miércoles, 23 de noviembre de 2016

La cagarruta interminable


La gran cagarruta

Pterocles Arenarius

A las once y pico de la noche del once de diciembre estaba tan borracho que me fui caminando y meando —para no hacer charco— desde el metro Balbuena hasta la calle José Rivera (unos doscientos metros). Mi vejiga venía sufriendo un íntimo malestar: ¡estaba próxima al estallido! Ya no me era posible ni apretar las nalgas. Expuse mi más querido instrumento a la intemperie y, avanzando, meé con singular alegría e insuficiente precaución para no mojarme los zapatos, el alivio era sublime (“La meada sagrada…, pues descansa el alma”). Caminaba y meaba. Caminaba y meaba. Acto muy simple que provoca gran felicidad. En plena calle, en la noche oscura, fresca, bajo el firmamento tachonado de estrellas. Otro sujeto ebrio, al ver la prolongadísima trayectoria meatoria me dijo mientras me rebasaba “Áhilallevas-áhilallevas”. Le sonreí como un gran borracho: lo más cínicamente posible y mostrándole el pulgar erecto. Me respondió con la palma de la mano y una sonrisa tan depravada como la mía.
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Bukowski, gran bebedor. Gran escritor.
Llegué trastabillante a la avenida Iztaccíhuatl, nombre náhuatl (mujer blanca) del volcán, ya inactivo, eternamente nevado que tiene la apetecible forma de mujer desnuda en decúbito supino. Decidí tomar un descanso y mitigar la sorpresa de mirar a los miles y miles de peregrinos que todos los años pasan caminando por tal avenida durante unas treinta y seis horas sin tregua —ya ni me acordaba de que los once de diciembre siempre pasan—, obstruyendo cuanto existe de obstruíble en los veinte o treinta o cien o más kilómetros de sus diversos caminos, porque vienen desde todos los pueblos de los estados de México, Puebla, Hidalgo, Morelos y otros. Por Iztaccíhuatl —por su gran camellón de tepetate con zonas jardinadas y cientos de árboles— caminan luego de doce o más horas de viaje. Su paso es devoto y… devastador (como Atila, El azote de Dios, bajo cuya pisada ni la hierba crecía), pues son más de ¡seis millones! Cada año casi acaban con el pasto y las flores del camellón. Señalan su camino con toneladas de basura que abandonan en el suelo con toda naturalidad mientras avanzan a cumplir con la sublime devoción de adorar a la Virgencita y, lo más importante, dejar cientos de millones de pesos (¡la gente más pobre de México!) a los gordos jerarcas de la iglesia esa cuyos sacerdotes se cogen a los niños.
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Llegan, en dos días, 6 millones a la Basílica.
(La Madre de Dios debe tener algún problema de autoestima para descender a esta Tierra sin redención a pedir a un indio sin nombre cristiano que quería una ermita donde la adorara la indiada. ¡La Madre de Jesucristo Vencedor!, hijo unigénito del Dios Padre Todopoderoso, creador de cielos, Tierra y océanos y todo el puto universo con sus noventa y tres mil millones de años luz de diámetro, necesita ser adorada por unos indios que apenas habían estado a punto de ser eliminados de este planeta por los españoles. Es raro que gente tan abandonada y paupérrima haya recibido tal mensaje de la madre de Dios. Pero, ¿por qué no?
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El indio y la madre del creador de todo el universo
(¿Y por qué sólo indios mexicanos hoy unos diez millones de los siete mil millones que vivimos en la Tierra, de entre todo el género humano?, ¿los habitantes de un más bien pinche planetilla perdido en un extremo de una vulgar galaxia de las cien mil millones que, dicen, hay en el tal universo reciban semejante atención? Pero en fin).
Es estúpido. Es una idea católica simplemente examinada por un borracho que pasó por la prepa. Cada año hay accidentes entre los que vienen en carcachas que se vuelcan o se desbarrancan, atropellamientos —de los que llegan a pie o en bicicleta— más los que caminan de rodillas el kilómetro y medio desde la glorieta de Peralvillo hasta la Basílica. Los peregrinos cagan y mean a la vera del camino si no encuentran a buen tiempo las casetas que a cada dos o tres kilómetros les pone el Gobierno para que en su caminar tan lleno de fe no dejen a la vista su cagarruta (su ruta de caca, pues). Todo para cumplir con la anual veneración de la virgencita de Guadalumpen (sic, no es errata).
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El México pobre. El México profundo.
Me tiré a descansar. Los peregrinos pasaban. La gente de la colonia Moctezuma se organiza y les lleva comida y café a los heroicos peregrinos guadalúmpenes. Descubrí cerca a una familia durmiendo bajo un árbol, enredados en una miserable cobija y acurrucados todos contra todos procurándose calor.
Oye, güey, ¿ahí se van a dormir? —le dije al papá que me miraba tiritando.
Sí, pos no hay dinero pa’l hotel. Qué se le hace.
Mira, cabrón, me voy a quedar un rato a que se me baje la peda. Luego iré por otro alcohol para la cruda… Toma las llaves de mi casa y cáiganle ahí. Nada más vete por esta calle hasta que encuentres el doscientos diecisiete y, mira, con ésta, abres la puerta de la calle. Te metes, buscas el cinco y abres con esta otra. No mames, hasta se te van a enfermar tus chamaquitos. —Era un indígena cuarentón, morenazo, de ingenua catadura y aspecto de albañil y/o campesino.
No, señor, aquí nos dormimos. Ya es como medianoche, a eso de las cuatro ya nos vamos pa’nuestro pueblo. Muchas gracias, pero mejor aquí nos quedamos.
¿Y desde dónde vienen? ¿Ya fueron a la Basílica?
Venimos desde Tlapanaloya, por Jilotzingo…, cerca de Huehuetoca.
Pa’ su madre. Sabrá Dios. ¿Cuántos kilómetros?
Serán unos sesenta. Ya fuimos a ver a la madrecita… y vamos de regreso.
¿También caminando?
Pos sí, el camión está muy caro y somos de a tiro cinco…
Váyanse a dormir un rato a mi casa…
No, mi jefe, gracias. Na’más descansamos un rato y ya nos vamos.
¿Cómo te llamas?
Espiridión Manrique.
Bueno, Espiridión, ¿y se divirtieron de venir hasta acá a ver a la madrecita?
Sí, nos gusta venir. Pero estamos bien cansados, ya traemos las patas hinchadas y mi vieja no puede caminar porque se fue de rodillas desde la glorieta.
Oye, y si no es divertido ni se ganan un billete ¿para qué…?
No, pos pa’darle gracias a la Virgencita de tantas cosas que nos ha dado.
Ah, cabrón, ¿le vienen a dar las gracias de tantas desgracias?, a ustedes les va de la chingada, amigo —se me quedó viendo feo el cabrón. No le habrá gustado mi pregunta.
La Virgencita nos ha dado todo…
Ya entendí. Pinche Virgencita hija de la chingada, qué chinga les ha dado. —Peló los ojos e hizo gestos como si fuera a llorar.
No me digas eso, señor, porque vo’a tener que partirle su madre.
Tranquilo, cabrón, yo nada más te digo lo que veo.
Pero a la Virgencita no la tienes que ofender, señor. Porque yo sí te parto tu madre. A la Virgencita nadie le falta al respeto.
Pérate, carnal, tú dijiste que la Virgencita les da todo. A ustedes les han dado pura miseria, no mames, te duermes en la calle con tus hijos y les das de comer lo que te regalan estos cabrones. ¿Eso les da la Virgencita? ¿Puras chingaderas? —Se me viene encima echándome las manos al cuello para ahorcarme. Empezamos a forcejear.
No faltes al respeto a la Virgen, hijo de la chingada. Si no crees, respeta.
Pos respeto, pero a ustedes se los está llevando la chingada. La gente se arrimó a ver qué pasaba. Pronto se dieron cuenta.
Este borracho está ofendiendo a la Virgencita. —Dijo una vieja gorda.
Hay que darle en su madre al cabrón… —opinó un indio sesentón.
Hay que quemarlo al hijo de la chingada… —se atrevió a invitar otra mujer.
Además de briago trai al vivo diablo adentro. Cómo se atreve a ofender a la madre de Dios. —Dijo a gritos otra vieja. Me agarraron y me levantaron en peso.
Yo digo que hay que quemarlo, para que se le quite. —Insistió la misma mujer y me llevaron a un árbol. Dios sabe de dónde salió un mecate y pronto estaba amarrado al tronco. Un indio me jalaba de los cabellos y me abofeteaba.
¿¡Por qué ofende, cabrón, por qué no respeta!? —Alguien dijo:
Consigan un litro de gasolina. Lo prendemos y nos vamos, no nos vaya a agarrar la policía.
Con don Regino Burrón
No sean pendejos, no me vayan a quemar porque los están viendo, hay cámaras por todas partes y acá la policía es bien cabrona contra los indios.
Míralo, y además nos ofendes.
¡Pues suéltenme cabrones!, ¡¿no saben que la pinche Virgencita nunca se apareció?! ¡¿A poco no saben que es española y hasta su nombre no es ni siquiera español, sino árabe porque la inventaron para ellos?! ¡Juan Diego nunca existió! ¡La iglesia inventó a la Virgen para engañarlos! ¡El gobierno los quiere apendejados con la guadalupana y la televisión para que no molesten! ¡Es más, Dios no existe…!
¡Cállate, con una chingada! ’Orita viene la gasolina, cabrón. —Pero no llegó la gasolina sino Espiridión, traía con él a dos policías. Los que querían quemarme se esfumaron entre la caravana de peregrinos en cuanto vieron los uniformes azules.
A ver, qué pasa aquí… —dijo un policía.
Es que ya querían quemarlo —les informó Espiridión— porque está diciendo puras barbaridades de la Virgencita. Es buena gente, pero está borracho, mejor llévenselo a la cárcel porque si no lo van a matar los peregrinos. —Me desataron.
¿Y qué les estabas diciendo? —preguntó un uniformado.
Nada más que la Virgencita sirve para una chingada. —Espiridión y los policías me examinaron como a un espécimen extraño. Se miraron y decidieron:
Sí, hay que encerrarlo, para que se le quite lo hocicón. —Dijo un policía.
Es lo mejor, ¿no?, para que ya se ponga tranquilo. —Consideró Espiridión con gesto de sabiduría. Luego me subieron a la patrulla empujándome por la nuca. Poco después me soltaron. La blasfemia, por fortuna, ya no es delito aquí en México, ni siquiera falta administrativa, como sí lo es mear en vía pública, pero de la larga meada sagrada nadie sabía.

martes, 25 de octubre de 2016

Carta a François Rabelais *

Y descubrí que vos estabais loco


Venerable maestro François Rabelais:
Maestro gigantesco
Bebedor sapientísimo
Sibarita tremebundo
Erudito sideral
Amador sublime de mujeres
Monstruo, brujo, hechicero, iniciado, mago, ocultista, ¡demonio!, escritor, estimado doctor en medicina don François:

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Rabelais, fenómeno extraño y grandioso de la literatura francesa.

Yo me jacto hasta la desmesura de que un día os encontré. Un venturoso día, venerado François, víme frente a frente con vuestro descomunal —en todo sentido— libro que con perseverante humildad habéis titulado Las hazañas y hechos horribles y espantosos del muy renombrado Pantagruel Rey de los Dipsodas, hijo del gran gigante Gargantúa.
Fue sólo curiosidad. Y vos, maestro, me habéis abierto el cráneo, me desportillásteis la consciencia; habéis destruido mi mundito tan pequeño, tan prudente, tan ordenado, tan regular, tan pendejito. ¡Me habéis convertido en otro!
 
Pteroclídeo rabelesiano
 
Y fue como si me hubieseis llevado a visitar los cuadros de otros locos, uno llamado Brueghel, El Viejo; o bien primero al paraíso, luego al purgatorio y, cómo no, también al negro infierno de Hieronymus Bosch. Sois un cabrón, querido Rabelais. ¿No os dais cuenta de que pudisteis haber desquiciado mi débil cerebro de aquel tiempo? ¿Que habéis provocado mi gusto y gran regusto por el vino (y el alcohol en general)? ¿Que sin piedad incendiasteis mi libido y habéis convertídome en un pecaminoso y recalcitrante fornicario? ¡Que tanta libertad, no lo sabíais, gran maestre, tanta libertad desquicia y enloquece a un simple habitante de mi siglo?
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Nace Pantagruel y pega un grito. Es el siglo XVI. El eco llega hasta hoy, siglo XXI
Os juro, Rabelais, que yo no os busqué.
Vuestro libro me buscaba, obviamente. Y me halló. Para volverme otro.
No es menos el poder que habéis infundido en vuestras “Hazañas y hechos horribles y espantosos del muy renombrado Pantagruel Rey de los Dipsodas, hijo del gran gigante Gargantúa”.
Reflexivo
 

Y descubrí que vos estabais loco. Loco desquiciado. Que erais un mentiroso capaz de enredar a Satanás, exagerado como para que Dios mismo se asombre al escucharos. Que sois un gran borracho poseedor de una ebriedad lúcida y deliciosa en la que podéis deleitarnos durante quinientos días con sus noches contándonos historias monstruosamente disparatadas y gozosamente desternillantes, en las que no os detuvisteis para avanzar entre la mierda y salpicar a cuanto ser os escuchase y en tal trance nos mostrasteis una inteligencia asombrosa combinada con vuestra memoria imposible que os permitió compartirnos a un ejército de vuestros queridos griegos y latinos en los que os habéis apoyado para darnos lecciones, seudomoralejas, el buen consejo: “Portaos mal mas cuidaos bien” y burlaros de los oyentes y contar dislates de dimensiones que harían ver diminuta a la Vía Láctea y mantenernos fascinados con vuestra palabra deleitosa, vuestra imaginación multimaniaca y habernos mantenido embriagados con el vino que es premio que Dios otorgó sólo a vos, magnífico cabrón, mentiroso esplendoroso, deslenguado desatado, abusón de corazón, hilarante desternillante, bebedor embaucador, perito en carcajadas y doctorado en disparate. Loco, brujo, satanás armado de una pluma, tal sois.
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Rabelesiana, de Gustave Doré
Sois un hombre muy capaz de juntar a Dios y al Enemigo Malo en torno a vos y munirlos de sendos vasos de vino para hacerlos mear de risa a ambos a la vez, a resultas de una de vuestras historias que de tan absolutamente inverosímiles y descabelladas obligan al ataque de risa y ultrajan los intestinos, retuercen el estómago y hacen saltar el corazón. Quién que es no se cagará de risa en vuestra mismísima presencia y ante vuestras pérfidas historias.
Amado François, habéis sido uno de los hombres más libres (François, Francisco: hombre libre) y saludables que haya existido en nuestra dilatada historia. Tenemos ya 500 años más desde que vos llegasteis a este mundo. ¿Cuáles son vuestros remedios?: la risa y el vino para el cuerpo; la imaginación y la irracionalidad para el espíritu.
Pterocles
 

Sois un gigante —no menos que vuestros Gargantúa y Pantagruel—, pero vos nos vencéis y nos derrumbáis por el poder de esas anécdotas delirantes, nos ejercitáis así los miembros, fortalecéis el diafragma, vigorizáis el aparato digestivo, reanimáis las facultades cerebrales tonificando el sistema circulatorio y os regocijáis de concedernos la más perfecta y fluida digestión: comer opíparamente y cagar de manera sana y abundante. Con todo lo cual nos hacéis amaros, querido François, a vos, ensordecidos por nuestras propias carcajadas y nos devolvéis la fe a pesar de —o incluso gracias a— hacernos sentir nuestra condición de bichos irremediablemente sucios. Vuestro dogma supremo, guía para la vida, leit motiv de existencia y consejo invaluable, aceptado con suprema fe, me lo dejasteis escrito en ese vuestro prodigioso y ya citado libro —que estuvisteis escribiendo durante treinta años— y en el que a la letra dice: Haz lo que quieras.
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Rabelais, Gargantúa, Pantagruel, más vivos que nunca
 
Los humanos son conmovedores. Aun en su estupidez y su egocentrismo como especie, en su desamparo, su orfandad pero se salvan gracias a algunos seres como vos, venerable François, al valor que individuos como vos mostráis y que habéis dado como ejemplo al resto: lecciones de vida. Ante la inmensidad del universo, el poderío inmenso de la naturaleza, las fuerzas desconocidas de los fenómenos los hombres debían vivir aterrorizados. No lo hacen tan sólo porque los individuos más grandes de la humanidad, y sois uno de ellos, demuestran un inmenso valor y lo infunden al resto. ¿De dónde sale semejante valentía? De la iluminación interior, de lo que ciertos individuos han encontrado dentro de sí —después de ardua e incansable búsqueda— y lo entregan, lo otorgan al resto de la humanidad, las artes, la poesía.
Maestro François, os doy mi más humilde y rendido homenaje, desde un país del Nuevo Mundo del que, alguna vez, vos hubisteis tenido noticias, llamado México.
Salud, maestro.

 *Texto publicado en el libro Post data / Post mortem, publicado por Editorial Vodevil y presentado en la Feria Internacional del Libro Zócalo 2016.

miércoles, 12 de octubre de 2016

Pterocles en la FIL-Zócalo 2016

Pterocles Arenarius en la XVI Feria Internacional del Libro del Zócalo de la Ciudad de México 2016.

Pterocles, progenie y Bellas Artes



Viernes 14 de octubre, charla Box y letras en la colonia Guerrero, en la Biblioteca Móvil, en la Plaza Los Ángeles, entre las calles Luna y Félix U. Gómez. Hablaremos de box, de grandes peleadores; hablaremos de literatura, de grandes escritores. Muchos golpes literarios, palabras que conmueven el alma; exquisitas astucias boxísticas que sorprenden y abruman por su virtuosismo. 16:00 horas.

FIL Zócalo XV y hablando de boxeo. Este año repetimos.

Miércoles 19 de octubre, presentación del libro Post data / Post mortem, Cartas a escritores, de la Editorial Vodevil. Todos tenemos algún escritor que, por razones sin duda sentimentales, sentimos que nos hablan más de manera más íntima, autores a los que hubiéramos querido hablarles, decirles lo que ellos nos provocaron, la forma en que nos han influido para transformarnos. Decirles que, de cierta manera, somos sus hijos. Aquí las cartas de veintiún escritores para los autores que los han marcado. Esto ocurrirá en el Foro Elena Garro en el Zócalo a las 18:00 horas.


Cartas a escritores


El jueves 20 de octubre, Sólo los sueños y los deseos son inmortales, homenaje al maestro Edmundo Valadés por algunos de sus talleristas. Algunos cuentos que se hicieron para recordar el centenario del autor de La muerte tiene permiso y gran recopilador y antologador mexicano de cuentos de todo el mundo en su legendaria revista El cuento. Foro Elena Garro, 12:00 horas.

Broma


Ya fuera de la Feria Internacional del Libro del Zócalo 2016, presentaremos Textos de combate, de Nazario Soto. En el Centro Cultural Santa Martha Acatitla que está próximo al penal así llamado, 15:00 horas.

lunes, 26 de septiembre de 2016

Palindromas

Palindromas.

Pterocles Arenarius

La que sigue es una colección de palindromas que he ido creando en muchos años de ocio y curiosidad. Los palindromas son una maravilla, una linda satisfacción cuando uno se tropieza con uno de ellos.

Versos narrativos:
Leal a él
Leí hiel
Leí miel


Cortazariano:
Leí La Maga a Gamaliel

Pregunta:
¿Osa casero derrocar a corredores, acaso?

Opinión:
He oído a la bruta turba, la odio, ¿eh?

Teorema:
Odiar es reconocerse raído.

Sugerencia:
El amargor prográmale

Postulado:
La u trivial, la i virtual

Despechado:
Si tu cutis a él adula, Malú, dale así tu cutis

Desconfianza:
Sade, no me dé monedas

Ofrecido:
A ti pulo, Lupita

Noticia:
Allí va la ramera a remar a la Villa

Místico:
Satán apapacha papanatas

Dos orales y porno:
A la pucha chúpala
Sabrosón es seno sorbas


Consideración:
Oír es serio

Pensándolo bien:
No deseo ese don

Aclaración
Seba sólo tu poeta ateo puto, lo sabes

Al difunto:
Oí sólo caca, Colosio

Azcárraga:
Yo soy oído, odio yo soy

Dice el torturador:
Amigo, no gima

Alcahuete:
Se protege torpes

En el barco:
Robaba a babor


Imperativos:
A la tropa, apórtala
A la porra, arrópala


Abominable:
Esa gorda drógase

Extraterrestre:
Yo sólo vital platívolo soy

Chismoso:
A la Eva de peda, véala

Estilizado:
Yo haré pose de sopera hoy

Comerciante:
Yo, de la Merced, de crema le doy

Imperativos II:
Di a tu puta “id”
Di a tu perra “arre puta, id”


Deportista lesbiana:
Allí trota la tortilla

Reclamo:
Sé mamona, Noemí, meona, no mames

Nombre de casada:
Sara Macedo de Cámaras

Petición:
Ano dame de Madona

Alex, el del Tri:
A Lora caridades se da, dirá Carola

Localización:
Allí vaga la gavilla

Contra el EZLN
Anás ni Zapata, se desata paz insana

Goloso:
¿Era mota? La tomaré

Gobernantes:
El abuso súbale

Opinión profesoral:
Son mulas alumnos

Original:
Es Raúl ave rara para revaluarse

Escritorzuelo:
Serrano, no narres

Freudiana:
La mamá ama mal

Cierto cronista:
Sada narra marranadas

Vaticinio:
Oirás rock, corsario

Buscador:
Yo voy a Tenayuca, a cuya neta yo voy

Clasificación:
La u trivial, la i virtual

Calidad escasa:
¿Arrachera?, será charra.

Si le das:
A la mariachi chaira mala.

Conocedor:
Sé la ruta, natural es.



Díscolo:
Noel no da a don León


Dos alimentarios:
Échele de leche
La memela jáleme mal

sábado, 10 de septiembre de 2016

Plaza de San Fernando

Plaza de San Fernando


 Pterocles Arenarius

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San Fernando, Guanajuato
El año 2000 conocí la Plaza de San Fernando. Hermosa y abandonada. Al norte de la plaza el callejón Segunda de Cantaritos llega hasta algunos de los lugares marginales de la ciudad, donde viven los pobres. Lamentablemente, ahí abundan los jóvenes que no van a la escuela (los rechaza la "Prepa Oficial", también los rechazan en los trabajos, en Guanajuato sólo es posible trabajar de mesero o tener un pequeño negocio o ser dueño de inmuebles o profesor de la universidad y pare de contar): abundan los muchachos que carecen de ocupación, de los que nadie se ocupa. Muchachos de ésos iban a la Plaza de San Fernando a echar caguama y a fumar mota, cómo no, en las banquitas de herrería de la plaza.

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San Fernando y el Bossanova: casi 20 años juntos

En aquellos años, San Fernando no aparecía en los planos de turismo de la ciudad. Entonces, los vecinos se propusieron fundar un negocio que ahuyentara a los muchachos que escandalizaban en San Fernando. Así surgió el Café Reggae. Este café puso mesas en la plaza, precisamente para ocupar los lugares en los que aquellos chicos indeseables (no los quiere la Universidad, ni los lugares en que podrían trabajar, ni, a veces, su familia y el gobierno no quiere saber de ellos. Luego, esos chicos sin esperanza, se reclutan en el crimen organizado y entonces los gobiernos y “la buena sociedad” se preguntan ¿cómo es posible que esto ocurra?, pero es inútil decírselo, porque ojos que no quieren ver no ven). En aquellos tiempos, el presidente municipal otorgó un “permiso verbal” para que el Café Reggae colocara mesas en la vía pública. Como nadie atendía como se debe, el negocio no se sostenía a sí mismo. En el año 1998, en el Festival Cervantino, llegó la señora Aracely Velázquez, que asistía cada año al FIC a vender y los vecinos le propusieron que atendiera el café, cuyo motivo de existencia era que los chicos que bebían cerveza y fumaban mariguana ya no lo hicieran ahí.

Aracely Velázquez. Gerente y creadora del Bossanova


Aracely, una mujer autosuficiente, gran luchadora por la vida, madre soltera, acostumbrada a la vida de dura competencia laboral de la capital del país, con experiencia en el negocio de restaurante, se puso al mando del café, le cambió de nombre a Café Bossanova.
En pocos años, el Bossanova no sólo fue autosuficiente, sino muy exitoso. Tanto que las "autoridades", en cierto momento, panistas, por cierto, intentaron cobrarle ¡medio millón de pesos! por el uso del suelo durante unos siete años. Ella les dijo "Óiganme, si no vendo drogas". Las autoridades se portaban como el crimen organizado que cobra derecho de piso por el trabajo ajeno.
Otro fenómeno que desató el Bossanova fue que muchos más llegaron a San Fernando a poner negocios de restaurantes o bares y todos pusieron mesas en la plaza. San Fernando dejó de ser un sitio tétrico, oscuro, abandonado y se volvió un pequeño emporio. Y, por supuesto, lo pusieron en los mapas de la ciudad como un lugar en el que había excelente comida y bellezas propias de la ciudad.
El café Bossanova ha recibido menciones en medios internacionales de Francia, Estados Unidos, Japón que lo recomiendan como uno de los mejores restaurantes de la ciudad.
Vale anotar que el Bossanova se especializó en la elaboración de crepas. Alimento que pocos conocían en Guanajuato en aquellos tiempos. Hoy, el Bossa ha derrotado a franceses que intentaron competirle en la venta y elaboración de crepas.


Las crepas del Bossa. Una leyenda.



En este momento el Café Bossanova se encuentra amenazado, junto con muchos otros negocios de toda la ciudad, por la voracidad del ayuntamiento. No conformes con cobrarles miles de pesos por “derecho de uso de suelo”, como hacen los narcos, el municipio ahora, tomando como pretexto unos estudios del INAH han prohibido a muchos de los restauranteros colocar mesas en las plazas. Varios establecimientos ya han quebrado. Pero el municipio no entiende. ¿De qué vive Guanajuato? De los servicios que da a los turistas. El Bossanova paga cinco mil pesos mensuales por unos 20 metros cuadrados de piso.
El gobierno, por otra parte, cobra ¡cinco pesos por hectárea por año! a las mineras canadienses o gringas que se llevan nuestros metales preciosos y pagan sueldos de hambre a los trabajadores mexicanos. ¿Qué significa esto? ¿Que el gobierno mexicano es enemigo de su pueblo? ¿Que son estúpidos? No. la respuesta es simple:
Significa que los gobiernos ―de todos los niveles― de nuestro país reciben mochadas, sobornos de las empresas del extranjero para permitirles robarnos a sus anchas.

¿Clavillazo? y Edgar Castro Cerrillo, orgullosos priístas

Nuestros gobernantes son personajes menores, mediocres, corruptos, viles. Personas que creen que ganar un puesto en la administración pública es sacarse la lotería. Ser funcionario es sinónimo de ser ladrón en México.
Por eso nuestro país se hunde.
Todo parece indicar que el gobierno, los gobiernos de los distintos niveles, en México, trabajan para perjuicio de sus ciudadanos. Y también que ya les urge que los mexicanos se levanten contra ellos. O para que el país termine de hundirse.

jueves, 25 de agosto de 2016

La experiencia de Pterocles por Agustín Ramos


Crítica de la experiencia

Agustín Ramos

¿De qué irá a servir otra experiencia electoral? Antes de tratar sobre esa detestable farsa a la que nos somete Leviatán para legitimarse, daré un rodeo por la experiencia según la entendería Sánchez Ferlosio y desde el ángulo del conocimiento bergsoniano; del significado que representa según Aldous Huxley como circunstancia para abrir caminos y evitar tropiezos, así como del eufemismo que es para Wilde eso que llamamos experiencia.
Rafael Sánchez Ferlosio dice: “Las llamadas ‘experiencias personales’ quizá sean necesarias y hasta puedan reportar en ocasiones alguna utilidad, pero es de todo punto imprudente e inadecuada la garantía que suele atribuírseles; me refiero a la autoridad casi tiránica con que se impone el que dice: ‘¡Es que esto yo lo he vivido en carne propia!’; precisamente por ser las que siempre nos afectan con placer o con dolor, tales experiencias son las más fuertemente amenazadas por distorsiones o arreglos ideológicos.”
Henri Bergson, en La risa, reivindica el concepto de experiencia en contraste con la miopía propia de la especulación. Y lo hace con una anécdota de necedad proverbial: “Se le quiso hacer ver a un filósofo contemporáneo –platica Bergson– que sus razonamientos, por demás impecables, eran contrarios a lo que demostraba la experiencia. Entonces aquel argumentador impenitente dio por terminada la discusión con esta simple frase: ‘¡La experiencia está equivocada!’”
Oscar Wilde, a su vez, había dicho que la experiencia no tenía más valor ético que el de ponerle nombre a nuestros errores, mientras que para Aldous Huxley la experiencia no es precisamente lo que nos sucede sino lo que conseguimos hacer con aquello que nos sucede.
Mi escritor mexicano de cabecera, Pterocles Arenarius, tiene un cuento llamado “La experiencia” en el que resume e ilustra la coyuntura mexicana. Un narrador bisoño asiste llevado por un agente de la judicial a una tertulia de teporochos. Al describir sus propios estados etílicos, clasifica así las etapas de la borrachera: “la fase mono, en que se procura ser muy gracioso, pelar diente gratis y ganarse unas risotadas con la mejor monería”. Luego viene la fase león, “cuando entra lo bravo y lo muy cabrón y se cree uno capaz de apagar un incendio a pedos”. Después se cae en la fase vaca, “en que se muge, se rumia y ya no puede uno consigo”. Y por último se llega a la fase cerdo, “cuando se revuelca uno entre la propia basca”. Pues bien, cuando el narrador está en la fase mono, adula a los ahí reunidos y recibe a cambio la siguiente respuesta por parte de un padrote “calmudo y autocomplaciente” que forja y rola un churro de mota:
“–Lo que pasa es que aquí llegan muchos intelectuales. Cuates muy huevones que… nos roban todo y luego se jactan de lo que no les pertenece. Y el barrio no tiene ningún beneficio. Aquí hay intelectuales del barrio, no necesitamos a los de afuera. Y tú, mi cuate… Vienes a echarnos flores gratis. Nosotros no damos nada gratis, tú lo has de saber. Tampoco lo queremos. Este barrio tiene su historia y mucha gente nos reconoce. Muchos que nunca han pisado Tepito dicen que nacieron aquí para pararse el cuello…”
Se arma entonces la discusión. No falta quien eche en cara al patriarca la vileza con que prostituye a las mujeres de su familia. Animado, el aprendiz de escritor pasa a la fase león pero ya cruzado con grifa y cuestiona al mencionado papá grande: “-¿Ha sido usted amado hasta la muerte? ¿En su vida ha hecho algo como para que lo manden matar, un acto de rebeldía muy cabrón y contra el gobierno o por lo menos ha encabezado un movimiento social? ¿Nunca ha matado a un ser humano? Algo que valga la pena.” Y así se sigue hasta sacar al interlocutor de sus casillas.
Pero hablando de casillas. ¿Qué pueden representar para lo que queda del país unas elecciones confeccionadas desde la dizque insaculación, la capacitación y el montaje de casillas con el único objetivo de torcer la voluntad ciudadana? La experiencia ética comienza con la autocrítica o no es experiencia. Y esa autocrítica que los “intelectuales” reclaman a los eternos defraudados no tiene nada que ver con la traición del chucho perredista que empezó en la guerrilla y concluyó en la complicidad del golpe de Estado llamado Pacto por México: la autocrítica significa disposición para superar errores, como se ve en el libro Con las armas de la ficción, de Patricia Cabrera y Alba Teresa Estrada (UNAM, CIICH, 2012)

martes, 16 de agosto de 2016

Héroes

Héroes

Pterocles Arenarius

El general Porquirio Puercamadre se encuentra en su oficina, la principal del cuartel general de la Policía Federal. Ha estado paseando, ida y vuelta-ida y vuelta, alrededor de la espaciosa sala que se encuentra entre su amplísimo, lujoso escritorio de caoba que pareciera reforzado, justificado por un enorme librero repleto de volúmenes en encuadernación de lujo a sus espaldas. El librero es de madera no menos preciosa que el escritorio, aunque su decorado es sensiblemente menor que el de aquél, ya que sobre esta lujosa mesa de trabajo es posible deleitar la vista ante primores de la ebanistería de algún virtuoso del más pinchurriento pueblo. El amplio espacio donde el general se ha paseado de manera tan inútil como sorprendente, separa la parte íntima de su oficina (el escritorio, el librero con la elegante cantina adosada, una escupidera del lado izquierdo de su grande y móvil silla, una caja de Cohiba y, lo que nadie o muy pocos saben: detrás del librero hay una pequeña recámara con baño completo incluido. Porque un hombre de las decisiones de Porquirio Puercamadre podría requerir ahí quedarse días y noches para estar al tanto con detalle de acontecimientos graves, cuando los hubiere. Pero esa oficina con tan grandes comodidades ―que ni la esposa de Porquirio tiene idea―, en realidad es usado para invitar a tomar la copa y también, cómo no, a coger a alguna secretaria de buen ver o amiguitas que antes le enviaba Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre, por ejemplo. Maravillosa costumbre que ya perdió el rey de la basura no sólo física ―desde que Carmen Aristegui lo fulminó exhibiéndolo para conducirlo incluso al borde del suicidio, ¡pobrecito!, ya no le envía niñas, lo que aquel hombre, ex diputado, ex presidente del ex partidazo y gran señor de la basura hacía sin más interés que la mera amistad. Qué gran proveedor de carne hembril para la clase política era ese gordo, carajo. Y además no eran putas, sino mujercitas trabajadoras. No cabe duda que era un genio.
Pero decía que la parte íntima de la oficina está separada de su parte pública por esa amplia área por donde ha caminado tan ansiosa como furiosa y no menos estúpidamente el general.
En el otro extremo se encuentra un amplio espacio más, pero éste está ocupado por una gran mesa mucho más austera que el escritorio, en ella hay hasta veinte lugares que están señalados por sendas sillas, es para llevar a cabo urgentísimas reuniones en las que se decide el futuro de México y sus ciento veinte millones de habitantes y en la cual ha tenido el honor de recibir dos veces hasta el momento al presidente más pendejo de nuestra historia entera, al que no llamaremos por su nombre porque no es necesario y es posible que se ofenda.
Porquirio está furioso. Conteniendo apenas la rabia se sienta apresuradamente cuando su secretaria le avisa a través del sistema electrónico intercomunicador de última generación que el general usa en su lugar de trabajo. Una vez instalado contesta.
Iconografía en las redes sobre el conflicto magisterial

―Dígame, Laurita.
―General, lo busca el comandante Putrefacto.
―Putrefacto… Muy bien, señorita, hágalo pasar. ―Puercamadre oye los pasos del comandante Sanguinario Putrefacto aproximarse y adopta una actitud hierática, impenetrable, meditabunda e incluso solemne.
―Buenas tardes, mi general.
―Siéntate, Putrefacto. ―Sanguinario Putrefacto se ha cuadrado muy marcial él, sonando los tacones al tiempo que llevaba vigorosamente la palma derecha, tensa hasta el quepí y lo volvía a su costado, en un acto de estudiada perfección. ―Gracias, mi general.
―Dime qué quieres… ―el general parece a punto de estallar pero da la impresión que con gran esfuerzo logra controlarse.
―Mi general, la tropa ya tiene tres horas formada en el patio. Los tenemos en posición de firmes. Un par de muchachos ya se doblaron y…―Porquirio lo interrumpe:
―¿Qué hiciste con ellos?
―Bueno, los mandé a la enfermería porque…
―Es que tú eres pendejo, ¿verdad, Putrefacto?, ¿o te valen verga mis órdenes?
―Mi general, es que de plano ya no aguantaron…
―Eres una chingadera, has convertido a esa punta de pendejos en una cáfila de vacas echadas. Mándalos sacar de la enfermería y los pones encuartelados quince días. Cabrones baquetones, si no tienen madre. Y tú no sirves más que para secundar sus chingaderas. Pinche punta de güevones…

La autoridad viola su propia ley disparando a matar contra el pueblo

―Mi general, es que ya son tres horas y apenas ayer regresaron de Oaxaca, muchos están golpeados y…
―¡Cállate y no los justifiques! Son un hatajo de cobardes y pendejos. Pero ahorita me van a oír estos hijos de su chingada madre ―Porquirio Puercamadre se levanta furioso de su gran silla, se pone la casaca de general cargada de condecoraciones y se ajusta el quepí y camina tan apresurado que trastabilla y por poco se cae al tropezarse con una de las garras de león tallada preciosamente en la madera, como pata de su propio escritorio.
Sale de su oficina. Pero antes toma una precaución, dice a Laurita: ―Linda, comunícate con mis muchachos, ya sabes, el capitán Puerconio y dile que lo necesito con su gente lista en tres minutos en el patio central― Camina entre pasillos. Está tan furioso que duda, parece extraviado; gracias a eso, su subalterno, el comandante Sanguinario Putrefacto se le adelanta corriendo y llega hasta donde está un gran patio en le cual se encuentra toda la tropa de policías federales que en realidad son soldados del glorioso Ejército Mexicano habilitados como policías e incluso más sobajados todavía, pues los han usado como viles granaderos para que, como tales, se enfrentaran a la gente de Nochixtlán, Oaxaca, que mantenía un bloqueo carretero en apoyo a los profesores de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación. Sanguinario llega jadeando y les grita:
Aviso 
Monumento al prócer. Alrededor, la batalla

―Aaaatención… Firms… iiai ―con un grito enérgico y agudo, muy raro, pero no menos hecho, practicado miles y miles de veces. Los militares que han sido habilitados como policías se desconciertan. Ver a su jefe que llega corriendo como un vil mandadero, pálido y descompuesto, gritándoles así, hace que corran, se arreglen la indumentaria colocándose el gorro plegable con el mayor apresuramiento. Algunos ni siquiera reaccionan a tiempo; se forman de manera más que precaria y así son encontrados cuando llega el general Porquirio quien se detiene y los mira con gran desprecio,como si mirara una gran piara, mientras terminan de hacer la formación.
Sanguinario les grita a-aaatenció…, firm… iiai…
―Traime un micrófono, porque tengo que decirles algo a estos cobardes… ―dice Porquirio Puercamadre a Sanguinario Putrefacto. Éste se cuadra como siempre, muy marcial y hasta violento.
―¡Sí, señor!… ―y va casi corriendo a una puerta del gran patio y sale igual de veloz con el micrófono inálambrico. A la vez ha echado a andar la alimentación eléctrica y encendido el aparato de sonido del cuartel; mientras tanto el jefe, el general Porquirio se pasea frente a la soldadesca, sin mirarlos, como conteniendo la furia a duras penas. El subalterno le da el micrófono al general, pero éste lo rechaza diciéndole:
―Pruébalo.
―Sí, señor… Bueno, bueno, probando, uno-dos-tres-cuatro-cinco-se…
―Trae acá, con una chingada. ―Le arrebata el aparato, pues observa que sus muchachos ya vienen; son quince soldados de sus mayores confianzas, todos se ven escrupulosamente armados marchando en la más impecable formación, como si rindieran honores a la bandera; su Capitán Puerconio Malamadre avanza con marcialidad al frente; entonces sí, el general se lleva el aparato amplificador de sonido a la boca y se aproxima a la tropa que, por fin, está en perfecta formación.
El mal gobierno

Los mira como si los retara. Carraspea ante el micrófono y dice:
―Ustedes fueron a Nochixtlán, Oaxaca, en una misión muy delicada. Hace una pausa dramática y mira directamente a los ojos a algunos de los soldados. ―Y no cumplieron con lo que se les encomendó. ¡Se portaron ejemplificando dos adjetivos que en este momento les voy a decir: fueron cobardes y pendejos!
“Cómo es posible creer que a una fuerza armada, con estudios, capacitada, adiestrada, sometida al mejor entrenamiento militar de México, se le haya ido de las manos la situación frente a una bola de indios patarrajada de un pinche pueblo miserable y situado en el culo del mundo.
“Son ustedes una pinche punta de gallinas. Carajo, a un soldado se le cae la cara de vergüenza de ser tan pendejo como ustedes. Si iban a matar hubieran matado bien. Salieron con su chingada batea de babas, qué poca madre tienen, de veras… Si ya habían matado, si ya habían usado armas largas, pues usarlas bien, con una chingada… ¿No han oído que la pistola, cuando se saca, se usa y si no, mejor ni se saca? Ya que son unas pinches bestias, pues ser bestias pero bien, carajo, bestias a lo grande, no así, bestias a lo mezquino, bestias a lo pendejo. Mataron a once y no hicieron bien nada. ¿Por qué? En primer lugar por cobardes. En segundo lugar por pendejos. ¡Con un carajo, si ya habían disparado, ya habían sacado armas largas, pues a matar indios, chingada madre! Si haces una pendejada pues hazla bien. Si matan a cincuenta de esos pinches indios a setenta o cien, les apuesto que hasta toman el puto pueblo y nadie se les opone. Ya luego hubiéramos visto como tapar todo. ¿No saben lo que se hizo en el glorioso año del 68, ¡salvamos a la patria del comunismo!, no saben lo que se hizo con los cuarenta y tres? ¿No saben que nunca ha salido lo cierto en esos y en muchos más casos? Es que con ustedes no se puede, chingada madre.


“Qué pendejada tan grande. Somos el ridículo nacional.
“Qué pendejada… Y ahí estamos nosotros, el coronel Marraniento Comemierda, el Capitán Presunción del Gargajo y yo. Y yo, el general, su jefe, chingada madre, diciéndole cualquier pendejada, inventando a ver qué puta mentira se nos ocurría para decir a la prensa para encubrir sus pendejadas, poniendo la cara por ustedes para que nos salieran con su estupidez.
“Ahora los pinches indios ya nos la voltearon. Ahora nos están acusando de asesinos, mentirosos y cuanta chingadera se les ocurre, soliviantados por los subversivos de todas las izquierdas y las o-ene-gés. Ya nos echaron encima a los de derechos humanos de todo el mundo, carajo. Chingada madre, cómo pudieron ser tan cobardes y tan pendejos.
El general Porquirio Puercamadre hace una larga pausa. Se hace ver terriblemente indignado, rojo de ira. Camina lentamente ante los soldados como reflexionando. Luego se vuelve hacia ellos y les dice:
―Si hubieran sido un poquito astutos, estratégicos, valientes, se hubieran replegado. Cuando la indiada los atacó a pedradas protegerse con los escudos, replegarse, invitar a los pendejos estos que andan ahí de periodistas, pero con mucho más énfasis a los que son nuestros amigos, los de Televisa y de Tv Azteca, nada más a ellos, que tomaran con todo detalle la acción, la turba de aborígenes enfurecidos sin razón atacándolos y ustedes aguantando, sin responder, replegándose, incluso hubiera sido formidable que entregaran a los indios a uno o dos elementos para que la indiada, tan pendeja que es, los maltratara, los linchara. Y así, al día siguiente, luego de que nuestros grandes amigos, Carlos Marín, Ricardo Alemán, Loret de Mola, López Dóriga, algunos más, concitaran la indignación de la vox pópuli, los acusaran de secuestro, linchamiento, brutalidad, asesinato, ¡terrorismo! y todo lo que quisieran y nos pidieran ¡ya, la acción! contra esa bola de cabrones indios levantiscos.
“Pero no. Como perfectos estúpidos ni mataron para someter ni se replegaron para criminalizar a la indiada. Hicieron todo a medias.
“Qué gente tan pendeja, Dios mío. En balde tantos millones para adiestrarlos, armarlos, darles el alimento, sostenerlos…, ¿para qué, carajo?”
De pronto se oye una voz por allá atrás, entre la quinta o séptima fila.
―Mi general, la gente estaba muy brava. Peleaban como desesperados. Los balaceamos como para matar a cincuenta o cien, como usté dice, pero…
―¡Cállese!… ―Lo interrumpe Porquirio―… ¡Nadie le ordenó hablar! ¡Salga de la formación, ya! Dé tres pasos al frente. ―El soldado aparece marchando con solemnidad y se atreve a hablar de nuevo.
―Mi general, usté no estaba allí, era todo el pueblo y estaban bien enojados. Hasta las mujeres y los niños… Nos recordaron que en Atenco violaron a las mujeres… Defendían a sus mujeres, a sus hijas. Herimos de bala a más de cien…
―Dije que se calle, hijo de su chingada madre…
“Comandante Capitán Puerconio Malamadre, arreste a este imbécil, digo, a este elemento. Lo somete a tres meses de encuartelamiento incomunicado al exterior y con trabajos forzados. ―Dos elementos del estado mayor del general se dirigen al soldado con sus metralletas, lo someten, le ponen unos grilletes y se lo llevan marchando en medio de ambos.
―Por esta vez perdimos. El ejército perdió la batalla de Nochixtlán; aunque por hoy estamos uniformados de policías, el que perdió fue el Ejército, la Fuerza Armada de la Nación. Y eso ocurrió por la ineptitud de los mandos y la cobardía de la tropa. Era cosa de matar. Matar, como de cualquier manera lo hicieron, pero matar bien. Matar en grande, para que los pinches indios aprendan y también escarmienten, para que sepan que nosotros no nos andamos con chingaderas. Pero no así, a lo pendejo. Ahora, ustedes lo van a ver, en donde quiera que vayan se les van a poner al brinco los indios. Con esto ya se envalentonaron. Ahora tendremos que cambiar la estrategia. Vamos a tener que modificar todo, los de la política van a hacer sus pendejadas para ponernos más… ―se vuelve casi de espaldas a los soldados, de pronto pareciera que no se había dado cuenta de que pensaba en voz alta y que de pronto, de manera inopinada, reaccionara:
―¡Lárguense de aquí, no quiero verlos! A chingar a su madre todos. Están arrestados por una semana y sin comunicación hacia afuera. A chingar a su madre, cabrones cobardes.
“Y usted, Sanguinario Putrefacto, véngase conmigo a la oficina”. ―Le dice al oficial que estuviera al mando del operativo.
Una vez en la oficina el subalterno trata de justificarse de las violentas acusaciones del general.
―La gente estaba furiosa. Se portaron, la verdad, muy valientes. Les tiramos cientos o miles de balazos. Herimos con arma de fuego a más de cien. No era posible enfrentarlos cuerpo a cuerpo, nos superaban. Si lo hubiéramos hecho habría sido una catástrofe. Retroceder era una opción, pero hubiéramos necesitado tener muy bien planeada la acción para que se hiciera el escándalo mediático de que nos habían agredido. Pero no fueron tan tontos. No cayeron en nuestras provocaciones, sólo hasta que los atacamos nos respondieron pero de una manera tan intensa y tan grande en lo cuantitativo que no nos lo esperábamos. Nos sorprendieron.
―Sanguinario, no sirves para nada; ya mejor ni hables, te estás perjudicando más. Fírmame aquí… es tu baja definitiva e irrevocable.
―Mi general, no…
―Mira, por el momento te llevó la chingada, ¿está claro? Pero también tenemos que considerar que, así como no hay un gran hombre que no tenga un pasado, tampoco hay un imbécil que no tenga un futuro. Tu condena en realidad es merodear por las afueras. Eres un hijo de la chingada. Tú sabes bien que aquí sólo tienen futuro los que se atreven… los que se atreven a lo que sea. Para entrar a los lugares grandes tienes que hacer algo grande. Y en este momento los lugares grandes de este país los ocupamos nosotros. Así que lo que tienes que hacer es un gran crimen. Tienes futuro.
―Entonces, ¿sigo adentro, mi general?
―Fírmale, cabrón…
―Ya te llevó la chingada. Ahora tienes que hacer méritos. Nadie te está condenando, sólo que ahora estarás afuera. Y también desde afuera se pueden cometer grandes crímenes, ¿no?, tú lo sabes.
“Fírmale… Y vete mucho a chingar a tu madre”.

miércoles, 20 de abril de 2016

Eusebio Ruvalcaba sobre un cuento de Pterocles


Envidia del cerdo*

Eusebio Ruvalcaba

Eusebio Ruvalcaba

Todo cuento está sujeto a sus propias leyes. Todo cuento transcurre en su propio devenir, semejante a un río que en su corriente arrastra aun las minucias.
Quiero explicar lo que yo entiendo y comprendo del cuento intitulado Jamonudo y Antolín. Para empezar, me parece un cuento paradójico, en el sentido de que canónicamente, de acuerdo con los preceptos académicos, no es ni con mucho un cuento, sino un relato. Confluyen en su desarrollo dos acontecimientos torales: la muerte de un puerco a manos de Antolín Sagredo, y, justamente, la muerte de Antolín Sagredo. Aquí un académico se daría de topes en la cabeza. ¿Cómo es posible, se preguntaría, que en un cuento que se digne de serlo dos hecho inusitados compitan entre sí? La respuesta es fácil. En este cuento los acontecimientos no compiten sino se complementan. Al punto de que al final, uno se pregunta quién es el verdadero puerco: ¿el cerdo que muere a manos de los niños del barrio, o Antolín Sagredo, que muere a manos de la familia? Esta ambigüedad esta tratada con maestría verdadera. Porque no es nada sencillo trasladar el objeto de nuestra emoción ―sea de odio, compasión o admiración― de un ser a otro. Maupassant tiene un cuento en el que transfiere esta modalidad; se intitula La vendetta y trata de una madre que entrena una perra para que asesine a un criminal: el asesino de su hijo. Un asesino asesina a otro, y el lector suspira satisfecho. Si para algo se prestan las palabras encauzadas en una narración es para esto: para trastocar ―y trastrocar― el orden de las cosas, es decir, para darle una vuelta a la ontología más severa con que se nos presenta la vida, y que nosotros respetamos ignorantes de que puede ser modificada ante circunstancias inusitadas.
Guy de Maupassant, artífice del género


Pero hasta aquí no ha quedado claro por qué Jamonudo y Antolín es un cuento y no un relato. A mi modo todavía profano de ver las cosas, le adjudico el título de cuento a toda historia que gira en torno a una misma idea y una misma emoción (articulación sobre la que Tolstoi ya tejió el sustento). En un relato, la pinza se abre hasta que la historia se reblandece. Dije articulación, y quiero aplicar esa palabra al entramado entre la muere del puerco y la muerte de Antolín Sagredo ―que los dos tienen el paradigma del sacrificio, es otra cosa―. Con sangre fría, el autor va describiendo paso a paso los últimos instantes del cerdo. Incluso el lector lo aplaude, quiere más. ¿De verdad en esto consiste la ofrenda de semejante bestia? Y por ahí se asoma cierta compasión. Compasión que no existe, que jamás despunta, en la muerte de Antolín Sagredo. ¿Por qué? ¿Cómo es posible que un puerco nos merezca más piedad que un hombre, independientemente de que ambos se resistan a morir? Ésta es otra estrategia del autor. Somos testigos de cómo este hombre pisotea cualquier principio de urbanidad, ni siquiera de respeto. Y estamos de acuerdo en que se le aniquile porque así y sólo así los demás sobreviven.
¿Por alguna razón, en cierta circunstancia, merecerá más piedad un cerdo que un hombre?

Es un cuento porque desde las primeras líneas ya estamos dentro sin la menor posibilidad de escapatoria. No existe el mínimo reblandecimiento en la tensión dramática pasar del animal al hombre, sin que el arco ceda un ápice. Me atrevería a decir que gran parte del peso de este despliegue narrativo cae en el lenguaje. No es común toparse con un lenguaje incomplaciente, rasposo como una lija del 9, pero ceremonioso de las formas. Porque se ajusta a la perfección a lo que el lector quiere oír. Uno como lector elabora sus propias conjeturas. Está tan bien escrito este cuento, que uno arma en su cabeza expresiones, preguntas y respuestas, no en cuanto a la trama sino en cuanto al lenguaje. Ese modo irrestricto que tienen los buenos narradores de que las palabras se acomodan por sí solas, como son las cosas buenas en la vida, que siempre son exactas y precisas, a veces ante nuestro desconcierto, a veces ante nuestra algarabía, así transcurren en Jamonudo y Antolín. Al punto de que de pronto parece un cuento platicado, este es escuchado en la boca de algún chismoso de barrio (recurso narrativo que Pterocles hubiese podido haber utilizado pero que habría convertido su texto, en efecto, en un chisme más, llámese Luvina o El guardagujas).
Molino de Letras publicó Jamonudo y Antolín


Dos puntos más en los que quiero reparar, que no por dejarlos al último son menos notables. Uno, los nombres de los personajes, séanse protagónicos, secundarios o meros peones. Parecen bautizados por el demonio mismo. Con ese nombre no puede ser otra su predestinación más que consumar un hecho memorable.
Pterocles, autor de Jamonudo y Antolín


Y dos, que hayan sido las mujeres las que mueven la acción. Primero, la chica que apenas se salva de ser violada por Antolín Sagredo, y, segundo, la madre de la chica, ha visto con parsimonia desigual cómo aquel hombre/bestia ha hecho y deshecho a sus hijas mayores, y que por fin se decide a intervenir cuando ve que su último bastión la virginidad de su hija más pequeñaestá a punto de ser devorada. Para rematar, aquí se trasmina una virtud más del autor: confundir a sus lectores bisoños entre una misoginia galopante, y una defensa de la condición femenina. Y si a condiciones vamos, cuán por encima de la condición humana queda la del cerdo, que merece morir porque nace para ser muerto por las manos del hombre. Y tan tan. Es decir, el cuento se levanta por encima de premoniciones moralistas a que son tan afectos los narradores enanos de espíritu. Mediocres, para decirlo en una palabra.
La vida se asume con sus pautas, o mejor hacerse de lado y dejar que las cosas acontezcan.

*Reseña de Jamonudo y Antolín, cuento de Pterocles Arenarius que se publicó en la revista Molino de Letras.

lunes, 11 de abril de 2016

Cruzar cierta zona del averno


Cruzar cierta zona del averno

Pterocles Arenarius

Son unos 20 kilómetros o quizá más, desde la colonia Moctezuma al centro de Tláhuac. El viaje puede hoy hacerse a punta de puro metro, lo cual no deja de ser muy ventajoso. Aunque llegando a Tláhuac se hace necesario trasladarse un par de kilómetros más. Han de ser unos 25 kilómetros si no es que más.

El centro de Tláhuac

Para moverse en la hoy llamada Ciudad de México hay que ser muy astuto. Nunca viajar con el flujo de hora pico. En las mañanas todos van al centro de la ciudad o sus más cercanos alrededores, nunca viajes con ellos. Y si se trata de ir a Tláhuac, pues bien vale la pena tomar hacia el oriente, en metro, porque temprano la hora pico es al revés, para afuera de la ciudad va vacío el transporte. El metro cumple su función. A la altura de Santa Martha hay que tomar un camión o una camioneta que por tan sólo siete pesos te traslada otros doce o quizá quince kilómetros hasta el centro de Tláhuac. Una chinga el puro transporte. Pero así es todo en esta ciudad.

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Línea Dorada, la 12, inhabilitada por meses, llega a Tláhuac

El aire está pesado como pocas veces, pero los chilangos estamos acostumbrados a tal situación. Nuestro gas respiratorio raramente está limpio. Pocos días del año tiene buena calidad y no nos extraña que arda un poco la garganta al respirar lo que se respira. Hasta dónde hemos llegado.
(En realidad por eso prohibieron fumar en todos los espacios cerrados de la ciudad, porque las enfermedades de vías respiratorias se han disparado y toda la culpa se la quisieron achacar a los fumadores. Ellos se convirtieron en el chivo expiatorio. La campaña contra los fumadores ha sido infame, los acusan del cáncer de los no fumadores y casi los llaman criminales o al menos suicidas. Pero dos cosas, una, con convertir en delito el que se fume en lugares cerrados no han bajado los índices de aquellas enfermedades y dos, los legisladores son incapaces de medidas de verdad radicales y realmente en favor de la gente. ¿Por qué no se han legalizado y construido masivamente los carros eléctricos si ya hay prototipos y la tecnología está al alcance? Porque los legisladores y los gobiernos obedecen a los dueños del dinero. Y aquéllos dicen: “Hay que hacer que toda esa gente se mueva usando nuestros carros. ¿Que se van a envenenar con tanta contaminación? Que se envenenen. ¿Que ya hay tecnología para evitar la contaminación por los motores de combustión interna? ¿Y, a mí, qué? Yo dispongo que usen esos carros y que a los de la plebe se los lleve la chingada. Y que si algo se va a prohibir que se prohíba el estúpido vicio de fumar. Los ricos desprecian a lo que ellos llaman el plebeyaje, el pobrerío, el infelizaje los he oído llamarnos.

Campaña antitabaquistas


(Los sedicentes legisladores, parásitos sociales sobrepagados, con sus honrosísimas excepciones, reconozcámoslo, son incapaces e impotentes para prohibir la producción de autos que obtienen energía de la combustión de fósiles. Por supuesto no es enchílame otra, sería un conflicto complejo, pero no hay uno solo que lo haya intentado. Están incapacitados para pensar desde lo alto, para ver los problemas con perspectiva de amplio visaje. Eso los enfrentaría con los poderosos, los de verdad muy poderosos. Y los diputadillos que viven medrando cada tres años para agarrar hueso, por lo general se venden, como las putas, al mejor postor. Por ahí no hay solución posible).

Diputados ineficientes

Luego hay que esperar un rato en Tláhuac. La gestión se lleva un par de horas que se han pasado casi por completo a la intemperie, sumergidos en la nata viscosa y saturada de gases venenosos que danzan en el aire convirtiéndolo en una maligna mezcla. El malestar por respirar aire tan contaminado no es mucho, estamos acostumbrados. ¿Pero tanto tiempo?
Por fin se desenreda el hilo de la gestión y se cumple el objetivo. Y ahora vamos de regreso. Lo mejor es el metro. En taxi un viaje desde Tláhuac hasta la Moctezuma costaría si uno es buen conocedor de las tarifas, porque si no lo eres los taxistas te chingan; además si eres no menos sabedor de las mejores rutas en cuanto a poco tráfico y velocidad de desplazamientomás de 200 pesos, quizá unos 300 (leí que en estos días de contingencia ambiental, luego de aplicado el doble hoy no circula, un taxi de la llamada Uber se alcanzó la lindeza de cobrar mil 400 pesos por una dejada, en la miseria, sería). 300 pesos que como máximo podría pagar, comparados con cinco pesitos de la camioneta y otros cinco del metro, diez en total, es justamente el cinco por ciento de los 200 y menos todavía de los 300. Además, en metro y, aun en camioneta, es posible viajar leyendo; un par de horas de lectura mientras viajas no está nada mal. Bendita sea la lectura, un placer en medio del monstruoso caos de la monstruosa ciudad. En taxi, en realidad, no se puede leer.

Leer en el metro

Al final ha sido un día, si bien productivo, también peligroso, expuesto a gases venenosos que se encuentran en nuestra atmósfera impunemente. Es una locura, con tal de transportarse con comodidad, los chilangos prefieren matarse. Bueno.
La exposición de tantas horas a tanto gas dañoso, deletéreo, lo pagaré muy caro.
Al siguiente día empecé con tos. Al tercero la ronquera se volvió patológica. Lo peor del caso es que la “contingencia ambiental”, como la llama el gobierno, no disminuía. Para la noche de este segundo día, a pesar de que no salí más a respirar podredumbre, ya no pude dormir. La tos se volvió implacable, tan fuerte que parecía sin duda capaz de destrozar mi garganta, y el esfuerzo tusivo, de romper las delicadas arterias cerebrales; además los síntomas de una aguda infección de las vías respiratorias estaban más que visibles.
Y entonces vino el infierno.
A pesar de mi renuencia permanente a tomar antibióticos, esa carrera enloquecida de matar a los bichos que me hacen daño para que luego se vuelvan resistentes pero luego matarlos con una droga más fuerte que la anterior para que en la nueva generación se vuelvan más resistentes y luego matarlos con otra droga más fuerte que la anterior para que… De locos, de nunca acabar. No, mejor tomar antibióticos sólo hasta que de plano el puerquecito no soporte más. Porque generalmente ―al menos en el caso de mi puerquecito― él tiene sus medios para defenderse y lo hace, lo ha venido haciendo maravillosamente bien durante décadas, por más que a estas alturas, ya soy un viejo, ya no sea tan efectivo como hace treinta años. Pero la situación de mi garganta se sentía de focos rojos. Y luego empezó, ya había empezado el catarro, pero con inquina, sañudo. La nariz fluía como si no hubiera control, los ojos lloraban, el malestar se agudizó agregándose la moquera asfixiante, el lagrimeo molesto en los ojos y los estornudos en accesos de cinco o seis.
De pronto apareció un síntoma que me resultó extremadamente extraño. Un dolor en lo que la gente del pueblo llama con gracia el cuadril, es decir, la cadera, el hueso sacro y se extendía por la parte anterior de las piernas. El síntoma es extraño, el dolor es bien conocido. Es ese dolor que da cuando te estiras, cuando te inclinas y tratas de tocar con la punta de los dedos la punta de los pies. Ese dolor lo he sentido toda mi vida, afortunadamente he hecho ejercicio la mayor parte de mi existencia. Pero ¿por qué este dolor si no hay estiramento?, pero el dolor ahí está. Y no se quita acostado ni sentado ni de pie, aunque en esta última postura es menos agudo. No hay postura en la cama en la que mengüe. Pues no hay que estar acostado, me levanto y me siento a ver el feisbuc; un rato después ya estoy hasta la madre del puto dolor, entonces me levanto un rato. Siempre tosiendo y estornudando. La tos viene por accesos cada dos o tres minutos, los estornudos se agregan o atacan cuando parece venir la calma. Mi mujer se ha ido a dormir luego de hacerme un té que me salva un buen rato. La tos es como un grupo guerrillero que ataca y se retira dejando sus daños y poco después vuelve a hacerlo y no es posible detenerla con nada. La moquera es un río como desangrándome. Un par de horas después estaré, además, deshidratado. Después de un rato, ya estamos a media noche, interviene la fatiga, el sueño. Pero la tos no cede y el dolor del estiramiento sin estiramiento se vuelve una especie de daga clavada en el centro trasero del cuadril y en la parte posterior de los muslos. Con la falta de sueño llega un dolor de cabeza que vuelve temible cada ataque de tos o cada estornudo. Parece que me va a estallar la cabeza cada que toso. Pero no puedo evitar la puta tos ni el sanguinario estornudo que, por cierto, me hace sangrar un poco la nariz. Me agarro la cabeza cada vez que aparece la convulsión tosedora, como si con ello pudiera asegurar que no se reventarán las venas o las arterias cerebrales.
Los ciclos

 El dolor del estiramiento llega ahora hasta las mismísimas nalgas y también aparece un poco en las pantorrillas. Tengo que cambiar de posición cada cinco minutos para que los dolores se repartan y la tos me permita una tregua, pero no hay tregua. Empiezo a elucubrar a qué se debe el dolor de estiramiento sin estiramiento. ¿No tendré cáncer en la médula ósea? ¿Por qué me duele así? ¿No estaré descalcificado? Se reúnen la tos convulsa y el estornudo, a veces los dos al mismo tiempo, con el amenazante dolor de cabeza, el misterioso dolor como si me estuvieran estirando sin que ocurra, el sueño, imposible de conciliar por los dolores, por la tos, por los estornudos, por la asfixia en moco; ya me pongo de pie y camino, ya me canso y me siento y no soporto el dolor, entonces me acuesto y se vuelve casi insoportable el dolor, ¡por qué si no me estoy estirando, puta madre! No hay tregua. El dolor viene y no se va y te ataca y te tortura y no te deja descansar para que, al agregarse la fatiga, te duela más. Pienso que quizá en otra vida morí atormentado en el potro, esa máquina infernal que estiraba a los herejes hasta hacerlos morir. Por verdugos de la Santa Inquisición. Es posible. Mi alma está recordando ese momento que tiene grabado por el sufrimiento del que fuera mi cuerpo en aquella época. ¿Por qué no? Eso explica que ahora sea un enemigo tan feroz de la iglesia, que sí lo soy. Por eso he publicado un libro que se llama Apostatario (Tres ejercicios de blasfemia). No, eso es ridículo, la reencarnación no existe. Pero este puto dolor tan raro. He repetido varias veces ¿Dios mío, qué es esto?, dolor, tos, catarro, tortura. Y ahora que me siento libre del dolor, me doy cuenta que era automático eso de referirme o incluso dirigirme a Dios, porque me doy cuenta que nunca pensé en Dios al menos de manera racional. Me di cuenta que eso es la agonía. Un camino de dolor que sólo termina con la muerte como descanso. ¿Será posible que me muera? Pienso que si esto se prolongara, digamos, unos diez días sí, me muero. No soportaría tanto. Tan poquito. Y yo que siempre he pensado tener un umbral grande al dolor. Es tan endeble el cuerpo. Tan delicado. Tan milagroso el estado de salud. Véanme ahorita escribiendo casi con sentido del humor de que me sentía de la regran chingada y hasta pensaba, en serio, en la muerte. En mi muerte. El dolor sostiene un duelo con la fatiga. El misericordioso cansancio vence al despiadado dolor de estiramiento. Me quedo despatarrado, como si hubiese estado borracho (¡ojalá lo hubiera estado!), sobre el sillón, piadosamente doblegado por el sueño y el cansancio.
Pero un rato después la incomodidad y también el dolor vuelven a despertarme al infierno. Son las tres de la mañana y, por si fuera poco, suena la alarma sísmica. El poste que tiene una camarita negra en su brazo dice ¡alerta sísmica!, con su voz que, sin duda, es la de Big Brother, el de Orwel, claro, no la mierda de Televisa; y hay un zumbido desagradable, claro, alarmante. Mi mujer trabaja en el centro de monitoreo de las cámaras de vigilancia, conoce bien el sonido. Se levanta y me dice que salgamos que temblará en menos de un minuto. Salimos a la calle. El vecino del departamento 3 está a un tercio porque no está a un mediode la calle. Él y su esposa demuestran encontrarse en un estado de peda escandalosa. Intoxicados etílicamente hasta la coronilla. Más allá de la felicidad y también próximos al infierno. De esas veces que ya rebasaste con mucho los momentos felices de la peda. Se meten, no tiembla. Fue falsa alarma. Ahí vamos para adentro. Mi mujer me ofrece un té. Va, se lo acepto. Un masaje, gracias. Su compañía. No, gracias, tú qué culpa tienes. “Vete a dormir, mi vida. Aquí me quedo tomándome el tecito, gracias” y, hace bien, se va, luego de que le explico que acostado me duele más el cuadril. Putamadre. Putamadre. Este cuerpo es un despojo doliente que no deja de estornudar ni toser. Me miro en el espejo pensando que, en una de ésas, esta vista de rostro sea una de las últimas. Veo el cuadro que me hizo mi carnalito, el pintor Enrique Ramírez, me dan ganas de llorar. Pues llora, cabrón, total, qué. Pues ahí estoy llorando. Pero no era del dolor, sino del acto del Quique. Cómo se pone uno de vulnerable con apenas un poco de dolor. ¿Por qué me pintó? ¿Qué se imaginará de mí? ¿Merezco tal homenaje? ¿O no es homenaje? Me puso las barbas más blancas de lo que las tengo. ¿Me ve más viejo de lo que soy? 
 
Pterocles Arenarius. Óleo. Enrique Ramírez

 Cuando me consuelo un poco me pongo a navegar por internet. La idea de la muerte no se va. Me encuentro el homenaje a Mario Santiago Papasquiaro, el infrarrealista. Lo mató un camión. Putamadre. Me encuentro a Ramoncito Méndez, otro infrarrealista, personaje de Los detectives salvajes del famosísimo Roberto Bolaño, no menos infra; Ramón se mató él solo bebiendo a lo bestia. Miro sus últimas fotos, ultramadreadísimo, como me siento ahorita. Sé lo que viviste, carnal, está igual de barbón que yo, pero sin canas, murió más joven de lo que yo soy. 
La muerte

En ese momento veo a mi muerte ahí en la puerta de mi casa. Sonríe según ella tranquilizadoramente. Me tiemblan las corvas, me cago de miedo, se me quitan todos los dolores. Le tengo miedo, cómo no, a la señora del gran poder. Ahí está esperándome, pero me tranquiliza, no es ahorita, es…, después, Pterocles, todavía no, no tengas miedo. Es más, no tengas miedo ni aunque fuera éste el momento.  
Roberto Bolaño y Mario Santiago Papasquiaro

De cualquier manera ella está (casi) siempre esperando, hay un momento en que ya no espera, porque ella te toma y deja de esperar y te vas con ella al lugar de donde viniste, de donde ella te trajo. La muerte es una madre. 

Pero putamadre, a mí me está llevando la chingada de dolores, aunque Ella me haya tranquilizado. La tos no cesa. Nunca ha cesado. Tengo la garganta destrozada y el cerebro a punto de romperse por el esfuerzo de la convulsión tusiva. Es una tos muy dura. Millones de fragmentos de mierda, residuos de la mala combustión de los putos automóviles malditos que por millones y millones andan ahí afuera a lo pendejo me pusieron así. ¿Hasta qué punto esto se debe a la corrupción? No debe ser poco. Sé que en los llamados “Verificentros” los empleados le dicen a quienes llevan a probar sus carros “¿Que pase o que no pase?”. Ni uno hay que no responda, obviamente, “Que pase”. “Bueno, mire usted, caballero, para que pase su auto le sale, nada más en tres mil pesitos”. El automovilista ni le mueve, sabe que si no da los 2 mil 500 y algo de más (la verificación cuesta 472 pesos) su puto carro jamás pasará. Se mocha y todos felices. Este es un negociazo. Pero el resultado es que nos está llevando la chingada. ¿Quién putas tiene la culpa de que el aire de mi ciudad sea una mierda? ¿La tiene Miguel Ángel Mancera? Hay que decir que este mal sujeto ha permitido que los policías vuelvan a robar, como ya no lo habían hecho desde hace más de una década. ¡Los policías del DF ya no robaban! Raramente extorsionaban, porque no se acabó con eso, pero se llegó, lo sé bien, a niveles mínimos. 
Ícono provocado por la acción policiaca real. Vale (incluso más) a pesar de las faltas de ortografia.

Hasta empezaban a caerme bien. Pero con Mancera regresaron a las malas mañas. Como muchos chilangos, me siento traicionado por Miguel Ángel Mancera y procuraré por todos los medios que no vuelva a gobernar nada el hijo de su chingada madre. Si pudiera influiría hasta en su propia casa, para que ni ahí volviera a malgobernar el cabrón. Si los policías roban casi a su antojo a los automovilistas (a mí me robaron en un retén, ah, porque además hay retenes, en los que ilegalmente revisan los carros que se les antoja) ¿qué no pasará en los llamados Verificentros? Pues lo que pasa es que tenemos la puta ciudad convertida en una cámara de gases. Qué poca madre, de veras.
Descontento contra Mancera

A mí hasta me hicieron ver a La Catrina en la puerta de mi casa. Mi mujer me dirá, cuando haya concluido el paso por el infierno, que la vista de La Catrina fue por la temperatura, que el dolor del cuadril también se debe a lo mismo. Que los antibióticos no actúan instantáneamente. En fin.
A las cuatro de la mañana, convertido en un guiñapo doliente, macerado por Mancera y los millones de partículas contaminantes suspendidas en el aire gracias a sus raterías, sin esperanza y con dolores múltiples, con sentimientos agónicos, derrotado, misericordiosamente, otra vez, acude la fatiga a salvarme y me derrumba en una colchoneta vieja y sucia de mi biblioteca. Entre tres mil libros míos y un número indeterminado del poetazo Adrián Román que me los dejó en custodia, me quedo dormido profunda, inconmensurablemente, como muerto.
En la mañana me despierta mi mujer con un cariño que siento no merecer. Como si hubiera despertado en la gloria por ser un buen hombre y un buen escritor, que es, para mí, lo mismo, lo único. Con caricias, ella, me trae de nuevo al mundo.
 
Ella

 No es el paraíso por cierto, pero ella sabe hacerlo parecerse no tan poquito. De manera milagrosa desapareció el dolor del estiramiento y, en la garganta, aunque sigue cosquilleando traicionera, ya no hay dolor, ni la cabeza se siente a punto de reventar, la tos se muestra muy moderada y los estornudos. Pero lo mejor es que una linda muchacha te tome entre sus brazos y te mime. El infierno ha pasado.