domingo, 12 de septiembre de 2010

Primero Benito Juárez García... Y luego...

Primero Benito Juárez García

Pterocles Arenarius

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“Mis dichos son hechos” es una de las frases más grandes de Benito Juárez. Lo más importante de su vida es que las cosas que dijo las llevó a la práctica y a la concreción, se volvieron verdades tangibles. A Benito Juárez debemos ser un gran país, a pesar de tantos ladrones y asesinos priístas e hipócritas, raterazos y persignados panistas.
Porque somos un gran país. Entre los diez más grandes de territorio y de población en el mundo y nuestra cultura, como la de casi ninguna otra nación en el mundo, data de hace más de tres mil años.
Juárez y el grupo de los liberales lograron que lo mencionado se integrase formalmente en una nación, se consolidara como la patria de (hoy) 100 millones de personas, se diera una norma legal que por primera vez nos rigiera y nos hiciera iguales, nos diera ciudadanía y nos incluyera en el concierto mundial como una nación civilizada.
Luego de una lucha desigual y que en algunos momentos parecía perdida contra el más grande poder existente en México: la iglesia católica, los ricos de aquel tiempo e incluso el ejército, en la Guerra de Tres Años, las fuerzas liberales, con Juárez al frente de ellas, consiguen una gran victoria; una de cuyas últimas batallas o al menos la última gran victoria ocurre precisamente en Silao, hecho al cual este municipio debe su nombre oficial Silao de la Victoria.
Juárez acumula las dotes de los hombres verdaderamente grandes. Pocos protagonistas de nuestra historia se han enfrentado a más grandes adversidades. Su serenidad ante las más adversas condiciones nos dan una idea de su inmenso poder espiritual. El mismo Guillermo Prieto, cuando narra en sus memorias la ocasión en que, en Guadalajara, al caer en manos de soldados enemigos, Juárez, de frente ante la muerte, se mantiene impasible, mientras Prieto apela a sus propias emociones aunque también a un valor suicida no menos que al amor y la admiración que siente por Juárez y en un arranque de retórica, de gran valor y no menos fuerza espiritual, logra conmover a la soldadesca y le salva la vida. Hasta esos extremos de desamparo llegaron estos grandes hombres en aquella lucha. Pero su grandeza explica su victoria. El grupo de los liberales colaboradores de Juárez eran verdaderos gigantes que lo mismo trabajaban como legisladores, ministros, militares, gobernantes, diplomáticos, administradores, políticos y, ya en sus ratos de ocio, fundaron la literatura mexicana. Y todo en un mismo sujeto, como Ignacio Ramírez o Guillermo Prieto o Melchor Ocampo, etc. Más sucintamente digamos que los liberales, con Juárez a la cabeza, crearon a este país. Antes de ellos México no existía. Es con los liberales cuando se concibe por primera vez en la historia lo que habría de ser hasta este momento el país que habitamos.
Benito Juárez García, proviniendo del estrato social más marginado y paupérrimo de este país asciende en la escala social hasta la cumbre más alta. Pero no sólo eso, termina siendo, hasta este momento, el más grande estadista, de nuestra historia. A Juárez debemos el inicio de la construcción de lo que hoy es México y que —debido a lamentabilísimos retrocesos— no ha terminado ni siquiera de cumplir con las tareas que ya Juárez previera e iniciara a resolver.
Si en su vida pública sus actitudes validan su grandeza, no hay mejor que las opiniones de la intimidad para tener una estatura de don Benito. Nos dice su esposa Margarita Maza que “Benito está muy feo, pero es muy bueno”.
Las reformas realizadas por Juárez luego de la Guerra de Reforma, provocaron un fervoroso odio entre los conservadores (por cierto, todos ellos miembros de la religión esa que predica “amar a tu prójimo como a ti mismo”: la católica).
Hay una falacia que hasta la fecha los católicos que no han dejado de respirar por la herida esgrimen contra Juárez: los famosos tratados McLane-Ocampo. Según eso, los gringos recibirían ad aeternum la concesión de transitar por el istmo de Tehuantepec y derechos sobre otros territorios nacionales. La paga de los gringos sería de cuatro millones de dólares. ¿Dónde están los usufructuarios de esta ventajosa transacción? ¿Dónde los gringos invasores y transgresores de la soberanía nacional? No hay tales. Porque el tratado no se llevó a efecto. Eso no existe, se quedó en el territorio del hubiera.
Al final, los tratados McLane-Ocampo son simplemente un cálculo político muy bien hecho por Juárez quien, al final, se salió con la suya (para nuestro bien) y no pagó la ciertamente onerosa concesión. Es, ¿por qué no?, una hazaña más del Benemérito. Los católicos siempre dicen “Si se hubieran realizado los Maclein-ocampo”. Si se hubieran, pero como no se hubieron, eso no existe. Lo que no se quedó en el “hubiera” fue la invasión francesa, facilitada y prohijada por los conservadores católicos, la que le costó a México su soberanía durante los tres años que duró el llamado imperio y la sangre de miles de los habitantes de este país. Por fortuna —y una vez más gracias a Benito Juárez— ese imperio fue destruido y el invasor expulsado.
Esto es lo cierto y esos los hechos. Por eso recordamos a Benito Pablo Juárez García, como uno de los grandes benefactores de nuestro país y el verdadero padre de la patria. Como lo escribí en la carta al alcalde de Silao de la Victoria, Benito Juárez es el único de nuestros grandes hombres que no fue derrotado. Esta nación ha dado grandes hombres, quién lo duda, desde Cuauhtémoc, Juana de Asbaje, Hidalgo, Leona Vicario, Morelos, Guerrero, Gertrudis Bocanegra, Zapata, los Flores Magón, Villa… y muy pocos más. Pero todos derrotados, asesinados, traicionados. Juárez es el único victorioso. Curiosamente, revisemos la historia, contra todos ellos estuvo siempre la iglesia católica, esta de los cientos de curas pederastas en todo el mundo. La iglesia católica siempre, a lo largo de nuestra historia, ha estado en favor de las peores causas y contra los intereses de los mexicanos. No han fallado ni una sola vez.

Y luego para un tal Paniagua

Bien, pues a raíz de la carta dirigida al alcalde de Silao, un señor de apellido Paniagua escribió unas líneas contra Juárez recordando el susodicho tratado McLane-Ocampo. Con lo cual, sin duda, le hace el trabajo sucio al panista alcalde de Silao de la Victoria. Y si no era esa su intención, eso es lo que está haciendo. Con un pequeño agravante, ese señor Paniagua no es mexicano. Es español, según entiendo.
La primera noticia que tuve del individuo de apellido Paniagua que vive en Guanajuato capital, fue por allá del año 2003, cuando la brillante poeta, hoy maestra en ciencias y candidata a doctora en letras, Asunción Rangel, quien trabajaba en el diario Correo, lo entrevistó y, rigurosa, pero también visionaria, publicó que este señor desconocía quien era Juan Rulfo. Recuerdo que la entrevista se publicaría en dos partes, pero Paniagua se enfureció al ser evidenciada su ignorancia y la Choni, Asunción Rangel, evitó publicar la segunda parte de la entrevista.
Un segundo encuentro con Paniagua (perdón pero he olvidado su nombre de pila), ocurrió cuando éste realizó una exposición, ah porque era ¿o es? hartista plástico. Yo publicaba en el periódico Correo un artículo semanal sobre temas de cultura. Paniagua, si no mal recuerdo, envió una carta al periódico para invitar a que se hiciera una reseña de su exposición. Me mostraron fotografías de los cuadros de Paniagua. Eran lienzos en blanco con agujeros. Me pregunté ¿qué es esto? “Es la obra plástica del señor Paniagua”. Ah, cabrón, me dije y me puse a pensar, no vaya a ser un genio y haya en estos agujeros algo prodigioso. Revisé bien las fotos y, cuando sentí estar listo para ir a ver la exposición, llegué a una serie de conclusiones. Sí, concluí que, en efecto, había algo en los agujeros esos: charlatanería, unos deseos inmensos de notoriedad, una gran hambre de fama, por favor, en ese pueblo. Pero además, mucha ingenuidad y una pretendida astucia para tomarnos el pelo. Nunca fui a la exposición. Pero escribí, como no, una reseña que se llamó Los hoyos de Paniagua. Si alguien quiere, puede buscarla en la hemeroteca de la Universidad de Guanajuato, está en el periódico Correo, allá por el año 2004. La exposición paniaguadesca era una tomada de pelo. Yo escribí y publiqué un artículo de puras mamadas, lo reconozco. La exposición no daba para más.
Recuerdo que Paniagua no entendió mi artículo o no lo leería, porque cuando me lo encontré en la calle me saludó muy sonriente y agradeciéndome la reseña. Pocas semanas después alguien le explicaría (o sería que al fin lo leyó) y me retiró el saludo. Yo viví compungido un par de años.
Pero Paniagua se retiró de las artes plásticas y, ¡qué creen?: ¡Se volvió escritor! Un mal día, quizá por el 2005 me otorgó otra vez el privilegio de su saludo, el interés tiene pies y me llegó con un mamotreto. Era una “novela”. Quería que la leyera y le dijese mis más encendidos elogios. Le dije que sí. Aunque desde el título me hizo desconfiar: “Cómo perdí a mi hijo”, o algo así era su prometedor encabezado. Consistía en una lastimera historia de la forma en que su ex esposa le quitó la patria potestad de su hijito. Lo cual se infería antes de la primera cuartilla de lamentable prosa lloriqueante. Me pregunté “¿qué le digo?”. Lo más sensato era decirle, “Pues para qué te peleas con tu mujer, pero, oye, procura no escribir eso. O si lo escribes, no se lo enseñes a nadie”.
Ya como en el 2008, y siguiendo su fulgurante carrera literaria, escribió una historia (otra “novela” que por cierto puede leerse en internet), sobre un personaje entre Cristo, Supermán o Batman, como se prefiera y Paniagua. El personaje tenía algunos defectos (graves) de construcción: además de ser mariguano, salvar al mundo, tener una amante de raza negra y madrear —a punta de karatazos— en la calle a los borrachos que le insultaban a su amada, era monstruosamente ingenuo. Ridícula, estúpidamente ingenuo. Pero, bueno, salvaba al mundo en contra de los malos. Ay, cabrón.
Paniagua hizo el tiraje de mil ejemplares de esa “novela” y también quería que la leyera y le hiciese la consabida reseña. ¡Pero además quería venderme su libro en 80 pesos! Le dije que no, que no se lo compraba. Que sí le haría la reseña, pero no se lo compraba. Hice bien en no pagarle los 80 pesos, lo hubiera lamentado. Intenté leerla, pero no pude pasar de dos cuartillas y me metí otra vez en el brete. Me dije: “Yo no voy a leer esto. Ni siquiera lo haría si me pagaran. ¿Y ahora que le digo?” La reseña (todavía) me niego a hacerla, de hecho ya le dediqué estas líneas. Es demasiado.
Luego escribió algo que llamó cuento-ensayo, o algo así. Tengo idea que el texto llegó a mis manos. Pero se permitió el señor enviármelo por correo electrónico. Era una confusa diatriba en la que expresaba sus terribles frustraciones por su gran fracaso en la vida o la larga serie de éstos. Pero de alguna manera se manifestaba agresivamente acerca de “mis” fracasos dirigiéndose a mí como lector y llamándome mediocre. Yo dije “este pobre güey trae demasiada mierda adentro y con este texto hediondo me la quiere echar encima”. Dejé de leer esa porquería agresiva y frustraneogénica. En este texto Paniagua si logró romper con todo. Se lanzó a insultar a sus supuestos lectores y a vacunarlos contra toda prosa o leyenda que proviniera de su aturdida autoría.
Yo siempre he pensado que el arte, la literatura, es seducción, es algo muy cercano al amor. Más todavía, pienso que es amor, pero expresado en letras o en imágenes o en sonidos, etc. El espectador se convierte en un ente pasivo, dispuesto a ser seducido, a que el autor de una obra plástica, musical, dancística, literaria, se apropie de él para hacerlo gozar espiritualmente en una especie de clímax, de orgasmo del alma. El espectador, en actitud femenina, se entrega al que lo sedujo, lo ama, porque el acto creador es un acto de amor, más aun, de comunión. Y corresponde a los dos re-crearla, autor y espectador, ambos, crean la obra. Si un imbécil no sólo no pretende seducirme, sino trata de cometer un acto de violación, de echarme encima sus frustraciones, su odio y su incapacidad de lidiar con sus propios fracasos y mediocridad… pues simplemente lo mando mucho a la regran chingada. Ese era el principal defecto de aquel Cuento-ensayo o algo así.
Por ahí escribió un cuentito chistoso, del absurdo. Jorge Olmos Fuentes, el poeta, tuvo a bien incluirlo en su antología del cuento guanajuatense Una cierta alegría de no saber a donde vamos. Está bien. Es valioso que también este tipo de autores se encuentren en las antologías.
Ahora, el insigne creador de aquel Cristo-superbatman-mariguano-cogelón y madreaborrachos callejero, pretende opinar sobre Benito Juárez. Y, erudito, nos quiere recordar los tratados McLane-Ocampo. Yo me pregunto, ¿por qué un español bastante charlatán, advenedizo en sus intentos “literarios” y con falsas pretensiones de artista se atreve a opinar sobre Benito Juárez? ¿Quiere limpiar las cloacas de los gobiernos panistas guanajuatenses para congraciarse con ellos? ¿Sabe Paniagua que si se mete en asuntos políticos en México está violando la ley de nuestro país?
¿Qué le parecería a este español hartista (porque muy pronto deja hartos a sus espectadores) que un mexicano opinara sobre la limpieza étnica y expulsión de judíos, islámicos, gitanos y todo sujeto con “impureza” de sangre que hicieron los reyes católicos —por cierto, Isabel, es fama, se bañó dos veces en su vida: a qué apestaría aquella mujer, la reina de los que vinieron a “civilizar” a una de las culturas primigenias de este planeta—, o de la catástrofe demográfica (exterminaron a unos veinte millones de indígenas en menos de un siglo) que en su inmensa estupidez, su monstruosa crueldad y su ambición sin límites por el oro provocaron sus antepasados en estas tierras? Y, ¿para qué? Para que en los tres siglos de dominación colonial en América, España se volviera un país de tercer mundo luego de que las inmensas riquezas robadas en América, los españoles permitieran que ingleses, holandeses y franceses se las arrebataran para convertirse en las primeras naciones del mundo en el siglo XIX.
Aceptaría que un conservador católico mexicano —alguno de estos panistas ignaros que dicen gobernar Guanajuato, empezando por el gobernador Juan Manuel Oliva o sus adláteres— acometiera contra Juárez. Que me recordara, para refutárselo, los famosos tratados multimencionados. Pero de un pseudo artista extranjero, ignorante y que además está violando la ley mexicana, simplemente no lo acepto e invito a las autoridades a que procedan según lo conducente. El pleito es político y es con el alcalde de Silao de la Victoria (de los liberales).

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