jueves, 19 de diciembre de 2013

Batallar

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Pterocles Arenarius
Columna: In naturalibus

—Tú me tienes envidia porque soy más joven y voy a vivir más que tú, confiésalo.
—Vivir no es una hazaña. Hasta los gusanos viven.
Francisco López Rodríguez
 
 
Alrededor del año 98 del siglo pasado leí en La Jornada Semanal, una reseña de un libro cuyo título, me estoy dando cuenta, no recuerdo. Era una especie de autobiografía y ajuste de cuentas con la vida. Su autor era Fritz Zorn, ciudadano suizo, mismo país en el que se publicara originalmente el libro. Este autor narraba que a sus 38 años le diagnosticaron un cáncer de características malignas y le auguraban, con pruebas médicas, cuando más un año de vida.
 
El libro se publicó y tuvo un éxito más que aceptable, tanto que se conoció en México y cuando tal ocurrió Zorn ya había muerto, cumpliendo con los diagnósticos. Es seguro que habría la correspondiente traducción y que, ante tal hecho, se publicó la reseña que leí. El asunto era estremecedor. Fritz Zorn decía que el cáncer le había caído encima porque él había sido siempre un ciudadano demasiado civilizado. Él se lamentaba que en toda su vida se había esforzado por ser un tipo disciplinado, excesivamente cumplido en su trabajo, extremoso en el respeto por las leyes de su país y el más rígido código moral de su sociedad y, en fin, que jamás se había emborrachado el inocente y que con las mujeres había llegado apenas a —cuando mucho— las relaciones formalísimas y tan respetuosas que jamás mujer alguna cometió locuras por él o se enamoró al grado de entregársele como loca. Iba a escribir que Fritz Zorn no sabía lo que se había perdido, pero el libro que escribió al final de sus días demostró que sí lo sabía. En la reseña de esta obra se hablaba del tono patético y doliente, desesperado, del autor ante el desperdicio de su vida… por ser tan disciplinado, por no haber sido rebelde ni atrevido, sino autorreprimido y hasta mojigato.
El asunto se quedó en mi cacumen dando vueltas fuertemente. Muy pronto decidí que habría de escribir algo sobre Fritz Zorn y su triste autorrepresión que le impidiera disfrutar en lo mínimo su vida y no sólo eso, según él, tal actitud lo envenenó —la autorrepresión, la mojigatería, el estrés provocan secreciones hormonales como la adrenalina y otras toxinas que sirven para acelerarte, para salvar tu vida, para prepararte al combate. Pero si no los eliminas con la correspondiente batalla, entonces te envenenan— y le provocó el cáncer que terminó por llevarlo a la tumba.
Luego, la vida me llevó a Guanajuato. En esta ciudad —quizá la más católica de México— conocí los casos de, al menos, cinco parejas de viejitos que se habían quedado señoritos y que, según los recuerdos de la gente, medio siglo antes habían sido novios en el pueblo. Una de esas parejas, ya septuagenarios ambos, se casó. Duraron unos tres años casados y el señor se murió. Recordé a Fritz Zorn. Pensé que la vida de los viejos guanajuatenses era peor, Zorn, al menos escribió un libro, pero esos viejos, ¿qué?, nada. No sé si valga la pena vivir así. Si no creas, si no, al menos, haces algo o mucho, si no gozas, si no sufres, si no vives… ¿vale la pena la existencia?
En el año 2005 empecé a escribir una narración en la que un hombre de 35 años, Tranquilino Vallehermoso recibía la terrible noticia de que era víctima de un cáncer que hacía a los médicos diagnosticarle un año de vida como máximo o seis meses como mínimo. Habré terminado la novela como en el año 2007. Vale la pena anotar que en ese año de 2005, cuando cumplía el requisito que exigían de ser residente de esa capital por un mínimo de cinco años, solicité una beca en el Instituto Estatal de la Cultura de Guanajuato. Recuerdo que ni siquiera recibieron mis documentos. Escribí de cualquier manera.
Para el año siguiente volví a solicitar la beca. Tampoco me recibieron los documentos. En ningún año lo hicieron. Para el 2007 terminé la novela. En el 2008 la metí a concursar por el premio “Jorge Ibargüengoitia” de Guanajuato. No ganó y —como es costumbre en todos los concursos de México— ni siquiera te avisan que perdiste, ni siquiera sabes cuándo y a quién le dieron el premio. Es como si tu novela se hubiera perdido peor que si la hubieras lanzado en una botella al mar, como náufrago. Por cierto, en esa ocasión dos burócratas fueron los jurados, junto con un, otrora, recalcitrante y rebelde escritor. Los gordos burócratas nada habrán leído. El escritor de marras, según las notas oficiales, leería 129 libros (59 poemarios, 42 libros de cuentos y 28 novelas que llegaron a ese concurso) en unos tres meses. Posiblemente sí. Pero los ganadores fueron un escritor de San Luis Potosí, Alain Derbez —amigo del escritor mencionado— y algún otro. ¿Y Una muerte inmejorable, mi novela?, ni sus luces. De hecho ya hasta se me había olvidado lo del concurso.
(Un año después concursé —no entiendo, si ya sabía que los concursos están comprados— con mi libro Cuentos y Relatos de Fiestas en el mismo concurso de Guanajuato, aunque en el género de cuento, que se llama “Efrén Hernández”. Corrió con la misma suerte. El ganador fue un libro titulado Café Brindisi y otros espacios imaginarios, de Luis Bernardo Pérez. Lo mejor de su producción lo leyó alguien, pues el autor —¿perpetrador?— de Café Brindisi… estuvo ausente en la entrega de los premios. El cuento leído era con mucho un chiste en vez de un cuento. Recuerdo que era un chiste de negros antropófagos que se iban a comer a un “intelectual”, pero éste hacía alguna referencia culterana y lograba que los negros se comieran a otro, para salvar su vida. En serio. Me gustaría que se comparara —con lo odiosas que son estas mediciones— mi Fiestas con el Café Brindisi…, y creo que ese libro quedaría en ridículo. Es más, reto al autor de aquel libro a que hagamos una lectura pública: un cuento cada autor hasta llegar a tres por contendiente y que un público no especializado y algunos escritores juzguen ambas obras. Luego pediríamos a los jurados de aquella ocasión, dado el caso, que expliquen su veredicto o, en caso contrario, los felicitaría yo mismo y les pediría perdón por estas líneas).
En el año 2009 me puse a retrabajar Una muerte inmejorable. La exprimí cuanto me indicaron mis escasas luces y la envié a un concurso en España que convocaba la Editorial Irreverentes de Madrid. Llegaron 174 novelas de 16 países. Una muerte… consiguió ser una de las diez mejor calificadas. Ni hablar.
La dejé reposar unos años más. En el ínterin la editorial Eterno Femenino, de Noemí Luna García me publicó, en el año 2011, el Fiestas. Luego la misma casa editó mi novela Demoníaca (Historia de una maldita perra) en 2012. Ambos libros funcionan aceptablemente a pesar de las miles de adversidades que padece toda publicación en el restringido mercado de México, en permanente crisis económica, gobernado por analfabetas funcionales y editado por una editorial heroica pero marginal.
Volví a Una muerte inmejorable. Le arranqué —reconozco que con dolor de mi corazón, pero haciendo uso de una sangre fría y unos güevos que ignoraba tener—, digo le arranqué unas sesenta o setenta páginas. Aunque también le agregué quizá veinte. La novela, creo, ganó en intensidad y aumentó su peso específico (intensidad o fuerza o aliento poético o entretenimiento o algo, por páginas leídas). Se volvió más directa y más vertiginosa. Aunque se llama igual, no es la misma novela que concursó en Editorial Irreverentes. Cambió. Y ganó con los cambios. Y la metí al concurso de la Editorial De Otro Tipo. Y ganó el primer lugar.
Si ese pinche concurso lo gané yo, significa que fue derecho, me cae de madre. Uno de los muy pocos concursos literarios honestos que hay en este país.

Se busca escritor 2013. Resultados.

 

Resultados de la Primera Convocatoria de De otro tipo “Se busca escritor” 2013 para publicación de novela y periodismo literario

 
El jurado de la Convocatoria “Se busca escritor” 2013, integrado por el escritor Agustín Ramos, la periodista Silvia Sáyago y en representación de la editorial, el escritor Walter Jay, han acordado otorgar, por mayoría, el primer lugar a las siguientes obras:
 
Habitantes de la noche, de Roger Daniel Vilar Fernández  y
Una muerte inmejorable, de Pterocles Arenarius (Jesús Ortega Rodríguez)
          La remuneración económica para el primer lugar, como adelanto en regalías, será dividido entre los dos ganadores. El jurado ha decidido, también por mayoría, otorgar el segundo lugar a la obra:
El cuaderno de los espíritus, de Carlos Javier Farfán Gómez
          Las tres novelas serán publicadas durante el 2014, en el mismo orden en que están anunciadas. Este año no hubo ganadores para la categoría de periodismo literario.
          La convocatoria contó con la participación de 78 obras. Editorial De otro tipo agradece a todos su participación y entusiasmo, esperamos trabajar juntos en futuras convocatorias.
 
México D.F., a 28 de noviembre de 2013.

 

Los autores

Roger Daniel Vilar Fernández (Holguín, Cuba, 1968. Nacionalidad mexicana)  Escritor y periodista. Publicó sus dos primeros libros de cuentos en Cuba: Corceles en la pradera y Aguas de la noche. Fue incluido en dos antologías de la narrativa cubana. En 1998 editó La era del dragón y en el 2004 la editorial argentina Bellvigraf, incluyó “Asterius”, uno de sus cuentos, en la antología Escritores Hispanoamericanos en el Mundo. Sus cuentos y ensayos aparecen en revistas y periódicos nacionales e internacionales como la “Revista Crítica”, de la Universidad de Puebla; “La Casa de Asterión”, revista de la Universidad del Atlántico, Colombia, y “Conspiratio”, de Jus. Como periodista ha trabajado para TV Azteca, Televisa, El Reforma, Reader’s Digest México, Milenio Diario y Milenio TV. Es creativo de la empresa radiofónica NRM Comunicaciones, donde también conduce un programa de turismo nacional.
Pterocles Arenarius (Jesús Ortega Rodríguez, México, D.F.) Estudió ingeniería civil en el Instituto Politécnico Nacional. Es guionista de televisión y periodista. Ha publicado cuentos, notas periodísticas, reseñas, crónicas y ensayos en un gran número de revistas y periódicos. Obtuvo los premios “Alaíde Foppa” de Creación Literaria en 1982; el premio “Edmundo Valadés”, con tercer lugar en 1994 y el segundo en 1998. Autor de los libros El trabajo era una fiesta, Apostatario (Tres ejercicios de blasfemia), Cuentos y relatos de Fiestas, La Fiesta (Cuando bajaron los ratones) y Demoníaca (Historia de una maldita perra), su novela más reciente publicada en 2012. Actualmente está en prensa una plaquette con el cuento Madreardiendo y Bailarás, en una edición de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Para no ser esclavos

Pterocles Arenarius
Columna: In naturalibus

grabadocuatro
 
 
Pour ne pas sentir l’horrible fardeau du temps qui brise vos épaules et vous penche vers la terre, il faut vous enivrer sans trêve.
Mais de quoi? De vin, de poésie, ou de vertu à votre guise, mais enivrez-vous!
 
Charles Baudelarie
 
 
(Para no ser esclavos y víctimas del tiempo embriagaos, embriagaos sin cesar. De vino, de poesía, de virtud. De lo que queráis). Traducción de Luis Cardoza y Aragón.
 
 
Hay dos maneras muy fáciles de ser desgraciado en esta existencia: trabajar haciendo algo que se odia hacer o vivir por años siendo una persona malcogida. Y si quieres en tu vida la desgracia plena acumula ambas condiciones.
Es terrible decirlo, pero la gran mayoría de la gente trabaja haciendo cosas que odia hacer, o al menos que cambiaría por algo que sí le gustara. Y no menos cabrón está el hecho de que, según algunas encuestas, algo así como el setenta por ciento de las mujeres jamás han sentido un orgasmo y como la mitad de ellas ni siquiera tiene idea de qué será eso. En otras palabras, son mujeres malcogidas. Y también malcogientes. ¿Y qué hay de ellos? Los gringos han publicado encuestas en las que dicen que para echar un buen palito, el tiempo promedio son siete minutos. En ese tiempo no alcanza uno ni a ponerse caliente. Sí lo creo. Walt Whitman reportó que no había peor amante que un anglosajón. (Yo creo que el maravilloso oh captain, my captain los comparó con los negros). Y ya francamente en el territorio de la especulación, ¿será por ser gente tan malcogida que el imperio de los gringos es tan criminal?
Datos tan escalofriantes sobre el sexo explicarían mejor que cualquier otra circunstancia el hecho de que éste es un mundo desgraciado que produce por millones gente desgraciada. Por si no fuera suficiente, agreguémosle dificultades económicas o de plano la franca pobreza, las comunes desavenencias en las relaciones interpersonales, los jefes idiotas y arbitrarios en el trabajo de por sí odiado, la policía estúpida y el indecente gobierno, criminales a mano armada los primeros y simples rateros y criminales intelectuales los otros. He ahí lo más que suficiente para vivir en el infierno.
Hay una manera simplísima —aunque demasiado costosa— de escapar de semejante sitio de tortura: la embriaguez, la alcohólica. Pero vamos a explorar escapes menos autodestructivos.
Créanmelo, hay gente que se aviene y sin duda con dolor —autoengañándose— hacen lo imposible hasta que logran disciplinarse y autosometerse a las anotadas desgracias. Bueno, hasta se acostumbran. Que el jefe es arbitrario y estúpido, hay que obedecerlo, nunca hacer que se fastidie y someterse sin chistar. Que nunca te has venido, ah vieja pendeja, si ni siquiera sabes qué es eso ni tienes idea de que se sentirá y la única referencia más que oscura y perversa que tienes es que se ha de sentir tan cabrón (no bonito, no una delicia, no el éxtasis pues sepa dios qué chingadera será eso), se ha de sentir tan cabrón que los pinches hombres andan como perros detrás de las viejas porque ellos sí lo sienten siempre, hasta haciéndose con las manos lo que ellos mismos llaman una simple chaqueta se vienen los cerdos. No, ni lo mande diosito, yo pa’qué quiero sentir eso, capaz que me vuelvo loca. Mejor así estoy bien, aunque sea una histérica, aunque esté siempre tristona y malhumorada, aunque haya cosas que me hagan sospechar que coger rico, con alguien que te guste mucho y que si lo amas tantito debe ser eso, la locura; aunque me pase la vida soñando con que llegue “el amor” a mi vida. Aunque me ponga unas calentadas tan inútiles como las de un bóiler automático —que se calienta por sí mismo y se enfría luego de un rato— por estar viendo las telenovelas en las que ahora en cada episodio y sin más, las parejas se meten encuerados en la cama y se manosean que ay qué horror y a la vez ay qué envidia. Que el trabajo es más que demandante y te arrebata tanto tiempo que no te deja ni para ver a tus propios hijos y te trae tan estresado como un ratón perseguido para darle muerte. Pues hay que trabajar y no quejarse sino antes dar gracias a dios porque tiene uno trabajo, ya ves cómo hay gente que ni siquiera consigue en que ganarse la vida.
Que el país está lleno de gordos incluyendo los niños porque la gente traga alimentos chatarra por destajo y no puede pasar un día sin tomarse litro y medio de aguas gaseosas y embotelladas y con sobredosis de azúcar y que por esas causas la terrible diabetes es epidémica y, de seguir subiendo su morbilidad en unos años será una condición “normal” en México. Y hasta hay quien dice —con un tufo altamente racista— que los mexicanos tenemos un gen hereditario que nos predispone para sufrir la diabetes.
Que la gente que se estresa con tanto trabajo, se desgasta, se envenena el cuerpo por las constantes y cotidianas dosis de adrenalina por tanto puto estrés y pasandito los cincuenta ya están amenazados de infarto, hipertensos, diabéticos, miopes-astigmáticos, obesos, inutilizados y frustrados a tal grado que de la mejor actividad que hay en este mundo, coger, ya mejor ni hablemos. ¿No es eso el infierno?
Son las legiones de los “esclavos y víctimas del tiempo” de quienes habló el maldito aquél Charles Baudelarie. Esclavos del vértigo y de la barbarie instaurada en este desgraciado país por los brutales y desalmados capitalistas, los verdaderos miserables (¿quién será más miserable que aquél que cargado de millones de dólares vive deshocicándose para ganar más y más, sin reconocer límite? Aquél que ni siquiera convirtiéndose en el hombre más rico del mundo se ve saciado y quiere más: ese sí es un miserable. Un miserable metafísico, porque no hay en este mundo bienes como para resarcir su monstruosa miseria: una miseria que no es de este mundo). Miseria que tratan de comunicar al resto de los mortales como aquellos hombres grises de la maravillosa novela (infantil) de Michael Ende, Momo, los hombres grises que se robaban el tiempo de los pobres mortales pendejos a los que lograban enajenar.
 
Y luego leamos los periódicos. Hay miles de muertos por mes. Ejecutados que antes fueron torturados mucho peor que las tan defendidas reses que sacrifican en el rastro si no es que los queman vivos o los matan a martillazos para no gastar balas (como los setenta y dos muertos de San Fernando, Tamaulipas).
 
 
¿Estamos condenados al infierno? ¿No hay escapatoria de una vida desgraciada? ¿O sólo el alcohol a lo bestia, hasta matarse? Como dicen en el rancho de mi madre, un pueblito de Michoacán: “En este pinche pueblo sólo se puede vivir borracho, loco o con la mujer de otro”. Pero regresemos a la interrogante fatídica: ¿no hay escapatoria?
Sí la hay, carajo.
¿Cómo?
Ve a contracorriente. Salte de la jugada que imponen los gobiernos y los capitalistas explotadores. No vayas a ir a dar al crimen organizado, es prácticamente lo mismo, pero con riesgo de muerte no prematura, sino inmediata. Tampoco vayas a ir a trabajar para el crimen desorganizado que es el gobierno, porque en los cargos altos hay que ser un gran hijo de la chingada, como un capo y le habrás vendido el alma al diablo; y en los cargos de burócrata jodido, las dosis de mediocridad, de baquetonería, estupidez, abulia, valemadrismo y gandallez requerirían porciones de cinismo que no te dejarían dormir por hipócrita. Y si te aplicaras a cumplir con tu deber, entonces ¡estarías peor que los del grupo de los explotados por el capitalismo!
¿¡Cómo putas salirse entonces de la bestial estupidez colectiva!? Es muy fácil. Vuélvete vago, cínico, borracho y, además, si quieres, mariguano.
Alexander Pushkin, el romántico ruso (por cierto bisnieto por línea paterna de un africano Ibrahim Hannibal, negro, por supuesto), recuerdo que dijo algo así: “Yo como bien, duermo mucho, bebo poco más de lo suficiente y —dejad que otros lo hagan— no voy corriendo tras la gloria”.
 
El engaño dice que cualquiera que trabaje muy duro y con mucha fe y gran talento puede ser tan rico como Carlos Slim. Francamente no tengo dudas de que eso es imposible. Para empezar parece monstruosamente difícil que la inenarrable enfermedad que sufre don Carlitos (la incurable megacleptomanía aguda: vivir tantos años robando a cien millones de pendejos*) sea posible en otro ser humano.**
Pero la solución la dijo —ya está anotado aquí— Baudelarie el siglo antepasado. “Para no ser esclavos y víctimas del tiempo, embriagaos, embriagaos sin cesar, de vino, de poesía, de virtud, de lo que queráis”.
 
Y te tacharán de vago, baquetón, cínico, güevón, borracho —¡pero por supuesto!, pues estarás siempre embriagado, aunque serías muy pendejo si estuvieras embriagado siempre de alcohol, pues en unos cuantos años te conseguirás una cirrosis hepática irreversible. Hay mucho más de que embriagarse, como recomienda el maldito poetazo francés—. En una sociedad tan enferma como ésta en la que vivimos, ser un sociópata con respecto de ella, es signo de magnífica salud mental. Así que coge mucho y lo más rico de que seas capaz de hacerlo. Complace a tu pareja hasta el último extremo: ella te recompensará al mil por ciento. Come bien. Bebe más de lo suficiente, pero poco más. Y no vayas corriendo tras la gloria. Que corran los desesperados y los huérfanos de la musa. Porque si lo haces vivirás tan estresado como el más jodido contador público o el más esclavizado ingeniero de los que trabajan, así me lo dijo uno de ellos, “de sol a foco”. Al final no es tan difícil, ¿o sí? Para mi entender, es mucho más oneroso, desgastante y enfermizo someterse al despiadado sistema que han implantado, cuyo lema de canallas reza: “A chingar que vienen chingando”.
Mejor gocemos de la vida embriagados, hasta de alcohol, pero también de poesía, de virtud, de chubi, de amor por las mujeres, de charla cafetera con amigos inteligente y hasta, por qué no de deporte. Olvida la televisión, te volverías simplemente idiota.
 
________________________________________________
*Entre los que, por supuesto, me incluyo pues soy consumidor tanto de Telmex (empresa robada a los mexicanos con dinero del erario, “prestado” a Slim por Carlos y Raúl Salinas de Gortari) como de Telcel.
 
 
**Aunque hay evidencias de que no son tan escasos los “empresarios” que también sufren la megacleptomanía, pero que sólo pueden ejercitarla limitadamente porque los monopolios —propiedades de megacleptómanos— ya no permiten a nadie más enriquecerse de manera semejante a ellos y que, por lo tanto, son la mejor prueba de que aquella conseja del trabajo, blablablá, es eso, una vil trampa para engañar imbéciles y matarlos, a mediano plazo, por explotación y la amplia variedad de enfermedades derivadas del estrés y el consumismo.

domingo, 1 de diciembre de 2013

La circunstancia obscena

La circunstancia obscena

Columna: In naturalibus

Textos al chilazo

 
 
Pterocles Arenarius

 
La edad obscena
Edgar Reza
Universidad Autónoma de la Ciudad de México. 2009
 
 
Las sociedades humanas funcionan —con más o menos ineficiencia, con más que menos injusticia, pero, de alguna manera logran su funcionamiento— porque todos los hombres que las forman se proporcionan bienes unos a otros. La mayor parte de los males que sufren tales aglutinaciones de personas se deben a que algunos sujetos —muy astutos ellos— se apropian en exceso de los bienes que producen los demás, entre todos, y aquéllos acumulan el dinero, que es el emblema de intercambio de bienes. Así, los Carlos, Slim y Salinas de Gortari, conspicuos ejemplos entre muchos más, han saqueado a todos los mexicanos para, uno de ellos, convertirse —ante los ojos atónitos de la humanidad pues lo ha hecho en uno de los países más pobres— en el hombre más rico del mundo. Y el otro —aunque no puede confesarlo— también y quizá tanto o más que su tocayo Slim, pero Salinas no puede confesarlo ni —¡oh, dolor!— alardearlo, porque si lo hiciera nos daría una poderosa arma, pues tan sólo nos probaría la monstruosamente descomunal dimensión del robo que hizo a la nación cuando fue presidente. Pero ese no es el tema. De lo que trata este texto es de un escritor y su novela. Él es Edgar Reza y aquélla se llama La edad obscena.
Vino a cuento el párrafo anterior porque La edad obscena es una narración autobiográfica. El protagonista se llama Edwin Sosa y es un chavo muy despabilado, astuto, prendido, más inteligente de lo normal (lo cual es, además, notable en la novela) y… pobre, bien jodido. Aunque sólo económicamente. Por el hecho de ser proletas este personaje se ve sometido a nulas oportunidades de trabajo, de estudio y, en general, casi de cualquier género de cosa buena en su vida.
Hace unos —ya no tan pocos— años, alrededor del 95-96, un día yo padecía los rigores de la cruda (lugar común que tantos han dicho) y en medio de ese infierno, mi vecina del uno vino a tocarme a las seis y media de la madrugada. Yo pensé lo peor, lo más sucio y con gran hospitalidad la invité a pasar, para lo mejor. Pero ella me dijo que necesitaba ayuda porque su marido se sentía muy mal. Quería que llamara a la ambulancia. Oye, qué mal, dije, porque esa no era mi idea. Pero fui a ver a Mario, su marido, mi vecino del uno. Sí se veía muy mal. Llamé por teléfono. Vino la ambulancia, se lo llevaron. Era el año 96, porque ese día estaba jugando México contra Holanda y Cuauhtémoc blanco hizo un precioso gol volando horizontalmente para anotar. Ese día Mario, el del uno, fue a caer a la Cruz Verde, de Salubridad y Asistencia. Estaba jodidísimo de dinero. A los dos días murió. Fue muy gacho. Tenía como 32 años. Sufrió un infarto. Los médicos decían que era muy joven para eso, pero sí, un infarto se lo llevó. En mi edificio era bien sabido que Mario había sufrido una grave crisis económica que lo llevó, desde una posición más que solvente en nuestro medio, a la ruina total en menos de un año. La acumulación de estrés y desgracias lo condujeron a su fin. Eso pensé. Eran los tiempos de la gran crisis Salinas-Zedillo. Un muertito más que debe Salinas, me dije. Siempre que cuento esto digo así, a Mario el del uno lo mató Salinas. Y es que llega el momento en que aquéllos que se apropian con desmesura de lo que pertenece a todos, provocan tales hecatombes. Mario, el del uno, no aguantó. Perdón, pero ha sido una exagerada digresión, pero viene a cuento porque Edwin Sosa, claro alter ego de Edgar Reza, sí aguantó. Esa y muchas más crisis. De hecho él es un producto de ese sistema perverso, cínico, brutal, despiadado, bárbaro y, con palabras mucho más claras y directas: un sistema criminal e hijo de su regran puta madre. El país, desde aquellos entonces y aun desde antes, se ha venido despedazando. Los gobiernos actúan contra la gente, contra su bienestar y en favor de sí mismos, de sus secuaces y achichincles.
Pero hablábamos de Edwin Sosa, el chamaco resistió todo porque es listo y arrojado. Entonces se busca su propio bienestar, bien o mal entendido. Con los cuates del barrio se vuelve borracho, mariguano, chemo, vago, peleonero, paradójicamente —puesto que es notable su inteligencia— mal estudiante y, con todo esto, un candidato directo a la delincuencia sin organizar por lo pronto, pero también será prospecto para la cárcel o la muerte prematura. De sobrevivir a este proceso, cosa que logran muchos muchachos de ahora, en el reclusorio —la gran escuela delincuencial— se incorporan al crimen ahora sí organizado, se vuelven sicarios…, etc. Es la tristísima situación de México en este momento. Por fortuna éste es un escritor. Pero para los escritores, en especial si son pobres, no hay privilegios, muy al contrario.
La novela sería desgarradora si no estuviera perfectamente protegida contra toda actitud sentimental a partir de un cinismo a toda prueba como actitud vital del personaje, con un atrevido desparpajo más que agradable aun en medio del magno desastre de violencia y deshumanización y con el desencanto surgido de una desolación que es costumbre La edad obscena transcurre de manera vertiginosa ante nuestros ojos, entre borracheras, chubis a destajo, cogidas más que frecuentes y un ámbito de trasfondo en el que nadie le importa a nadie.
Edwin, ante las brutales circunstancias que le ofrece su entorno y armado de su agudeza y una resistencia indoblegable —aunque jamás mencionada, sino explícita en los sucesos que vive el personaje—, se vuelve un auténtico hijo de la chingada en actos y un escéptico recalcitrante en su manera de mirar al mundo (ya dijimos además que es borracho, chemo, mariguano y también le hace a la inhalación de mona). Se la pasa, algo así como la mitad de la novela, embriagado de alcohol. La otra mitad, por supuesto, padeciendo y sofocando la cruda con más alcohol. Consiguiendo gringas —que abundan en Guanajuato, ciudad donde transcurre la novela— para cogérselas (no hacerles el amor, no interactuar con sus cuerpos, no seducirlas dulcemente. No: cogérselas). Cuando la circunstancia de Edwin se vuelve insostenible tiene que ponerse a trabajar.
En medio de las bárbaras agresiones de su circunstancia (hecho del que en ningún momento leemos queja o lamentación) terminamos por descubrir que Edwin es un chavo con una amplísima, encabronada cultura (esto es parte del oficio del escritor, es un enorme conocimiento de los valores estéticos, es honestidad intelectual. El personaje nos deja entrever que sabe un chingo de literatura pero como por descuido, porque de pronto se le sale citar a E. E. Cummins, de pronto, como sin darse cuenta habla de Ezra Pound. Sin pedantería. O la gran pedantería en su esplendor). Es un escritor.
Y, jodido monetario, logra que le otorguen una beca por parte del Instituto de Cultura del Estado. Ah, pensamos, ahora va a ser feliz. No. La pinche beca es una mierda de dinero. La mamá le exige que trabaje, que la beca no alcanza para nada y que se ponga a vender tamales.
¿En qué puede trabajar un joven escritor? Bueno, este muchacho barre calles para el ayuntamiento, recoge perros muertos para el servicio de limpia del aquel mismo, en otro momento carga tanques de gas, como repartidor de éstos, etc. Y cuando le va muy bien porque ya publicó un libro, logra dedicarse a dar talleres de lectura literaria en los reclusorios de los diversos municipios con resultados de insólito humorismo negro en contra del protagonista.
En fin, Edwin Sosa, el personaje narrador de La edad obscena, es el testimonio viviente de una ciudad despiadada que sólo responde a las características del sistema.
Sin embargo, la pregunta viene: ¿para qué sirve un escritor? Y uno se responde: no para vender tamales. Y es en tal circunstancia donde quería llamar la atención. Los países, las naciones, bueno, las sociedades humanas, deben contar con sus narradores. Es imprescindible que cada pueblo tenga los más que pueda, poetas, contadores de cuentos, escritores de historias, narradores, cronistas. Si no es así, las sociedades humanas están condenadas a lo que estamos viendo: el crimen, el caos, la ley del más hijo de su puta madre, la deshumanización. El retrato del México actual.
Los escritores, los artistas en general, retratan las sociedades de su momento (se ha dicho, son hijos de su circunstancia), ellos crean los mitos de la sociedad en que viven. La ciencia ha probado que si un individuo no sueña se muere y un poco antes se vuelve loco. Los escritores, los artistas, en general, son, en la sociedad, lo que es, en el individuo, la parte soñadora, la que muestra a la sociedad sus enfermedades, sus vicios, sus porquerías, sus manías y sus putrideces. Pero también sus lados sublimes, sus amores, sus mejores anhelos, los momentos dulcísimos, sus grandes placeres y, vaya, sus intimidades, sus costumbres, su espíritu. Si una sociedad no protege, no cuida a sus artistas está condenada a la animalidad. Guanajuato ha condenado a sus artistas, vea todo el mundo lo que le pasa a Guanajuato. Unos niños mandan a terapia intensiva a su compañerito de una madriza que le dieron. Violan a una chica, le dan una horrenda madriza y la ley la acusa de provocar al criminal. Los gobiernos son cada uno más ratero que el anterior y los artistas de la ciudad cervantina tienen que trabajar levantando perros muertos.
Y es obligación de las autoridades realizar el fomento a la cultura para que esa gente pueda vivir de su trabajo. Sabemos perfectamente bien que en México eso es una vergonzosa utopía. Los políticos son desvergonzados zánganos, parásitos de la sociedad de la cual se alimentan obscenamente y a la cual no le devuelven lo que de ella obtienen. En aquella ciudad “Patrimonio de la Humanidad declarada por la UNESCO”, un regidor ganaba, en el momento de ser escrita la novela, 25 mil pesos mensuales por sesionar dos o tres veces por mes para avalar las supuestas (y algunas reales) decisiones del presidente municipal quien obedece ciegamente las del gobernador en turno. Mientras que al escritor le otorgaban, ¡oh, generosos!, una beca de mil 500 pesos mensuales exigiéndole —dice el protagonista de la novela— fajos de hojas con cuentos por kilo.
La edad obscena, en fin, es un trago recio. Está en la línea que divide al hombre malo del chamaquito sensible. Por más que siempre se empeñe en mostrar el lado recio, sin sentimentalismos y con cinismo y sin credulidades ni concesiones. Para mi gusto al final el personaje se reblandece para bien, porque termina tocando nuestro corazón, nos gana desde lo más profundo. Y estamos de su lado a pesar de todo, a pesar de, incluso, su misoginia, faltaba más.
Para nuestra fortuna, el gobierno no logró hacer con Edwin Sosa-Edgar Reza lo que hizo con Mario el del uno: matarlo. Los trató igual. Pero respondieron diferente. Mario se murió. Respuesta muy digna. Edgar escribió una novela. Y luego dicen que la literatura no nos salva.