jueves, 27 de noviembre de 2008

Penuria del arte y la cultura

Pterocles Arenarius

La cultura se encuentra en todo lo que hacemos cada día. Aparece hasta en la forma de moverse, como me hizo notar cierto amigo cubano, de antecedentes raciales originarios en la negritud y por ello dueño de un impresionante ritmo. Este tipo me aseguraba que “los mexicanos caminan muy rígidos” y ejemplificaba con las maneras de caminar de otros pueblos. Me aseguraba que eso, el ritmo para caminar, tenía que ver con prácticamente todas las actividades. Según esto, en la manera de caminar es posible determinar el carácter, la felicidad, la capacidad sexual, la armonía interna y hasta gran cantidad de desajustes mentales.
La cultura, cuando se refina hasta la exquisitez, llega a alcanzar estatus de arte. De tal manera que en todo lo que hacemos es posible llevar el refinamiento hasta un grado de especialización, de exquisitez, de buen gusto, de intensidad, de delicadeza, etcétera, de tal manera que aquella actividad pueda ser considerada un acto artístico. Sea un manjar en la cocina, la manera de caminar como decía mi amigo cubano, el arreglo de los muebles, el cotidiano trato con las personas, la preparación del café o los huevos estrellados, la forma y el ámbito para dormir o para hacer el amor. Y todo lo demás, por supuesto.
Para que alguien llegue, en una sola actividad, a la altura del arte, requiere una gran cantidad de virtudes. En primer lugar, conocimiento amplio y profundo de la actividad que se trate. Libertad total: tiempo, mucho tiempo. Creatividad sin límites. Inteligencia reflexiva, profunda y aguda. Experimentación sin prejuicios y de gran originalidad, incluso extravagante. Y también información. Bueno, agreguemos que tales objetos o actividades alcanzarán la estatura de obra de arte si, como afirman algunos teóricos, “no sirven para nada” por haber alcanzado el carácter de únicos e insuperables. Entendamos que no sirven para nada práctico, ni siquiera para decorar.
Y no es de sorprender que alguna persona que alcance el prodigio de crear una obra de arte en cualquier actividad, la procurará en muchos otros ámbitos o actos de su vida, o al menos ya no se conformará con lo mal hecho –más bien, con lo que no sea sublime– en ningún ámbito, en ninguna circunstancia. Tales personas se vuelven exigentes.
Una vida de alta calidad implica, necesariamente, que el arte se encuentre en varias, o en todas, las esferas de la cotidianidad de las personas. Pero no sólo el arte como especialización de la cultura, sino también las bellas artes: la pintura, la escultura, la música, la danza, el cine, la literatura, el teatro. Es decir, que haya los objetos o los actos que trascienden civilizaciones y épocas, que se vuelven arquetipos.
Sin embargo, para que la vida de las personas adquiera semejante calidad es imprescindible que cada individuo cubra, antes que nada, sus necesidades elementales. Sería ingenuo y hasta perverso intentar que una persona desnutrida goce las obras de arte. Lamentablemente, vivimos en un país que no da a sus hijos ni siquiera lo elemental para que tengan una vida normal, es decir, con la calidad mínima de vida.
En el último cuarto de siglo México transcurrió sometido a una sucesión de crisis económicas, o bien a una sola, interminable y –en este momento– agudizada. Los gravísimos problemas que enfrenta EU, han provocado ya la devaluación del peso mexicano y lo peor todavía no llega.
La situación crítica permanente en la economía ha provocado que los presupuestos nacionales se diseñen restringiendo las partidas que no son prioritarias. Y siempre que se castiga un concepto por causa de crisis, ese es, en primer lugar, la cultura y en segundo, la educación.
En nuestro país ocurren cosas asombrosas: mientras nuestra crisis ha durado 25 años, dentro de ese mismo lapso se forjó la fortuna más grande del mundo en manos de un solo hombre: Carlos Slim. Pero no sólo eso, los políticos que han llevado al país a semejante catástrofe son los mejor pagados del mundo. Y otro datos que provoca asombro e indignación es la distribución de la riqueza. Mientras un pequeño grupo de personas que son acaso el 0.5 por ciento de la población se apropian del 40 por ciento de la riqueza. Y en el otro extremo el 30 por ciento más pobre tiene que sobrevivir con un 0.7 de la riqueza que producimos todos.
Mientras que el índice de desarrollo personal –un indicador que demuestra las posibilidades de los habitantes de un país para escalar en las clases sociales– en Noruega, por ejemplo es el más alto del mundo, en México, se encuentra en el mismo nivel que el de Ecuador. Pero con una pequeña diferencia, México es la décimo segunda economía del mundo, según se jactan los gobernantes y ecuador no figura entre las 70 primeras y la economía de Noruega está abajo del número 25 en el mundo.
“Las escaleras, para asearse, tiene que empezarse desde arriba”, dice un refrán. Los gobiernos corruptos deben hacerlo de igual manera. Y es que en México se ha hablado de “Renovación moral de la sociedad”, en el delamadriato de “Lucha contra la corrupción” en el salinato; de “Moralización de la vida pública” en el Zedillato; de combate a las víboras prietas y todo género de alimañas en el Foxato. Nunca nadie de esos presidentes cumplió y, por el contrario, todos incurrieron en actos de corrupción.
Y todos, eso sí, han restringido el presupuesto, primero para la cultura y luego para la educación hasta que han hecho de esta última imprescindible actividad una catástrofe.
En tanto en la cultura la situación no es mejor.
Los presupuestos para la cultura son exageradamente raquíticos. Y la cultura nacional, el arte se mantienen en muy buen nivel, a pesar de la destrucción a que han sido sometidas por el gobierno. Y a pesar de que los políticos siempre se jactan de los grandes logros y la alta calidad de nuestra cultura.
En Guanajuato, mientras los gobernantes se dedican a participar en las peregrinaciones católicas y a beneficiar a los grupos que son adictos a esa religión, y a la vez están recibiendo grandes recursos del gobierno federal por ser el ejemplo a seguir en el ámbito nacional, incluso han hablado de “guanajuatizar” a México, ofrecen a la cultura una miseria.
Por ejemplo, el gobierno de Guanajuato, a través del Instituto Estatal de Cultura convoca a artistas e intelectuales a presentar proyectos culturales para darles apoyos económicos, convoca también a ejecutantes artísticos de danza y música, creadores en literatura y artes plásticas e investigadores en monumentos históricos.
Para los creadores, por ejemplo en literatura, ofrecen 3 mil 500 pesos mensuales. Esto es 2.24 salarios mínimos. Ah, pero para los que ellos llaman “creadores con trayectoria” tienen un premio de 4 200 pesos mensuales, que equivalen a 2.7 salarios mínimos.
Me parece que un creador que se respete considerará un insulto semejante ofrecimiento. Y más aún si es un “creador con trayectoria” como dicen los del Instituto Estatal de la Cultura de Guanajuato. Incluso un creador con cualquier trayectoria.
Vale la pena comparar estos “apoyos” a los artistas guanajuatenses con los salarios, por ejemplo, de los policías. Un policía municipal tiene un sueldo que puede ir de 6 mil a 7 mil pesos mensuales según su nivel. Un policía ministerial obtiene como mínimo 11 mil y como máximo 13 mil, también según su nivel. ¿El mensaje? Parece muy claro, más vale meterse de policía municipal o incluso ministerial para doblar los ingresos, qué hace usted como creador artístico o ejecutante o investigador.
Efectivamente, la labor de los policías –cuando no son corruptos, extorsionadores, abusivos, incluso ladrones; ya no pidamos que no sean ignorantes– es muy loable y urgente en la circunstancia de inseguridad en que nos debatimos, pero ¿por qué esta burla tan sanguinaria a los intelectuales y artistas de Guanajuato? ¿Cuál es el nivel y la calidad de la obra que esperan que se realice con semejantes “apoyos”? ¿Esos ofrecimientos son la estimación que tienen los gobernantes por el arte y la cultura? Por supuesto.
Examinemos ahora los sueldos de algunos funcionarios. Por ejemplo, los diputados locales, ejemplares próceres de la patria, humildemente se resignan a recibir 127 mil 217 pesos mensuales, esto es, unas ¡treinta veces más! de lo que ofrecen a un vulgar creador artístico que ellos llaman “con trayectoria”. Los otros, los simplemente llamados “creadores”, con sus 3 mil 500 mensuales de “apoyo” ganan menos que los empleados del ayuntamiento más humildes, los intendentes, cuyo sueldo es de 4 mil 610, el que es incluso superior al de creadores “con trayectoria”. Será porque son intendentes con “más trayectoria”.
Aunque los síndicos de León se conforman con 44 mil 556 pesos mensuales, apenas 10 veces más que los “creadores con trayectoria”.
Habría que preguntar a todos esos funcionarios sobrepagados qué hacen por la cultura, por la educación, por el bienestar de los guanajuatenses. Porque lo que podemos ver desde hace años y con más gravedad en este momento es el deterioro constante de las condiciones de vida de la población.
Los funcionarios de gobierno en México tienen sueldos que se encuentran entre los mejores del orbe, incluyendo a los países del primer mundo. Pero los servicios que retribuyen a la población son de tercer mundo, como lo indica la organización global Transparencia Internacional que otorga una calificación de 3.6 para México, de 10 puntos posibles. Y ubica los niveles de corrupción en México en el número 72 de 180 países calificados. La calificación de México está por debajo de países como Ghana, Colombia y El Salvador.
Y curiosamente Transparencia Internacional afirma que la corrupción en México radica de manera más notoria en los funcionarios públicos y entre éstos, siempre según TI, los más corruptos son los policías. En segundo lugar los partidos políticos. En tercero, los legisladores y en cuarto el sistema judicial.
Pero eso sí, cuando los funcionaretes –no merecen ser llamados de otra manera– hablan de la cultura y el arte mexicanos, entonces sí se llenan la boca para jactarse, aunque jamás dicen que los logros se deben a pesar de ellos y jamás gracias a su trabajo.

lunes, 17 de noviembre de 2008

¡El avión!, artículo de Carlos Fazio. La Jornada

Carlos Fazio


¡El avión!


Dice Hans M. Enzensberger que “tan pronto como la criminalidad se organiza, se convierte, tendenciosamente, en un Estado dentro del Estado”. La frase remite al México actual, con sus distintos niveles de violencia reguladora. Con algunas puntualizaciones: cuando en enero de 2007 Felipe Calderón sacó al Ejército de los cuarteles y declaró su “guerra” al crimen organizado, el país entró en una fase de “colombianización”. Pero ya antes, desde mediados del sexenio de Carlos Salinas, cuando de la mano de la “narcotización” de la política surgió una nueva economía criminal, se había venido incubando un larvado proceso de desintegración de la sociedad en el marco de la conformación de un nuevo Estado oligárquico autoritario de tipo delincuencial y mafioso.
Los últimos hechos, incluidas las revelaciones sobre la infiltración de grupos criminales al más alto nivel de las fuerzas armadas, la Procuraduría General de la República y la Secretaría de Seguridad Pública, así como la polémica en torno a si las muertes de Juan Camilo Mouriño y José Luis Santiago Vasconcelos fueron producto de accidente o sabotaje, exhiben dinámicas complejas y mezclas muy íntimas entre las estructuras criminales y estatales, donde una amplia red de actores está completamente integrada en los niveles operativos de la economía criminal.
En ese contexto, la imagen que muestra un aparato estatal asediado por criminales “en busca de protección para sus viles actos”, o que le “ha declarado la guerra al Estado”, carece de veracidad. Tampoco se trata de una guerra de buenos contra malos: es una guerra de malos contra malos por la regulación del mercado.
“¿Dónde se origina la mafia?”, se preguntaba Pável Voshchanov. Y respondía: “Es simple: comienza con los intereses comunes de políticos, hombres de negocios y gánsters. Todos los demás son rehenes de esta sagrada alianza”. Se trata de una nueva manifestación del “capitalismo salvaje”, que no respeta ninguna forma de regulación de naturaleza jurídica o moral. Cuando y donde no hay regulación y control por parte de la fuerza legítima del Estado, se impone el control despiadado y caótico de las fuerzas ilegítimas de grupos privados violentos. Se privatizan el poder y la seguridad. Los mercados sin restricciones equivalen a sociedades salvajes, donde se libra una guerra de todos contra todos.
La escasez de legalidad produce la contra-institucionalización del gobierno criminal. Según Giulio Sapelli, un gobierno criminal “crea, con un mercado propio, una clase política propia, que regula, administra y reproduce el sistema”. El elemento fundamental de la corrupción son las empresas, pues son las constructoras sociales de los mercados, del monopolio y del oligopolio. Se trata de empresas ilegales, que adquieren –como ha demostrado Pino Arlacchi en el caso mafioso italiano, y sobran ejemplos en México– ventajas competitivas a través de la violencia, la evasión fiscal y tributaria, la circulación de enormes masas de capital que derivan de actividades ilícitas, entre las que destaca el narcotráfico. Lo que caracteriza a la economía mafiosa, y por ende la relación entre individuos y empresas dentro de ese sistema y con la economía en su conjunto, es una acentuada competencia; pero el arma fundamental de esa competencia está representada por la violencia reguladora, que incluye la muerte, sea por accidente, gastritis aguda, sabotaje o descuartizamiento.
En cuanto a redes delincuenciales, el caso más sonado de los últimos años es el de la famiglia Salinas, que de acuerdo con las investigaciones de la justicia suiza involucró, entre otros, al jefe del clan, Raúl Salinas Lozano, y a sus hijos Carlos y Raúl Salinas de Gortari, así como a una larga lista de gobernantes, políticos, empresarios, banqueros, militares, policías, representantes de la justicia y capos del narcotráfico. Muchos de ellos siguen funcionando dentro del sistema, se han reciclado, y otros murieron víctimas de la violencia propia de ese tipo de empresas criminales.
Ante el resquebrajamiento del antiguo régimen, las facciones, mafias y organizaciones criminales que formaron parte de la llamada “familia revolucionaria” en el interior del PRI –en un juego de equilibrios, acuerdos y complicidades– cobraron autonomía y multiplicaron su poder. El desgaste del viejo modelo se hizo evidente en 1993-94, periodo en el que se produjeron tres crímenes de Estado: los asesinatos del cardenal Posadas, Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu. A partir de allí la violencia se generalizó y exhibe, hoy, que no se ha podido disciplinar o conciliar con los jefes de los distintos clanes o familias que controlan el millonario negocio criminal. Es decir, que no se ha podido consolidar el antiguo pacto mafioso y que –para citar a un clásico– los demonios siguen sueltos.
Cabe enfatizar que las mafias criminales –de las que el narcotráfico es sólo su expresión más visible– no son un fenómeno aislado de la sociedad o una “conspiración” de maleantes en un Estado limpio, sino más bien una especie de empresa de carácter ilegal, con un pie bien implantado en los sectores cruciales de la sociedad y del Estado: el mundo financiero, los negocios, la clase política, los cuerpos de seguridad y el aparato judicial. Como buenas vacas lecheras, los capos de la droga son protegidos, se les ordeña y, cuando ya no sirven, se les mete a la cárcel o se les manda a la carnicería. No se trata, pues, de Los Zetas o Los Pelones. La violencia actual tiene que ver con la ruptura de la antigua regulación de los pactos inter oligárquicos. El viejo modelo de dominación cleptocrático, basado en las conexiones oligopólicas y monopólicas con el clientelismo político, se agotó. Por eso la violencia desestabilizadora provocada por las pugnas y traiciones intermafias alcanza los niveles superiores de la cadena criminal-corruptora, colapsa instituciones y genera turbulencias que, de manera misteriosa, puede hasta tirar aviones. El cambio en Bucareli podría propiciar una tregua.

sábado, 15 de noviembre de 2008

López Obrador en Guanajuato

AMLO en guanajuato

Pterocles Arenarius


Guanajuato, Gto., 15 de Noviembre de 2008. Andrés Manuel López Obrador llegó a Guanajuato en una mañana soleada pero fría. Un aironazo helado enrojecía los rostros y unas doscientas personas lo esperaban desde las 9:30 en la Plaza de la Paz, frente al edificio del Congreso legislativo estatal.
Un cantor amenizaba la espera entonando el No nos moverán y de pronto, dejando a un lado la letra de la canción pero con el rasgueo de la guitarra en fondo, se puso a echar rollo, a denunciar las “lindezas” del gobierno calderonista, las alzas a la gasolina, a los productos básicos y la gente le correspondía aplaudiéndole.
Andrés Manuel no se hizo esperar mucho. A eso de las 9:50 llegó con su pequeña comitiva en dos camionetas blancas. Lo esperaban los dirigentes locales del Partido de la Revolución Democrática, todavía, porque el partido está dominado en este estado de la República por el grupo denominado los chuchos, los que a través de Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, se apropiaron de la dirigencia del partido, provocando la intromisión de un más que cuestionado organismo dizque autónomo en el PRD.
Andrés Manuel llega al lugar y unos veinte metros antes del estrado se apea del vehículo y llega caminando entre la pequeña multitud. Avanza muy lentamente, firma libros, libretas, calendarios, banderas, fotos. Casi interminablemente. Él no necesita baños de pueblo, se mueve entre el pueblo como ave en el aire. La gente no sólo lo respeta y lo quiere, lo venera: las mujeres lo besan, los hombres se empujan por estrechar su mano, todos se emocionan y le gritan en la cara consignas alentadoras. Andrés Manuel se mantiene imperturbable.
El discurso del dirigente mayor de la izquierda –a pesar de todo y para estupor de muchos, pero no menos incomodidad de otros y hasta rabia de los leedores de noticias de las televisoras–, es un discurso reiterativo, machacón, tenaz. Dice casi las mismas cosas y casi con las mismas palabras que solemos leer en los periódicos. Pero estar en el suceso tiene algo de magia. Hay una reciedumbre en Andrés Manuel, hay una emoción entre la gente, hay una fuerza que se genera y la veneración por este hombre que, como nunca antes haya ocurrido en la historia de México, se otorga el lujo de llamar pelele, espurio, títere, inepto y corrompido ni más ni menos que al Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos: Felipe de Jesús Calderón Hinojosa. Y lo hace todos los días.
López Obrador no se da tregua. Llega a Guanajuato apenas después del desayuno y luego de cinco o seis actos un día antes. Habla veinte minutos ante cada vez más personas, se mueve entre el pueblo como uno más. ¿Quién pudiera de todos los políticos mexicanos, quién, uno sólo que haga esto? Creo que no hay ni uno que se atreva a mezclarse prácticamente sin guaruras –en realidad hay tres hombres que con gran discreción le cuidan las espaldas y más bien parecieran personas sin mayor relación con el dirigente– entre el pueblo raso.
Andrés Manuel tiene detractores indudablemente, pero los que hay entre el pueblo de a pie, no vienen a verlo a sus mítines, no se atreven a hacerlo, porque los que lo quieren, en todas partes de México, son muchos más.
Nos gustaría ver a Diego Fernández de Cevallos, a Manlio Fabio Beltrones, a Carlos Navarrete, a Emilio Gamboa Patrón, al inefable transa Chucho Ortega… a cualquiera, de los que en los cargos de importancia en este momento o a cualquiera del pasado… a cualquiera. Ninguno se atreverá… Ninguno puede. La gente lo recuerda en la consigna que corean “Este es el pueblo de López Obrador; dónde está el tuyo espurio Calderón”.
Andrés Manuel dialoga con la gente, se deja querer, atiende a cada persona que le solicita algo, un saludo, una firma, un beso las mujeres. Su popularidad pareciera la uno de esos bellacos que las televisoras llaman artistas y que son improvisados –a la vista del público en diversas “academias”– en unos cuantos meses. Pero ni siquiera ésos se mezclan entre el pueblo. Ése es el gran capital político de Andrés Manuel.
AMLO, se podría decir, es un tipo temerario. Hace lo que ni uno solo de los políticos actuales se atrevería a hacer: atacar a los hombres más ricos de México y a las todopoderosas televisoras. Las acusa, tanto a aquéllos como a éstas de mantener a su servicio al presidente de la República, de haberlo convertido en su pelele, de administrar la ignorancia, de ocultar la catástrofe que vive el país, de mentir cotidianamente. ¿Quién, uno solo, de los políticos oficiales, oficiosos, en los cargos partidarios, en los puestos medianos o en las cámaras legislativas o incluso desempleado es capaz de irse contra la sacrosanta televisión?
Pero Andrés Manuel no es temerario, es inteligente, sabe que su fuerza está en el pueblo, sabe que la gente se da cuenta que él no la está engañando, porque lo que hizo al frente del Gobierno del Distrito Federal le acarreó el respeto, el cariño, incluso la veneración de grandes grupos de la población.
No quita el dedo del renglón “Nos robaron la Presidencia”, dice. Pide el apoyo, el activismo de la gente y les advierte que a ellos se debe que este movimiento continúe vigente y que apenas haya evitado la privatización brutal, la entrega absoluta de la riqueza petrolera que pretendía el presidente espurio (así llama a Felipe Calderón).
Augura tiempos peores para el pueblo mexicano. Anota que la crisis económica de los Estados Unidos nos afectará todavía mucho más y denuncia que el gobierno está entregando el dinero que pertenece a todos los mexicanos para salvamento de las empresas, 15 mil millones de dólares desde que estalló la crisis de los gringos. 100 millones de dólares se entregarán a la empresa Vitro de Monterrey.
En su discurso no olvida felicitar a los movilizados, por cuyos hechos se logró la victoria frente al tozudo empeño privatizador del calderonismo, pero advierte que tal victoria puede ser totalmente inútil si se presenta, como denuncia, que el gobierno entregue inmensas zonas del Golfo de México para la exploración y explotación exclusiva a las grandes compañías petroleras norteamericanas, la inglesa y la española en concesiones que durarían 30 años, socavando así la soberanía nacional.
El tabasqueño dice a la gente algo que ya sabe, pero él lo sintetiza de una manera que no deja de ser admirable. Dice que el régimen de 30 potentados que se sienten dueños del país pero que en realidad son una mafia y como tal actúan. Su manera de hacerlo, denuncia, consiste en mangonear dos partidos políticos (el PRI y el PAN), un pelele cada vez más disminuido, abrumado, incapacitado y, agrega este reportante, ahora sin su brazo derecho, cerebro y gran amigo recién muerto. Y la otra arma, dice, es la televisión. Esa gran difusora de la ignorancia y la enajenación.
Luego Andrés Manuel entabla un diálogo con la gente y les demuestra que las televisoras ocultan la información. ¿Cuándo nos han dicho que el peso se devaluó, hasta este momento, en treinta por ciento? ¿En qué momento han dicho que México es el país que menos ha crecido en América Latina en los últimos dos años? ¿Por qué no han denunciado que el yerno de Elba Esther Gordillo es el subsecretario de Educación Pública? ¿Por qué no dicen que los sucesivos gobiernos, Salinas, Zedillo, Fox y Calderón han violado la Constitución de manera permanente al comprar energía eléctrica a compañías privadas a través de la Compañía Federal de Electricidad, lo cual está expresamente prohibido por la carta magna?
Anima a sus seguidores al recordar que en toda la historia de México no había habido tanta gente consciente y nos recuerda que nuestros próceres, fueron denostados y ofendidos, que a Hidalgo lo llamaron hereje, a Morelos falsario, a Juárez indio mugroso, a Villa y a Zapata bandidos, a Madero loco espiritista; sin embargo, informa que siempre que llegan a un municipio, para pedir informes del centro de la ciudad preguntan por la calle Hidalgo, Morelos o Juárez y pregunta a la gente cómo se llama la calle en donde se lleva a cabo el acto y el público responde Juárez.
El dirigente político de izquierda lleva mil 700 municipios del país visitados y dos millones de afiliados a la Convención Nacional Democrática. Otra vez, quisiéramos el nombre de un solo político de cualquier partido, activo o en la banca, que pudiera convocar a una fuerza ciudadana similar.
Y remata emotivamente su intervención diciendo que defenderemos a la nación como se pueda, con lo que se pueda y hasta donde se pueda, recordando una expresión de Benito Juárez. La gente, otra vez, lo asalta pidiéndole una firma, un saludo, las mujeres lo besan.