viernes, 25 de octubre de 2013


In Naturalibus

Voy a escribir con los Bastardos

Pterocles Arenarius

 

Soy un viejo escritor iracundo, originario de uno de los barrios bajos del centro de la Ciudad de México. Fui iniciado en la violencia siendo infante y luego de progresar en ella, una pequeña luz —mi sensibilidad natural y lo de bueno que, a pesar de todo, me diera la vida— me salvó. Soy, como se ve en el video, un ser ensangrentado. He ido, como todos, dejando pedazos de mí mismo por donde he ido pasando. Las letras me salvaron hace muchos años, si no, no exagero, hace muchos años habría muerto o, peor, me hubiera hecho policía. El alcohol —como se ve en el video— me cauterizó, me curó e inmunizó (y también, en el performance me irritó los ojos). Soy un bárbaro del norte (del centro norte de la ciudad, de la colonia Moctezuma, para más datos) y gozo mostrando el salvajismo que aún conservo. Abomino, como se puede ver, de los zánganos que ejercen el poder, de los que abusan, de los que nos atracan cotidianamente, legalmente, dicen ellos. Vivo permanentemente embriagado de poesía, de virtud, de esfuerzo, de sexo, de café y hasta de alcohol aunque alguna que otra vez también de mariguana, otra de cocaína y una más de peyote. Un día, la poesía me indicó (¡increíble!) el sendero que conduce a lo divino, no sé si a Dios. Luego la vida me dio unos amigos que construyen tal sendero, crean la belleza: la suprema manifestación de lo divino, no hablo de Dios, sino de lo divino. En general le miento la madre al mal gobierno todos los días y juro, cuando alguien no me cree, por mis propias barbas. Siempre escribo y hay gente que se asusta de algunas de mis producciones, pero normalmente me dicen "Ay, asústame, panteón". Tuve la fortuna inmensa de aprender un poco de matemáticas y otro poco de ciencias duras y he gozado otra fortuna más grande todavía: la de ser amado. Cuando me muera deseo que todos estén embriagados como yo: "de vino, de poesía, de virtud, de lo que queráis" y que nadie llore o que hagan lo que mejor se les antoje. Pero me gustaría más la alegría y el festejo, la música y el ruido. Pero que cada quien haga lo que quiera, menos que me vayan a traer un miembro de la iglesia de los pederastas a que busque darme la extrema unción y mucho menos, antes, en la agonía, confesarme, pues lo mandaré mucho a chingar a su madre con mi último aliento. Preferiría charlar con mis amigos en estado altamente etílico y así, dejar este mundo. Porque no somos de este mundo. Y, por último, sólo quiero decir que seguiré escribiendo hasta que muera.