jueves, 20 de noviembre de 2014





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Turbulento cauce y Rumoroso delta*

Pterocles Arenarius
Rumoroso delta, Justine Hernández, Editorial De Otro Tipo, 2014. México.



Antes que nada quiero celebrar el hecho de que estemos aquí presentando un libro que contiene dos de las actividades propias de la alta civilización: la poesía y el erotismo. Pero también quiero que no olvidemos —aunque se esté volviendo moda— que fuerzas de la más bruta barbarie atentan contra la mejor elaboración de la humana convivencia, la cultura, la civilización, algo de lo más preciado que hemos creado y tales atentados se hacen desde un poder político espurio, mezquino, criminal. El asesinato a mansalva, la imposición al estilo de las bestias, el secuestro criminal desde las instituciones desde las mismas que, dicen, chillan, que debemos respetar. La desaparición de los muchachos de Ayotzinapa y el asesinato cometido el 26 de septiembre son crímenes de estado. Las reformas que llevó a cabo el gobierno son imposiciones que no debemos permitir. Enrique Peña Nieto, ese ignaro, debe renunciar. Es necesario que se lo recordemos aunque, irresponsablemente, se haya ido del país. Su desgobierno está trabajando —y no debía extrañarnos— en contra de lo que celebramos, los libros, la poesía, la cultura, la civilización. Los mexicanos padecemos un gobierno no sólo inepto, también ignaro; no sólo uno de los más corruptos del mundo, también cínico; no sólo autoritario, también criminal.

#QueRenuncie. Clamor generalizado

Pero, ojo, corruptos, atención zánganos vividores del presupuesto que extraen de nuestros bolsillos y a cambio del cual dicen gobernarnos, alerta señor analfabeta funcional que se autonombra presidente de todos los mexicanos, pongan atención aunque digan sentirse muy cansados; estamos haciendo poesía, para su desgracia estamos publicando libros, estamos hablando del erotismo; en una palabra, estamos haciendo algo de lo que usted, señor sedicente presidente, abomina y teme e ignora, estamos haciendo cultura. Y desde aquí, desde la civilización y la cultura, desde la poesía, le exigimos, por su ineptitud, por su ignorancia, por su autoritarismo y por su desinterés, en una palabra, por su desproporcionado e inenarrable pendejismo, que renuncie.
Pero pasemos a lo nuestro, a circunstancias menos tristes y mucho menos aborrecibles. Hoy estamos aquí para hablar de un libro que publica una pequeña empresa heroica, la Editorial De Otro Tipo. Se trata de un opúsculo de poesía erótica. Como ya se ha dicho, dos de las más elaboradas minuciosas y exquisitas actividades humanas.
Pero vayamos un poco atrás. Antes que de erotismo hablemos de sexo. Yo, igual que el filósofo de Güemes, pienso que el sexo es algo maravilloso.
El sexo es absolutamente un prodigio, una de las más maravillosas funciones biológicas, fisiológicas ocurridas en este planeta desde hace algunos millones de años entre los seres vivos propios de la cúspide evolutiva. Es el supremo truco de la vida para regenerarse a sí misma a través de los animales superiores y es, al fin, entre los seres vivos, una de las actividades más importantes que tales bichos pueden realizar, porque del sexo depende, en gran parte, la vida.
Primero el sexo

El sexo es un prodigioso artificio evolutivo derivado de ciertas sustancias absolutamente mágicas, nosotros las hemos llamado hormonas, y son las que provocan en los animales, entre miles de otros fenómenos a cual más de estupendo, los ímpetus que los conducen hasta la inobjetable orden de la madre natura: el ayuntamiento. La naturaleza otorga a los que participan en tan singular acto reproductivo un sublime premio, el placer más grande posible en la vida. Pero no sólo eso, madre natura, en su sabiduría inmensa, dotó a esos mismos bichos de una facultad sublime genéricamente llamada los sentimientos, y, en el clímax de éstos, el amor en sus múltiples formas. Ambos, instintos y amor, al servicio de la vida.
Pero la madre naturaleza avanza. Y su progreso tiene un sentido. Tal es lo que nosotros llamamos adaptación a las condiciones naturales y selección natural, esto es, perfeccionamiento. Los seres han evolucionado por millones de años para adaptarse mejor a la naturaleza. Y así, uno de sus más innobles especímenes, un simio astuto y desesperado, desarrolló la más formidable arma evolutiva, la que no sólo habría de asegurarle la sobrevivencia, sino convertirlo en el amo de este mundo: la inteligencia. Señoras y señores, con ustedes, la facultad de la materia que nos permite la consciencia o el saber de nosotros mismos, luego de cuatro mil quinientos millones de años, meses más o meses menos, claro está, con ustedes, la inteligencia. O el milagroso modo en que la materia tiene consciencia de sí misma y se examina, se reinventa, se amenaza con su total exterminio y, más aún, se lanza a estadios superiores privativos sólo de la divinidad. (Por cierto, he dicho que aquel simio aventurero terminó convertido en el amo de este mundo. Es curioso que los católicos llamen así a Satanás). El hombre es Satanás, el que se opone; es el diablo, el que sabe; es Lucifer, el portador de la luz. El rebelde que convirtió la sagrada misión de reproducirse en este mundo en su mejor diversión. No es en balde que los clérigos hayan combatido tan ferozmente durante siglos esta creación inapreciable.
Pterocles, sobre Rumoroso delta


Perdón por tan larga digresión, pero era necesario. Recapitulemos brevemente. Una vez que uno de los bichos existentes en el planeta estuvo dotado de los instintos, como la gran mayoría del resto de los animales, los sentimientos, como sólo los más evolucionados de los mamíferos y, por añadidura, la más grande inteligencia —que sepamos— existe en este planeta, unamos las tres facultades portentosas y tenemos un prodigio mayor todavía que el del sexo. ¿Será posible? ¡Sí! Es el erotismo. Instintos animales. Sentimientos sublimes. Inteligencia privilegiada. Placer de dioses.

Eros, el amor terrenal, según los griegos

En efecto, el erotismo se compone del impulso básico animal, el instinto; en un plano superior, su ingrediente sublimado es el amor o al menos —porque a veces el amor no es fácil— una de sus formas sutiles, la ternura o la empatía y, finalmente, la inteligencia. El erotismo es el gran invento de la inteligencia que consigo reúne a las facultades inferiores a ella. Pero no se queda ahí, el erotismo es creación, es arte. El erotismo superó al sexo, porque una obligación, como es la de reproducirse, si bien no se olvida del todo, sí se pospone cuanto sea necesario porque el erotismo es la mejor diversión o, mejor todavía, el placer más grande y más todavía, el placer por el placer. En ese sentido es la gran rebelión de la humanidad frente a la naturaleza. Es la actividad que en este mundo nos coloca en una posición suprema. El erotismo es, lo repito, tarea de dioses.
El erotismo era inevitable, como las matemáticas, como las ciencias sagradas: formas diferentes de lo mismo, el conocimiento y la aproximación a lo divino. Inevitable pero también imprescindible, como la poesía.
No es casualidad que los griegos hayan creado el mito del nacimiento de Afrodita a partir del sacrificio, del dolor de Zeus, el padre de los dioses, el vencedor de su propio padre Cronos y por ello inmortal. Y a partir del nacimiento de Afrodita, se establece que la creación del universo ocurrió por el amor, por la belleza; los atributos de la diosa.
El sexo es simple, directo, hermoso. El erotismo, en cambio —pero además de lo anterior— es complejo, laberíntico, creativo; es búsqueda, experimentación, fantasía, regodeo, inteligencia, sentimientos, no olvidando los instintos. El erotismo es la sublimación del cuerpo. Se dice que el libidinoso es en realidad un místico de la carne, mientras que el santo es un voluptuoso del espíritu. Y si no, ahí están los grandes erotómanos que conducen el acto carnal a estaturas de sublimidad divina no menos que a momentos de animalidad e instinto que suelen ser denominados satánicos. Y los poetas místicos que siempre equiparan su relación con el ser divino a la más tierna relación de los amantes. Los extremos se tocan y, es más, terminan siendo lo mismo. El erotismo es un canto al cuerpo, su divinización.
Ahora toca el milagro en dos vertientes, la poesía y el erotismo. Dos de las imprescindibles actividades humanas: la poesía y el erotismo. La poesía, dice Luis Cardoza y Aragón, “Es la única prueba fehaciente de la existencia del hombre”. El erotismo es poesía con la carne. La poesía es regodeo amoroso con las palabras. De muchas maneras, la poesía es el erotismo. Y viceversa. El juego erótico es la manifestación plena y profunda del espíritu humano. Como lo es la poesía.
"La única prueba fehaciente de la existencia..."
Luis Cardoza y Aragón

Y, mil perdones, después de tan prolijo circunloquio tan profundamente antierótico como no menos antipoético; abordemos el doble milagro, un libro de poesía y de erotismo que, como las joyas, es una obra pequeña —muy lejos de ser menor—, porque como la gema, es preciosa. Rumoroso delta.
García Márquez dice que los síntomas del enamoramiento son idénticos a los del cólera. La desazón, la angustia mortal, el temblor fino en el cuerpo entero, incluso la diarrea. En Rumoroso delta las pasiones son deliciosamente civilizadas, su moderación parece lejos de la shakesperiana muerte por amor; así, la conminación “muere conmigo.” Se aclara en una dulcísima banalidad: “¿Te gustaría cenar/ antes de la petit morte?”, convite por demás exquisito como afrancesado.
La poesía, como el erotismo son, quién lo duda, sendas epistemologías, métodos de conocimiento, entre muchos ámbitos más, del objeto amado: “Cuando me amas// penetras más allá de mis pupilas/ me tocas debajo de la piel/ y amas a todas las que soy/ y a las que fueron antes de mí”. Al final, la única certeza es la invocación a la persona amada “Pronuncia mi nombre.” Porque, lo dijo Borges, “Si como afirma el griego en el Cratilo,/ en el nombre de la rosa está la rosa/ y todo el Nilo en la palabra Nilo”.
La autora con su joven admirador

Y como contraparte de certeza tan sutil y tan concreta, no menos tiene que aparecer la incertidumbre: “¿Quién soy esta noche?// La noche de tus manos// ¿Quién te entrega como llaves/ dudas secretos necedades?// Ella. La otra. Yo.” Mas el objeto amado es un invento, lo cual es, entre otras, una de las favoritas, excelsas rutas del erotismo: “La que está contenta/ de saberse labio a labio, desnuda/ la anfitriona y el banquete/ la comensal y la huésped.” El invento culmina luego del paseo amoroso: “¿Qué pasará cuando me derrita?// cuando me tengas líquida sobre la cama.// ¿Cómo vas a condensarme, a convencerme?// No tengas piedad.// Bésame.” Sublime condena mutua de los que se aman. Cuando las almas combaten cuerpo a cuerpo.
La poesía es no menos magia. “Aparición// He encontrado/ el nombre perfecto/ para ti.// Temo pronunciarlo/ y desaparezcas.” He aquí el misterio del hombre, el del nombre. Y, en este caso particular, la magia habrá de diluirse en una laxa, dulce cotidianidad de “tejernos algo/ en la cabeza (…) el humo de un bar/ el rumor de alguna playa/ un café a mediodía/ el beso en alguna casona/ (…) una lectura compartida/ enumeraciones que no terminan/ como ésta/ quizá otro café/ otra palabra.// Puntos suspensivos…” Es decir, la otra magia, el enamoramiento tenue de la costumbre, la que nos vuelve uno con el otro. La magia de vivir.

Pterocles, Karina, Justine. En Gandhi

Una tierna acometida, una dulcísima violencia: “Es posible que caiga// por tus hombros/ a besos”. Lo que desataría el prodigio, lo que iniciaría la transformación del mundo pues “amar es combatir/ si dos se besan el mundo cambia (…)” establece Paz en su Piedra de sol. Y tanto ocurre que el momento invoca a una trascendencia bárbara: “Suicídate conmigo.// Tiemblas/ te abrazo/ Cierras los ojos”. ¿Es la invitación a la petit morte o a la grand morte, la definitiva, la que no tiene vuelta? No importa. La trascendencia del momentum amoroso es una vida en un instante. Somos otros después de un instante tan grande.
Y el lector se encuentra con un lindísimo poema cuyo nombre, si no tuviera tal poderío en los versos, intentaría arruinarlo. Unas cuantas estancias de muestra: “Sólo tengo la espuma del mar/ tómala, es tuya/ no dejes que el viento la desaparezca.” Se encarga, se encara al ser amado a conservar lo inasible, a retener lo que no existe, a inventar la invención. No otra cosa es el amor, el erotismo. Pero “enreda tus piernas en mi espalda” con lo cual se concreta lo inasible y ocurre el vuelo, se da el milagro y el paraíso sustituye al mundo terrenal. “soy un espacio neutral, no tengo armas/ las he perdido todas en batalla/ tengo sólo estas manos que te encuentran.” Y tal es la invocada maravilla que, sin embargo, aún remata o, mejor, re-vive: “sólo estas ganas de leer el braille en tu piel”, ciega, posesa, alucinada y fuera del mundo, la poeta palpa firme y sabiamente, busca, encuentra. No hace falta más prodigio.

Chesterton al absurdo por la inteligencia.

Gilbert Keith Chesterton, el fabulista del absurdo, del asombro y también del riguroso raciocinio (no olvidemos al genial padre Brown), anotó que es “Bendito aquél que se hace conducir por la pasión más bella”. Invocando así, no sin paradoja, tanto al ceder a la pasión como al control sobre sí mismo. Una sensación de ese talante produce Rumoroso delta. La pasión que es no menos regodeo. Una intensidad de tumultuoso río que deviene en, a propósito, gracioso y controlado delta. Un sexo tan educado que culmina en este erotismo que, no por costumbrista, es menos suculento. Un trabajo verbal de exquisitez y contención.



*Reseña leída en la presentación de
Rumoroso delta, el 15 de noviembre de 2014,
en la Librería Gandhi de Madero.