Tú
eres Agustín (y has hablado como una catedral)
Una
gran novela suele acumular unas cuantas virtudes para lograr el cometido de
todo objeto que se pretenda obra de arte. Tal misión es la de tocar los timbres
más profundos y sensibles de su espectador (lector, en el caso de una novela).
Una función de la mayor importancia es la de enajenarnos —en el más noble
sentido posible de la palabra. Un gobierno de déspotas procurará enajenar a su
pueblo para robarlo. Pero una obra de arte hará lo mismo con su espectador para
seducirlo, porque toda obra de arte es un acto de amor; quizá también para que
perciba mundos prodigiosos o momentos sublimes de este, por ejemplo—.
Colocarnos fuera de este globo no necesariamente tiene que ser nefasto. Tal es
lo que logra Tú eres Pedro, por más
que el personaje protagonista de la historia no sea un humanista ni un virtuoso
y, si acaso, será un héroe de la apropiación de lo ajeno y supremo adalid de la
hipocresía.
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Un gran escritor mexicano |
Tú eres Pedro,
ciertamente cita bíblica, podría ser lo que a los archimillonarios les gustaría
llamar “una historia de superación; un modelo del selfmade man”. Pero más bien expone la manera en que un hombre
alcanza el estatus de prolijamente enriquecido gracias a abusar del que
necesita, o bien de “agarrar ahorcado” (como dice nuestra expresión) a un
vendedor desesperado, de esquilmar a sus parientes sin piedad ni consideración
al nexo parental. En suma, con una notable imparcialidad Agustín Ramos nos va
narrando como la avaricia, el oportunismo, la ausencia de escrúpulos y hasta la
maldad, además de la gran hipocresía, siempre presente, logran que un hombre,
Pedro Romero de Terreros, Conde de Regla, luego de haber sido un joven sin
oficio ni beneficio se convirtiera en (muy posiblemente) el hombre más rico del
mundo de su época.
No
menos presenciamos en la novela una de las más importantes rebeliones del
pueblo contra ese, el hombre más rico del mundo. Una gesta popular que, como
muy pocas, demuestra que cuando los pueblos han perdido todo, la gente se
levanta contra los grandes poderes porque han perdido también el miedo a la
muerte. Y el que no teme a la muerte no teme a nada ya que, dice Carl Gustav
Jung, “Todo miedo es miedo a la muerte”.
Circunstancias
de Tú eres Pedro que se narran para
nuestro asombro son el puntilloso conocimiento del oficio de la minería de hace
trescientos años que demuestra el autor; el espíritu del pueblo que permea toda
la narración; la meticulosa investigación de la vida, desde su origen en España
del protagonista. La novela, en fin, es una acuciosa investigación histórica.
Pero, lo más importante…
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Al centro el autor de Tú eres Pedro |
Tú eres Pedro
transcurre en el siglo XVIII, en algún aspecto siglo glorioso para España. Si
bien ya comenzaba su terrible decadencia a pesar de ser “el imperio en donde
jamás se oculta el sol”, la gloria de este país radicaba en cursar lo que hoy
hemos llamado El Siglo de Oro de la literatura en este idioma. El siglo del
barroco.
Esta
novela, cuyos personajes viven en el áureo siglo, está escrita por un artífice
de la lengua de aquellos tiempos. Se trata de un concierto del español en el
momento sublime de su historia. Los refranes, la metaforería casi natural o
sabe dios, los apotegmas, los giros verbales, las descripciones que llegan a
ser insólitas en su economía pero tan generosamente solventes en imágenes. La
novela podría equipararse a una catedral de las muchas que se construyeron por
acá en esos tiempos. Exquisitamente churrigueresca, es decir, con la estirpe
española pero más bien adaptada con habilidad y firmemente adoptada a los modos
de estas tierras. No es excesivo anotar que Tú
eres Pedro se trata de una descomunal hazaña verbal en todo sentido.
El
lenguaje es tan envolvente, tan rico y evocativo que termina uno pensando y aun
hablando como habla la novela. Como ocurre cuando uno lee demasiados versos
rimados y se pegan tanto los modos octosílabos, endecasílabos o hasta
alejandrinos de aquellos versos tan bien hechos que acaba uno hablando en
verso.
Y
a veces los que no comprenden los motivos, las razones o sinrazones de una
rebelión, la novela nos da una brutal sacudida. Dice el sacerdote que opera
como mediador entre los mineros rebeldes y el patrón: Hijos, ya estuve con el
dueño, quedamos que a las cuatro de la tarde les partirá su metal. Id a comer a
vuestras casas.
Le
contestan: —Usted de seguro tendrá algo de comer en su casa. (…) Qué comeremos,
padre, si por eso estamos en este mitote, no por otra cosa. (…) la esposa de
Juan Barrón, sí, del cojito que está preso, parió hace días, exactamente los
mismos que no prueba bocado.
Eso es perderlo todo, incluso el miedo. Haber perdido hasta lo indispensable para sobrevivir y haberlo perdido para que vaya a manos del hombre más rico del mundo. Esa avaricia es una enfermedad del espíritu. Una avaricia infinita porque no se saciará jamás porque es la del miserable infinito, el que no tiene llenadera ni satisfará su necesidad de acumular ni siquiera si fuera propietario de todas las riquezas del mundo. Seguiría deseando más, aunque ponga en peligro las vidas de todos los humanos e incluso la propia. Y todavía así hay quienes no pueden explicarse las rebeliones de los pueblos.
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La editora Noemí y tres de sus autores: Sergio García, Agustín Ramos y Pterocles |
En
general, las novelas de Ramos son totales; dejan una sensación de completitud,
de absoluto, dejan la sensación he dicho, porque eso, el absoluto, la
completitud es imposible; ni siquiera lo logra la divina matemática, dice Kurt
Gödel; la literatura tampoco puede con el infinito, por supuesto, sin embargo,
sí puede dar la sensación de ello. Se llama “astucia literaria”, diría un
escritor hidalguense, como Agustín, el autor de Tú eres Pedro. Y de tales astucias Ramos da múltiples y formidables
lecciones. Por otra parte, en lo particular las narraciones de este autor
suelen penetrar hasta los profundos territorios donde se mueven las placas
tectónicas abisales del espíritu y cuyos movimientos gestan los terremotos
interiores que nos dejan huellas que no se borran en el resto de la vida.
Pterocles
Arenarius