viernes, 20 de julio de 2007

Madreardiendo y Bailarás
(En plan Pirata)


Pterocles Arenarius


Nada hay más culero y peligroso
en este mundo que una puta enfurecida.

Chucho López


Aldegundo, El Bailarás, ya estaba hasta su madre. Rubicel, El Madreardiendo, se mantenía entablado. Yo estaba un tanto bútago, normal. El así llamado Madreardiendo --por ser hijo de puta-- fue el que dijo:
--Ahí’stá puesta, es La Pirata. Vamos dándole pira, ¿qué pastel?
--¿Encañonarla? Negra sea tu madre si no. Va que va --sostuvo el entenado de padrote que por lo mismo sobrenombran Bailarás.
La Pirata había pasado, taloneando, por la loncha. Bautizada Itamar, era puta de tercera generación, y tuerta desde los tres de edad por descuido de su madre.
--Esa Piratita, jálese pa’cámbaro y sóplese una cervatana con la banda.
Ella buscó al Bailarás hasta centrarlo con su ojo el no parchado --¿Uñas?, ni maiz, mi ñero. Si te mochas, como vas-quez, pero chido. Si na’más una, y luego chela, pues pa’qué.
--Desmárquese y arrímese, princesa; ‘orita nos cambiamos hasta el nombre pa’ponernos: Pedisérrimos.
Y se hizo: a chelear parejo. El plan iba empezando. Llegó el primer pancho; fue por culpa de la fuerte meazón que se desboca en la peda chelera. Soltándose en el mingitorio, El Madreardiendo --autonombrado El Garrote de las Putas-- también soltó el artegio:
--A las vivas, ése: empedarla como bestia. Cuando caiga; un jalón aquí nomás al basurero… Allí aventarle caballería y luego ya le damos verga. Sencillo.
Era el plan: segunda fase.
--Paso…
--Chale, ¿te abres?
--Es mal pedo…
--Mira, güey, con lo que cargas no le haces ni cosquillas. Es más, chance y no se dé ni cuenta. Si le entras le hago un robo y bailo con títeres la micha.
--Nel, cójanla si quieren, no la roben.
--Ya rugiste, camaleón.
Al retorno, este bato, harto bútago, en un trompicón, hizo el derrumbe de una torre de cajas de refresco. --Es que la mierda está muy angostita y uno anda pedernal.
Así era. Amontonamientos marcando un pasillito para salir al cuadrado de láminas con su viejo escusado apestoso adentro.
--Cayendo el muerto y soltando el llanto --le dijo doña Dionisia, madrota nueva y ponedora vieja; recién propietaria del congalillo con mal disfraz de loncha que ella rotuló como: “Los Amores de Emeterio. Lonchería del barrio” en recuerdo de su padrote más querido, muerto en manos de la tira por aguantar sin aflojar, como ninguno, en el pocito.
Los Amores…: local cuadrado, paredes en rosa chido de pintura de aceite “porque los borrachos son muy puercos”; mesas y sillas de lámina con anuncios de Corona y Coronita. Los amontonamientos: hartos triques: cubetas, cazuelas, braseros, comales, cajas de botellas, cajas con chilpayates enredados en trapo sucio, trastos, buti madres pues.
Sirven las chelas unas morritas, quince o menos de edad, en sus inicios en el talón y la ficha. Inditas rucas torteando garnachas y, a güevo, la vitrola sonando recio.
De repente salen de las coladeras unas cúcaras gordas como ratones. Estando crudo espantan: hacen que dé la cruda de loco nervioso que se cree perseguido. Por ser tan feas uno las despanchurra. Truenan y sueltan una como pus, pero es más blanca y huele gacho. Estas cucas se llaman teposcuanas. También salen ratas, pero ya nadie les hace caso.
--Le pago hasta el buen modo, esa doña --presumió el parido por suripanta (sin ofensa). Seguimos la ruta de la libación, hasta que:
--Aquí ya no se sirve, machines, aflojan la luz o se nos acabó la amistad --reclamó la madrota gelatineando sus noventa kilos ya casi emperrecida. Y es que además debíamos el derrumbe.
--Pues una vaca, ésos, ¿qué transa? --dijo el Rubicel y escarbamos el bolsillo. Nos vimos sometidos por la droga y ni siquiera habíase jalado la menor bacha. El desfalcón nos dejó en la ericez. Le sesgamos. El plan fallaba. Pero no…
Alcanzamos todavía para mercar un aguarrás ya en ventanilla. Luego directos al baldío de la que fuera nuestra escuela, ahora ya en función de basurero. A inflamar. Cuando se sintió tantito henchido, Rubicel, (el hijo de madre puta) soltó prenda:
--Mi Piratita, tres cosas, decentemente… una: que me la voy a coger. Dos: que si usté gusta de mamarme la verga un rato no me importa, o sea que no hay fijón. Y tres, que se moche con billete que ya nos desfalcamos.
--No hay tal, cabroncito, ahorita no se me hinchan las verijas y contigo menos… Chance y al rato ya más peda, si te esperas…
--Es que no te estoy pidiendo permiso, princesa. Y para más, si no te pones, aquí mi valedor, padrote y ratero, está ya urgido por robar, ¿cómo la ves?
Moviendo mucho el cuello para ver al personal se puso a las vergas. Era como una perra brava y acosada.
--Culeros…, ya van. Nomás que va a haber pedo… No me voy a dejar.
--Te vamos a tener que rajar tu madre, mi reina…
--Pero uno solo… No hay que ser mierda… Si es uno y me madrea, que me coja y hasta se la mamo, derecho. Pero billete no hay.
--No p’s yo te voy a coger, me la vas a mamar y luego te voy a robar tu billete, hija…
--Ay, carnalito, Bailarás, si te avientas tú solito me la persinas…
--Pos por eso, es que te vamos a aventar caballería… ¿Sí o no, ese Petrarca?
--Ni madres, Bailarás, es cuata. Va derecho. --Le dije haciéndole un hocico muy culero.
--No hay pedo, hijo; va un tirito derecho: tú y yo, Pirata. --Y decir como hacer el Madreardiendo se puso a tiro y armó la guardia. Jactancioso el cabrón todavía volteó a vernos--: esta pinche vieja pelea como cabrón, ya la conozco. --Entonces Itamar, la Piratita, hija y nieta de rameras, madreadora cotidiana, le cambió el estilo y empezó a pelear como vieja: le apañó un fajo de greñas para rasguñarle bien la jeta. El cabrón trató de someterla con dos tres vergazos, pero ella aguantó; se veía que la madriza, era, para ella, sí, cosa diaria. Peleando astutamente encontró forma de asestar un patadón harto culero en los meros aguacates. El Madreardiendo (golpeado una vez más de miles por puta desde que era chiquito) hasta brincó, tan fuerte había sido el cabronazo. Pidió tregua y se calmaron.
Error, mi Piratita. Lo dejó recuperarse. El cabrón dándose chance le dijo:
--Chale, hija, ni que tuvieras el ojete de oro, si nada más te queremos coger --pujaba agarrándose los güevos. Vi que chillaría si no hubiéramos los que habíamos.
--¡Refuerzos, refuerzos!, ¡chale!, la madreamos, la cogemos y la robamos --aullaba yendo pa’llá y pa’cá el pequeño entenado de padrote--, ya desgüevó al primero, ¡no mames!
--Cálmex, mi ñero. Lo que es derecho no es chipotudo --le dije para calmarlo.
El hijo de puta la agarró descuidada y le atizó semejante vergatanazo que la puso con sus nalguitas en el suelo.
Ella no reclamó, no se quejó. Había sido un descontón harto mierdero. Sólo se puso de pie y empezaron de renuez, ahora sí con odio.
Era una madriza fea. Como pocas he visto. Ella le rasgaba la jeta con sus uñas, él, asestando puñetazos, le sacudía la cabeza, la hacía tambalear. Se zarandeaban, se estremecían, se iban en banda, gruñían, pujaban, bufaban, jadeaban, chillaban. Chingada madre. ¿Cómo pararlos? ¿Cómo decirles que ahí muere y al chico rato se la sacan? Carajo, ¿cómo hacer que entendieran que no había pedo, que ni siquiera se muere por cogerte, Piratita; y que si tantito le buscas por la buena, ella te chupa la verga en plan de cuates, Madreardiendo? Dolía ver como se madreaban. Era asqueroso ver como se madreaban. Era peor que ver una película pornográfica de las más puercas ver como se madreaban mis dos cuates. ¿ Cómo pararlos si era un tiro derecho y estaban en terreno? Ella mordía como perra. El golpeaba desesperado. Los dos sangraban. Ni modo.
Los hombres tenemos más fuerzas.
Ella se venció. Se acuclilló, bien fatigada. Sabedora de que no hay perdón, se aculó en la pared cubriéndose la cabeza con los brazos, espiando entre ellos con su único ojo para ver por lo menos de que lado se cargaban más los chingadazos. Ya no tenía fuerzas.
--Ya déjala --grité. Él, enojeteperrecido, le alcanzó a encajar unas tres patadas, fuertes, crueles. Sentí feo cuando ella, pujando, las recibía.
--No seas mierda, ya no le pegues. --Lo amenacé. El Bailarás estaba entre espantado y reencabronado.
--Me sangró y me rompió mis güevos esta perra --lloraba el Madreardiendo porque lo tenía yo bien agarrado.
Ella se quedó resoplando, arrinconada, redoliéndose.
El cabrón se orilló lanzando mierda en voces, encabronado como nunca.
--Chingada madre. Ahi se ven. Ya se me quitaron las ganas de cogerme a una puta de éstas. --Y se fue por un agujero de la barda.
La Piratita se paró engallada, brava, como nueva. Buscaba con su ojito casi cerrado a chingadazos por dónde jalaría el cabrón. Con la bemba inflamada, borboritando sangre espumosa le gritó: “¡no pudiste, hijo de tu puta y perra madre. No pudiste!”. Se empezó a carcajear, fuerte y de la más fea manera posible, como si estuviera vomitando. O gruñendo. O llorando. O tosiendo. O roncando. Y de repente le gritaba ¡no pudiste, perro!
Desde que nació, El Madreardiendo nunca ha podido con las putas. Oyó la grita. Se detuvo. Caminó de regreso. Seguía. El temblaba. Le mentó la madre con el codo. Lloró. Se fue.
Ella siguió carcajeando hasta que su risa se volvió un sollozo de animal. El Bailarás estaba estremecido. Me miraba. Dijimos chale.
--Ya no chille, Piratita --se animó a consolar. La abrazó, le revolvió sangre, moco y lágrimas con cariño en la cara.
--¿Tú también quieres, cabrón?
--No, manita, yo sí te respeto.
--¿Tú? Tú chingas a tu madre, pedazo de culero.
Empezó a cachetearlo.
El Bailarás, entenado y criado por padrote, enseñado a bailar para controlar y hacerse amar por putitas de billete, el Bailarás, harto ñango, con su gorrita de estambre a rayas que tiene una borla hasta la punta; El Bailarás que no es perro, que no sabe meter las manos, se echó en reversa. Ella lo persiguió, le atinó dos que tres sonados bofetones y le sugirió: “vete a rechingar a toda tu puta madre de aquí”. El aceptó de conformidad y para demostrarlo salió corriendo, no por otra cosa y menos miedo, sino para agarrar vuelo y brincar una barda.
Quedamos en las ruinas de la que fuera nuestra escuela, donde nos enseñaron a leer y… a escribir.
--Chale, pinches mierdas --dijo La Piratita y salió.
Saqué y encendí cigarro. De tabaco. “Qué pinche puta tan hermosa y brava, carajo” dije entre mí. Ya se me había cortado la peda. Cerré los ojos. Repasaba. Entonces oí su voz lenta, ronca.
--Regálame un tabaquín, ése --acercándoseme mucho, seductoramente, con su aliento de caguama. Fumamos juntos un rato, sentados en piedras a medio basurero. Las ratas paseaban buscando alimento entre la basura.
--Oye, manito, no lo vayas a tomar en otro plan, arrímate pa’cá, no seas así… --Jalé mi piedra junto a la de ella. Itamar, La Piratita, me ayudó. Se sentó bien pegadita y apoyándoseme. Sentí como se le iba viniendo, desde lo muy adentro. Primero un temblor, luego el estremecimiento hasta que estalló en un sollozo de niña chiquita. Se me acurrucó en el pecho llorando. Llorando. Echando lágrimas por su único ojito. La abracé.
Mucho rato después se calmó. Suspiraba y de repente hacía pucheros. --Me rechingó más que si me hubieran cogido los tres juntos por la fuerza. Pero no me cogió, ¿verdá? --preguntó casi dudando.
--Itamar, eres una perra. --Sonrió dulcemente.
--Oye --me dijo tomando mi mano y mirándome a los ojos-- ¿me coges, por favor?
--Carajo, encantado…
Le di un largo beso en sus labitos hinchados que me dieron sabor a sangre. Nos fuimos abrazados a comprar cerveza en ventanilla.

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