló con su inglés raro, su actitud impertérrita, un acento árabe atenuado y la neutra monotonía de su voz.
–Señor Arenarius, nos hemos fijado en usted porque, aunque es un occidental racionalista, su sensibilidad, que ha cultivado a través de la apreciación y el disfrute de las artes y su cultura nos hacen pensar que nos entenderá. Por otra parte, a pesar de lo anterior usted no es, digamos, alguien prominente. Eso nos da más seguridad. Tenemos confianza en que nos entenderá, como ya le he dicho. O al menos tendrá alguna forma de idea de que así ocurre. Antes que nada quisiera hablarle de la destrucción de objetos de poder, usted les llamará obras de arte antiguas. Aceptará que en algún momento de la antigüedad arte, religión y ciencia eran uno y el mismo cuerpo. –Acepté con afirmación convincente–. Ahora quiero recordarle algunos momentos históricos.
Y me habló de momentos terribles para las obras de arte, las mutilaciones de los maravillosos dioses y efebos griegos y sus venus prodigiosas de belleza, recordamos a aquel perdulario que incendió el templo de Diana en Éfeso, conversamos de las múltiples desgracias que ocurrieron a los saqueadores de tumbas egipcias; del hecho de que en la tradición de ese pueblo existen historias horrorosas del implacable destino que sufrieron siempre aquellos codiciosos, incluyendo al equipo moderno de británicos de los años 20 encabezado por Carter y Lord Carnavon. Recordamos la Biblioteca de Alejandría cuya destrucción fue equivalente a trepanar cuanto de conocimiento se había acumulado hasta entonces, mencionamos la destrucción de tesoros en Mesoamérica, pero también de su sobrevivencia y del destino sombrío de sus destructores. Recordé la anécdota, ciertamente curiosa, de que George Gordon, enrolado en el ejército insurgente griego contra el opresor otomano, lanzó un anatema contra aquel oscuro comerciante británico que robó la escultura en altorrelieve del frontispicio del Partenón cuando el poeta se enteró del atraco. Los conocedores están de acuerdo en que la suerte de aquel hombre fue funesta, aunque nadie la asocia con la maldicion byroniana; "para nosotros es muy clara la relación de causa a efecto entre esos objetos de poder, más la imprecación del poeta; por más que los tesoros se los requisara el gobierno inglés" dijo Abdulá. Recordamos el maravilloso tesoro de Heinrich Schlieman y Sophia Engastromenos y su rescate de las riquezas troyanas ante la vulgar estulticia de los turcos y aun de muchos escépticos occidentales. Me dijo: "Ese es un ejemplo típico del buen uso de los libros como objetos de poder. Usted sabe que Schlieman hizo sus descubrimientos estudiando a Homero y a Pausanías, a Sófocles y a Esquilo". Abdulá me asombró por conocer la maravillosa historia de la conservación de la Coatlicue que, creyéndola una imagen de satanás, no se atrevieron a destruir los españoles, aunque dejaron testimonios en dos ocasiones en que sendos clérigos sufrieron la fascinación y gozaron el terror de la espantosa belleza que reside en la escultura. De sucesos recientes recordamos la bestial destrucción de los Budas monumentales en Afganistán.
–Esa es una buena muestra de lo que desata en el mundo real la destrucción de un objeto de poder.
–Son historias espléndidas o bien monstruosas que me hacen pensar en maravillosas o terribles coincidencias. Algo trascendental hay en la relación de los hombres con las obras de arte, fatal o sublime.
–En efecto, míster Arenarius; su frase nos confirma que no cometimos un error al escogerlo para que custodie el libro.
–¿Pueden decirme qué los hizo pensar que yo podría cuidar ese tesoro?
–Su nombre.
–¿Mi... nombre?
–Bueno, muchas otras circunstancias que no entendería, o más bien no nos creería. Pero su nombre, Pterocles Arenarius, que, en latín, acumula el fuego del vuelo, con el aire donde se realiza, más el agua que es hábitat del ave aludida y la tierra que explícitamente se menciona. Los cuatro elementos. –Las virtudes ajenas deseadas, nos hacen amar a los personajes que las acumulan. Cuando un virtuoso emplea el don que en él admiramos para hacernos una lisonja recibe, expeditamente, en su mano, la llave de nuestro corazón. Admiré su erudición que, en tan pocas frases demostraba conocimientos profundos de latín, zoología, ornitología, mitología y quizás alquimia o alguna disciplina que desconozco, además de la propia lengua. Nadie, en años, había tenido idea semejante ni mucho menos, acerca de mi apelativo ciertamente extraño. De pronto estaba seducido por aquellos hombres exóticos, lejanos, extranjeros–. Míster Arenarius, lo diré en términos occidentales, ¿usted tiene idea de lo que significa para el espíritu de la humanidad la destrucción de un poema cualquiera? ¿De un gran poema? En cualquier caso es un retorno a la bestialización. Puesto que un poema es, siempre, un paso más en el camino de la iluminación de un hombre, de un desconocido al que el poema llegará precisamente en el momento en que lo necesite. ¿Qué significa destruir una liturgia? ¿Una oración, una invocación a la divinidad que fue inspirada a un hombre hace cinco mil años? Los poemas son oraciones. Usted lo sabe. Nuestras oraciones, las de cualquier gente, en el mundo, en la historia, son poemas. Le diré algo en sus ámbitos para que nos entendamos, todas las filosofías occidentales han planteado tres preguntas. ¿Quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos? Dicen que la primera es la más importante. Pero ésta no puede ser contestada si no nos respondemos la segunda. Y con la destrucción de cada objeto de poder, de cada libro sagrado que en el mundo existen, esas preguntas se van volviendo cada vez más irresolubles. Nuestro lado oscuro, nuestra inconsciencia animal trata, sin saberlo, de cancelar la posibilidad de que contestemos la segunda pregunta. Y con ello tampoco la primera. Paradójicamente así logran que la tercera no tenga incertidumbre: nos aclaran que avanzamos hacia la destrucción. Regresamos a la animalidad.
–La legendaria Bagdad está siendo destruida.
–Bagdad, donde transcurren Las Mil noches y una Noche. Donde los hombres que habían empezado a pensar, dieron inicio a esta aventura, la civilización, que es un trance de condena, pero también de salvación. Señor Arenarius, Al-Muh-Essim Al-Arif salvará a humanos. Quizás a miles. Que salvarán a miles. La Obra de Alá, que grande sea su gloria, no puede ser detenida por la destrucción de éste ni de ningún libro sagrado. Sólo retardaría un poco la llegada de la luz.
–Dígame una cosa, Abdulá, ¿en qué radica el poder de eso que usted objetos de poder? Los sucesos espantosos ocurren y no se hace sentir el poder de esos objetos.
–Míster Arenarius, quizá un día usted entienda. No hay bien, no hay mal. Hay fuerzas, y hay instrumentos de esas fuerzas. Hay destrucción y hay generación. Los hombres engañados creen que el poder sirve para destruir. El real poder es el que realiza la generación. Los actos de estos pobres hombres sólo son una parte de su propio camino. De su autocondena. No sé de qué manera pudiera explicarle...
–¿Aquél que destruya el Al-Muh-Essim quedará maldecido para el resto de su vida?
–No sólo para el resto de su vida.
–Si el imperio gringo lo destruyera ¿sería también destruido?
–Eso es indudable. Pero costaría a toda humanidad, millones de vidas y dolores que no podemos imaginar. Si ellos destruyeran este libro, esa barbaridad sería un catalizador para los procesos de descomposición de ese país, pero en su acelerado derrumbe dañaría a gran parte de la humanidad. El imperio está destinado a su autodestrucción gradual, por descomposición, como todos los imperios.
–Pero con tal de librarnos más pronto del imperio más poderoso que haya conocido la humanidad, el imperio gringo.
–Es una falsa opción. El mal impera en un mundo tan burdo, en un universo tan grueso. Ellos creen que teniendo todo el petróleo de este planeta estarán más seguros, someterán al resto. Por nuestra parte, que se lleven todo el petróleo. Les servirá para avanzar más rápido en el camino de su decadencia. Todos perdemos si se llevan el petróleo, pero las pérdidas serían mucho mayores si destruyeran los libros sagrados. En una humanidad que ha olvidado sus mitos y sus dioses, sus referencias de lo sublime. Si no fueran ésos que usted llama gringos, sería cualquier otro pueblo bárbaro y ensoberbecido. Siempre habrá un pueblo, templado en el sufrimiento y el odio, que llegará a la cumbre material, engañados por el mundo de las apariencias. Sus ciudadanos, las masas, caen en el pozo sin fondo de la insaciabilidad animal de algunos y a la inapetencia que resulta del exceso de excesos de otros. Terminan siendo sociedades enfermas. Un síntoma es que olvidan la poesía, se alejan de la divinidad. Por otra parte, paradójicamente, por supuesto, y por las mismas razones, también en esas opulentas sociedades surgen los hombres espiritualmente más avanzados, los que intentan dar la salvación a otros, labor inútil, cada uno tiene su camino, sin embargo, hay momentos en que logran lo imposible, algo que es, para nosotros, no occidentales, impensable. Creemos que la salvación, la iluminación
es un proceso absolutamente individual. Pero ustedes, los occidentales, son gente muy extraña. Defienden con tal necedad sus ideas que su candor consigue rozar con la sabiduría y así llegan a comunicar lo incomunicable. Lo logran. La civilización tecnológica es la mejor muestra de eso. Por esa demoniaca creación vivimos, los que estamos en este mundo, a la orilla del abismo. Pero aun así confiamos en que a largo plazo nos salvaremos no a pesar ni en contra de esta civilización tecnológica, sino gracias a ella. Además no tenemos otro camino.
–Están defendiendo a sus enemigos.
–Sí, si así los consideramos, porque, en tal caso no podemos ser iguales que ellos. Hoy todos vivimos en Bagdad, Irak es aquí.
–¿Irak es aquí, Guanajuato?
–Bagdad es todo el mundo. A ellos, a los destructores Al-Muh-Essim Al Arif los protege a ellos de sí mismos. Hoy Bagdad paga con sangre, una vez más. La mil y un veces destruida Bagdad. Pero además no sólo son nuestros enemigos, entre ellos también están algunos de los mejores amigos de la humanidad. Hombres que son voces de Dios y que, según nosotros, Alá, el de inimaginable poder, piensa a través de ellos. De igual manera que en el corazón de cada hombre radican juntos la maldad y el bien. Y así como en ese país son muchos los perversos sexuales, los locos peligrosos y los criminales en serie, también abundan los santos, los cristos y los iluminados. Señor Arenarius, un grupo de sabios nos hemos dado a la tarea de descifrar a Al-Muh-Essim Al-Arif. Conocemos una pequeña parte de lo que dice el libro. Permítame, por último, leerle un mínimo fragmento.
Leyó:
–Por los poderes de Al-Muh-Essim Al-Arif juro que admitiré que me fueren los ojos arrancados y cercenada la virilidad si divulgare, hiciere entrega en manos profanas o sugiriere pista alguna de su existencia. Admito que experimentaré mil regresos hasta que en mil vidas recolecte los secretos que Al-Mhu-Essim Al-Arif contiene.
–Se oye tremendo. Pero me parece que el castigo no son los tormentos físicos.
–No tiene que pronunciar éste, ni ningún otro juramento, señor Arenarius. Son otros tiempos. Pero El Libro se protege a sí mismo. Lo protegerá a usted. Y lo notará. Este es un objeto del divino poder, un libro sagrado. Tiene vida propia. No me lo crea, no le pido que lo haga. Ahora nos vamos, míster Pterocles Arenarius. Déjeme entregarle esto. No pretende ser una recompensa. La mayor que podríamos darle, usted la ha aceptado, permanecer algún tiempo en custodia de El Libro. Pero esta pequeña obra de arte será un buen aliado para usted. –Me entregó una pequeña estatua. No más de veinte centímetros. Un objeto prehistórico. Un dios solar. Un trabajo que, si no fuera por la tremenda fuerza que emite de su expresión, diría que es casi grotesco. El dios solar me atrajo con tan gran poder que me quedé largo tiempo observándolo y ni siquiera procuré una digna despedida mexicana a los hieráticos árabes. Además no la necesitaban. Me quedé sentado con el portafolios de cuero sin mayor peculiaridad al cual endosaron el Al-Muh-Essim Al-Arif para que estando a la vista fuera desapercibido, observándolo, pero más a la inquietante estatuilla.
Aunque no pertenezco a la confesión de Abdulá Al-Saffir, no descreo en la memoria histórica ni en los estados del espíritu del hombre, de los hombres que se han entregado a la ingente tarea de pergeñar los libros sagrados. Coincido con el árabe que la poesía nos conduce y en un momento nos otorga un vislumbre de la divinidad. Sé que en todos los libros sagrados hay poesía. En las obras de arte, expresiones de la divinidad. Por eso acepté su custodia. Al entrar en mi casa me dediqué a la inspección del libro. Después recorrí bibliotecas, fui a México, consulté conocedores inquiriendo sesgadamente sin mencionar al libro. Investigué con fervor y acuciosidad. Al principio recuerdo que llegué a pasar noches en vela, casi sin darme cuenta, examinando el libro y la estatuilla. No dejaba de asombrarme el hecho de que el sueño no me vencía mirando caracteres que carecían de la menor referencia, indescifrables para mí. Nada me decían conscientemente. Pero algo emana del libro que me hace llegar a un estado entre el sueño y la vigilia, de tal manera que no duermo en las noches, pero creo que tampoco estoy absolutamente despierto de día. El libro llegó a volverse una obsesión. Impreso en un formato inverosímil, tres codos antiguos por diecinueve palmas, en un material orgánico que artífices babilonios procuraban de las hojas de palmeras centenarias crecidas de las eternas tierras entre los dos ríos, curado y procesado con la paciencia de monjes vitalicios, autóctonos del lugar donde surgiera una de las civilizaciones primigenias; ilustrado con miniaturas –que hace siglos fueran policromas– por artistas decanos; redactado bajo el influjo de éxtasis producto de existencias dedicadas al estudio, la meditación y la disciplina monástica de venerables iniciados y, al fin, reproducido por copistas analfabetas con el fin de guardar el secreto exclusivamente para los que, llegado el momento, después de un trabajo mistérico de largos años, pudieran allegarse los conocimientos propios del ocultismo más remoto. El libro se fue volviendo una necesidad, un alimento para mi espíritu. Supe del saqueo del Museo y de la Biblioteca de Bagdad. Entendí cuanta razón tenían quienes me hicieron el encargo. Casi todas las noches observo el libro y siento el poder de la inmemorial estatuilla del dios solar. Contemplo los signos ilegibles del libro y la imponente postura del diosecillo; me informo de las atrocidades que ocurren en el mundo, en las actuales guerras con una frialdad que en otro tiempo me hubiera alarmado. Me desconozco. Algo me hace sentir con sutil vaguedad que lo que ocurre –los crímenes, la violencia, el espanto– tenía que ocurrir. Ignoro si me he vuelto un ser atroz. Intuyo percepciones de mi muerte. Y casi gozo.
He descubierto que soy otro. Por las noches pienso a veces hasta la desesperación, medito y encuentro el sosiego, imagino y, para no enloquecer, lucho contra ciertas imágenes que me asaltan. De día observo un mundo cada vez más extraño, descubro, o al menos eso creo intuir, la irrealidad de la realidad. A veces me parece que me alejo del mundo, de los hombres. No me interesa el petróleo ni la lucha por el poder. Siento que no existen las injusticias que me enfurecían hace apenas dos meses. Siento que somos escritos por algo que es omnipoderoso, tan inconcebible de sublime como inimaginable de atroz y cuyos conceptos de bien y mal no pueden comprender los humanos. Percibo a la gente en su más profunda desnudez. Al principio, con frecuencia, me asqueaban. Ya he aprendido a soportarlos. Tengo visiones que suelen aterrarme. Busco refugio en la soledad, en los niños, en ciertas mujeres del pueblo, en los viejos ebrios, en los idiotas. No sufro. Pero el placer ya no depende de mi cuerpo. Me alimento escasamente, me deleita el agua. Gozo indeciblemente los amaneceres, las mañanas heladas y las noches en soledad. Espero a un árabe que, un día que he vislumbrado, vendrá por el libro.

martes, 17 de julio de 2007

Caza de Citas

Caza de citas

Pterocles Arenarius

Amo de tu silencio.
Esclavo de tus palabras.


Armando Martínez Gómez, presidente del Colegio de Abogados Católicos, explicó que el proyecto (que ese Colegio propone) plantea modificar el artículo 24 de la Constitución para garantizar y ampliar la libertad religiosa (…) lo que incluye realizar misas en lugares como (…) Los Pinos. Bueno, si desean hacer misas en Los Pinos, proponemos que ahí se lleven a cabo ceremonias del budismo tántrico que incluyen actos sexuales como rituales sagrados de esa religión. ¿O sólo los católicos pueden exigir el derecho a hacer sus degeneraciones en Los Pinos?

Adoptemos la misericordia que nunca muestran los católicos, seamos tolerantes con las infamias contra la gramática. Con un pequeño esfuerzo entenderemos el retorcido pensamiento del HHH interfeuto senador.
Cambiar culto por religión significa, por ejemplo (sic). Hoy en día te restringen el culto público y el privado, eso está en la Constitución, pero queremos que la gente, crea o no crea, pueda manifestar su fe, en donde quiera, no en los lugares que el estado destine para ellos (¿entonces proponen que se hagan misas en todos los lugares en donde hoy se prohibe?), que en la Cámara de Diputados poder celebrar una misa, así como en los actos religiosos se canta el Himno Nacional”, detalló. ¿Y todos los que no sean católicos qué? ¿Entran a misa a güevo y se chingan?
Periódico Reforma, sábado 14 de julio 2007. nota de Leslie Gómez.



Estamos jugando o ¿qué putas ocurre? ¿Por qué –más que nunca– los panistas en el gobierno hablan como la Chimoltrufia “como digo una cosa digo otra”? Ah, es la influencia del gran ideólogo panista, Chespirito a través de su personaje.

La Secretaría de Hacienda y Crédito Público afirmó ayer que el dinero incautado en una residencia en Las Lomas de Chapultepec al empresario Zhenli Ye Gon se encuentra depositado en el país; específicamente, en el Banco de México (B de M).
Con esto se han dado a conocer oficialmente cuatro destinos distintos a los más de 204 millones de dólares confiscados a Zhenli Ye Gon.
Inicialmente se informó que ese dinero estaba depositado en el Banco Nacional del Ejército, Fuerza Aérea y Armada (Banjército), de donde fue enviado al Banco de la Reserva Federal del Tesoro de los Estados Unidos, según reveló a La Jornada el 2 de julio el Servicio de Administración y Enajenación de Bienes (SAE) dependiente de Hacienda.
Dos días después, el 4 de julio, el SAE precisó de manera oficial que ese dinero había sido depositado en el Bank of America e incluso generó intereses por un monto “ligeramente superior a 1.6 millones de dólares”.
Ayer, un comunicado conjunto de la Secretaría de Hacienda y el SAE afirmó que ahora “los recursos provenientes del “aseguramiento a Zhenli Ye Gon se encuentran depositados en el país, en el Banco de México, a favor de la Tesorería de la Federación”.
Más bien se trata de la típica treta de los gángsters: meter confusión para que nunca se conozca la verdad de sus crímenes. Y así, se demuestra que el señor de las manos limpias las tenía más puercas que nadie, porque la desaparición de este dinero muestra que grandes cantidades de dinero sucio pagaron la campaña de FElipe CALderón.
La Jornada
, sábado 14 de Julio de 2007. Nota de Israel Rodríguez y Juan Antonio Zúñiga.


¿Cuál es la idea de ejercer el gobierno de estos imbéciles? ¿Eliminar a todos los contrincantes?
El senador Alejandro González Alcocer, del PAN, dijo que el grupo armado “trae un lenguaje muy similar” a organizaciones y personajes identificados con el perredismo.
Es evidente, dijo, que el EPR “está manejado por algún grupo de interés… atrás hay intención política”, dijo. Pero por qué no lo dice al chilazo este cobarde.
Soy de las personas –agregó– que opinan que es muy raro que, de pronto, después de años de no ver acciones del EPR, actúan de esa manera, movidos en ese esquema: parecen mandados por alguien. Ah, por lo tanto, si los manda alguien ¿sólo puede mandarlos el PRD y AMLO?
“Es decir, dijo Alcocer González, senador por Baja California, obedecen a intereses de otro tipo, no propiamente de guerrillas o terroristas sino de otro tipo”. (…) ¿Por qué no se ha metido (el EPR) a Oaxaca en los últimos seis años? Esto no es lógico, sus actitudes no corresponden a la guerrilla o al terrorismo –consideró el legislador. El EPR no actuaba desde los años 90 por una sencilla razón: no existe desde entonces. ¿Quiénes cometieron los atentados? Pues los que más se están beneficiando con este golpe mediático: el gobierno, el PAN. Así no hablaremos del dinero sucio del chino Ye Gon con que se subsidió en exceso la campaña sucia de FElipe CALderón
La Jornada, sábado 14 de Julio de 2007. Nota de Fabiola Martínez.



“No es que tenga la nacionalidad mexicana, es que me siento mexicano hasta la médula”: Camilo Mouriño. A ver si le entendimos, lo que está diciendo es que él no es mexicano, pero se siente mexicano. ¿O no es así? ¿Qué hace en el gobierno mexicano un güey que ni siquiera es mexicano aunque diga que se siente.
La Jornada, 17 de Julio de 2007; columna Astillero de Julio Hernández López.


Con Vicente Fox se demostró que cualquier imbécil puede llegar a ser presidente, nos lo demostró el Partido Acción Nazional. Pero no conformes con ello, ahora, con FElipe CALderón nos están demostrando que más que cualquier imbécil, pueden llegar a aquel cargo los peores, los farsantes, los mentirosos, los corruptos, los ladrones de elecciones.
Aun sin concluir las investigaciones sobre el caso Zhenli Ye Gon, el presidente Felipe Calderón Hinojosa se defendió diciendo que muchos mexicanos saben que se trata de un “cuento chino” lo declarado por el empresario mexicano de origen asiático, y advirtió que “ese señor estará tras la cárcel”. Es decir que no lo meterán al bote. Claro, si es su benefactor. Advirtió que se trata de acusaciones no sólo “falsas, sino ridículas”. Pues si son falsas que lo demuestre. Si son ridículas, no importa.
(…) Otro tema (…) fue el de las explosiones en instalaciones de Petróleos Mexicanos. Las definió como “actos terroristas o como los quieran ustedes calificar”. Pero nosotros no somos calificadores. En fin…
Lo que sí justificó fue que las áreas de inteligencia del país fueran tomadas por sorpresa, al señalar que se trata de acciones “espectaculares e imprevisibles” que no se pueden conocer de antemano ni en México ni en España. He ahí la calificación, un espectáculo aunque imprevisible. Pero muy oportuno para que se hable menos del chino Zhenli Ye Gon que metió dinero sucio a la campaña electoral de Felipe I, El Espurio.