lunes, 26 de agosto de 2019

Presentación de Cualquiera puede matar

Texto leído en la presentación de Cualquiera puede matar el domingo 18 de agosto en el Museo del Pulque y las Pulquerías.

Cruzar el negro Tártaro
(Pero también atisbar el paraíso)


Pterocles Arenarius

La poesía es un báculo. Me sirve para caminar, para soportarme, para guiarme en este mundo. Pero también es un arma, para defenderme, para golpear a los que quieren hacerme daño.
Aforismo nunca escrito por Juan José Arreola. Entregado por el poeta de boca a oído a Jorge Arturo Borja.

Sólo vengo a invitarlos a leer una novela. Se llama Cualquiera puede matar y fue inspirada por el caso real de un hombre que se convirtió en asesino serial con la particularidad de que sólo mataba policías. El asunto lo leí hace muchos años, quizá en los años ochenta, en el diario La Prensa. Y me asombró y conmovió tanto la historia de aquel hombre insignificante que fue convertido por circunstancias del más inusitado asombro, el destino y la maldad de sus parientes, en lo que decía el periódico, el asesino de, al menos, tres policías con el agregado perverso de que todos eran de la misma familia. Un caso realmente insólito. Pero no menos un terrible drama.
Portada

Pero ya en la novela, la anécdota se vuelve más cosas, o quizá tal historia ya era esas cosas, pero la literatura le da sentido a lo que parece monstruoso azar o sencillamente “Es un cuento / relatado por un idiota, lleno de ruido y furia / sin significado alguno”. Es el viaje del héroe de que habla Joseph Campbell. Una historia de amor cercenada por el crimen. La crónica de varios homicidios a cual más siniestro. Un apunte sobre la historia de la policía mexicana. El paso del héroe por el inframundo. Las memorias alcohólicas de un gran borracho. Una denuncia contra el poder corrupto que creó el más tremendo horror en México, y que, esperamos, no regrese jamás a gobernar nuestro país. La demostración de la existencia del infierno en este mundo. Pero también la posibilidad de la construcción del paraíso... en este mundo, por supuesto. Y hablando de paraísos y de infiernos, vale la pena anotar que en Cualquiera puede matar, se establece que un hombre bueno es sólo eso, un hombre bueno e inocuo, intrascendente e inconsciente, sometido a las fuerzas externas de los que someten a la sociedad. No es un ángel y no es nada. Pero el mencionado viaje del héroe le exige que se convierta en un demonio. Y casi sin saberlo, casi sin quererlo, se atreve... y se convierte en un demonio. Y sólo de esa manera puede aspirar a ser un ángel. Porque todo ángel es un demonio, tiene que serlo, si no, no sería divino. Ser divino es ser demoniaco. “Todo ángel es terrible”. el Diablo es Dios... interpretado por los malvados.
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Presentación en pleno


Nadie es totalmente perverso. Nadie es absolutamente bueno. Todos tenemos el lado oscuro y el luminoso. Pero aquí de lo que se trata es de que sobrevivamos todos. ¿Para qué? Bueno, eso es otro asunto, a la mejor ni tiene caso. Pero si estamos aquí puede haber algo incluso mucho: el arte, el conocimiento, la sabiduría, el amor, si es que todo eso vale algo. Pero si no hay vida no hay nada.
Para la edificación de los mencionados paraísos se requieren los placeres. Clasifiqué los supremos placeres de este mundo. El primero es la oración y la contemplación divina, por supuesto, ¿no es cierto?... ¡No!, los simples mortales, estos animales que hemos creado la ciencia para entender las leyes con que Dios hace operar a este universo o quizá para discernir que no hay Dios; el arte para demostrar que no se requiere de Dios para realizar creaciones divinas, nosotros, simios refinados, no tenemos gran dificultad para descubrir que el placer más grande en esta vida es el sexo. El segundo es la comida. Placeres que, entre paréntesis, son los premios que la naturaleza ―apelando a nuestra ineludible condición animal― inventó para que la humanidad no se fuera a extinguir. La embriaguez no es menos maravilloso placer, pero éste no es instintivo, éste exige un componente intelectual ―que bien puede ser una disfunción―, para acceder a él; aunque cuando la embriaguez se vuelve vicio no hay intelectualidad que se le resista. En mi caso tengo que decir que luego de más de medio siglo de embriaguez no se me ha hecho vicio. Bueno, a lo que quiero llegar es al asunto de que los grandes deleites convierten a este mundo en algo muy próximo al paraíso. El amor, el sexo, la buena comida, una ligera ―o intensa― embriaguez, según el caso, la conversación con gente querida, con personas inteligentes. Pues escribir es uno de los más grandes placeres. Borges dijo que la lectura era un gozo supremo, aunque anotó que era un placer lánguido. Pues sin duda la escritura ―con todas sus dificultades, con sus esfuerzos a veces tremendos, con la gran concentración que exige, incluso con los dolores hasta físicos que pudiera provocar― es uno de los grandes placeres y, en el ámbito intelectual, es el supremo.
Siento mucho tener que contar cosas espantosas. De veras, lo siento. Pero con frecuencia hay que hacerlo, imprescriptiblemente, con toda la furia. Hace unos quince años mataron a Popeye. Era un muchacho muy bueno, decente, trabajador, emprendedor, etcétera. Una de las personas que más amaban a Popeye era su prima, que a la vez era mi esposa. Al muchacho lo mataron de una manera horrenda y despiadada, lo golpearon hasta dejarlo agonizante tirado en una calle. Los asesinos eran ex policías coludidos con policías en activo. Mi esposa de aquel tiempo me dijo que no podía vivir con aquello. Popeye era como su hermano, habían compartido la infancia, la adolescencia. Recordé que una vez leí a Carl Gustav Jung que dijo que para vivir, para soportar este mundo se requerían de manera imprescindible cinco condiciones: 1. Tener salud. 2. Lograr una manera de ganarse la vida que no nos haga odiar la vida. 3. Encontrar la belleza en este mundo, en la naturaleza y en las personas. 4. Amar y ser amado. Y 5. Crearse una metafísica personal para cuando la vida nos da esos golpes de que habló César Vallejo: “Hay golpes en la vida tan fuertes... ¡yo no sé! / golpes como el odio de Dios;...”
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Agustín Ramos, Pterocles Arenarius

¿Quién que es humano no ha recibido por lo menos uno de esos golpes? A eso se refiere Jung. No podríamos vivir luego de uno de esos golpes. Por eso necesitamos una metafísica, una creencia en algo, en la Santa Muerte, las energías del Universo, la virgencita de Guadalupe, el Santo Niño de Atocha.... lo que sea... Una existencia después de esta existencia. De otra manera no encontraríamos consuelo. No importa que no sea verdad ni que la creencia parezca un absurdo, una aberración de la lógica. Sólo de esa manera, con un truco metafísico, logré consolar a la mamá de mis hijos.
Eso es lo que ha causado la policía en muchos mexicanos. Hace muchos años, cuando me enteraba de que despedían a policías por corrupción me sentía convencido de que ésos serían los nuevos delincuentes y que iban a ser peores de lo que eran los de antes. Por desgracia así ocurrió.
Nuestro país se fue descomponiendo bestialmente por la corrupción hasta llegar a ser la tierra de las bestias: el infierno. Los gobiernos toleraron y hasta impulsaron la corrupción en la policía, aquí fueron jefes de la policía grandes criminales, quizá el más bárbaro de todos, un gran delincuente, fue Arturo, El Negro, Durazo, gran amigo del presidente y amante de la hermana de éste. Así hemos llegado a momentos que nunca hubiéramos imaginado. En los últimos años se entronizó la ganancia, se olvidó la solidaridad, la bondad, la sencillez. Y el bien supremo fue el triunfo económico a costa de cualquier atropello, la lucha por los bienes y el dinero. El dios dinero desplazó al ser humano. Pero si bien una metafísica, como la que propone Jung, nos da el consuelo ante las tragedias, no nos resuelve la degradación que fue sufriendo eso que llaman el tejido social, las relaciones entre la gente. Y la policía tuvo un gran papel en esa degradación. El coctel explosivo se preparó de manera inconsciente pero permanente: la maldad policíaca con el paradigma de la ganancia a como dé lugar más la corrupción. En su momento, las policías se aliaron al crimen organizado, faltaba más. Y esto se ha venido convirtiendo en un infierno.
Bueno, la gran Anabel Hernández ha dicho que la Policía Federal Preventiva, todos, así lo dice ella, todos eran delincuentes y sus jefes lo eran de alta peligrosidad. Más todavía, ella dijo que la Policía Federal Preventiva se convirtió en un cártel más del crimen organizado.
En fin, la policía mexicana ha sido siempre el demonio. Sin duda hay sus salvedades. No lo dudo. Pero no me ha sido dado conocerlas.
Tengo que reconocer algo irracional, contradictorio y hasta estúpido: odio tener que haber escrito esta novela. Así como les dije líneas arriba que siento mucho, detesto contar cosas horribles. Pero había que escribirla. Me era imprescindible escribirla. Por varias razones. La primera es para que jamás se vaya a repetir en la historia esta larguísima sarta de brutalidades. Dos, para que se sepa y quede testimonio de hasta donde puede llegar el poder corrupto, la soberbia imbécil y eso nunca más regrese a dirigir a México. Tres, para curarme a mí mismo, aunque digan ¿cómo puedes cargar tanta prodredumbre en tu miserable existencia?, y Cuatro. Porque si hay infiernos y los han creado quienes lo hayan hecho, también hay paraísos y ésos hemos de construirlos quienes no deseamos aquellos infiernos para nadie. Para que, como lo dijo Revueltas: si los humanos han de ser desgraciados, que lo sean por su incapacidad para soportar este mundo, para transitarlo, pero no porque el poder aplastante y soberbio y estúpido o la miseria que el propio poder provoca, los orille a ser infelices. Y así, si en Cualquiera puede matar se cronican variados infiernos y se retratan algunos de sus demonios, también están los paraísos de este mundo y los atisbos de algún edén de otro.
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Momento sonriente

La novela Cualquiera puede matar es la historia de un hombre que se topó brutalmente con su destino. Un tipo que procuró ser bueno, decente, disciplinado y obediente pero el destino le otorgó una ruta de crimen. Esta novela es también una visita a los extremos: la maldad y su banalidad, el crimen ―aunque no sólo y no siempre cometido por parte de los malvados― y el otro extremo: un estado de santidad, o la búsqueda del paraíso, la creación de él en este mundo. Quizá la pregunta fundamental que se encuentra detrás de toda la trama sea una de las esenciales: ¿para qué existimos, qué vinimos a hacer en esta vida?
La novela empieza en el paraíso. Visita los infiernos, diversos infiernos. Y termina otra vez en el paraíso. Y siempre tiene presente a la muerte. Generalmente por asesinato, pero siempre con la muerte presente, incluso como una conveniente salida ―que además es ineludible― de este mundo. Irse de esta vida es nuestro destino. En medio, desde que nacemos hasta nuestro final, está un vacío ―relativamente vacío porque está lleno de todo lo que han hecho los que nos antecedieron― y eso lo debemos llenar con hechos, esa es nuestra misión en este mundo.
Les agradezco infinitamente su atención y todas las molestias que se tomaron para estar aquí. Les doy un gran abrazo a todos.