viernes, 3 de agosto de 2007

La Fiesta (Cuando bajaron los ratones)

La fiesta

(Cuando bajaron los ratones)




Por el gusto y las delicias de contar.
Chucho López

1
Estábamos en Auza chupándonos unas caguamas. Ora verás…, eran el Neto, el Caimán, el Céfero y pos yoni, ¿no? Varios de los más chavitos por ahi andaban, nomás chutando. Yo estaba acabadito de salir del tanque, me aventé cuatro días allá adentro. Los cuates me contaban de la tocada de los quince años de Susi, la Tamal; la hija más grande del Matador, el pinche raterote ese. Según dijeron estuvo en grande el bochinche, bien chido, me cai. Bueno, yo no estuve porque me apañaron en la bronca que hubo en una de las lonchas de había aquí en Corregidora, La Acelerada, se llamaba. Me acuerdo que el día que caí, pasé por ahi de volada, na’más pa’ver si había alguien. Si he sabido me cai que ni paso. Sabía, cómo no, que siempre hay alguien. Salí de chambear, había dejado mi camión en la Plazuela de San Lázaro. Ya ves que ahí estaba la terminal. Traía yo un Gustavo A. Madero. Entró mi relevo y órale, ahi nos vemos. Así na’más de lejitos me asomé. El Tomatón y el Céfero tenían dos tres guamas de pura pantalla, porque debajo de la mesa escondían su frascote. Don Martín el de La Acelerada vendía el chínguere acá bajita la baisa y a los puros cuates. “¡Quióbole, cabrón!, véngase pa’cá, a ver que se toma putito”, me dijo el Tomate; ya traía ocho que diez puñaladas entre pecho y espalda el buey, más o menos a medios chilazos. Y todavía voy de sacalepunta: “qué, a poco crees que puras pinches caguamas”. “Ooh, usté nomás arrímese y va’ver”. Sí, pos que sacan y que empieza el tiroteo. Nos aventamos unas cuando llega el Bailarás. “¡Qué onda, güey!, aviéntese una con sus meros valedores, o qué transa”, le dijo el Céfero. Pa’pronto que se agrega, p’s si le encanta. Al ratón, cuando ya estábamos más pa’llá que pa’cá, pero medios plátanos, hasta eso, ni hablábamos; que llegan como seis o siete batos de esos fuereños que hacen que hacen viajes de tráiler de los fletes Santa Fe, que estaba en la Cerrada de Candelaria. De esos cabrones. Son bueyes que se sienten muy nalgas nada más porque son chafiretes de carretera y lo quieren humillar a uno que es camionero de ciudad. Siempre se ponen hasta atrás de pedotes y vacilan a las viejas de la cuadra. Quién que se respete va a aguantar semejantes mamadas. O si no, se la hacen gacha a los escuincles que juegan futbol en la calle. Por eso siempre nos han caído gordos.
Agarraron una mesa, ya venían medios bútagos y traían un pinche alegato bien escandaloso entre ellos, pero uno se vino a nuestra mesa. “Entos qué, muchachones”. Pinche señor acá chaparrito, sombrerudo, gordito y cayéndose de briago. “Mira, jovenazo, en Zacatecas somos puro corazón, chingao; somos gente muy buena y sólo Nochistlán es lindo, me cai de madre”. Y no sé qué más madres estaba ahí diciendo, pero cuando se da cuenta que nadie lo pelaba que se reemputa y que da un pinche manazo bien duro en la mesa de lámina. “Tranquilo, viejo cabrón”, le dijo el Bailarás. Uno de los fuereños vino a querer calmarlo. Hablando quedito nos decía “no lo fumen, jovenazos, es que ya anda muy pasado mi compadre” y nos hacía gestos poniéndose el dedo en el hocico y frunciéndolo como si fuera a echar un besito el güey. “Ya vámonos, compadre” y lo jalaba y este cabrón más terco se ponía. En una de ésas ya se andaban cayendo los dos y que nos tiran las guamas. “A ver si ya calman a su cuate que nomás viene aquí a hacer sus pendejadas” le dijo el Tomatón a los fuereños. Uta pinche borrachito que se indigna todito, ¿tú crees? “A mí ningún chilango culero me pendejea, mira pos éste, orita le vo’a partir su madre”. Chale, para qué lo dijo, carnal, mira, no acababa de hablar cuando ¡rájale, pendejo!, le ha dado un santo putazo, así de revés y en la mera jeta que el pobre buey fue a dar debajo de una mesa. El Tomatón p’stá grandote y bien mamado, pues no mames, es una bestia el buey. Aquéllos se descolgaron de volada, pero pendejos, empezaron a descontar a juan de la chingada y se armó el gran desmadre, mano. Se pusieron los madrazos baratos, no qué digo baratos, ¡gratuitos, carnal! Al ratito ya pedían esquina los fuereños, ya estaban bien madreados. Como todavía era más o menos temprano que llegan dos pendejos azules: “¿¡Qué pasa jóvenes!?”, en plena madriza, hazme el chingado favor. De por sí llegar a la cuadra no muy bien se animaba la tira y estos pendejos aparecen ahí solitos con su pinche batea de babas: “ya’stuvo, jóvenes, calma”. No p’s que los agarramos: “chinga tu madre, pinche policía pendejo”. Que los madreamos también. Me cae que pocas cosas tan chingonas en la vida como romperle toda su madre a un pinche teco. Pero ¿qué crees?, de seguro uno de estos cabrones habló por el radio de la patrulla y mira, en un ratito ya teníamos como unos cuarenta bacinicos con garrote, máscara y escudo y toda la cosa, chingao. Ya sabes que el cuartel de los granadas estaba aquí en Balbuena, p’s cerquita. Un fonazo y de volón que bajan. “Así que muy picudos, cabrones, ¿no?”. “No, pos así sí, lo que usté diga, señor. No hay pedo”. “Cállese y jálele, hijo de la chingada, órale, pa’rriba”. Y a puro garrotazo en las patas, hijo.
El Tomatón, que fue el que más madrazos repartió, ni vimos a qué horas desafanó, y el puto del Bailarás, muy picudo, muy malamadre, pero me cae que yo no vi si le entró a los chingadazos y también corrió con suerte, no lo apañaron.
Al Céfero y a miguelito sí nos tocó irnos a chingar, fuimos a dar a la Vaquita, dizque a quincear, pero nel, ni madres, a los cuatro días nos dieron la viada, bailándoles cualquier billete, ya sabes. Pero sí está cabrón caer, carnal. Hay que estarse partiendo la madre cada ratito: que ya te quieren bajar tus cacles o que presta la chamarrita o de plano, no falta cabrón que te quiera hasta coger, mi tío. Pues la neta, no mames, si yo no le hago a la coca cola hervida. Chale, ¿no?


2
Luego que salimos nos dijeron “uta, cabrones, no saben lo que se perdieron, la tocada de la Tamalito estuvo de pelos”. Y empezamos a libarnos unas caguamas allí en Auza. “Pos a ver, cabrones, cuenten de perdida, carajo”. Así pregunté un chingo, inflando. Y ahi te va todo lo que saqué.
Por aquel entonces el papá de Susana, la Tamal; Manuel el Matador andaba en la tira. Ya ves que a veces los rateros roban honradamente, pero cuando la ven muy gruesa y p’s pelona se sientan; o sea, se meten de tirantes. Va un billetote y papas. Entran a robar con ventaja, con placa. Uta, hubieras visto cuando el Matador era la ley, no mames. La primera vez que lo vi dije quiobo si éste es de los meros raterazos; porque uno llega a robar a asaltar, pero nomás en ondas de briago sin lana. Pero él ha vivido de ratón toda su vida. Su jefe tambor, por cierto lo quebraron en una acción cuando el Matador todavía era chavito. Y su jefa, ¿qué onda?, siempre fue fardera. Si me han contado que a Manuel se lo llevaba en rebozo a atracar en los almacenes, y la neta, como farda era fina la Cata. Como quien dice, él es un profesional y uno es amateur, no me chingues. Pasaba el matador en su carrazo y se paraba viéndonos feo a todos: “órale, pinches vagos, a la chingada de aquí, cabrones, o me los cargo”. Se le trepó regacho, pero la neta es que nunca levantó gente del barrio. Siempre se aventó sus broncas en otros lares y hasta llegó a alivianar a uno que otro valedor que estaba allá encanado. Luego yo creo que extrañó y solito dejó la tira y retornó a ratear, entonces se volvió a todísima madre con los del barrio. Bueno, por la época de los quince años de la Tamalito, aprovechando que era judío, organizó pero chido el toquín. Según me contaron. La vecindad era más o menos grande, pero no cabía la gente. Entonces cerraron la primera de Juan de la Granja, desde Corregidora hasta Auza. Las putas del Chale, que chambeaban en el veintiuno de Juan de la Granja, dejaron de trabajar desde a eso de las tres de la tarde. Las de doña Ramira, la del quince, ésas sí le siguieron, pero al rato ya andaban también en el refuego. Bajaron los más gruesotes rateros, cuates y no cuates de Manuel el Matador. De San Antonio Tomatlán donde abundan cabrones que son hijos de la chingada; de La Bella Helena que son unos perros para pelear; los de El Quinto Infierno, p’s matones y asaltantes; de La Candelaria de los Patos donde presumen que te roban los calzones sin quitarte los pantalones, bueno, pa’qué te digo, lo más grueso. Ahí anduvo el Chavo Narciso, retintero y buen corredor; Mario el Chaparro, tambor retinto pero además chinero; Felipe el Carimula, famoso carterista; don Raúl el Flaco, el más respetado fardero de a la brava por sus grandes güevos; el Güero Patillas que le hacía a todo pero más bien era ojete y mal intento de padrote. También llegaron las más adineradas madrotas de los barrios, como doña Petra la Tecolota que trabajaba en La Candelaria con pura putita provinciana, la Rebeca de San Ciprián que todos los años consigue y conserva una quintito para vendérsela al mejor postor el día de la fiesta de San Geronimito; doña Serafina Mendiolea que tuvo el putero más grande –qué te diré, fácil más de cien putas– aquí en El Cuadrante de La Soledad. Bueno, pa’qué te digo, tanto hicieron que aquí no cabe. Eran flor y nata.

3

Se contrató un sonido y pusieron bocinas por toda la calle. Adentro del veinticuatro, en toda la vecindad había mesas muy enmanteladas de blanco. Bueno, no me lo creas todo porque, la neta, yo nomás estuve hasta la víspera, ya te dije que caí. Todo lo demás ya me lo contaron ¿no?, pero te lo paso tal cual. También se trajo el Matador como unos cincuenta meseros uniformados, acá muy nalgas, padrotes; ¡como si hubiera sido fiesta de rico, cabrón! Pero se dice que ya en la noche los pinches meseros andaban más pedotes que los invitados. En la tarde quesque andaban muy serios y apretados, mamones ¿no? La broza nomás los andaba cabuleando, que ya le tentaban el culo a un mesero aprovechando que no se lo podía cuidar por traer las charolas, o le echaban pico brillándole un filo y con amenaza de muerte o le daban un toque de mota y se lo hacían fumar a güevo: “órale, hijo de su pinche madre, jálele, cabrón”. Y aquél: “No, joven, yo nunca he hecho esto, por favor”. Dicen que era bonito ver a los meseros de camisa blanca, chaleco de figurín y corbatita de moño, muy padrotones y bien mariguanos.
A eso de las cinco de la tarde, según dicen, ya estaba el ruido a lo grande. La calle cerrada y un chingo de gente libando y quemando yerba. El primer pedo que hubo fue entre los de La Bella Helena con los de Juan de la Granja. ¿Qué por qué se soltaron los madrazos?, bueno, por ahi me dijeron que ya se traían de un chingo de tiempo atrás, cuando el día de las carmelitas dos tres años atrás, en la tocada anual del campamento de ferrocarrileros, ya en puntos pedos salieron a madrazos los de aquí con los de La Bella. Pero también me contaron que la neta es que el tiro empezó cuando el Chilacas vio a su vieja la Regina, una morra que antes andaba con él. Es una pinche chaparra morena ella, que hasta se la llevó un tiempo a vivir a su casa. Pero la chava se le fue porque pues este cabrón la tenía en la casa de su jefa y luego el güey agarraba la peda y no se le aparecía en diez quince días. Claro que la hembra dijo qué transa con este cábula y se regresó a su cantón. Lo bueno es que todavía la recibieron. Ya luego empezó a andar con este Rubicel, el Madreardiendo, le dicen; vive en La Bella Helena. Y pos imagínate, pinche Chilacas, pobre cabrón, los ve por acá bien acaramelados, gozando de lo lindo, le ardió al güey me cai que madre que sí, porque además, en un trance briago el mismo, acá entre nos me lo soltó. Y lloraba. No si las viejas son cabronas. Uno de hombre nomás es borracho pero sí las quiere. Ellas no lo quieren a uno, lo que quieren es su casa. Bueno pues se acercaron los cabrones, el Chilacas y el Rubicel. “No pos ¿sabes qué, cabrón?, que yo quiero contigo, la neta sí me pasas”. “¿Ah sí?, pos a ver, cántame al oído y vámonos solitos pa’ver quién se agasaja más chido ¿no?”. “P’s órale pinche bato gacho, vámonos dando, a ver si es cierto que prestas como dices”. Ya sabes y que empieza la madriza. Ahi se estaban yendo, dicen, parecía un tiro chido, pero dos tres madrazos mecos y el Chilacas se culeó. “No p’s mejor ahi muere y como cuates”, empezó el puto. Pero saltó el Periquín que ya andaba bien cruzadote: “Este güey es puto, pero va conmigo, Madreardiendo, ¿sale?”. Pero se caía solo el buey y no p’s creo que de un soplido ¡suelo!, y que se agandalla aquél con dos tres patadas, entonces el Sinforoso que descuenta pero gancho al Rubicel y como el resto de acá brotó los de La Bella se abrieron. Estaban en tierra de apaches. Varios de los de acá se agasajaron descontando y aquéllos la calmaron “ya’stuvo”, decían, “qué onda, no armemos un irigote, calmados”. Y ya sabes, el gritadero de las viejas: “no chinguen, déjenlos madrearse ellos solos, pinches montoneros; ay, que no le pegues, pinche alevoso”. Ya hasta se querían romper la madre la Guajolota con Sonia la de La Bella Helena, nomás porque no las dejaron, ya ves que de repente las viejas son hasta más perras que uno. Eso supe, así que no me lo creas todo.
Ya que se calmó el tiro, de momento ¿no?, porque después resultaron más broncas por lo de ese día, madrizas al topón y con su banda; madrizas que aquí no te voy a contar porque no acabaríamos. El rebumbio siguió en grande, el buti de parejas bailando las cumbias pero con sabor, la rumba, ya sabes, desde la Matancera, Beni Moré, Tony Camargo; ¿pasaron por los danzones?, p’s a güevo, Acerina, Mercerón ¿y el mambo?, p’s mínimo, Pérez Prado, y de repronto también el rocanrol hasta llegar a la salsa, el Willy Colón, Rubencito Blades. Chido el ambiente me cai. Por allá una chava con su galán bien beodo, sosteniéndolo porque él solo ya no la hacía. Por acá las bolitas de los motorolos rolando la grifa y cotorréandolas del uno entre trago y trago.
Por otro lado alguno de los camaradas alegando con su ñora:
–Ya métete, vieja, ya no la hagas de pedo que me voy’encabronar.
–Ah qué hijo de la chingada briago cabrón, bueno habías de ser pa’mantener a tus hijos y no andar nomás de ojete, pinche briago putañero.
–Pinche vieja, ya no me esté chingando que le vo’a meter sus chingadazos, qué no ve que me está poniendo en mal aquí con mis amistades –ya ves que las viejas siempre alegan. Otros vales por acá con su noviecita bien conocida por remilgosa, pero ahí… bailándose unos raspados que ay cabrón, como para decirles oye, hijo, aquí a la vueltecita cobra bara el hotel, ya no sean descarados. ¡Como si lo estuviera viendo, carnal! Uta si habré conocido las tocadas de mi cuadra. Por otro lado el grupo de las chavitas del barrio, muy arregladitas, echando su desmadrito muy de niñas todavía, esperando que los chavos las sacaran a bailar. Por ahi andaban también los putones de por aquí: la Zoraya, que es el puto bailarín, la Platanera que tiene un puesto en La Merced, el Marimacho, que es un puto muy toscote el cabrón y dos que tres, también cotorreándolas de lujo. Ah cómo le tupen al dance esos pinches jotos. Con sus pantalones color de rosa o anaranjados bien zambutidos, sus camisas lilas o moradas, maquillados en rojo y morado, como putas y como siempre, bien farolones los cabrones. La pasaban suave, ya sacaban a bailar a un cuate, ya a una nena o no faltaba cabecilla que invitara un joto al baile. En fin, tanto y tanto hay en el barrio que aquí no te puedo decir tanto.

4

Como a eso de las nueve regresó la Tamalito con su familia de la iglesia. Le hicieron una misa de pocamadre, de alto pedo y a alto precio, en la iglesita de La Soledá. El pinche padrecito le aventó un verbo bien efectivo: “no pos que la moralidá y las buenas costumbres, quesque darle las gracias a Diosito por darte un padre honrado, decente y trabajador”; no hombre, dicen que no se midió el vetarro. Por cierto tiene añísimos regenteando ese negocio, ya está bien carcamán como que ya ni se le entiende, es tío del Jeremías, o quién sabe, porque el chavo no tiene padre ni madre. Este cabrón se hizo nuestro camarada, era monaguillo, mozo y sacristán se robaba las limosnas y se ponía en medio con los pomos y las damas. Como conocía a las putas del Cuadrante de la Soledad, por cierto que había muchas muy piadosas que dejaban muy buenos billetes en la iglesia. Se hicieron de muy buenas migas con el Jeremías y seguido le daban las nalgas y él les regresaba su dinero. O sea que ellas pagaban su limosna en nalga. Varias veces salió premiado el Jeremías y dos tres de la cuadra también. Pero les encanta el olor a pantaleta ¿no cabrones?, entonces chínguense, pendejos. Lo bueno es que en aquellos entonces no había sida, sin no capaz que se acaba la cuadra. Bueno, hay más historia pero no es el momento de aflojar. La transa es que el rollo del tío del Jeremías estuvo de puro desmadre. Imagínate, toda la gente conocía bien lo que era Manuel el Matador y el padrecito ahí, echándole de porras por honrado, por trabajador, por buen padre. Todo el mundo se cagaba de la risa, mano. Pero ni hablar, el que paga manda, ¿no?, y con dinero baila el pinche perro. P’s a güevo. Mientras Manuel bien seriezote nomás oía, dicen, a la mejor no oía ni madres y quién sabe qué estaría sintiendo porque se sabe que andaba hasta su madre de quién sabe cuántas drogas.
La tocada siguió más o menos tranquila, sin broncas gruesas, hasta que regresó la Tamalito de la iglesia para que bailara el vals. Tenía diez chambelanes, puro valedor del barrio. Por más que les dijeron a los cabrones “no chupen pa’que salga chido”, no señor, cómo iban a andar fuera de ambiente hasta las once. No p’s que se embriagan los bueyes. Yo me sabía bien el vals de tanto verlo en los ensayos. La neta es que ya les salía bien suave. El Ramiro, el Simón, a güevo el Tripas, el Gándara de la segunda cuadra, el Labión de San Antonio, el chavo Rubén de San Ciprián, el Radioloco de Morazán, el Nacho de Corregidora, Fermín el Caperuzo de la Candelaria y Matías el Boniato del campamento Ferronales. Eran todos los chambelanes y cada uno tiene su historia que no te las voy a contar aquí porque cuándo acabamos. No invitaron damas para que no fueran a deslucir a la Tamalito. Empezó el vals hasta que encontraron al pinche Radioloco. Estaba en los baños del veinticuatro platicando con el monstruo: ¡guaa, uaagg!, o sea, guacareándose el güey y le estaban mojando la cabezota porque ya no se sostenía de pedo. Al rato ya lo trajeron; sí se le bajó un poco, pero no p’s me dicen que la jeteó gachamente todo el vals, se equivocó un resto. Según me contaron, los cambiaron de lugar porque en una parte entre cuatro tenían que levantar a la quinceañera parada en una mesa. Bueno, mesa sin patas y acá bien forradita y adornada a toda madre, ¿no? Pero lo vieron como andaba y dijo la Zoraya, que fue el maestro del vals, “ni madres, este güey no va a aguantar, ay, si ya anda hasta el culo de borrachote el cabrón”. Entonces el Rubén cambió de lugar con el Radioloco. Para esto la marcha estuvo a toda madre, ninguno se equivocó porque era la más fácil. La Tamalito se veía bien chulita, me dicen. Aparte de que no estaba fea la chamaca, que andaba siempre toda pinche mugrosa, pero bien arregladita se veía bien buenota y la mera neta, sí tenía bonitas nalgas, pa’qué va uno a decir que no. No andaba muy perdido el pendejo del Tripas; por entonces ya tenía como un año de andar con ella el güey. Con suerte y hasta le dio las susodichas nalguitas, qué agasajo, ¿no? Pues se acabó la marcha y que empieza el vals; una música repadrota, suavecita, pocamadre: tara-rarará-tiriririrí. Se llama El Vals… de las Flores de Chaicosquí. Pos según esto ahi la llevaban más o menos, aunque el Radioloco equivocándose por pedo y porque no era su lugar, y el Rubén no andaba muy trovo pero también la regó porque lo cambiaron. Luego el Simón y el Caperuzo la acabaron de chingar cuando perdieron el paso y se fueron al revés de todos. Y todavía hicieron lo que hicieron después. Tenían que levantarla dos veces, una con las manos nada más, la otra con la mesa y hasta arriba. Primero la levantaron bien, ella puso los pies en las manos del Tripas y del Gándara. La subieron despacito, deteniéndola por la cintura. Al final ella se subió a la mesa y después de levantarla hasta arriba le tenían que dar una vuelta completa. En los ensayos lo hicieron bien un chingo de veces y a la mera hora la tenían que cagar; por briagos y chance por que los cambiaron. El Chavo Rubén se tropezó y que se cae cuando le iban dando vuelta. Eran cuatro los que cargaban y se desnivelaron muy grueso, entonces la Tamalito se patinó hasta caerle encima al Rubén y los otros, como briagos que estaban, no tuvieron la velocidad para detenerla. Bueno, el Boniato, por aguantarla, ¡mocos, güey!, que da el ranazo también. El Tripas se quedó con la mesa en las manos hecho un pendejo, llevándoselo la rechingada de coraje. Era el único que andaba en juicio. La gente es cabrona y se empezó a burlar. El Matador se puso como el vivo Diablo, rencabronadísimo. Agarró al chavo Rubén y le ha dado una chinga de su tamaño: “hijo de su pinche madre, pa’que se le quite lo pinche desobligado”, le decía. Y el pobre Rubas en el suelo nomás se tapaba como podía de las patadas y le gritaba pidiendo la suave: “¡ya cálmala, Matador, dame chance!”. Qué putiza. La Tamalona bien espantada, con su vestidito enlodado, todo arrugado como chicharrón le quedó en el desmadre, mano. Era de color de rosa, con flores lilas, buti y olanes, por acá por las chiches también flores, bien cuco su traje. Le gritaba al Matador “ya déjelo, papá, ya no le pegue por favor” y chille y chille, pobrecita. “Ya déjalo, Manuel, el chavo ni siquiera tuvo la culpa”, le decían los cuates. Lo agarraron y se calmó tantito. Luego empezó a buscar la los pedotes que bailaron el vals. La gente, espantada, le abría camino, le tenían miedo. Alguien de güevos le gritó “ya cálmate, Manuel, la estás haciendo mucho de pedo”. Más se encabronó el Matador. “Pinche bola de ojetes, mierderos, hijos de toda su pinche puta madre se me hace que esto lo hicieron aldrede, hijos de la chingada, ya se que están ardidos porque soy la tira, pero conmigo se los va’llevar su pinche madre, bola de culeros” y que saca el tizón y empieza a amenazar: “a ver, pinches mierdas, ¿quién es aquél?”. En un descuido que le sorrajan un botellazo en la mera calabaza. Quedó bañado en sangre y que empieza a soltar plomo. Me cuentan que se hizo un pinche corredero. Toda la raza bien asustada, tumbaron y patearon a los chavitos, las viejas chillando y gritando espantadas, los cabrones corrían unos, se tiraban al suelo otros, se escondieron muchos en las vecindades del veintidós, el diecisiete y hasta el quince fueron a dar. Dicen que los más cabroncitos ni se movieron, pero yo creo que hasta al más güevudo se le frunció el culo. P’s imagínate, cómo que te van a matar de un pinche balazo y luego nomás de barbas, como que no va ¿verdad? Dicen que sí quería matar por lo menos a un cabrón, pero no, yo conozco a mi gente. Y en todo el barrio conocían al Matador, dentro de su pocamadrismo agarraba la onda, la neta es que nomás quería espantar porque después me dijeron que todos los tiros fueron al aire.
Cuando se le acabaron las balas que saca una tartamuda, ay hijo de la chingada, cómo no se iban a asustar. Pero ya al ratito, sus buenos valedores locales lo calmaron y “órale pues, que siga la fiesta”, dijo. Lo curaron del madrazo en la cabeza y al rato ya andaba a toda madre, más contento que al principio, con la cabeza parchada. Mandó llamar a los chambelanes: “se van a aventar el vals pero ora sí bien, cabrones, no la chinguen, carajo”. Y sí se lo aventaron, para ésta les salió a toda madre, dicen que mejor que nunca en los ensayos. Claro, del susto hasta el pedo se le bajó a los chambelanes. Luego vino la presentación. En el micrófono el Matador quesque se puso muy propio y discursivo, sí lo creo, nunca lo he visto en ese plan, pero te digo, conozco a mi gente. Primero agradeció a “la concurrencia” por asistir, dio disculpas por el desmadre “y el que no me disculpe que se saque a la chingada, p’s total”; ofreció libación para todos los presentes y mota para todo el que la solicitara. Ya para acabar dijo que presentaba en sociedad a Susanita, su hija querida, “¡y que siga la música, chingao!”. Aunque ya mucha gente se había retirado, siguió la tocada, ya con personal de más confianza y se puso de ambiente todavía. A eso de las siete de la mañana en el veinticuatro, el resto de valedores seguían libando. Ya para en la noche se fueron retirando. La tocada fue en viernes, pa’l domingo ya había acabado todo. Yo salí de estar en canadá el lunes en la noche… Y me costó andar una semana en el agua saber pero bien a toda madre cómo estuvo todo el jaleo, pa’poder contarte la versión más chida de la fiesta, carajo, ¿no?

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