miércoles, 27 de noviembre de 2019

Mi general Felipe Ángeles


Felipe Ángeles cien años después


Pterocles Arenarius


Felipe de Jesús Ángeles Ramírez fue sin duda el más humanista de todos los generales de la Revolución. En su momento, bajo el mando del presidente Francisco I. Madero, le tocó combatir a las fuerzas de Emiliano Zapata. Varios años después, cuando eran aliados, Zapata reconoció que Ángeles había sido un noble contrincante, respetuoso de las leyes de la guerra, misericordioso con los zapatistas prisioneros y muy cuidadoso para no violar los derechos de los pueblos bajo la protección del Ejército Liberador del Sur. Muy diferente al criminal Victoriano Huerta y su achichincle Juvencio Robles, quienes lucharon también contra Zapata antes que Ángeles pero éstos usaron el método de tierra arrasada, asesinato masivo y destrucción total de pueblos por el fuego, el fusilamiento y la violación. Su resultado fue fortalecer el odio contra el gobierno de Madero y también al ejército de Emiliano.
Pancho Villa y Felipe Ángeles

Varios datos muy interesantes de Ángeles son aquellos de que era un gran lector del Bhagabad Gita. Este general, por lo demás, educado como militar en Francia y director del Colegio Militar, salvó milagrosamente la vida cuando Francisco I. Madero fue asesinado. Ángeles compartió con Madero sus últimos días hasta el momento en que fue llevado al sacrificio por los asesinos al mando del chacal Victoriano Huerta. Posteriormente, exiliado en Europa, decidió regresar a México e incorporarse a las fuerzas de la revolución bajo el mando de Venustiano Carranza. Los celos de Obregón hicieron que Carranza lo mandara a colaborar con Francisco Villa a Chihuahua. Ambos traidores, Carranza y Obregón, pensaban que el villismo no tenía futuro, pero no sospechaban que Ángeles y Villa harían una mancuerna áurea.
Los historiadores dicen que, en buena medida, las formidables victorias de Pancho Villa en la segunda toma de Torreón, Paredón y Zacatecas, entre otras, fueron gracias a la colaboración de Felipe Ángeles. También sostienen que las terribles derrotas del Villismo en el Bajío se debieron a que Francisco Villa desatendió los consejos de Ángeles. Krauze hizo una aceptable alegoría al caracterizar al jefe de la División del Norte como: Pancho Villa, entre el ángel y el fierro, en alusión a que dos de los más cercanos generales a Villa fueron Rodolfo Fierro y Felipe Ángeles. El primero como el lado oscuro de Villa y Ángeles el luminoso, que también tenía el gran general Villa.
Rodolfo Fierro y Pancho Villa

Francisco Villa pensaba en Felipe Ángeles para presidente de México, en caso de que ellos, los convencionistas triunfaran. Cuando Carranza notó que la mancuerna Villa-Ángeles era más exitosa que sus propias huestes, se empeñó en separarlos y así se lo ordenó al general Villa. Éste, acatando la orden, mandó al artillero hidalguense a ponerse bajo las órdenes de Carranza, pero antes le organizó una ceremonia de despedida. Los cronistas narran que en su momento Villa pronunció un discurso para que seguidamente Ángeles partiera y recuerdan que sin pudor alguno, frente a sus soldados, el General de la División Francisco Villa interrumpió su discurso y se puso a llorar por la partida de su colaborador y, para entonces, ya entrañable amigo.
Cuando se escriben estas líneas se cumplen cien años del asesinato de Felipe Ángeles, fusilado por consigna, quien lo duda, del presidente cuyo nombre, Venustiano Carranza, se convirtió, al crearse como verbo, en sinónimo de robar: carrancear.
Los priístas, por décadas autodesignados herederos de la Revolución, se mostraron también hijos de las malas mañas de los vencedores de aquella terrible contienda. Obregón era tremendamente corrupto y lo reconocía él mismo; astuto en el peor de los aspectos y asesino empedernido. Carranza, ya está dicho, generó el verbo carrancear. Los priístas fueron raterazos y asesinos. Aunque, con el tiempo, aprendieron que salía más barato cooptar, corromper o incluso chantajear que cometer asesinatos, aunque no especulaban demasiado para decidirse antes de matar a alguien.
Emiliano y Pancho entrando a la Ciudad de México, 1914

La memoria histórica del pueblo mexicano le enseñó que la Revolución había sido una etapa espantosa de nuestra historia. El país contaba con unos 12 millones de habitantes y en el lapso revolucionario, la población no sólo no aumentó, sino que disminuyó en un millón de personas. Las hambrunas y grandes sufrimientos azotaron a todos los mexicanos. Los de las generaciones nacidas entre los años 40, 50 y aún 60 del siglo XX conocieron muy bien los relatos de sus padres y abuelos sobre los hechos de grandes sufrimientos y hambruna que se padeció en aquel tiempo. Y la izquierda entendió. Nunca más otra guerra civil, pareció ser la consigna. Y el pueblo sufrió ahora las arbitrariedades, la corrupción, el encarcelamiento, el autoritarismo, la desigualdad, la ineptitud, la estupidez, la soberbia y muchos otros oprobios de los gobiernos priístas. El pueblo lo soportó bien cuando hubo, cómo no, épocas de bonanza, cuando se hablaba en el mundo del “milagro mexicano” y el país crecía a tasas del 7 por ciento anual. Se aguantó con gran estoicismo cuando el sistema priísta recurrió al asesinato, el encarcelamiento y la arbitrariedad de los años 60 y 70, en que cometieron dos de los más vergonzosos crímenes políticos de la historia: las matanzas de Tlatelolco y la de San Cosme. Con indignación se callaba contradictoriamente aquel secreto a voces de la guerra sucia en la que el gobierno cometió atrocidades sin nombre desapareciendo, torturando y también asesinando con toda brutalidad a los inconformes con las matanzas del 2 de octubre y del 10 de junio.
Bajo la égida de mi general...

Los latrocinios descomunales de Echeverría y López Portillo eran mal menor frente a la posibilidad de incurrir otra vez en la violencia generalizada, aunque fuera revolucionaria. Así llegamos a uno de los peores gobiernos que se ha padecido en México. En la espiral descendente, pues cada presidente designaba como sucesor al peor de su gabinete, llegó el momento en que De la Madrid, el peorcito de todos, impotente, vio crecer y agigantarse y ser devorado por aquel hombre de prominente inteligencia criminal, un auténtico demonio del mal: Carlos Salinas de Gortari, quien terminó gobernando el sexenio infame de Miguel de la Madrid. Luego Salinas impuso el más grande fraude electoral que se hubiera vivido hasta entonces para usurpar la presidencia de la República. Pero, para el pueblo, no valía la pena levantarse en armas. Y el mexicano soportó más de treinta años de depredación, de robo al erario por parte de quienes debían cuidarlo, de asesinatos, de mentiras.
Luego engañaron a los mexicanos con una alternancia que demostró ser más de lo mismo: los dos sexenios panistas Fox-Calderón. Si bien Fox fue el colmo de la extravagancia, el servilismo a Estados Unidos, la estupidez e incluso la locura, se quedó chico ante las monstruosidades que se alcanzó el hoy llamado Comandante Borolas, Felipe Calderón. Lo que no había ocurrido antes, desde los tiempos desdichados de la Revolución. El fatalismo histórico se hizo presente: 1810-1821, una gran masacre de mexicanos como costo de la Independencia; 1910-1921, la décima parte de la población exterminada para combatir a un régimen que traicionó a los humildes; 2010-?, a pesar del trauma histórico de los mexicanos que se pronunciaron por la no violencia, que aguantaron Tlatelolco, 10 de junio, Acteal, Aguas Blancas y muchos crímenes más, llegó un borracho estúpido y desató una guerra que nadie quería y bañó en sangre al país y, de cereza en el pastel, trajo nuevamente al poder a los peores gobernantes de la historia de México y lo hizo traicionando a su partido, a sí mismo y a su tradición familiar. Ayudado por Borolas, además de un gran fraude económico que soportó al electoral regresó el PRI al gobierno a continuar las políticas del susodicho Comandante Borolas. Pero el pueblo mexicano, ni así quiso la violencia.
El 1 de julio de 2018, el pueblo mexicano le aplicó una derrota histórica al sistema prianista. Ellos hicieron fraude, como siempre, pero el aplastamiento del sufragio popular los puso en situación de desesperación. La victoria del pueblo fue esplendorosa y pacífica. Como los mexicanos lo han querido desde siempre en estos tiempos: sin derramar sangre por parte de los revolucionarios. Ellos sí asesinaron, ellos sí reprimieron, ellos sí cometieron crímenes de lesa humanidad. El representante del pueblo, Andrés Manuel López Obrador, llega al poder con las manos limpias de sangre y de robos. Por primera vez en la historia actual de México.
Y luego dicen que el pueblo no es sabio.
He hablado del trauma histórico de la Revolución. Fue una lección espantosa, pero la hemos aprendido. En este momento sabemos que aunque abominemos a los panistas, aunque no podamos soportarlos, aunque nos parezca que lo peor del mundo habita en la mente de los racistas, los clasistas, los que han venido a este mundo a explotar a sus semejantes para hacerse ricos, para acumular poder económico de una manera absurda y enloquecida aunque perjudiquen a millones de personas. Aunque sean criminales en potencia o incluso en acto... tenemos que vivir juntos en el mismo país. Los que cometan actos fuera de la ley que vayan a la cárcel y que ahí se pudran. Pero no podemos, no debemos matarlos. “En el momento en que incurramos en crímenes como los que ellos han cometido, en ese momento nos habrán derrotado”: Pablo Gómez.
La gente de la derecha quisiera eliminar a los indios excepto porque sin ellos, quién les serviría y a quién iban a robar mediante la explotación de su trabajo pagándoles sueldos miserables a cambio de que engorden sus cuentas bancarias. Los llaman el plebeyaje, los llaman la indiada, los llaman el infelizaje.
Pero aún así, aunque sus actitudes nos parezcan bajezas inhumanas, tenemos que vivir juntos, aunque carguen en su cabecita esa podredumbre. Tenemos que vivir juntos. Y somos ciudadanos de un país con riquezas inmensas que dan para que vivamos todos. El PRI nunca entendió la lección. Ellos asesinaban a quien no les gustaba por su manera de pensar, lo hicieron desde su origen mismo, como cuando Obregón mandó matar a su hijo putativo Francisco Serrano, o Salinas a su no menos hijo putativo Colosio. Si eso hacían con sus aliados ¿qué nos podíamos esperar sus rivales! Los priístas nunca entendieron.
El PAN tampoco entendió como lo mostró el Comandante Borolas. Y si me apuran un poco están peor. Además de que prefieren el uso de la fuerza y ordenar que vayan a matar a los miembros del crimen organizado, quieren todavía imponer reglas que ya no son de este siglo. El PAN anda viviendo como uno o dos siglos atrás, pero con las costumbres de este siglo XXI. Ah, porque eso sí, les encanta la concupiscencia, los placeres actuales que incluyen la libertad sexual extrema con respecto a tiempos pasados, la tecnología e incluso la embriaguez. Como me dijo un panista, un familiar muy cercano, lamentablemente panista, pero a la vez muy querido (algo así como un hijo descarriado y malacabeza): “El PAN se quedó sin banderas. Hoy no defendemos la moral cristiana; no defendemos, salvo excepciones no muy recomendables, a la familia; no defendemos la decencia. Nos hemos vuelto iguales que la gente de izquierda”. Pero sí quieren el exterminio.
Los únicos que, al parecer, hemos entendido la lección somos los de izquierda y también el pueblo mexicano en general. Estamos juntos en este país y tenemos que convivir todos. Incluso los criminales porque no hay pena de muerte en México, así que todos tenemos que vivir mientras nuestro cuerpo dé para ello. Los que merezcan la pena máxima por los más terribles crímenes que hubieran cometido, que vayan a la cárcel; la pérdida de la libertad es semejante a la pérdida de la vida.
México perdió a muchos de sus más grandes hombres en la época de la Revolución. Y es muy de lamentar que no los mejores, no los más humanistas, no los que amaban al pueblo fueron los que ganaran la Revolución (con la excepción luminosa de mi general Lázaro Cárdenas).
Y el pueblo mexicano soportó la terrible hecatombe que fue la Revolución. Luego soportó un gobierno terrible, ladrón y asesino, a pesar de que las consignas para los levantamientos armados no fueron escasas (las guerrillas urbanas de los años 70 y 80, los levantamientos campesinos de Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, el movimiento armado del EZLN, entre otros), el pueblo escogió la vía pacífica y la aplicó de la manera más contundente. Morena tiene una misión histórica, vamos a ver si está a la altura del reto.
Y nuestros grandes hombres que vivan y que aporten a la patria. No más las muertes prematuras de los Felipe Ángeles, de los Emiliano Zapata, de los Pancho Villa, de los Flores Magón y tantos más que hubieran hecho de México una nación más grande y mejor para todos los mexicanos.
Por lo pronto, deshagámonos de toponimias oprobiosas; no más vergüenzas para los lugares que habitamos como la de Venustiano Carranza, Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles, Gustavo Díaz Ordaz, Carlos Hank González, Luis Echeverría Álvarez, José López Portillo, Carlos Salinas de Gortari, et al.

miércoles, 13 de noviembre de 2019

Texto de agradecimiento por el reconocimiento de la I y B Sociedad de Geografía y Estadística del Edo. Méx.



Bueno, ayer 12 de noviembre, en Toluca, nos entregaron un reconocimiento por la trayectoria en el ámbito de la creación (y la publicación) de obra literaria. Se le agradece a Sergio García, secretario general de talleres literarios del Estado de México, por habernos propuesto a Jorge Arturo Borja y a un servidor. Pues algo de lo más bonito es que esto ocurra en el día del natalicio de nuestra madre literaria en español, Sor Juanita. El siguiente es el texto, no leído, en el acto de recepción de este reconocimiento.
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Nuestra madre, al hablar de literatura en español.

Señores y señoras, amigos todos:
Lo único que es posible en momentos como este es agradecer. Recibir un reconocimiento es como ingerir un alimento altamente proteínico, te alimenta de formidable manera, te nutre y te fortalece. Las proteínas terminan formando parte de ti mismo, son tus músculos, las fibras más fuertes de tu cuerpo; pero también estos alimentos provocan la más intensa acumulación de colesterol en las venas que, si uno se abandona, puede matarlo. Los honores alimentan al alma, al ego. Pero llegan a provocar la egolatría o peor, la egomanía, que es peor que el colesterol y que si este residuo tapa el corazón, las alabanzas pueden obstruir los canales por los que circula la sustancia del arte.
Los honores y los amores deben aceptarse siempre ―cierto, habría que rechazarlos alguna vez, cuando son tóxicos, cuando vienen envenenados―; pero cuando son desinteresados hay que aceptarlos siempre, aunque no siempre estemos convencidos de que los merecemos.
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Con Jorge A. Borja entonando el himno nacional en plena ceremonia.

En el caso de los amores alguna vez habrá habrá uno llegado a decir “¿Pero por qué esta mujercita me ama?, no sé si lo merezco. Pero que bueno que ocurre”.
En el de los honores es casi igual. “No sé por qué me quieren dar un reconocimiento, no sé si lo merezca, pero qué bueno que así ocurre”. Y lo argumento...
Con el pergamino.

Hemos dedicado más de la mitad de nuestra vida a la creación, a pergeñar la obra de arte. Diría Robert Graves, a servir a la Diosa Blanca. Y, no exagero, hemos puesto el tiempo de nuestra vida en juego para eso. En la cultura del narco, que nada tiene que ver en el contexto en que nos encontramos, se dice que “El que se juega la vida en un momento, tiene derecho a pedirlo todo”. Las similitudes son grandes con la salvedad del tiempo. Ellos se juegan la vida en un momento, prefieren morir muy jóvenes, nosotros nos la jugamos en todo el transcurso vital, hasta que, como en mi caso, nos hemos hecho viejos lidiando; buscando y, entre más viejos y más corridos y más hemos buscado, ahora encontramos mucho más frecuentemente que antes.
Pero si bien idealmente, como poeta del romanticismo, servimos a la Diosa Blanca, en el mundo terrenal servimos a nuestra gente, a nuestra patria. Las destrezas acumuladas, el conocimiento que hoy nos habita, el virtuosismo que hemos generado en nosotros lo ponemos en manos de todo aquel que lea uno de nuestros libros, que asista a alguna de las charlas o conferencias o escuche nuestras clases.