jueves, 30 de octubre de 2008

El capitalismo en sus estertores

PIDO DISCULPAS


por Frei Betto, escritor, autor de “Cartas da Prisão” (Agir), entre otros libros(tomado del Servicio Informativo Alai-amlatina (http://alainet.org)


Estoy gravemente enfermo. Me gustaría manifestar públicamente mis excusas a todos los que confiaron ciegamente en mí. Creyeron en mi presunto poder de multiplicar fortunas. Depositaron en mis manos el fruto de años de trabajo, de economías familiares, el capital de sus emprendimientos.Pido disculpas a quien mira a sus economías evaporase por las chimeneas virtuales de las bolsas de valores, así como a aquellos que se encuentran asfixiados por la imposibilidad de pagar, los intereses altos, la escasez de crédito, la proximidad de la recesión.Sé que en las últimas décadas extrapolé mis propios límites. Me convertí en el rey Midas, creé alrededor mío una legión de devotos, como si yo tuviese poderes divinos. Mis apóstoles —los economistas neoliberales— salieron por el mundo a pregonar que la salud financiera de los países estaría tanto mejor cuanto más ellos se arrodillasen a mis pies.Hice que gobiernos y opinión pública crean que mi éxito sería proporcional a mi libertad. Me desaté de las amarras de la producción y del Estado, de las leyes y de la moralidad. Reduje todos los valores al casino global de las bolsas, transformé el crédito en producto de consumo, convencí a una parte significativa de la humanidad de que yo sería capaz de operar el milagro de hacer brotar dinero del propio dinero, sin el lastre de bienes y servicios.Abracé la fe de que, frente a las turbulencias, yo sería capaz de autorregularme, como ocurría con la naturaleza antes de que su equilibrio fuera afectado por la acción predatoria de la llamada civilización. Me volví omnipotente, me supuse omnisciente, me impuse al planeta como omnipresente. Me globalicé.Llegué a no dormir nunca. Si la Bolsa de Tokio callaba por la noche, allá estaba yo eufórico en la de São Paulo; si la de Nueva York cerraba a la baja, yo me recompensaba con el alza de Londres. Mi pregón en Wall Street hizo de su apertura una liturgia televisada para todo el orbe terrestre. Me transformé en la cornucopia de cuya boca muchos creían que habría siempre de chorrear riqueza fácil, inmediata, abundante.Pido disculpas por haber engañado a tantos en tan poco tiempo; en especial a los economistas que mucho se esforzaron para intentar inmunizarme de las influencias del Estado. Sé que, ahora, sus teorías se derriten como sus acciones, y el estado de depresión en que viven se compara al de los bancos y de las grandes empresas.Pido disculpas por inducir multitudes a acoger, como santificadas, las palabras de mi sumo pontífice Alan Greenspan, que ocupó la sede financiera durante 19 años. Admito haber incurrido en el pecado mortal de mantener los intereses bajos, inferiores al índice de la inflación, durante largo periodo. Así, se estimuló a millones de usamericanos a la búsqueda de realizar el sueño de la casa propia. Obtuvieron créditos, compraron inmuebles y, debido al aumento de la demanda, elevé los precios y presioné la inflación. Para contenerla, el gobierno subió los intereses... y el no pago se multiplicó como una peste, minando la supuesta solidez del sistema bancario.Sufrí un colapso. Los paradigmas que me sustentaban fueron engullidos por el imprevisible agujero negro de la falta de crédito. La fuente se secó. Con las sandalias de la humildad en los pies, ruego al Estado que me proteja de un deceso vergonzoso. No puedo soportar la idea de que yo, y no una revolución de izquierda, sea el único responsable por la progresiva estatización del sistema financiero. No puedo imaginarme tutelado por los gobiernos, como en los países socialistas. Justo ahora que los bancos centrales, una institución pública, ganaban autonomía en relación con los gobiernos que los crearon y tomaban asiento en la cena de mis cardenales, ¿qué es lo que veo? Se desmorona toda la cantaleta de que fuera de mí no hay salvación.Pido disculpas anticipadas por la quiebra que se desencadenará en este mundo globalizado. ¡Adiós al crédito consignado! Los intereses subirán en la proporción de la inseguridad generalizada. Cerrados los grifos del crédito, el consumidor se armará de cautela y las empresas padecerán la sed de capital; obligadas a reducir la producción, harán lo mismo con el número de trabajadores. Países exportadores, como Brasil, tendrán menos clientes del otro lado de la barra; por lo tanto, traerán menos dinero hacia sus arcas internas y necesitarán repensar sus políticas económicas.Pido disculpas a los contribuyentes de los países ricos que ven cómo sus impuestos sirven de boya de salvación de bancos y financieras, fortuna que debería ser invertida en derechos sociales, preservación ambiental y cultura.Yo, el mercado, pido disculpas por haber cometido tantos pecados y, ahora, transferir a ustedes el peso de la penitencia. Sé que soy cínico, perverso, ganancioso. Sólo me resta suplicar que el Estado tenga piedad de mí.No oso pedir perdón a Dios, cuyo lugar pretendí ocupar. Supongo que, a esta hora, Él me mira allá desde la cima con aquella misma sonrisa irónica con que presenció la caída de la Torre de Babel (traducción ALAI).

lunes, 27 de octubre de 2008

Clausura del II Encuentro Latinoamericano de Escritores, Tulancingo 2008

Libertad de decisión de ser

Pterocles Arenarius

El primer día del año de 1994 que coincidía con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio con América del Norte (TLCAN) nos dio un hecho histórico trascendental: el levantamiento zapatista y la pequeña pero no por eso menos terrible guerra civil de doce días que sacudió a México y comenzó el derrumbe político del imperio salinista. Cuando se iniciaron las negociaciones entre los zapatistas y el gobierno, éste necesariamente debió legalizar a los rebeldes, ya que el Estado no puede ni debe ni quiere negociar con transgresores de la ley. Así los zapatistas fueron reconocidos como una fuerza indígena legal beligerante que había decidido actuar políticamente con violencia, etc… Pero entonces era preciso definir qué es indígena. Tal definición rigurosa se volvió tan escurridiza que terminó por establecerse que “Indígena es todo aquel individuo que asuma pertenecer a una etnia indígena”. Fue una de las pocas cosas inteligentes que se hicieron en ese momento: definir que es indígena el que diga “Yo soy indígena”, independientemente de sus rasgos fisonómicos, su lenguaje, su hábitat e incluso su ADN. Eso es trascendental, porque implica que las razas puras no existen. O bien que las razas puras son las de aquellos que asuman para sí la correspondiente con todas sus consecuencias.
La definición fue sabia por muchas razones de toda índole y hubiera resuelto en otra época una polémica de alto nivel intelectual que duró incluso décadas y que fue la de la identidad de lo mexicano. Abundaron los ensayos desde Vasconcelos pasando por Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Samuel Ramos, Santiago Ramírez, Octavio Paz, entre los más famosos. Lo cierto es que los mexicanos somos una multitudinaria mezcla que implica las no menos multitudinarias mezclas de las dos etnias y las dos culturas que se encontraron hace 516 años, la española y la mesoamericana.
La gran mezcla de mezclas significó en un plazo relativamente breve en términos históricos, en una monstruosa catástrofe para los indígenas habitantes originarios de estas tierras. La historia documenta que la población indígena de Mesoamérica pasó de unos 30 millones que habitaban la vasta región así llamada, para finales del siglo XVI se había reducido hasta 8 millones. Lo cierto es que los indígenas fueron sometidos a una masiva como feroz limpieza étnica que no estuvo tan lejos de lograr su exterminio por más que no fuera del todo consciente. Así como la invasión e imposición de la cultura católica de España estuvo muy cerca de acabar con todo vestigio de la no menos rica cultura prehispánica mesoamericana. Los indígenas de nuestro país fueron exterminados por asesinato directo, por sobreexplotación en el trabajo –en realidad esclavo– de las encomiendas, por las enfermedades infectocontagiosas que eran desconocidas por los aparatos inmunológicos de los aborígenes y por la violación sexual sistemática de las indígenas. La soberbia de los conquistadores y sus actitudes despiadadas contra los vencidos durante siglos han provocado lo que hoy somos como país. Los vicios de la época de la colonia no han terminado por erradicarse.
Así, hoy que vivimos desde el 2006 una polarización política han regresado los calificativos racistas con pretensiones denigrantes. Los mexicanos fuimos divididos, por la circunstancia política y los poderes fácticos en la gente bonita y los nacos. Los güeritos y el plebeyaje.
El poder económico y político llevó al poder a la derecha contra la voluntad del pueblo de México, una derecha que se niega a aceptar su nombre. Aunque su llegada al poder lo hicieron desde el sexenio pasado cuando lograron despertar la esperanza de que un “populista” (en realidad falso) que beneficiara supuestamente a las mayorías hubiera llegado al máximo cargo de decisión política, Vicente Fox pronto nos mostró sus escasas virtudes: ser atrabancado y dicharachero. Pero en su momento enseñó el verdadero rostro de la derecha mexicana, probó que ésta se ha degradado tanto que no pudieron más que llevar a dirigir a México a un hombre asombrosamente ignorante e inhabilitado para los “procesos complejos de pensamiento”. Luego de eso, en alianza con lo peor de la política mexicana y de los EU, consiguieron el entronizamiento terriblemente dificultoso, cuestionado y por ello marcado por la ilegitimidad de Felipe Calderón.
Todo esto nos ha obligado a preguntarnos si somos ese engendro racista que se pretende representado en el poder económico y en el político, la gente bonita; o bien somos la masa más o menos inconsciente y manipulada por la televisión que permitió el refrendo aunque haya sido por el fragmento, el 0.56 por ciento de una nariz de la derecha en el poder. Hablamos de esta derecha que lo hizo tan mal en todos los ámbitos durante el foxato y que lo sigue haciendo no igual sino peor ahora en el calderonato y entre paréntesis digo aquí públicamente que el señor Calderón carece –por múltiples razones, tanto derivadas del 2006, como de los momentos que vivimos– de autoridad moral para convocarnos a la unidad en torno a su gobierno.
En este momento de la historia en que la derecha se encuentra en el poder y considerando su origen, bien vale la pena que reflexionemos sobre el pensamiento de ese grupo no menos que de la manera en que están encarando los problemas de México.
Es urgente que recordemos que la derecha a que me refiero ha proclamado con alguna torpeza y nula lucidez política que “Este país –se refieren a México– fue creado por la iglesia católica. Antes de la llegada de la civilización española esta tierra era habitada por tribus que practicaban la idolatría, los sacrificios humanos y la antropofagia”. La prueba del pensamiento que se resume en tal descalificación de Mesoamérica se encuentra manifestada con prístina inocencia en la decisión de Vicente Fox durante su mandato para eliminar de los programas de estudio la historia de México anterior al siglo XVI. La derecha mexicana es católica y pretende que nuestra historia empezó precisamente hace 416 años con la llegada del catolicismo, justificador ideológico de la desaparición y suplantación de la gran cultura Mesoamericana.
Ciertamente la iglesia católica se ha opuesto a todo lo rescatable que ha ocurrido en México, desde la independencia cuando excomulgaron a Hidalgo, a Morelos y a sus seguidores. La iglesia católica hizo alianza con los invasores norteamericanos en 1847. Pero los peores anatemas se los consiguió Benito Juárez incluso hasta la fecha y los revolucionarios cuyos actos e idearios han trascendido, fueron en su momento condenados por la iglesia. Pero en el presente, el debilitamiento de esa institución religiosa, luego de múltiples escándalos de pederastia, abusos de los jerarcas contra su propia grey o sus esculapios y una intensa y extensa corrupción sólo apuntan e indican su decadencia. El catolicismo que fue impuesto a costa de muerte y sangre mexicana, a pesar de todo, tiene un trasfondo de humanismo –en la práctica olvidado por la jerarquía y por casi todos sus creyentes– que igualmente debe aportar valores de importancia a la real identidad mexicana progresista y libremente creada, escogida y asimilada.
Todo lo anterior nos lleva una vez más a preguntarnos por nuestra identidad; a que revisemos nuestro origen y, como se estableció en la Ley de concordia y pacificación que legalizaba a los zapatistas, los mexicanos seamos lo que deseamos ser. Que tomemos lo mejor de cada cultura que nos formó.
Octavio Paz se atrevió a decir que los mexicanos –por ser el producto de una violación histórica– éramos “los hijos de la chingada”, es decir, de la madre violada. Creo, sin la menor duda, que es nuestra obligación cancelar identidades tan denigrantes e incluso peyorativas como la de “Hijos de la chingada” y que, como sabiamente concluyó la ley indígena, es indígena todo aquel que así lo decida. Lo que implica que es mestizo o mexicano, todo aquel que así lo decida. Pero ser mexicano, mestizo tiene que implicar que nos apropiemos de lo mejor que nos heredaron las culturas que nos forman. Gabriel García Márquez dijo en una ocasión que “Los españoles nos quitaron todo (en cuanto a identidad y bienes materiales), pero nos dejaron todo”, en cuanto a lenguaje. Finalmente el lenguaje es una manera de apropiarse del mundo, y por cierto, es mucho más sana que la material. He tenido la fortuna de conocer a personas cultas y sensibles de origen español que padecen un sentimiento de culpa histórico por el genocidio que, sin exagerar, alcanza dimensiones planetarias –desaparecer a más de 20 millones de indígenas en 80 años es una hazaña de exterminio que habrían envidiado los nazis del siglo XX– que perpetraron sus antepasados en nuestro país, aunque esos españoles sean minoría.
Finalmente la mexicana ha sido –aunque ahora por fortuna está cambiando aceleradamente– una cultura sin padre, porque el padre de la época colonial y hasta finales del siglo XIX era el brutal cacique personificado en el arquetipo de Pedro Páramo, el que practicaba el “derecho de pernada” y en las familias mexicanas de principios del siglo XX, el papá era un pequeño tirano, un minúsculo Pedro Páramo que exigía obediencia y sumisión.
Es indudable que la identidad de los mexicanos, puesto que es factible de ser diseñada, construida y asumida, necesariamente debe allegarse las mejores virtudes de las fuentes que la constituyen. Para ello debe tener en cuenta que en Mesoamérica se dio –2000 años antes de Cristo– una hazaña del género humano, la de crear civilización espontáneamente, como producto de la más avanzada evolución natural de las comunidades humanas, fenómeno que sólo ocurrió en seis sitios de este planeta. También de eso –y mucho más que de otras cosas– somos descendientes. Las civilizaciones de Mesoamérica no fueron fracasadas ni erróneas, mucho menos permanecieron como tribus salvajes según pretende el pensamiento católico retrógrada y la derecha. Todas las civilizaciones humanas han sido, en algún momento, antropófagas, todas han practicado los sacrificios humanos; de hecho los católicos continuaban practicándolo hasta bien entrado el siglo XVII sometiendo a combustión en leña verde a todos los que no pensaran y creyeran como ellos.
Finalmente los mexicanos somos los hijos de una descomunal tragedia, los vástagos que sobrevivieron a la hecatombe. Los herederos tanto de la astronomía maya, como de la flor y el canto azteca, del Tloque-Nahuaque, el señor del cerca y el junto; de la excelsa cultura del Quetzalcóatl tolteca de estas tierras de Tula y Tulancingo, de la ciudad donde los hombres se transfiguran en Dioses, la legendaria Teotihuacan, no menos que de la lengua española que acumula vocablos del antiquísimo griego, lenguaje de los fundadores de la civilización occidental; del árabe, pueblo depositario de la cultura clásica mientras ocurría en Europa la etapa del oscurantismo; de múltiples prodigios del oriente que llegaron a nuestro país por Acapulco en la nao de China y Cipango y de los negros que fueron traídos en un acto humanitario para que ellos fueran los esclavos en vez de los indios, puesto que, como descubrieron los frailes, los indios sí tenían alma.
Hoy en la víspera del 12 octubre, luego de 516 años del primer arribo español a América –un suspiro en el devenir de la humanidad y un parpadeo en la evolución planetaria–, apelamos a lo más rico de nuestras múltiples herencias para escoger y crear nuestra identidad. Y aclararnos que si bien somos descendientes de tribus primitivas como todos los humanos, conviene que recordemos que cuando en Mesoamérica ya había ciudades, religión, escritura, urbanismo, matemáticas y astronomía, mil años antes de Cristo, en Europa, la mayoría de los humanos formaban parte del gran número de tribus nómadas apenas poco más avanzadas que las civilizaciones de la prehistoria neolítica. Asimismo no admitamos ser “Hijos de la chingada” o al menos no debemos asumirnos como tales, puesto que ninguna culpa nos toca en ello, finalmente los ancestros de este país, en una de sus vertientes, nos han heredado 40 siglos de arte y cultura, desde los remotos olmecas de Veracruz y Tabasco hasta este momento, orgullo del que muy pocas naciones del mundo pueden jactarse.
A contracorriente del momento oscuro que en muchos ámbitos transcurre nuestra vida como nación en este momento, tenemos que estar conscientes de que México ha resistido la asfixiante vecindad cercanísima con el imperio del norte de América, el que ha logrado acumular un poder de destrucción que es el más grande en la historia de la humanidad y que no ha vacilado en usarlo contra sus enemigos –la humanidad jamás debe olvidar Hiroshima y Nagasaki–. El país que habitamos se ha salvado –durante ya casi 200 años– del desmembramiento gracias en gran medida a las profundas raíces de nuestra cultura milenaria que sigue vigente en el pueblo con algunas modificaciones que le ha impuesto el devenir de la historia. En este momento, mientras en los estratos sociales económicamente superiores se deja sentir la fuerte influencia del imperio a través de la publicidad para imponer su cultura desechable y creada para gusto del lucro de los mercaderes, por abajo, en los estratos de lo que Guillermo Bonfil Batalla bautizó como el México profundo, la influencia de nuestra riqueza cultural aparece en las mismas entrañas del imperio y a la vez resiste tanto el embate de la rancia y retardataria derecha autóctona como el avance del imperio depredador dentro de nuestro país.
Para finalizar reitero que nuestra más grande riqueza sigue siendo nuestra cultura, pues mientras la literatura, las artes plásticas, la música, el cine y todas nuestras auténticas artes son de primer mundo, nuestros gobiernos, los que administran la riqueza que nos pertenece a todos han logrado indicadores de tercero o cuarto mundo. Como lo demuestra el hecho de que el índice de desarrollo personal en México está por debajo de la mitad de la tabla de los países del mundo, al nivel de naciones como Ecuador o Túnez, la corrupción se encuentra a la par de Tanzania o Senegal y la economía ha descendido del séptimo al duodécimo lugar en el mundo, lo cual sólo demuestra que la economía de México es muy grande por el tamaño de país y la gran cantidad de riquezas naturales, pero tal economía está pésimamente administrada, a pesar de que la conducen gobernantes que son de los mejor pagados del mundo.
En este momento a pesar del enorme peso político que se deja sentir en México desde el poderoso imperio norteamericano sumido en una terrible crisis que nos afectará gravemente, las manifestaciones de la resistencia en pro de las libertades, la soberanía nacional y la igualdad entre los individuos son fuertes y son la evidencia de que México se mueve en dirección correcta, hacia la evolución y el progreso de la especie humana y a contracorriente de las fuerzas que se oponen, por sus intereses históricamente momentáneos o de coyuntura, al avance de la civilización.
Ahorita, ante el monumento al escritor latinoamericano, apropiados de algo de lo mejor que, a cambio de quitarnos todo, nos dejaron los españoles, es decir, totalmente apropiados de la lengua de Góngora, Quevedo y Cervantes, desde los tiempos de Juana de Asbaje, dueños del castellano, que hemos modificado para darle nuestro propio sello, carácter y modismos, reivindiquemos lo mejor de nuestros múltiples orígenes y conmemoremos el primer contacto de los españoles con esta nuestra tierra. Finalmente el karma histórico corresponde a los españoles. Y los mexicanos si bien ya no somos exactamente indios, podemos serlo, pues eso es voluntad de cada uno como hasta la mismísima ley lo estableció; pero tampoco somos españoles, aunque nuestros nombres y apellidos tengan ese origen y es que, me parece, nadie desearía ser español y cargar con el peso de un crimen monstruoso como el que cometieron los antiguos españoles en México durante el primer siglo de la Colonia.
Aunque los tiempos sean oscuros por el momento, el sustrato profundo existe y nos conduce a realizar a futuro los cambios en el mejor sentido para nosotros y nuestros descendientes. Salud.

viernes, 24 de octubre de 2008

El imperio gringo agoniza

Ricardo Rocha


Noticias del imperio

Estados Unidos, la otrora superpotencia mundial, el todopoderoso, está enfermo. Y tal vez de muerte

También Roma se murió por dentro. Suele ser así cuando el dominio es tan absoluto y la hegemonía tan insensata. No hay modo de matar el monstruo si no es por sus propias tripas. Ya está sucediendo en Estados Unidos. La otrora superpotencia mundial. La eterna vencedora en sus guerras de película. Los dueños de la patente del american way of life. El país de las ilusiones. El dueño del destino de la raza humana. El único con capacidad para destruir este planeta hasta siete veces, por si una no fuera suficiente. El propietario del gran garrote. El todopoderoso está enfermo. Y tal vez de muerte. Y no se trata de virus ajenos; son sus propios demonios los que lo devoran: Vietnam, Granada, Panamá, Afganistán y más recientemente la carísima invasión a Irak para quitarle su petróleo. Diez décadas de atropellos so pretexto de ser los ganadores en las dos grandes guerras de la historia. También un siglo de codicia sin fin. El capitalismo en todas sus modalidades. Un neoliberalismo hipócrita y un monetarismo salvaje que se roban las cosechas, el sudor y la sangre de los más pobres en forma de créditos y otros mecanismos de control absoluto. Pues ahora resulta que todo ese inmenso y abusivo poderío está al borde del colapso. Y que Estados Unidos vive la peor crisis económica de su historia desde los días de la gran depresión. Tal vez el fin de sus tiempos. Y todo por la avaricia desatada y sin control en ese reino de la especulación, las transacciones tramposas, las riquezas ficticias y la economía ficción. Una gigantesca burbuja que finalmente reventó. Por eso e independientemente de lo que haya ocurrido ayer en el Senado estadounidense o lo que pueda pasar en los próximos días, hay costos gigantescos: en lo político, el derrumbe de George W. Bush como el peor de los mandatarios que ha habido jamás; la pérdida de la Presidencia para los republicanos y la consecuente llegada de Barack Obama a la Casa Blanca. En lo económico, es inevitable una etapa recesiva de efectos globales; es probable que se acelere el proceso de potencias emergentes como China; y lo más importante es que es posible que estemos asistiendo al principio del fin de un sistema brutalmente injusto para las mayorías, en beneficio de unos cuantos. Lo hemos dicho siempre: el gran problema de nuestro tiempo es un modelo económico que provoca la concentración de la riqueza, el aumento incesante de la pobreza y la polarización social que genera tensiones crecientes e insoportables. Un modelo que con el añadido de la corrupción y la ineficiencia se hace todavía más cruel en países como México. Donde por cierto, la versión oficial es que no nos va a pasar nada porque estamos blindados y —como dice el secretario de Economía— "no vale la pena anticiparnos sobre algo que todavía no pasa". Falso, nos vienen años de vacas muy flacas: con una severa reducción en las exportaciones; una baja de muchos miles de millones de dólares en el envío de remesas; una reducción en el crecimiento y cada vez más desempleados. Y lo más grave es que no hay una estrategia definida para enfrentar esta gravísima crisis. Y menos aún un cambio en el totémico modelo económico. Otra vez, el país a la deriva. PD. Cuarenta años ya y el 2 de octubre que no se olvida. Y cómo, si la impunidad continúa. Y ahí está Echeverría, suelto, cuando debería estar en la cárcel. En cambio, el 68 —aunque no lo reconozcan sus escépticos— nos dejó una herencia enorme de libertad y democracia. Cuando éramos realistas y exigíamos lo imposible.

viernes, 17 de octubre de 2008

López Obrador propone congelación de precios

PROPONE LÓPEZ OBRADOR SUSCRIBIR UN PACTO EN APOYO A LA ECONOMÍA Y

CONGELAR LOS PRECIOS DE ARTÍCULOS DE CONSUMO GENERALIZADO

Conferencia de prensa del presidente legítimo de México, Andrés Manuel López Obrador, para presentar una propuesta de suscripción de un pacto en apoyo a la economía popular

CARTA A LA OPINIÓN PÚBLICA

Hoy más que nunca se necesita utilizar todo el poder el Estado para proteger la economía popular y el bienestar de la población.
La crisis que está padeciendo la mayoría de los mexicanos y, desgraciadamente, el agravamiento futuro de la situación económica y social en nuestro país, exige la inmediata intervención de los gobiernos y de todas las instancias del Estado mexicano.
La gente está angustiada por la escasez de empleo, por los constantes aumentos de precios en bienes y servicios y por la falta de dinero para cubrir los gastos de alimentación, educación, salud y para pagar la luz, el agua, el gas y el pasaje.
En los 23 meses que lleva Calderón usurpando el gobierno, mientras el desempleo es el más alto de los últimos ocho años y el salario mínimo sólo se ha incrementado en 8 por ciento, el precio de la tortilla ha aumentado en 42 por ciento; el pan 60 por ciento; la leche 35 por ciento; el huevo 80 por ciento; el frijol 100 por ciento; la lenteja 130 por ciento; el arroz 130 por ciento; el aceite 113 por ciento; la carne de res 60 por ciento; la carne de cerdo 50 por ciento; el pollo 50 por ciento; el café 65 por ciento; el azúcar 40 por ciento; las pastas para sopa 62 por ciento; la gasolina 10 por ciento; el diesel 18 por ciento; el gas 20 por ciento; y la luz, sólo en lo que va del año, 100 por ciento.
Y tal parece que en el gobierno usurpador sólo están pensando en rescatar de la crisis a los potentados, sobre todo, a banqueros y grandes empresarios, como ha quedado de manifiesto al disponer, hasta ahora, de más de 11 mil millones de dólares de nuestras reservas internacionales para apoyar a especuladores y a quienes tienen grandes deudas contraídas en dólares.
Por eso, en el marco del plan anticrisis que hemos presentado al Congreso de la Unión, donde están representadas todas las fuerzas políticas del país, y en los momentos en que se está aprobando el presupuesto del año próximo, cuya facultad recae de manera exclusiva en la Cámara de Diputados, proponemos lo siguiente:
Que se convoque y persuada a los representantes de los sectores productivos y sociales, y se apliquen todos los instrumentos con que se dispone (presupuesto, leyes, decretos, subsidios, controles, regulación, entre otros) para suscribir y llevar a cabo un pacto en apoyo a la economía popular.
En una primera etapa, este pacto debe garantizar que no sigan aumentando, es decir, que se congelen los precios de los siguientes alimentos, productos y servicios:
1. Tortilla, 2. Pan, 3. Agua, 4. Leche, 5. Huevo, 6. Frijol, 7. Lenteja, 8. Arroz, 9. Aceite, 10. Carne de res y de cerdo, 11. Pollo, 12. Café, 13. Azúcar, 14. Pastas, 15. Gasolinas, 16. Diesel, 17. Energía eléctrica, 18. Gas, 19. Teléfono, 20. Transporte público, 21. Medicamentos, 22. Renta de vivienda, 23. Colegiaturas, 24. Predial, 25. Peajes de carreteras,
Este pacto debe mantenerse hasta que haya crecimiento económico, se generen empleos y se recupere el poder adquisitivo del salario, cuando menos, lo perdido en los últimos dos años.
Ya es tiempo de hacer a un lado el criterio neoliberal, la cantaleta de dejar al libre mercado y a la libre competencia, todo lo relacionado con la economía y que el Estado renuncie a su responsabilidad social. Lo cual además de carecer de sustento es una reverenda hipocresía porque siempre se ha utilizado el presupuesto público para rescatar a las instituciones financieras en quiebra y a las grandes corporaciones.
No es jugar limpio utilizar al Estado para defender intereses particulares y procurar desvanecerlo cuando se trata del beneficio de las mayorías.
Es el momento de destinar el presupuesto para proteger al pueblo y no seguirlo empleando sólo en beneficio de unos cuantos. Si de rescates se trata, rescatemos a los pobres y a las clases medias.

martes, 14 de octubre de 2008

La soledad de América Latina


[Discurso de aceptación del Premio Nobel 1982 -Texto completo]


Gabriel García Márquez


Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos parecían una cuchara. Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen.
Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonios más asombroso de nuestra realidad de aquellos tiempos. Los Cronistas de Indias nos legaron otros incontables. Eldorado, nuestro país ilusorio tan codiciado, figuró en mapas numerosos durante largos años, cambiando de lugar y de forma según la fantasía de los cartógrafos. En busca de la fuente de la Eterna Juventud, el mítico Alvar Núñez Cabeza de Vaca exploró durante ocho años el norte de México, en una expedición venática cuyos miembros se comieron unos a otros y sólo llegaron cinco de los 600 que la emprendieron. Uno de los tantos misterios que nunca fueron descifrados, es el de las once mil mulas cargadas con cien libras de oro cada una, que un día salieron del Cuzco para pagar el rescate de Atahualpa y nunca llegaron a su destino. Más tarde, durante la colonia, se vendían en Cartagena de Indias unas gallinas criadas en tierras de aluvión, en cuyas mollejas se encontraban piedrecitas de oro. Este delirio áureo de nuestros fundadores nos persiguió hasta hace poco tiempo. Apenas en el siglo pasado la misión alemana de estudiar la construcción de un ferrocarril interoceánico en el istmo de Panamá, concluyó que el proyecto era viable con la condición de que los rieles no se hicieran de hierro, que era un metal escaso en la región, sino que se hicieran de oro.
La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia. El general Antonio López de Santana, que fue tres veces dictador de México, hizo enterrar con funerales magníficos la pierna derecha que había perdido en la llamada Guerra de los Pasteles. El general García Moreno gobernó al Ecuador durante 16 años como un monarca absoluto, y su cadáver fue velado con su uniforme de gala y su coraza de condecoraciones sentado en la silla presidencial. El general Maximiliano Hernández Martínez, el déspota teósofo de El Salvador que hizo exterminar en una matanza bárbara a 30 mil campesinos, había inventado un péndulo para averiguar si los alimentos estaban envenenados, e hizo cubrir con papel rojo el alumbrado público para combatir una epidemia de escarlatina. El monumento al general Francisco Morazán, erigido en la plaza mayor de Tegucigalpa, es en realidad una estatua del mariscal Ney comprada en París en un depósito de esculturas usadas.
Hace once años, uno de los poetas insignes de nuestro tiempo, el chileno Pablo Neruda, iluminó este ámbito con su palabra. En las buenas conciencias de Europa, y a veces también en las malas, han irrumpido desde entonces con más ímpetus que nunca las noticias fantasmales de la América Latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda. No hemos tenido un instante de sosiego. Un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéreos sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón generoso, y la de un militar demócrata que había restaurado la dignidad de su pueblo. En este lapso ha habido 5 guerras y 17 golpes de estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa occidental desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi los 120 mil, que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes de la ciudad de Upsala. Numerosas mujeres arrestadas encintas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200 mil mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100 mil perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en los Estados Unidos, la cifra proporcional sería de un millón 600 mil muertes violentas en cuatro años.
De Chile, país de tradiciones hospitalarias, ha huido un millón de personas: el 10 por ciento de su población. El Uruguay, una nación minúscula de dos y medio millones de habitantes que se consideraba como el país más civilizado del continente, ha perdido en el destierro a uno de cada cinco ciudadanos. La guerra civil en El Salvador ha causado desde 1979 casi un refugiado cada 20 minutos. El país que se pudiera hacer con todos los exiliados y emigrados forzosos de América latina, tendría una población más numerosa que Noruega.
Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de la Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual éste colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad.
Pues si estas dificultades nos entorpecen a nosotros, que somos de su esencia, no es difícil entender que los talentos racionales de este lado del mundo, extasiados en la contemplación de sus propias culturas, se hayan quedado sin un método válido para interpretarnos. Es comprensible que insistan en medirnos con la misma vara con que se miden a sí mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos, y que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo fue para ellos. La interpretació n de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios. Tal vez la Europa venerable sería más comprensiva si tratara de vernos en su propio pasado. Si recordara que Londres necesitó 300 años para construir su primera muralla y otros 300 para tener un obispo, que Roma se debatió en las tinieblas de incertidumbre durante 20 siglos antes de que un rey etrusco la implantara en la historia, y que aún en el siglo XVI los pacíficos suizos de hoy, que nos deleitan con sus quesos mansos y sus relojes impávidos, ensangrentaron a Europa con soldados de fortuna. Aún en el apogeo del Renacimiento, 12 mil lansquenetes a sueldo de los ejércitos imperiales saquearon y devastaron a Roma, y pasaron a cuchillo a ocho mil de sus habitantes.
No pretendo encarnar las ilusiones de Tonio Kröger, cuyos sueños de unión entre un norte casto y un sur apasionado exaltaba Thomas Mann hace 53 años en este lugar. Pero creo que los europeos de espíritu clarificador, los que luchan también aquí por una patria grande más humana y más justa, podrían ayudarnos mejor si revisaran a fondo su manera de vernos. La solidaridad con nuestros sueños no nos haría sentir menos solos, mientras no se concrete con actos de respaldo legítimo a los pueblos que asuman la ilusión de tener una vida propia en el reparto del mundo.
América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental.
No obstante, los progresos de la navegación que han reducido tantas distancias entre nuestras Américas y Europa, parecen haber aumentado en cambio nuestra distancia cultural. ¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social? ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes? No: la violencia y el dolor desmesurados de nuestra historia son el resultado de injusticias seculares y amarguras sin cuento, y no una confabulación urdida a 3 mil leguas de nuestra casa. Pero muchos dirigentes y pensadores europeos lo han creído, con el infantilismo de los abuelos que olvidaron las locuras fructíferas de su juventud, como si no fuera posible otro destino que vivir a merced de los dos grandes dueños del mundo. Este es, amigos, el tamaño de nuestra soledad.
Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera: cada año hay 74 millones más de nacimientos que de defunciones, una cantidad de vivos nuevos como para aumentar siete veces cada año la población de Nueva York. La mayoría de ellos nacen en los países con menos recursos, y entre éstos, por supuesto, los de América Latina. En cambio, los países más prósperos han logrado acumular suficiente poder de destrucción como para aniquilar cien veces no sólo a todos los seres humanos que han existido hasta hoy, sino la totalidad de los seres vivos que han pasado por este planeta de infortunios.
Un día como el de hoy, mi maestro William Faullkner dijo en este lugar: "Me niego a admitir el fin del hombre". No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica. Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.
Agradezco a la Academia de Letras de Suecia el que me haya distinguido con un premio que me coloca junto a muchos de quienes orientaron y enriquecieron mis años de lector y de cotidiano celebrante de ese delirio sin apelación que es el oficio de escribir. Sus nombres y sus obras se me presentan hoy como sombras tutelares, pero también como el compromiso, a menudo agobiante, que se adquiere con este honor. Un duro honor que en ellos me pareció de simple justicia, pero que en mí entiendo como una más de esas lecciones con las que suele sorprendernos el destino, y que hacen más evidente nuestra condición de juguetes de un azar indescifrable, cuya única y desoladora recompensa, suelen ser, la mayoría de las veces, la incomprensión y el olvido.
Es por ello apenas natural que me interrogara, allá en ese trasfondo secreto en donde solemos trasegar con las verdades más esenciales que conforman nuestra identidad, cuál ha sido el sustento constante de mi obra, qué pudo haber llamado la atención de una manera tan comprometedora a este tribunal de árbitros tan severos. Confieso sin falsas modestias que no me ha sido fácil encontrar la razón, pero quiero creer que ha sido la misma que yo hubiera deseado. Quiero creer, amigos, que este es, una vez más, un homenaje que se rinde a la poesía. A la poesía por cuya virtud el inventario abrumador de las naves que numeró en su Iliada el viejo Homero está visitado por un viento que las empuja a navegar con su presteza intemporal y alucinada. La poesía que sostiene, en el delgado andamiaje de los tercetos del Dante, toda la fábrica densa y colosal de la Edad Media. La poesía que con tan milagrosa totalidad rescata a nuestra América en las Alturas de Machu Pichu de Pablo Neruda el grande, el más grande, y donde destilan su tristeza milenaria nuestros mejores sueños sin salida. La poesía, en fin, esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos.
En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora revelación de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía. Muchas gracias.