lunes, 24 de septiembre de 2018

Atentar contra el arte


Atentar contra el arte

Pterocles Arenarius

El grandioso oficio del artista, la experiencia forjada en años de, primero, aprendizaje y luego de ensayo y error, de autoforjarse, autoconstruirse como artista con base en la creación sin cesar; el conocimiento de cuanto implica la lenta, la amorosa, la inteligente elaboración de una obra de arte que habría de quedar a la intemperie y no menos el conocimiento de lo que significan los símbolos, tanto el de el saludo de manos tan peculiar como el de los objetos que están de fondo, una escuadra y un compás, un símbolo que ya es secular y, me atrevo a decir, arquetípico. Una obra de arte, una exquisita creación... Para que aparezca un idiota amparado por la oscuridad de la noche y la inoperancia, la abulia y la corrupción de la autoridad y perpetre esta inmensa estupidez. Destruir por destruir. Romper, quebrar, aniquilar. Cuando ocurre un acto de estos ―destruir una obra de arte― perdemos todos. Se me ocurre pensar qué debe haber en la mente, en el corazón de alguien que es capaz de destruir algo así. Pienso en una persona inconsciente, en alguien que no ha avanzado mucho más allá de la bestialidad. Pienso en que el gobierno, la autoridad en general, ha fracasado de la manera más dolorosa, primero en vigilar, en cuidar el orden y luego en garantizar la seguridad de nosotros y de nuestros valores. Pero también pienso en cuanto hemos fracasado como sociedad para que hayamos dado productos como la lamentable persona que fue capaz de perpetrar un acto como el que se ve en la fotografía. Somos víctimas de una decadencia atroz. Un país cuyos ciudadanos actúen así no tiene salvación. Esto me hace recordar al pobre imbécil que incendió el Templo de Diana en Éfeso, una de las siete maravillas del mundo, sólo para que la historia lo recordara (como una bestia, pero lo recordara); pienso en el oscuro comerciante que robó el frontispicio del Partenón con la complicidad de los corruptos invasores turcos para despojar al pueblo griego de una de sus prodigiosas joyas históricas. Pienso en la destrucción, la quema de la Biblioteca de Alejandría y el asesinato de la científica Hypatia que Carl Sagan comparara, por la inmensa pérdida de joyas de la literatura y en general del conocimiento humano, con una trepanación de la humanidad de aquellos tiempos. Pienso en la quema de libros por los nazis y el asesinato de poetas, García Lorca, Miguel Hernández, por lo menos, por parte del régimen fascista-católico de Francisco Franco; conjunto de hechos que sumió a España en medio siglo de cretinismo cultural y un siglo de penuria económica de la que no terminan de salir. Pienso no menos en la inmensa destrucción de una avanzada cultura, la mesoamericana, a manos del imperio español y conducida por el fanatismo religioso y genocida más intolerante de la historia.
La obra original

En fin, pienso que entonces para qué putas pagamos miles de policías que deambulan haciéndose pendejos en patrullas que siempre traen la torreta encendida y son incapaces de evitar este acto monstruoso. ¿Cuánto tiempo tuvo que estar el delincuente realizando “su creación” y qué tanta preparación, vigilancia y materiales tuvo que contar para dañar la obra de arte?
Ahora, por lo que anota Daniel Barrera acerca de que también sufrieron atentados imágenes de Cuauhtémoc Cárdenas y de Porfirio Muñoz Ledo, creo que no hay que descartar un atentado ya no desde la más vulgar inconsciencia de plebeyos idiotas, sino en que éstos hayan sido pagados por otros que sí son muy capaces de este tipo de actos. Hablo en específico de los ultraderechistas católicos que envenenados desde su infancia odian a la masonería y a todo lo que tenga el más mínimo halo de aquella.
Es como el ataque de un animal

Es triste si este acto de bestialidad se perpetró por inconsciencia. Por los datos adyacentes no lo parece. Lo que me consuela es que los odiadores de la masonería y lo aledaño a ella no saben hasta dónde la tienen metida ―digo a la masonería―, porque tendrían que destruir casi toda la literatura moderna, gran parte de la pintura del siglo XX y XXI de toda Europa y ya no digan de la mexicana y mucho, muchísimo más de lo que no tienen ni idea. Este atentado es como quitarle un pelo a un gato. Y lo que más me consuela es que el autor de la obra afectada, el gran pintor Daniel Barrera, puede crear cientos o miles de obras más.
Es decir, como lo dijo quien ya saben ―el del siglo XIX y el de este momento―: “No le han quitado ni una pluma a nuestro gallo”.
Inadmisible realidad