miércoles, 22 de abril de 2009

Dos gordos degenerados

Dos gordos degenerados


Pterocles Arenarius

En muchos periódicos del martes 21 de abril del 2009 apareció como una noticia que mereció incluso las ocho columnas, una nota en la que aparece un sujeto de nombre David Mondragón Vargas, quien fue capturado en la estación del metro Tacuba, vestido de mujer, ya que se dedicaba a manosear a las mujeres en el metro de la Ciudad de México. Mondragón Vargas es ingeniero y, sin duda, debió llegar a extremos angustiosos de lujuria sin satisfacción, de desesperada necesidad por tocar cuerpos femeninos (tocar el cuerpo de una mujer es tocar cielo, dijo Novalis) para llegar a disfrazarse de mujer y meterse al metro en los vagones exclusivos para el género femenino y arriesgándolo todo, darse el gusto infinito de “tocar cielo” aunque sea clandestinamente y violando la ley. Pobre tipo, en realidad merece toda mi conmiseración por el solo hecho de haber llegado a tal extremo en sus actos. Se dice en la nota que es casado y tiene dos hijos. Pero estar casado no tiene que ver con la lujuria, con el deseo de mujer, con el hambre de carne femenina. Ahora David Mondragón Vargas ha perdido todo, el castigo desproporcionado ―fue encarcelado en el Reclusorio Oriente― lo pone como un ser abominable para la sociedad, como un monstruo que era capaz de vestirse como fémina con tal de ultrajar mujeres, por más que su único pecado (que sepamos) era tocarlas, manosearlas. En el periódico aparece ridículamente vestido de mujer junto a un temible enmascarado al cual el “degenerado” apenas le llega al hombro y el policía porta una criminal ametralladora de apariencia ultramoderna. Qué farsa.
Por otra parte, en el inicio de la madrugada del mismo día, empezando con el primer segundo de la medianoche, vi que en el Canal Once de televisión siguen transmitiendo un viejo programa llamado Toros y Toreros que conduce un viejo taurófilo de nombre Julio Téllez. La emisión se empeñó en convencernos de que el toreo es un arte, más, un arte sublime, incluso más, una actividad cuasi sagrada. Lo objetivo es que ―independientemente de la destreza de los toreros, del valor de éstos, de la pompa y el lujo derrochados, de la abundante parafernalia creada para el toreo en muy variados ámbitos― el toreo es un crimen artero, brutal, crudelísimo y cometido a mansalva. Si el toro coge, como bautizaron los españoles al hecho de que el toro llegue a herir (le dé una cogida, así dicen) al torero es un mero accidente, siempre lo ha sido. El animal es torturado de manera espantosa antes de ser exterminado sin piedad y con toda ignominia. Luego de muerto tan criminalmente, lo arrastran como si fuera una descomunal y aborrecible rata. Para mí resultó grotesco que, mientras tocaban música de Beethoven o de Joaquín Rodrigo, transmitían imágenes de picar al toro en el lomo desde una montura a caballo, encajarle varas con afilada punta de acero llamadas banderillas y que tienen un gancho en reversa a la entrada en la carne para que no sea posible que se saquen del músculo del toro, hacerlo salir de un corral en huracanada embestida que se debe al hecho de haberle aplicado una descarga de corriente eléctrica de alta tensión, provocar su furia tentándolo con un capote o una muleta y esquivar “graciosamente” la embestida. Finalmente encajar el estoque para causarle la muerte. Todo con las miles de ventajas para el torero, con las “reglas“ de lo “humano” y a veces hasta violándolas (porque sabemos que no es tan raro que limen los cuernos del animal para que pierda el sentido de la distancia y no pueda coger al torero), reglas que más bien debieran llamarse de lo inhumano que pueden llegar a ser algunos y digo pueden, porque en este caso no hay necesidad de tanto dolor, de tanta tortura a un ser inocente, por más que sea negro y tenga cuernos y rabo, como el diablo católico, el enemigo malo, el adversario de Dios. Cuesta trabajo imaginarse quién inventó semejante “arte” tan siniestro, tan enfermo como el toreo. Julio Téllez, con sus dos minutos al aire (el programa consiste en la transmisión de los videos que este sujeto seguramente conserva en su videoteca taurina, un locutor diciendo poemas de García Lorca o de algún otro mucho menos poeta que aquél y música exquisita) sólo me convenció de que el toreo es un espectáculo grotesco, inhumano, denigrante, espantoso y anticivilizado.
Pero el programa, el señor Téllez, me hicieron recordar que en los años 90 trabajé en Canal Once como guionista para algunos programas de difusión de la ciencia. Recordé que aquel hombre tenía una bien ganada fama de acosador y abusador sexual con las empleadas más humildes de la institución. Recuerdo incluso una anécdota en la que alguien me contó que una secretaria lloraba porque don Luis Téllez la había mandado llamar a su oficina y la chica se debatía en la disyuntiva de renunciar a su trabajo o aceptar la asistencia a dicha oficina, porque ella (y todos) bien sabían para qué quería a las chicas en su oficina el Gordo Téllez (en aquellos tiempos pesaba no menos de 110 kilos). Desde entonces han pasado casi veinte años y el señor Julio Téllez sigue pegado a la ubre, quiero decir, conserva su trabajo en el Canal Once y, que yo sepa, jamás ha sido denunciado por sus tropelías contra las empleadas del canal.
En cambio, David Mondragón Vargas irá al reclusorio en medio de un oprobio digno del más monstruoso secuestrador por haber perpetrado un acto similar a los que Julio Téllez, casi seguramente, ha cometido por décadas: acosar y abusar sexualmente de mujeres indefensas, aunque Mondragón lo hiciera tratando de engañarlas.
La lección para este otro gordo pues así se ve en la foto, el “degenerado” David Mondragón, será muy severa. Sin duda perderá su trabajo, quizá su familia (¿quién querrá a un empleado, a un marido que ha sido exhibido a ocho columnas como un trasvestido, como un pervertido sexual?), ha perdido su prestigio por completo y su libertad quizá por varios años. Habría que enseñarle a este David (¿será posible que no lo sepa?) que convencer a las mujeres por las buenas es mucho más productivo en términos de placer, ellas son capaces de entregar placeres absolutamente infinitos a los astutos que saben convencerlas, engañándolas o no, a ciencia cierta de ellas de que las engañan o a veces sin saberlo. Los dejan (nos dejan tocar, no sólo tocar, qué digo tocar, nos dejan hacer ―y así suelen decirlo― lo que queramos con sus ciertamente entrañables cuerpecitos).
Mientras el gordo Mondragón estará a la sombra quizá unos años por las mismas razones que el otro gordo, Julio Téllez, permanecerá impune y seguirá pegado a la ubre presupuestal. Eso es México, por el momento.

2 comentarios:

Max. Vallejo dijo...
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Pterocles Arenarius dijo...

Las mujeres son maravillosas. Por la buena. Pero son terribles por la mala. Es miles de veces mejor obtener sus favores a través de las buenas artes. Cuando uno logra convencerlas, ganar su amor, su entrega es infinita, la recompensa es divina. Lo que hacían estos dos gordos es simple miseria. Pero uno fue castigado con desmesura y el otro, el peor, el que usaba su poder para someterlas, quedó impune. Julio Téllez no era mejor que Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre, otro gordo degenerado, criminal y, hasta el momento, impune.