martes, 6 de abril de 2010

La escuela de la generosidad

La escuela de la generosidad

Pterocles Arenarius

Para ella, la Maga

Era la tercera sesión de taller que daba el maestro Edmundo Valadés en su recién formado taller de cuento. Empezaba el inolvidable año del 85 del siglo XX. Aquel taller, no menos inolvidable, lo impartía en el edificio ─propiedad del metro de la Ciudad de México─ que alberga oficinas del ISSSTE y también las entradas de la estación Juárez.
Jorge Borja me había ofrecido un aventón a mi casa en su coche nuevo, regalo de papi por recién haber concluido sus estudios de licenciado en comunicación en la Universidad Autónoma Metropolitana. Me llevó hasta mi casa y antes de bajar del vehículo le dije ¿no quieres una chela?
─¿Sí?, ¿no tienes bronca? ─me dijo como si fuera una muchacha a la que invitas a tu departamento de soltero.
─Tú vente, hombre. ─Y compramos dos caguamas. Un rato después bebíamos y charlábamos con animación y candor de infantes, aunque nosotros hablábamos de nuestros todavía incipientes conocimientos de literatura y también de prolijas aventuras vitales que, cada uno por su camino, habíamos cursado.
A la tercera caguama yo me sentía insólitamente borracho. Le comenté a mi reciente e inmejorable amigo Borja:
─Oye, tu bebes muy rápido ¿no?
─¿Sí?, no sé ─me contestó e inmediatamente después corroboraba que bebía con una velocidad escalofriante. Y peligrosísima. Deglutía con admirable juego de garganta el resto de su caguama.
Quizá una hora más tarde estaba absolutamente borracho. Derrumbado y semiinconsciente. Cuando yo quería retirarme a dormir él se levantó del sillón de la sala donde quedara derrumbado, lo hizo con tremendas dificultades pero absolutamente dispuesto a dirigirse a su casa.
─Así no puedes irte a tu casa, mi cuate. Estás demasiado borracho. ─Insistió, pero le ofrecí más cerveza y sólo así aceptó quedarse. Y volvió a dormirse. Luego se habrá ido sin avisar a eso de las cinco de la madrugada.
En un momento de la borrachera feliz me dijo:
─Cabrón yo quiero que tú seas mi compadre.
─Sí, carnal, yo también quiero que tú seas mi compadre. Vamos a declararnos compadres en este momento.
─Sale, ya somos compadres ─y nos estrechamos las manos.
─Cabrón, pero mañana, cuando se te baje la peda ya ni te vas a acordar que somos compadres.
─No, tú eres el que no se va a acordar. ─Y terminamos jurando que no se nos olvidaría. Era enero o quizá febrero del año 85. Hoy es el año 2010 y no se nos ha olvidado. Seguimos llamándonos compadres, aunque tenemos una idea más bien retorcida de la religión católica (la que se merece) y nunca hemos encompadrado formalmente, es decir, mediante el bautizo de nuestros hijos (de hecho los míos no están orgullosamente bautizados), seguimos siendo compadres.
Ha pasado un cuarto de siglo y Borja ha creado la gran escuela de la generosidad. Han corrido miles de litros de alcohol de todas denominaciones, hemos escrito cuentos y publicado unos cuantos libros (somos demasiado pudorosos) y algunos pergaminos ostentan nuestros logros. Borja se he convertido en un monstruo de conocimiento y creatividad, una especie de “Fénix de los ingenios” y también es el eje de entrañabilísimas amistades que, por unanimidad, confluyen (confluimos) en él como el gran aglutinador.
Jorge Borja es uno de los sujetos más deliciosos que nadie podrá conocer jamás. Es una especie de santo. Él sí es un tipo que realmente se quita la camisa y el bocado (quizá no tanto el trago) de la boca para dártelo si ve que tú lo necesitas.
Borja tiene una vitalidad digna de un monstruo. Es el único ser humano que he conocido que desafió a la muerte por apendicitis durante más de quince días. De misteriosa manera la apendicitis (brutalmente mal atendida por médicos imbéciles y/o negligentes) le duró más de dos semanas hasta que se la diagnosticaron correctamente y lo operaron. Y sobrevivió. La explicación del médico fue que la infección se le encapsuló en la grasa, en su propia grasa.
Aun cuando eso fuera cierto, la sobrevivencia de Borja fue un milagro. No hay en este mundo alguien que sobreviva tanto tiempo a una infección de semejante estilo.
Pero Borja es un ser humano único en el mundo. Su generosidad tanto como su humildad son franciscanas. Él ha sido el gran árbitro de un grandioso grupo de amigos a cual más talentoso, pero ninguno como Jorge Borja.
Muchas veces, cuando localizo rasgos de generosidad en otros amigos comunes (Marco Tulio Lailson, Lupita Ramírez, Froylán Ramírez, Alfonso Montelongo y muchos más) me parece, bueno, no me parece, distingo claramente la influencia de Borja en ellos que, como yo, han gozado al extremo la infinita amistad de Jorge Borja. Es la escuela de infinita generosidad de JB.
Una de esas noches en que “Todos se han ido a otro planeta” (Valadés dixit), Borja, en una tremenda parranda termina solo, un tanto ebrio en una calle abandonada y se encuentra en compañía de un fino personaje que le ofrece su compañía discreta y benévola. Comparten el alcohol y el hombre invita a Borja a su casa. Mi compadre acepta y llegan.
La casa es un coche abandonado. Sin inmutarse Borja entra en la casa de su amigo y siguen bebiendo y charlando amablemente. Se vuelven grandes amigos. Es difícil no llegar a ser gran amigo de Jorge Borja si eres un hombre medianamente decente como espécimen humano. Poco antes del amanecer ambos quedan dormidos.
Con el sol resplandeciente y calentando despiadadamente Borja es despertado con crueldad por una inmensa cruda. Despierta a su nuevo gran amigo y se despide. Borja le ofrece (un gesto frecuente en él) la mitad del dinero que trae encima. Mi querido compadre me dijo “Tuve la indecencia de ofrecerle dinero. Pero él tuvo la fineza de no aceptármelo y, dado caso, me indicó que mejor le comprara algún alcohol”. Borja el exquisito le consiguió una botella de whisky y se retiró entre abrazos.
Este hombre es de una sola pieza, pero admirablemente amoldable, siempre dispuesto a tres de las más grandes actitudes humanas: el amor, la amistad y la creación. La amistad y el amor son esencialmente creadores. Borja es un gran experto en ambos, a pesar de las canalladas, de las ingratitudes y de las mezquindades. Él siempre se ha mostrado en una insospechada grandeza.
En su amor y su amistad sin límites, todos sus amigos somos, en gran medida, obra de él. Yo estoy convencido que haber disfrutado de su compañía tantos años, haber compartido tantas borracheras, haber compartido tanta literatura y tanta creación son inmensos privilegios que he podido gozar. No exagero, Jorge Arturo Borja López es una bendición para cuantos hemos vivido cerca de él en esta vida. Y si hay santos en este mundo, yo no conozco un hombre más cercano a la santidad que él. Como aquel santo bebedor. Pero éste es mejor todavía.
Jorge Borja está a punto de terminar una novela que conmoverá a muchos corazones. Porque es una gran novela construida por un gran escritor.
Él es, como lo dijo Sábato, sólo un gran hombre que ha escrito.