domingo, 16 de diciembre de 2007

Con P de policía: podridos, prepotentes y pendejos

Con P de policía: podridos, prepotentes y pendejos


Pterocles Arenarius

Los policías mexicanos son tradicionalmente corruptos; son, diría, históricamente corruptos. Hay policías que puedo llamar humanamente monstruosos, son criminales empedernidos y añejos, pero han permanecido en la policía o en alguna corporación policiaca por décadas (uno de sus lemas es “Si quieres llegar a policía viejo, hazte pendejo”, así han permanecido en la policía, haciéndose de la vista gorda para solapar a los grandes criminales y obedeciendo sin arriesgarse a sus jefes que también se hacen de la vista gorda cuando no entran de lleno a la corrupción, la extorsión o las múltiples tran sas). Los rasos suelen, ocasionalmente, ser dados de baja por indisciplina o por corrupción o por cometer algún crimen, pero se refugian en otra fuerza policiaca, así los policías del DF aparecen en la policía del Estado de México o la de Morelos o de Puebla para luego de algunos años volver al DF, sí, a su policía.
Uno de los paradigmas de los policías mexicanos –¡no es exageración!– es el ine fable Arturo, El Negro, Durazo. Corrompido hasta la médula, despiadado, asesino, torturador, sin embargo, con gestos de generosidad interesada, y, paradójicamente, pintoresco. El Negro Durazo que hizo añeja carrera en la policía defeña es un modelo siempre imitado y nunca superado entre los policías mexicanos. Aunque ante el público los jefes policiacos se porten “institucionales”, quieren ser y son como El Negro Durazo al menos cuando se relacionan entre ellos: benévolos, incluso magnánimos con los subordinados siempre y cuando éstos sean aceptablemente rastreros; pero jefes, jefecillos o jefazos son implacables y despiadados con los enemigos y con los subordinados ya no digamos con los rebeldes, basta que no se arrastren.
Yo he sido amigo de muchos policías. Debo confesar que en la infancia y hasta la primera juventud viví en un barrio bajo de la Ciudad de México y de mis amigos de la infancia, los que no se afiliaron al escuadrón de la muerte (y, en efecto, murieron alcoholizados) ni fueron muertos en riñas o en latrocinios ni se volvieron criminales decanos, se integraron a diferentes policías. Algunos a la vil policía llamada preventiva de a pie que trabaja en la calle, otros con mejor suerte (y dinero, porque hasta donde me quedé, los puestos de policía se vendían pública y abiertamente) se hicieron judiciales del DF, otros se integraron a corporaciones del Estado de México y los más suertudos llegaron a ser judiciales federales. Todos los que conocí entraron a la policía para robar, abierta y sinceramente, para asaltar con impunidad en las calles, como ya lo habían hecho sin ser policías, pero ellos deseaban hacerlo sin correr riesgos; querían ser policías para levantar putitas y cogérselas sin paga y alguno hasta para extorsionar y luego, ya en sociedad con los delincuentes, venderles protección; para colaborar con verdaderos criminales, a cambio de la correspondiente mochada, así, los policías usan a ladronzuelos o, en plan ya más profesional, colaboran con maleantes mayores: asaltabancos, secuestradores, proxenetas o de otras “profesiones”.
Hoy se dice que la policía ha cambiado, que se han profesionalizado, que les han dado cursos y más cursos de todo género. Pero cuando he llegado a charlar con un policía de calle, de patrulla o federal los cursos, el conocimiento, la preparación brillan por ausentes. Cuando, más frecuentemente, he tenido que disputar con algún policía me doy cuenta que son impermeables a casi cualquier virtud humana, son la contraparte del poeta latino Terencio: “Nada de lo humano me es ajeno”; a estos les vale madres todo y el ciudadano sigue enfrentándose al paradigma del Negro Durazo en la peor de sus expresiones: la que surge en el policía cuando se enfrentan con alguien a quien supone más débil. La corrupción, la prepotencia, la estupidez les sale por los poros ya sea que se esté frente a cualquier polizonte de calle, peor aun ante a un judicial, aunque no hay parangón de prepotencia y brutalidad con los granaderos, los que sólo son superados por los pefepos y los afis, una punta de criminales, pero ensoberbecidos por la “mística de la corporación” (es decir, el remedo del fascismo: hacer creer a un imbécil que está haciendo algo extremadamente importante, aunque ello no sea bueno más que para sus jefes). Éstos no se tientan el corazón para matar o para violar. No estoy exagerando, cuando alguien caiga en sus manos estas palabras le parecerán insuficientes para describir la sevicia y la brutalidad. Generalmente las personas le tienen más miedo a los policías que a los delincuentes. Si ahora algo ha cambiado es porque los que eran policías se han vuelto delincuentes, antes los rateros eran nobles, ahora son torturadores, como los policías, es que de ahí provienen. No digo que absolutamente todos los policías sean así, podridos de corruptos, prepotentes de naturaleza y pendejos irremediables, no, hay algunos que de entre su propia pudrición son benévolos, hay otros que, en realidad, son gente humilde. Pero de lo que no se salva nadie es del inveterado pendejismo. Dale poder a un pendejo y aunque sea humilde de corazón, se vuelve prepotente; dale poder a un hambriento pendejo y de inmediato se vuelve corrupto. No hay vuelta de hoja, los policías son podridos, prepotentes e irremediablemente pendejos. Algunos son viles e inteligentes, pero la mayoría son irremediablemente pendejos, si no lo fueran no se meterían a la policía.
Los que siguen son algunos escenarios perfectamente posibles entre policías y ciudadanos:
–Mira, güey, tú ya me caíste gordo y te voy a dar un calambre para que se te quite lo güevudito que eres. Yo soy la autoridá, hijo de la chingada…
–No, cabrón, conmigo no te metas, te aviento a derechos humanos y te chingan.
–Qué te crees, pendejo, derechos humanos me la persina, te voy a chingar. Mira, pendejito, en la noche voy a ir con mi pareja por un varo a tu casa. Quiero 10 lucas, ¿me entiendes, mierda? Si no, te vamos a hacer un baile por sospechoso, ahí, en tu propio hogar. Nada más por sospechoso te puedo clavar hasta 80 días en arresto domiciliario, y más todavía, estoy autorizado, porque te creo sospechoso, para hacerte un cateo en el cantón sin orden de ni madres, nada más porque yo sospecho y hasta te puedo dejar incomunicado, o séase desaparecido, pa’que aprendas. Y ya sabes, si no te mochas, en el cateo voy por el botín. En una de esas hasta me ando cogiendo a tu vieja. Deveras, ¿no tienes hijas?


–A ver, usté, venga acá, ¿qué armas porta?
–¿Cuáles armas, señor?, si tengo que caminar de noche es porque trabajo el tercer turno.
–No te hagas pendejo, cabroncito, ven acá que nos acaban de reportar que por aquí anda un violador que se acaba de coger a ocho señoritas. A ver ven acá.
–No, señor, con su permiso, me voy a trabajar.
–Ah, además ¿te resistes a la autoridá, hijo de tu chingada y puta madre?
–¡Párate, hijo de tu chingada madre!, agárralo pareja, que no se te eche a correr.
–¡Agárrenlo, es ratero!
–Pa’qué gritas, pareja, si ni hay nadie…
–Pos pa’que quienes vean cuando agarremos a este pendejo que se trata de un delincuente. ¿No ves que siempre hay gente tras las ventanas, pareja?
–Ah, órale. Vamos por él, pareja…
–Ven acá hijo de tu chingada madre…
–Hay que romperle toda su madre para que se le quite lo girito al hijo de la chingada.
–Chingaste a tu madre, pendejo…
–Ay, auxilio, no me peguen, por favor…
–Chinga tu madre, pendejo. Pero además te vamos a remitir, hijo de tu puta madre, por sospechoso y por resistir con violencia a la autoridá, pedazo de mierda.
–No seas tan cabrón, pareja, vamos a arreglarnos con el joven por las buenas…
–Bueno, a ver, báscula, a ver qué armas portas, pendejo…


Podridos, prepotentes y pendejos. Así son nuestros policías. Por el momento son irredimibles, incambiables. Si no vean un enfrentamiento de granaderos con manifestantes. Los policías son crueles sin necesidad, son despiadados, son brutales y son casi absolutamente irracionales. Pero además son cobardes, porque no olvidan que “Si quieres llegar a policía viejo, hazte pendejo”, nunca aceptan un enfrentamiento en aproximada igualdad de fuerzas con los manifestantes.
Todo lo anterior viene a cuento por que ahora los diputados intentan autorizar a los policías a que ingresen, según su discreción, en el domicilio de cualquier ciudadano. Esto es una medida monstruosa, es una invitación al crimen impune, un salvoconducto dedicado a los innumerables policías-delincuentes que realizan militancia simultánea, abierta o clandestinamente, dentro de la policía y el crimen para que hagan negocios más que jugosos a costillas de los ciudadanos indefensos. Nunca en la historia reciente de México –quizá con excepción de la época del Negro Durazo, un narcotraficante entronizado como jefe de la policía de la capital del país– se había atentado tan demencialmente contra el ciudadano poniéndolo indefenso en manos del crimen legalizado.
¿Felipe, El Espurio, no tendrá idea de quienes son sus policías? ¿En manos de ellos quiere ponernos a todos los ciudadanos? ¿Con tal de atemorizar a la protesta legal de los ciudadanos y a los luchadores sociales será capaz de llegar a esta monstruosidad? Alguien tiene que detenerlo, pero no hay nadie más que nosotros, todos juntos y organizados, tenemos que detener esta aberración. Los diputados han creado este monstruoso engendro en una actitud irracional, incomprensible y servil ante el Espurio, es decir, ellos no sirven para nada, al menos no para los ciudadanos. Tendremos que hacerlo por nosotros mismos.
Por otra parte, al menos los diputados perredistas que votaron en favor de este engendro deben renunciar, porque ellos llegaron a la curul gracias a los votos en cas-cada, desde lo alto del voto por Andrés Manuel hasta los subterráneos de los diputadillos cuasi analfabetas (he conocido a varios) que hoy maman 180 mil pesos mensuales por el dificilísimo y honrosísimo trabajo de obedecer a Chucho Ortega a Chucho Zambrano a René Arce.

jueves, 13 de diciembre de 2007

Breve introducción al demonismo...


Breve introducción al demonismo y diversas disciplinas para la obtención, tratamiento y uso de productos



When a man wins his devils He only has
one way: to transform himself in a devil.

Gerhardt Winneburg
(Grimorio Mucronato)



Captúrese un diablo joven.
Para ello resulta indispensable contar con conocimientos sobre Geología y Geografía Subterráneas de la región donde se habrá de operar. Y aun antes, debe ser el cazador un experto en Demonología Aplicada, esto es, usos y costumbres de los demonios.
Se requieren virtudes tales como férrea convicción, mediana reciedumbre corporal y, sobre todo, poder mental desarrollado. Ya que al momento de la captura se deben soportar, entre otras cosas, el fétido aliento, por ejemplo, o también asquerosas deyecciones de los materiales más insólitos. Quizá el especimen vomite tan enormes como falsas llamaradas o, si todo esto no le funciona, entonces regurgitará líquidos nauseabundos, esta vez sí perfectamente reales. Puede ser que se provoque mortíferas heridas por las que manarán fluidos repugnantes. Pero todo ello no es más que la parafernalia demoniaca, en realidad son sólo alucinaciones que provocan al captor, ya que emplean al máximo su poder mental para hacer creer que poseen armas terribles y letales. Todo es inofensivo, puesto que nunca su poder es físico, sino producto de su satánico cerebro. Finalmente, menos difícil es soportar las maldiciones, blasfemias, monstruosos insultos e invocaciones aberrantes; pronunciados en gran desorden y empleando los más sucios vocablos de un sinnúmero de lenguas.
Es posible, aunque no fácil, encontrar diablos en las regiones de actividad volcánica reciente y en las que existen fallas geológicas profundas y antiguas. Por supuesto también en aquellos sitios en donde se localizan géiseres y en general en todo lugar donde se manifieste con gran fuerza la energía geotérmica.
En éstos se harán permanentes guardias. El cazador deberá estar armado de paciencia y con gran celo cuidar la observación. Contando con algo de buena suerte, en dos o tres semanas será posible localizar algún diablejo deambulando pensativo entre las rocas o mirando solitario, en actitud meditabunda, desde dentro de alguna enorme ranura, hacia el paisaje. Esta especie viviente es más o menos inofensiva, excepto para aquéllos quienes sean en exceso bondadosos o ingenuos. Los espíritus simples pueden enloquecer ante su vista. La misión de los entes satánicos, como sabemos, es la de envilecer las almas. Pero hay relativamente pocas personas susceptibles de ser corrompidas por estos demonios. Tienen varios problemas, uno de ellos, con seguridad el más ingente; es el de que no son raras las personas, nunca lo han sido, que poseen múltiples y refinadas –por más que siempre ocultas– perversiones.
Otra dificultad es la siguiente. Para que alguien sea realmente malvado, debe contar con un mínimo de inteligencia; ya que de otra manera, los malos actos de un tonto pueden llegar a parecer buenos y –aun peor para ellos– ser beneficiosos para muchos. No es fácil, pues, la lucha de estos malignos seres, como se puede colegir. Su objetivo ideal es el acto intrínsecamente malo, el que sea negativo, destructor, inconveniente para el mayor número de seres humanos. Son felices si se desatan guerras, aun cuando éstas benefician a algunos, por ejemplo a los proveedores de armas. Pero hechos como éstos los aprovechan para, por lo menos, causar sentimientos de culpa a los coterráneos de aquellos mercaderes. Son furibundos enemigos de todo tipo de placer humano. Odian que la gente goce del sexo, por ejemplo, y se sienten muy satisfechos cuando alguien sufre durante el acto amoroso. Son impulsores de las condenas contra los homosexuales, pero alientan a que cada vez más gentes descubran su latente afinidad hacia el propio sexo y se transformen en ese tipo de “desviados sexuales”. Ello sólo con el fin de que sufran aquellas condenas. Generalmente consiguen tales objetivos mediante el dominio de sueños y pesadillas de las almas frágiles y los espíritus endebles. Sus peores enemigos son los hombres que viven a plenitud, sanos, con alegría y siempre tratando honestamente de beneficiar a la humanidad. Paradigma de tales virtudes somos nosotros, los expertos en Demonología; por lo demás, feroces rivales de los habitantes del Averno.
Todos los hombres se hallan influidos en mayor o menor grado por demonios. En realidad, de esta influencia provienen todo género de neurosis, psicosis, paranoias, esquizofrenias y demás desórdenes mentales. En general, los protervos enemigos se pueden clasificar, simplificando, en dos grandes categorías: buenos y malos. Posiblemente sean sólo estos dos tipos, pero para no caer en maniqueísmos, anotemos que muestran innúmeras manifestaciones, positivas y negativas ambos, de tal forma que estos matices los llegan a hacer indistinguibles. Todo ser humano en realidad inteligente y creativo debe ser capaz de controlar a sus demonios, incluso y más aún, a su “demonio de la guarda”. Que suele ser el más pernicioso por la cercana influencia que, como he anotado, ejerce telepáticamente por medio de ensoñaciones, sueños y pesadillas. Los hombres geniales se distinguen porque no sólo no son víctimas de sus demonios, sino que incluso llegan a sacar provecho de las pretendidamente nefastas influencias que tales íncubos (que no los súcubos, como veremos) ejercen mediante la transmisión inmaterial del pensamiento. No pocos de aquellos notables son insignes demonólogos.
Una de las muchas costumbres humanas convenientes a los hijuelos de Satán son las religiones. Estas han sido creadas e impulsadas por los que se hacen llamar “demonios buenos”. Su finalidad es engañar a los humanos, para, según ellos: “conducirlos por el buen camino”. Porque a su entender, “el humano es altamente destructivo”. Tales supercherías logran llevarlas a cabo sometiendo a las gentes a un conjunto de normas morales, con promesas de redención y paraísos como premio al buen comportamiento. Por otra parte amenazan con horrorosos sufrimientos eternos como castigo en caso contrario. Puesto que están convencidos de que el hombre jamás será generoso y noble espontáneamente. Sin embargo, los resultados nunca han sido mucho mejores para los “demonios buenos” que para los “malos”. En realidad los demonios bondadosos son capaces de realizar los actos más perversos a sabiendas, si creen que a través de éstos pueden lograr un efecto positivo de mayor alcance. Y no es raro que a menudo se equivoquen.
Así, todas las religiones les son muy útiles cuando los prosélitos adoptan, que no es extraño, posturas intolerantes y totalizadoras, dogmáticas.
El síntoma inequívoco de que cierta clase de demonios han hecho su presa en una persona, es que ésta exhibe un odio implacable contra el segmento de la humanidad que le es más cercano; éste es, sin duda, él mismo. Cuando alguien se odia, procura atraerse el mayor aborrecimiento de todos quienes lo rodean, consciente o inconscientemente, o en ambas formas a la vez. En el mejor de los casos buscará la conmiseración para degradarse. Un ser humano víctima de sus demonios, por lo común se autodestruye y procura estragar al máximo a todo aquél que se le acerque. Recordemos a los irredimibles, desgraciados géneros –ocasionalmente degradados hasta la infrahumanidad– de los alcohólicos delirantes y los adictos a las drogas duras.
Solicito encarecidamente se me excuse por tan extensa digresión. Si en tal forma me veo favorecido por el dilecto lector, me permito continuar las instrucciones.
Antes recalco la importancia de que el diablo aprehendido sea joven. A simple vista comprobar esto no es sencillo. El ejemplar atrapado se debe revisar acuciosamente de las pezuñas, los cuernos y la dentadura. Para verificar su antigüedad estas partes se limarán con fuerza usando un limatón, bastardo de preferencia, de acero al alto carbono. Y así se descubrirán capas diferentes de tejido óseo. Se considera joven un demonio de no más de tres capas en la pezuña, seis en los cuernos, amén de la dentadura, completa y sin desgaste apreciable.
Acerca de la captura debo anotar que es conveniente efectuarla cuando el objetivo se halle descuidado, si esto se logra –lo que es muestra de la maestría del cazador– mejor es aplicar una torsión sobre uno de los brazos hacia la espalda y tirar de ambos cuernos hacia atrás. Una vez así sometido, con ayuda, se procede a encadenarlo.
Si no es posible apresarlo en uno de esos lapsus, habrá que perseguirlo corriendo. Un método usual es el hostigamiento estridente por parte de un grupo numeroso y dotado con utensilios ruidosos (verbigratia cacerolas). De esta forma es fácil impedirle toda escapatoria evitando su acceso a cuevas o grietas del terreno, por las cuales, con relativa facilidad puede encontrar vía a los infiernos. Una vez capturado, suele ser conveniente extirparle los globos oculares. O en caso de no contar con los indispensables instrumentos quirúrgicos, sencillamente pueden reventarse con cualquier objeto punzocortante. Esto tiene carácter precautorio, ya que la manifestación suprema de su, más que humano, poder mental la realizan precisamente a través de los órganos visuales. El infernal individuo recuperará la visión por completo en pocas semanas, sin embargo, en tres o cuatro días podrá ejercer esta facultad aunque en forma muy defectuosa.
En realidad los avernícolas –considerando los tiempos de la vida humana–, son inmortales. De qué otra manera puede llamarse a seres que viven entre cinco y ocho mil años, que han convivido con prácticamente todas las civilizaciones de la historia. Cuando su equipo corporal se agota por el uso, pueden renovarlo en el sitio que los hombres conocemos como infierno. Que no es otra cosa que regiones cercanas al centro de la tierra. Así, es posible que el satánico prisionero sea uno dotado con equipamiento reciente.
Su existencia, prácticamente eterna, los convirtió en entes increíblemente tristes. Por las noches dan rienda suelta a su melancolía y lloran por interminables lapsos con apagados y lastimeros aullidos, los que muchas gentes ígnaras confunden con muertos, fantasmas u otro tipo de espectros.
Ellos son una especie animal más que experimentó una forma de evolución digamos aberrada con respecto a la humana. El desarrollo evolutivo de estos seres, en los inicios, fue muy similar, paralelo al humano. De hecho, en remota época fuimos la misma especie. Por alguna razón extraña, sus antepasados se vieron sometidos a la radiación de formas de energía existente en las inmensas profundidades terrestres y fueron afectados de tal modo que experimentaron una serie de mutaciones en sus células, las cuales les impiden morir. Encontraron además, en misteriosos y recónditos lugares, cierta clase de materiales, seguramente relacionados con los emisores de las radiaciones, con los que les ha sido posible reparar sus miembros y órganos después de sufrir fuertes traumatismos o diversos daños corporales. Aún más, por influencia de la enigmática emisión de partículas, en su organismo se engendró la capacidad de regenerar heridas graves y hasta partes mutiladas, de forma semejante y aun mucho mejor que como ocurre con algunos reptiles.
Respecto a su antigüedad recordemos que múltiples mitologías humanas refieren hombres astados, faunos y demonios que a la vez son inmortales.
Al parecer la mente de estos malignos entes funciona de modo distinto a la humana. Mientras la nuestra posee una memoria selectiva, la de ellos no presenta esta cualidad, por esto, viven sumidos en una monstruosa y permanente confusión. Además, quizá por idéntico motivo, su capacidad de raciocinio se halla disminuida. Factor que los imposibilita para servir como invaluable fuente de consulta histórica. Imaginémonos, estimable lector, una conversación con alguien que conoció e influyó a Arquímedes, a Rabelais, a Newton, a Buda o a Omar Khayyam. Es triste que no sean seres racionales. Tan ingente menoscabo, sin embargo, se ve compensado con las prodigiosas facultades mentales que ostentan: telepatía, psicokinesis, premonición, etcétera. Existe extensa argumentación acerca de la teoría anteriormente expuesta en el Grimorio Mucronato (de Mistagogia Iniciática. Ad circa Inimicus Perverterum); volumen recopilado en forma secreta por el erudito inglés Gerhardt Winneburg, mejor conocido por el alias de Neftadeg Nemrod; trabajo realizado entre los años 1228 a 1261. Reproducido en manuscrito unos veinte años después de la muerte de su autor, ocurrida ésta a manos del Santo Oficio de Inquisición en 1285. La obra fue conservada por la cofradía hermética autonombrada Neftadeg Nemrod, que por muchos años se ocultó en la provincia de Kirkudbright, Uplands; localizada a unos cien kilómetros al sur de Glasgow. Esta impenetrable hermandad hizo la primera impresión del texto en 1441. Posteriores reimpresiones han permitido que llegue hasta la actualidad, aunque su circulación se halla restringida a los cerrados círculos de iniciados.
Solicito nuevamente se me disculpe y permítaseme continuar.
Una vez prisionero el tenebroso ser y debidamente asegurada la imposibilidad de su escapatoria –para lo cual se aconseja sujetársele fuertemente con las cadenas y de ser posible crucificársele usando alcayatas de tres pulgadas, de preferencia aceradas–; conviene tomar las precauciones elementales a fin de cancelar toda posibilidad de que el especimen llegue a apoderarse de la voluntad del cazador. Tales previsiones consisten, por lo menos, en tomar un intensivo entrenamiento en hipnosis, autohipnosis, sugestión y los rudimentos de las ciencias ocultas: brujería, nigromancia, así como las mínimas invocaciones de la esoteria demonológica. Esto es, un somero conocimiento de la magia negra elemental. Advierto a los amables lectores que este texto no tiene por objeto transmitir tales conocimientos. Para ello se debe consultar el mencionado Grimorio Mucronato.
Dadas, pues, las condiciones de sometimiento del aberrante bicho, podrá acudirse a la tortura del mismo. Esto se hará por periodos de treinta minutos y se le darán otros tantos de descanso. Esto resulta efectivo cuando al llevarlo a cabo se hace mediante golpes aplicados con algún objeto contundente sobre las regiones sensibles del cuerpo. Muy adecuado es el golpeo con varillas de acero corrugado, de fácil obtención y reducido costo. Otro método es la separación de trozos de carne, practicando cortes lentos con un cuchillo de cocina finamente afilado. Ha de tomarse en cuenta que todas las sustancias que se ganen del diabólico prisionero serán tanto mejores cuanto más dolor le provoquen al ser arrancadas. Con los mencionados intervalos de 30 por 30 minutos, se practicará el torturamiento del ejemplar durante tres horas. Para darle otras tantas de reposo a fin de que restituya las lesiones. Entre paréntesis, aclaro que ésta es una de sus más portentosas cualidades. Se puede –a manera de comprobación– arrancarle partes de los miembros corporales. Estos se regenerarán en algunos días.
Extensa variedad de productos pueden obtenerse mediante la mutilación de un joven demonio, a saber:
La carne y la sangre fundamentalmente. La primera, mediante un adecuado tratamiento previo y sometida a un procedimiento culinario específico, suele convertirse en un manjar extraordinario. El cocinar esta carne es material de otro extenso volumen. En cuanto al tratamiento previo, éste es relativamente sencillo. Deben tomarse los trozos de carne y envolverse en las extensas hojas de alguna platanácea. Sepultarse por lo menos nueve días a una profundidad mínima de sesenta centímetros bajo tierra. Debe acompañarse se azufre y mercurio al cien por ciento en peso. Y si se desea, algunas yerbas de olor, como pápalo, tomillo, mejorana, laurel e incluso epazote. Esto depende más bien del gusto y experiencia de quien cocine.
Son bien conocidos los efectos rejuvenecedores y la vigorosa longevidad que se alcanzan gracias a la frecuente ingestión de platillos a base de los filetes demoniacos.
Con la sangre es viable fabricar potentes venenos y también bebidas embriagantes. Para obtener un licor delicioso y extasiante, es menester que el rojo líquido se vierta en vasijas de alguna madera noble. Es necesario aplicar toda suerte de sustancias excrementicias, humanas y animales y mejor si han experimentado cierto tratamiento previo, id est, los residuos acumulados en fosas sépticas. Como es sabido, este sistema usado para la degradación de los productos fecales, contiene una cámara de fermentación, en la que actúa gran cantidad de bacterias; aerobias en la superficie (llamada también nata), como anaerobias, en estado coloidal, en los estratos inferiores. Estas bacterias hacen las veces de poderosos catalizadores químicos y biológicos. Las reacciones que ellas inducen, provocan la degradación del material fecal.
La sangre de los siniestros seres –intrínsecamente impura y de toxicidad letal– se neutraliza después de un prolongado contacto con las mencionadas bacterias. A su vez, en el ínterin, éstas pierden sus cualidades catalíticas.
Es conveniente colocar el material hemolítico, obtenido a través de los diversos tormentos, en las vasijas mencionadas –de madera noble–, bajo tierra y, por supuesto, saturado de las bacterias extraídas de la cámara séptica, que se encuentran en la costra o nata de tal recinto. Luego de dos meses aproximadamente, la sustancia debe pasar a la segunda fase del tratamiento. Esta consiste en “atormentar” el líquido con la aplicación de trozos ardientes de carbón, pero evitando hasta donde sea posible la evaporación del fluido. Esto se hará por lo menos en cinco ocasiones. Posteriormente la sustancia deberá reposar justo doce días. Entonces podrá probarse como raticida u otro uso similar para la eliminación de plagas. Si provoca la muerte del animal que lo ingiera, debe repetirse todo el proceso. De no ocurrir tal, significa que ya puede destilarse, obteniéndose después un delicioso y fortísimo licor. Puede beberse directamente en muy pequeñas porciones o combinarse con otras bebidas, de preferencia fuertes, verbigratia tequila, charanda, sotol, mosquito, etc.
Para la obtención de mortíferos venenos, la primera etapa debe ser muy breve, a lo sumo de tres días de reposo, ya que en el inicio del proceso, la sangre del réprobo se potencia, reaccionando poderosamente ante la acción de las bacterias. Pero con el tiempo, poco a poco van cediendo, ya que aquellos seres unicelulares en condiciones adversas, incrementan su ya de por sí extraordinaria fuerza reproductiva.
La carne de testículo y pene de diablo, incinerada a fuego lento y directo sobre carbón de piedra o coke, durante unas doce horas ininterrumpidas se solidifica. Este material puede transformarse, por machacamiento percusivo, en polvo, que al ser mezclado con partículas crudas de cuerno y pezuña, obtenidas mediante limaciones y disueltos en aguas subterráneas, tras un hervor de dos horas se convierten en un eficaz afrodisiaco. Al beberlo tan caliente como se pueda soportar se obtienen resultados óptimos.
Quizá uno de los platillos más delicados sea el caldo de diablo. La elaboración de éste es asaz sencilla. Teniendo al especimen debidamente sujeto, se le practican “raspas” sobre la piel. En primerísimo lugar el raspado tiene por objeto retirar la abundante mugre, ya que no acostumbran el baño. La región más preciada para un delicioso caldo es el pecho o las nalgas.
Se procede a desangrarlo continuando la fricción sobre la piel; la herramienta idónea para ello es el ya mencionado cuchillo de cocinero. Cuando se ha logrado retirar la piel, se aplica sobre la carne sangrante generosas cantidades de chile en polvo. Que puede ser el tradicional chile piquín o mejor aún, el chile habanero; famoso por su “diabólico” picor. Conviene proteger los oídos del que ejecuta semejante tarea, ya que los perversos íncubos suelen aullar con tan insoportable intensidad que puede llegar a verse afectada la capacidad auditiva del que ejecuta tan singular tarea. Una vez sazonada de este modo la carne, se separa con tajos rectos y profundos y se somete a cocción con fuego lento unas treinta y seis horas. Muy efectivo resulta agregar hueso. Para obtenerlo hemos de hacer mención de la necesidad del empleo de una sierra eléctrica. Una vez que se ha separado el material óseo, requeriremos triturarlo por percusión entre aceros. Ya reducido a pequeños trozos, puede agregarse al puchero. Por supuesto, en esta receta no pueden faltar los ya anotados vegetales aromatizantes y que mejoran también el sabor, los que se agregarán al gusto de quien cocine.
La carne tratada puede prepararse de muy diversas maneras; al modo de la tradicional barbacoa, la cocción simple para consumir las vísceras: en tacos de tripa gorda, de hígado (encebollado, por supuesto), de buche (o más técnicamente estómago, ya que los demonios no son rumiantes), o de cachete. En fin, los límites son los que la imaginación establezca.
Ahora bien y sin poder eludir el tema por más tiempo. Hasta el momento pareciera que todo es sencillo, maravilloso, victorias consuetudinarias y dominio total sobre la estirpe execrable de los demonios. Es cierto, pero sólo hasta la mitad es cierto. Hemos vencido por completo los demonios, pero sólo a los íncubos. La totalidad de los conocimientos hasta aquí vertidos se refieren a ellos. Pobres demonios desgraciados, acorralados, sometidos, permanentemente vencidos por nosotros, los demonólogos especializados. Sin embargo, ni los más avanzados estudiosos han logrado encontrar fórmula alguna para vencer al género demonológico conocido como los súcubos o “demonios femeninos que establecen comercio carnal con los hombres”. La única defensa de cualquier humano conocedor o no de los secretos de la disciplina que aquí hemos expuesto es huir tan rápido como le permitan sus medios, la única posibilidad de salvarse ante un súcubo, es la inmediata, irremediable, total y absoluta huida.
De la misma forma en que los hombres –siendo más fuertes corporalmente, más diestros para el manejo de nuestro propio cuerpo, más racionales, mucho más prácticos y en general mejor adaptados a la dureza del mundo real– nunca hemos podido vencer totalmente, someter a las mujeres humanas, con las súcubas sencillamente resulta imposible. Por esa razón, en el medievo, los venerables demonólogos de tan remota época incineraban a las brujas, mujeres que tenían algún acercamiento con los demonios, de los que, además, aprendieron no pocas de sus malas artes para dominar las voluntades. Los antiguos estudiosos de la demonología enfrentaron y casi exterminaron a las brujas, además de poner las bases para la lucha contra los íncubos, pero jamás decidieron enfrentar a las súcubas en los mismos términos que a los primeros. Por la sencilla razón que quienes, aceptando el reto, valerosamente lo intentaron fueron irremisible, lamentable, estrepitosamente vencidos. El aspecto más peligroso de las diablesas es justamente el de que ellas no luchan, ni siquiera resisten. Su más poderosa arma es de carecer de armas, su indefensión, su fragilidad junto con su atemorizante perfección física. Su monstruoso poder de seducción, su belleza inhumana y la delicadeza de sus cuerpos parece imposible. Mientras que con los demonios macho hay que batallar físicamente, con las hembras no. Ellas se entregan. Las demonias incluso parecen ser más débiles que las mujeres humanas, pero no menos bellas. Lo temible de las súcubas es su monstruoso poder para apropiarse de la voluntad de aquél que pretenda capturar a una de ellas. Acerca de la denominación de súcubos, en masculino, para los demonios femeninos, conviene aclarar que el género del vocablo fue definido por convención entre los inmemoriales demonólogos del bajo medievo quienes, con el afán de combatir por igual a ambos, machos y hembras, determinaron no distinguirlos por sexo. Demasiado pronto se percataron que era totalmente inútil. Ellas eran, son, totalmente diferentes. La esencial desemejanza es que los íncubos buscan el poder y luchan por él. Gracias a eso los hemos vencido. Lo cual no significa que seamos peores que ellos. Y es que nosotros, los humanos, tenemos una grave desventaja, la que, paradójicamente, nos hace vencedores, nosotros morimos, nos renovamos. Ellos no, ellos son los mismos siempre. Los diablos existen como luchando contra fantasmas que perpetuamente se renuevan en el tiempo, que son impetuosos, inteligentes y siempre otros, mientras ellos se mantienen en una monstruosamente lenta, cuasi eterna decadencia. Como especie sobreviven gracias a una prácticamente real inmortalidad de cada uno de sus individuos, pero que se les revierte en desadaptación y decadencia. Mientras que los humanos sobrevivimos como especie gracias a una continua adaptación-renovación de nuestros equipos corporales, la cual ocurre gracias a que morimos, para que las nuevas generaciones se adapten mejor.
Por nuestra parte, los hombres, hemos colegido que las mujeres humanas, comparten, aunque de manera incipiente, algunas de las facultades de los demonios: lo que ellas llaman sexto sentido, la intuición femenina, la facultad de soñar e incluso de modificar la realidad mediante el uso de la ensoñación dinámica. Es sabio el proverbio popular que afirma que “la mujer es como el diablo”.
Si sobre la mujer ni siquiera los demonólogos hemos podido ejercer a plenitud nuestro poder, contra las súcubas –conocedoras expertas de las más refinadas artimañas femeninas y, por si no fuera suficiente, con las facultades paramentales y protorracionales que se atisban en la mujer y que en las súcubas aparecen multiplicadas más cierta clase de belleza–, hemos acabado por reconocer nuestra total inepcia. Así, hemos determinado que la estrategia única e incontestable ante las súcubas es simplemente huir. Huir tan rápidamente como sea posible sin justificación ni pretexto. Las temibles hijas de Lilith, la primera mujer, la anterior a Eva, la que rechazó y se igualó con Adán, según el mito, la terrible mujer que no depende del hombre, que incluso se atreve a superarlo. La hermosa y atroz Lilith, la que se opuso al designio divino y dejó en Eva el trabajo, la consigna de ser la servidora del hombre. Su traición le costó la maldición mayor de uno de los tres demonios preponderantes de la historia de la humanidad, el impulsor de una de las más poderosas religiones mundiales.
Mientras en los íncubos encontramos una monstruosa irracionalidad que se manifiesta como confusión, locura y oscuridad, en las súcubas se percibe melancolía y profundidad. En sus ojos aparece un abismo que quizá sea propio del que observa: ojos espejo. Una fascinación que causa terror, una tristeza inmemorial, un ingente dolor y la antigüedad ignota, inconcebible como la caída hacia arriba, hacia el verdadero vacío. En los ojos de las diablesas se vislumbra vastitud prisionera en una belleza parafemenina, que aprisiona, que tiene la facultad del embeleso, de una temible fuerza que se expresa por su total debilidad, su nula resistencia, su inefable extenuación y desvalimiento. El consejo antiguo y sabio, perenne y vigente desde el medievo es huir de inmediato y sin concesiones. ¿Qué otra actitud tomar ante un ser que con una mirada desconcierta, confunde, desnuda y nos hace vernos desde afuera, desde adentro de ella: débil, diminuta, hermosa y triste. El demonólogo, sensible al poderoso campo telepático de la súcuba, percibe imágenes horrendas, se observa, horrible y bárbaro, próximo a lo bestial e imbécil. Alucinación espantosa e insoportablemente vívida. Y es entonces cuando ella nos otorga su ternura triste, su sincera compasión. El secreto de la súcuba está en que nunca desea vencernos ni dominarnos, ni siquiera influirnos. Por eso nos penetra. Nos subyuga. Se nos entrega y en ello radica nuestra derrota. Ella vivirá ¿mil, dos mil o cinco mil años más?, nosotros, en sus manos, ni dos. No es amor, es el espíritu romántico, la urgencia por morir siendo pálido y bello. Las referencias acerca de historias de hombres que optaron por el camino de la dulce destrucción al lado de una súcuba son abundantes. Ellas, en efecto, suelen realizar “comercio carnal con los hombres”, como reza la definición formal de súcubo, así, mintiendo el género. Artistas atormentados y prematuramente destruidos se cuentan entre las víctimas de la sucubía. Recordemos a Sade, a Sacher-Masoch, al poeta Apollinaire, al pintor Van Gogh, a Los Malditos y muchos más, obsesionados, materialmente exprimidos y habituados a infames excesos. Las historias de sexo entre hombres y súcubas culminan con la declinación lastimosa, patética, ya violenta, ya gradual, pero inexorable del temerario desventurado.
Sin embargo, seamos positivos, que no sea la derrota vigente nuestro objeto de vida. Hablemos de la victoria, hablemos de nuestro total y permanente victoria sobre los íncubos, de nuestros ingentes logros para librar a la humanidad de la nefasta influencia que, sin embargo, se deja sentir en gran parte de los actos humanos.
Concluyo. Una última advertencia: siempre que se tenga un íncubo prisionero y sometido a la tortura, después de un adecuado lapso, conviene deshacerse del ejemplar. Aunque tengo conocimiento que algunos intrépidos demonólogos han preferido conservar dos o tres de estos réprobos en su poder. Esto con diferentes finalidades: adiestrarlos para servirse de ellos como esclavos, dándoles el tratamiento de mascotas o sencillamente los mantienen prisioneros con el fin de impresionar a sus amistades exhibiéndolos. Sé que hay incluso quien les da entrenamiento para emplearlos en la práctica de la torería. Se antoja un estimulante reto el torear un diablo bravo.
Sin embargo, todo esto conlleva el riesgo enorme de que el íncubo, antela familiarización con el captor, invierta los papeles; se apodere de la voluntad del amo. Muchos hombres y mujeres que han desaparecido sin dejar ni el menor rastro, han sido enajenados por los demonios y conducidos a las profundas cavernas que llegan al infierno. La intención es convertirlos en uno más de los multicitados seres infernales. Hacia tal fin someten a las infortunadas víctimas a la fuente de radiación que ocasionó en ellos tan dramáticos cambios. Hay evidencias de que lo han logrado en no pocos casos. Pero por lo general, los hombres que sufren tan singular experiencia mueren en el trance ya sea por el efecto de las radiaciones, el insoportable calor o la inanición.
Es necesario, para que el demonezuelo se dé por despedido cortarle la cola y los cuernos. Por lo que toca al apéndice vertebral, mejor es si se hace el tajo con un filoso machete o hacha y de un solo golpe. Por lo que esto se hará afectando cartílago, es decir, córtese el extremo de la cola. Para el corte en hueso se requiere una herramienta más sofisticada. Si al practicar la mutilación se aflojan previamente las ataduras, el protervo escapará enloquecido por el agudo sufrimiento físico. La pequeña porción de cola puede conservarse, previo proceso de curtido, como excelente amuleto y a la vez trofeo de caza. Los cuernos le serán retirados usando inevitablemente la consabida sierra eléctrica manual. Los antiguos demonólogos, sabios y tradicionalistas, aún continúan haciéndolo a golpe de segueta. Venerable tradición, pero en la actualidad, pienso, debe aprovecharse el avance tecnológico. Envidiables trofeos son varios pares de espléndidos cuernos de diablo.
El que esto escribe se permite anotar, no sin cierta reconocida falta de modestia, que cuenta con una vasta colección de tan singulares panoplias. En las que se incluyen pezuñas, cuernos, colas, barbas y cueros cabelludos. Ambos últimos obtenidos por desollamiento. Tal antología se pone en calidad de exposición ante quienes se interesen por tan apasionante actividad.
Finalmente se invita a los lectores a la próxima expedición para la caza de diablos que tendrá efecto en los términos y fecha que marca la convocatoria correspondiente, la que se puede obtener de manera gratuita en el domicilio* de este autor: Jesucristo de la Ortega y R.




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*Cerrada del Oriente 64, No. 666.
México, 60606, D.F.