viernes, 8 de agosto de 2008

In Naturalibus


Paraíso e infierno


Pterocles Arenarius

Los escritores son bichos extraños. Casi por lo general son personas mucho más sensibles que el común de la gente normal. Son individuos raros, entre muchas otras cosas, porque siempre están leyendo. Y con un agravante, leen literatura, es decir, lectura “inútil”. O bien, lectura placentera. Y es que aparte de escribir tienen que trabajar para sostener ese su oneroso “vicio”: leer y escribir. Son profesores, periodistas, guionistas, correctores, editores y un poco más raramente son contadores, ingenieros, médicos, abogados aunque también los hay. Y menos que nunca empresarios, economistas o gerentes.
Todos los escritores trabajan en otro oficio o profesión para subsidiar a la literatura, al arte. Y con frecuencia harta logran la obra de arte. Pero eso no les da para vivir. Tienen que trabajar en otra cosa. En México habrá, si acaso, tres o cuatro escritores que viven de sus obras.
Los escritores, generalmente, están solos. La escritura es el oficio de la soledad, de la introspección. Mientras otros artistas crean sobre o con diversos objetos (como los artistas plásticos) o instrumentos (como los músicos) o sus propios cuerpos (como los bailarines) para desarrollar su arte, los escritores se tienen sólo a sí mismos. Su ser completo es su instrumento que se manifiesta a través de las letras, de las palabras.
Es común que se piense que “escribir es muy fácil”. De hecho todo el mundo escribe poemas a sus amores, a sus hijos. Pero los que se dedican a escribir saben muy bien que no es tan fácil. Al revés. Hay que tener muchas mañas, muchas habilidades, una gran cantidad de conocimientos, desde la gramática para escribir correctamente, hasta el conocimiento de las estructuras de los diversos géneros y la enorme cantidad de trucos –astucias literarias, diría Emilio Uranga– para lograr los efectos deseados. La literatura finalmente consiste en despertar emociones, sentimientos, pensamientos, reflexiones, las actividades o sucesos internos que nos distinguen de los animales, usando para ello sólo palabras. Las mismas palabras que todo el mundo usa a diario. Por esto parece que es muy fácil escribir. Sin embargo, cuando alguien que no ha desarrollado oficio escritural, se vuelve muy notable aun cuando haya conocimiento. La literatura es un maravilloso engaño para aparentar la sencillez, la cotidianidad, la vida común y corriente. Pero la magia de la literatura radica en que entre “eso” que es la vulgaridad cotidiana, el que escribe regala joyas, materiales preciosos que ese que escribe sabe encontrar o inventar entre la intrascendencia. Pero lo hace como si no fuera esa la intención, como si el hallazgo hubiese sido fortuito, como si el suceso prodigioso hubiera venido mágicamente, él solo. No es así. El que escribe tiene que hurgar, discernir, meditar, reflexionar, afinar la mirada, buscar y… encontrar. Lo ha dicho la desaparecida erudita Ikram Antaki: “En toda la literatura (…) existen sólo dos temas: lo que pasa afuera y lo que pasa adentro. Es decir: el mundo y el alma. Y todos los temas serán finalmente parte de estos dos. Si logras juntar los dos con maestría, serás partícipe de la literatura. Si no, siempre faltará algo”.
Cuando alguien escribe se está mostrando a sí mismo. Está mostrando la parte más profunda de sí mismo. No es necesario decir que se requiere ser valiente. Es como aquellas mujeres que se atreven a mostrar sus cuerpos a todo el mundo para ganar dinero y a veces para hacer arte. Los que escriben tienen en sí una paradoja extraordinaria: escriben mentiras prácticas –lo dijo Alfonso Reyes– pero verdades sicológicas. Juan Rulfo siempre decía ser un gran mentiroso. Pero los grandes escritores, como casi nadie, han mostrado sus propias almas en vastísima totalidad y más aun, con ello logran mostrar el alma de sus pueblos.
Ryszard Kapuscinsky el extraordinario escritor metido a periodista dijo en alguna ocasión que “jamás un sujeto mezquino será buen escritor” y lo corrobora Ernesto Sábato cuando dice que los grandes escritores simplemente “son grandes hombres que han escrito”. Porque los escritores han refinado su alma para ser tales. Porque es el único instrumento con que trabajan.
Por eso a los escritores son gente metida en sí misma, siempre leyendo, porque para ellos no es posible hacer más que leer cuando la gente hace cualquier otra cosa porque no es posible trabajar cuando se lee, digo, por eso los escritores, parece que siempre están leyendo o escribiendo. No es así. Le están robando el tiempo a la televisión, al chisme, a la charla con amigos, al sueño, incluso a la relación con su pareja y hasta al tiempo con sus hijos. Para leer y escribir. Es que los escritores tienen además de su ocupación profesional, la de escribir. Por eso parecen gente rara. Los escritores y los artistas en general, subsidian al arte con otro trabajo, para ganar dinero que les permita sobrevivir y también pagar la literatura. Luego, los gobiernos y la gente común se vanaglorian: “tenemos grandes escritores en México, Rulfo, Arreola, Del Paso, Monsiváis, Fuentes, José Agustín, Sabines, Paz, Pitol”, lo que no saben es que todos ellos, en algún momento sufrieron la pobreza e incluso la miseria y tuvieron que trabajar en otras chambas para subsidiar la gran literatura que crearon y que hoy es de todos nosotros. De igual manera, para que surjan grandes escritores, tiene que haber muchos más que no son tan grandes, que no son geniales, pero que son imprescindibles, porque si no, ¿con quién se tendrá una comparación para descubrir la gran obra? ¿Con quién se formarán los grandes si no es con los medianos e incluso los pequeños? Como en toda actividad humana.
En fin, los escritores, todos los artistas en general, están sometidos a una sociedad utilitaria, comercial, despiadada. Si el mismísimo Platón, príncipe de los filósofos expulsó de su República a los poetas. Pero además así tiene que ser, porque el verdadero artista trabaja “por amor al arte”, así tiene que ser pero no tanto. Por eso es maravilloso cuando se reúnen los escritores. Estoy hablando de los encuentros de escritores que como los médicos, los ingenieros, los científicos, tienen que reunirse para saber qué están haciendo los demás, conocerse, compararse, colaborar, incluso competir y también, cómo no, convivir. Ninguna obra es absolutamente solitaria, toda obra en todo ámbito, es colectiva. Y en la literatura también, como en toda actividad humana, los grandes se alimentan de los pequeños. Por eso y muchas cosas más es imprescindible que los escritores se reúnan.
La literatura, en apariencia, es una diversión sin mayor trascendencia. Pero todas las diversiones del vulgo –no pretendo ser peyorativo, simplemente aplico una palabra para referirme a la gran mayoría de las personas que carecen de contacto con el gran arte en todos sus géneros y que sus diversiones son principalmente la televisión, sus lecturas los Sensacionales de traileros, las fotonovelas, las revistas que difunden los degradantes chismes de amoríos, infidelidades y promiscuidades de seudoartistas que son incapaces de hilar dos frases coherentes; las revistas que, como mulas de la noria, le dan vuelta a la enajenación televisiva–; la gran mayoría de las personas que consumen, finalmente, una falsa literatura, un falso periodismo, un objeto degradado y vil, principalmente en la televisión y sus satélites impresos. Todo ello con escasísimas y honrosas salvedades.
Porque el gran arte, la gran literatura es consciencia. Y a nadie de los grandes empresarios les interesa que eso exista. Los dueños de México se sienten en peligro entre gente consciente, inteligente, despierta, exigente, conocedora de sus derechos, de buen gusto, refinada, que le exija a Televisa y Tv-azteca programas al menos decorosos, obras de arte y no la estupidez con la que quieren que México se conforme.
Los compadres (“México no progresa porque es una economía de compadres” ha dicho un funcionario del Banco Mundial. Los compadres que creen ser dueños del país no permiten ni siquiera el libre juego capitalista, encompadrados con los gobernantes corruptos, a los que tienen agarrados de los ijares, mantienen al país trabado, sometido a su beneficio, tanto de los multimillonarios monopolistas como de los gobernantes corruptos y espurios) que tienen a nuestro país apergollado, al borde de la autodestrucción, desean un pueblo sumiso, estupidizado, insconsciente, adormilado. Por eso Televisa y Tv-azteca se esmeran al colmo en divulgar la estupidez por todos los medios que les es posible.
Por eso los escritores son gente rara. Por eso cuando se encuentran se crea el
Paraíso.
Por quinto año consecutivo se llevó a efecto el Encuentro Internacional de Escritores en Salvatierra, Guanajuato. La ciudad refrendó su vocación por la literatura, por los escritores, esa elite. Una innovación importante este año fue la de llevar los libros y la literatura a la gente del pueblo; una propuesta que se ha hecho desde estas líneas.
El encuentro de Salvatierra tiene virtudes insoslayables. En general es una idea excelente que los escritores se encuentren, siempre lo será. Por fin esta gente rara se encuentra en el paraíso. Tiene a todo el mundo con quien hablar de lo que más le interesa: la literatura. Hablar de los grandes autores de la historia, de los nacionales, de los estatales y los municipales, los amigos.
Pero sería mejor aun si se lograra llevar masivamente la literatura a la mayoría de la gente. A contrapelo de lo que opinan algunos escritores –como el excelente poeta Juan Domingo Argüelles quien sostiene que la lectura de ninguna manera vuelve mejores a las personas– yo sí estoy seguro que leer literatura prolijamente hace mejores a las personas.
Aserto temerario, pues ¿qué es ser mejor persona?
Para mi corto entender, los que se vuelven grandes lectores, es decir, individuos que logran extraer el significado correcto de lo que leen, en otras palabras, los lectores avezados, tienen a su disposición el conocimiento completo de la humanidad… si tuvieran el tiempo suficiente para allegárselo. Tal capacidad –de obtener significado correcto de lo que se lee– es directamente proporcional el conocimiento acumulado. No es de otra manera como se forjan los especialistas, los científicos. Llega un momento de la formación académica en que la escuela se vuelve innecesaria, porque el estudiante –que ha dejado de serlo para convertirse en un estudioso, como lo dijo alguna vez Heberto Castillo– tiene una capacidad de acumular conocimiento sin medida, sólo basta con que tenga a la mano el texto correspondiente para que se apropie de tal conocimiento. Eso es posible sólo por la lectura.
Es en este caso cuando mejor se cumple la propuesta de Borges acerca de que el libro es una extensión de nuestra inteligencia. Porque es entre los científicos donde se cumple que una inteligencia es todas las inteligencias. Los científicos son capaces de apropiarse, tan sólo leyendo, de los conocimientos más avanzados del mundo. Finalmente los científicos operan como una sola entidad, a pesar de las feroces –o gracias a ellas– disputas que suelen sostener en función de conocer o presumir que conocen “la verdad”.
Semejante eficiencia extrema para leer no implica que personas que desarrollen tal virtud sean “mejores”, pero nadie negará que serán más eficientes para apropiarse del conocimiento, que es una manera humana de “ser mejor”. Si estamos de acuerdo en que ser más civilizados es “ser mejores”, entonces la lectura sí nos hace mejores, es decir, nos hace más civilizados, mejor adaptados –en algunos ámbitos– a esto que llamamos civilización.
Pero estoy seguro que el territorio de la personalidad en donde más y mejor influencia la literatura es en la imaginación. Quien lee literatura ha desarrollado y disciplinado su imaginación. Estoy seguro que la crueldad humana se debe en gran medida a que quien la ejerce carece de imaginación. Esta facultad, como ninguna otra nos permite ponernos “en los zapatos de otros” y de allí surge la compasión, tan necesaria, tan olvidada ahora. La literatura, comparto con William Carlos Williams, el gran poeta norteamericano, es salvífica: “Hay personas que viven vidas miserables porque ignoran que existe la poesía”.
No hay duda, en este momento, en este mundo, vivimos Irak, Palestina, las guerras y hambrunas de Africa y la destrucción, la decadencia interminable de nuestro país; en otras palabras, abundan las personas que habitan el
Infierno.
En este momento en nuestro país son asesinadas unas veinte personas diariamente en la guerra del (y, según el gobierno, contra) el narcotráfico. Igualmente cada día ejecutan a jefes o al menos agentes policiacos. Las maneras de asesinar parecen inconcebibles. Es difícil imaginar cuanta crueldad habita en los criminales para torturar a sus víctimas como narran los periódicos que ocurre. Pero además resulta increíble que, como reportó un periódico, un policía diga a un delincuente agonizante que mire hacia la cámara porque está en Te caché, por supuesto, uno de los bodrios televisivos. ¡Por supuesto! Alguien que se alimenta espiritualmente con semejante excremento no puede ser otra cosa. Eso es el infierno, el mundo en donde no existe la piedad ni siquiera al borde de la muerte. Donde los policías torturan a sus propios compañeros, como ocurre en la ciudad de León, con anuencia de la autoridad; ¿qué puede esperarse que la policía haga con los ciudadanos? El infierno es un mundo en el que los instintos animales que aún nos habitan se manifiestan sin control, en el que desaparece la civilización que hemos creado, en donde no existe el arte, sino la ley del más fuerte, del más bruto. Es un mundo en el que la especie humana está en grave peligro de desaparecer, de autodestruirse. Un mundo en el que, como en la guerra del narco, todos pelean a muerte contra todos. Mientras tanto, en México, un pobre hombre que se hace llamar presidente, no preside nada, sino pasa el tiempo escondido y cuando se hace ver públicamente está protegido por centenas de militares, francotiradores, helicópteros y golpeadores, para que nadie se le acerque. ¿Ese preside? ¿Qué…?
El infierno es Atarjea, Guanajuato, donde mi amigo Catarino Concepción, un poeta, un creador de décimas populares, un bardo del pueblo que en sus versos ha recuperado las más entrañables tradiciones de su municipio y de su gente, en su música se arraiga la alegría sincera y candorosa de las personas sencillas que no se han perdido en la estupidización globalizadora que nos convierte en nadie al destruir nuestra identidad; personas que bailan y zapatean como lo hicieran sus ancestros desde hace siglos, con sus acordes y sus versos, donde este poeta crea felicidad, salvación, convivencia, amor, arte y con todo ello civilización, el efímero, el fugaz, el raquítico paraíso que pretendemos darnos está cancelado.
Ese Catarino Concepción, iluso, pretende hacer un encuentro de poetas y decimeros; escritores de versos modernos con trovadores tradicionales de los que hay en las huastecas veracruzana, hidalguense y potosina, cuya influencia ocurre también en Guanajuato, donde están no pocos creadores de huapango tradicional como el famoso grupo Los Leones de la Sierra de Xichú de fama internacional que comanda Guillermo Velázquez.
Catarino ingenuamente pensó que los empresarios de Atarjea podrían hacer algunos aportes en dinero para organizar el paraíso. Quiero decir el encuentro de poetas modernos con versificadores tradicionales de su municipio. Pero los empresarios qué pueden saber o ni siquiera imaginar de paraísos, de civilización. A ellos les interesa sólo su provecho, su beneficio, aunque provoquen que el infierno cunda porque ellos colocan su granito de arena para eso, al explotar a sus trabajadores, al imponer la ley del más fuerte que es la ley de las bestias, al competir ferozmente hasta aniquilar a otros, al ser tan triunfadores, porque todo triunfador está encima de una montaña de cadáveres, al olvidar lo mejor de las creaciones humanas, la obra de arte. Y actuar así no es crear civilización, sino permitir que este mundo se degrade, significa vivir entre los residuos de la barbarie, la animalidad de donde venimos de la que nos salvamos (o quizá nos condenamos a esto, a un infierno peor). Aunque anotemos que, como en todas partes, existen excepciones honrosísimas. Los empresarios de Atarjea quieren que el encuentro de poetas sea tan sólo un escaparate para su beneficio. Qué les importa a ellos el arte, la creación poética, la civilización, la destrucción de este país. Mientras ellos tengan sus ganancias aseguradas.
Es un mundo terrible el que nos toca vivir. Sin embargo, continuaremos creando, procurando las condiciones para que ocurran los paraísos terrenales, para que los infiernos que otros crean no nos lleven a todos a la animalidad como quisieran los potentados.

1 comentario:

Coyolxauhqui dijo...

Vaya forma de describerte "bicho raro" jiji... creo que deberían seguir siendo bichos pero no raros, sería bueno que hubiera más ejemplares llamados escritores.
Tengo que decirte que me gustó como desarrollaste la idea de leer te lleva a ser mejor persona.
Pero difiero contigo respecto a como percibes la globalización, para mi la globalización no es maligna, piensa en esto... dos personas de diferentes culturas se encuentran y conviven, es una retroalimentación de costumbres, de todo su entorno y no por eso alguna de ellas tiene que despersonalizarse, cada quien esta orgulla de lo que es, eso significa aprendizaje... me queda claro que la realidad es otra y tiene fines perversos para las masas... pero la masa no dejará de ser masa.