viernes, 10 de agosto de 2007

La Experiencia



La Experiencia


De por sí vivir quién
sabe si tenga caso.
Ananías Peláez. Sargento de policía


Pterocles Arenarius

–Qué pasó, cabrón, ¿qué haces? Vamos a tomarnos una chela, ¿o qué?
–Pues nada, aquí nomás. ¿Qué, invitas?
–Carajo, faltaba más. Vamos aquí a Tepito, tengo que ver a unos camaradas.
–¿A Tepito? No chingues...
–No hay bronca, güey, pues con quién crees que te juntas. Tengo que conectar a un cabecilla y luego vamos a una cantinita muy a toda madre, en el Centro, dan muy buena botana.
–Ora pues. –Subí a su carro, un viejo lanchón muy maltratado en funciones de patrulla de la Judicial Federal. El Tony, Matías: un metro ochenta de estatura, barrigudo y malencaradote, recio, bigotón más o menos feroz y con esa seguridad prepotente que los agentes judiciales, a su tiempo, adquieren con el ejercicio del poder; ah pero eso sí, siempre de saco y corbata. Arrancó su carro con alguna violencia, rechinando llantas. Rápidamente llegamos al temible barrio. Se metió a la brava, rozando puestos de fierro recubiertos de hule, sin contratiempos entre estrechas calles y en medio de miradas de desconfianza y odio solapado hasta llegar a una vecindad de las que reconstruyeran después del terremoto del 85. Desconfié. Pero mi compañía era un reconocible y muy eficaz salvoconducto para transitar en tal territorio. Dejamos el carro a la puerta de una vecindad. Entramos en una vivienda y Matías, adelantándose, dejándome fuera del breve diálogo, conversó algunas palabras con el señor de la casa. La mujer del hogar saludó difusamente y a media voz e hizo desconfiado mutis. Luego nos fuimos con el señor de casa y nos instalamos, en pleno a medio patio de la vecindario.
–Soy Ranulfo, surto al Tony –me dijo el anfitrión.
–Chucho Pérez, cuate del Tony. Mucho gusto.
Ranulfo mandó a un chamaco por una piernuda de Bacardí, dos litros de chínguere malo, cocacolas, peor todavía y, menos mal, una bolsa de hielos y varias de sabritas. Sirvió. Empezamos a beber. Se agregaron varios. El Charanga, el Sobado, el Garras más Ranulfo, cincuentón encanecido, desaliñado y sin rasurar. Los primeros tres
tenían prototipo de maleantes, quizá raterillos o quizá comerciantes. Desenvueltos y con gesto astuto de una viveza de muy diestra vulgaridad. Ranulfo era más notable por su gesto suficientoso, como sabihondo y de hartazgo ecuménico, también llamado el Gómora, parecía muy sobrado.
–Ven pa'cá, Juana –echó un grito y en respuesta apareció una muchacha trompudilla de naricita respingona, ojos pequeños y tristísimos, ultramaquillada y con una faldita que a muy duras penas cubría sus calzones–, para que estés un rato con el señor –y Ranulfo señaló a mi guía, amigo y garante de seguridad, Matías, el Tony Talamantes. "Está muy chamaca. Ay putita. Y está bien buena. Ni hablar, c'est la vie", me dije.
–Buenas tardes, señor, me llamo Nallely y estoy a sus órdenes. ¿Me invita una copa?
–Siéntate aquí, Nallely. Tómate las que quieras. ¿Por qué te dijo Juana este Ranulfo?
–Ay, señor Tony, es que dicen que así me bautizaron. Eso dicen, pero me gusta más Nallely.
–'Ta bien, Nallely.
En dos vueltas secamos los dos litros y muy inmediatamente se procuraron la otra. Miré con porfía, directo al Tony como preguntándole a qué hora marchábamos. Sentado en un cajón de madera se veía complacido en la permanencia, observaba la conversación aún casi tímida y las bromas entre los bienquistados. Además acariciaba, como es su costumbre, tímida, decentemente a Nallely quien, por su cuenta se le sentaba en las piernas, lo besuqueaba, lo manoseaba. En ejercitación plena de su oficio. A la tercera copa tomé confianza y competía en proferir presunciones y hasta gastarle bromas benévolas y amigables a uno que otro. De sus comercios, tema formal, pasaron al más ligero de las mujeres y luego la charla sesgó en favor de motivos filosóficos profundos, el futbol. Va muestrario:
–Qué, ¿cómo'stuvo?, ¿se movió?
–No, bien aguado. Mucho pinche mirón pero sin billete.
–No, güey, si como miran compraran, ya me había hecho rico.
–Y qué, Juana, ¿sacaste el chivo?
–Ahi dos que tres, manito, pero no me digas Juana.
–Pinche Nallely, si te conté como diez vueltas al Ambos Mundos, has de andar bien rayada.
–Ay no, cómo crees, no es cierto, señor Matías; sí trabajé pero no fueron tantos y además ya me bañé bien. Estoy limpiecita, señor.
–'Ta bien, Nallely, 'ta bien--. Sonriendo la aprobó Matías.
Caía la tarde. Hablaban más bien desordenadamente, simultáneos, pero cuando Ranulfo el Gómora se daba la voz, tenían consideración, hasta callaban o hacían la voz baja.
–Es la crisis, mis chavos. Circula poco billete. La gente anda prángana. Ya ni siquiera cogen. Qué se le hace.
(...)
–No, güey, traigo una nalguita pero ssssshtamadre; dieciocho añitos, hija de familia, güey, quintito..., no, cabrón, chulita, me cae de madre. Qué pollo, cabrón, qué pollo me estoy refinando...
–No mames, ha de oler a miados. No, yo me ando cogiendo a una ñora, treinta y seis. Uuuta, güey, con una hambre de verga que no mames, falta me hace más miembro. Mira, güey, entre yo y su marido no le damos batalla. No, unas pinches cogidotas que me deja seco, cabrón.
–Qué bonitos cabrones. ¿Y sus viejas? Miren, hay otros cabrones que así han de decir de sus viejas. 'No, si me ando comiendo un culito bien sabroso'. De sus viejas, ojetes. Ay no, si pinches hombres no tienen madre. Pero qué se le va a hacer, ¿verdá, señor Matías?--, reclamó Nallely.
–Así somos, Nallely, ni modo.
De pronto intervenía el Gómora y sin siquiera jactanciarse los aplacaba.
–No, las viejas jóvenes son problemas y mucho gasto. Las viejas muy rucas son mejor, menos gasto y poca bronca. Cuando sus maridos ya no las pelan, ellas lo donan por aquí y por allá, al que se lo pida. Hasta te andan quitando la chamba ¿no, Juana? Pero las viejas siempre son problemas. Puros problemas.
–Por eso con una chava del talón es mejor. Conmigo nadie tiene problemas, yo los quiero a todos. Varios pendejos se han enamorado de mí, me han querido llevar con ellos. ‘Mamacita, ya deja el talón y yo te saco de blanco’– y Nallely agruesaba su vocecilla logrando un efecto más que risible al arremedar pendejos–. No, yo que voy a hacer con un cabrón que no gana ni la mitad de lo que yo saco. No, así estoy mejor.
(...)
–No, güey, el América ora sí viene rajamadres.
–P's siempre, cabrón, avienta billetes como hijo de puta y luego ni califica. Chingón es el Atlas. Puro chavito, pero cómo la mueven.
–Los dos son ojetes, un equipo de la broza y con tradición es el Atlante.
–No p's ya verás ora que se vayan a segunda con su pinche tradición, chale, 'stán jodidos–. Y a su arbitrio Ranulfo cerraba el tema.
–Miren, muchachos, el futbol mexicano es mediocre, pero está considerado entre los mejores del mundo. ¿Saben por qué?, porque pagamos los mejores futbolistas brasileños, argentinos, europeos, lo mejor, lo mejor del mundo, pero siempre vienen aquí a terminar sus carreras. Ya nomás dejan su experiencia, se llevan un billete y se retiran. Es buen futbol, pero mediocre.
–Muchachos, hablen de otra cosa. No mamen, una bola de cabroncitos correteando a patadas una pelota. No mamen, por favor. Lo único que agrada es que están bien buenotes. --Nallely, una muñeca, una putita, de trato tan brusco e igualitario como el de cualesquiera de los que departíamos y era la única que no guardaba deferencias para Ranulfo.
El Tony miraba y no más. Yo intervenía muy a veces y casi no me entregaban la menor atención. Iba la tercera botella y estaba yo en el límite superior de la embriaguez, cuando se rebasa la fase mono, en que se procura ser muy gracioso, pelar diente gratis y ganarse unas risotadas con la mejor monería. Era mi etapa león, cuando entra lo bravo y lo muy cabrón y se cree uno capaz de apagar un incendio a pedos. Antes de la declinación al periodo vaca, en que se muge, se rumia y ya no puede uno consigo y, por supuesto, me faltaba mucho alcohol para llegar al estadio cerdo, cuando se revuelca uno entre la propia basca. Intervine.
–Ustedes son a toda madre, yo admiro un chingo al barrio bravo de Tepito, me gusta un chingo como hablan, me encanta su forma de vivir, me gusta que sean aguerridos, malhabladotes, orgullosos.
Se callaron. Serios. Se miraban entre ellos. El Sobado se puso a forjar un cigarro de mariguana. Con asombrosa velocidad le dio el terminado de ensalivación y ya estaba dándole unos jalones más que amorosos, como si hubiera querido fundirse con la mariguana. Al tercer jale circuló el toque y se recogió abrazándose las rodillas, para gozar la intoxicación sentado en un bote. Entretenidos esperando turno a la mariguana o desconcertados o quizá encabronados por mi fallida loa, ninguno hablaba. Sólo Nallely me consideró:
–No creas, manito, aquí ya casi todo es pura fama. Lo demás ya ni es cierto, puro comerciante miedoso –trató de aliviar tensión la muchacha y se acurrucaba entre los brazos del Tony.
Cuando llegó mi turno a la droga, aquello ya era una vil bacha. Mojé índice y pulgar con saliva y fumé mariguana.
–¿Mato bacha?
El Sobado levantó los ojos y sonriendo como en sueños dijo --qué poca madre.
–¿Cuál es tu pedo, güey? Parece que no te latió, dime qué chingaos traes --riposté embravecido al comentario.
–¿Sabes qué, güey? –se me dirigió el Charanga para mediar– es que caes gordo, en buena onda. Ya estamos hasta la madre de putos que vienen al barrio a comernos, se comen nuestra lengua, nuestra vida, nuestro cotorreo, luego van con los mamertos y hasta con los abilletados y se quieren parar el culo diciendo "no p's yo conozco Tepito, yo tengo un chingo de cuates en Tepis y me reconoce el bandón", y luego hasta escriben en el periódico y... p's se llevan un billete, cobran por hablar de nosotros, nos están robando, dicen que nos dan prestigio, ni madres, nosotros ya lo teníamos desde antes, pero además ni siquiera tienen idea. Esos ojetes viven de nosotros y aquí nada más dejan pura cagada. Son culeros. Y, mira, esos pendejetes, solos, no entran aquí porque saben que se los lleva su pinche madre. Esa clase de putarracos ya nos tienen hasta la madre. Y tú hablaste igualito que ellos, como a ver qué sacas--. Mi protección, Matías Talamantes, el Tony, miraba a uno y a otro. Una puta y leve sonrisilla descarada me aseguraba que se divertía el muy cabrón mientras intensificaba sus caricias y gozo con Nallely. La noche empezaba a caernos encima y Ranulfo acechaba el momento de pontificar.
–Oh que la chingada. Derecho que a mí sí me caen a toda madre. 'Ora qué, ¿me quieren madrear? ¿Les pido perdón? Ni madres.
–Bueno, dínos, a ver, ¿a qué te dedicas? --me dijo el Garras, agachado y frotándose la frente, yo creo que ya bien mariguano o a la mejor emputado o impaciente.
–P's, yo... escribo. Escribo cuentos.
–Puta madre –comentó el Sobado sumergido en un trance vacuno de mota, con ojos entrecerrados.
–¿Ya ves, güey?, eres la misma cagada –ofendióme el Charanga y ridiculizó lo peor que podía–: ya sé...: “una vez iba caminando la gansita moviendo sus nalguitas a traerle churrumais con atole a sus hijitos”.
–Esos no son cuentos.
–Entos qué son...
–Bueno, de ésos no escribo.
–¿De cuáles escribes?
–Pinches güeyes, que no les dé muina, cabrones. Si escribe cuentos pues qué a toda madre –me defendió la hermosa putita–, que no les arda la jeta de envidia, culeros. No les hagas caso, manito, tú sigue escribiendo. Es más, cuéntame un cuento ¿no?
Por fin entró al alegato Ranulfo, el Gómora, pontífice, poseedor absoluto de la verdad última e intrínseca, calmudo y autocomplaciente.
–Lo que pasa es que aquí llegan muchos intelectuales. Cuates muy güevones que no saben qué hacer y, como dice mi buen amigo Cornelio, el Charanga, pues la verdad sí, nos roban todo y luego se jactan de lo que no les pertenece. Y el barrio no tiene ningún beneficio. Aquí tenemos nuestros intelectuales propios, no necesitamos de afuera. Y tú, mi cuate, ¿cómo dijiste que te llamas?, bueno, no importa, pues no sabemos tus intenciones. Vienes a echarnos flores gratis. Nosotros no damos nada gratis, tú lo has de saber. Tampoco lo queremos. Este barrio tiene su historia y mucha gente nos reconoce. Muchos que nunca han pisado Tepito dicen que nacieron aquí. Pues para pararse el cuello. Y tú... ¿qué?... Tú no eres nadie... Estás aquí porque vienes con mi gran amigo el Tony. ¿Serás como los demás? A ver, dínos...
–¿Y ustedes quiénes son?, ¿tú qué chingaos haces? –le dije al Charanga.
–Pos yo te voy a decir, la neta soy ratero. ¿Cómo ves?
–Mis respetos, cabrón.
–¿Sabes a qué me dedico, güey? –dijo el Sobado levantándose por primera vez desde que le jaló al chuby, pero con una sobria vivacidad y su acento barrioso, agresivo--, le meto a todo. Me atasco de mota, de alcohol, arpón y hasta al chemo le atoro. Eso es lo que hago, güey, ¿qué pedo?
–Aquí la chamaca es putita, ¿qué te parece?
–No p's está bien.
–Bueno, ya'stuvo, a inflar y a dejar de hablar –proclamó Nallely. Y pasó a la ofensiva–. Y tú, pendejo, no me digas puta ni mucho menos putita que no pido ni quiero compasión de nadie y menos de un pendejo y puta será tu chingada madre que lo da gratis. Yo soy una se-xo-ser-vi-do-ra, ¿entiendes, mierda?
–Ya, ya... No se quieran lucir, mis chavos. ¿Ya ven?, ya cayeron. Le están dando el material. Mira, mi amigo, ¿cómo dices que te llamas?, no le hace, ¿cuántos años tienes?-- me habló el Gómora, un verdadero profesor frente a su alumno tarado.
–Cuarenta y cinco ¿y eso qué?
–No, mira, yo ando en cincuenta y ocho. Tengo más experiencia que tú y los que están aquí. Sé más de la vida. Estás muy verde para mí.
–¿Experiencia? ¿En qué?
–¿Cómo en qué?, en la vida.
–Ranulfo, tú eres el hombre más güevón que he conocido en mi puta vida –agredió la putita–. Has tenido que meter a trabajar a tus hijas y a tu vieja, a mi chingada madre porque el señor no quiere molestias prefieres llenar de putas tu casa. Desde que tengo uso de razón estás aplastado en la puerta de la vecindad vendiendo mariguana y rascándote las verijas.
–Mira, pinche puta podrida, tú cállate. Al rato me arreglo contigo. Ya sabes que no me tienes que contradecir nunca delante de la gente. Ya nos veremos al rato, hija de la chingada–. Dije para mí “así que ésas tenemos. Mira qué clase de respetable señor”. Casi temblaba yo de coraje. Aspiré hondo y acumulé rabia sin saber muy claramente de qué manera estrellársela en la jeta y le pregunté:
–Ah, claro. En la vida. Ya veo. ¿Cuántas veces has estado a punto de morir?
–Bueno, mira, en primer lugar a mí no me tutees, creo que mi edad y mi experiencia merecen respeto. En segundo lugar, yo siempre me he cuidado, nunca he tenido problemas.
–Bueno, señor, como usted quiera. ¿Alguna vez ha estado en una guerra?
–Cómo crees...
–¿Lo han torturado, ha estado en la cárcel?
–Qué pasó, yo soy un hombre de bien. No me meto con nadie.
–Bueno, ¿ha sido amado hasta la muerte? ¿Por lo menos alguna mujer ha intentado matarse por usted?
–Ja, ja... Eso pasa nada más en las películas.
–¿En su vida ha hecho algo como para que lo manden matar, un acto de rebeldía muy cabrón y contra el gobierno, o por lo menos ha encabezado un movimiento social? ¿Nunca ha matado a un ser humano? Algo que valga la pena.
–Ya te dije, muchacho, que soy un hombre pacífico. Ahora todo eso ¿qué?, no seas provocador.
–Le ha metido a la droga o ha sido ratero como estos camaradas?
–Ya no te voy a contestar, mano. Ya estás alterado.
–No, dígame en qué tiene experiencia. ¿Lo han violado? Aquí está Juanita, bueno, Nallely, ella sabe algo de eso. Díganos.
–Mira, cabrón, ya cálmate. ¿Qué chingaos quieres conmigo?
–¿Por lo menos sabes matemáticas o has inventado algo para bien de la humanidad o has escrito un libro? Pero de qué putas puedes tú escribir un libro. ¿Qué has hecho, cabrón, en qué está tu chingada experiencia? Se me hace que eres puro pendejo y tu pinche vida es una cagada–. Le escupí preguntas y coligencias en la cara, brutalmente.
–¡Hijo de tu chingada madre! ¡Pártanle la madre a este hijo de perra!– Ranulfo se puso de pie emputecido de furia. Enrojeciente de rabia el rostro, gritaba a los otros y manoteaba azuzándolos. El Charanga y el Garras se pusieron de pie violentamente, pero antes de agredirme miraron a Matías y se sofrenaron. El Sobado murmuró “sí es cierto, don Ranulfo es ojete, todos son ojetes” y con la quijada a las manos seguía tranquilo y atento la acción. El Tony, con gran calma, apartó de su regazo a la putita, casi trabajosamente de lo ventrudo se levantó de su cajón y miró feamente a los tres que estaban de pie. Con eso los congeló. Extrajo (me pareció que la obtenía del interior de su abultado vientre) una espantosa pistola negra, brillante y descomunal. Caminó tres pasos hasta Ranulfo Gómora y lo encañonó a dos centímetros de la frente. Escuchamos el siniestro chasquido metálico al tiempo que accionaba para cortar cartucho. Ranulfo empalideció lastimosamente inexpresivo hasta lo cerúleo en un par de segundos.
–¡Híncate, cabrón! –El Gómora obedeció torpemente, empavorecido, casi se cae. El Garras se volteó para otro lado, el Charanga se tapó los ojos, sólo Nallely se abalanzó con violencia, rabiosamente, con las manos en ristre como una desesperada ciega, a arrebatar la pistola de las manos del Tony. Éste la detuvo desde su gran estatura con la mano libre y le dio un bofetón de revés que la derribó. Entonces tronó el estallido que sacudió a toda la vecindad, tronido brutal y brevísimo, seco. El Gómora se derrumbó con un extraño, espantoso grito agudo, breve, chillido de desesperación. Aseguro haber visto que convulsionaba. "Ya lo mató este cabrón" me dije. El balazo llamó la atención y de inmediato había cincuenta mujeres y niños alrededor. Se oyó un grito femenino: "¡Ya mataron a don Ranulfo!". Matías Talamantes, el Tony, previsor, no soltó, no guardó, ni siquiera bajó el cañón de la pistola, quizá por eso nadie nos agredió. Agarró a Juanita por un brazo arrastrándola hacia su carro y me dijo vámonos.
–Se lo merecía el hijo de la chingada. A ver si se le quita lo mamón --Juanita lloraba sin control, histérica: "¡para qué lo mataste, para qué...!". La noche ya estaba entrada. Caminamos hacia el auto.
–Sí, a todos se les quita lo mamón cuando mueren–. Contesté cínicamente. Agregué: –no mames, cabrón, no era necesario–. Nos metimos al carro. En lo que me pareció un criminal alarde de sangre fría, el Tony no encendía el motor del coche, miraba apaciblemente hacia el interior de la vecindad. A unos diez metros y desde el coche veíamos el tumulto rodeando al muerto.
–No seas pendejo, Chucho –me dijo–, míralo al hijo de la chingada. –Volví a mirar: Ranulfo Gómora, presunto occiso, estaba de pie con la cara blanca y gesto de insufrible susto, era atendido, consentido, acariciado por mujeres vecindarios–. Pistola de juguete. Bala de salva. –Pronunció el Tony lentamente, casi divertido y mostraba el horrible juguete antes de devolverlo a su vientre–. En fin. Siempre se me hizo un güey, ¿cómo te diré?, engreído. –Por fin accionó el encendido del carro y avanzamos en silencio. Juanita, la putita, lloraba y reía quedamente con las manitas sobre su rostro, de pronto decía "qué cabrón es este hijo de la chingada, qué cabrón". Después de un rato, ya fuera de Tepito, calmoso, el Tony me dijo:
–Ya tiene algo importante en su vida el pendejo. Estuvo cerca de la muerte. –Y nos fuimos a la cantinita que dijera para cerrar la noche.

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