viernes, 17 de febrero de 2017

En la Pulquería Insurgentes, hicimos sendas apologías del maestro Eusebio Ruvalcaba, además, comentarios sobre el libro No todas las aves cantan en la oscuridad de Enrique Ramírez. El texto que leí en el acto es el que sigue:
Un héroe y un militante
Homenaje a Eusebio y elogio de Enrique

Pterocles Arenarius

Se fue el gran creador, tan grande cualitativa como cuantitativamente. Tan grande que en su modestia ni siquiera llevaba la cuenta de los libros que había publicado.
El gran intelectual melómano. Sin duda el escritor que más sabía de música en este país.
Se nos fue el gran maestro. Tan grande que sólo cuando sabemos a ciencia cierta que su ausencia será irremediable, nos percatamos de cuánto deja vacío en este mundo. El amigo que no tenía precio, el que consideró la amistad como una de las formas elevadas del amor. El autor infatigable cuya disciplina como de músico alemán lo llevó a escribir y publicar más de 60 libros. El tallerista de férreo rigor, enemigo acérrimo de la chambonería en la creación.
Eusebio Ruvalcaba era sus grandes ideas, sus refinadas emociones, su vasto conocimiento de la música y de la literatura, él era su bondad y su amor para los amigos. La amistad de Eusebio era un delicioso regalo de la vida.
Y hablando de Eusebio traigo a colación a uno de sus héroes. Se llama Wolfgang. Y está en algún lugar, en una dimensión que somos incapaces de incluso concebir, Amadeus mira a veces hacia este mundo. Y en una de esas, era el año 2012 y vio a Aimi Kobayashi, entonces, una criatura de 12 años que, en la Casa Internacional de la Música de Moscú, bajo la batuta de Vladimir Spivakov y la Orquesta de Virtuosos de Moscú interpretaron el concierto Coronación que él, Wolfgang, escribió en 1788 y que alguien, años después, sobrenombró así en honor a un pinche reyezuelo olvidado. Y desde ahí donde está, Amadeus dijo al observar tan acuciosa, tan amorosa interpretación de su obra, es decir, de él: “Sigo entre los hombres. Cada uno de ésos que hierven de emociones y algunos hasta lloran, tiene una parte de lo que en ese pequeñísimo mundo que ellos llaman Tierra dejó, cuando vivió esto que ahí llamaron Wolfgang Amadeus Mozart. Y si estoy aquí en el estado de lo sublime es porque sigo viviendo allí, en ese pequeñísimo mundo que llaman Tierra, pues he ahí que mis ideas, mis emociones, mis caprichos y hasta mis vicios siguen existiendo”.
Así, en este momento, Eusebio está entre nosotros. Y ha comprendido que, al final, no somos más que las emociones propias y las que hemos despertado en otros. Las ideas que generamos y que las repartimos por el mundo a veces bien, a veces regular y también mal. Somos los amores que hemos despertado en algunas personas. Y en este momento Eusebio nos observa y se da cuenta que sigue vivo en nosotros, los que lo amamos.
A raíz de la muerte de mi amigo Eusebio he pensado, una vez más, ¿para qué estamos en este mundo?
Y antes que nada me describo a eso que llamamos este mundo. Es el planeta llamado Tierra y se encuentra bajo el cobijo de una estrella que llamamos Sol. El Sol es un astro más bien vulgar de entre unas 400 mil millones de entes estelares de la agrupación llamada el camino de la leche, sin albur, por eso mejor, digámosle Vía Láctea. Y ese conjunto inconcebible es sólo uno más de las ¿100 mil millones o el doble o el triple de galaxias? que hay en un universo que tardaríamos 90 mil millones de años en recorrer en el inalcanzable caso de que fuéramos capaces de movernos a la velocidad de la luz.
Lo que quiero decir es que si en relación con el universo alguien dijera que no existimos no estaría faltando a la verdad. Ante esos números, ante esas dimensiones esta existencia es lo mismo que no existir.
¿Entonces para qué vivimos, para qué tenemos consciencia si ésta, en comparación con lo que llamamos la vida del universo es como una chispa que resplandece una fracción de segundo y luego desaparece para siempre?
Enrique Ramírez, poeta y artista plástico, sin hacerlo explícitamente, nos da una respuesta. Y lo hace con su poesía.
Primero. La poesía no sirve para fines prácticos. Podríamos decir que la poesía no sirve para nada. Pero es así porque se trata del ejercicio más humano de cuantos ha inventado y conoce el hombre. La poesía se encuentra en tantos lugares como milagros ocurren en el pasmoso universo que habitamos, para que la vida continúe, para que la belleza ocurra, para que el conocimiento siga asombrándonos y no menos para que la desesperación, la tristeza no terminen por avasallarnos.
he nacido triste
sin sentido
desganado
(…)
he nacido sin causa
pesimista
con dolor en los testículos
(…)
con un sentimiento de nostalgia
(…)
con las tripas de fuera
(…)
he nacido solo
solito como un peral que recibe el sol
pero sobre todo
para morir
Ha dicho el filósofo que el hombre es un ser para la muerte. El poeta, a punta de sentimiento, de su propia desolación y la búsqueda en sí mismo lo ha descubierto.
Es decir, la poesía, que, como hemos dicho, no sirve para nada, sólo sirve para lo más importante que pueda haber en este mundo: para hacernos más humanos. Que ya bastante tenemos todavía del animal que fuimos. Que seguimos siendo.
Esto es idéntico a lo que en tiempos remotos, hace siglos, se conoció como la alquimia. Los alquimistas, se dice, fabricaban oro a partir de metales burdos, concretamente del plomo. La ciencia moderna no ha probado que lo hicieran, tampoco que no. Pero sí ha encontrado que es posible hacerlo, aunque, con la actual tecnología, sea muy caro. Lo importante para nosotros es lo simbólico de la alquimia. A partir de la vulgaridad, de los materiales rústicos, del plomo o la ordinaria cotidianidad, el poeta-alquimista, obtiene el oro de la poesía, el lapis-philosoforum, la piedra filosófica, aunque sea envenenada, es decir, en lugar del elíxir de la vida perdurable, en el caso de Enrique Ramírez, éste brinda una invocación para la otra cara de la vida.
Quiero decirle al constructor
del circuito interior
métame en un bache
deje caer el cemento
sobre el flaco cuerpo
después al estar a punto de morir
recordaría los autos a 100 Km /h
sobre la cabeza
la urbe no se detendrá a mirar el hoyo.
Estamos ante una poesía que no da concesiones en absoluto y tan no las da que ni el mismo poeta se perdona. Es una poesía dura, despiadada; incluso las expresiones, las palabras, son deliberadas para aludir al desasosiego, a la muerte incluso, sin ambages; aquí el poeta no se anda con chingaderas. Se asoma al abismo con una sangre fría que llega, sin dudas, a atemorizar.
Las palabras y el sentimiento es el mismo
¿cuánto tiempo
vagando
entre los días y la soledad?
comiendo migajas de galletas de animalitos
bullendo del hocico o mente
dramas con letras
en el papel
para distraer las ganas de regresar al polvo.
La poesía ocurre, como el milagro de amanecer o la caída de una estrella fugaz. Es como respirar. Está aquí la atmósfera contra todo pronóstico, desde hace unos 4 mil 500 millones de años. Si alguien tiene buena salud, si es notoriamente feliz a pesar de que el país se despedaza y nos gobiernan delincuentes, si es creativo y hasta tiene fe en la humanidad, no lo duden, es alguien que está en contacto con la poesía. La poesía es, finalmente, salvación.
En el poema siguiente se describe el milagro de la existencia de un gusano.
Horrores en el suelo
tener más de 70 años
es una hazaña que el
insecto
no desea y no siente
se conforma
con un medio día
donde pisan la tierra tenis zapatos
no prestan atención
a esta alimaña
ni a
él le importa
pues se entretiene contando
la arena negra con sus patas
suspirando
sin saber que
un dedo está a punto de aplastarlo.
Somos para la muerte, lo ha dicho el poeta Enrique Ramírez, lo confirmó Eusebio al partir de este mundo. Pero la muerte no existe. Como lo prueba el mismo Eusebio.
Eusebio Ruvalcaba se fue de este mundo. Pero aunque las ideas, las emociones, los amores que se reunían en esa persona que todos amamos ya no está físicamente, eso que lo formaba sigue aquí, está en nosotros, igual que sigue Mozart cada vez que es interpretado.
Y mientras Eusebio nos mira desde donde esté, con esa mirada medio sesgada, medio oblicua, con esa intención traviesa, con ese afecto purísimo y entrañable, con ese saludo que hacía sonar su dedo medio contra tu mano, con sus barbas canas y sus ojos inteligentes, les digo, amigos, para eso existimos, para cambiar este mundo, para que la vida siga, para salvarnos por el conocimiento, por la sabiduría, por el amor.
Por aquí anda Eusebio, aquí está, entre nosotros,
¡Salud, carnalito!
Y este día, 15 de febrero del año 2017 según el calendario occidental; el 1395 del calendario musulmán; el 4714 del calendario chino y el calendario masónico dice que estamos en el año 6017 de la verdadera luz, mientras el 2017 corresponde, dicen ellos, a la era vulgar. Bien, este día, en un país que se encuentra muy próximo al abismo, a una gran catástrofe social y que se llama México ―oficialmente Estados Unidos Mexicanos―, en la Ciudad de México, hasta hace poco Distrito Federal, se presenta un libro de poesía. Se celebra a un gran hombre que nos dejó pero que, a partir del día en que se fue, se volvió El Escritor. Pocos actos más inapropiados en un país que se desangra, que quizá agonice.
Sin embargo, como dice aquella hermosa canción, “¿Quién dijo que todo está perdido? Aquí vengo a ofrecer mi corazón”. Lo cual me remite a la última pregunta.
¿Vale la pena que alguien dedique su vida a crear poesía como lo hizo Eusebio?
Vale. Porque mientras esto ocurra, significa que habrá esperanza.

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