miércoles, 27 de diciembre de 2023

Presentar Elogio de las cantinas

 Ditirambo para el maestro dionisíaco

 

Elogio de las cantinas (Breve memorial de antros, bares, cantinas y lupanares), Jorge Arturo Borja. Eterno Femenino Ediciones, 2023.

 

Para no ser esclavos y víctimas del tiempo ¡embriagáos, embriagáos sin cesar, de vino, de poesía, de virtud, de lo que queráis!

Luis Cardoza y Aragón en Elogio de la Embriaguez de la traducción (demasiado) libre de Charles Baudelaire en el poema en prosa Embriagáos, del libro El Spleen de París.

 

El camino de los excesos conduce al palacio de la sabiduría.

William Blake

 

El material de la escritura y en general el de las artes, son los contenidos más que nada inconscientes del artista. Es decir, del individuo (como en pocas ocasiones es aquí oportuna la palabra individuo: in-dividuus, no divisible) que sin embargo, lo diría Walt Whitman: “¿Qué me contradigo?, es cierto, ¡soy multitudes!” Un ser humano es mucha gente, como lo demuestra aquel mito bíblico del nuevo testamento cuando Jesús expulsa a los demonios que habitaban un sujeto y los inserta en una piara que se despeña. Así, ni más ni menos es el material de la escritura. Los espíritus sucios, incluso a veces inmundos que suelen ocuparnos son los que, con frecuencia, nos impelen, nos animan a la creación.

Entre los alquimistas era imperativo, metafóricamente hablando, que los metales burdos —a través de la fórmula solve et coagula— se sublimaran; usando la palabra no menos rústica, significaba que se transformase el plomo en oro. La tarea del artista no es otra: de la cotidiana e insulsa vulgaridad debe crear el áureo metal precioso, la obra de arte. Más aún, de aquellos demonios aludidos es de donde se encuentra el material magnífico. Las compulsiones.

Aquellos espíritus siniestros bien podrían ser llamados las compulsiones. El talento o la capacidad creativa suelen ser un flagelo, pero ¿por qué no habría de transfigurarse en motivo de gozo y hasta en el placer mismo? Tal es la tarea alquímica, la del creador de arte.

El escritor transforma sus demonios —léase sus compulsiones— en los prodigios del placer, de la risa gracias al humor, de la joya que es la metáfora, el oro de la literatura. No es otra cosa lo que ha hecho Borja en Elogio de las cantinas.

Y ha dado un paso más. Hay un recorrido histórico, tanto de lugares como de personajes, ambos entrañables. Para Borja la cantina es el templo de sabiduría. Es la policlínica de los espíritus extraviados. Es la nave de los locos que, como en la edad oscura, eran lanzados a alta mar como indeseables y en los extremos de la posibilidad de la muerte, en medio de la espantosa terapia de choque, regresaban lúcidos, curados y hasta redimidos y de nueva cuenta adecuados para soportar al mundo.

Este libro, Elogio de las cantinas, recuerda nítidamente, ya que hemos traído a colación al medievo, al sublime Las maravillosas y espantables aventuras del gigante Gargantúa y su hijo Pantagruel, libro lleno de pantagruelismo, compuesto en otro tiempo por Alcofribas Nasier, extractor de Quintaesencia. Se parecen en lo divertido, lo erudito y a la vez estrambótico: como es (y como debe ser un maestro bebedor). Lo que contiene tanto de sabiduría y no menos de conocimiento, que no son lo mismo. En la extraordinaria novela del francés del siglo XVI, en los capítulos finales, los iniciados se dedican de explícita manera a la búsqueda de El Oráculo de la Divina Botella. En el libro de Borja no se dice, se hace, encontrar y disfrutar de la divina botella. Se recorren los lugares, se cita a los personajes, se les entabla diálogo a esos buscadores de tan celestial objeto.

Son ideas —la literatura es el arte de la letra y ésta procura colocar en este mundo las ideas— que se agradecen infinitamente, puesto que el día en que habremos de dejar el mundo ya no seremos cuerpo, sólo ideas, acaso historias.

Alguna vez el universo entero fue una idea. Luego se hizo palabra (en tal caso, como vemos, La Biblia falló) pues se dijo que en el principio fue el verbo. Pero antes, la idea.

 

Fijar las lonas de mi móvil tienda

junto a los calcinados precipicios

de donde un soplo de misterio ascienda;

y al amparo de númenes propicios,

en dilatada soledad tremenda

bruñir mi obra y cultivar mis vicios.

Nos recuerda el maestro Borja en este su libro. Versos que firmaría desde Diógenes, El Cínico hasta los más malditos de los poetas franceses o beatniks o bukovskianos. Es invaluable, delicioso y doloroso, según caso, leer en el Elogio de las cantinas, la condición, los lugares y los personajes que acompañaban al maldito Porfirio Barba Jacob, autor de tan formidables versos.

Dos cuestiones. La primera, el arte, en algún momento procuró imitar a la naturaleza y reproducir sólo lo bello. Pero aquellos neoclásicos olvidaban que en madre natura conviven el horror y la fealdad extrema con la dulzura y la belleza. Tenían que llegar los románticos para estamparles en el rostro tan tremendo asunto.

Y, la segunda. Retomando ideas. La compulsión es el motor del artista. Así como la belleza era el objetivo del arte, también lo era la virtud. Pero las nuevas rutas de los románticos, los que impulsaron el movimiento dadá, los surrealistas, los ya anotados poetas malditos, entendieron muy bien que no sólo la belleza, no sólo la virtud; también el espanto y la compulsión, los vicios, tenían que ser y fueron motivos para las artes.

Lo que nos devuelve a lo que quizá debiera llamarse el primer axioma de la obra de arte: la libertad. Sin libertad no hay creación, no hay arte. Pocos libros como este Elogio… hacen ejercicio tan lúcido y extremo de la libertad. Por eso el arte es amoral, está más allá de la moral (fluctuante, movediza en tiempos breves y en espacios mínimos), el arte está por arriba. Sin embargo, está emparentado de igual a igual con la ética. El arte puede ser inmoral, aunque no necesariamente, porque no está, per se, contra la moral, ya está dicho, está por encima. El Elogio de las cantinas es, de pronto, atrevidamente inmoral, pero en su esencia, con su estilo de pronto casi decimonónico y, en apariencia, políticamente correcto, es deliciosa y asombrosamente amoral. Lo que es decir, ético, sólo asequible a través de herramientas de la filosofía, es decir, de la estética.

Así, la compulsión, la obsesión, merecen el más alto de los respetos. Las pedas pantagruélicas, es decir, legendarias, históricas y heroicas, por lo tanto, épicas, son uno de los grandes motivos del Elogio

“He visto a los mejores cerebros de mi generación / destruidos por las drogas” aúlla Gingsberg. Lo cito porque hemos llegado al recodo del camino. La compulsión, no hay duda, puede llevar a la autodestrucción de aquel que la sufre, que la disfruta. La compulsión te obliga, puesto que te ha arrebatado la libertad. El cuando el alcohol le ganó a la poesía. Es el punto donde el creador, sin renunciar a los placeres, discierne y debe seguir el camino de la complacencia. Es cuando Barba Jacob admite que vive para “Bruñir mi obra / y para cultivar mis vicios”. Cuántos poetas malditos y chiquitos he visto sumirse y ser arrastrados e incluso ahogados en los oleajes del alcohol, vencidos por el elíxir divino (pues no hay que olvidar que todo lo divino es no menos demoniaco) y quedan ajenos al mundo, a su propia obra, extraños a la creación.

El alcohol es vitalidad, es chispa, es inteligencia y benevolencia, es claridad. O no es. Porque si te vence, si logras mirar su lado oscuro, ese sol negro, su lado demoniaco, se vuelve flaqueza; oscuridad, estupidez, brutalidad necia.

El alcohol te vuelve —si llegas al sometimiento, si le demuestras que vales muy poco— un guiñapo, un lamentable espantapájaros del desierto, es decir, inútil; te convierte en el sujeto más ridículo y digno de escarnio. Luego te arrastra, te envilece y te enferma hasta pudrirte y por fin, te mata sin piedad. Es decir, te ha arrebatado la poesía.

Es beneficioso y altamente productivo ser aliado del alcohol, respetarlo y dársele a respetar —a veces los borrachos decimos “No es por dártelo a desear”— sí, eso, dársele a desear. El sabio se otorga la complacencia (es indulgente consigo mismo) y evita la compulsión autodestructiva. Pues al final, la libertad, por la cual —dice el Quijote— puede y debe arriesgarse la vida, es útil tan sólo para entregarla. El creador está al servicio de la poesía, le ha entregado a ella (a la Diosa Blanca, dice Graves), su libertad. Y el alcohol, como lo demuestra el maestro Borja, es un formidable aliado, un motivo de alta creación, ejemplo y camino y también compañero de destino.

El maestro Borja (Eusebio Ruvalcaba, magister, dixit) ha alcanzado en este Elogio…, una cumbre creativa. Llevó la crónica —y aquí me recuerda a Ryzard Kapucinsky— hasta los más altos estadios de la literatura. Por fortuna, la inmensa sapiencia desarrollada y el descomunal conocimiento que acumuló por largos años, déjenme decirles, lo ha llevado, luego de una sola leída y a veces de mera oída, a glosar y desglosar un texto de cualquier género; a encontrarle las costuras y las puntadas fallidas, de una sola mirada. Gracias a Yemayá, a Babalú, la destreza, el conocimiento y la sabiduría del maestro las ha llevado hasta el territorio de la creación. Circunstancia muy poco común “El que sabe como se escribe un cuento, un poema, es aquel que jamás escribirá un cuento inolvidable, un gran poema”, dice por ahí cierto escritor.

El que sabe demasiado se vigila y puede llegar a paralizarse o a la obra regularzona, por más que, formalmente, muy aceptable. El que intuye y con todo valor se deja ir y además tiene un gran aliado (el OH, el radical alcohólico) es el que suele hacer la gran obra. Este libro tiene efluvios, diría López Velarde, de un misterioso alcohol.

viernes, 6 de octubre de 2023

 

Asunción Rangel

  

Yo vivía en la plaza de San Fernando y tú, Choni, tuviste vacaciones; ibas a irte a Aguascalientes, tu tierra, a pasar unos días con tu mamá y tu hermana. Vivías en un callejoncito que estaba del otro lado, hacia la subida después de atravesar Pósitos (calle a la que toda la gente de Guanajuato le dice Positos). Puesto que nuestras casas estaban a un par de calles de retirado, me dijiste:

—Oye, Doc, un favorzotototísimo…

—Diga usted, señorita…

—¿Ya así nos llevamos, pinche Doc? ¿Cómo que señorita?

—No, perdón, Choni, ya sé que tú eres Dite, un diablo de la Divina Comedia. ¿Para qué soy bueno?

—Así está mejor. Es que, ya ves que me voy a mi rancho, te quería pedir por favor si no te fuera oneroso, excesivo y desgastante, si pudieras ir a dejarles su comida a mis gatos que se van a quedar solos. ¿Cómo ves, Doc, sí podrás? El tremendo pedo es que habría que ir a ponerles comida y agua diario. —Me decías Doc, Chonita. Porque un día que estaba enseñándole matemáticas a una chiquilla en el café Bossanova, en su terraza de maravillas, vino una abeja y picó apenas arribita de la cintura, en la espalda, a la muchacha que empezó a quejarse ya a punto del llanto. Fui corriendo al café, conseguí un ajo y se lo unté en el piquete. Casi de manera instantánea se le quitó el dolor. Por alguna razón nos quedó la costumbre de acariciarle la cintura bajo la ropa a aquella señorita. Y tú me dijiste: “Pues sí, pinche doctor, ahora andas siempre de ofrecido con la chamaca, ‘¿no te ha picado una abeja, chiquita’, verdad?” Ay, Chonita, mejor ni te contesto. Pero con respecto a tus gatos:

La enorme Choni

—Voy. No es pedo. Estoy bien cerquita de tu casa. Sirve que hasta saco a pasear un ratito a mis niños.

—¿Sí te la avientas?

—A wiwi. Me lanzo a tu casita a eso de las once o las doce, antes de irme al Correo. Les pongo comida a tus gatos, les limpio…

—Les dejas abierta una de las ventanas, yo te digo cual, porque entran y salen todos los días. Y les pones un poco de agua, ¿va? Eso es todo.

—Claro que sí, Chonita, hasta les enseñaré a mis niños como se cuida una mascota.

—Muchas gracias, Doc, por eso te quiero…

—Encantado, Choni; servirte es algo chingón para mí.

Y te fuiste a Aguascalientes, Choni. Estuve yendo y viniendo todos los días a tu casa. Les ponía comida que me indicaste dónde encontraría dentro de tu casita. Les cambiaba el agua y, en algún momento, la arena, lo cual casi no era necesario porque sus gatos, como tú, eran demasiado libres y gran parte del día y de la noche se la pasaban buscando aventuras por las azoteas.

Nunca dejaste de ser una jovencita

Para mis niños, Zoe y David, ella de cinco años y él de cuatro era una gran diversión salir de casa, ascender un poquito por el callejón (no recuerdo su nombre), entrar a tu casa, ver tus afiches pegados en la pared, leer fragmentos de poemas que ahí mismo colocabas —Zoe ya tenía quizá un año de saber leer y en ese momento le estaba enseñando a leer a su hermanito; en algún momento leyó alguno de los versos que tenías pegados en la pared—, en fin, para mis hijos aquello fue también considerar una forma de vivir diferente a la nuestra (tú vivías sola en aquel tiempo, Chonita), ver a tus gatos, a veces, aunque jamás tocarlos porque parecían algo salvajes y el viaje completo ya era una aventura para mis niños.

Yo había entrado a trabajar al periódico Correo, ahí te conocí. Cualquier día nos fuimos juntos a tomar cerveza saliendo de trabajar. Siempre íbamos a Los Lobos por ahí cerca del Museo Iconográfico del Quijote. Luego de la primera sesión de chelas nos hicimos buenos amigos y la relación amistosa fue in crescendo. En el ínterin que duró varios años, hubo miles de cervezas en Los Lobos, en La Dama…, en el Bar Ocho (porque los gringos dueños del bar entendían “borracho” al decir Bar Ocho), en el Salón Verde, en Los Barrilitos. ¿Qué lugar no nos recorrimos, Chonita?

Muy frecuentemente te consolaba de los berrinches que te hacían pasar cuando te encargaban más trabajo que a todos los demás formadores. Es que tú, mi Chonita, eras, para ese trabajo, incomparable, extraordinaria. Hábil como nadie, velocísima con el ratón de la computadora para formar una página en unos cuantos minutos. Hasta sin querer trabajabas mucho más rápido que todos los demás formadores. Tu más que justo berrinche era porque siempre te encargaban más trabajo que a todos, porque lo hacías más rápido y ejemplarmente bien hecho. Pero no te pagaban más, ni te dejaban salir más temprano. Era el síndrome de “La niña que lava muy bien los trastes. Entonces que los lave siempre, porque ella es la que los lava mejor” y chínguese la niña. Ciertamente, qué poca madre. Recuerdo que también hacías travesuras de las que jamás se enteraron, como cambiar los horóscopos a tu capricho. Luego nos reíamos juntos porque hasta llegaron comentarios al periódico de que los horóscopos eran muy acertados.

Extraordinaria poeta

El periódico Correo —qué novedad— era un centro de explotación, por supuesto, una empresa cuyo dueño era otra empresa, Vimarsa, compañía constructora consentida de los gobiernos panistas (corruptísimos e hipócritas) de Guanajuato. Su director en aquel tiempo era Arnoldo Cuéllar Ornelas. Un periodista buenaondita que se ufanaba de izquierdoso y hasta medio hippie, pero en realidad no era más que un obediente empleado incluso más bien rastrero de Vimarsa.

Tú, Choni, hacías, si no mal recuerdo, ocho o nueve páginas, si no es que diez en tu jornada. Mientras todos y todas las demás, que hacían la misma chamba, no pasaban de cuatro, acaso cinco en el mismo tiempo. Eras extraordinaria, Chonita. Y estabas bien enojada porque te pagaban lo mismo que a las demás mientras tú hacías el doble de trabajo y tampoco te dejaban salir más temprano. Arnoldo, el Platanote, un día lo bautizaste así, Choni, porque fue vestido de amarillo, ridículo con sus casi dos metros de estatura, con un calzón hasta las rodillas y una camisa de aquel color. Y es que trabajábamos un sábado aquella vez, ¿o sería domingo? Los periódicos no descansan.

Llegábamos a trabajar y había que aplicarse una intoxicada de café en grande cada día. Más tarde, como a las nueve de la noche, salíamos a comprar algo para cenar. En el diario trajín, cuando me di cuenta ya eras mi gran amiga. Mi mejor amiga. Descubrí que eras una inteligencia superior. Asunción Rangel, lo consideré después, has sido una de las mujeres más inteligentes y talentosas que he conocido en mi vida.

En algún momento me diste a leer Diablo guardián, esa excelente novela de este famoso escritor cuyo nombre, por el momento no recuerdo. Velasco, creo. Algún tiempo después me dijiste:

—Mira, Doc, léete esta novela. A ver qué te parece. Nada más te digo una cosa, a este güey yo sí me le encuero. —Me la prestaste. Era En busca de Klingsor, de Jorge Volpi. En efecto, una obra extraordinaria. La leí con gran deleite. Te dije:

La doctora Choni

—Oye, tienes razón, yo también me le encuero. — En algún momento Volpi fue a Guanajuato a un cervantino y hablamos con él. Yo le conté todo esto y, sin duda, le pareció una excelente idea lo que dijiste, Choni. Pero de mí opinó que “No es necesario”, de todos modos no era cierto, sólo fue una forma de hablar. En fin. Pero creo recordar que te anduvo buscando el cabrón. Hasta me sentí culpable.

Recuerdo que me contaste en nuestras casi diarias sesiones de cerveza en Los Lobos, que habías llegado a Guanajuato unos tres años antes y que empezaste a trabajar vendiendo tortas en La Pulga, la famosa tortería que, creo, todavía existe en Guanajuato. También vendiste perros calientes, eso que lleva una salchicha cocida en medio de un pan y le agregan  mostaza, etc., en un puesto callejero. Quizá cuando entrabas a tercer semestre te conseguiste el trabajo en el periódico Correo y aprendiste el oficio de formar páginas de manera asombrosamente rápida y muy bien hecha. Había gente más o menos nefasta en el Correo. Y tú, Choni, libérrima, te peleabas con ellas. Cuando ya estabas en alguno de los semestres más avanzados de su carrera y sabiendo formar con velocidad vertiginosa y calidad superior además de buen gusto y originalidad, te propusiste, con una de sus grandes amigas, a crear una revista literaria. Tú, mi Chonita, lograbas todo lo que te proponías: conseguiste que algún departamento de la Universidad de Guanajuato te subsidiara tu revista. Se llamó Azogue. Me invitaste a publicar ahí. Por supuesto que te di un cuento (el premiado Madreardiendo y Bailarás). Tengo idea que me publicaste al menos dos veces.

Terminaste la escuela y te metiste a hacer la maestría. Con tu gran inteligencia y tus excelentes calificaciones —ahora que me acuerdo te dieron el título en un examen en que fuiste distinguida con el Cum Laude— te conseguiste una beca para la maestría. Me pediste que fuera tu fiador. Y así lo hice. Luego me corrieron del Correo porque los panistas de la bancada diputadil del estado consideraron que los ofendí en un artículo que publiqué en el periódico de marras. Publicaba dos veces por semana pero ese trabajo no me lo pagaban. Pero cuando no les gustó lo que publiqué me corrieron.

A Arnoldo Cuéllar y a Martha Camacho, su secuaz, los cagaron los mearon y los basquearon por mi culpa, los diputadetes se habían ido a quejar con el dueño del congal y éste se desquitó con las putas. Aunque se tiene que incluir a Luis Villalobos y Mayra León como coculpables míos porque también los corrieron.

Choni, habías entrado a enseñar en una prepa de la ciudad y, como te fuiste a hacer la maestría, me dejaste tus grupos. Trabajé un año en esa escuelita.

Un día me contaste que tu asesora de tesis, una mujer de apellido Rolón, te robó (te plagió) un texto, o serían varios, de tu más que ingeniosa, genial invención, Choni. La mujer aquella los incorporó a un trabajo que hizo y no te dio créditos. Lloraste de rabia, mi Choni. Te consolé diciéndote que tenías mucha creatividad, una inteligencia muy superior para hacer muchos más textos y esa mujer se degradaba al haber hecho ese plagio.

Terminaste tu maestría e hiciste el doctorado. Con tu voluntad inquebrantable y tu inteligencia brillantísima no podía ser de otra manera.

Tu muerte, Chonita, duele en las entrañas.

Me culpo porque me alejé de ti, Choni. Porque soy un pinche desapegado que le vale madres (casi) todo. Pero nunca dejé de admirarte ni de quererte. Fuiste la gran prueba de que la amistad (una de las formas más altas del amor) sí puede darse entre un hombre y una mujer. Por más que yo fuera unos 30 años mayor que tú.

Hoy sufro el castigo de saber que no volveré a verte jamás en este mundo.

Es algo muy duro. Y me digo que qué estúpido fui porque no te busqué, porque no intenté estar cerca de ti en estos últimos años. Siempre pensé “Después, después le mando un mensaje, un día voy a Guanajuato y la invito a comer y a tomar una chela”. Qué poca madre, no te mandé mensaje, ni siquiera fui a Guanajuato y te perdí para siempre.

Tu muerte duele porque ibas a dar mucho más. Eras una mujer demasiado valiosa.

Todavía me niego a creer que ya no estás en este mundo.

Eras demasiado próxima a la perfección: bella, joven, exitosa, inteligente, instruida, encantadora…, demasiado pronto, mi Chonita, te nos fuiste. Todos hemos de irnos. Pero es muy doloroso que te hayas ido en la mera flor de tu vida.

Y es cuando nos pega en el rostro la pregunta mil veces repetida: ¿todo para qué?

Nos queda tu obra, tu inteligencia, tu sonrisa. Nos queda el amor que de manera tan poderosa sembraste dentro de nosotros.

Nos veremos pronto, chiquita.

jueves, 14 de septiembre de 2023

Para conversar sobre Pancho Villa

 

Pancho Villa espiritual

(Desde el analfabetismo hasta la consciencia nacional)

 

 

Yo conocí a Bolívar una mañana larga

en Madrid, en la boca del Quinto Regimiento

Padre, le dije, ¿eres o no eres o quién eres?

Y mirando el Cuartel de la Montaña dijo:

Despierto cada cien años, cuando despierta el                                                                   pueblo.

Pablo Neruda (Canto General)

 

Una no definición de la novela

Antes que nada quiero decir que la novela es el género literario totalizador por excelencia, es, como ningún otro, el ámbito literario donde se explora el espíritu ya sea del individuo, de un pueblo, de una nación y hasta de la humanidad. Dicen que la poesía es la savia del árbol; el cuento es una rama o quizá una hoja. Bueno, pues la novela es el árbol completo. La novela pretende agotar su asunto. Pero, atención, capturar al infinito universo —infinito, sí, pero limitado dice la física—, bueno, agotarlo, eso es lo imposible. Por lo tanto, la novela tiene la misión que jamás podrá ejecutar, el infinito no cabe en ningún libro. Entonces, el escritor, en su trabajo novelístico debe simular que lo hace. Hacer sentir al lector que ha agotado su asunto. Esa es la primera mentira. Toda la literatura es una formidable, aunque maravillosa mentira. “La literatura es una mentira práctica, pero es una verdad sicológica” opinó Alfonso Reyes. Ciertamente, la literatura es la gran mentira. Pero todo texto si se precia de ser literatura debe ser verosímil, es decir, tan parecido a la verdad que se confunde con ella. Es una de sus primeras virtudes. La novela es “lo general” porque no tiene una estructura canónica —como sí la tiene el cuento y algunos subgéneros de la poesía—. Cada novela inventa su propia estructura. Pero también es lo particular, porque, como ningún otro género explora las profundidades del alma de los personajes. La definición de novela es singularmente escurridiza: “Una novela es un relato ficticio de largo aliento”. “Novela es todo aquel libro que en sus primeras líneas diga: el siguiente texto es una novela” si es que así lo desea el autor. La novela es indefinible. Y ha sido condenada a muerte sistemáticamente, si no es que se le ha declarado finada. Pero se renueva todos los días.

Existe lo que se llama novela histórica. Ceñidos a la primera no definición de novela citada hasta incurriríamos en una contradicción: si es novela es ficción, si es histórica tiene que ser verdad. Aquí la narración va a caballo entre la verdad y la ficción. Tiene que apegarse a los hechos históricos, pero también puede elucubrar sobre tantísimos aspectos de la vida del personaje real que pertenece a la historia, pero que son incapturables para la disciplina histórica. Y eso con tal de que los haga verosímiles.

No pretendo que Querido Pancho Villa sea una novela histórica, por más que me han dicho que sin duda lo es. Me conformo con afirmar que es una novela en que aparece como personaje protagónico —incluso a veces narrándose a sí mismo— mi general Villa.

 

La iniciación del bandolero

El 22 de septiembre de 1894, José Doroteo Arango Arámbula, de 16 años de edad, entró a su casa en la comunidad campesina conocida como La Coyotada, la habitación era una humilde vivienda de cuatro piezas y un solar limitado con piedras amontonadas; el adolescente llevaba un paso casi rápido pero taimado, ingresaba por segunda vez en menos de diez minutos. Llevaba un jorongo amplio y bajo él ocultaba una vieja pistola revólver Colt, calibre 38, que recogiera de la casa vecina de su primo Romualdo Franco, a quien se la encargara pocos días antes. En cuanto se encontró por segunda vez frente a Agustín López Negrete, descubrió el arma y sin haber cruzado palabra con el hacendado le disparó tres veces a metro y medio. Ni modo que fallara (“Le pegué tres tiros en la caja del cuerpo” le dijo a Martín Luis Guzmán muchos años después). El patrón López Negrete tenía 48 años cumplidos y era dueño de vidas, aguas y tierras, incluyendo fincas y plantaciones, en la famosa hacienda Río Grande de San Juan del Río, Durango. Sus lacayos no se atrevían a sostenerle ni la mirada y Doroteo lo mató siendo casi un niño. Agustín López Negrete, era, además, tío de María de los Dolores Asúnsolo y López Negrete que conocimos, gracias al cine, años después, como Dolores del Río.

¿Por qué el imberbe Doroteo mató a López Negrete de manera tan sorpresiva, ayuna de piedad e inopinada?

Pues ocurre que el poderoso terrateniente, antojadizo y sabedor de sus poderes como latifundista, se presentó en la casa de doña Micaela Arámbula, madre de Doroteo, Mariana, Antonio, Martina e Hipólito, de apellidos Arango Arámbula. Su objetivo era el de que doña Micaela satisficiera su encargo de patrón que ella estaba empeñada en desobedecer: mandarle a su hija Martina, de 13 años por aquellos entonces. La madre de Doroteo se negó a mandar a su hija. Entonces el señor Agustín López Negrete fue, ¿quién se lo iba a impedir?, a tomar por propia mano lo que se negaba a cumplir doña Micaela. Llegando de trabajar, Doroteo se dio cuenta de lo que pasaba y es cuando salió, recuperó su Colt 38 de cañón largo —de las que tanto se usaron en aquel largo genocidio que los gringos llamaron “La Conquista del Oeste”— y volvió a entrar para finiquitar la existencia del amo.

Así empieza la vida fuera de la ley de Doroteo Arango, que luego habría de cambiar su nombre por el de Pancho Villa en función de que su padre, Agustín Arango, había sido hijo “natural” de Agustín Villa.

 

Los progresos fuera de la ley

El adolescente Doroteo tiene que vivir perseguido por la Acordada como si hubiera sido un animal dañero. Debió sortear peligros inmensos, sufrir hambres, deshidratación masiva, fríos de hielo y persecución permanente de los que urgían venganza contra aquel mozalbete desgarbado y aparentemente aturdido. Para su suerte lo reclutó El Tigre, Ignacio Parra, que fuera correligionario de Heraclio Bernal, El Rayo de Sinaloa, el de los corridos; Parra tomó a Doroteo como su aprendiz de bandolero. En pocos años, Doroteo Arango dejó de ser aprendiz y se cambió el nombre a Pancho Villa. Adquirió experiencias invaluables en enfrentamientos a mano armada, robo de ganado, estrategias de resistencia en combate frente a fuerzas muy superiores tanto en número como en armamento. Las mañas para ganarse a la gente de los pueblos mediante dádivas generalmente cuando robaban grandes cantidades de cabezas de ganado, pasaban por los pueblos regalando animales que, ya destazados, entregaban a los pobladores. Se cuenta que en una ocasión asaltó la pagaduría de una mina y, cuando se retiró con su gavilla, fue lanzando monedas de oro de regalo para el pueblo. También tomó, varias veces, las presidencias municipales de diversos poblados; ahí obligaba a los ricos del lugar a abrir las trojes a la gente y a regalar treinta o cincuenta animales para los habitantes.

Sus robos fueron de múltiples índoles. Trenes, pagadurías y tiendas de raya, gobiernos municipales, cascos de haciendas, pero su especialidad eran los robos de ganado a lo grande. Las familias de los latifundistas, los Terrazas, dueños de casi todo el estado de Chihuahua; los Creel, ascendientes del jefe de una tribu panista de las más hipócritas de este momento; los Vázquez del Mercado y otros fueron sus clientes por más de una década. Pancho Villa les robó ganado por miles de cabezas. Ya en la Revolución organizó una red de abigeato que, sin duda, era la más grande del mundo, y lo hizo para subsidiar la lucha armada contra el ejército de Porfirio Díaz primero, el de Victoriano Huerta después y, al final, el de Venustiano Carranza.

Muchas veces estuvo cerca de morir. Pero cada vez que salvaba su vida se convertía en un combatiente más temible y más conocedor. Tirador formidable, junto con el Tigre Parra y el Jorobado Alvarado, los tres solos, llegaron a enfrentar, como él mismo lo anota en sus memorias, a un grupo de doscientos pistoleros. Las hazañas de Pancho Villa son interminables. Ya después de 1910 habría de trocar sus logros de bandido en proezas militares que, como la batalla de Zacatecas o el acontecimiento conocido como el Tren de Troya, se volvieron incluso motivo de estudio para el Ejército Mexicano.

 

El bandido que llega a los altares

Querido Pancho Villa anota un buen número de las epopeyas protomilitares del llamado Centauro del Norte. Pero, a mi juicio, toca un punto que raramente ha sido explorado en los cientos de libros que se han escrito sobre nuestro personaje. Uno, su dimensión espiritual. Villa era una persona extraordinariamente sensible —por más que lo hayan acusado de asesino, despiadado, criminal, etc.—. Abundan las anécdotas en las que se nos muestra llorando a lágrima viva y sin pudor alguno, frente a sus propios soldados y los generales de su estado mayor. Por otra parte, la estatura militar y las descomunales hazañas de Pancho Villa serían inexplicables si no hubiera tenido una extraordinaria, profunda, exuberante vida espiritual. Por más que fuera producto de meras intuiciones e incluso de emociones tan primitivas como desmesuradas; he aquí el punto esencial. Las poderosas emociones que alguna personas experimentan suelen ser el disparador para los trances místicos o incluso hasta para el conocimiento espiritual. Además, es casi seguro que Villa haya tenido la experiencia de las visiones divinas que se alcanzan con la ingestión del peyote, o al menos, él mismo habla de la raíz de oro, otro enteógeno algo menos famoso que el híkuri. Por supuesto, no hay pruebas.

En la novela Querido Pancho Villa, al menos una vez se sumerge en el éxtasis que se alcanza gracias a la ingestión de peyote y de la raíz de oro.

Tierno y sensible el guerrero

Y, para cerrar la pinza, se anota no menos la vida amorosa del general que fue “Más grande amante que soldado”, como lo hace saber una de las muchas mujeres que compartió lecho y caricias con aquel hombre que fue un titán. El amor sexual, el erotismo son un ámbito en el que las facultades humanas de lo instintivo, lo espiritual y lo intelectual juegan libre, intensa y profundamente; las mismas facultades que convirtieran a Villa en un líder fuera de serie.

En su libro El héroe de las mil caras, Joseph Campbell anota una frase que conviene con la faceta —digamos amorosa— de la vida de mi general: “El libertino sexual es un místico de la carne. El místico es un libidinoso del espíritu”.

Francisco Villa fue, como muy difícilmente otro ser humano podría recibir con tanta justicia el adjetivo, un ser volcánico. En su persona se reunían la fuerza monstruosa propia de madre natura (“El señor de las cosas salvajes y libres” dicen de su dios de la naturaleza las brujas del paganismo primitivo), pero también lo habitaba una sensibilidad exquisita, como lo reportan algunas de las mujeres con quienes compartió su cuerpo y le compartieron los suyos.

Pero no menos ejercía una inteligencia sobrenatural y la capacidad de aprendizaje que muy difícil puede encontrarse en este mundo. Indudablemente era un genio.

Y por si no fuera suficiente, los virtudes naturales de su cuerpo eran otro de sus privilegios. Un hombre muy fuerte, su resistencia, si con una palabra se pudiera calificar habría de usarse el adjetivo de sobrehumana. Se llegó a decir que tenía pacto con el diablo porque cometía un atraco en un sitio y dos horas después perpetraba otro a decenas de kilómetros luego de trasladarse a galope tendido. Las supersticiones sostenían que se trasladaba por los aires. Sin embargo, lo cierto es que muchos atracos que ejecutaban otros bandidos se los achacaban a Villa.

Una característica no menos extraña en un hombre al que se consideraba un bruto es el hecho de que admiraba a los hombres cultos. Llegó a desarrollar un verdadero fervor por Francisco I. Madero, por lo que Villa consideraba era la cultura de Madero, su lenguaje correctísimo, elegante y culterano, su conocimiento de la historia y su capacidad para, incluso, escribir libros. Pancho Villa, sólo hasta sus treinta y tres años aprendió a leer como para allegarse un libro. En la cárcel de Santiago Tlatelolco, donde cayó preso gracias a salvar la vida por intervención de Raúl Madero, hermano del presidente —Victoriano Huerta lo había mandado fusilar—. Ahí, preso, gracias a Gildardo Magaña, el zapatista que también estaba cautivo, aprendió a leer aceptablemente. El primer libro que leyó fue El conde de Montecristo, de Dumas. El segundo fue Don Quijote. Pancho Villa no se andaba con pequeñeces.

 

El centauro y su vuelta al mundo

En la década de los años 50, Vicente Lombardo Toledano, uno de los, en aquel tiempo llamados siete sabios de México, se entrevistó con el gran jefe de la Revolución China, Mao Tsé Tung. Y cuenta que Mao le habló de Pancho Villa, que le confesó que la llamada Larga Marcha, que, al final, le dio la victoria en la guerra civil, fue una inspiración Villista.

Vo Nguyen Giap, el gran general vietnamita que derrotó a los franceses para expulsarlos de su país en la década de los años 50, a los japoneses poco después de la Segunda Guerra Mundial y que sobrevivió hasta enfrentar a los gringos en la guerra de Vietnam de los años 70, también dice que su Ejército Popular de Liberación tenía una brigada de élite llamada General Francisco Villa. Las fuerzas anarquistas que pelearon en la Guerra Civil Española de 1936-1939, incluían un grupo de desesperados combatientes suicidas que se hacían llamar Brigada Pancho Villa.

Y es aquí donde quiero anotar un prodigio más. El pueblo raso siente que Pancho Villa es un personaje, por decirlo de alguna manera, trascendental en el más poderoso sentido de la palabra. Llama la atención que el pueblo no le prende veladoras a Miguel Hidalgo, el padre de la patria, ni a Benito Juárez ni a Emiliano Zapata y vaya que venera a estos hombres. Bueno, mucho menos el pueblo reverencia a Álvaro Obregón o a Venustiano Carranza, los que derrotaron a mi general Villa. Sin embargo, existe un culto a Pancho Villa. En el norte de nuestro país y con ramificaciones en el sur de EU existe la religión de Pancho Villa, en la que mi general es el supremo profeta de la divinidad. Entre el pueblo, en general, circula una oración a Pancho Villa. Hay quien carga la imagen del general y se encienden veladoras con su efigie a la que se le reza una oración. Ni Juárez ha merecido semejante devoción. Y esto ha ocurrido en contra de los gobiernos priístas que nos estuvieron esquilmando —dicen ellos que gobernaban— desde hace casi un siglo. La veneración del pueblo rebasó también a la iglesia católica que tacha de demoniaco todo ritual o fervor religioso que disienta de sus dogmas. También es bueno recordar que los homenajes oficiales a Villa empezaron apenas en el año de 1976, medio siglo después de que lo asesinaran.

Francisco Villa es la fidelísima personificación del espíritu del pueblo mexicano en un momento de su historia. Por eso se ha quedado para la posteridad, por eso es el único prócer histórico a quien el pueblo ha elevado a sus altares. Por eso, finalmente, se le han dedicado tantos libros y también esta novela.

miércoles, 21 de junio de 2023

La unidad

 Texto publicado en el periódico Defensa de la 4T, No. 48.


La unidad

 

Pterocles Arenarius

 

El pueblo unido jamás será vencido

 

 

La derecha cree que la mayoría de los ciudadanos de México somos estúpidos. Está bien. No se puede pedir más de gente racista, clasista y machista. Si creen eso, nos conviene a nosotros. No pueden concebir que un campesino, un ama de casa, un obrero, tengan ideas que ya se aproximan mucho a la consciencia de clase, que conozcan la circunstancia general, más o menos aproximada de la historia reciente y la coyuntura del momento en el ámbito político. La gente de derechas así lo ha manifestado siempre: “Los que votan por López son pobres e ignorantes, indios patarrajada”. Pues allá ellos.

Pero bien vale la pena recordarles que en este país, por siglos, se sacrificó a millones de personas condenándolas a la miseria de por vida a cambio de privilegiar a una pequeña élite económica e ilegítimamente beneficiada, inútil, estéril, mediocre y renegada de su nacionalidad.

Los conservadores, la gente de derecha, siempre ha admirado lo extranjero. En los tiempos de la Primera Transformación e incluso en la Segunda, el paradigma era España, aunque por conveniencia política y odios tan arteros y revanchistas contra Benito Juárez y el grupo de los liberales, los conservadores acudieron a Francia, para que el ejército de ese país apoyara a un príncipe austriaco en desempleo y viniera a gobernar a este “país de indios ignorantes”. Esa gente solía llamar a España La Madre Patria. Olvidaban y siguen haciéndolo, que los españoles que invadieron las tierras de nuestro país provocaron la hecatombe demográfica más grande de la historia de la humanidad. Cuando llegaron, a finales del siglo XVI, acá había unos 20 millones de habitantes. Cien años después los pueblos originarios no tenían una población mayor de seis millones de personas. Es algo que ni los nazis consiguieron.

La Segunda Transformación separó a la iglesia del estado y fundó realmente a México al conseguir una identidad nacional.

Luego, poco antes de la Tercera Transformación, el tirano Porfirio Díaz hizo de Francia el paradigma, a pesar de que él mismo combatiera contra los soldados franceses entre 1862 y 1867. Y luego de traicionar sus ideales, Porfirio, insaciable de poder, se olvidó del pueblo al que se mantuvo sometido brutalmente a formas de explotación inhumanas. Lo cual provocó la Tercera Transformación, la que costó al país un millón de muertos.

Hasta entonces, todos los grandes cambios revolucionarios ocurrieron de manera violenta.

En 1911 se fue don Porfirio. Pero quedó doña Porfiria.

La tiranía porfirista se transformó en una Dictadura Perfecta, como dijera un escritor peruano hoy vendido a la reacción internacional.

México padeció un régimen tiránico disfrazado de democracia. El PRI fue el partido de estado más longevo de la historia de la humanidad. El PRI no se detuvo para cometer asesinatos, torturar, encarcelar, desaparecer y hacer fraudes electorales para conservarse en el poder. Doña Porfiria era igual o peor que don Porfirio. El PRI corrompió todo lo que llegó a tocar. El partido (filonazi) apellidado de Acción Nacional terminó pareciéndose tanto al peor PRI que hoy es difícil distinguirlos.

Andrés Manuel López Obrador fue el dirigente con la talla política para lograr la derrota del sistema prianerredista, por más que le haya tomado casi toda su vida lograrlo.

El presidente AMLO ha dicho con frecuencia que “Hay gobiernos que dan y hay gobiernos que quitan”. Eso, el pueblo lo sabe desde hace muchas décadas. Los del PRI, los del PAN, fueron siempre gobiernos que quitaban. Derechos de los trabajadores, justicia contra el ciudadano humilde, dinero a través de impuestos y latrocinios. Hoy la gran mayoría de los mexicanos ha descubierto que el gobierno que encabeza AMLO es su aliado.

Los “iluminados” especialistas, doctores en ciencia política, comentócratas famosos, etc., no se explican por qué el gran segmento del pueblo que ellos llaman la pelazón, el infelizaje, apoyan al presidente. Sus doctorados no alcanzan para explicarles que el gobierno de López Obrador es un gobierno que da y la otra razón es que amor con amor se paga. Conceptos más que sencillos que los estudios doctorales no consiguen explicar. Estúpidos seríamos si hubiéramos permitido que una mafia de bandidos —léase el PRIANRD— hubiera seguido decidiendo, para nuestra desgracia, el destino de todos los mexicanos.

Hay quien se queja sosteniendo que López Obrador es, en realidad, un agente que está trabajando para que, a largo o incluso a mediano plazo, se perpetúe el sistema capitalista explotador. A éstos les sugiero que lo vean al revés. AMLO es un político que teniendo todo en contra, luego de haberse mantenido dentro del sistema corrupto (pero realizando por décadas la inmensa hazaña de no corromperse) jugó con las reglas de la oligarquía, en su propio terreno, contra el árbitro siempre vendido a sus contrincantes y a contracorriente. Y así, luego de décadas, derrotó a una mafia corrompida y racista.

Luego de casi cinco años de gobierno de la 4T México tiene números muy alentadores. Los salarios han aumentado un insólito 80 por ciento; la economía se encuentra creciendo como nunca en el último medio siglo, al tres por ciento anual; el pueblo raso recibe apoyos que jamás en la historia había otorgado gobierno alguno: Pensión a Adultos Mayores, Sembrando Vida, Construyendo el Futuro, Becas Benito Juárez, apoyos a discapacitados; un 70 por ciento de los hogares tienen al menos un apoyo del gobierno. Se construyen grandes obras: puentes, aeropuertos, carreteras, presas, el Tren Maya, el Corredor Transístmico, la Refinería Olmeca. El peso está fuerte como nunca, ganando consistentemente ante el dólar. La bolsa de valores con circunstancia gananciosa permanente. El empleo con números históricos y las remesas desde EU rompiendo récords.

Los que vivimos no podemos recordar un gobierno mejor que éste en nuestra vida.

Pero hay tres cosas que me asombran.

Una, que nuestro gobierno está logrando todo ¡sin aumentar la monstruosa deuda que nos heredaron los gobiernos ladrones!, y al revés, la está reduciendo.

Dos, que esta es una verdadera revolución, pero es pacífica. Alabado sea Ochún.

Y, tres, que la oposición vocifera que la 4T ¡está destruyendo al país!

Resulta increíble que no reconozcan lo extraordinario de nuestro gobierno. Y en esa medida es que debemos defenderlo y refrendar la victoria de 2018.

La lección de las recientes elecciones es clarísima. Si nuestro movimiento se divide nos pueden derrotar.

Pero si nos mantenemos unidos, creo que seremos invencibles.

Lo diré abiertamente. Claudia Sheinbaum o Adán Augusto son candidatos ideales para la continuidad.

Con Marcelo Ebrard tendría alguna reserva, pero aun así es muy aceptable.

Gerardo Fernández Noroña, es un legislador muy valioso, muy aguerrido, inteligente y sería buen candidato en otras condiciones. Su gran defecto, pienso, es que es demasiado valiente. Atrabancado. No es mecha-corta, no tiene mecha. Y eso puede poner en peligro todo lo construido.

Y, por último, con Ricardo Monreal ni a la esquina.

Pero lo imprescindible es la unidad.


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domingo, 8 de enero de 2023

2023, Año de Francisco Villa

 

2023

Año de mi general Villa

 

 

En la conferencia mañanera del 2 de enero de 2023 apareció en la mampara y en la pantalla que están detrás del presidente López Obrador la imagen de mi general Francisco Villa y la leyenda: “2023 año de Francisco Villa. El revolucionario del pueblo”, esta frase tanto en la pantalla en que proyectan imágenes y textos, como en la mampara que está a la izquierda del presidente. Además, en la pantalla se observa un fragmento de una fotografía ecuestre del general Villa que incluye sólo su efigie: tocado por un ancho sombrero, casi de charro, sus cananas dobles terciadas al hombro, sus bigotes icónicos y su mirada —¿será inercia por la costumbre?, ¿será que el artista logró captarla?—, la mirada tremenda, todopoderosa, penetrante, de aguda inteligencia de aquel hombre.

Imagen oficial, año 2023

Pancho Villa, nacido José Doroteo Arango Arámbula, vino a este mundo en el seno de una familia de campesinos del segmento más pobre de los mexicanos. Debió volverse bandolero durante más de la mitad de su vida y, dado semejante contexto, aprendió de manera inmejorable un oficio inverosímil: el de liarse a balazos en duelo a muerte contra la odiosa autoridad monstruosamente injusta de aquellos tiempos en México.

Hombre de preclara inteligencia llegó a ser un genio militar. Dueño de una sensibilidad extraña, paradójicamente refinada, amó al pueblo y a los más pobres, los que hoy solemos llamar personas socialmente vulnerables. De risa inmediata y de lágrima fácil, el general Villa, era no menos iracundo cuando lo ameritaba la circunstancia.

Querido Pancho Villa: Eterno Femenino Ediciones

Siendo, junto con Emiliano Zapata, la parte popular de la Revolución, fueron derrotados por el grupo que se les oponía: Carranza, Obregón, Calles, los que traicionándose unos a otros luego de eliminar no menos a traición a sus contrincantes del segmento popular de la Revolución, fundaron el PNR-PRM-PRI. Y sus herederos, igual o más corruptos que ellos, amenazaron, en algún momento, con que sólo dejarían el poder como (sus abuelos) llegaron a él, a balazos.

Gracias a Ochún no fue necesario. Luego de agotarse a sí mismos, el sistema, que terminó por incorporar al llamado Partido (de) Acción Nacional para formar el PRIAN, descompuesto hasta sus entrañas y ahogándose entre su propia pudrición y sus crímenes, se vieron ampliamente rebasados por un movimiento nacional que encabezó un hombre que tiene similitudes notables con Pancho Villa (salió de la entraña más humilde del pueblo, igualmente marginado, no menos amante de su país y más de su gente, de la misma manera asombrosamente astuto, no menos enamorado del conocimiento y de la historia y tan valiente, osado e inteligente como el llamado Centauro del Norte), hoy ese hombre es el presidente de todos los mexicanos, Andrés Manuel López Obrador. Luego de anotar las coincidencias entre ambos, destaquemos las diferencias: el uno es norteño, el otro del sureste; Villa era, según lo han descrito “Un güerito requemado por tanta intemperie”, el sureño es moreno y no menos trajinado en el ir y venir por todo el país; el primero fue analfabeta hasta los 30 años; el segundo, aunque con penuria económica, asistió a la universidad; pero vale la pena anotar que Villa admiraba a los hombres ilustrados, amaba a Panchito Madero por su, según las entendederas de Villa, enorme cultura y López Obrador es un buen conocedor de la historia de México y día con día, en las llamadas mañaneras, demuestra que es poseedor de una cultura más que aceptable; pero lo que más le ha valido a AMLO es el puntilloso conocimiento que adquirió del sistema prianerredista, el que ha aplicado y sigue haciéndolo con una destreza y sagacidad que asombran, igual que Pancho Villa acumuló saberes invaluables del enfrentamiento a bala y eso le salvó la vida muchas veces y lo convirtió en el dirigente popular (casi) más importante de la Revolución. El del norte no tuvo más remedio que actuar violentamente, el del sur soportó por décadas las agresiones que llegaron a ser incluso físicas sin responder con violencia y sigue haciéndolo a pesar de que ocupa el más alto sitial del poder en un país con tradición secular de presidencialismo omnímodo. Las diferencias parecieran acercarlos.

Autofoto con cartel

Francisco Villa trascendió las fronteras, las épocas y también los espíritus, a pesar de que los gobiernos priístas se esmeraron en ocultar sus hazañas inmensas. Y, si empezaron a hacer intentos de reconocerlo sólo hasta 1976, fue para apropiárselo, para usarlo en su beneficio político. Pero la gran fama del general y sus inmensas virtudes llegaron hasta lugares remotos: Mao Zedong (antes Mao Tse Tung) le dijo a Vicente Lombardo Toledano que él se había inspirado en Villa para realizar la llamada Larga Marcha, que le dio la victoria en la guerra civil china de los años 50. Vo Nguyen Giap, inmenso héroe vietnamita, general vencedor de Francia al final del siglo XIX y de Estados Unidos en la década de los 70 del siglo XX, dejó escrito en sus memorias que una de sus brigadas de élite se llamaba Pancho Villa. El escritor José Santos Chocano, uno de los grandes poetas del modernismo, oriundo de Perú, escribió un poema dedicado a Francisco Villa que se llama Bandolero divino. Pero el acto que demuestra la inmensa trascendencia de mi general es el hecho de que el pueblo de México lo venera como si hubiera sido un santo. Aunque los ricos, la iglesia católica y sus múltiples adversarios hayan considerado que era un demonio.

Bajo la égida de mi general

En el Mercado Sonora, a un ladito de La Merced, lugar donde se encuentran todo género de artículos, yerbas, efigies, amuletos, cartas de tarot o cualquier objeto que sirva para realizar brujería, ceremonias esotéricas, hechicería o cultos incluso satánicos o de chamanismo, wiccanos, de la Santa Muerte, de vudú o santería, ahí es posible encontrar veladoras, estampas y hasta medallas que contienen imágenes y oraciones a mi general, para rezarle y suplicarle algún bien o de plano, un milagro. Porque Pancho Villa es milagroso. El pueblo encuentra que su espíritu es demasiado poderoso, demasiado grande, capaz de trascender la eternidad e influir desde allá sobre este mundo para defender a los pobres, como hizo cuando cursó por este mundo. Potestad que el pueblo mexicano le ha otorgado a Pancho Villa y, curiosamente, no le ha concedido ni a Benito Juárez ni a Miguel Hidalgo ni a José María Morelos ni a Emiliano Zapata ni a Lázaro Cárdenas, grandes héroes de los mexicanos, altamente respetados y venerados, pero sólo como héroes (de los que vencieron y asesinaron a Pancho Villa ni siquiera hablemos). Pancho Villa fue más allá, además de héroe y prócer de la nación, el pueblo lo considera santo.

Con Agustín Ramos, prologuista de Querido Pancho Villa

Y el asunto no queda ahí. Mi novela Querido Pancho Villa fue presentada en su más reciente ocasión, en la Feria del Libro del Zócalo en su edición del año 2022. Ahí una persona del público nos dijo que tiene un pariente que en el sur de Estados Unidos se incorporó a una religión que tiene por supremo profeta…, sí, atinaron, a Pancho Villa.

Nótese la medallita con la efigie de mi general

Lo único que le faltaba a mi general Villa, luego de las inmensas hazañas militares en contra de dos tiranías, luego de sus grandes hechos en favor de los humildes, sólo era que lo convirtieran en mártir. Y así lo hicieron los corruptazos vencedores en la Revolución.

Pequeña biblioteca villista 

Hoy el general Francisco Villa recibe un homenaje digno de su grandeza. El gobierno de México emite un decreto que establece el año de 2023 como el “Año de Francisco Villa, El revolucionario del pueblo”. Precisamente cuando se cumple un siglo de su asesinato.

AMLO y Pterocles, cada quien su chamba

Solamente un gobierno popular, con una gigantesca alianza con el pueblo, emanado de lo más profundo de los mexicanos, amante y protector de su pueblo, nacionalista a ultranza y defensor de la soberanía nacional, gobernado por una especie de álter ego de Pancho Villa (aunque también se parece a Benito Juárez y en algunos aspectos a Panchito Madero) podía haber dedicado este año en homenaje a Francisco Villa.

Maestro Jesús Ortega, 100 años

En este año, a un siglo de que mataran a mi general (por cierto, una coincidencia más: si mi papacito viviera, en este 2023 cumpliría cien años, es decir, él nació el mismo año, 1923, en que asesinaron a Villa) recuerdo un poema que está incluido en el Canto General de Pablo Neruda y se llama Un canto a Bolívar, vaya un fragmento, cuando se cumplen cien años de que Pancho Villa dejó este mundo, pero es nuestro presidente Andrés Manuel López Obrador:

Yo conocí a Bolívar una mañana larga

En la boca del quinto regimiento

Padre, le pregunté, ¿eres o no eres o quién eres?

Y mirando el cuartel de la montaña dijo:

Despierto cada cien años, cuando despierta el pueblo.

 

No sé si haya mucha gente más contenta que yo —el que dedicó un par de años de su vida a escribir una novela que se llama Querido Pancho Villa—, porque este año se haya dedicado como homenaje a mi general Pancho Villa.