lunes, 27 de octubre de 2008

Clausura del II Encuentro Latinoamericano de Escritores, Tulancingo 2008

Libertad de decisión de ser

Pterocles Arenarius

El primer día del año de 1994 que coincidía con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio con América del Norte (TLCAN) nos dio un hecho histórico trascendental: el levantamiento zapatista y la pequeña pero no por eso menos terrible guerra civil de doce días que sacudió a México y comenzó el derrumbe político del imperio salinista. Cuando se iniciaron las negociaciones entre los zapatistas y el gobierno, éste necesariamente debió legalizar a los rebeldes, ya que el Estado no puede ni debe ni quiere negociar con transgresores de la ley. Así los zapatistas fueron reconocidos como una fuerza indígena legal beligerante que había decidido actuar políticamente con violencia, etc… Pero entonces era preciso definir qué es indígena. Tal definición rigurosa se volvió tan escurridiza que terminó por establecerse que “Indígena es todo aquel individuo que asuma pertenecer a una etnia indígena”. Fue una de las pocas cosas inteligentes que se hicieron en ese momento: definir que es indígena el que diga “Yo soy indígena”, independientemente de sus rasgos fisonómicos, su lenguaje, su hábitat e incluso su ADN. Eso es trascendental, porque implica que las razas puras no existen. O bien que las razas puras son las de aquellos que asuman para sí la correspondiente con todas sus consecuencias.
La definición fue sabia por muchas razones de toda índole y hubiera resuelto en otra época una polémica de alto nivel intelectual que duró incluso décadas y que fue la de la identidad de lo mexicano. Abundaron los ensayos desde Vasconcelos pasando por Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Samuel Ramos, Santiago Ramírez, Octavio Paz, entre los más famosos. Lo cierto es que los mexicanos somos una multitudinaria mezcla que implica las no menos multitudinarias mezclas de las dos etnias y las dos culturas que se encontraron hace 516 años, la española y la mesoamericana.
La gran mezcla de mezclas significó en un plazo relativamente breve en términos históricos, en una monstruosa catástrofe para los indígenas habitantes originarios de estas tierras. La historia documenta que la población indígena de Mesoamérica pasó de unos 30 millones que habitaban la vasta región así llamada, para finales del siglo XVI se había reducido hasta 8 millones. Lo cierto es que los indígenas fueron sometidos a una masiva como feroz limpieza étnica que no estuvo tan lejos de lograr su exterminio por más que no fuera del todo consciente. Así como la invasión e imposición de la cultura católica de España estuvo muy cerca de acabar con todo vestigio de la no menos rica cultura prehispánica mesoamericana. Los indígenas de nuestro país fueron exterminados por asesinato directo, por sobreexplotación en el trabajo –en realidad esclavo– de las encomiendas, por las enfermedades infectocontagiosas que eran desconocidas por los aparatos inmunológicos de los aborígenes y por la violación sexual sistemática de las indígenas. La soberbia de los conquistadores y sus actitudes despiadadas contra los vencidos durante siglos han provocado lo que hoy somos como país. Los vicios de la época de la colonia no han terminado por erradicarse.
Así, hoy que vivimos desde el 2006 una polarización política han regresado los calificativos racistas con pretensiones denigrantes. Los mexicanos fuimos divididos, por la circunstancia política y los poderes fácticos en la gente bonita y los nacos. Los güeritos y el plebeyaje.
El poder económico y político llevó al poder a la derecha contra la voluntad del pueblo de México, una derecha que se niega a aceptar su nombre. Aunque su llegada al poder lo hicieron desde el sexenio pasado cuando lograron despertar la esperanza de que un “populista” (en realidad falso) que beneficiara supuestamente a las mayorías hubiera llegado al máximo cargo de decisión política, Vicente Fox pronto nos mostró sus escasas virtudes: ser atrabancado y dicharachero. Pero en su momento enseñó el verdadero rostro de la derecha mexicana, probó que ésta se ha degradado tanto que no pudieron más que llevar a dirigir a México a un hombre asombrosamente ignorante e inhabilitado para los “procesos complejos de pensamiento”. Luego de eso, en alianza con lo peor de la política mexicana y de los EU, consiguieron el entronizamiento terriblemente dificultoso, cuestionado y por ello marcado por la ilegitimidad de Felipe Calderón.
Todo esto nos ha obligado a preguntarnos si somos ese engendro racista que se pretende representado en el poder económico y en el político, la gente bonita; o bien somos la masa más o menos inconsciente y manipulada por la televisión que permitió el refrendo aunque haya sido por el fragmento, el 0.56 por ciento de una nariz de la derecha en el poder. Hablamos de esta derecha que lo hizo tan mal en todos los ámbitos durante el foxato y que lo sigue haciendo no igual sino peor ahora en el calderonato y entre paréntesis digo aquí públicamente que el señor Calderón carece –por múltiples razones, tanto derivadas del 2006, como de los momentos que vivimos– de autoridad moral para convocarnos a la unidad en torno a su gobierno.
En este momento de la historia en que la derecha se encuentra en el poder y considerando su origen, bien vale la pena que reflexionemos sobre el pensamiento de ese grupo no menos que de la manera en que están encarando los problemas de México.
Es urgente que recordemos que la derecha a que me refiero ha proclamado con alguna torpeza y nula lucidez política que “Este país –se refieren a México– fue creado por la iglesia católica. Antes de la llegada de la civilización española esta tierra era habitada por tribus que practicaban la idolatría, los sacrificios humanos y la antropofagia”. La prueba del pensamiento que se resume en tal descalificación de Mesoamérica se encuentra manifestada con prístina inocencia en la decisión de Vicente Fox durante su mandato para eliminar de los programas de estudio la historia de México anterior al siglo XVI. La derecha mexicana es católica y pretende que nuestra historia empezó precisamente hace 416 años con la llegada del catolicismo, justificador ideológico de la desaparición y suplantación de la gran cultura Mesoamericana.
Ciertamente la iglesia católica se ha opuesto a todo lo rescatable que ha ocurrido en México, desde la independencia cuando excomulgaron a Hidalgo, a Morelos y a sus seguidores. La iglesia católica hizo alianza con los invasores norteamericanos en 1847. Pero los peores anatemas se los consiguió Benito Juárez incluso hasta la fecha y los revolucionarios cuyos actos e idearios han trascendido, fueron en su momento condenados por la iglesia. Pero en el presente, el debilitamiento de esa institución religiosa, luego de múltiples escándalos de pederastia, abusos de los jerarcas contra su propia grey o sus esculapios y una intensa y extensa corrupción sólo apuntan e indican su decadencia. El catolicismo que fue impuesto a costa de muerte y sangre mexicana, a pesar de todo, tiene un trasfondo de humanismo –en la práctica olvidado por la jerarquía y por casi todos sus creyentes– que igualmente debe aportar valores de importancia a la real identidad mexicana progresista y libremente creada, escogida y asimilada.
Todo lo anterior nos lleva una vez más a preguntarnos por nuestra identidad; a que revisemos nuestro origen y, como se estableció en la Ley de concordia y pacificación que legalizaba a los zapatistas, los mexicanos seamos lo que deseamos ser. Que tomemos lo mejor de cada cultura que nos formó.
Octavio Paz se atrevió a decir que los mexicanos –por ser el producto de una violación histórica– éramos “los hijos de la chingada”, es decir, de la madre violada. Creo, sin la menor duda, que es nuestra obligación cancelar identidades tan denigrantes e incluso peyorativas como la de “Hijos de la chingada” y que, como sabiamente concluyó la ley indígena, es indígena todo aquel que así lo decida. Lo que implica que es mestizo o mexicano, todo aquel que así lo decida. Pero ser mexicano, mestizo tiene que implicar que nos apropiemos de lo mejor que nos heredaron las culturas que nos forman. Gabriel García Márquez dijo en una ocasión que “Los españoles nos quitaron todo (en cuanto a identidad y bienes materiales), pero nos dejaron todo”, en cuanto a lenguaje. Finalmente el lenguaje es una manera de apropiarse del mundo, y por cierto, es mucho más sana que la material. He tenido la fortuna de conocer a personas cultas y sensibles de origen español que padecen un sentimiento de culpa histórico por el genocidio que, sin exagerar, alcanza dimensiones planetarias –desaparecer a más de 20 millones de indígenas en 80 años es una hazaña de exterminio que habrían envidiado los nazis del siglo XX– que perpetraron sus antepasados en nuestro país, aunque esos españoles sean minoría.
Finalmente la mexicana ha sido –aunque ahora por fortuna está cambiando aceleradamente– una cultura sin padre, porque el padre de la época colonial y hasta finales del siglo XIX era el brutal cacique personificado en el arquetipo de Pedro Páramo, el que practicaba el “derecho de pernada” y en las familias mexicanas de principios del siglo XX, el papá era un pequeño tirano, un minúsculo Pedro Páramo que exigía obediencia y sumisión.
Es indudable que la identidad de los mexicanos, puesto que es factible de ser diseñada, construida y asumida, necesariamente debe allegarse las mejores virtudes de las fuentes que la constituyen. Para ello debe tener en cuenta que en Mesoamérica se dio –2000 años antes de Cristo– una hazaña del género humano, la de crear civilización espontáneamente, como producto de la más avanzada evolución natural de las comunidades humanas, fenómeno que sólo ocurrió en seis sitios de este planeta. También de eso –y mucho más que de otras cosas– somos descendientes. Las civilizaciones de Mesoamérica no fueron fracasadas ni erróneas, mucho menos permanecieron como tribus salvajes según pretende el pensamiento católico retrógrada y la derecha. Todas las civilizaciones humanas han sido, en algún momento, antropófagas, todas han practicado los sacrificios humanos; de hecho los católicos continuaban practicándolo hasta bien entrado el siglo XVII sometiendo a combustión en leña verde a todos los que no pensaran y creyeran como ellos.
Finalmente los mexicanos somos los hijos de una descomunal tragedia, los vástagos que sobrevivieron a la hecatombe. Los herederos tanto de la astronomía maya, como de la flor y el canto azteca, del Tloque-Nahuaque, el señor del cerca y el junto; de la excelsa cultura del Quetzalcóatl tolteca de estas tierras de Tula y Tulancingo, de la ciudad donde los hombres se transfiguran en Dioses, la legendaria Teotihuacan, no menos que de la lengua española que acumula vocablos del antiquísimo griego, lenguaje de los fundadores de la civilización occidental; del árabe, pueblo depositario de la cultura clásica mientras ocurría en Europa la etapa del oscurantismo; de múltiples prodigios del oriente que llegaron a nuestro país por Acapulco en la nao de China y Cipango y de los negros que fueron traídos en un acto humanitario para que ellos fueran los esclavos en vez de los indios, puesto que, como descubrieron los frailes, los indios sí tenían alma.
Hoy en la víspera del 12 octubre, luego de 516 años del primer arribo español a América –un suspiro en el devenir de la humanidad y un parpadeo en la evolución planetaria–, apelamos a lo más rico de nuestras múltiples herencias para escoger y crear nuestra identidad. Y aclararnos que si bien somos descendientes de tribus primitivas como todos los humanos, conviene que recordemos que cuando en Mesoamérica ya había ciudades, religión, escritura, urbanismo, matemáticas y astronomía, mil años antes de Cristo, en Europa, la mayoría de los humanos formaban parte del gran número de tribus nómadas apenas poco más avanzadas que las civilizaciones de la prehistoria neolítica. Asimismo no admitamos ser “Hijos de la chingada” o al menos no debemos asumirnos como tales, puesto que ninguna culpa nos toca en ello, finalmente los ancestros de este país, en una de sus vertientes, nos han heredado 40 siglos de arte y cultura, desde los remotos olmecas de Veracruz y Tabasco hasta este momento, orgullo del que muy pocas naciones del mundo pueden jactarse.
A contracorriente del momento oscuro que en muchos ámbitos transcurre nuestra vida como nación en este momento, tenemos que estar conscientes de que México ha resistido la asfixiante vecindad cercanísima con el imperio del norte de América, el que ha logrado acumular un poder de destrucción que es el más grande en la historia de la humanidad y que no ha vacilado en usarlo contra sus enemigos –la humanidad jamás debe olvidar Hiroshima y Nagasaki–. El país que habitamos se ha salvado –durante ya casi 200 años– del desmembramiento gracias en gran medida a las profundas raíces de nuestra cultura milenaria que sigue vigente en el pueblo con algunas modificaciones que le ha impuesto el devenir de la historia. En este momento, mientras en los estratos sociales económicamente superiores se deja sentir la fuerte influencia del imperio a través de la publicidad para imponer su cultura desechable y creada para gusto del lucro de los mercaderes, por abajo, en los estratos de lo que Guillermo Bonfil Batalla bautizó como el México profundo, la influencia de nuestra riqueza cultural aparece en las mismas entrañas del imperio y a la vez resiste tanto el embate de la rancia y retardataria derecha autóctona como el avance del imperio depredador dentro de nuestro país.
Para finalizar reitero que nuestra más grande riqueza sigue siendo nuestra cultura, pues mientras la literatura, las artes plásticas, la música, el cine y todas nuestras auténticas artes son de primer mundo, nuestros gobiernos, los que administran la riqueza que nos pertenece a todos han logrado indicadores de tercero o cuarto mundo. Como lo demuestra el hecho de que el índice de desarrollo personal en México está por debajo de la mitad de la tabla de los países del mundo, al nivel de naciones como Ecuador o Túnez, la corrupción se encuentra a la par de Tanzania o Senegal y la economía ha descendido del séptimo al duodécimo lugar en el mundo, lo cual sólo demuestra que la economía de México es muy grande por el tamaño de país y la gran cantidad de riquezas naturales, pero tal economía está pésimamente administrada, a pesar de que la conducen gobernantes que son de los mejor pagados del mundo.
En este momento a pesar del enorme peso político que se deja sentir en México desde el poderoso imperio norteamericano sumido en una terrible crisis que nos afectará gravemente, las manifestaciones de la resistencia en pro de las libertades, la soberanía nacional y la igualdad entre los individuos son fuertes y son la evidencia de que México se mueve en dirección correcta, hacia la evolución y el progreso de la especie humana y a contracorriente de las fuerzas que se oponen, por sus intereses históricamente momentáneos o de coyuntura, al avance de la civilización.
Ahorita, ante el monumento al escritor latinoamericano, apropiados de algo de lo mejor que, a cambio de quitarnos todo, nos dejaron los españoles, es decir, totalmente apropiados de la lengua de Góngora, Quevedo y Cervantes, desde los tiempos de Juana de Asbaje, dueños del castellano, que hemos modificado para darle nuestro propio sello, carácter y modismos, reivindiquemos lo mejor de nuestros múltiples orígenes y conmemoremos el primer contacto de los españoles con esta nuestra tierra. Finalmente el karma histórico corresponde a los españoles. Y los mexicanos si bien ya no somos exactamente indios, podemos serlo, pues eso es voluntad de cada uno como hasta la mismísima ley lo estableció; pero tampoco somos españoles, aunque nuestros nombres y apellidos tengan ese origen y es que, me parece, nadie desearía ser español y cargar con el peso de un crimen monstruoso como el que cometieron los antiguos españoles en México durante el primer siglo de la Colonia.
Aunque los tiempos sean oscuros por el momento, el sustrato profundo existe y nos conduce a realizar a futuro los cambios en el mejor sentido para nosotros y nuestros descendientes. Salud.

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