domingo, 2 de marzo de 2014


 
Una novela de la muerte

Pterocles Arenarius

Para Charlie Monttana, con mis mejores deseos de que se recupere rápida y totalmente; para mi querido compadre Jorge Borja; para mi querida editora Noemí Luna García.
 

Pterocles, Violeta y Charlie Monttana
bajo el numen de Sor Juanita, nuestra madre
literaria.

 

Una vez tuve oportunidad de husmear en los archivos del Instituto Estatal de la Cultura de Guanajuato acerca de los concursantes en los premios nacionales de literatura a que convoca ese estado. Me sorprendió mucho que en ese concurso —sería el año 2004— participaban treinta y cuatro poemarios, veintidós libros de cuentos y doce novelas. (Antes de continuar tengo que decirles que yo viví en Guanajuato diez años. Que en esa ciudad —jamás vayan a decir en ese pueblo porque se ofenden gravemente los guanajuatenses, aunque si caminas quince minutos casi en cualquier dirección ya estás en la carretera—, digo, en esa ciudad como en cualquier otra del mundo hay gente que encuentra sus motivos para hacerse sentir como gente mala y otra gente que no es más que buena y que aquellos que procuran el mal para sus semejantes encuentran un motivo excelente en un obsesivo chauvinismo. La humanidad la dividen en los exógenos y ellos —hay culteranos guanajuatenses que así nombran al resto de los miembros de la especie humana—. ¿La razón?: no nacieron en Guanajuato capital.
Guanajuato es un formidable
desmadre urbanístico
Lo cierto es que Guanajuato se ha salvado de convertirse en un pueblo fantasma varias veces en su historia, la última fue gracias al Festival Internacional Cervantino, si no fuera por eso, aun con su hermosa arquitectura, con su desordenadísima y muy agradable antiurbanización, sería un pueblo abandonado, como ya lo han sido en alguna etapa). Pido su tolerancia por esta caprichosa digresión, hablaba de que me había sorprendido que eran muy pocas novelas, doce, las inscritas en el concurso “Jorge Ibargüengoitia”, un poco más de cuentos, veintidós, en el concurso “Efrén Hernández” y el mayor número era de poemarios, treinta y cuatro para el concurso “Efraín Huerta”. Por cierto, esos concursos, supongo con muy buenas razones para ello que, como la gran mayoría de los concursos en México, han estado siempre amañados. Aunque parezca un abuso les cuento.

En el 2005 concursé con este libro, Fiestas, que publicó años después, en 2011, la editorial Eterno Femenino que dirige mi querida amiga Noemí Luna García.
El ganador del concurso fue un libro que se llama Café Brindisi y otros espacios imaginarios. Ya dije el pecado, no diré el nombre del pecador. El autor no asistió a la premiación. Tuvo ese minúsculo rasgo de dignidad que se llama vergüenza. Uno de los jurados del concurso leyó, a nombre del autor, un cuento de ese libro. Era un chiste más o menos culterano. Un antropólogo se internaba en la selva, donde hay negros antropófagos que capturan al antropólogo y lo meten en un gran caldero, se lo van a comer, claro. Es decir, también son antropologófagos. Pero el antropólogo, muy listo él, hace una afirmación a otro de los prisioneros que está, como él, en un gran perol a punto de que lo cuezan para ingerirlo. Gracias a su docta afirmación, el antropólogo de marras logra que lo liberen los negros y abandona al otro a quien sí degluten los salvajes. En serio. El chiste, del cual no me acuerdo, se encontraba en aquella afirmación del antropólogo que le salvaba la vida y condenaba al otro. Pero el pequeño detalle, para empezar, es que aquello no era cuento, sino un chiste. Y pensé que si ese era la mejor muestra de Café Brindisi…, entonces cómo estarían los textos medianos… En fin. Mi Fiestas perdió con un libro de chistes. Hay mucho más, pero que ahí quede sobre esos concursos. Además, no nos indignemos, en México casi todos los concursos son así, regalos de los cuates para los cuates.

Bueno, regreso al principio. Decía que era para mí sorpresivo que hubiera muchos más poemarios, poco menos libros de cuentos y muy pocas novelas. Cuando que, es bien sabido, escribir un poema es mucho más difícil que escribir un cuento y éste es más difícil que una novela. Sin embargo, curiosamente, la dedicación, el oficio y el tiempo para crear un objeto de cada uno de esos géneros es inversamente proporcional con la dificultad.

He escrito lo anterior porque vengo aquí a hablar de una novela que fue escrita en la ciudad de Guanajuato capital y aunque el camino es muy otro, el tema es el mismo, esa ciudad y la literatura. Una muerte inmejorable, la novela de que venimos a hablar, ocurre en Guanajuato, los personajes, son, aunque algunos ficticios, otros reales pero todos, habitantes de esa ciudad.

Pero ¿por qué escribir una novela acerca de Guanajuato, sus habitantes, su chauvinismo, sus buenas y sus malas costumbres y, la peor de todas las costumbres humanas, la muerte?

Bueno, en primer lugar, la respuesta es un misterio. Yo creo que los temas no los escogemos, sino que ellos nos escogen, porque tienen que ver mucho con lo que somos. En segundo lugar, todo escritor, sin duda, se alimenta de la realidad, aun cuando escriba los más delirantes, alucinados o deliciosos motivos fantásticos; esa realidad que todo artista procesa a través de sí mismo es la sustancia de toda creación artística. Entonces, aquello que cimbra al escritor, lo que lo conmueve, lo que lo enamora, lo que lo horroriza, eso se le impone como su tema. Y ha sido obtenido de la realidad y procesado a través de ese autor. En tercer lugar, en todo sitio en que nos hallemos, siempre habrá un debe y un haber. El creador dice “Este lugar, esta gente me la debe y tengo que cobrársela, por supuesto que me las van a pagar. Pero también, le debo y tengo que pagarle”. Finalmente mi novela es un ajuste de cuentas. Es un tributo a Guanajuato, pero también es una exhibición. Y no hablo de sus gobiernos, ya sabemos que son ladrones, mentirosos, corruptazos, cínicos, etc.
Vieja ciudad ultraconservadora.
Viejos amargados.
Hablo de la gente. Recién llegué a esa ciudad me dijeron: mira, ese viejito ochentón, hace más de medio siglo fue novio de aquella otra viejita que diario está en su ventana viendo pasar a la gente. Pero nunca se casaron ni tampoco nada de eso que ustedes están pensando…, nada… Y esa es una historia recurrente en Guanajuato. Conocí al menos a diez parejas de ancianos que eran señoritos.
Y uno se pregunta, si a este inocente octogenario le hubieran dicho a sus treinta y cinco de edad, mira, cabrón, en un año te vas a morir, yo estoy seguro que jamás se hubieran permitido desperdiciar así el resto de su vida. Porque la muerte es lo que hace preciosa la vida. Gracias a la muerte es que cada momento que vivimos es irrepetible y excepcional: único. Es la muerte la que nos impele a vivir. Abandonar la idea de la muerte es abandonar la vida. Eso hicieron esos viejos y la vida los abandonó. Y se han ido muriendo y muy tarde, muy dolorosamente, descubren que no vivieron.

Una muerte inmejorable es una novela de la muerte, en donde se impone Tánatos, el dios de la muerte. Pero, necesariamente tiene que serlo también de Eros, el dios de la vida. Así, es no menos una novela erótica. En efecto, es un cogedero.
Tánatos, dios de la muerte.

Pero la muerte es un motivo filosófico trascendental, el origen de la metafísica y proveedora de las más arduas inquisiciones ontológicas y de los cuestionamientos irresolubles por esa ciencia y, hasta el momento, por ninguna otra. Por eso, también la muerte es el fundamento de las escuelas mistéricas, esotéricas de toda la historia de la humanidad. Desde las más antiguas civilizaciones en Egipto; en Uruk, Eridú, Ur y Lagash; en Grecia con los ritos eleusinos, délficos y dionisiacos, etc., hasta la actualidad, pasando por los templarios, los alquimistas, el proceso de iniciación es una muerte simbólica. Porque tiene que ser simbólica porque una muerte real es el viaje sin retorno. Pero vivir una muerte simbólica es un privilegio que ningún ser humano debía perderse. A muchos se la impone el despiadado azar y, en efecto, terminan sintiéndose personas especiales, gente que cree tener una misión en este mundo y que ha descubierto el sentido, al menos, de su propia existencia, si no es que el sentido de la vida en general. La diferencia es haber confrontado a la muerte cara a cara. ¡Todos somos personas muy especiales, únicas! La iniciación, la muerte simbólica, es el tremendo aliciente, es como reiniciarse después de haber cambiado para mejorar el software. Así, esta novela es también iniciática. El personaje experimenta la circunstancia, la cercanía de la muerte. Eso le cambia la vida a cualquier ser humano. Es en ese momento cuando una persona decide vivir como si fuera el último día. Porque quizás lo sea.

Nosotros vivimos extraordinariamente tranquilos porque nos hemos acostumbrado a no pensar en la muerte. Pero yo creo, como dice Carlos Castaneda que le enseñó el brujo don Juan Matus, que la muerte siempre está con nosotros, nos vigila, nos acompaña y se encuentra a nuestra izquierda, siempre observándonos. Y, al menos los occidentales, los civilizados, nos negamos a pensar en ella.
Don Juan Matus, brujo.
Una muerte inmejorable es también una novela política, porque, al final, todo es política, incluso la abstención es una postura política de la que siempre se aprovechan esos parásitos en que se han convertido los políticos mexicanos. Una muerte… es una novela humorística, en la que la vida se burla constantemente de aquel que cree tener a la muerte esperándolo, pero lo lleva a vencerse a sí mismo, lo conduce a circunstancias insospechadas y al descubrimiento de sí mismo. Al final, una novela de la muerte se vuelve una novela de la vida, del ansia de vivir desaforadamente, de la búsqueda de la manera de disfrutar esta vida al máximo. Pero no menos es una novela en la que ocurre una introyección hacia el infinito que nos habita. Como dijera el científico Werner Heisenberg, cuando el hombre se pone a investigar y a descubrir los secretos de la naturaleza, lo que encuentra es el conocimiento de sí mismo.

También es una novela de monstruosos fracasos. En su momento solicité durante tres años por lo menos, una beca miserable, de cuatro mil pesos mensuales al ya mencionado Instituto de la Cultura de Guanajuato. Me la negaron siempre. La inscribí en el concurso Jorge Ibargüengoitia, ni siquiera supe si alguien se dignó leerla. Pero siempre creí que no era mala la novela. Entonces la subí a un blog y la leyeron seis personas. Ya la borré. Luego la mandé a un concurso en España. Y se quedó en la orillita. Llegó a finalista entre 174 novelas de 17 países, quedó entre las diez finalistas. ¡Pero qué pinche terquedad!, ¿no es cierto? Al final encontré el concurso de la editorial De Otro Tipo y la envié a ese concurso luego de corregirla línea por línea y volarle como setenta cuartillas y agregarle otras treinta. Y ganó. El primer lugar.

Por último quiero decirles que Una muerte inmejorable es una novela que fue hecha, fue escrita, en unos tres años, quizá cuatro, por el de la voz. Pero este escritor que está perorando frente a ustedes, puedo decirlo, fue hecho, ¿fue escrito?, en buena medida por esa novela.

Una muerte inmejorable: más de tres años de
golpear teclas.

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