domingo, 8 de julio de 2007

Papas, amor mío
(Alegoría)

Pterocles Arenarius

Odiad el sexo y odiareis la vida
A.S. Neill


En un mundo sin humor lo único
Que nos queda es comer.
G. K. Chesterton


Te conocí más cercanamente en mi juventud. Aunque ya desde la infancia fuimos buenos camaradas. Estoy convencido que en aquella época, actitudes menos rígidas hubieran evitado esta horrible serie de conflictos sicosocioalimentuales que hoy padezco.
Redondita, amarillosa, a veces casi roja, papita, patatita. Eres tan linda. Antes de nacer te precedieron unas primorosas flores blancas o a veces moradas, pero tú estabas escondida todavía. Te amé tanto, patata mía. Siendo humilde tubérculo llegaste a ser lo más importante. Vencedora de las flores. Puesto que si la Solanun tuberosum algo vale a ti se debe papucha, papuchita. Querida solanácea que superas también a tu hermana la batata, ésa que acá llaman papa dulce o, prosaicamente, camote. A tanto tiempo de vivir cerca de ti, he llegado a conocer toda tu historia. Que eres sudamericana, andina, pare ser exactos. Que algún español te llevó a Europa hace mucho tiempo. Y conociste todo el mundo, y todo el mundo te aceptó. Hoy los rusos, polacos, alemanes y franceses casi no pueden vivir sin ti. Con tu leche destilada (léase vodka), rusos y polacos se extasían, se vuelven locos. Los alemanes, ingenuos, laboriosos e inteligentes, ahítos gracias a ti se mantienen, te acompañan con cerveza. En Francia elaboran primores culinarios a tu costa. Y hasta en Italia, ¿tiene alguna relación el título de los papas con las papas además de la homonimia y de que aquéllos seguramente se deleitan con las abundantes gracias que ofrecen éstas?
Por ser tan digestiva, entre otras de tus múltiples virtudes, te llamaron papilla cuando serviste de alimento a bebecillos. Luego, por extensión, a todo producto nutritivo no líquido destinado a los lactantes le llaman así, papa chiquilla.
De tal suerte que, ante virtudes tan variadas y prolijas, me ganaste el estómago sólo para ti. Y después de una larga relación, en la que satisfice todos esos rígidos requerimientos que impone este absurdo --ahora lo comprendo-- status quo, decidí para toda la vida unir, patata amada, con el tuyo mi destino.
Sí, por que se nos exige observar el decoro de no cometer abuso, en esta relación previa, de los placeres que puedes otorgar querida tubiflora. Verbigracia: cuando estás cocida, todavía caliente, retirar con gran ternura esa cascarilla e hincarte el diente por…, por donde mejor plazca al enamorado. O mirar tu contorno curvilíneo, profusamente adornado con graciosos hoyuelos por donde pareciera que retornas a ti misma, que te recoges a tus interiores feculentos, polisacáridos. A lo más palpar con pudor tus redondeces exquisitas, y nunca ir más allá de la sutil cubierta, nunca cruzar hasta ese cuerpo húmedo y blanco. Nunca elevar tanto tu temperatura como para que te vuelvas tan suave y vaporosa que tú misma retirarías como sin querer tu cubierta quedándote semidesnuda y dejando escapar esos aromas deliciosos.
Sin embargo soporté, practiqué paciente la abstinencia evitando conocer lo único y último que de ti me faltaba conocer: tu sabor. Todo para que nuestra relación fuera congruente con los cánones más rígidos que el mundo impone.
Fue entonces cuando en solemne ceremonia juré serte fiel, en las prósperas cosechas como en los malos tiempos de plagas y comerte y honrarte todos los días de mi vida. Recibiendo, además, en tal momento la advertencia de que sólo podría gozar de tus delicias de aquella manera que han dado en llamar “lo normal”, y que consiste en disfrutarte como papa cocida, caliente o en su defecto fría, aderezando a lo más con un ligero espolvoreo de sal. “Porque el alimento –amonestóseme– tiene por objeto sólo preservar la vida, por ello debe estar desprovisto de placeres malsanos que conducirían a perversos refinamientos alimenticios, es decir, al capital pecado de gula”.
Al principio fue un sublime deleite sentir tus carnes tibias de papa cocida y te conocí, acrecenté mi amor gozándote, empapándome de ti y saturándote de mí, querida patatilla. Y mi lengua te recorría con extasiada calma, deteniéndose casi absorta como a examinar escrupulosa cada protuberancia, rodeando los ascensos y escalándolos después, chupando, lamiendo, besando y, por supuesto, mordisqueando; penetrando ansioso y calmo a la vez en cada mínima oquedad. Saboreando indolente la materia suave que cedía débilmente a mis embates. Aspirando hasta inundarme de tus aromas interiores. Eras mía, por fin, total y completamente mía, para siempre.
Y pasó el tiempo, eso que desgasta todo lo que existe, que acaba aun con las eternas rocas, eso que en este momento es y en un instante más ya es otro. Ese dios omnipotente, desconocido, omnipresente y omniausente, fugaz y eterno, incapturable. Ese monstruo nunca saciado, provisto de un número infinito de cabezas que infinitamente pasan mordiendo una y otro y otra y otra vez todo lo que existe. Hasta acabarlo.
Con sólo mi imaginación como arma me enfrenté, yo insecto efímero, traté de luchar; tras largo meditar analizando desde múltiples aspectos, concluí que debería buscar siempre nuevas dudas sobre ti, papona inagotable. Nunca concluir.
Fue así que me atreví. Sugerí, expliqué, supliqué y por último exigí, una variante. Algo un poco diferente a “lo normal”, algo que nos aliente, que destruya el tedio de: “para siempre papa cocida”. Y al no encontrar objeciones de tu parte amorosa solanácea; temeroso y avergonzado pronuncié (con un insoportable sentimiento de culpabilidad), en voz baja, casi clandestinamente, dije: “papas fritas”.
Y fue bueno, disfruté, sí, de nuevo pude llegar a cúspides del gozo. Eras un poco otra, nueva, diferente…, pero sólo un tiempo. Luego otra vez lo mismo, otra vez el tedio. ¿Por qué si yo te amo fanerogamasolanaceatubifloratubércula? Pero una transgresión puede hacer costumbre y…, esta vez ordené: “ahora papas asadas”, luego: “papas al pastor”, “papas con mantequilla”, “papas a fuego lento”…
papas con crema
papas amorcilladas
papas estilo París
papas con rajas
cáscara de papas
papas rebatidas
¡puré de papas!
papa gratinada
papa con huevo
con queso
con col
con azúcar
con vinagre
con limón
con grasa de cerdo
de ballena
papa cocida en café
papa cocida en vino tinto
en jerez
en ron
papa cocida pero acompañada con cerveza helada
papas microonda
papa podrida
empapado de papa
papas escandinavas
papa porno: permanézcase unos dos días sometido a dieta exclusivamente acuátil; la papa, preparada a la manera más apetecida, debe estar fuera del alcance (puede encerrarse al interesado en un cuarto y, por un ojo de cerradura, permítasele la observación del manjar durante tres segundos, dése diez segundos sin mirar y obsérvese nuevamente la papa durante cinco segundos. Continúese alternando la observación con lapsos de oscuridad total. Después de tres a cinco observaciones consúmase la papa.
papa al ajo
papa cocida pero colocada sobre ombligo de mujer
puré de papa untado sobre senos femeninos
papa con olor a caca. No papas con caca, no, sino sólo con olor, obtenido éste por métodos artificiales mediante diversos aldehídos papa pisoteada
papa ahumada en drogas aromáticas
papa molida, pero extraída con la lengua del interior de sexo de mujer
trozos de papas fritas atrapadas como perro: “Nerón, corre, ve por él”
papas simias: capturadas como mono de zoo
papas rodadas
papas voladoras no identificadas: láncese papas al hambriento, previamente camuflajeadas dándoles el aspecto de cualquier otro alimento. Lo deseable es que quien las consuma logre atraparlas al vuelo
papas freeze, congeladas
papa hipnótica: relájese el cuerpo cómodamente en reposo, otra persona hará oscilar frente a los ojos una papa sostenida con un hilo, al mismo tiempo sugerirá: “tienes mucho sueño, relájate…, duerme…, observa esta manzana en tu imaginación…, cómetela, saborea el gusto delicioso de la manzana, gózala”.
Esta última técnica me hace pensar que ¿quién alguna vez, mientras consume su fruta cotidiana, no ha imaginado estar metiéndole el diente a otra? Obteniendo así placer, indudablemente. ¿Es esto engaño? ¿O sólo autoengaño?, y ¿qué tan pecaminoso es en cada caso?
En fin, se trata de aniquilar el tedio, una forma distinta para cada día. Incluso volver de cuando en cuando a “lo normal” se disfruta. Pienso que sólo gracias a haber acudido a tales excesos he logrado, hasta el momento, salvar mi relación. ¿Soy un degenerado alimentual? Quizás. Ciertamente he transgredido toda norma de decencia, pero a cambio, no temo ya al hastío, puesto que tengo plena confianza en el poder de mi imaginación que, en efecto, no conoce límites. Sin embargo, debo confesarlo, no he podido evitar ser infiel a mi adorada patatita. Ocurrió que un buen día, sin quererlo, encontré a una antigua amada mía, zanahoria, se llama. Ella ahora está también ligada, pero hemos procurado mantener una relación, si bien oculta, no por ello menos satisfactoria.
Por otro lado, confieso también haber caído en otros excesos. Conocí al melón, al rábano (crucífero readal de origen chino), ¡al plátano!, al que algunos encuentran deliciosamente sensual, aunque su aspecto tiene reminiscencias brutales de impudicia.
Pero no es todo. Admito practicar ciertos actos que ya ignoro si sean propios de un hombre mentalmente sano. He llegado al extremo de gozar observando descuidadas papas desnudas, incluso y aún peor, he obtenido placer mirando a otra gente comiéndose mis propias papas. Y todavía más; quizá lo peor, el máximo síntoma de mis anormalidades alimentuales: me he deleitado consumiendo inocentes y tiernas papitas sin madurar, papitas verdes cruelmente arrancadas de la madre tierra antes de alcanzar su plenitud.
Son terribles los caminos a que puede conducir el abandonarse a los apetitos. He mirado morbosamente libros especializados en el cultivo de diversas planta en los que exhiben todo, ab-so-lu-ta-men-te todo.
Conozco la existencia de ciertas curiosas sociedades en las que, en tratando de alimentos, se permiten excesos aún mayores. Los hombres y mujeres no tienen la menor fidelidad con planta alguna, e incluso llegan al extremo de comer animales muertos, salvaje y masivamente asesinados para, poco después, cocinarlos de las más rebuscadas y odiosas maneras.
Sin embargo, ellos tienen la creencia tan absurda como es la de dar a las relaciones sexuales un carácter entre obsceno, vergonzoso y sagrado. Y no se diga si son lo que ellos llaman relaciones homosexuales, las que consideran abyectas, pervertidas sucias y anormales.
Pienso que quizás podría vivir mis últimos años entre ellos, disfrutando de la enorme cantidad de alimentos extraños y hasta inverosímiles que consumen, aunque esto implique el sacrificio de abandonar toda idea de fidelidad para con mi amada solanácea y además incrementar mi amplio catálogo de degeneraciones alimentuales.

No hay comentarios: