martes, 30 de diciembre de 2008

Hay que leer poesía

Hay que leer poesía

Pterocles Arenarius

Hay gente que alimenta su cuerpo con cosas (pues no debiera llamárseles alimentos) que son ineficientes para lo que se destina a los nutrientes: restituir al cuerpo del desgaste físico, dotarlo de la necesaria energía que le permita realizar las actividades necesarias y mantenerlo en buenas condiciones de salud. Hay gente que, por ignorancia o bien por vicio, alimenta su cuerpo con lo que se ha dado en llamar alimentos chatarra; muy otro caso de quien se alimenta con deficiencia por pobreza.
Quien incurre en el consumo excesivo de alimentos chatarra sólo consigue obesidad y desnutrición simultáneas. Es decir torpeza, dificultades para manejar el propio cuerpo y a la vez debilidad, incompetencia para cualquier esfuerzo físico. La contraparte son los que se alimentan de manera equilibrada y con moderación para conservar un cuerpo esbelto, fuerte y sano, más o menos ―por añadidura pues ya depende de muchos otros factores― bello.
Ahora pensemos en otro ámbito de la condición humana, el intelecto. A esta parte de la persona también podría considerársele un cuerpo, aunque no tenga las cualidades físicas de masa, volumen ni solidez física. Veamos, de igual manera que al cuerpo constantemente al intelecto le exigimos resultados en los hechos, trabajos que dan productos, se supone que se piensa cada uno de los actos que realizamos. Pero en las decisiones importantes del día o de la vida, tenemos que pensar con detenimiento para decidir. Y una larga época de la vida ―se supone― está dedicada a ejercitar el pensamiento, a fortalecer el intelecto. Porque, es cierto, una mente bien entrenada, sometida con frecuencia a la resolución de problemas intelectuales, nos vuelve cada vez más inteligentes, logra que nuestro pensamiento sea más refinado, que logremos mayor destreza para resolver los problemas que se nos presentan en las cotidianas labores. Esa larga época dedicada a adiestrar el pensamiento es la infancia y la primera juventud, el lugar es la escuela. Ahora bien, puesto que hemos considerado que el intelecto es un cuerpo ¿con qué alimentamos al intelecto?
Al igual que las ofertas más tentadoras para alimentar el cuerpo con delicias (inútiles), el mercado, insaciable de ganancias y ausente de la ética ofrece para alimentar al intelecto productos tan chatarra al menos como los así llamados alimentos. La televisión ofrece ejemplos ad náuseam y es común que la misma televisión sea el gran escaparate de estos seudoalimentos.
Por cierto y ya que hicimos el parangón entre el cuerpo físico y el intelectual, es clara la relación entre ambos, su interdependencia. Aunque tenemos que admitir que el cuerpo físico pocas veces es capaz de obtener resultados plausibles sin el concurso del pensamiento consciente; de hecho, en algunas circunstancias nos asombra, nos asusta que protagonicemos un suceso en el que hayamos actuado sin pensar, sin consciencia, “en automático”, decimos. Por otra parte, el intelecto sí es capaz de realizar logros con el mínimo concurso del cuerpo físico. La relación entre el cuerpo y el intelecto es tan intrínseca como la que hay entre ―en términos cibernéticos― el hardware, el cuerpo y el software, el intelecto.
Ahora bien, un intelecto alimentado con los productos chatarra de la televisión y los tristes, tontos cómics comerciales, provoca que quien tal consumo realice se convierta en un obeso, un torpe, es decir, casi un incapacitado intelectual. Así como los productos “intelectuales” de la televisión ofenden a la inteligencia, los alimentos chatarra dañan al cuerpo físico cuando se consumen no como un bocadillo, como un pecado menor, como un desliz, sino como una costumbre pervertida, como un vicio. Giovanni Sartori, el teórico italiano, ha dicho y, creo, con razón, que la televisión causa daños graves a las facultades intelectuales (los que hayan ejercido el oficio de enseñar lo habrán notado: los niños, los jóvenes tienen una casi nula capacidad de fijar la atención, uno de los más claros y referidos síntomas de los niños teleadictos). Pero Sartori asegura además que los daños de la teleadicción son también físicos. La televisión, un instrumento formidable de comunicación, lastimosamente en manos de personas que sólo ven al espectador como un signo de pesos y que cancela las posibilidades incalculables de este medio como difusor de cultura, de conocimiento, de civilización.
Pero la circunstancia humana no se queda en lo que he mencionado. Existe el ámbito de los sentimientos que es no menos importante, pues en gran medida determina el comportamiento inmediato de las personas, con gran frecuencia por encima incluso del pensamiento. ¿De qué alimenta el mercado nuestros sentimientos? De la mezquindad telenovelesca, de uno de los anzuelos favoritos de la televisión, la concupiscencia, que no llega a erotismo (pues el erotismo es un arte, aunque el sublime ejercicio de tal arte no sea público); la concupiscencia castrada, escandalosa pero por estúpida y además hipócrita de los cómics, otro tóxico es el de la insensibilidad animal con que se permiten presentar matanzas humanas por decenas o cientos en un solo programa o en una película y que pretendan que somos tan imbéciles que nuestra inteligencia, nuestra razón aceptarán sus historias. Así, intelecto y sentimientos bien alimentados jamás aceptarían productos tan embusteros y perniciosos. La televisión es el alimento chatarra para los cuerpos intelectual y sentimental de los seres humanos. A propósito, una de las más espantosas enfermedades es el llamado mal de Alzheimer, el que según dicen, está relacionado con dos de los vicios modernos, la mala alimentación causada por el consumo de alimentos empacados que contienen colorantes, saborizantes y conservadores artificiales. Y la otra es la falta de ejercicio mental, pues la inteligencia, como cualquier músculo se atrofia con la falta de uso.
Basta. No hablemos más de esa corruptora, de esa difusora de la estulticia, de esa engañadora, de esa puta emputecedora, la televisión.
Vamos a la salvación, al contraejemplo, a la antítesis de lo anterior. ¿Cómo alimentar al intelecto y a los sentimientos?
Creo que la cumbre en estos ámbitos humanos la consigue el arte, las artes. Y, en particular, como dice Octavio Paz, la poesía en su sentido más amplio, la que aparece en toda obra de arte cuando ésta consigue tal estatura, la de obra de arte.
En ninguna otra de las empresas humanas aparecen mejor empleados en simultaneidad los atributos humanos de intelecto y sentimientos que en el arte. Ahora bien, con salvedades, creo que la obra de arte más accesible es la literatura. En este instante vale la pena preguntarnos ¿Para qué sirve la poesía?
La literatura, que tiene como fuente y como esencia a la poesía; la obra de arte que se hace con las mismas palabras que empleamos a cada momento para comunicarnos. La literatura que es, como casi ninguna otra actividad humana, un ejercicio intelectual pero que contiene los más profundos y sublimes sentimientos que en algún momento han brotado del corazón humano. Profundos pero no necesariamente, diríamos, positivos. También los perversos y aun los criminales. De igual manera que, se ha anotado, los sublimes. Por eso es plena de sabiduría la afirmación del esplendoroso Jorge Luis Borges (ahora hay que escribir su nombre completo siempre, para combatir la confusión que a este respecto introdujo cierto personaje otrora investido de gran poder, pero recubierto de asombrosa ignorancia), Borges, cito de memoria, dijo que “gracias a la literatura en esta vida he vivido varias vidas”. Ya lo creo. La literatura excita de tal manera a la imaginación, convoca con tal fuerza a los sentimientos pero a la vez estimula a la inigualable agudeza de la inteligencia que, no tengo la menor duda, es el más nutritivo, el más poderoso alimento no sólo para el espíritu sino para los sentimientos. Y es por semejantes impresiones que, en efecto, se cumple la sentencia borgiana; no es necesario presenciar ni cometer un asesinato, Dostoyevski nos pone a vivir (y a sufrir) tan espantoso trance con lujo de detalles, con inigualable dolor y con bárbara brutalidad. ¿Qué impresión quieres vivir? ¿El erotismo desaforado, orgiástico, libérrimo o libertino hasta la enfermedad? Ahí está el divino Marqués de Sade o Guillaume Apollinaire o Leopold Von Sacher Masoch. ¿Qué impresión quieres vivir? La literatura no tiene límite. Por la poesía, llegamos sin duda a la asunción de la máxima latina clásica: Hombre soy y nada de lo humano me es ajeno.
La literatura, la poesía en su condición más amplia, nos feminiza en el mejor sentido de esta palabra, es decir, nos hace detonar las mejores cualidades femeninas: la compasión, la sensibilidad, la delicadeza. La poesía nos hace tolerantes porque nos otorga la inmensa virtud de sentir lo que otros sienten, imaginarlo, conmovernos y por ese camino llegar a uno de los mejores sentimientos humanos: la compasión (compartir la pasión del prójimo, el próximo) compartir con quien se ama la pasión, con todo lo que implica. La pasión es lo que a alguien le pasa (a veces por encima, arrasándolo).
Gracias a la literatura, a la poesía en su manifestación más amplia, entendemos todo lo humano. Y gracias a ella, ya lo dijo el poeta, “Hay plumajes que cruzan el pantano y no se manchan/Mi plumaje es de esos”. Porque lo leído, lo vivido (lo bailado, pues, ni Dios lo quita). Ah, pero gracias a la literatura tiene usted la libertad de elegir el mencionado verso del volcánico bardo veracruzano, y proclamar (y vivir diciendo) “Mi pantano es de esos”. La literatura es el plumaje que nos permite entrar en el pantano y, si queremos, permanecer inmaculados aunque, ciertamente, no inocentes. Pero además da la oportunidad de descubrir, de valorar, el propio pantano. Esto es, el conocimiento más invaluable de cuantos conocimientos existen, el conocimiento de sí mismo.
Tan sólo lo anotado justificaría con creces a la poesía, a la literatura. Pero la literatura, la poesía, pues, es capaz de llevarnos más allá.
He hablado de la compasión; de los sublimes sentimientos, del poderoso intelecto inmejorablemente nutridos por la poesía, cuya amplitud nos lleva más allá todavía. Los grandes poetas sufren de un hambre de infinito que con frecuencia los hace despreciar al hambre de comida, qué vulgaridad. La gran literatura siempre va la los extremos. Así, no es tan extraño que los poetas alcancen el vislumbre, el deslumbramiento de la divinidad. Sé de ateos recalcitrantes que a través de la poesía han debido admitir que el universo no es sólo material o al menos que, ya lo dijo, otra vez, Borges (no José Luis, no Borgues) “¿Pero hay algo que no sea sagrado?”; la divinidad que reside en cuanto existe. Por otro camino, la compasión en su último extremo no es otra que el sacrificio crístico, que nada tiene que ver con jerarquías eclesiásticas de cardenales y obispos gordos que “dirigen” a la cristiandad (no pocos de los cuales practican la pederastia, lets remember Marcial Maciel y sus legionarios del billete). Pero mejor que esos hablemos de La noche oscura del alma, de San Juan de la Cruz, del “no sé qué que queda balbuciendo”, o de la (...) sombra de mi bien esquivo/ imagen del hechizo que más quiero/ bella ilusión por quien alegre muero/ dulce ficción por quien penosa vivo. La poesía mística; la que lleva a los poetas a vislumbrar un más allá en el que las delicias de los gozos divinos los hacen decir que Vivo sin vivir en mí/ Y tan alta vida espero/ que muero porque no muero. Como a Santa Teresa de Jesús.
Ver un mundo en un grano de arena/ y el cielo en una flor silvestre/ hace que el infinito quepa en la palma de la mano/ y la eternidad en una hora. Es la pasmosa idea que William Blake, en un estado del espíritu, con la consciencia alterada quién lo duda, fue capaz de decirnos, para que, a través de la poesía nos comunique tan incomunicables sensaciones, estados de la mente, del espíritu. En efecto, porque la poesía, la literatura en general nos permite vivir lo que no viviríamos por más intensa y variada de estímulos que fuera nuestra existencia. En tal sentido, la poesía nos puede llevar a una existencia, que sería nuestra elección angélica como dice Borges que dijo Emanuel Swedenborg: buenos sentimientos, buenos pensamientos, buenas acciones, lo que no es otra cosa que el ser bueno y ser (por eso) bello, el areté griego. La frónesis, la prudencia en la vida, derivada de la sabiduría. El culmen espiritual.
Hay un filósofo ruso, creo, medio empírico, medio iluminado, medio esotérico, quizá masón, Piotr Demianovich Ouspensky que, sin embargo, sostiene una idea que no deja de ser interesante, habla de que el estado ideal del hombre es el equilibrio entre el cuerpo físico, el intelectual y el espiritual. Bendito es aquél que en algún momento de su vida haya llegado a semejante equilibrio: el vigor físico, el poderío intelectual y el oro del espíritu, la percepción de la divinidad.
Y sólo hasta ahora podemos responder a la pregunta planteada, ¿para qué sirve la poesía? En realidad no sirve para cosa alguna de las que se consideran valiosas en este mundo materialista y hoy globalizado. Pero la poesía sirve para ejercer la libertad más allá de toda moral y conveniencia material. Para algo que no es material ha de servir puesto que los mejores humanos se han interesado y han gozado de la poesía, en efecto, hay un gran prestigio de la poesía a pesar de que “no sirve para nada”. Y agreguemos que la poesía es un medio que nos permite el Conocerse a sí mismo que es una respuesta a una de las más terribles preguntas que cualquier humano puede plantearse: ¿para qué estamos en esta vida?
La poesía es salvación. La civilización que llamamos occidental está gravemente enferma. Cada vez se animaliza, huérfana de espiritualidad, gracias a sus prodigios tecnológicos que han terminado siendo algo así como profanaciones de cuanto tocan. La civilización occidental ha olvidado la poesía. Es decir, la salvación.
Lo dijo Paz en El arco y la lira, “si la poesía está olvidada no es que la poesía esté enferma, en decadencia, la enfermedad radica en la sociedad”. O algo así.
Nadie vaya a creerme. Nadie intente realizar experimentos como los que aquí se anotan sin la supervisión de un adulto (entiéndase un gurú, un experto, un chamán, un iluminado) o que cada cual haga como dijo Françoise Rabelais que se estilaba en el monasterio de Theleme, cuyo reglamento era regido por un precepto único: Haz lo que quieras. Que cada uno haga lo que quiera. Al fin que existe la poesía.
Por último. Acerca del cuerpo, bueno, basta con que consumamos carne, pescados y mariscos, leche, huevos, frutas y verduras. Excepcionalmente, ¿por qué no?, alguna porquería de ésas, un alimento chatarra, como cuando accedemos a la debilidad de ceder a un exceso, aplicarnos una mediana borrachera o cometer un pecadillo contra nosotros mismos.

viernes, 19 de diciembre de 2008

Matar a la gallina de los huevos de oro

In Naturalibus


Matar a la gallina de los huevos de oro
Pterocles Arenarius


En medio de augurios temibles nos aproximamos al final de otro año. La crisis que golpeó severamente a la economía más poderosa del mundo, aquí arriba de nosotros en varios sentidos de la palabra, terminó por dañar al sistema mexicano, a pesar de las optimistas declaraciones y de la presumida autodenominación de “nave de gran calado” para la economía de nuestro país.
En Estados Unidos brilla la esperanza cuando un negro ha ganado la presidencia de aquella república gracias a prometer que será un presidente cuyas políticas serán totalmente opuestas a las del saliente George W. Bush, invasor de países ex aliados y responsable de la catástrofe económica de su país. Cuando las cosas empiecen a recomponerse en EU provocará que también ocurra en México la recuperación. Pero para que esto ocurra habrán de pasar unos cuantos años.
Por lo pronto la circunstancia apunta a empeorar allá, del otro lado, y por consiguiente más grave aún será en México. Es decir, lo peor todavía no llega. El sentimiento más fuerte entre los mexicanos en este momento es de incertidumbre. A esto tenemos que agregarle la inseguridad derivada de la explosión delincuencial y la guerra entre narcotraficantes y entre grupos de éstos contra las fuerzas del gobierno.
La moral de los mexicanos no es buena. Entre la mayor parte de la gente hay inseguridad en el presente y desesperanza hacia el futuro. Es sensible la desconfianza en el gobierno que ha incumplido una por una todas sus promesas o peor, con frecuencia ha venido haciendo lo contrario de lo que prometió.
Una calamidad más, de la que casi nadie ha dicho algo, es la de las Administradoras de Fondos para el Retiro (Afores) que, en la terrible crisis norteamericana, han perdido alrededor del cuarenta por ciento de sus fondos. Es decir, los trabajadores mexicanos que ahorraron cien pesos, ya sólo tienen sesenta. Esta monstruosidad (entregar a bancos extranjeros el dinero para el retiro de los trabajadores mexicanos, para que lo pusieran a jugar en la bolsa) que fue señalada en su momento, hoy da los peores resultados posibles. Es un buen ejemplo de lo que puede pasar si se permite al gobierno privatizar el petróleo. Ante la premisa elemental de “Poner nuestra riqueza en manos extranjeras”, la conclusión no puede ser más desalentadora: “Nadie va a cuidar lo nuestro mejor que nosotros mismos”, a pesar de todo.
México está viviendo una cotidiana degradación en todos los órdenes. Las noticias alarmantes se suceden de tal suerte que la siguiente es peor y más atroz que la anterior.
Lamentablemente el actual gobierno ha reproducido los execrables vicios del régimen de un solo partido que supuestamente se había terminado con la llamada alternancia en el poder. Incluyendo en lo anterior las crisis económicas, aunque el actual gobierno diga que no tiene responsabilidad en la actual crisis.
Este gobierno está actuando tan desacomedida, tan torpe, tan irresponsablemente que el augurio indica el regreso del PRI, tan poderoso como en sus mejores tiempos. En otras palabras “¿Más vale pésimo por bien conocido que el mediocre que se está dando a conocer?”.
Así, el fin de año, la temporada navideña que para algunos nos resulta siempre deprimente, hoy acumula ingredientes devastadores para las personas que consideran que la felicidad navideña tiene que ver con el consumo, los regalos, las comilonas y el alcoholismo mal disfrazado.
Este, como ningún otro, es el momento en que debemos esmerarnos en apreciar que la verdadera dicha desde lo más simple, desde lo austero. Es el momento de volvernos como dicen los franciscanos: “Para vivir necesito poco y lo poco que necesito lo necesito poco”. Como establecen los budistas, el origen del dolor está en los deseos, si no deseamos no hay dolor. Como contraparte de esta época que ya ha hecho tradición de consumismo desmesurado.
“La gente es feliz pero no se da cuenta”, dice mi amigo el escritor Enrique Galván. Sostiene que para ser realmente feliz se requiere muy poco, sin embargo, hay gente que tiene mucho más de lo que necesita (“Nadie tiene derecho a lo superfluo/ mientras alguien carezca de lo estricto”, dice Díaz Mirón), pero estas personas se inventan sus desgracias y “sufren” por carencias creadas por los publicistas de la televisión y, sin duda, superfluas. Para ser realmente infeliz sostiene Galván tendríamos que haber pasado por una hambruna, una guerra, un campo de concentración o el secuestro y la tortura en manos ya sea de policías o bien de secuestradores, que suelen ser los mismos.
Que en las antípodas de las costumbres franciscanas se queden los Agustín Carstens, de quien han publicado los periódicos, gasta $3 000 pesos diarios aparte de su sueldo en comidas ―tres mil pesos del erario que pagamos todos aparte de su salario que, entre paréntesis es de 154 mil 375.93 pesos mensuales libres, sin contar otras compensaciones y bonos―. ¿Quién puede gastar tres mil pesos por día en comida? La imagen del secretario de Hacienda se explica con semejantes gastos en comida. Lo cual no evita que los tres mil pesos diarios sean un exceso, ¿o su sueldo no le alcanzará al señor Carstens para comer lo suficiente sin pedir esa compensación extra?
Por si lo anterior no fuera suficiente, Televisa lleva a cabo, como cada año, su acopio de dinero para construir un hospital que atienda a niños que sufren diferentes enfermedades que provocan que tengan “capacidades diferentes”. En su Teletón Carlos Loret de Mola casi llora al entrevistar a un niño de once años que no puede caminar por un grave defecto congénito en sus piernas. Los productores de Televisa tuvieron buen cuidado de grabar al niño antes de que Televisa lo tomara para hacerse publicidad. Arrastrándose, porque era la única manera en que podía desplazarse. Y Loret de Mola nos dice que el niño ni siquiera estaba registrado, es decir, oficialmente no existía. Y mucha gente llora, el niño llora y su mamá llora. Todos lloran porque Televisa es muy buena y es la única que tiene compasión por el niño que se arrastraba.
Pero lo que no nos dicen es que los ricos no están regalando nada, las aportaciones millonarias que hacen a Teletón son deducibles de impuestos. Y mucho menos nos dicen que la situación de miseria extrema para gran cantidad de mexicanos en la que es casi normal que haya niños como aquel, la provocan ellos. Sus patrones, Emilio Azcárraga Jean que pertenece al pequeñísimo grupo de superpotentados que se apropia de la riqueza de México de una manera que no ocurre en ningún otro país en el mundo. Y no está exento el propio Loret de Mola, que está al servicio de su patrón Azcárraga y de todos los inmensamente ricos que son sus cómplices y aliados. Ellos, los que han hecho de México una economía de compadres en la que nadie puede progresar porque los poderosos monopolios impiden lo que dicen defender: la libre competencia, el famoso laissez faire.
México se hunde en el pantano de su propia corrupción. Pero lo extraño es que no hubiera ocurrido antes, si al anterior presidente, el señor Fox, se le perdieron ―o al menos se niega a decir que pasó con el dinero― 300 mil millones de pesos que Pemex recibió extras por el sobreprecio del petróleo en el año 2005; si en México el servicio telefónico es el más caro del mundo. Los bancos; todos extranjeros, cobran las comisiones más altas del mundo por usar nuestro dinero para enriquecerse y aun así, insaciables, reciben alrededor de 30 mil millones de pesos al año del erario por el famoso Fobaproa. Si los líderes sindicales como el petrolero Romero Deschamps juegan millones de pesos a la ruleta en Las Vegas. Si los policías de alto nivel, como se está descubriendo, trabajan para el enemigo: los cárteles de la droga. Si el llamado crimen organizado ejecuta a un promedio de 20 personas por día, superando el número de muertes que ocurren en Irak, país ocupado militarmente por nuestro poderosísimo vecino del norte. Si los ahorros de los trabajadores están siendo arriesgados en un pozo sin fondo que es el juego de la bolsa de valores de Nueva York.
La desigualdad, la corrupción y el crimen organizado, son los tres más grandes problemas de México. Los tres están relacionados profundamente y no sabemos cuál es el que dio origen a los otros. El famoso caricaturista del periódico La Jornada que firma como Helguera ha hecho un cartón en el que se refiere al inmenso poder acumulado por el crimen organizado y afirma que casi gobierna a México. Y en el dibujo observamos que se refiere a los altos funcionarios de gobierno, líderes sindicales, magistrados de la Suprema Corte de Justicia, legisladores, etc.
Los sucesivos gobiernos de México, desde Díaz Ordaz hasta el actual, están logrando lo que en los tiempos del diazordazato parecía imposible: matar a la gallina de los huevos de oro.
Los simples ciudadanos que vivimos en medio de la catástrofe, sin embargo, tenemos la obligación de procurarnos la felicidad para nosotros mismos y para los que amamos. Hacer de este mundo paraíso, puesto que ya hay mucha gente ocupada en convertirlo en un infierno.
La prosperidad, que es sentirse completo y contento sin lo superfluo. La armonía interior que nos provoca el bienestar exterior. Y el buen humor de todo, por todo y para todo. Eso se desea a todo el mundo en esta época de fiestas decembrinas.

martes, 9 de diciembre de 2008

Dos artículos de Leonardo Boff

¿ESTÁ POR LLEGAR LO PEOR DE LA CRISIS?

Leonardo Boff

(difundida el 28 de noviembre de 2008)

En un artículo anterior, afirmábamos que la crisis actual más que económico-financiera es una crisis de humanidad. Se han visto afectados los cimientos que sustentan la sociabilidad humana —la confianza, la verdad y la cooperación—, destruidos por la voracidad del capital. Sin ellos es imposible la política y la economía. Irrumpe la barbarie. Queremos presentar esta reflexión de sentido filosófico inspirados en dos notables pensadores: Karl Marx y Max Horkheimer. Este último fue prominente figura de la escuela de Frankfurt, al lado de Adorno y Habermas. Antes incluso del final de la guerra, en 1944, tuvo el valor de decir en unas conferencias en la Universidad de Columbia (USA), publicadas bajo el título Eclipse de la razón, que la victoria inminente de los aliados iba a servir de poco. El motivo principal que había generado la guerra seguía estando activo en el núcleo de la cultura dominante. Era el secuestro de la razón para el mundo de la técnica y de la producción, por lo tanto, para el mundo de los medios, olvidando totalmente la discusión sobre los fines. Es decir, el ser humano ya no se preguntaba por un sentido más alto de la vida. Vivir es producir sin fin y consumir todo lo que se pueda. Es un propósito meramente material, sin ninguna grandeza. La razón fue usada para hacer operativa esta voracidad. Al someterse, se oscureció, dejando de hacerse las preguntas que siempre había planteado: ¿qué sentido tiene la vida y el universo, cuál es nuestro lugar? Sin respuestas a estas preguntas, sólo nos queda la voluntad de poder que lleva a la guerra como en la Europa de Hitler. Algo semejante decía Marx en el tercer libro de El Capital. En él deja claro que el punto de partida y de llegada del capital es el propio capital en su voluntad ilimitada de acumulación. Su objetivo es el aumento sin fin de la producción, para la producción y por la propia producción, asociada al consumo, con vistas al desarrollo de todas las fuerzas productivas. Es el imperio de los medios sin discutir los fines ni cuál es el sentido de este proceso delirante. Son los fines humanitarios los que sostienen la sociedad y dan propósito a la vida. Bien lo ha expresado nuestro economista-pensador Celso Furtado: “El desafío que se plantea en el umbral del siglo XXI es nada menos que cambiar el curso de la civilización, desplazar el eje de la lógica de los medios al servicio de la acumulación, en un corto horizonte de tiempo, hacia una lógica de los fines en función del bienestar social, del ejercicio de la libertad y de la cooperación entre los pueblos” (Brasil: a construção interrompida, 1993, 76). No fue eso lo que los ideólogos del neoliberalismo, de la desregulación de la economía y del laissez-faire de los mercados nos aconsejaron. Ellos mintieron a toda la humanidad prometiéndole el mejor de los mundos. No existían alternativas a esa vía, decían. Todo eso ha sido ahora desenmascarado, generando una crisis que va a ser aún peor. La razón de ello reside en el hecho de que la crisis actual se ha establecido en el seno de otras crisis todavía más graves: la del calentamiento planetario, que va a tener dimensiones catastróficas para millones de seres humanos, y la de la insostenibilidad de la Tierra como consecuencia de la virulencia productivista y consumista. Necesitamos un tercio más de Tierra, es decir, la Tierra ya ha sobrepasado 30% de su capacidad de reposición. No aguanta más el crecimiento de la producción y del consumo actuales, como propone cada país. Y va a defenderse produciendo caos, no creativo sino destructivo. Aquí se sitúa el límite del capital: en el límite de la Tierra. Eso no existía en la crisis de 1929. Se daba por descontado la capacidad de soporte de la Tierra. Hoy no: si no salvamos la sostenibilidad de la Tierra, no habrá base para el proyecto del capital en su propósito de crecimiento. Después de haber vuelto precario el trabajo, sustituyéndolo por la máquina, ahora está liquidando la naturaleza. Estas consideraciones raramente aparecen en el debate actual. Predomina el tema de la extensión de la crisis, de los índices da recesión y del nivel de desempleo. En este campo, los peores consejeros son los economistas, especialmente los ministros de Hacienda. Ellos son rehenes de un tipo de razón que los ciega para estas cuestiones vitales. Hay que oír a los pensadores y a los que aman la vida y cuidan de la Tierra.






------------------ NO AMAN LA VIDA

Leonardo Boff

(difundida el 5 de diciembre de 2008)


La búsqueda de una salida para la crisis económico-financiera mundial está rodeada de peligros. El primero es que los países ricos busquen soluciones que resuelvan sus problemas, olvidando el carácter interdependiente de todas las economías. La inclusión de los países emergentes significó poco, pues sus propuestas fueron escasamente tendidas en cuenta. Siguió prevaleciendo la lógica neoliberal, que asegura la parte leonina a los ricos. El segundo peligro es perder de vista las demás crisis: la ecológica, la climática, la energética y la alimentaria. Concentrarse solamente en la cuestión económica sin considerar las otras es jugar con la insostenibilidad, a medio plazo. Cabe recordar lo que dice la Carta de la Tierra: “nuestros desafíos ambientales, económicos, políticos, sociales y espirituales están interligados, y juntos podemos forjar soluciones incluyentes” (Preámbulo). El tercer peligro, más grave, consiste en mejorar sólo las reglas existentes en vez de buscar alternativas, con la ilusión de que el viejo paradigma neoliberal tenga todavía la capacidad de volver creativo el caos actual. El problema no es la Tierra. Ella puede continuar sin nosotros, y continuará. La magna quaestio, la cuestión magna, es el ser humano, voraz e irresponsable, que ama más la muerte que la vida, más el lucro que la cooperación, más su bienestar individual que el bien general de toda la comunidad de vida. Si los responsables de las decisiones globales no consideran la inter-retro-dependencia de todas estas cuestiones y no forjan una coalición de fuerzas capaz de equilibrarlas, entonces sí estaremos literalmente perdidos. En realidad, si hubiera un mínimo de buen sentido, la solución del cataclismo económico y de los principales problemas infraestructurales de la humanidad se podría encontrar. Bastaría proceder a un desarme amplio y general, ya que no existen enfrentamientos entre potencias militares. La construcción de armas, propiciada por el complejo industrial-militar, es la segunda mayor fuente de lucro del capital. El presupuesto militar mundial es del orden de un billón cien mil millones de dólares/año. Sólo en Irak se han gastado ya dos billones de dólares. Para este año, el gobierno estadounidense comprometió un gasto de armas por valor de un billón y medio de dólares. Estudios de organismos de paz revelaron que con 24 mil millones dólares/año —apenas 2.6% del presupuesto militar total— se podría reducir a la mitad el hambre del mundo. Con 12 mil millones —1.3% del referido presupuesto— se podría asegurar la salud reproductiva de todas las mujeres de la Tierra. Con gran valentía, el actual presidente de la Asamblea de la ONU, el padre nicaragüense Miguel d’Escoto, denunciaba en su discurso inaugural de mediados de octubre: existen aproximadamente 31 000 ojivas nucleares en depósitos, 13 000 distribuidas en varios lugares del mundo y 4 600 en estado de alerta máxima, es decir, listas para ser lanzadas en pocos minutos. La fuerza destructora de estas armas es aproximadamente de 5 000 megatones, fuerza destructiva 200 000 veces mayor que la bomba lanzada sobre Hiroshima. Sumadas a las armas químicas y biológicas, se puede destruir de 25 formas diferentes toda la especie humana. Postular el desarme no es ingenuidad, es ser racional y garantizar la vida que ama la vida y que huye de la muerte. Aquí se ama la muerte. Sólo este hecho muestra que la humanidad está formada en gran parte por gente irracional, violenta, obtusa, enemiga de la vida y de sí misma. La naturaleza de la guerra moderna ha cambiado sustancialmente. Antaño “moría quien iba a la guerra”. Ahora no, las principales víctimas son civiles. De cada 100 muertos en guerra, 7 son soldados y 93 son civiles, 34 de los cuales niños. En la guerra de Irak han muerto ya 650 00 civiles y solamente unos 3 000 soldados aliados. Hoy presenciamos algo absolutamente inédito y de extrema irracionalidad: la guerra contra la Tierra. Siempre se hacían guerras entre ejércitos, pueblos y naciones. Ahora, todos unidos, hacemos la guerra contra Gaia: no dejamos un momento de agredirla y explotarla hasta derramar toda su sangre. Y todavía invocamos la legitimación divina para nuestro crimen, pues cumplimos el mandato: “multiplicaos, llenad la Tierra y sometedla” (Gn 1,28). Haciéndolo así, ¿hacia dónde vamos? No hacia el reino de la vida.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Penuria del arte y la cultura

Pterocles Arenarius

La cultura se encuentra en todo lo que hacemos cada día. Aparece hasta en la forma de moverse, como me hizo notar cierto amigo cubano, de antecedentes raciales originarios en la negritud y por ello dueño de un impresionante ritmo. Este tipo me aseguraba que “los mexicanos caminan muy rígidos” y ejemplificaba con las maneras de caminar de otros pueblos. Me aseguraba que eso, el ritmo para caminar, tenía que ver con prácticamente todas las actividades. Según esto, en la manera de caminar es posible determinar el carácter, la felicidad, la capacidad sexual, la armonía interna y hasta gran cantidad de desajustes mentales.
La cultura, cuando se refina hasta la exquisitez, llega a alcanzar estatus de arte. De tal manera que en todo lo que hacemos es posible llevar el refinamiento hasta un grado de especialización, de exquisitez, de buen gusto, de intensidad, de delicadeza, etcétera, de tal manera que aquella actividad pueda ser considerada un acto artístico. Sea un manjar en la cocina, la manera de caminar como decía mi amigo cubano, el arreglo de los muebles, el cotidiano trato con las personas, la preparación del café o los huevos estrellados, la forma y el ámbito para dormir o para hacer el amor. Y todo lo demás, por supuesto.
Para que alguien llegue, en una sola actividad, a la altura del arte, requiere una gran cantidad de virtudes. En primer lugar, conocimiento amplio y profundo de la actividad que se trate. Libertad total: tiempo, mucho tiempo. Creatividad sin límites. Inteligencia reflexiva, profunda y aguda. Experimentación sin prejuicios y de gran originalidad, incluso extravagante. Y también información. Bueno, agreguemos que tales objetos o actividades alcanzarán la estatura de obra de arte si, como afirman algunos teóricos, “no sirven para nada” por haber alcanzado el carácter de únicos e insuperables. Entendamos que no sirven para nada práctico, ni siquiera para decorar.
Y no es de sorprender que alguna persona que alcance el prodigio de crear una obra de arte en cualquier actividad, la procurará en muchos otros ámbitos o actos de su vida, o al menos ya no se conformará con lo mal hecho –más bien, con lo que no sea sublime– en ningún ámbito, en ninguna circunstancia. Tales personas se vuelven exigentes.
Una vida de alta calidad implica, necesariamente, que el arte se encuentre en varias, o en todas, las esferas de la cotidianidad de las personas. Pero no sólo el arte como especialización de la cultura, sino también las bellas artes: la pintura, la escultura, la música, la danza, el cine, la literatura, el teatro. Es decir, que haya los objetos o los actos que trascienden civilizaciones y épocas, que se vuelven arquetipos.
Sin embargo, para que la vida de las personas adquiera semejante calidad es imprescindible que cada individuo cubra, antes que nada, sus necesidades elementales. Sería ingenuo y hasta perverso intentar que una persona desnutrida goce las obras de arte. Lamentablemente, vivimos en un país que no da a sus hijos ni siquiera lo elemental para que tengan una vida normal, es decir, con la calidad mínima de vida.
En el último cuarto de siglo México transcurrió sometido a una sucesión de crisis económicas, o bien a una sola, interminable y –en este momento– agudizada. Los gravísimos problemas que enfrenta EU, han provocado ya la devaluación del peso mexicano y lo peor todavía no llega.
La situación crítica permanente en la economía ha provocado que los presupuestos nacionales se diseñen restringiendo las partidas que no son prioritarias. Y siempre que se castiga un concepto por causa de crisis, ese es, en primer lugar, la cultura y en segundo, la educación.
En nuestro país ocurren cosas asombrosas: mientras nuestra crisis ha durado 25 años, dentro de ese mismo lapso se forjó la fortuna más grande del mundo en manos de un solo hombre: Carlos Slim. Pero no sólo eso, los políticos que han llevado al país a semejante catástrofe son los mejor pagados del mundo. Y otro datos que provoca asombro e indignación es la distribución de la riqueza. Mientras un pequeño grupo de personas que son acaso el 0.5 por ciento de la población se apropian del 40 por ciento de la riqueza. Y en el otro extremo el 30 por ciento más pobre tiene que sobrevivir con un 0.7 de la riqueza que producimos todos.
Mientras que el índice de desarrollo personal –un indicador que demuestra las posibilidades de los habitantes de un país para escalar en las clases sociales– en Noruega, por ejemplo es el más alto del mundo, en México, se encuentra en el mismo nivel que el de Ecuador. Pero con una pequeña diferencia, México es la décimo segunda economía del mundo, según se jactan los gobernantes y ecuador no figura entre las 70 primeras y la economía de Noruega está abajo del número 25 en el mundo.
“Las escaleras, para asearse, tiene que empezarse desde arriba”, dice un refrán. Los gobiernos corruptos deben hacerlo de igual manera. Y es que en México se ha hablado de “Renovación moral de la sociedad”, en el delamadriato de “Lucha contra la corrupción” en el salinato; de “Moralización de la vida pública” en el Zedillato; de combate a las víboras prietas y todo género de alimañas en el Foxato. Nunca nadie de esos presidentes cumplió y, por el contrario, todos incurrieron en actos de corrupción.
Y todos, eso sí, han restringido el presupuesto, primero para la cultura y luego para la educación hasta que han hecho de esta última imprescindible actividad una catástrofe.
En tanto en la cultura la situación no es mejor.
Los presupuestos para la cultura son exageradamente raquíticos. Y la cultura nacional, el arte se mantienen en muy buen nivel, a pesar de la destrucción a que han sido sometidas por el gobierno. Y a pesar de que los políticos siempre se jactan de los grandes logros y la alta calidad de nuestra cultura.
En Guanajuato, mientras los gobernantes se dedican a participar en las peregrinaciones católicas y a beneficiar a los grupos que son adictos a esa religión, y a la vez están recibiendo grandes recursos del gobierno federal por ser el ejemplo a seguir en el ámbito nacional, incluso han hablado de “guanajuatizar” a México, ofrecen a la cultura una miseria.
Por ejemplo, el gobierno de Guanajuato, a través del Instituto Estatal de Cultura convoca a artistas e intelectuales a presentar proyectos culturales para darles apoyos económicos, convoca también a ejecutantes artísticos de danza y música, creadores en literatura y artes plásticas e investigadores en monumentos históricos.
Para los creadores, por ejemplo en literatura, ofrecen 3 mil 500 pesos mensuales. Esto es 2.24 salarios mínimos. Ah, pero para los que ellos llaman “creadores con trayectoria” tienen un premio de 4 200 pesos mensuales, que equivalen a 2.7 salarios mínimos.
Me parece que un creador que se respete considerará un insulto semejante ofrecimiento. Y más aún si es un “creador con trayectoria” como dicen los del Instituto Estatal de la Cultura de Guanajuato. Incluso un creador con cualquier trayectoria.
Vale la pena comparar estos “apoyos” a los artistas guanajuatenses con los salarios, por ejemplo, de los policías. Un policía municipal tiene un sueldo que puede ir de 6 mil a 7 mil pesos mensuales según su nivel. Un policía ministerial obtiene como mínimo 11 mil y como máximo 13 mil, también según su nivel. ¿El mensaje? Parece muy claro, más vale meterse de policía municipal o incluso ministerial para doblar los ingresos, qué hace usted como creador artístico o ejecutante o investigador.
Efectivamente, la labor de los policías –cuando no son corruptos, extorsionadores, abusivos, incluso ladrones; ya no pidamos que no sean ignorantes– es muy loable y urgente en la circunstancia de inseguridad en que nos debatimos, pero ¿por qué esta burla tan sanguinaria a los intelectuales y artistas de Guanajuato? ¿Cuál es el nivel y la calidad de la obra que esperan que se realice con semejantes “apoyos”? ¿Esos ofrecimientos son la estimación que tienen los gobernantes por el arte y la cultura? Por supuesto.
Examinemos ahora los sueldos de algunos funcionarios. Por ejemplo, los diputados locales, ejemplares próceres de la patria, humildemente se resignan a recibir 127 mil 217 pesos mensuales, esto es, unas ¡treinta veces más! de lo que ofrecen a un vulgar creador artístico que ellos llaman “con trayectoria”. Los otros, los simplemente llamados “creadores”, con sus 3 mil 500 mensuales de “apoyo” ganan menos que los empleados del ayuntamiento más humildes, los intendentes, cuyo sueldo es de 4 mil 610, el que es incluso superior al de creadores “con trayectoria”. Será porque son intendentes con “más trayectoria”.
Aunque los síndicos de León se conforman con 44 mil 556 pesos mensuales, apenas 10 veces más que los “creadores con trayectoria”.
Habría que preguntar a todos esos funcionarios sobrepagados qué hacen por la cultura, por la educación, por el bienestar de los guanajuatenses. Porque lo que podemos ver desde hace años y con más gravedad en este momento es el deterioro constante de las condiciones de vida de la población.
Los funcionarios de gobierno en México tienen sueldos que se encuentran entre los mejores del orbe, incluyendo a los países del primer mundo. Pero los servicios que retribuyen a la población son de tercer mundo, como lo indica la organización global Transparencia Internacional que otorga una calificación de 3.6 para México, de 10 puntos posibles. Y ubica los niveles de corrupción en México en el número 72 de 180 países calificados. La calificación de México está por debajo de países como Ghana, Colombia y El Salvador.
Y curiosamente Transparencia Internacional afirma que la corrupción en México radica de manera más notoria en los funcionarios públicos y entre éstos, siempre según TI, los más corruptos son los policías. En segundo lugar los partidos políticos. En tercero, los legisladores y en cuarto el sistema judicial.
Pero eso sí, cuando los funcionaretes –no merecen ser llamados de otra manera– hablan de la cultura y el arte mexicanos, entonces sí se llenan la boca para jactarse, aunque jamás dicen que los logros se deben a pesar de ellos y jamás gracias a su trabajo.

lunes, 17 de noviembre de 2008

¡El avión!, artículo de Carlos Fazio. La Jornada

Carlos Fazio


¡El avión!


Dice Hans M. Enzensberger que “tan pronto como la criminalidad se organiza, se convierte, tendenciosamente, en un Estado dentro del Estado”. La frase remite al México actual, con sus distintos niveles de violencia reguladora. Con algunas puntualizaciones: cuando en enero de 2007 Felipe Calderón sacó al Ejército de los cuarteles y declaró su “guerra” al crimen organizado, el país entró en una fase de “colombianización”. Pero ya antes, desde mediados del sexenio de Carlos Salinas, cuando de la mano de la “narcotización” de la política surgió una nueva economía criminal, se había venido incubando un larvado proceso de desintegración de la sociedad en el marco de la conformación de un nuevo Estado oligárquico autoritario de tipo delincuencial y mafioso.
Los últimos hechos, incluidas las revelaciones sobre la infiltración de grupos criminales al más alto nivel de las fuerzas armadas, la Procuraduría General de la República y la Secretaría de Seguridad Pública, así como la polémica en torno a si las muertes de Juan Camilo Mouriño y José Luis Santiago Vasconcelos fueron producto de accidente o sabotaje, exhiben dinámicas complejas y mezclas muy íntimas entre las estructuras criminales y estatales, donde una amplia red de actores está completamente integrada en los niveles operativos de la economía criminal.
En ese contexto, la imagen que muestra un aparato estatal asediado por criminales “en busca de protección para sus viles actos”, o que le “ha declarado la guerra al Estado”, carece de veracidad. Tampoco se trata de una guerra de buenos contra malos: es una guerra de malos contra malos por la regulación del mercado.
“¿Dónde se origina la mafia?”, se preguntaba Pável Voshchanov. Y respondía: “Es simple: comienza con los intereses comunes de políticos, hombres de negocios y gánsters. Todos los demás son rehenes de esta sagrada alianza”. Se trata de una nueva manifestación del “capitalismo salvaje”, que no respeta ninguna forma de regulación de naturaleza jurídica o moral. Cuando y donde no hay regulación y control por parte de la fuerza legítima del Estado, se impone el control despiadado y caótico de las fuerzas ilegítimas de grupos privados violentos. Se privatizan el poder y la seguridad. Los mercados sin restricciones equivalen a sociedades salvajes, donde se libra una guerra de todos contra todos.
La escasez de legalidad produce la contra-institucionalización del gobierno criminal. Según Giulio Sapelli, un gobierno criminal “crea, con un mercado propio, una clase política propia, que regula, administra y reproduce el sistema”. El elemento fundamental de la corrupción son las empresas, pues son las constructoras sociales de los mercados, del monopolio y del oligopolio. Se trata de empresas ilegales, que adquieren –como ha demostrado Pino Arlacchi en el caso mafioso italiano, y sobran ejemplos en México– ventajas competitivas a través de la violencia, la evasión fiscal y tributaria, la circulación de enormes masas de capital que derivan de actividades ilícitas, entre las que destaca el narcotráfico. Lo que caracteriza a la economía mafiosa, y por ende la relación entre individuos y empresas dentro de ese sistema y con la economía en su conjunto, es una acentuada competencia; pero el arma fundamental de esa competencia está representada por la violencia reguladora, que incluye la muerte, sea por accidente, gastritis aguda, sabotaje o descuartizamiento.
En cuanto a redes delincuenciales, el caso más sonado de los últimos años es el de la famiglia Salinas, que de acuerdo con las investigaciones de la justicia suiza involucró, entre otros, al jefe del clan, Raúl Salinas Lozano, y a sus hijos Carlos y Raúl Salinas de Gortari, así como a una larga lista de gobernantes, políticos, empresarios, banqueros, militares, policías, representantes de la justicia y capos del narcotráfico. Muchos de ellos siguen funcionando dentro del sistema, se han reciclado, y otros murieron víctimas de la violencia propia de ese tipo de empresas criminales.
Ante el resquebrajamiento del antiguo régimen, las facciones, mafias y organizaciones criminales que formaron parte de la llamada “familia revolucionaria” en el interior del PRI –en un juego de equilibrios, acuerdos y complicidades– cobraron autonomía y multiplicaron su poder. El desgaste del viejo modelo se hizo evidente en 1993-94, periodo en el que se produjeron tres crímenes de Estado: los asesinatos del cardenal Posadas, Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu. A partir de allí la violencia se generalizó y exhibe, hoy, que no se ha podido disciplinar o conciliar con los jefes de los distintos clanes o familias que controlan el millonario negocio criminal. Es decir, que no se ha podido consolidar el antiguo pacto mafioso y que –para citar a un clásico– los demonios siguen sueltos.
Cabe enfatizar que las mafias criminales –de las que el narcotráfico es sólo su expresión más visible– no son un fenómeno aislado de la sociedad o una “conspiración” de maleantes en un Estado limpio, sino más bien una especie de empresa de carácter ilegal, con un pie bien implantado en los sectores cruciales de la sociedad y del Estado: el mundo financiero, los negocios, la clase política, los cuerpos de seguridad y el aparato judicial. Como buenas vacas lecheras, los capos de la droga son protegidos, se les ordeña y, cuando ya no sirven, se les mete a la cárcel o se les manda a la carnicería. No se trata, pues, de Los Zetas o Los Pelones. La violencia actual tiene que ver con la ruptura de la antigua regulación de los pactos inter oligárquicos. El viejo modelo de dominación cleptocrático, basado en las conexiones oligopólicas y monopólicas con el clientelismo político, se agotó. Por eso la violencia desestabilizadora provocada por las pugnas y traiciones intermafias alcanza los niveles superiores de la cadena criminal-corruptora, colapsa instituciones y genera turbulencias que, de manera misteriosa, puede hasta tirar aviones. El cambio en Bucareli podría propiciar una tregua.

sábado, 15 de noviembre de 2008

López Obrador en Guanajuato

AMLO en guanajuato

Pterocles Arenarius


Guanajuato, Gto., 15 de Noviembre de 2008. Andrés Manuel López Obrador llegó a Guanajuato en una mañana soleada pero fría. Un aironazo helado enrojecía los rostros y unas doscientas personas lo esperaban desde las 9:30 en la Plaza de la Paz, frente al edificio del Congreso legislativo estatal.
Un cantor amenizaba la espera entonando el No nos moverán y de pronto, dejando a un lado la letra de la canción pero con el rasgueo de la guitarra en fondo, se puso a echar rollo, a denunciar las “lindezas” del gobierno calderonista, las alzas a la gasolina, a los productos básicos y la gente le correspondía aplaudiéndole.
Andrés Manuel no se hizo esperar mucho. A eso de las 9:50 llegó con su pequeña comitiva en dos camionetas blancas. Lo esperaban los dirigentes locales del Partido de la Revolución Democrática, todavía, porque el partido está dominado en este estado de la República por el grupo denominado los chuchos, los que a través de Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, se apropiaron de la dirigencia del partido, provocando la intromisión de un más que cuestionado organismo dizque autónomo en el PRD.
Andrés Manuel llega al lugar y unos veinte metros antes del estrado se apea del vehículo y llega caminando entre la pequeña multitud. Avanza muy lentamente, firma libros, libretas, calendarios, banderas, fotos. Casi interminablemente. Él no necesita baños de pueblo, se mueve entre el pueblo como ave en el aire. La gente no sólo lo respeta y lo quiere, lo venera: las mujeres lo besan, los hombres se empujan por estrechar su mano, todos se emocionan y le gritan en la cara consignas alentadoras. Andrés Manuel se mantiene imperturbable.
El discurso del dirigente mayor de la izquierda –a pesar de todo y para estupor de muchos, pero no menos incomodidad de otros y hasta rabia de los leedores de noticias de las televisoras–, es un discurso reiterativo, machacón, tenaz. Dice casi las mismas cosas y casi con las mismas palabras que solemos leer en los periódicos. Pero estar en el suceso tiene algo de magia. Hay una reciedumbre en Andrés Manuel, hay una emoción entre la gente, hay una fuerza que se genera y la veneración por este hombre que, como nunca antes haya ocurrido en la historia de México, se otorga el lujo de llamar pelele, espurio, títere, inepto y corrompido ni más ni menos que al Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos: Felipe de Jesús Calderón Hinojosa. Y lo hace todos los días.
López Obrador no se da tregua. Llega a Guanajuato apenas después del desayuno y luego de cinco o seis actos un día antes. Habla veinte minutos ante cada vez más personas, se mueve entre el pueblo como uno más. ¿Quién pudiera de todos los políticos mexicanos, quién, uno sólo que haga esto? Creo que no hay ni uno que se atreva a mezclarse prácticamente sin guaruras –en realidad hay tres hombres que con gran discreción le cuidan las espaldas y más bien parecieran personas sin mayor relación con el dirigente– entre el pueblo raso.
Andrés Manuel tiene detractores indudablemente, pero los que hay entre el pueblo de a pie, no vienen a verlo a sus mítines, no se atreven a hacerlo, porque los que lo quieren, en todas partes de México, son muchos más.
Nos gustaría ver a Diego Fernández de Cevallos, a Manlio Fabio Beltrones, a Carlos Navarrete, a Emilio Gamboa Patrón, al inefable transa Chucho Ortega… a cualquiera, de los que en los cargos de importancia en este momento o a cualquiera del pasado… a cualquiera. Ninguno se atreverá… Ninguno puede. La gente lo recuerda en la consigna que corean “Este es el pueblo de López Obrador; dónde está el tuyo espurio Calderón”.
Andrés Manuel dialoga con la gente, se deja querer, atiende a cada persona que le solicita algo, un saludo, una firma, un beso las mujeres. Su popularidad pareciera la uno de esos bellacos que las televisoras llaman artistas y que son improvisados –a la vista del público en diversas “academias”– en unos cuantos meses. Pero ni siquiera ésos se mezclan entre el pueblo. Ése es el gran capital político de Andrés Manuel.
AMLO, se podría decir, es un tipo temerario. Hace lo que ni uno solo de los políticos actuales se atrevería a hacer: atacar a los hombres más ricos de México y a las todopoderosas televisoras. Las acusa, tanto a aquéllos como a éstas de mantener a su servicio al presidente de la República, de haberlo convertido en su pelele, de administrar la ignorancia, de ocultar la catástrofe que vive el país, de mentir cotidianamente. ¿Quién, uno solo, de los políticos oficiales, oficiosos, en los cargos partidarios, en los puestos medianos o en las cámaras legislativas o incluso desempleado es capaz de irse contra la sacrosanta televisión?
Pero Andrés Manuel no es temerario, es inteligente, sabe que su fuerza está en el pueblo, sabe que la gente se da cuenta que él no la está engañando, porque lo que hizo al frente del Gobierno del Distrito Federal le acarreó el respeto, el cariño, incluso la veneración de grandes grupos de la población.
No quita el dedo del renglón “Nos robaron la Presidencia”, dice. Pide el apoyo, el activismo de la gente y les advierte que a ellos se debe que este movimiento continúe vigente y que apenas haya evitado la privatización brutal, la entrega absoluta de la riqueza petrolera que pretendía el presidente espurio (así llama a Felipe Calderón).
Augura tiempos peores para el pueblo mexicano. Anota que la crisis económica de los Estados Unidos nos afectará todavía mucho más y denuncia que el gobierno está entregando el dinero que pertenece a todos los mexicanos para salvamento de las empresas, 15 mil millones de dólares desde que estalló la crisis de los gringos. 100 millones de dólares se entregarán a la empresa Vitro de Monterrey.
En su discurso no olvida felicitar a los movilizados, por cuyos hechos se logró la victoria frente al tozudo empeño privatizador del calderonismo, pero advierte que tal victoria puede ser totalmente inútil si se presenta, como denuncia, que el gobierno entregue inmensas zonas del Golfo de México para la exploración y explotación exclusiva a las grandes compañías petroleras norteamericanas, la inglesa y la española en concesiones que durarían 30 años, socavando así la soberanía nacional.
El tabasqueño dice a la gente algo que ya sabe, pero él lo sintetiza de una manera que no deja de ser admirable. Dice que el régimen de 30 potentados que se sienten dueños del país pero que en realidad son una mafia y como tal actúan. Su manera de hacerlo, denuncia, consiste en mangonear dos partidos políticos (el PRI y el PAN), un pelele cada vez más disminuido, abrumado, incapacitado y, agrega este reportante, ahora sin su brazo derecho, cerebro y gran amigo recién muerto. Y la otra arma, dice, es la televisión. Esa gran difusora de la ignorancia y la enajenación.
Luego Andrés Manuel entabla un diálogo con la gente y les demuestra que las televisoras ocultan la información. ¿Cuándo nos han dicho que el peso se devaluó, hasta este momento, en treinta por ciento? ¿En qué momento han dicho que México es el país que menos ha crecido en América Latina en los últimos dos años? ¿Por qué no han denunciado que el yerno de Elba Esther Gordillo es el subsecretario de Educación Pública? ¿Por qué no dicen que los sucesivos gobiernos, Salinas, Zedillo, Fox y Calderón han violado la Constitución de manera permanente al comprar energía eléctrica a compañías privadas a través de la Compañía Federal de Electricidad, lo cual está expresamente prohibido por la carta magna?
Anima a sus seguidores al recordar que en toda la historia de México no había habido tanta gente consciente y nos recuerda que nuestros próceres, fueron denostados y ofendidos, que a Hidalgo lo llamaron hereje, a Morelos falsario, a Juárez indio mugroso, a Villa y a Zapata bandidos, a Madero loco espiritista; sin embargo, informa que siempre que llegan a un municipio, para pedir informes del centro de la ciudad preguntan por la calle Hidalgo, Morelos o Juárez y pregunta a la gente cómo se llama la calle en donde se lleva a cabo el acto y el público responde Juárez.
El dirigente político de izquierda lleva mil 700 municipios del país visitados y dos millones de afiliados a la Convención Nacional Democrática. Otra vez, quisiéramos el nombre de un solo político de cualquier partido, activo o en la banca, que pudiera convocar a una fuerza ciudadana similar.
Y remata emotivamente su intervención diciendo que defenderemos a la nación como se pueda, con lo que se pueda y hasta donde se pueda, recordando una expresión de Benito Juárez. La gente, otra vez, lo asalta pidiéndole una firma, un saludo, las mujeres lo besan.

jueves, 30 de octubre de 2008

El capitalismo en sus estertores

PIDO DISCULPAS


por Frei Betto, escritor, autor de “Cartas da Prisão” (Agir), entre otros libros(tomado del Servicio Informativo Alai-amlatina (http://alainet.org)


Estoy gravemente enfermo. Me gustaría manifestar públicamente mis excusas a todos los que confiaron ciegamente en mí. Creyeron en mi presunto poder de multiplicar fortunas. Depositaron en mis manos el fruto de años de trabajo, de economías familiares, el capital de sus emprendimientos.Pido disculpas a quien mira a sus economías evaporase por las chimeneas virtuales de las bolsas de valores, así como a aquellos que se encuentran asfixiados por la imposibilidad de pagar, los intereses altos, la escasez de crédito, la proximidad de la recesión.Sé que en las últimas décadas extrapolé mis propios límites. Me convertí en el rey Midas, creé alrededor mío una legión de devotos, como si yo tuviese poderes divinos. Mis apóstoles —los economistas neoliberales— salieron por el mundo a pregonar que la salud financiera de los países estaría tanto mejor cuanto más ellos se arrodillasen a mis pies.Hice que gobiernos y opinión pública crean que mi éxito sería proporcional a mi libertad. Me desaté de las amarras de la producción y del Estado, de las leyes y de la moralidad. Reduje todos los valores al casino global de las bolsas, transformé el crédito en producto de consumo, convencí a una parte significativa de la humanidad de que yo sería capaz de operar el milagro de hacer brotar dinero del propio dinero, sin el lastre de bienes y servicios.Abracé la fe de que, frente a las turbulencias, yo sería capaz de autorregularme, como ocurría con la naturaleza antes de que su equilibrio fuera afectado por la acción predatoria de la llamada civilización. Me volví omnipotente, me supuse omnisciente, me impuse al planeta como omnipresente. Me globalicé.Llegué a no dormir nunca. Si la Bolsa de Tokio callaba por la noche, allá estaba yo eufórico en la de São Paulo; si la de Nueva York cerraba a la baja, yo me recompensaba con el alza de Londres. Mi pregón en Wall Street hizo de su apertura una liturgia televisada para todo el orbe terrestre. Me transformé en la cornucopia de cuya boca muchos creían que habría siempre de chorrear riqueza fácil, inmediata, abundante.Pido disculpas por haber engañado a tantos en tan poco tiempo; en especial a los economistas que mucho se esforzaron para intentar inmunizarme de las influencias del Estado. Sé que, ahora, sus teorías se derriten como sus acciones, y el estado de depresión en que viven se compara al de los bancos y de las grandes empresas.Pido disculpas por inducir multitudes a acoger, como santificadas, las palabras de mi sumo pontífice Alan Greenspan, que ocupó la sede financiera durante 19 años. Admito haber incurrido en el pecado mortal de mantener los intereses bajos, inferiores al índice de la inflación, durante largo periodo. Así, se estimuló a millones de usamericanos a la búsqueda de realizar el sueño de la casa propia. Obtuvieron créditos, compraron inmuebles y, debido al aumento de la demanda, elevé los precios y presioné la inflación. Para contenerla, el gobierno subió los intereses... y el no pago se multiplicó como una peste, minando la supuesta solidez del sistema bancario.Sufrí un colapso. Los paradigmas que me sustentaban fueron engullidos por el imprevisible agujero negro de la falta de crédito. La fuente se secó. Con las sandalias de la humildad en los pies, ruego al Estado que me proteja de un deceso vergonzoso. No puedo soportar la idea de que yo, y no una revolución de izquierda, sea el único responsable por la progresiva estatización del sistema financiero. No puedo imaginarme tutelado por los gobiernos, como en los países socialistas. Justo ahora que los bancos centrales, una institución pública, ganaban autonomía en relación con los gobiernos que los crearon y tomaban asiento en la cena de mis cardenales, ¿qué es lo que veo? Se desmorona toda la cantaleta de que fuera de mí no hay salvación.Pido disculpas anticipadas por la quiebra que se desencadenará en este mundo globalizado. ¡Adiós al crédito consignado! Los intereses subirán en la proporción de la inseguridad generalizada. Cerrados los grifos del crédito, el consumidor se armará de cautela y las empresas padecerán la sed de capital; obligadas a reducir la producción, harán lo mismo con el número de trabajadores. Países exportadores, como Brasil, tendrán menos clientes del otro lado de la barra; por lo tanto, traerán menos dinero hacia sus arcas internas y necesitarán repensar sus políticas económicas.Pido disculpas a los contribuyentes de los países ricos que ven cómo sus impuestos sirven de boya de salvación de bancos y financieras, fortuna que debería ser invertida en derechos sociales, preservación ambiental y cultura.Yo, el mercado, pido disculpas por haber cometido tantos pecados y, ahora, transferir a ustedes el peso de la penitencia. Sé que soy cínico, perverso, ganancioso. Sólo me resta suplicar que el Estado tenga piedad de mí.No oso pedir perdón a Dios, cuyo lugar pretendí ocupar. Supongo que, a esta hora, Él me mira allá desde la cima con aquella misma sonrisa irónica con que presenció la caída de la Torre de Babel (traducción ALAI).

lunes, 27 de octubre de 2008

Clausura del II Encuentro Latinoamericano de Escritores, Tulancingo 2008

Libertad de decisión de ser

Pterocles Arenarius

El primer día del año de 1994 que coincidía con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio con América del Norte (TLCAN) nos dio un hecho histórico trascendental: el levantamiento zapatista y la pequeña pero no por eso menos terrible guerra civil de doce días que sacudió a México y comenzó el derrumbe político del imperio salinista. Cuando se iniciaron las negociaciones entre los zapatistas y el gobierno, éste necesariamente debió legalizar a los rebeldes, ya que el Estado no puede ni debe ni quiere negociar con transgresores de la ley. Así los zapatistas fueron reconocidos como una fuerza indígena legal beligerante que había decidido actuar políticamente con violencia, etc… Pero entonces era preciso definir qué es indígena. Tal definición rigurosa se volvió tan escurridiza que terminó por establecerse que “Indígena es todo aquel individuo que asuma pertenecer a una etnia indígena”. Fue una de las pocas cosas inteligentes que se hicieron en ese momento: definir que es indígena el que diga “Yo soy indígena”, independientemente de sus rasgos fisonómicos, su lenguaje, su hábitat e incluso su ADN. Eso es trascendental, porque implica que las razas puras no existen. O bien que las razas puras son las de aquellos que asuman para sí la correspondiente con todas sus consecuencias.
La definición fue sabia por muchas razones de toda índole y hubiera resuelto en otra época una polémica de alto nivel intelectual que duró incluso décadas y que fue la de la identidad de lo mexicano. Abundaron los ensayos desde Vasconcelos pasando por Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Samuel Ramos, Santiago Ramírez, Octavio Paz, entre los más famosos. Lo cierto es que los mexicanos somos una multitudinaria mezcla que implica las no menos multitudinarias mezclas de las dos etnias y las dos culturas que se encontraron hace 516 años, la española y la mesoamericana.
La gran mezcla de mezclas significó en un plazo relativamente breve en términos históricos, en una monstruosa catástrofe para los indígenas habitantes originarios de estas tierras. La historia documenta que la población indígena de Mesoamérica pasó de unos 30 millones que habitaban la vasta región así llamada, para finales del siglo XVI se había reducido hasta 8 millones. Lo cierto es que los indígenas fueron sometidos a una masiva como feroz limpieza étnica que no estuvo tan lejos de lograr su exterminio por más que no fuera del todo consciente. Así como la invasión e imposición de la cultura católica de España estuvo muy cerca de acabar con todo vestigio de la no menos rica cultura prehispánica mesoamericana. Los indígenas de nuestro país fueron exterminados por asesinato directo, por sobreexplotación en el trabajo –en realidad esclavo– de las encomiendas, por las enfermedades infectocontagiosas que eran desconocidas por los aparatos inmunológicos de los aborígenes y por la violación sexual sistemática de las indígenas. La soberbia de los conquistadores y sus actitudes despiadadas contra los vencidos durante siglos han provocado lo que hoy somos como país. Los vicios de la época de la colonia no han terminado por erradicarse.
Así, hoy que vivimos desde el 2006 una polarización política han regresado los calificativos racistas con pretensiones denigrantes. Los mexicanos fuimos divididos, por la circunstancia política y los poderes fácticos en la gente bonita y los nacos. Los güeritos y el plebeyaje.
El poder económico y político llevó al poder a la derecha contra la voluntad del pueblo de México, una derecha que se niega a aceptar su nombre. Aunque su llegada al poder lo hicieron desde el sexenio pasado cuando lograron despertar la esperanza de que un “populista” (en realidad falso) que beneficiara supuestamente a las mayorías hubiera llegado al máximo cargo de decisión política, Vicente Fox pronto nos mostró sus escasas virtudes: ser atrabancado y dicharachero. Pero en su momento enseñó el verdadero rostro de la derecha mexicana, probó que ésta se ha degradado tanto que no pudieron más que llevar a dirigir a México a un hombre asombrosamente ignorante e inhabilitado para los “procesos complejos de pensamiento”. Luego de eso, en alianza con lo peor de la política mexicana y de los EU, consiguieron el entronizamiento terriblemente dificultoso, cuestionado y por ello marcado por la ilegitimidad de Felipe Calderón.
Todo esto nos ha obligado a preguntarnos si somos ese engendro racista que se pretende representado en el poder económico y en el político, la gente bonita; o bien somos la masa más o menos inconsciente y manipulada por la televisión que permitió el refrendo aunque haya sido por el fragmento, el 0.56 por ciento de una nariz de la derecha en el poder. Hablamos de esta derecha que lo hizo tan mal en todos los ámbitos durante el foxato y que lo sigue haciendo no igual sino peor ahora en el calderonato y entre paréntesis digo aquí públicamente que el señor Calderón carece –por múltiples razones, tanto derivadas del 2006, como de los momentos que vivimos– de autoridad moral para convocarnos a la unidad en torno a su gobierno.
En este momento de la historia en que la derecha se encuentra en el poder y considerando su origen, bien vale la pena que reflexionemos sobre el pensamiento de ese grupo no menos que de la manera en que están encarando los problemas de México.
Es urgente que recordemos que la derecha a que me refiero ha proclamado con alguna torpeza y nula lucidez política que “Este país –se refieren a México– fue creado por la iglesia católica. Antes de la llegada de la civilización española esta tierra era habitada por tribus que practicaban la idolatría, los sacrificios humanos y la antropofagia”. La prueba del pensamiento que se resume en tal descalificación de Mesoamérica se encuentra manifestada con prístina inocencia en la decisión de Vicente Fox durante su mandato para eliminar de los programas de estudio la historia de México anterior al siglo XVI. La derecha mexicana es católica y pretende que nuestra historia empezó precisamente hace 416 años con la llegada del catolicismo, justificador ideológico de la desaparición y suplantación de la gran cultura Mesoamericana.
Ciertamente la iglesia católica se ha opuesto a todo lo rescatable que ha ocurrido en México, desde la independencia cuando excomulgaron a Hidalgo, a Morelos y a sus seguidores. La iglesia católica hizo alianza con los invasores norteamericanos en 1847. Pero los peores anatemas se los consiguió Benito Juárez incluso hasta la fecha y los revolucionarios cuyos actos e idearios han trascendido, fueron en su momento condenados por la iglesia. Pero en el presente, el debilitamiento de esa institución religiosa, luego de múltiples escándalos de pederastia, abusos de los jerarcas contra su propia grey o sus esculapios y una intensa y extensa corrupción sólo apuntan e indican su decadencia. El catolicismo que fue impuesto a costa de muerte y sangre mexicana, a pesar de todo, tiene un trasfondo de humanismo –en la práctica olvidado por la jerarquía y por casi todos sus creyentes– que igualmente debe aportar valores de importancia a la real identidad mexicana progresista y libremente creada, escogida y asimilada.
Todo lo anterior nos lleva una vez más a preguntarnos por nuestra identidad; a que revisemos nuestro origen y, como se estableció en la Ley de concordia y pacificación que legalizaba a los zapatistas, los mexicanos seamos lo que deseamos ser. Que tomemos lo mejor de cada cultura que nos formó.
Octavio Paz se atrevió a decir que los mexicanos –por ser el producto de una violación histórica– éramos “los hijos de la chingada”, es decir, de la madre violada. Creo, sin la menor duda, que es nuestra obligación cancelar identidades tan denigrantes e incluso peyorativas como la de “Hijos de la chingada” y que, como sabiamente concluyó la ley indígena, es indígena todo aquel que así lo decida. Lo que implica que es mestizo o mexicano, todo aquel que así lo decida. Pero ser mexicano, mestizo tiene que implicar que nos apropiemos de lo mejor que nos heredaron las culturas que nos forman. Gabriel García Márquez dijo en una ocasión que “Los españoles nos quitaron todo (en cuanto a identidad y bienes materiales), pero nos dejaron todo”, en cuanto a lenguaje. Finalmente el lenguaje es una manera de apropiarse del mundo, y por cierto, es mucho más sana que la material. He tenido la fortuna de conocer a personas cultas y sensibles de origen español que padecen un sentimiento de culpa histórico por el genocidio que, sin exagerar, alcanza dimensiones planetarias –desaparecer a más de 20 millones de indígenas en 80 años es una hazaña de exterminio que habrían envidiado los nazis del siglo XX– que perpetraron sus antepasados en nuestro país, aunque esos españoles sean minoría.
Finalmente la mexicana ha sido –aunque ahora por fortuna está cambiando aceleradamente– una cultura sin padre, porque el padre de la época colonial y hasta finales del siglo XIX era el brutal cacique personificado en el arquetipo de Pedro Páramo, el que practicaba el “derecho de pernada” y en las familias mexicanas de principios del siglo XX, el papá era un pequeño tirano, un minúsculo Pedro Páramo que exigía obediencia y sumisión.
Es indudable que la identidad de los mexicanos, puesto que es factible de ser diseñada, construida y asumida, necesariamente debe allegarse las mejores virtudes de las fuentes que la constituyen. Para ello debe tener en cuenta que en Mesoamérica se dio –2000 años antes de Cristo– una hazaña del género humano, la de crear civilización espontáneamente, como producto de la más avanzada evolución natural de las comunidades humanas, fenómeno que sólo ocurrió en seis sitios de este planeta. También de eso –y mucho más que de otras cosas– somos descendientes. Las civilizaciones de Mesoamérica no fueron fracasadas ni erróneas, mucho menos permanecieron como tribus salvajes según pretende el pensamiento católico retrógrada y la derecha. Todas las civilizaciones humanas han sido, en algún momento, antropófagas, todas han practicado los sacrificios humanos; de hecho los católicos continuaban practicándolo hasta bien entrado el siglo XVII sometiendo a combustión en leña verde a todos los que no pensaran y creyeran como ellos.
Finalmente los mexicanos somos los hijos de una descomunal tragedia, los vástagos que sobrevivieron a la hecatombe. Los herederos tanto de la astronomía maya, como de la flor y el canto azteca, del Tloque-Nahuaque, el señor del cerca y el junto; de la excelsa cultura del Quetzalcóatl tolteca de estas tierras de Tula y Tulancingo, de la ciudad donde los hombres se transfiguran en Dioses, la legendaria Teotihuacan, no menos que de la lengua española que acumula vocablos del antiquísimo griego, lenguaje de los fundadores de la civilización occidental; del árabe, pueblo depositario de la cultura clásica mientras ocurría en Europa la etapa del oscurantismo; de múltiples prodigios del oriente que llegaron a nuestro país por Acapulco en la nao de China y Cipango y de los negros que fueron traídos en un acto humanitario para que ellos fueran los esclavos en vez de los indios, puesto que, como descubrieron los frailes, los indios sí tenían alma.
Hoy en la víspera del 12 octubre, luego de 516 años del primer arribo español a América –un suspiro en el devenir de la humanidad y un parpadeo en la evolución planetaria–, apelamos a lo más rico de nuestras múltiples herencias para escoger y crear nuestra identidad. Y aclararnos que si bien somos descendientes de tribus primitivas como todos los humanos, conviene que recordemos que cuando en Mesoamérica ya había ciudades, religión, escritura, urbanismo, matemáticas y astronomía, mil años antes de Cristo, en Europa, la mayoría de los humanos formaban parte del gran número de tribus nómadas apenas poco más avanzadas que las civilizaciones de la prehistoria neolítica. Asimismo no admitamos ser “Hijos de la chingada” o al menos no debemos asumirnos como tales, puesto que ninguna culpa nos toca en ello, finalmente los ancestros de este país, en una de sus vertientes, nos han heredado 40 siglos de arte y cultura, desde los remotos olmecas de Veracruz y Tabasco hasta este momento, orgullo del que muy pocas naciones del mundo pueden jactarse.
A contracorriente del momento oscuro que en muchos ámbitos transcurre nuestra vida como nación en este momento, tenemos que estar conscientes de que México ha resistido la asfixiante vecindad cercanísima con el imperio del norte de América, el que ha logrado acumular un poder de destrucción que es el más grande en la historia de la humanidad y que no ha vacilado en usarlo contra sus enemigos –la humanidad jamás debe olvidar Hiroshima y Nagasaki–. El país que habitamos se ha salvado –durante ya casi 200 años– del desmembramiento gracias en gran medida a las profundas raíces de nuestra cultura milenaria que sigue vigente en el pueblo con algunas modificaciones que le ha impuesto el devenir de la historia. En este momento, mientras en los estratos sociales económicamente superiores se deja sentir la fuerte influencia del imperio a través de la publicidad para imponer su cultura desechable y creada para gusto del lucro de los mercaderes, por abajo, en los estratos de lo que Guillermo Bonfil Batalla bautizó como el México profundo, la influencia de nuestra riqueza cultural aparece en las mismas entrañas del imperio y a la vez resiste tanto el embate de la rancia y retardataria derecha autóctona como el avance del imperio depredador dentro de nuestro país.
Para finalizar reitero que nuestra más grande riqueza sigue siendo nuestra cultura, pues mientras la literatura, las artes plásticas, la música, el cine y todas nuestras auténticas artes son de primer mundo, nuestros gobiernos, los que administran la riqueza que nos pertenece a todos han logrado indicadores de tercero o cuarto mundo. Como lo demuestra el hecho de que el índice de desarrollo personal en México está por debajo de la mitad de la tabla de los países del mundo, al nivel de naciones como Ecuador o Túnez, la corrupción se encuentra a la par de Tanzania o Senegal y la economía ha descendido del séptimo al duodécimo lugar en el mundo, lo cual sólo demuestra que la economía de México es muy grande por el tamaño de país y la gran cantidad de riquezas naturales, pero tal economía está pésimamente administrada, a pesar de que la conducen gobernantes que son de los mejor pagados del mundo.
En este momento a pesar del enorme peso político que se deja sentir en México desde el poderoso imperio norteamericano sumido en una terrible crisis que nos afectará gravemente, las manifestaciones de la resistencia en pro de las libertades, la soberanía nacional y la igualdad entre los individuos son fuertes y son la evidencia de que México se mueve en dirección correcta, hacia la evolución y el progreso de la especie humana y a contracorriente de las fuerzas que se oponen, por sus intereses históricamente momentáneos o de coyuntura, al avance de la civilización.
Ahorita, ante el monumento al escritor latinoamericano, apropiados de algo de lo mejor que, a cambio de quitarnos todo, nos dejaron los españoles, es decir, totalmente apropiados de la lengua de Góngora, Quevedo y Cervantes, desde los tiempos de Juana de Asbaje, dueños del castellano, que hemos modificado para darle nuestro propio sello, carácter y modismos, reivindiquemos lo mejor de nuestros múltiples orígenes y conmemoremos el primer contacto de los españoles con esta nuestra tierra. Finalmente el karma histórico corresponde a los españoles. Y los mexicanos si bien ya no somos exactamente indios, podemos serlo, pues eso es voluntad de cada uno como hasta la mismísima ley lo estableció; pero tampoco somos españoles, aunque nuestros nombres y apellidos tengan ese origen y es que, me parece, nadie desearía ser español y cargar con el peso de un crimen monstruoso como el que cometieron los antiguos españoles en México durante el primer siglo de la Colonia.
Aunque los tiempos sean oscuros por el momento, el sustrato profundo existe y nos conduce a realizar a futuro los cambios en el mejor sentido para nosotros y nuestros descendientes. Salud.

viernes, 24 de octubre de 2008

El imperio gringo agoniza

Ricardo Rocha


Noticias del imperio

Estados Unidos, la otrora superpotencia mundial, el todopoderoso, está enfermo. Y tal vez de muerte

También Roma se murió por dentro. Suele ser así cuando el dominio es tan absoluto y la hegemonía tan insensata. No hay modo de matar el monstruo si no es por sus propias tripas. Ya está sucediendo en Estados Unidos. La otrora superpotencia mundial. La eterna vencedora en sus guerras de película. Los dueños de la patente del american way of life. El país de las ilusiones. El dueño del destino de la raza humana. El único con capacidad para destruir este planeta hasta siete veces, por si una no fuera suficiente. El propietario del gran garrote. El todopoderoso está enfermo. Y tal vez de muerte. Y no se trata de virus ajenos; son sus propios demonios los que lo devoran: Vietnam, Granada, Panamá, Afganistán y más recientemente la carísima invasión a Irak para quitarle su petróleo. Diez décadas de atropellos so pretexto de ser los ganadores en las dos grandes guerras de la historia. También un siglo de codicia sin fin. El capitalismo en todas sus modalidades. Un neoliberalismo hipócrita y un monetarismo salvaje que se roban las cosechas, el sudor y la sangre de los más pobres en forma de créditos y otros mecanismos de control absoluto. Pues ahora resulta que todo ese inmenso y abusivo poderío está al borde del colapso. Y que Estados Unidos vive la peor crisis económica de su historia desde los días de la gran depresión. Tal vez el fin de sus tiempos. Y todo por la avaricia desatada y sin control en ese reino de la especulación, las transacciones tramposas, las riquezas ficticias y la economía ficción. Una gigantesca burbuja que finalmente reventó. Por eso e independientemente de lo que haya ocurrido ayer en el Senado estadounidense o lo que pueda pasar en los próximos días, hay costos gigantescos: en lo político, el derrumbe de George W. Bush como el peor de los mandatarios que ha habido jamás; la pérdida de la Presidencia para los republicanos y la consecuente llegada de Barack Obama a la Casa Blanca. En lo económico, es inevitable una etapa recesiva de efectos globales; es probable que se acelere el proceso de potencias emergentes como China; y lo más importante es que es posible que estemos asistiendo al principio del fin de un sistema brutalmente injusto para las mayorías, en beneficio de unos cuantos. Lo hemos dicho siempre: el gran problema de nuestro tiempo es un modelo económico que provoca la concentración de la riqueza, el aumento incesante de la pobreza y la polarización social que genera tensiones crecientes e insoportables. Un modelo que con el añadido de la corrupción y la ineficiencia se hace todavía más cruel en países como México. Donde por cierto, la versión oficial es que no nos va a pasar nada porque estamos blindados y —como dice el secretario de Economía— "no vale la pena anticiparnos sobre algo que todavía no pasa". Falso, nos vienen años de vacas muy flacas: con una severa reducción en las exportaciones; una baja de muchos miles de millones de dólares en el envío de remesas; una reducción en el crecimiento y cada vez más desempleados. Y lo más grave es que no hay una estrategia definida para enfrentar esta gravísima crisis. Y menos aún un cambio en el totémico modelo económico. Otra vez, el país a la deriva. PD. Cuarenta años ya y el 2 de octubre que no se olvida. Y cómo, si la impunidad continúa. Y ahí está Echeverría, suelto, cuando debería estar en la cárcel. En cambio, el 68 —aunque no lo reconozcan sus escépticos— nos dejó una herencia enorme de libertad y democracia. Cuando éramos realistas y exigíamos lo imposible.

viernes, 17 de octubre de 2008

López Obrador propone congelación de precios

PROPONE LÓPEZ OBRADOR SUSCRIBIR UN PACTO EN APOYO A LA ECONOMÍA Y

CONGELAR LOS PRECIOS DE ARTÍCULOS DE CONSUMO GENERALIZADO

Conferencia de prensa del presidente legítimo de México, Andrés Manuel López Obrador, para presentar una propuesta de suscripción de un pacto en apoyo a la economía popular

CARTA A LA OPINIÓN PÚBLICA

Hoy más que nunca se necesita utilizar todo el poder el Estado para proteger la economía popular y el bienestar de la población.
La crisis que está padeciendo la mayoría de los mexicanos y, desgraciadamente, el agravamiento futuro de la situación económica y social en nuestro país, exige la inmediata intervención de los gobiernos y de todas las instancias del Estado mexicano.
La gente está angustiada por la escasez de empleo, por los constantes aumentos de precios en bienes y servicios y por la falta de dinero para cubrir los gastos de alimentación, educación, salud y para pagar la luz, el agua, el gas y el pasaje.
En los 23 meses que lleva Calderón usurpando el gobierno, mientras el desempleo es el más alto de los últimos ocho años y el salario mínimo sólo se ha incrementado en 8 por ciento, el precio de la tortilla ha aumentado en 42 por ciento; el pan 60 por ciento; la leche 35 por ciento; el huevo 80 por ciento; el frijol 100 por ciento; la lenteja 130 por ciento; el arroz 130 por ciento; el aceite 113 por ciento; la carne de res 60 por ciento; la carne de cerdo 50 por ciento; el pollo 50 por ciento; el café 65 por ciento; el azúcar 40 por ciento; las pastas para sopa 62 por ciento; la gasolina 10 por ciento; el diesel 18 por ciento; el gas 20 por ciento; y la luz, sólo en lo que va del año, 100 por ciento.
Y tal parece que en el gobierno usurpador sólo están pensando en rescatar de la crisis a los potentados, sobre todo, a banqueros y grandes empresarios, como ha quedado de manifiesto al disponer, hasta ahora, de más de 11 mil millones de dólares de nuestras reservas internacionales para apoyar a especuladores y a quienes tienen grandes deudas contraídas en dólares.
Por eso, en el marco del plan anticrisis que hemos presentado al Congreso de la Unión, donde están representadas todas las fuerzas políticas del país, y en los momentos en que se está aprobando el presupuesto del año próximo, cuya facultad recae de manera exclusiva en la Cámara de Diputados, proponemos lo siguiente:
Que se convoque y persuada a los representantes de los sectores productivos y sociales, y se apliquen todos los instrumentos con que se dispone (presupuesto, leyes, decretos, subsidios, controles, regulación, entre otros) para suscribir y llevar a cabo un pacto en apoyo a la economía popular.
En una primera etapa, este pacto debe garantizar que no sigan aumentando, es decir, que se congelen los precios de los siguientes alimentos, productos y servicios:
1. Tortilla, 2. Pan, 3. Agua, 4. Leche, 5. Huevo, 6. Frijol, 7. Lenteja, 8. Arroz, 9. Aceite, 10. Carne de res y de cerdo, 11. Pollo, 12. Café, 13. Azúcar, 14. Pastas, 15. Gasolinas, 16. Diesel, 17. Energía eléctrica, 18. Gas, 19. Teléfono, 20. Transporte público, 21. Medicamentos, 22. Renta de vivienda, 23. Colegiaturas, 24. Predial, 25. Peajes de carreteras,
Este pacto debe mantenerse hasta que haya crecimiento económico, se generen empleos y se recupere el poder adquisitivo del salario, cuando menos, lo perdido en los últimos dos años.
Ya es tiempo de hacer a un lado el criterio neoliberal, la cantaleta de dejar al libre mercado y a la libre competencia, todo lo relacionado con la economía y que el Estado renuncie a su responsabilidad social. Lo cual además de carecer de sustento es una reverenda hipocresía porque siempre se ha utilizado el presupuesto público para rescatar a las instituciones financieras en quiebra y a las grandes corporaciones.
No es jugar limpio utilizar al Estado para defender intereses particulares y procurar desvanecerlo cuando se trata del beneficio de las mayorías.
Es el momento de destinar el presupuesto para proteger al pueblo y no seguirlo empleando sólo en beneficio de unos cuantos. Si de rescates se trata, rescatemos a los pobres y a las clases medias.

martes, 14 de octubre de 2008

La soledad de América Latina


[Discurso de aceptación del Premio Nobel 1982 -Texto completo]


Gabriel García Márquez


Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos parecían una cuchara. Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen.
Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonios más asombroso de nuestra realidad de aquellos tiempos. Los Cronistas de Indias nos legaron otros incontables. Eldorado, nuestro país ilusorio tan codiciado, figuró en mapas numerosos durante largos años, cambiando de lugar y de forma según la fantasía de los cartógrafos. En busca de la fuente de la Eterna Juventud, el mítico Alvar Núñez Cabeza de Vaca exploró durante ocho años el norte de México, en una expedición venática cuyos miembros se comieron unos a otros y sólo llegaron cinco de los 600 que la emprendieron. Uno de los tantos misterios que nunca fueron descifrados, es el de las once mil mulas cargadas con cien libras de oro cada una, que un día salieron del Cuzco para pagar el rescate de Atahualpa y nunca llegaron a su destino. Más tarde, durante la colonia, se vendían en Cartagena de Indias unas gallinas criadas en tierras de aluvión, en cuyas mollejas se encontraban piedrecitas de oro. Este delirio áureo de nuestros fundadores nos persiguió hasta hace poco tiempo. Apenas en el siglo pasado la misión alemana de estudiar la construcción de un ferrocarril interoceánico en el istmo de Panamá, concluyó que el proyecto era viable con la condición de que los rieles no se hicieran de hierro, que era un metal escaso en la región, sino que se hicieran de oro.
La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia. El general Antonio López de Santana, que fue tres veces dictador de México, hizo enterrar con funerales magníficos la pierna derecha que había perdido en la llamada Guerra de los Pasteles. El general García Moreno gobernó al Ecuador durante 16 años como un monarca absoluto, y su cadáver fue velado con su uniforme de gala y su coraza de condecoraciones sentado en la silla presidencial. El general Maximiliano Hernández Martínez, el déspota teósofo de El Salvador que hizo exterminar en una matanza bárbara a 30 mil campesinos, había inventado un péndulo para averiguar si los alimentos estaban envenenados, e hizo cubrir con papel rojo el alumbrado público para combatir una epidemia de escarlatina. El monumento al general Francisco Morazán, erigido en la plaza mayor de Tegucigalpa, es en realidad una estatua del mariscal Ney comprada en París en un depósito de esculturas usadas.
Hace once años, uno de los poetas insignes de nuestro tiempo, el chileno Pablo Neruda, iluminó este ámbito con su palabra. En las buenas conciencias de Europa, y a veces también en las malas, han irrumpido desde entonces con más ímpetus que nunca las noticias fantasmales de la América Latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda. No hemos tenido un instante de sosiego. Un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéreos sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón generoso, y la de un militar demócrata que había restaurado la dignidad de su pueblo. En este lapso ha habido 5 guerras y 17 golpes de estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa occidental desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi los 120 mil, que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes de la ciudad de Upsala. Numerosas mujeres arrestadas encintas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200 mil mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100 mil perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en los Estados Unidos, la cifra proporcional sería de un millón 600 mil muertes violentas en cuatro años.
De Chile, país de tradiciones hospitalarias, ha huido un millón de personas: el 10 por ciento de su población. El Uruguay, una nación minúscula de dos y medio millones de habitantes que se consideraba como el país más civilizado del continente, ha perdido en el destierro a uno de cada cinco ciudadanos. La guerra civil en El Salvador ha causado desde 1979 casi un refugiado cada 20 minutos. El país que se pudiera hacer con todos los exiliados y emigrados forzosos de América latina, tendría una población más numerosa que Noruega.
Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de la Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual éste colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad.
Pues si estas dificultades nos entorpecen a nosotros, que somos de su esencia, no es difícil entender que los talentos racionales de este lado del mundo, extasiados en la contemplación de sus propias culturas, se hayan quedado sin un método válido para interpretarnos. Es comprensible que insistan en medirnos con la misma vara con que se miden a sí mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos, y que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo fue para ellos. La interpretació n de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios. Tal vez la Europa venerable sería más comprensiva si tratara de vernos en su propio pasado. Si recordara que Londres necesitó 300 años para construir su primera muralla y otros 300 para tener un obispo, que Roma se debatió en las tinieblas de incertidumbre durante 20 siglos antes de que un rey etrusco la implantara en la historia, y que aún en el siglo XVI los pacíficos suizos de hoy, que nos deleitan con sus quesos mansos y sus relojes impávidos, ensangrentaron a Europa con soldados de fortuna. Aún en el apogeo del Renacimiento, 12 mil lansquenetes a sueldo de los ejércitos imperiales saquearon y devastaron a Roma, y pasaron a cuchillo a ocho mil de sus habitantes.
No pretendo encarnar las ilusiones de Tonio Kröger, cuyos sueños de unión entre un norte casto y un sur apasionado exaltaba Thomas Mann hace 53 años en este lugar. Pero creo que los europeos de espíritu clarificador, los que luchan también aquí por una patria grande más humana y más justa, podrían ayudarnos mejor si revisaran a fondo su manera de vernos. La solidaridad con nuestros sueños no nos haría sentir menos solos, mientras no se concrete con actos de respaldo legítimo a los pueblos que asuman la ilusión de tener una vida propia en el reparto del mundo.
América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental.
No obstante, los progresos de la navegación que han reducido tantas distancias entre nuestras Américas y Europa, parecen haber aumentado en cambio nuestra distancia cultural. ¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social? ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes? No: la violencia y el dolor desmesurados de nuestra historia son el resultado de injusticias seculares y amarguras sin cuento, y no una confabulación urdida a 3 mil leguas de nuestra casa. Pero muchos dirigentes y pensadores europeos lo han creído, con el infantilismo de los abuelos que olvidaron las locuras fructíferas de su juventud, como si no fuera posible otro destino que vivir a merced de los dos grandes dueños del mundo. Este es, amigos, el tamaño de nuestra soledad.
Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera: cada año hay 74 millones más de nacimientos que de defunciones, una cantidad de vivos nuevos como para aumentar siete veces cada año la población de Nueva York. La mayoría de ellos nacen en los países con menos recursos, y entre éstos, por supuesto, los de América Latina. En cambio, los países más prósperos han logrado acumular suficiente poder de destrucción como para aniquilar cien veces no sólo a todos los seres humanos que han existido hasta hoy, sino la totalidad de los seres vivos que han pasado por este planeta de infortunios.
Un día como el de hoy, mi maestro William Faullkner dijo en este lugar: "Me niego a admitir el fin del hombre". No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica. Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.
Agradezco a la Academia de Letras de Suecia el que me haya distinguido con un premio que me coloca junto a muchos de quienes orientaron y enriquecieron mis años de lector y de cotidiano celebrante de ese delirio sin apelación que es el oficio de escribir. Sus nombres y sus obras se me presentan hoy como sombras tutelares, pero también como el compromiso, a menudo agobiante, que se adquiere con este honor. Un duro honor que en ellos me pareció de simple justicia, pero que en mí entiendo como una más de esas lecciones con las que suele sorprendernos el destino, y que hacen más evidente nuestra condición de juguetes de un azar indescifrable, cuya única y desoladora recompensa, suelen ser, la mayoría de las veces, la incomprensión y el olvido.
Es por ello apenas natural que me interrogara, allá en ese trasfondo secreto en donde solemos trasegar con las verdades más esenciales que conforman nuestra identidad, cuál ha sido el sustento constante de mi obra, qué pudo haber llamado la atención de una manera tan comprometedora a este tribunal de árbitros tan severos. Confieso sin falsas modestias que no me ha sido fácil encontrar la razón, pero quiero creer que ha sido la misma que yo hubiera deseado. Quiero creer, amigos, que este es, una vez más, un homenaje que se rinde a la poesía. A la poesía por cuya virtud el inventario abrumador de las naves que numeró en su Iliada el viejo Homero está visitado por un viento que las empuja a navegar con su presteza intemporal y alucinada. La poesía que sostiene, en el delgado andamiaje de los tercetos del Dante, toda la fábrica densa y colosal de la Edad Media. La poesía que con tan milagrosa totalidad rescata a nuestra América en las Alturas de Machu Pichu de Pablo Neruda el grande, el más grande, y donde destilan su tristeza milenaria nuestros mejores sueños sin salida. La poesía, en fin, esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos.
En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora revelación de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía. Muchas gracias.