jueves, 3 de septiembre de 2009

150 del inicio de la victoria

150 años del inicio de la victoria

Pterocles Arenarius

Para María

En el presente 2009 estamos cumpliendo 150 años de un momento definitorio para la historia de nuestro país. Efectivamente, en el año de 1859 México se encontraba convulsionado por una cruenta confrontación entre los bandos liberal y conservador. Es en el 59 decimonónico cuando empieza a inclinarse la balanza en favor de los liberales.
Consideremos con brevedad la circunstancia mexicana a principios del siglo XIX. La independencia había concluido en 1821, pero las estructuras del poder y la organización social estaban intactas, si acaso algún número de españoles habían sido expulsados, se calcula que más del 95 por ciento de los mexicanos eran analfabetas, la población indígena, diezmada por trescientos años de opresión, vivía en condiciones que hoy llamamos de extrema pobreza, la gran mayoría de los habitantes de nuestro país ni siquiera sabía de su pertenencia a México y la desigualdad social era monstruosa, mientras los terratenientes, verdaderos señores feudales actuaban como dueños de vidas y haciendas, el pueblo sobrevivía en condiciones atroces de miseria y subalimentación que les permitían apenas no morir de hambre y la prepotencia de estos latifundistas se describe brutalmente por la abominable costumbre conocida como “el derecho de pernada” o el “derecho” de los amos para violar sexualmente a todas las mujeres que alcanzaban la nubilidad. El promedio de vida de las clases humildes no llegaba más allá de los treinta años y las rebeliones indígenas eran frecuentes y siempre ahogadas en sangre.
México se encontraba muy próximo a la disolución, a su desaparición como país, un proceso que en los hechos ya se había iniciado con la separación de todos los países de Centroamérica que, hasta antes de Panamá, formaron parte de la Nueva España, La guerra imperialista depredadora de Estados Unidos contra México en 1847 demostró que la desaparición del país era una posibilidad real y más que palpable, un fenómeno que estuvo a punto de ocurrir y en el cual México perdió más de la mitad de su territorio.
Por otra parte, en aquel momento, la iglesia católica tenía un poder como casi nunca lo había tenido en algún país en su historia, quizá con la excepción medieval. Cerca del treinta por ciento de todos los predios e inmuebles urbanos eran propiedad de esa institución.
La Guerra de Reforma se inicia en 1858, cuando el bando liberal crea la Constitución de 1857, en la que se decreta la separación de la iglesia católica y el estado, se realiza la abolición de los grandes poderes de la iglesia, entre otros, seculariza el registro de los nacimientos, matrimonios y defunciones, expropia todos los bienes de todas las iglesias de tal manera que los templos se vuelven propiedad de la nación y se instituye una república federal organizada mediante tres poderes y tres niveles de gobierno.
Para el pequeño grupo de privilegiados y para la iglesia estas reformas eran inadmisibles y, con todo su poder económico y la autoridad moral de la iglesia sobre el pueblo ignorante y la dirección del ejército, los conservadores —encabezados por Félix Zuloaga, Leonardo Márquez y Miguel Miramón— se lanzaron a la lucha contra los liberales.
Con semejantes ventajas los conservadores pronto se adueñaron de la circunstancia y muchos de los liberales debieron exiliarse para conservar la vida. En los hechos, Benito Juárez se convirtió en un presidente itinerante que debió establecer su gobierno en Guanajuato y luego en Veracruz.
Es a finales de 1859 cuando por fin entran en vigor las leyes vertebrales de la Constitución de 1857. Éstas fueron la Ley Juárez, que abolía los fueros militar y eclesiástico, es decir, puesto que tanto militares como miembros de la jerarquía eclesiástica se encontraban fuera de la ley civil ya que no podían ser juzgados por ésta, cuando cometían faltas o delitos, se encontraban impunes. La Ley Juárez obligaba a todos los ciudadanos a someterse a las mismas leyes, las que serían (teóricamente) discutidas y aprobadas por todos los ciudadanos. Así, por primera vez ocurre en México que todos los ciudadanos fueran considerados iguales ante la ley.
La Ley Lerdo, creada por Miguel Lerdo de Tejada, establecía que todas las propiedades de la iglesia serían vendidas a particulares, con el objetivo de reanimar la economía que se encontraba estancada por la improductividad de las vastísimas propiedades del clero.
Finalmente, la Ley Iglesias, que redactara José María Iglesias y en la cual quedaba estipulado que todos los servicios eclesiásticos, como el bautismo, la confirmación, el matrimonio, la extremaunción, debían ser gratuitos para los pobres.
La iglesia católica rechazó enérgicamente estas leyes, pero como respuesta sólo consiguió un decreto emitido por el general en jefe de las fuerzas liberales en ese momento, Santos Degollado, quien promulga el decreto de que los réditos de los capitales en poder del clero católico serían expropiados para sufragar los gastos de la guerra contra los conservadores.
Es en este año de 1859 cuando empieza a verse que la victoria de los liberales era posible. Termina de fraguarse en el siguiente con las victorias del general Jesús González Ortega sobre Miguel Miramón, en Silao, Guanajuato y luego en Calpulalpan, Tlaxcala y culmina en enero del 61 con la entrada en la Ciudad de México del presidente Juárez.
Con la victoria de los liberales se constituye realmente el país. Es luego de ésta, cuando por primera vez México tiene estatuto de nación y condiciones de mínima unidad. Por fortuna, las instituciones de México se han mantenido, aunque con graves desviaciones y no menos inmensos errores, sin embargo, gracias a unas sólidas estructuras de gobierno fue posible a México sostenerse como nación a pesar de las grandes hecatombes sociales como la invasión francesa y la revolución de 1910.
En los hechos, la Constitución liberal de 1857 continuó vigente, aunque reformada, en la de 1917. Objetivamente hablando es posible así, considerar a Benito Juárez y el grupo de sus colaboradores, los liberales, como los verdaderos fundadores de México.
Justo Sierra, el gran educador y jurisconsulto se refirió a los liberales del siglo XIX mexicano como “aquellos hombres que parecían gigantes”.

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