domingo, 16 de marzo de 2014

Reseña de Jorge Borja

Preguntas de niños
 
Jorge Arturo Borja
 
 

Con Marcos en el pecho
y frente a un trago
Una muerte inmejorable.
Pterocles Arenarius.
Editorial de otro tipo.
México, 2014.

James Thurber decía que para escribir una novela sólo se necesitaba tener 40 años y una máquina de escribir. Sin duda ésta es una afirmación relativa. Se puede coincidir en que algunas personas con más de 40 años, en incluso con menos, hayan vivido existencias tan intensas y extraordinarias que conformen la materia prima de una excelente narración. Sin embargo el problema radica en el segundo paso, el más especializado, la escritura. Hace falta, además de una máquina de escribir o de una computadora, contar con una serie de recursos técnicos y estilísiticos que sólo se consiguen con la paciente lectura y con la imitación de Sísifo, el esfuerzo inútil e incesante, que representa la corrigenda.
James Thurber, novelista.



Y aun cumplidos los requisitos de la edad y la tecnología, la meta todavía se ve lejos. Por supuesto en el caso de que se quiera escribir una novela decorosa, es decir una que valga la pena para publicarse. Eso es endemoniadamente difícil. Tal vez porque, como afirma Milán Kundera, mientras el relato y el cuento responden el qué, y el cómo de la literatura; en cambio la novela responde las preguntas difíciles y profundas como el por qué y el para qué. Preguntas de niños curiosos para las cuales sólo los viejos sabios tienen respuesta.
Raymond Radiget, gran autor precoz.
         Es cierto que existen novelistas precoces como el francés Raymond Radiguet o como José Agustín, en nuestro medio, pero también es justo mencionar que ellos representan la excepción de la regla. O son aquellos autores que mueren gloriosamente jóvenes después de haber escrito su obra máxima o aquellos otros que ya en la madurez difícilmente cuentan con la energía para reacometer la hazaña de una gran novela. Así que excepcionales ejemplos como El diablo en el cuerpo o La tumba, son el resultado de mentes jóvenes y audaces que reflexionan a través de la narrativa en los porqués y para qués del mal y de la muerte. Precisamente son estos dos temas los que aborda la novela que hoy nos convoca.
José Agustín, ícono de
"la onda" en México.

         Una muerte inmejorable cumple con una de las recomendaciones del viejo Aristóteles: cuenta como si sus personajes estuvieran a un paso del abismo. Y desde las primeras páginas nos instala en el dilema de Tranquilino Vallehermoso, solterón e hijo dilecto de Guanajuato. Un médico le anuncia que le queda un año de vida, y Tranquilino contra sus creencias y costumbres decide vivir intensamente cada uno de los 365 días que tiene por delante. Así se involucra en el submundo de la noche y del pecado, y se inmiscuye en una serie de situaciones y problemáticas que lo acercan a la muerte pero que le dan cada vez más valor a su existencia.
         El planteamiento de esta obra es harto conocido, no así su desarrollo. Personajes similares y en el mismo contexto han sido tratados por Jorge Ibargüengoitia en Estas ruinas que ves o en Dos crímenes. La clase media provinciana, aprisionada entre la acucia de la carne y el temor de dios. Es el mismo Cuévano de Ibargüengoitia, quien por cierto convivió con dos tías muy parecidas a la Obdulia y Sanjuana que aparecen en nuestra novela de marras. No en balde Arenarius también sobrevivió a une saison en enfer de Guanajuato.
Sin embargo, más allá del divertimento que proporciona la ligereza en la escritura de Una muerte inmejorable, Tranquilino Vallehermoso va a fondo en la búsqueda de las respuestas a sus dos temas. Su escenario es un Cuévano más sórdido pero igual de mocho que el de Ibargüengoitia. A ratos la novela sorprende con las salidas ingeniosas e hilarantes que tan bien dominaba el autor de Las muertas, pero con un humor más corrosivo y despiadado, cuasi patibulario, para desmarcarse del tono comédico y entrar en los terrenos de la farsa.
Ibargüengoitia, humorista y gran literato guanajuatense.
Entre los desatinos y las aventuras de un individuo ingenuo que a los 35 años, en un periplo por el estado, va descubriendo el Anus Mundi, Pterocles Arenarius cuestiona los prejuicios sexuales, raciales, morales, políticos y religiosos de una sociedad a la que se le impide crecer. Donde Ibargüengoitia se detuvo, Arenarius prosigue con renovada enjundia, se regodea en las descripciones eróticas y se demora en el acto sexual traduciendo el retozo de los cuerpos en el gozo de la literatura.
Una muerte inmejorable también nos lleva a pensar en el fin utilitario de todo libro. Como de cualquier libro, puede uno responderse acerca de éste: sirve para reflexionar sobre el significado de la muerte y el valor de la vida. Pero también sirve para reírse del absurdo de las convenciones sociales. O, por qué no, como una invitación a vivir abiertamente y sin restricciones la sexualidad o como un cuestionamiento muy directo a la manera en que se ejerce el poder en México. Como toda buena novela, Una muerte inmejorable posee tantas dimensiones como las que un lector atento e inteligente sepa encontrarle.
Aunque por lo general los premios literarios en México sean objeto de la mayor suspicacia, en ocasiones muy contadas se entregan con justeza. El jurado del Premio Editorial de otro tipo para primer autor, decidió otorgar a Pterocles Arenarius el primer lugar. En una competencia en la que participaron más de 70 obras con temáticas que reflejaron “la situación social, insoslayable, que vive el país”, Una muerte inmejorable demostró su “fino manejo del erotismo y el desenfado en mostrar una realidad desternillante”, a decir de los jurados Walter Jay, Agustín Ramos y Silvia Sáyago.
Borja y Pterocles. Recorrido por cantinas,
literaturas, creaciones e influencias. Son
casi 30 años.

Más allá de los premios que ha ganado, o de los tres libros que ha publicado y de los demás que tiene escondidos, con esta novela Pterocles Arenarius se confirma como un autor joven en sus propósitos pero viejo en sus astucias literarias. Alguien que con la sabiduría de las palabras ha sabido responder a su corazón de niño curioso. Vaya un fraternal abrazo para Pterocles y una felicitación para la literatura mexicana que cada día se muestra más vigorosa.

¡Salud por eso!

martes, 11 de marzo de 2014

Entrevista


Charla con Pterocles Arenarius


Marco A. Águila*


Es sin lugar a dudas un orgullo entrevistar a un narrador recién premiado. En un ambiente sano, donde el intelecto es siempre felicitado, es el más reciente éxito literario de Pterocles Arenarius.

Y con él nos encontramos. Cabello largo y barba de filósofo, mirada franca y, con ella, como que te pregunta de qué planeta vienes o qué pitos tocas. Para empezar, dime, ¡oh, maestro!, tu verdadero nombre y desde cuándo te enamoraste de las letras.
El viejo iracundo en su biblioteca.
Al fondo sus cinco libros

Bueno, mi verdadero nombre es Pterocles Arenarius, porque ése es el nombre que me di cuando empecé a construirme como escritor. El nombre que me dio el destino, la vida, mis padres, es Jesús Ortega Rodríguez. Pienso que, como lo dijo García Márquez, llega un momento en la vida en que uno tiene que vencer a sus padres, liberarse de ellos y ser padre de sí mismo, parirse a un mundo que uno mismo escoge; en mi caso fue el de las letras, porque, otra vez, la vida me llevó a estudiar ingeniería civil. Terminé mi carrera, pero nunca trabajé como ingeniero. A cambio me volví escritor. En eso estoy emparentado con uno de los más grandes autores de la historia, Fedor Mihailóvich Dostoyevsky, él también era ingeniero retirado y convertido en escritor. Y, por otra parte, por supuesto, yo soy responsable de todo ello. Mira, mi hermano, después de los treinta años eres responsable hasta del color de ojos que tienes. Y llega el momento en que se invierten los papeles, tus padres se vuelven como tus hijitos. Incluso tú los mantienes. Fue lo que me ocurrió. Ah, y el significado de mi verdadero nombre es muy fácil. Ortega, además de apellido, es el nombre de un pájaro del Mediterráneo español. Su nombre científico es Pterocles Arenarius.
 
Pterocles u ortega, el pájaro.
En cuanto al enamoramiento de las letras… Sin duda fue una de las más bellas herencias de mi padre. Él me indujo, desde muy niño a la lectura en general. Me hacía leer mucha historia, biografías de grandes personajes del arte, los hombres prominentes del devenir de la humanidad. En un momento, ya mucho después de la infancia, descubrí la literatura y me identifiqué con ella tanto que decidí que no trabajaría como ingeniero, sino que me dedicaría a escribir. Lo cual es una locura, un atrevimiento casi perverso dirían. Tuve muchos problemas por eso.
Pterocles con papá, hace
más de medio siglo.


Sonríe con cierto brillo de generosidad. Quien crea una obra la da a nuestra generación y a las del futuro. ¿Cuál es tu obra ganadora y qué premio te otorgaron?

Escribí una novela que se llama Una muerte inmejorable y ganó un premio de convocatoria nacional al que invitó una empresa nueva y muy ambiciosa en el mejor sentido de la palabra, ésta se llama Editorial De Otro Tipo.

Octavio Paz, en El Laberinto de la Soledad, nos expone un mexicano que se oculta tras una máscara para estar a salvo de un pasado que lo hiere. Serían, considero, necesarios eones para superar esa idiosincrasia. ¿Una muerte inmejorable nos puede ayudar en ese sentido?

Bueno, pienso que no explícitamente. Es decir, no es ése su objetivo. Todo trabajo que aspire a ser una obra de arte debe cumplir una condición ineludible: no debe servir para nada. Para nada práctico. No debe pretender, jamás, ser un objeto decorativo, no debe intentar la curación o la terapia en contra de ningún mal, tampoco debe procurar el ataque contra nada ni contra nadie. El arte es una manifestación del espíritu del hombre, de la humanidad. Y, puesto que la obra de arte no sirve para nada práctico, a cambio sirve para lo más importante en este mundo: para enamorar el alma de los hombres, para que cada persona que lea esa novela, vea ese cuadro, escuche aquella sinfonía, se deleite con aquel conjunto escultórico, goce con la interpretación dancística o vocal o histriónica, se conmuevan hasta lo más profundo de sí mismos. Pienso que si el arte tiene un objetivo ése es transformar al espectador para bien de él mismo, para bien de la humanidad. Si una persona percibe una obra de arte, la goza, la procesa, la reflexiona y termina por hacerla suya, esa persona experimenta una transformación, se vuelve otro. En ese sentido el arte es la comunión. Especialísimamente con una novela. Lo dijo creo que Calvino, Ítalo, no el inquisido; él dijo “Si una novela no transforma al lector, no tiene caso que sea leída”. Pero además una obra de arte nos da identidad, en el caso de la literatura, fortalece al idioma, refleja el espíritu de su pueblo, describe los avatares de su tiempo, etcétera. En ese sentido, sirve para muchas cosas. Incluida la que dices, cooperar para que nuestra herencia de pueblo sometido a un genocidio histórico, no olvidemos que en el siglo XVI había unos 20 millones de indígenas en Mesoamérica y para el XVII quedaban sólo 5 millones. Eso es un fenómeno atroz y de dimensiones planetarias. De eso somos herederos también. Y, sin duda, toda obra de arte tiene un papel que jugar para curar tan monstruosa cicatriz.
Transformador del mundo.


¿Fue esta obra el resultado de una bella sirena en la odisea de tu carrera literaria o es parte de toda una maquinaria del artista que quiere cambiar al mundo desde su trinchera?

Pues fíjate que la sirena de las letras me ha cantado desde hace más de treinta años y me sedujo, me le entregué, no como Ulises, yo no me hice atar al mástil para no sufrir la seducción de su canto. Fui y me le entregué. Ahora somos casi marido y mujer. Nos conocemos bien. En ese sentido, pues sí, es el influjo de la musa pero también la maquinaria, el oficio que desarrollas luego de tantos años escribiendo. Con respecto de cambiar al mundo, ¡claro!, como dijo Walt Whitman, “Nunca dejes de creer que las palabras sí pueden cambiar al mundo”. Y además, no hay mejor manera de perpetuar las ideas que escribiendo. Un día cercano vamos a morir y seremos, en este mundo, sólo esas ideas. Ahora, en los hechos, con el solo acto de vivir estás cambiando al mundo. El mundo sería diferente si no estuvieras aquí, si no actuaras en él. Para mí, la mejor manera de actuar en este mundo es escribiendo.

Alguna vez Wolfgang Von Goethe, máximo expositor de las letras alemanas dijo que para ser universal es necesario primero ser profundamente nacional. ¿Es Arenarius un comprometido con su país y con su tiempo?
El padre de la literatura alemana.


No es posible sustraerse a la patria, a nuestro tiempo. Mientras estemos en este mundo llevaremos nuestro origen sobre las espaldas. Quizá yo abandone mi país, pero él no me abandonará jamás, lo llevo en mi sangre, lo he respirado más de sesenta años. Soy lo que he vivido y todo lo he vivido en mi patria. Y, estoy de acuerdo con Goethe, sólo siendo profundamente nacionalista puedes aspirar a ser universal. Porque ser nacionalista es profundizar en ti y en tu gente, ir hasta tu esencia. Pero tu esencia es la esencia humana. O en otras palabras, en lo profundo de tu alma está la inmensidad de lo universal. Jung lo llamó el inconsciente colectivo. Así es en todo ser humano. Y el artista es un buscador de eso. El milagro, la obra de arte, es encontrarlo y tener los instrumentos, el oficio, para ofrecérselo a los demás.

¿Qué es la literatura?

Uf…, respondiendo esa pregunta podríamos escribir un tratado, Marco. Pero digamos que la literatura es el arte en letra escrita. Es una de las grandes hazañas de la humanidad. Es la manera en que el hombre puede mirarse detenidamente a sí mismo tanto en las cúspides de su grandeza como en sus más sórdidos abismos. La literatura es el retrato de la humanidad en su tránsito en este mundo. La literatura le da sentido a la existencia de un homínido que llegó, después de indecibles sufrimientos, a ser la especie animal hegemónica en este planeta. De hecho, lo dijo Unamuno, si no me equivoco, “Si quieres conocer el alma de un pueblo lee sus novelas, leer la historia no te enseñará su verdadera esencia, su literatura, en cambio, te mostrará la vibración humana de esa nación, su carácter y sus virtudes tanto como sus vicios”. La literatura es, como todo arte, la manifestación de la profundidad insondable de lo humano. Creo que eso es lo más importante… Hay mucho más que podríamos decir de la literatura.
Omar Jayyam. Filósofo, matemático, astrónomo, poeta. Gran bebedor.
¿A qué público dedicas Una muerte inmejorable?

Mi novela se dirige solamente a aquéllos que sepan que un día van a morir.

¿Qué autores son tus favoritos y por qué?

Marco Antonio Águila, mil gracias por esa pregunta. Amo hablar de Omar Jayyam y sus versos, los Rubayat, dolorosísimos y a la vez increíblemente gozosos; la trascendencia que prefiguran hablando de la nimiedad atroz de la existencia. Jayyam fue un hombre que atisbó la infinitud y su terrible pasmo lo transformó en literatura... Gocé indeciblemente leyendo a Françoise Rabelais en su único y prodigioso libro, Gargantúa y Pantagruel, aunque fue escrito en cinco tomos y durante treinta años; es la saga delirante, el humor fastuoso, la irreverencia extrema, los excesos, el prodigio de la irracionalidad y la hazaña de volverla racional a punta de lenguaje. Pero además la filosofía, el trasfondo iniciático. Una obra cumbre. Por cierto Rabelais fue perseguido por la iglesia… Sufrí terriblemente, pero curé mi alma con aquel ingeniero militar —nombre que se le daba a los ingenieros constructores, por eso hoy se llaman ingenieros civiles— que se retiró de tal profesión para escribir las novelas más estremecedoramente humanas como Los hermanos Karamazov, Crimen y castigo, Memorias del subsuelo, Los endemoniados, El príncipe idiota. En fin, Dostoyevski es quizá el hombre que mejor ha conocido el alma humana. Dostoyevsky es terrible, pero nos provee de la gran catarsis. Y, bueno, no podría dejar fuera a Ernesto Sabato, un escritor argentino que sólo dejó tres novelas: El túnel, Sobre héroes y tumbas y Abaddón el Exterminador, pero que constituyen una obra prodigiosa. Muy próximo a Dostoyevsky, al cual, por cierto admiraba, Sabato es de igual manera un espléndido conocedor de la condición humana. Pero también una inteligencia descomunal. Un hombre que sufrió intensamente en este mundo por ser dueño de una exquisita sensibilidad y un inmenso amor por los humanos. Sabato deja una obra deslumbrante que, sin exageraciones, nos salva. Y bueno, no podría olvidar al ciego luminoso Jorge Luis Borges, a Flaubert, a Tolstoi, a Chéjov, a Maupassant, a Proust, al siglo de oro español, Quevedo, Góngora, Lope de Vega, Gracián; y entre los mexicanos a Rulfo, Arreola, el mismo Paz; a nuestra madre literaria, Sor Juana; al inmenso Fernando del Paso, pantagruelista, por cierto. Todos ellos, en algún momento me han conmovido profundamente y estoy olvidando a muchos más. En fin, Ars longa vita brevis, el arte es grande y la vida breve.
Gargantúa y Pantagruel, rey de los
dipsodas, restituido a su natural, con
sus hechos y proezas espantables.
Sabes, eso sin duda, puesto que por ello escribes con fina pluma. Quieres. Quieres acaso un mundo mejor, ideal de los que entienden la masonería. Puedes, escribir una fina obra literaria. Pero ¿por qué tan inmutable? ¿Qué Calla Pterocles Arenarius?

Se calla lo inútil, lo banal. Es como la música. El silencio es infinito, el ruido es lo que no tiene sentido. El músico usa el sonido, un ruido al que él le da sentido, lo combina con el silencio y nos regala la música. Es la obra alquímica. El escritor partiendo de la realidad intrascendente e incluso inicua o si lo quieres hasta perversa, de ahí obtiene el oro, lo precioso, la obra. El diamante surge del oscuro carbón, unos cuantos gramos de oro se encuentran dispersos entre toneladas de materiales inocuos. El gran trabajo es encontrar, decantar lo maravilloso. Desechar toneladas de material sin valor. Eso es lo que se calla. Todo ello implica el gran trabajo, la gran búsqueda. De la putrefacción, de la obra negra, el alquimista obtenía el material precioso, el oro filosófico. Hay que callar demasiado y decir sólo lo radiante. Dice aquel proverbio, “Si lo que vas a decir no es más hermoso que el silencio, no lo digas”. El escritor, el artista, tiene la obligación de obtener lo hermoso y regalárselo a los hombres.
"¿Qué es el mar? ¿Quién soy?", Borges.

Jesús Ortega Rodríguez, Pterocles Arenarius. Te agradezco esta entrevista que me concedes. Y creo que tenemos que felicitarte y que esto te comprometa a seguir dando más y más al mundo de las letras, no crea el mundo que la literatura mexicana está adormecida. Esperamos con ansia el lanzamiento de tu libro.

*Reportero y articulista para diversos diarios. La presente entrevista se publicará en la revista Acacia.

domingo, 2 de marzo de 2014


 
Una novela de la muerte

Pterocles Arenarius

Para Charlie Monttana, con mis mejores deseos de que se recupere rápida y totalmente; para mi querido compadre Jorge Borja; para mi querida editora Noemí Luna García.
 

Pterocles, Violeta y Charlie Monttana
bajo el numen de Sor Juanita, nuestra madre
literaria.

 

Una vez tuve oportunidad de husmear en los archivos del Instituto Estatal de la Cultura de Guanajuato acerca de los concursantes en los premios nacionales de literatura a que convoca ese estado. Me sorprendió mucho que en ese concurso —sería el año 2004— participaban treinta y cuatro poemarios, veintidós libros de cuentos y doce novelas. (Antes de continuar tengo que decirles que yo viví en Guanajuato diez años. Que en esa ciudad —jamás vayan a decir en ese pueblo porque se ofenden gravemente los guanajuatenses, aunque si caminas quince minutos casi en cualquier dirección ya estás en la carretera—, digo, en esa ciudad como en cualquier otra del mundo hay gente que encuentra sus motivos para hacerse sentir como gente mala y otra gente que no es más que buena y que aquellos que procuran el mal para sus semejantes encuentran un motivo excelente en un obsesivo chauvinismo. La humanidad la dividen en los exógenos y ellos —hay culteranos guanajuatenses que así nombran al resto de los miembros de la especie humana—. ¿La razón?: no nacieron en Guanajuato capital.
Guanajuato es un formidable
desmadre urbanístico
Lo cierto es que Guanajuato se ha salvado de convertirse en un pueblo fantasma varias veces en su historia, la última fue gracias al Festival Internacional Cervantino, si no fuera por eso, aun con su hermosa arquitectura, con su desordenadísima y muy agradable antiurbanización, sería un pueblo abandonado, como ya lo han sido en alguna etapa). Pido su tolerancia por esta caprichosa digresión, hablaba de que me había sorprendido que eran muy pocas novelas, doce, las inscritas en el concurso “Jorge Ibargüengoitia”, un poco más de cuentos, veintidós, en el concurso “Efrén Hernández” y el mayor número era de poemarios, treinta y cuatro para el concurso “Efraín Huerta”. Por cierto, esos concursos, supongo con muy buenas razones para ello que, como la gran mayoría de los concursos en México, han estado siempre amañados. Aunque parezca un abuso les cuento.

En el 2005 concursé con este libro, Fiestas, que publicó años después, en 2011, la editorial Eterno Femenino que dirige mi querida amiga Noemí Luna García.
El ganador del concurso fue un libro que se llama Café Brindisi y otros espacios imaginarios. Ya dije el pecado, no diré el nombre del pecador. El autor no asistió a la premiación. Tuvo ese minúsculo rasgo de dignidad que se llama vergüenza. Uno de los jurados del concurso leyó, a nombre del autor, un cuento de ese libro. Era un chiste más o menos culterano. Un antropólogo se internaba en la selva, donde hay negros antropófagos que capturan al antropólogo y lo meten en un gran caldero, se lo van a comer, claro. Es decir, también son antropologófagos. Pero el antropólogo, muy listo él, hace una afirmación a otro de los prisioneros que está, como él, en un gran perol a punto de que lo cuezan para ingerirlo. Gracias a su docta afirmación, el antropólogo de marras logra que lo liberen los negros y abandona al otro a quien sí degluten los salvajes. En serio. El chiste, del cual no me acuerdo, se encontraba en aquella afirmación del antropólogo que le salvaba la vida y condenaba al otro. Pero el pequeño detalle, para empezar, es que aquello no era cuento, sino un chiste. Y pensé que si ese era la mejor muestra de Café Brindisi…, entonces cómo estarían los textos medianos… En fin. Mi Fiestas perdió con un libro de chistes. Hay mucho más, pero que ahí quede sobre esos concursos. Además, no nos indignemos, en México casi todos los concursos son así, regalos de los cuates para los cuates.

Bueno, regreso al principio. Decía que era para mí sorpresivo que hubiera muchos más poemarios, poco menos libros de cuentos y muy pocas novelas. Cuando que, es bien sabido, escribir un poema es mucho más difícil que escribir un cuento y éste es más difícil que una novela. Sin embargo, curiosamente, la dedicación, el oficio y el tiempo para crear un objeto de cada uno de esos géneros es inversamente proporcional con la dificultad.

He escrito lo anterior porque vengo aquí a hablar de una novela que fue escrita en la ciudad de Guanajuato capital y aunque el camino es muy otro, el tema es el mismo, esa ciudad y la literatura. Una muerte inmejorable, la novela de que venimos a hablar, ocurre en Guanajuato, los personajes, son, aunque algunos ficticios, otros reales pero todos, habitantes de esa ciudad.

Pero ¿por qué escribir una novela acerca de Guanajuato, sus habitantes, su chauvinismo, sus buenas y sus malas costumbres y, la peor de todas las costumbres humanas, la muerte?

Bueno, en primer lugar, la respuesta es un misterio. Yo creo que los temas no los escogemos, sino que ellos nos escogen, porque tienen que ver mucho con lo que somos. En segundo lugar, todo escritor, sin duda, se alimenta de la realidad, aun cuando escriba los más delirantes, alucinados o deliciosos motivos fantásticos; esa realidad que todo artista procesa a través de sí mismo es la sustancia de toda creación artística. Entonces, aquello que cimbra al escritor, lo que lo conmueve, lo que lo enamora, lo que lo horroriza, eso se le impone como su tema. Y ha sido obtenido de la realidad y procesado a través de ese autor. En tercer lugar, en todo sitio en que nos hallemos, siempre habrá un debe y un haber. El creador dice “Este lugar, esta gente me la debe y tengo que cobrársela, por supuesto que me las van a pagar. Pero también, le debo y tengo que pagarle”. Finalmente mi novela es un ajuste de cuentas. Es un tributo a Guanajuato, pero también es una exhibición. Y no hablo de sus gobiernos, ya sabemos que son ladrones, mentirosos, corruptazos, cínicos, etc.
Vieja ciudad ultraconservadora.
Viejos amargados.
Hablo de la gente. Recién llegué a esa ciudad me dijeron: mira, ese viejito ochentón, hace más de medio siglo fue novio de aquella otra viejita que diario está en su ventana viendo pasar a la gente. Pero nunca se casaron ni tampoco nada de eso que ustedes están pensando…, nada… Y esa es una historia recurrente en Guanajuato. Conocí al menos a diez parejas de ancianos que eran señoritos.
Y uno se pregunta, si a este inocente octogenario le hubieran dicho a sus treinta y cinco de edad, mira, cabrón, en un año te vas a morir, yo estoy seguro que jamás se hubieran permitido desperdiciar así el resto de su vida. Porque la muerte es lo que hace preciosa la vida. Gracias a la muerte es que cada momento que vivimos es irrepetible y excepcional: único. Es la muerte la que nos impele a vivir. Abandonar la idea de la muerte es abandonar la vida. Eso hicieron esos viejos y la vida los abandonó. Y se han ido muriendo y muy tarde, muy dolorosamente, descubren que no vivieron.

Una muerte inmejorable es una novela de la muerte, en donde se impone Tánatos, el dios de la muerte. Pero, necesariamente tiene que serlo también de Eros, el dios de la vida. Así, es no menos una novela erótica. En efecto, es un cogedero.
Tánatos, dios de la muerte.

Pero la muerte es un motivo filosófico trascendental, el origen de la metafísica y proveedora de las más arduas inquisiciones ontológicas y de los cuestionamientos irresolubles por esa ciencia y, hasta el momento, por ninguna otra. Por eso, también la muerte es el fundamento de las escuelas mistéricas, esotéricas de toda la historia de la humanidad. Desde las más antiguas civilizaciones en Egipto; en Uruk, Eridú, Ur y Lagash; en Grecia con los ritos eleusinos, délficos y dionisiacos, etc., hasta la actualidad, pasando por los templarios, los alquimistas, el proceso de iniciación es una muerte simbólica. Porque tiene que ser simbólica porque una muerte real es el viaje sin retorno. Pero vivir una muerte simbólica es un privilegio que ningún ser humano debía perderse. A muchos se la impone el despiadado azar y, en efecto, terminan sintiéndose personas especiales, gente que cree tener una misión en este mundo y que ha descubierto el sentido, al menos, de su propia existencia, si no es que el sentido de la vida en general. La diferencia es haber confrontado a la muerte cara a cara. ¡Todos somos personas muy especiales, únicas! La iniciación, la muerte simbólica, es el tremendo aliciente, es como reiniciarse después de haber cambiado para mejorar el software. Así, esta novela es también iniciática. El personaje experimenta la circunstancia, la cercanía de la muerte. Eso le cambia la vida a cualquier ser humano. Es en ese momento cuando una persona decide vivir como si fuera el último día. Porque quizás lo sea.

Nosotros vivimos extraordinariamente tranquilos porque nos hemos acostumbrado a no pensar en la muerte. Pero yo creo, como dice Carlos Castaneda que le enseñó el brujo don Juan Matus, que la muerte siempre está con nosotros, nos vigila, nos acompaña y se encuentra a nuestra izquierda, siempre observándonos. Y, al menos los occidentales, los civilizados, nos negamos a pensar en ella.
Don Juan Matus, brujo.
Una muerte inmejorable es también una novela política, porque, al final, todo es política, incluso la abstención es una postura política de la que siempre se aprovechan esos parásitos en que se han convertido los políticos mexicanos. Una muerte… es una novela humorística, en la que la vida se burla constantemente de aquel que cree tener a la muerte esperándolo, pero lo lleva a vencerse a sí mismo, lo conduce a circunstancias insospechadas y al descubrimiento de sí mismo. Al final, una novela de la muerte se vuelve una novela de la vida, del ansia de vivir desaforadamente, de la búsqueda de la manera de disfrutar esta vida al máximo. Pero no menos es una novela en la que ocurre una introyección hacia el infinito que nos habita. Como dijera el científico Werner Heisenberg, cuando el hombre se pone a investigar y a descubrir los secretos de la naturaleza, lo que encuentra es el conocimiento de sí mismo.

También es una novela de monstruosos fracasos. En su momento solicité durante tres años por lo menos, una beca miserable, de cuatro mil pesos mensuales al ya mencionado Instituto de la Cultura de Guanajuato. Me la negaron siempre. La inscribí en el concurso Jorge Ibargüengoitia, ni siquiera supe si alguien se dignó leerla. Pero siempre creí que no era mala la novela. Entonces la subí a un blog y la leyeron seis personas. Ya la borré. Luego la mandé a un concurso en España. Y se quedó en la orillita. Llegó a finalista entre 174 novelas de 17 países, quedó entre las diez finalistas. ¡Pero qué pinche terquedad!, ¿no es cierto? Al final encontré el concurso de la editorial De Otro Tipo y la envié a ese concurso luego de corregirla línea por línea y volarle como setenta cuartillas y agregarle otras treinta. Y ganó. El primer lugar.

Por último quiero decirles que Una muerte inmejorable es una novela que fue hecha, fue escrita, en unos tres años, quizá cuatro, por el de la voz. Pero este escritor que está perorando frente a ustedes, puedo decirlo, fue hecho, ¿fue escrito?, en buena medida por esa novela.

Una muerte inmejorable: más de tres años de
golpear teclas.