domingo, 16 de diciembre de 2007

Con P de policía: podridos, prepotentes y pendejos

Con P de policía: podridos, prepotentes y pendejos


Pterocles Arenarius

Los policías mexicanos son tradicionalmente corruptos; son, diría, históricamente corruptos. Hay policías que puedo llamar humanamente monstruosos, son criminales empedernidos y añejos, pero han permanecido en la policía o en alguna corporación policiaca por décadas (uno de sus lemas es “Si quieres llegar a policía viejo, hazte pendejo”, así han permanecido en la policía, haciéndose de la vista gorda para solapar a los grandes criminales y obedeciendo sin arriesgarse a sus jefes que también se hacen de la vista gorda cuando no entran de lleno a la corrupción, la extorsión o las múltiples tran sas). Los rasos suelen, ocasionalmente, ser dados de baja por indisciplina o por corrupción o por cometer algún crimen, pero se refugian en otra fuerza policiaca, así los policías del DF aparecen en la policía del Estado de México o la de Morelos o de Puebla para luego de algunos años volver al DF, sí, a su policía.
Uno de los paradigmas de los policías mexicanos –¡no es exageración!– es el ine fable Arturo, El Negro, Durazo. Corrompido hasta la médula, despiadado, asesino, torturador, sin embargo, con gestos de generosidad interesada, y, paradójicamente, pintoresco. El Negro Durazo que hizo añeja carrera en la policía defeña es un modelo siempre imitado y nunca superado entre los policías mexicanos. Aunque ante el público los jefes policiacos se porten “institucionales”, quieren ser y son como El Negro Durazo al menos cuando se relacionan entre ellos: benévolos, incluso magnánimos con los subordinados siempre y cuando éstos sean aceptablemente rastreros; pero jefes, jefecillos o jefazos son implacables y despiadados con los enemigos y con los subordinados ya no digamos con los rebeldes, basta que no se arrastren.
Yo he sido amigo de muchos policías. Debo confesar que en la infancia y hasta la primera juventud viví en un barrio bajo de la Ciudad de México y de mis amigos de la infancia, los que no se afiliaron al escuadrón de la muerte (y, en efecto, murieron alcoholizados) ni fueron muertos en riñas o en latrocinios ni se volvieron criminales decanos, se integraron a diferentes policías. Algunos a la vil policía llamada preventiva de a pie que trabaja en la calle, otros con mejor suerte (y dinero, porque hasta donde me quedé, los puestos de policía se vendían pública y abiertamente) se hicieron judiciales del DF, otros se integraron a corporaciones del Estado de México y los más suertudos llegaron a ser judiciales federales. Todos los que conocí entraron a la policía para robar, abierta y sinceramente, para asaltar con impunidad en las calles, como ya lo habían hecho sin ser policías, pero ellos deseaban hacerlo sin correr riesgos; querían ser policías para levantar putitas y cogérselas sin paga y alguno hasta para extorsionar y luego, ya en sociedad con los delincuentes, venderles protección; para colaborar con verdaderos criminales, a cambio de la correspondiente mochada, así, los policías usan a ladronzuelos o, en plan ya más profesional, colaboran con maleantes mayores: asaltabancos, secuestradores, proxenetas o de otras “profesiones”.
Hoy se dice que la policía ha cambiado, que se han profesionalizado, que les han dado cursos y más cursos de todo género. Pero cuando he llegado a charlar con un policía de calle, de patrulla o federal los cursos, el conocimiento, la preparación brillan por ausentes. Cuando, más frecuentemente, he tenido que disputar con algún policía me doy cuenta que son impermeables a casi cualquier virtud humana, son la contraparte del poeta latino Terencio: “Nada de lo humano me es ajeno”; a estos les vale madres todo y el ciudadano sigue enfrentándose al paradigma del Negro Durazo en la peor de sus expresiones: la que surge en el policía cuando se enfrentan con alguien a quien supone más débil. La corrupción, la prepotencia, la estupidez les sale por los poros ya sea que se esté frente a cualquier polizonte de calle, peor aun ante a un judicial, aunque no hay parangón de prepotencia y brutalidad con los granaderos, los que sólo son superados por los pefepos y los afis, una punta de criminales, pero ensoberbecidos por la “mística de la corporación” (es decir, el remedo del fascismo: hacer creer a un imbécil que está haciendo algo extremadamente importante, aunque ello no sea bueno más que para sus jefes). Éstos no se tientan el corazón para matar o para violar. No estoy exagerando, cuando alguien caiga en sus manos estas palabras le parecerán insuficientes para describir la sevicia y la brutalidad. Generalmente las personas le tienen más miedo a los policías que a los delincuentes. Si ahora algo ha cambiado es porque los que eran policías se han vuelto delincuentes, antes los rateros eran nobles, ahora son torturadores, como los policías, es que de ahí provienen. No digo que absolutamente todos los policías sean así, podridos de corruptos, prepotentes de naturaleza y pendejos irremediables, no, hay algunos que de entre su propia pudrición son benévolos, hay otros que, en realidad, son gente humilde. Pero de lo que no se salva nadie es del inveterado pendejismo. Dale poder a un pendejo y aunque sea humilde de corazón, se vuelve prepotente; dale poder a un hambriento pendejo y de inmediato se vuelve corrupto. No hay vuelta de hoja, los policías son podridos, prepotentes e irremediablemente pendejos. Algunos son viles e inteligentes, pero la mayoría son irremediablemente pendejos, si no lo fueran no se meterían a la policía.
Los que siguen son algunos escenarios perfectamente posibles entre policías y ciudadanos:
–Mira, güey, tú ya me caíste gordo y te voy a dar un calambre para que se te quite lo güevudito que eres. Yo soy la autoridá, hijo de la chingada…
–No, cabrón, conmigo no te metas, te aviento a derechos humanos y te chingan.
–Qué te crees, pendejo, derechos humanos me la persina, te voy a chingar. Mira, pendejito, en la noche voy a ir con mi pareja por un varo a tu casa. Quiero 10 lucas, ¿me entiendes, mierda? Si no, te vamos a hacer un baile por sospechoso, ahí, en tu propio hogar. Nada más por sospechoso te puedo clavar hasta 80 días en arresto domiciliario, y más todavía, estoy autorizado, porque te creo sospechoso, para hacerte un cateo en el cantón sin orden de ni madres, nada más porque yo sospecho y hasta te puedo dejar incomunicado, o séase desaparecido, pa’que aprendas. Y ya sabes, si no te mochas, en el cateo voy por el botín. En una de esas hasta me ando cogiendo a tu vieja. Deveras, ¿no tienes hijas?


–A ver, usté, venga acá, ¿qué armas porta?
–¿Cuáles armas, señor?, si tengo que caminar de noche es porque trabajo el tercer turno.
–No te hagas pendejo, cabroncito, ven acá que nos acaban de reportar que por aquí anda un violador que se acaba de coger a ocho señoritas. A ver ven acá.
–No, señor, con su permiso, me voy a trabajar.
–Ah, además ¿te resistes a la autoridá, hijo de tu chingada y puta madre?
–¡Párate, hijo de tu chingada madre!, agárralo pareja, que no se te eche a correr.
–¡Agárrenlo, es ratero!
–Pa’qué gritas, pareja, si ni hay nadie…
–Pos pa’que quienes vean cuando agarremos a este pendejo que se trata de un delincuente. ¿No ves que siempre hay gente tras las ventanas, pareja?
–Ah, órale. Vamos por él, pareja…
–Ven acá hijo de tu chingada madre…
–Hay que romperle toda su madre para que se le quite lo girito al hijo de la chingada.
–Chingaste a tu madre, pendejo…
–Ay, auxilio, no me peguen, por favor…
–Chinga tu madre, pendejo. Pero además te vamos a remitir, hijo de tu puta madre, por sospechoso y por resistir con violencia a la autoridá, pedazo de mierda.
–No seas tan cabrón, pareja, vamos a arreglarnos con el joven por las buenas…
–Bueno, a ver, báscula, a ver qué armas portas, pendejo…


Podridos, prepotentes y pendejos. Así son nuestros policías. Por el momento son irredimibles, incambiables. Si no vean un enfrentamiento de granaderos con manifestantes. Los policías son crueles sin necesidad, son despiadados, son brutales y son casi absolutamente irracionales. Pero además son cobardes, porque no olvidan que “Si quieres llegar a policía viejo, hazte pendejo”, nunca aceptan un enfrentamiento en aproximada igualdad de fuerzas con los manifestantes.
Todo lo anterior viene a cuento por que ahora los diputados intentan autorizar a los policías a que ingresen, según su discreción, en el domicilio de cualquier ciudadano. Esto es una medida monstruosa, es una invitación al crimen impune, un salvoconducto dedicado a los innumerables policías-delincuentes que realizan militancia simultánea, abierta o clandestinamente, dentro de la policía y el crimen para que hagan negocios más que jugosos a costillas de los ciudadanos indefensos. Nunca en la historia reciente de México –quizá con excepción de la época del Negro Durazo, un narcotraficante entronizado como jefe de la policía de la capital del país– se había atentado tan demencialmente contra el ciudadano poniéndolo indefenso en manos del crimen legalizado.
¿Felipe, El Espurio, no tendrá idea de quienes son sus policías? ¿En manos de ellos quiere ponernos a todos los ciudadanos? ¿Con tal de atemorizar a la protesta legal de los ciudadanos y a los luchadores sociales será capaz de llegar a esta monstruosidad? Alguien tiene que detenerlo, pero no hay nadie más que nosotros, todos juntos y organizados, tenemos que detener esta aberración. Los diputados han creado este monstruoso engendro en una actitud irracional, incomprensible y servil ante el Espurio, es decir, ellos no sirven para nada, al menos no para los ciudadanos. Tendremos que hacerlo por nosotros mismos.
Por otra parte, al menos los diputados perredistas que votaron en favor de este engendro deben renunciar, porque ellos llegaron a la curul gracias a los votos en cas-cada, desde lo alto del voto por Andrés Manuel hasta los subterráneos de los diputadillos cuasi analfabetas (he conocido a varios) que hoy maman 180 mil pesos mensuales por el dificilísimo y honrosísimo trabajo de obedecer a Chucho Ortega a Chucho Zambrano a René Arce.

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