jueves, 16 de agosto de 2007

Sé verlas al revés

Sé verlas al revés

Pterocles Arenarius



Alguna vez, cierto psiquiatra me dijo que todos tenemos derecho a ocupar algo así como el diez por ciento de nuestros actos, como máximo, en el terreno de las manías. El especialista se refería con “tener derecho”, a que todo aquél que acumule manías en más del citado porcentaje de sus actos, no se ajusta a lo que estos facultativos consideran “lo normal”. Los humanos tenemos manías, esos actos en los que nuestro inconsciente nos pone a funcionar en automático mientras la mente despega de este mundo y “la loca de la casa”, la imaginación busca o inventa universos mejores que éste. Hay manías muy curiosas. Además de hacer vibrar los pies sacudiéndolos compulsiva, permanentemente, morderse los labios, jalarse o mesarse los bigotes o el cabello, hacer gestos existen manías dolorosas. Conocí a cierto individuo de luenga cabellera que jalaba uno a uno de sus extendidos apéndices pilosos para llevarlos a la boca, mordisquearlos, arrancarlos del cuero cabelludo y finalmente desecharlos mediante sendos escupitajos. “Tricotilomanía” me informó el especialista sobre esta extraña compulsión. En fin, la variedad es muy amplia. Existen casos extremos, dignos de la más vasta enciclopedia de patologías humanas, entre éstos se incluyen las manías perversas que consisten, como la mencionada, en dañarse el cuerpo. Pero existen también curiosas manías con un cariz netamente intelectual. Una más o menos inconsciente actitud por encontrar un orden en este mundo que frecuentemente nos parece caótico. Sé de gente que cuenta todo aquello que aparece ante sus ojos. Alguno me ha confesado que, con las letras que componen las placas de los autos procura formar palabras agregando vocales o consonantes. Hay quienes creen encontrar indicios propiciatorios al toparse con ciertos números o arreglos de letras. Entre estos últimos están los maniáticos de la palindromía. Esas frases que, como el título de este texto, pueden leerse (y tener sentido) tanto de izquierda a derecha como de derecha a izquierda.
En efecto, hay personas que, por extrañas razones, adquieren la manía de leer al derecho y al revés. Casi siempre con resultados muy frustrantes por lo que acaban por maldecir su manía que, en casos graves, puede llegar a provocar que no se entienda lo que se lee. Sin embargo, no siempre es estéril ésta tan aparentemente absurda manía cuando desde la confusión emergemos embriagados de dicha al descubrir que:


Satán apapacha papanatas

Es una hermosa sorpresa que el lenguaje nos depara compensando así una manía en apariencia inútil. Porque los palindromas no se inventan, se descubren y, tras una búsqueda generalmente larga y ardua, aunque a veces la fortuna nos sonríe y la búsqueda es inconsciente, se nos regalan junto con un momento de una dicha más o menos pueril. Pero, como toda dicha, no despreciable. Pero los caminos de la palindromía suelen ser insólitos cuando resulta que aparecen recomendaciones relativas a ciertos placeres orales:


A la pucha, chúpala
Sabrosón es, seno sorbas

Así, el periplo a través de las palabras, puede ser fatigoso, pero vale la pena cuando se llega a una interrogación acaso enigmática:


¿Osa casero derrocar a corredores acaso?

O puede que arribemos a una frase, ¿consuelo o sevicia?, si pensamos en extremos, según quien la pronuncie, un desconocido solidario o un torturador:
Amigo, no gima

La travesía puede conducir hasta un resentido emplazamiento

Si tu cutis a él adula, Malú, dale así tu cutis

Los extraños lugares a que nos conduce la búsqueda, el azar pueden ser como el siguiente encargo rencoroso:

El amargor prográmale

Y también, ¿por qué no?, puesto que insertos en el caprichoso terreno de la suerte, llegaríamos a un aserto quizá freudiano:

La mamá ama mal

O bien dos afirmaciones, presuntuosa una, equívoca la otra:

Allí va ramera, haré maravilla
Allí va la ramera a remar a la Villa

Porque bien sabemos que a La Villa, como los mexicanos conocemos a La Basílica de Guadalupe, nadie asiste a remar. Ahora lleguemos a un apotegma lingüístico y, a la vez, falso teorema:

La i virtual, la u trivial

La siguiente es una invitación al divino marqués que pudiera ser alarmante, pues Donatien Alphonse Francoise difícilmente otorgará algo sin recibir placer (o dolor) a cambio:
Sade, no me dé monedas

Un postulado que denota afán aristocrático es igualmente producto de la laboriosa búsqueda:

He oído a la bruta turba, la odio ¿eh?

Por cierto, hace años, el 20 de febrero de 2002, se presentó un instante, a las 20:02, que representó una cifra de palindromía milenaria: 20:02, 20-02, 2002. Aleluya.
Bien, el espacio es finito, pero los vientos del azar favorables, así surge una afirmación que alcanza estatura filosófica:

Odiar es reconocerse raído

La incursión es productiva. Por más que algún especialista acuse al adicto a la pesquisa palindrómica como víctima de una disfunción mental: esquizoide es la prescripción que me hizo conocer. Pero el diletante de la palindromía desprecia el preocupante decreto y generalmente porfía en la búsqueda. En lo personal, para empeñarme en semejante afición osé corporar raro proceso.

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