jueves, 8 de noviembre de 2007

I Encuentro Latinoamericano de Escritores Tulancingo 2007

Ecos de Tulancingo 2007


Pterocles Arenarius


Los dioses se complacen en
reunir a los que son semejantes.
Tácito

La cultura es todo cuanto hacemos. Hasta la manera de caminar es cultural, si no preguntémosle a una cubana, a un portorriqueño: se quejarán de las rígidas maneras con que mueven sus cuerpos –masculinos y femeninos– al caminar los diversos grupos regionales de mexicanos.
Cuanto hacemos es cultura y responde a lo profundo de nuestra sicología, de nuestro inconsciente. Es decir, de nuestra alma. A través de nuestras manifestaciones culturales nos retratamos ante el resto del mundo, pero –más importante–, ante nosotros mismos. Un pueblo que no se retrata constantemente a sí mismo se pone en peligro de desaparecer. Porque al escribirse, pintarse, esculpirse, musicalizarse, al danzar está tanto reinventándose como recordándose a sí mismo. Reafirmando lo que es, pero a la vez inventando lo que va a ser. Está siendo en el tiempo y en el espacio. Está haciendo su historia y mostrándose su propia alma tanto a sí mismo como a los demás.
La parte más refinada de los pueblos surge cuando algunos de sus miembros realizan aquellas creaciones. Y de tales manifestaciones (narraciones, poemas, danzas, música, representaciones teatrales, pinturas, esculturas) suelen surgir las obras de arte. Las que son inmortales, dan identidad, crean sentido de pertenencia alrededor de ellas, son motivo de orgullo, brindan la catarsis, generan reconocimiento al pueblo del cual procede el artista y tienen muchas funciones más. Son para la comunidad lo mismo que los sueños para el individuo.
Todo lo anterior viene a cuento por el I Encuentro Latinoamericano de Escritores que se llevó a cabo en Tulancingo, Hidalgo entre los días 8 y hasta el 13 de octubre inclusive.
Un encuentro de artistas –que además incluya a personas que aspiran a la creación artística– diré que es algo maravilloso. En primer lugar, para los escritores formados pocas veces hay experiencias más sanas que apreciar, degustar, procesar en sí mismos la obra de otros escritores o bien de personas que están en formación. Tan sólo por eso ya se justifica ampliamente un encuentro de escritores.
Al encontrarse los que crean a través de la palabra, se re-encuentran consigo mismos al espejearse con otros autores. Es un acto imprescindible, para revisarse, para autoconfrontarse a través de la obra de otros. Siempre habrá grandes sorpresas, inmensas lecciones. Más aun lo son para quienes están en el camino de la formación, los jóvenes que empiezan o ya tienen un trecho avanzado en la autoría literaria. Los escritores se hacen, se han hecho a la largo de la historia, precisamente en la convivencia de los jóvenes autores con los ya formados, en las tertulias, en las charlas, en esas mesas redondas –de prodigio o atrozmente dolorosas en las que hemos puesto bajo la lupa, o a veces ante los cuchillos de otros nuestras humildes (y queridísimas) creaciones en letras–, hablo de los llamados talleres literarios que son todo lo anterior.
Un gran encuentro como el de Tulancingo fue, entre muchas otras cosas, un taller literario con alcances no sólo nacionales, sino internacionales. Pero además el encuentro fue mucho más: tertulia, círculo de conferencias, lectura pública de obra, intercambio de ideas, de conocimientos, de afectos entre muchos más intercambios entre escritores.
Pero entre los muchos aciertos que consiguió Tulancingo 2007 anotaré uno que me pareció el más importante: el de poner a los escritores en contacto con las personas del pueblo, los estudiantes, los adolescentes. La experiencia fue maravillosa para los escritores y no menos para aquellos públicos.
La interacción entre público estudiantil (desde estudiantes de primaria hasta universitarios) derrumbó –al menos aquí en Tulancingo– la falacia de que “la poesía está alejada del público”, la literatura se separa de la gente, los escritores no se comunican con las personas comunes (la falsedad empieza con que los escritores somos gente tan común como la que más). El intercambio entre autores y público fue extraordinariamente enriquecedor para ambas partes y no menos satisfactorio: por una parte los estudiantes agradecían de una manera que llegaba a conmover a los autores por la visita; pero por otra se mostraban muy interesados en escuchar y evaluaban, percibían, inquirían, solicitaban las obras de los escritores que les despertaron emociones o interés.
Así fue. Así debe ser. La literatura es para todos y no para unos cuantos “iniciados”. Las artes, en general, deben ser disfrutadas por todo el pueblo. En el encuentro de Tulancingo las lecturas públicas fueron siempre un gran éxito.
No menos se agradece a los organizadores las muestras de la cultura tulancinguense, la invitación a los poetas chilenos, argentinos, salvadoreños, nicaragüenses y de la gran mayoría de los estados de nuestra república, hasta llegar a unos 70 escritores.
Pero Tulancingo 2007 nos llevó de sorpresa en sorpresa. Primero fue la visita a La Casa del Amaranto, una especie de quimera, un sueño hecho realidad. La Casa del Amaranto es un pequeño café en donde un hombre con su familia ha creado un espacio en el que –no es exageración– se venera al amaranto, esa planta prehispánica que fue proscrita por los conquistadores. En este lugar se promueve al amaranto, se difunden sus múltiples virtudes, se regalan semillas, se instruye acerca de su preparación en atole, tamales, tortillas, etc., etc., y se proporciona asesoría para su cultivo.
En la Casa del Amaranto es posible conocer la historia de esta planta a través de documentos que allí han creado y, en una rápida inspección, en un hermoso mural que sobre el tema crearon para decorar el espacio del café.
Por primera vez allí, en La Casa del Amaranto, gozamos del espectáculo que brindaron con una generosidad ilimitada la pareja de argentinos Zulma y Roberto Aguirre: una diva ella, un dandi él. Una pareja de bailarines profesionales que llevan al tango a un nivel que es posible ver sólo en la televisión o en los grandes espectáculos. Luego habríamos de gozar a esta extraordinaria pareja de bailarines y actores en otras presentaciones.
No menos sorpresiva fue la instalación e inauguración del Monumento al Escritor Latinoamericano, una escultura que crearon los artistas chilenos Marcelo Lira y Angélica, su esposa; curiosamente otra pareja no menos extraordinaria. Una sorpresa más fue la exposición de dibujos de los animales míticos del sur de Chile, una colección de asombrosos dibujos de Marcelo Lira. Trabajos alucinantes, un viaje de imaginación, virtuosismo, conocimiento mítico de un dibujante fuera de serie.
No menos gratamente sorpresivo más fue la atención que prestó la autoridad municipal que estuvo presente en las actividades para inaugurar, develar el monumento, presentar en público a los artistas y la sorpresa mayor: la estadía y convivencia con la que quizá sea la más grande escritora mexicana del fin de siglo XX e inicio del XXI, Elena Poniatowska Amor (me enteré que le agrada –y con razón– incluir su segundo apellido). Otra gran diva, en el mejor sentido posible de la palabra. Sencilla, incluso amorosa, inteligente como siempre, soportó jornadas de hasta cuatro horas y las incomodidades que le acarrea su propia popularidad entre tantos escritores que jamás llegaremos a la inmensa popularidad de La Poni, muchos de los que le pedían un autógrafo, un recuerdo, unas palabras, una foto con La Poni, por tantos bienamada.
Así el I Encuentro de Escritores Tulancingo 2007, en homenaje a Elena Poniatowska Amor, fue un verdadero agasajo en muchos sentidos. Por una de escasas ocasiones muchos escritores desconocidos nos hemos sentido gente importante: el trato recibido no fue para menos.
El encuentro deja honda huella en todos los que participamos, una indeleble son los nuevos amigos, que sin saberlo, viviendo en países tan distantes como México y Chile, ya éramos compañeros y la amistad nació tan sólo con encontrarnos, así ocurrió con Marcelo Lira el gran artista plástico y también escritor, su esposa __________, el poeta Dinko Pavlov (compañeros de militancia en organizaciones o partidos de izquierda chilenos –¿qué otra cosa podía ser un artista chileno en el tiempo de la dictadura pinochetista?–, igual que este tundeteclas; incluso en el año 1999, el que esto escribe presentó en la Ciudad de México, el libro El gran rescate, la memoria del guerrillero chileno, Ricardo Palma Salamanca, novela que, entre otras cosas, es un homenaje a Mauricio Gómez Lira, “la más bella lágrima de la desesperación” y ¡primo hermano de Marcelo Lira! Si esto no es un milagro que hizo la poesía, entonces no hay milagros). Pero hubo muchos más artistas, tanto mexicanos como chilenos, argentinos, una salvadoreña. Además, el reencuentro con los viejos amigos escritores hidalguenses (un deleite conversar con Agustín Ramos, conocer las nuevas creaciones de Jorge Antonio García, gozar de la anfitrionía exquisita de la narradora Cristina de la Concha quien se echó a cuestas la odisea de la organización del encuentro, la no menos exquisita amistad de Arlet Austria y su familia).
Tulancingo ya no es el mismo después del archimencionado encuentro, en muchos sentidos. Tulancingo se retrató, tomó una instantánea de la realidad suya, de aspectos de nuestro país y hasta de Latinoamérica. Las huellas quedan también en esa amable ciudad. En su parque central hoy existe un Monumento al Escritor Latinoamericano y muchos de sus estudiantes, desde primaria hasta universidad, fueron inoculados con el sagrado virus de la poesía. No dudo que en algunos prenderá, porque así es la poesía. Inmortal.
El I Encuentro Latinoamericano de Escritores Tulancingo 2007 fue –para la humilde opinión de este tundeteclas– la instalación de la república de los poetas, es decir, el paraíso que duró una semana. Que haya muchos más encuentros latinoamericanos o mundiales Tulancingo. Así sea…

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