domingo, 15 de julio de 2007

Apostatario


Tres ejercicios
de
blasfemia


Pterocles Arenarius







Ejercicio número uno.
Dedicatoria, que no es, digamos, una blasfemia, pero (como toda dedicatoria) de tan ridícula, lo parece.
Para los hermanos (los que impuso la vida y los que escogí): Alicia, Jesús, Bertha, Miguel, Juan, Enrique, Marco, Moisés, Eréndira, Violeta, Claudia, Liliana, Antonio, Miguel, Ariel, Coyolxahuqui, Tonatiuh, Venecia, Alejandro. Cuco, Heberto, Lourdes, Jorge, Tulio, Francisco, Edmundo, Enrique, Jorge, Martha, Miguel, Susana, Héctor, Asunción, Aracely, David, Zoe, David, Barry, Manuel, René, Ariel, Mario, Eduardo, José Luis, (...)

Ejercicio número dos.
Minúsculo florilegio epigráfico:
Me cago en Dios
Dominio popular
en España

Coger con aquella mujer era
como cogerse a la virgen María
Henry Miller

1°) Dios no existe.
2°) Dios existe y es un canalla.
3°) Dios existe, pero a veces duerme: sus pesadillas son nuestra existencia.
4°) Dios existe, pero tiene accesos de locura, esos accesos son nuestra existencia.
5°) Dios no es omnipresente, no puede estar en todas partes. A veces está ausente ¿en otros mundos? ¿En otras cosas?
6°) Dios es un pobre diablo, con un problema demasiado complicado para sus fuerzas. Lucha con la materia como un artista con su obra. Algunas veces, en algún momento logra ser Goya, pero generalmente es un desastre.
7°) Dios fue derrotado antes de la Historia por el Príncipe de las Tinieblas. Y derrotado, convertido en presunto diablo, es doblemente desprestigiado, puesto que se le atribuye este universo calamitoso.
Ernesto Sábato


Raza estúpida e idiota te arrepentirás (...) Mi poesía consistirá, sólo, en atacar por todos los medios al hombre, esa bestia salvaje y a su Creador, que no hubiera debido engendrar semejante basura.
Conde de Lautremont


La idea de Dios es el único error por el cual no puedo perdonar a la humanidad.
Marqués de Sade


La blasfemia es el método caprichudo, pero valiente,
incluso temerario y expedito de hacer una aproximación
a la divinidad. En tal caso, la blasfemia es un grandioso y
terrible atrevimiento. Así, muestra una ingente ventaja
sobre la hipocresía, pues ésta jamás logrará aproximación alguna.
Ástrid Rojano
Naturaleza moribunda frente a dos jóvenes y blasfemia

(…) Los hombres blancos son gentes rústicas presuntuosas. Por eso tienen la desfachatez de afirmar que existe a lo sumo un solo Dios, (naturalmente el suyo), que sólo él vale algo y que es menester echar a todos los otros. Pero no es así, aunque sería descortés y hasta peligroso contradecirlos. Si alguien obra o piensa de manera distinta a la de ellos lo consideran pecador.
--Escucha pues estúpida muchacha cada tribu tiene el dios que se merece, porque cada dios está hecho a imagen de quien cree en él. Y así la gente estúpida tiene un dios estúpido, los inteligentes tienen un dios inteligente, los buenos, un dios bueno, los malos un dios malo. El dios de los hombres blancos es un dios terrible, celoso y vengativo, porque los blancos son gentes terribles, celosas y vengativas. Los conozco muy bien. Huye de un dios que te dice: quiero ser amado sobre todas las cosas, porque de no ser así te arrojaré a un horno en llamas.
País de las sombras largas
Hans Ruesch
--Georegina, tienes que decireme toda la veredad, hijita mía --su cara emergida de la negra sotana, exhibía una sonrisa rígida que pretendía ser de benevolencia, pero sus facciones se negaban a ayudarle. La nariz ancha, corta y prominente; los ojos saltones y poderosos daban la sensación de penetrar debajo de la ropa y adentro de la mente y de soportar sin asombro y con estoicismo la repugnancia de mirar esas sórdidas reconditeces. La boca, una abertura desprovista de labios, alejada de la protuberante nariz, se movía como en oleadas al hablar.
--Recuereda que yo esetoy para velare pore ti. Mi misión ese que tu álema sea cada día mase bella, de quitar elos pecados medianete el peredón que pore mí Diose te otorega. Pero es enecesario que, para que te liberes de esos epecados me los econefieses; yo, así, sabré su garavedad y rogaré a Diose por el peredón para tu álema. Anda, dime, eh, se besan, ¿qué más?
--Pues… nos besamos… nos abrazamos…, y…, también… nos acariciamos. --La adolescente, con la cara enrojecida miraba hacia el piso. El pelo largo, casi rubio, cubría los costados de su rostro. Sus manos blanquísimas y ligeramente regordetas apretujaban en su regazo una bola de papel.
--¡¿Dónde?!, eeh quiero decire, ¿equé parete de sus cuerepos se acarician?
--Las manos…, la cara… Nada más, padre…
Ella hablaba de perfil al sacerdote quien la observaba inclinándose en ocasiones, intentando mirar su expresión. Ambos sentados en la primera banca de la fila en la sacristía.
--Georegina, epequeña, no tenegas miedo. DIOS es inifinitamenete bonedadoso. Él mismo ecreó la naturaleza humana. Le dio líbere albedrío. El misomo peredona. Iniculuso los epecados moretales. Pero nosotros que somos su obera; sus ecreaturas, debemos ebuscare la reconeciliación econ EL. Por elas ofenesas que le hayamos infligido con nuestro comporotamiento. Te recueredo que DIOS etambién casetiga; que nuestras álemas dependen esólo de nosotros. EL econ su inifalible juseticia divina ha de conedenar a los inipuros. A los que en evida han ellevado arrastrando un horrendo caregamento de errepulsiva ignominia pecaminosa sobre sus esepaldas. Sin ebuscar un acerecamiento al PADERE. Epobres de aquéllos que creen que oculetando a los hombres sus epecados se salevarán. DIOSE OMINIPOTENTE Y OMINISCIENETE, esetá en el cielo, en ela tierra y en etodo lugar. Es inútil eque oculeten álego. EDIOSE lo ve todo. EDIOSE lo oye todo. EDIOSE lo sabe todo, pequeña. No hay en el univereso un elugar, une penesamiento, un eser a quien DIOSE no pueda ver en etodo momeneto. Oculetare los epecados es otro pecado, epecado potenciado, casetigo superior y no peredonado por ela oculetación. Errecuereda, existe el epecado de penesamiento, palabra, obera y omisión. Es efácil acceder al ecamino del epecado y muy edifícil aparatarse de él. No te deseo que llegues a avergonzarte de ti misema por etus actos y menos anete DIOS. Conefiesa todo, iniculuso lo que te causare horror, eso es, ellora, que así te senitirás mejor, sienete tu culepa. Ahora dime…, esecucho…
Su voz era lenta, casi lúgubre, desprovista de inflexiones excepto por momentos en que se hacía ominosa. La adolescente había comenzado a derramar silenciosas lágrimas que enjugaba de cuando en cuando con el dorso de su mano, alternando este movimiento con la nerviosa manipulación sobre su regazo de una bola hecha con un sudoroso pañuelo facial desechable. Con la cabeza siempre inclinada permanecía como mirando fijamente una pequeña porción del suelo.
--Me abraza…, me pone las manos en…, la cintura y…, me besa…
--¡¿Dónede te besa?!, dime, ¿en qué paretes de tu cuerepo?
--En la boca…
--Edime, ¿ha intenetado aleguna vez epropasarse, acariciarete más edeshonestamenete, despojarete de aleguna prenda de tu ropa?
--No.
--¿No? Es inútil oculetárelo, recuerda…
--Sí --dijo rompiendo ya en sollozos.
--¡Aahhh!, ¡dime!, edime… Te toca… Te palpa…, las mamas, las posaderas. ¿Te quita la ropa o sólo te la desacomoda?
--Me ha besado y acariciado en…, los pechos…
--Qué más… ¿Te ha hecho con el ededo?
--No…
--¿Con ela lengua?
--No…
--Te chupa, ¿no es cierto?
--…
--¿Te ha puesto a que le toques suse paretes?
--¿Qué partes, padre?
--Sus eparetes sexuales, claro está… ¿Te ha puesto a que se lo hagas con ela mano?
--¿Con la mano? Sssí, con la mano… Nada más
--¿Te ha puesto a que se lo hagas con ela boca?
--¿Con la boca? ¿Cómo con la boca, padre?
--Pues ecómo...¿Cómo crees etú?
--¿Besando?
--No. Chupando. Chupándole esa parete. Edime, ¿te ha pueseto a que se lo hagas?
--Yo... no... sabía, padre. Yo, padrecito, yo no sabía que así... también...
--No sabías... Cómo no ibas a saber. Dime la verdad, chamaca, ¿ese hombre te ha puesto a mamar verga? --Georgina empezó a sollozar. No concebía lo que estaba ocurriendo.
--Yo no sé, padrecito. Yo no sé que también se puede mamar verga. Yo no sabía, bu, bu...
--Bueno, ya cállate, cállate. --Ella escuchó su respiración agitada que se fue apaciguando, a su vez el llanto de ella también se silenció. Fueron dos minutos sin palabras, hasta que ambos lograron algún control.
--Bueno, bueno, olevídalo. Qué más… ¿Han llegado a realizare el acto que los conedenaría en este munedo y también en el otro?
--No, se lo juro, padre. --Llorando, se cubría casi totalmente la cara trataba de secar sus lágrimas.
--Bueno. Muy ebien. Ahora conefiesa, pueseto que te ha tocado partes veregonzosas, tú ¿qué senetiste? ¿Tuviste palacer?
--Me daban…, cosquillas…
--Equeridísima y pequeña hijita mía. Esos palaceres, Georegina, sólo son aceptados en el matirimonio. Equien los edisfurute fuera de este maravilloso sacaramento comete uno de los emás atoroces y horrenedos epecados conetra DIOS y conetra sí misomo. Tu cuerepo, pequeña, es un etemplo del ESEPIRITU SANETO; no debes emancillar de esa fórema un esitio sagarado. Yo…, creo que DIOS esí te peredonará, por un emomeneto llegué a dudárelo, pero veo que eres sinecera y te arrepienetes, sabes etu culepa. Sólo tengo que reforzar las adveretencias de que tan esólo desear esos palaceres es epecado, peremitir que cualequiera persona te porovoque placeres caranales, sea quien sea, va conetra tu pureza y contra la salevación ede tu álema. Ni siquiera tú misema puedes emanipular tus lugares veregonzosos; porque si tú sola te porovocares palacer en el esexo, caerías en el emás diabólico y siniestro de los evicios, aquél que coneduce, en este munedo, a la locura, ¡cienetíficamenete coneprobado!, pequeña, y a la eterena conedenación en el otro mundo. Errecuereda las palabras de NUESETRO SEÑORE JESUCRISETO: “Dirá a los eque están a la izquereda; maleditos, aléjense de mí, vayan al efuego etereno que ha sido desetinado para el diábolo y para sus ánegeles”. Pienesa en EDIOS cada vez que te sienetas edébil, acude a la oración cuando el edemonio te toque. No olevides tampoco aquella senetencia de JESÚS: “Si tu ojo es ocasión de epecado…, ¡sácatelo!”. Apáratate de ese muchacho. No vuelvas a vérelo. Tú eres inegenua, él ya conoce más ela vida y el epecado. Huye de él ecomo de Satanás. El errepresenta la pereversión para tu álema. Es mi obiligación que te aparetes de él. Es una oveja que abandonó el errebaño, no peremitas que te coneduzca por ecaminos que llevan a la peredición. En este momeneto él está expulesado del ecoro y se lo haré saber ahora misomo. Como penitenecia errezarás el EYO PECADOR, TRES AVES MARÍAS Y TRES PADERES ENUESTROS diariamente edurante tres semanas; cuando deberás conefesarete de nuevo conemigo. Yo te lo recoredaré, por ela salevación ede tu álema; EN EL -ENOMBRE DEL EPADRE, DEL HIJO, DEL ESEPÍRITU SANETO, AMÉN.
Impartió la absolución solemne, la joven evitaba cruzar miradas con el clérigo. --Ahora errecemos…EPADERE NUESETRO, QUE ESETÁS EN EL CIELO...--, al concluir la oración el religioso la miró severamente y dijo: --llama a Héquetor, dile que me urge hablar econ él en esete momeneto.
--Sí, padre --respondió y fue hacia el templo. Sentía un desamparo tan grande que era notorio hasta en su manera de caminar.
Sentado en una de las bancas del templo silencioso y desierto, Héctor, casi todavía adolescente con un rostro salpicado de pecas, de pelo muy cuidado y ligeramente largo, fumaba distraído. Sus facciones agraciadas denotaban un gesto de profundo ensimismamiento, pero también había residuos de un leve cinismo y ferocidad, quizá como el gesto de un niño de momento enojado y triste al mismo tiempo. Sus ojillos casi salvajes y pícaros se mantenían fijos en un punto, como escudriñando una pequeña área del altar.
Oyó los pasos de Georgina y tiró al piso el cigarro, discreto y apresurado lo apachurró con el pie y lo pateó lo más lejos posible. Previsor, se encaminó hacia la muchacha para evitar que el humo aún cercano lo delatara.
--Qué pasó, Yina --trató de capturar la mano de ella, pero la chica, como sin querer, la apartó. Al mismo tiempo eludía su mirada.
--El padre quiere hablar contigo. --Georgina miraba con sus ojos llorosos hacia un costado de él.
--¿Conmigo también?, bueno, ¿qué te pasa, qué te dijo?
--Ve con él. --Reiniciaron sus lágrimas el recorrido silencioso por el rostro blanquísimo.
--Oye, pues ¿qué pasó?
--Nada, quiero que hables con el padre.
---Bueno, espérame --trató de besarla en la mejilla, pero ella esquivó la caricia.
--Habla con él y después platicamos ¿sí?, por favor.
--Sale, nos vemos al rato.
Se dirigió a la sacristía. Desde la entrada miró al sacerdote que continuaba sentado, inmóvil en el mismo lugar, con su mirada insoportable.
--Hola, padrecito, qué hay de nuevo.
--Ven, evamos a palaticar. --El religioso lo miraba casi con ferocidad. Caminaron unos pasos y el sacerdote se introdujo en un confesionario. Héctor tomó asiento afuera, en el reclinatorio (donde hubiera debido hincarse) con despreocupación.
--Habelé con Georegina. --Se escuchó la voz que salía del oscuro interior del confesionario.
--Ah, sí, es mi chava --dijo sin volverse al sitio de donde surgía la voz.
--Héquetor, esto es una conefesión, quiero que reseponedas con toda sineceridad y con el errespeto que merece este sacaramento. Dime, ¿a qué evienes tú al grupo de jóvenes del ecoro?
--Pues…, a tocar la guitarra y el acordeón y ya hasta estoy aprendiendo algo de órgano.
--Sí, pero ¿a qué más vienes?
--A ver a mi novia Georgina. Nos llevamos bien suave. Aunque ahorita que salió/
--¿Nada más a eso vienes?
--¿Eeh?, pues sí, ¿no?
--¡Qué lugar ocupa DIOS epara ti?
--Ah pues…, este…, o sea que yo entro a misa, ya ve que cantamos todos los domingos en la mañana y en la noche y a veces también en días festivos. Ya ve que hay gente que le gusta que cantemos en sus bodas o misas de difuntos.
--Sí, bien. Edime, ¿tú qué pienesas de DIOS?
--De Dios, ¿de Dios?, ¿cómo de Dios?
--Epara ti ¿quién es EDIOS?
--Pues no sé…, todo, ¿no? Todo es Dios.
--¿Esabes que eso no es ecristianismo siquiera? Mucho menos ela veredadera y única erreligión que es ela católica.
--Mmm, no, no sabía.
--Mira, Héquetor, tú esetás inifluyendo negativamente en Georegina. Ella es una chica muy inegenua y tú la esetás edañando. Su relación erresulta sumamenete pereniciosa para ella.
--¿Por qué!, si yo le ayudo en la escuela, le enseño algunas cosas por que voy un poco más adelantado que ella.
--Eyo me errefiero a lo esepiritual. ¿Errezan junetos?
--Mmm…, pues no. --Héctor, puesto que nadie lo observa, permite a su rostro acceder a una sonrisa francamente burlona.
--¿Equé hacen ecuando esetán junetos?
--Estudiamos…, y hacemos otras cosas, muchas.
--¿Equé cosas?
--Ah pues son cosas que nomás son de ella y yo, ¿no?
--¿Esabes que el esexo fuera del matirimonio es un epecado moretal?
--¿Eh?, bueno, sí, eso dicen, ¿verdad? Pero siempre ha habido gente que tiene sexo fuera del matrimonio. Hay muchísimas personas que no son cristianos y están todos los que vivieron antes de Cristo.
--Son inifieles que serán juzegados cuanedo lleguen ante el ÚNICO DIOSE VEREDADERO. Aunque esetén equivocados, ÉL, con su inifinita bonedad peredonará a alegunos que sean jusetos. De cualequier manera ÉL es el epadre de todos. Pero yo quiero recoredarte que uno de los más terribiles epecados capitales es ela lascivia.
--Pero entonces, si Dios nos hizo a todos y nos hizo así, calientes, digo…, se nos antoja el sexo, ¿no?, y luego, ¿castiga por que se le antoje a uno lo mismo que él nos puso?
--EDIOS hizo el sexo sólo para que nos epodamos erreporoducir.
--Entonces no hubiera hecho que se sintiera tan bonito. Yo creo que ahí sí hay un error. Si lo hizo tan placentero ¿por qué lo prohíbe? Por ejemplo, Georgina y yo, no nos queremos reproducir hasta que ya tengamos muchos años más. Pero a mí y a ella nada nos gustaría más que poder hacer el amor pero bien, todo completito, ‘ora sí que como Dios ordena y manda.
--¡Pecado!, eso es epecado moretal, epor tan esólo deseárelo esetás en epecado moretal.
--Bueno, pero eso era antes, el siglo antepasado. Ahora ya es diferente. Los chavos como nosotros o un poco más grandes hacen el amor libremente y no hay problema.
--El emunudo está cada vez más ecorrompido. Pero no crean que DIOS no los casetigará. Está el SIDA, por voluntad de DIOS para sofrenar esa libido de bestias que impera en el mundo actual. Dime, ¿ustedes lo hacen? --Había enrojecido de súbito ante las palabras despreocupadas del joven.
--¿Nosotros?
--Sí, tú y Georgina.
--No pues ella no quiere porque le da miedo y eso, pero yo le digo que… Pero, eso a usted no se lo puedo contar.
--Me debes confesar tus pecados. Tu alma está en el más terrible de los peligros, aparte de ser víctima de la lujuria, uno de los pecados capitales, induces a un ser inocente al pecado. --La voz estaba alterada, muy diferente de cómo siempre la había oído Héctor. Incluso pronunciaba sin el extraño modismo de agregar vocales, para asombro de su escucha.
--No, padrecito, a ella le gusta lo que hacemos y creo que no por eso ha dejado de ser inocente.
--Dime, ¿qué hacen tú y ella?, ¿se acercan?, ¿se tocan?
--Sí, nos besamos y todo eso, lo normal.
--Cuéntamelo todo.
--¿Todo? Yo creo que ustedes no deben oír estas cosas, ya que renunciaron al sexo, además cómo voy contar todo lo que hacemos al primero que me pregunte.
--Yo no soy el primero, quiero decir, yo no soy cualquiera, yo soy el sacerdote que vela por sus almas y además considéralo secreto de confesión.
--Bueno, conste. Pues cuando empezamos a andar juntos nomás nos besábamos y yo me le repegaba para sentir sus…, o sea más bonito, ¿no? Ella no sabía besar de a lengüita como se besa/
--Sigue, sigue, … ¿Has acariciado sus partes pudendas, ¿verdad?
--A poco también quiere que le cuente/
--¡Todo!, ¡todo! --el rostro del hombre estaba cada vez más tenso.
--Pues ya con el tiempo, con más confianza pasaron otras cosas. Y es que hasta sin querer, padrecito, mire; una vez, apenas comenzábamos a ser novios, yo la acompañaba a su casa, íbamos caminando y platicando, ella llevaba una bolsita a modo de monedero, de ésas que tienen una cuerda un poco larga, iba jugando con la bolsita, dándole vueltas. En una de ésas, sin querer, me pegó con la bolsita en…, o sea aquí, en los testículos. Fue un golpe limpio y algo fuerte, ninguno pudo hacerse tonto. Peló unos ojotes y dijo “ay, perdón” y se puso toda colorada. Y yo, la verdad, aproveché. Primero di un respingo y me puse las manos ahí. Le dije “vas a ver, lo hiciste a propósito ¿verdad?”; y dice “qué pena, perdóname, fue sin querer”. Le digo “me duele mucho, podrías darme masaje por lo menos, ¿no?”. “Pues no sé, si quieres”, me dice la mensita. Qué linda, ¿no? Capaz que si lo acepto sí me masajea. Pero últimamente le digo “oye, no tienes idea de cómo me duele desde aquella vez, dame masajito, ¿sí?”. Pero ahora sí ya sabe, “eres puro mañoso, no te creo”, dice. Pero mejor le voy a contar que otro día fuimos a una excursión a La Marquesa con todos los del coro. Todavía no éramos novios, andábamos jugando a los encantados y yo la correteaba a ella, pues claro, ¿verdad?, es que siempre me ha gustado mucho, está bien bonita y su cuerpo me ¿cómo le diré?, me trastorna, se me antoja tanto que/
--Continúa, continúa…
--Pues la alcancé, pero cuando la agarré se me hizo así para escaparse y como yo iba encarrerado la jalé y nos caímos los dos. Muy bonito. Nos levantamos y entonces vi que por el jalón le había zafado su…, pues su brasiercito, ¿no? Le quedó casi hasta arriba y… Santo Dios… su blusita era transparente. Se le veían sus chichitas.
--¡No pronuncies esas palabras! --Si Héctor hubiera visto ese rostro como a punto de estallar y hubiera visto esas manos temblando, hubiera dejado de hablar, pero desde fuera del confesionario ignoraba el efecto de sus palabras--. ¿Qué pasó después?
--Pues yo la estaba viendo y…, era…, algo…, divino… Ella no se daba cuenta y yo no le quería decir, por pena; pero más porque estaba como estúpido y no quería dejar de ver sus chichitas nunca… Pero como ya íbamos a llegar con los demás le tuve que decir: “oye, manita, ya se te zafó tu de’se” y le señalé sus tetitas que se le veían tan bonitas, como gelatinas de porcelana, debajo de la blusa. Y qué cree, padrecito, se tapa rápidamente con los brazos, se acomoda el brasier y me dice “ay, baboso” sacándome la lengua la muy malagradecida. ¿Cómo ve? Quién iba a decir que ahora, a veces, ella solita pone mis manos en esas chichitas… Perdón, eso yo creo que ya no se lo cuento, ¿verdad?
--Confiésame la verdad, ¿han llevado a cabo el acto que los conduciría en este mundo al escarnio y a la condenación eterna en el otro?
--O sea que si ya hemos cogid/ perdón, que si ya hemos hecho el amor.
--¿Ssssí o nno?
--La verdad es que todavía no. Ella tiene miedo, yo le digo que con unos condones y ya no hay problema, pero/
--¡Peor, peor! Añadirías a tus pecados de lascivo y pervertidor el de negar una facultad divina de tu naturaleza humana.
--Es que yo lo hago porque no quiero embarazarla.
--Mira, Héctor, ya basta. Tu alma se encuentra por completo en el camino de la condenación, no tienes idea de la gravedad de lo que te ocurre. Eres víctima de los más atroces pecados. Eres víctima de este mundo pervertido y corrupto, de toda la pornografía que nos inunda. Eres víctima de la cultura de la desvergüenza.
--Menos mal que soy víctima, así no tengo ninguna culpa, je, je…
--Pero un momento, es de tu responsabilidad apartarte de toda esa podredumbre. Tienes que acudir a tu voluntad para extraer tus virtudes y que te hagan aborrecer esas horrendas actitudes que han logrado la putrefacción de esta sociedad enferma. Dime, ¿cuántas veces has hecho sexo?, ¿ya te hiciste la prueba del sida?
--Cálmese, padrecito, si nunca he cogido, digo todavía no…
--¿Practicas el vicio solitario?
--Sí. Me fumo como media cajetilla diaria, más o menos.
--Nnno me refiero a eso, sino al vicio secreto.
--Mmm…, ¿cuál será ése? Mariguana yo no fumo, ¿eh?
--El que se hace con la mmmanooo…
--Ah, claro, las chaquetas, digo la masturbación.
--¡Nnnno!, no pronuncies esa palabra aquí, en la casa de DIOS. Confiesa, ¿lo haces?
--Bueno, antes, cuando era chico sí. Me juntaba con los cuates de la secundaria y echábamos carreras. Órale, a ver quién gana en venirse y a ver quién los avienta más lejos.
--Qué bárbaro…
--¿Mande usted?
--Nada ¿y ahora?
--Últimamente ya casi no. Nomás a veces que me acuerdo de la Georginita y, pues, como ella no se anima todavía, p’s en la noche, en la cama, va a tu salud, mamacita. Ya que no se puede, se tiene uno que conformar. Me la imagino desnudita, me acuerdo de cuando estamos acariciándonos bien pegados. Y es que cuando fajamos un buen rato yo me voy a mi casa muy…, cómo le diré, pues muy alterado ¿no? Caliente. Entonces me acuesto, me la imagino y…, ahí mero. Va por ti, mi reina.
--Tienes que arrepentirte de tanta suciedad. Nunca más vuelvas a ver a esa chica. No vuelvas siquiera a pensar en ella. Con el solo pensamiento la profanas y te ensucias a ti mismo.
--Pero si yo la quiero.
--Sin embargo, eso que tú crees que es amor no es más que corrupción, es otro sentimiento, abyecto, degradante, monstruoso y sucio.
--¿¡Quéee!? --Sentado aún en el reclinatorio afuera del cubículo confesional se volvió hacia la voz, como si no creyera lo escuchado.
--Pero…, y, entonces los que son casados, se antojan uno al otro, ¿no?
--Eso es distinto, el sexo se permite bajo el santísimo sacramento del matrimonio y sólo para engendrar descendencia.
--Y ¿qué pasa con los que se acuestan con prostitutas, y ellas, y los que tienen una amante además de su esposa? Y aunque no la tengan, a cualquiera se le antoja una mujer bonita. Y las esposas que engañan a sus maridos, o aunque sean fieles también se les tiene que antojar otro hombre, ¿no? Y todos los que se divorcian…
--¡Condenados!, ¡condenados todos al eterno castigo!
--Uuuh pues se va a quedar solo Diosito en el cielo. Si acaso con uno que otro despistado porque ni todos ustedes; fíjese que yo conozco un padrecito que con las niñas le gusta/
--¡Ya! ¡Cállate! ¡No blasfemes más en la casa de DIOS!, afirma que te arrepientes y llora implorando perdón para tus espantosos pecados.
--¿Pedir perdón? ¿A usted?
--¡Sí! ¡A mí!, si no lo haces quedas en este momento expulsado del coro y no te consideres digno de llamarte cristiano.
--No p’s mejor ya me voy.
En ese momento apareció el rostro viejo, desfigurado de furia saliendo del oscuro interior del confesionario: --¡fuera impío de la casa de DIOS!, ¡blasfemo inmundo!, ¡largo de aquí que tu presencia infecta este sitio!--; los ojos saltones querían salir disparados, a cada grito, partículas de saliva salían volando de su boca. Atrapó un hombro de la camisa del joven.
--¿Qué le pasa, señor?, suélteme.
--¡Fuera de aquí! ¡Éste es un sitio sagrado! ¡Vete a la calle, a la inmundicia a donde perteneces! --lo jalaba de la camisa empujándolo hacia la salida.
Se detienen ambos. El sacerdote temblando se vuelve hacia Héctor sin dejar de empuñar el hombro de su camisa --Di que te arrepientes.
--Pero cómo me voy a arrepentir si yo la quiero. Si lo que más me gustaría es acostarme con ella.
--¡Blasfemo!, ¡blasfemo! ¡Lárgate de aquí! --Héctor se aparta violentamente y la mano rígida y temblorosa del clérigo desgarra el hombro de la camisa.
--¡Arrepiéntete, maldito!
--Si es cierto que su dios perdona, quiero ver, que perdone…
--Perdona pero a los que se arrepienten.
--Eso no es perdón. Además yo no tengo de qué arrepentirme.
--Insensato, si en este momento murieras irías a lo más profundo de los infiernos.
--Creo que no se puede discutir con usted.
--¡Lárgate, pobre desgraciado! --sólo entonces suelta a Héctor del hombro después de empujarlo con brusquedad.
--Ya me voy --camina unos pasos revisando la rotura de su ropa. De súbito se vuelve--: yo creo que usted está enfermo.
El sacerdote lo alcanza moviéndose con colérica rapidez, lo ase del pelo esta vez y, por la espalda, lo abofetea. Héctor se protege haciéndose ovillo. Logra zafarse de aquella mano como con rigor mortis dejando un mechón entre los dedos rígidos. Corre hacia la salida. De pronto se detiene, regresa su mirada al padre que estático permanece a medio pasillo entre las bancas y le grita:
--Al fin que me importan una chingada su ojete dios y todos sus santos de mierda.
--El religioso levanta una mano como si tratara de atrapar al joven que está muy lejos. Parece a punto de decir algo, emite sonidos guturales, con una mano hace la cruz, con la otra los cuernos, luego estalla en un sollozo ronco. Se jala los cabellos con una mano, con la otra se golpea la cara. Grita:
--¡Fulmínalo, SEÑOR…!
Héctor ya va corriendo por el atrio.

No hay comentarios: